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El lado oscuro del amor por Lesliel

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Notas del capitulo:

Disclaimer: La serie "Naruto" ni sus personajes me pertenecen. 

 

Advertencia: Tengo pensado publicar este fic tanto en español como en inglés. La versión en inglés está destinada para otra página. Si aparece esta historia en otra página en inglés, es mía, no me la estoy copiando. 

 

Pareja: Itachi/Naruto. Ranking: M. Advertencia: Relación yaoi/homesexual; Violencia; temática oscura; Semi AU; Mpreg; lemon suave. Otra pareja: Sasuke/ Sakura.  

 

 

 

 

Era una noche fría aquella que había elegido para distraer un poco sus preocupaciones en un bar cercano a su hogar. Con el rostro tapado por una capucha, observaba sin ser visto lo que pasaba frente a él. El lugar estaba poco concurrido, y sólo el murmullo de voces alteraba el casi pacífico silencio.

 

No es que él se considerase chismoso, pero ¿cómo no ver al grupo que hablaba con tan grandes gritos de júbilo? Más apropiadamente, era sólo una persona entre ellos la que hablaba con ese entusiasmo. El hombre tenía ojos picarescos, que brillaban cuando hablaba, y sus ropas lucían bastante deshilachadas y desteñidas por el tiempo. Con amplios movimientos de sus gordos brazos, éste les hablaba de cosas que alguien sano nunca diría en público con un gran heroísmo. Se paraba con sus manos en las caderas y su cabeza hacia arriba, como si se tratara de alguna especie de rey.

 

El mencionado hombrecillo dijo, su voz alterada bajo la influencia del alcohol:

 

- …  y sí, señores y señoritas – le guiñó un ojo a las dos mujeres allí reunidas. “He logrado lo que en el mundo shinobi es considerado prohibido. ¡He entrado en el laboratorio de Orochimaru! ¡Sí, el laboratorio de Orochimaru!

 

El grupo, sobre todo las mujeres, se movieron en sus asientos en una mezcla de excitación por saber más y horror ante la audacia del narrador. Era bien conocido en todas las villas que tras el terminar la Gran Cuarta Guerra Ninja, shinobis de varias naciones habían intentado encontrar los varios laboratorios donde Orochimaru y su perro faldero Kabuto Yakushi habían trabajado durante muchos años en jutsus prohibidos y sellos desconocidos. A pesar de que la búsqueda había comenzado inicialmente como una competición, los murmullos de voces y gritos histéricos que parecían salir de los laboratorios ocultos habían hecho a más de un cobarde huir.

 

La gente se preguntaba acerca de las horribles cosas que se podían encontrar allí. La imaginación es un arma muy poderosa para las personas y sus naciones, y ella era responsable de propagar historias sobre los fantasmas de las pobres almas de los torturados por Orochimaru.

 

Así que la gente dejó de ir, a pesar del hecho que cualquiera que tuviese conocimientos sobre algún jutsu o sello podría considerarse millonario. El mercado negro estaba habido de conocimiento prohibido y pagaba muy bien a alguien para obtenerlo. Era una decisión estúpida, pero no era sorprendente que algún tonto se aventurara en aquellas regiones malditas, esperando que la suerte les hiciera conseguir algún pergamino.

 

Y parecía que aquella suerte había tocado la puerta de aquel hombre tan hablador. Mientras esperaba que sus palabras se asentaran en las mentes y corazones de su público, movió una de sus manos al suelo, agarrando un bolso. Dentro había cinco pergaminos, prolijamente enrollados, y se los mostró al grupo.

 

- ¡Y aquí tengo la prueba! – dijo, poniendo los pergaminos en la mesa.

 

- ¡Vas a hacer una fortuna con estos! – dijo una de las mujeres, con una mano sobre su boca en muestra de asombro.

 

- ¡Seguro que sí! – rió el hombre. - ¡Voy a tener un montón de dinero con ellos! ¡Voy a ser rico!

 

El otro hombre miró al interlocutor mientras el grupo le felicitaba por su gran hazaña (sin perder el tiempo para pedir algún dinerillo prestado). El encapuchado sonrió para sí, y espero pacientemente en su taburete hasta que los reunidos allí se fueran.

 

Finalmente, tras una hora, las mujeres dijeron adiós y salieron. Luego siguió un hombre, que se tambaleaba de un lado al otro por la influencia del alcohol. Segundos después, los últimos dos miembros del grupo se fueron, dejando al aventurero solo.

 

El encapuchado observó como el otro hombre vaciaba de un solo trago lo que quedaba en su botella de sake y se levantaba, sosteniendo en su mano temblorosa la bolsa de los pergaminos. Éste caminó al bosque oscuro que cercaba el bar, dirigiendo sus pasos hacia su casa. El primero se movió silenciosamente del bar, contento ya que el hombre que seguía ni siquiera le había visto.

 

Mientras caminaba detrás del otro, el encapuchado observó como los pies del borracho chocaban uno contra el otro, su cuerpo danzando de izquierda a derecha, y sus rodillas doblándose, como si fueran a colapsar en cualquier momento.

 

Tan alto parecía ser el contenido de alcohol en la sangre del aventurero, que el encapuchado podía jurar que, aunque el otro pudiera sentirle o verlo, no podría hacer nada en su contra; así que se movió más cerca del borracho.

 

Mientras el encapuchado le alcanzaba, movió una de sus manos a su espalda, donde descansaba su espada. Agarró el mango de ésta y sacó su katana, dejando que el arma encontrara su camino a través del estomago del otro.

 

El cuerpo cayó al suelo tan largo era, yendo a parar al duro suelo del bosque, sangre esparciéndose a su alrededor. El encapuchado liberó el arma del estómago del hombre, secando el líquido rojizo en las ropas del otro. Guardó la katana, tomó la bolsa y chequeó su contenido, asegurándose que los cinco pergaminos estuvieran allí. Tras esto, saltó hacia el árbol más cercano y empezó a moverse a través de las hojas.

 

El viaje fue corto y cuando la dormida Konoha apareció en el horizonte, dejó que sus piernas descansaran sobre el tronco donde había aterrizado.

 

Acercó la bolsa hasta su regazo y empezó a sacar uno por uno los pergaminos, leyéndolos por encima. Los primeros cuatro no le parecieron interesantes, pero fue con el quinto cuando sus ojos se abrieron tan amplios como eran.

 

El hombre dejó que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro mientras ponía el pergamino dentro de sus ropas, dejando los demás en la bolsa. Lanzó ésta sobre su hombro, se levantó y caminó la última milla que le separaba de la villa.

 

Cruzó a través de la amplia puerta de la ciudad, escabulléndose dentro cuando los guardias no miraban en su dirección. Luego se movió entre las vacías calles hasta llegar a un pequeño edificio que había visto mejores días. Entrar en el lugar no fue difícil y pronto se vio a sí mismo caminar dentro del apartamento. Era cuidadoso de andar entre el desorden del suelo, una capa de suciedad que se extendía por todas partes.

 

Con pasos cuidadosos para no despertar al único habitante de la casa, puso la bolsa de los pergaminos sobre una pequeña mesa. Luego se volteó y vio a un joven descansando en una pequeña cama. Su pecho desnudo subía y bajaba rítmicamente mientras respiraba.

 

El encapuchado miró al otro hombre como si fuera la persona más fascinante en el mundo. Mientras sus ojos vagaron por el bello rostro, movió una de sus manos hasta la capucha y la dejó caer, liberando su largo y negro cabello.

 

El rostro del hombre era muy guapo, con un color blanco que brillaba en la luz de la noche. Un par de ojos negros estaban todavía en la cara del joven, brillando con tanta intensidad que casi parecía hipnótico.

 

Itachi Uchiha dejó de mirar al rostro del otro y camino hacia el hombre, sentándose a su lado. Movió una de sus manos hasta las rubias hebras, dejando que sus dedos se mezclaran con el pelo.

 

- Mi pequeño, hermoso niño… - susurró, agachándose sobre el cabello del otro y oliéndolo.

 

Luego la mano de Itachi se movió hasta la mejilla más cercana, donde tres líneas, como los bigotes de un gato, se dibujaban sobre la bronceada piel. Las tocó con sus largos dedos, sonriendo al observar como el objeto de su cariño se movía cerca a su calor.

 

- Pronto, mi pequeño – dijo Itachi. – Pronto serás mío, mi amor.

 

Dichas estas palabras, plantó un beso en la frente del rubio. Luego se levantó, agarró la bolsa de los pergaminos, se puso la capucha sobre su cabeza y se desvaneció, como si nunca hubiera estado allí.  


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