Tengo ojos afilados. Tengo una excelente maestría en alquimia. Suelo ser implacable y vengativo. Soy cruel y frío como el hielo. Soy aquel que comerá tu rey. Seré yo quien lo haga caer desde lo más alto. Piso con seguridad. Nada es demasiado para mi. Yo lo ganaré todo. Seré quien sobresalga.
Sí, no me importa pisar cabezas porque soy cruel. Soy fuerte. Soy el héroe de Ishbal. Soy el Alquimista de Fuego. Soy Roy Mustang. Nada más que mi propia meta importa. No me afecta a cuántos tenga que matar. No importa a quién tenga que traicionar. Todos son piezas de ajedrez y yo soy el mejor de los jugadores.
Realmente… soy cruel.
Y allí estás tú, al otro lado del pasillo, mirándome con esos ojos que me atraviesan y escarban descaradamente en mi alma; se meten en mi cabeza y apuñalan mis pensamientos. Esa mirada que ahora me reprocha, como si no tuviera suficiente con la muerte de Hughes.
Pero tú lo sabes y sigues fisgoneando imprudentemente. Y así me siento débil, vulnerable, y soy cruel… te digo lo idiota que eres, te recuerdo también tu pecado imperdonable para que te retuerzas de dolor y pueda escapar de tu mirada.
Sí, te hago daño para escapar y tú no retrocedes… te acercas y tus ojos cada vez están mas cerca de encontrar mi verdad. Cuanto más dañino soy mayor es tu proximidad y lo único que puedo hacer es ocultarme tras mis afiladas y horrendas palabras.
¿Qué haces, Acero? ¿Te gusta jugar con fuego? El acero a altas temperaturas se funde. ¿Es que acaso quieres que te derrita en este mar de llamas vengativas? Te destrozaré, y no me importará. ¡No voy a dudar en galvanizarte!
¿Por qué? ¿Por qué si te rechazo y te hiero sigues mirándome así? ¡Basta! ¡Deja de hurgar en mi alma!
Estás tan cerca que puedo sentir tu respiración sobre mi rostro. Por favor… deja de mirarme. Ya no puedo moverme, estoy paralizado y tú solo me acorralas, asfixiándome con esos ojos inquisitoriales.
-Yo estoy aquí, Coronel…-. Y sin previo aviso tus labios se topan con los míos. Me besas. Me amas. Me desnudas y ya no tengo vuelta atrás. Me dejo, me dejo porque ya no puedo más.
Es entonces cuando comienza a llover. Mis ojos están empapados y tú simplemente me amas en silencio contra una esquina oscura que ahora se ha vuelto para siempre nuestra. Me amas y me confortas. Eres hermoso, Acero… siempre lo has sido, sin importar lo que yo haga.
-Recuérdelo… yo estaré siempre aquí…-. Me susurras antes de besarme con extrema dulzura la frente y abrazarme con tanta firmeza que tengo miedo de deshacerme en ti.
¡Vete! ¡Vete antes de que ya no pueda recomponer esta fachada, maldito! Vete antes de que sea demasiado tarde y tú ganes la partida.
Aflojas lentamente tu abrazo y otra vez me clavas esos ojos miel. Me lo adviertes y sé que todo volverá a comenzar. Por primera vez en mucho tiempo sonrío.
De la misma forma en que nos hemos encontrado pasamos uno del otro, dándonos la espalda y marchando hacia lugares opuestos.
Soy un hombre cruel, pero esa no es mi esencia. Eso… jamás lo sabrá nadie. Nunca bajo la guardia.
Acero es simplemente una excepción.
Acero es mi pequeña y hermosa excepción.