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El silencio de tu alma por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 2 —

Esperanza

 

Yuki jamás imaginó que viajar en una ambulancia, viendo cómo la vida de la persona que amaba pendía de un delgado hilo, fuese una experiencia tan traumática. Las ocasiones en las que había relatado escenas cabalmente similares en sus novelas, no se comparaban en lo más mínimo con lo que había vivido desde el parque acuático hasta el hospital general de Tokio. Ver a Shuichi convulsionar bajo el desfibrilador, ser entubado y posteriormente asistido con ventilación mecánica mientras los paramédicos hablaban en un lenguaje tan irreal para Yuki, le había significado peor que asimilar la muerte de Kitazawa luego de verlo sin vida tras dispararle en defensa propia.

Yuki se sentía preso en una pesadilla, de la cual no podía salir por más que intentara despertar. Nunca creyó que vivir las mismas experiencias que relató en más de una ocasión en sus libros fuese tan desgarrador. Ahora sabía que, lo que escribía en sus libros, era sólo ficción, y que para lograr un relato creíble de un determinado evento, tenía que vivirse en carne propia.

La llegada al hospital había sido igualmente dolorosa. El equipo médico que aguardaba por Shuichi se había desplegado rápidamente para internarlo de urgencia y continuar con la reanimación. Yuki no había querido despegarse de su lado, pero la intervención de los guardias y algunos auxiliares médicos le impidieron acompañar a Shuichi hasta la sala de cuidados intensivos.

Yuki, en ese momento —mientras se veía obligado a aguardar al otro lado de la puerta que lo separaba de Shuichi— sólo sabía dos cosas: Shuichi estaba muy grave y posiblemente no sobreviviría.

Cuando los demás hicieron su aparición en el hospital e irrumpieron en la sala de espera, encontraron a Yuki sentado en uno de los sillones cerca de una ventana; aún con la toalla que Tohma le había puesto sobre los hombros antes de subir a la ambulancia. Su ropa, todavía mojada, se ceñía a su cuerpo y entumecía su piel, provocándole sutiles espasmos acompañados por su casi ausente respiración. Tohma no dudó en acercársele al verle en ese estado. Después de la muerte de Kitazawa, nunca lo había visto tan derrumbado como ahora, y le dolía observar el dolor en su rostro. No podía soportarlo.

—Todo saldrá bien, Eiri-san —fue lo único que pudo decir en ese momento. Yuki, simplemente escuchó en silencio, viendo de manera ausente el suelo, sin dejar de repasar en su cabeza las escenas desde el rescate de Shuichi hasta que lo perdió de vista tras las puertas del área de urgencia.

Todos sabían que lo que había sufrido Shuichi era importante y delicado. Su condición durante la reanimación en el centro acuático había sido compleja y crucial, y gracias a los esfuerzos y la perseverancia de Yuki por reanimarlo, habían logrado conseguido aferrarse a la vida un poco más.

Yuki sintió el calor de las manos de Tohma sobre las propias y contuvo las ganas de llorar contra su pecho como lo había hecho en alguna ocasión cuando despertaba grillando en las noches, invadido por pesadillas tras la muerte de Kitazawa. En aquel entonces, Yuki era vulnerable, frágil como el cristal más fino, y sentía que lo seguía siendo. No soportaba lo que estaba pasando con Shuichi; no tenía las fuerzas para sobrellevarlo. Sentía que a cada respiro su corazón se fraccionaba y destemplaba como una pieza de porcelana impactada por un trozo de roca arrojado sin piedad. El dolor lo estaba absorbiendo, envolviendo con sus retorcidas manos para llevarlo hasta aquella oscuridad de la que había logrado escapar cuando conoció a Shuichi.

«Shuichi es mi luz», había dicho en una ocasión. Ahora más que nunca aquellas palabras cobraban sentido. Porque si Shuichi no estaba a su lado, su luz se apagaba, y él quedaba a la deriva en una inmensa y desolada oscuridad.

—Tío Eiri —murmuró su sobrino de pronto, luego de apoyar ambas manitas sobre su rostro demacrado para acariciarlo—, no estés triste. No estés triste.

Por estar derrumbado en el sillón, Yuki no reparó en el momento que Mika se sentó a su lado con Shouta, su sobrino de cuatro años. El chiquillo, a pesar de su corta edad, tenía la misma astucia de su padre (también su apariencia) y una inteligencia digna de envidiar. Él no entendía lo que estaba sucediendo, pero había sabido percibir que Yuki no estaba bien y que una sincera palabra de aliento y un gesto de apoyo era lo más idóneo en ese momento.

Yuki sintió la suave caricia de su sobrino y, de manera inevitable, recordó las manos de Shuichi cuando lo tocaba. Siempre cálido, siempre dulce. Su corazón se oprimió y sus ojos picaron un poco. No tuvo fuerza para levantar la mirada y sostenerla con nadie. Su mente repasaba una y otra vez imágenes de Shuichi inconsciente, pálido y frío bajo las manos de los paramédicos que habían hecho esfuerzos casi sobrehumanos por mantenerlo con vida. Y se rehusaba a creer que estaba a su espera en una sala de hospital.

Mika y Tohma permanecieron a su lado en silencio, luego que el pequeño Shouta se acomodara sobre las piernas de su madre. Yuki agradecía ese apoyo incondicional que su familia siempre le otorgaba a pesar de lo mal que se portaba con ellos y su ingratitud. Él no podía ser más afortunado al contar con una gran familia a pesar de la relación que se daba con ellos.

En medio de la agónica espera por noticias de Shuichi,  Yuki oyó a Tatsuha comentar con Ryuichi el por qué y cómo pudieron haber sucedido las cosas. Yuki recordó entonces lo que le había dicho a Shuichi la última vez que lo vio «consciente»: «Me harías un gran favor si te pierdes por ahí y nunca regresas. Anda: que te trague la tierra. O mejor vas y te arrojas de cabeza a la piscina y te ahogas». ¿Qué clase de palabras habían sido esas? ¿Acaso eran un presagio o un deseo que al final se había hecho realidad? Yuki sacudió levemente la cabeza y se maldijo por ser un idiota que no pensaba antes de hablar.

«Y se supone que el idiota inmaduro es Shuichi», pensó. «A fin de cuentas, el único y verdadero inmaduro en la relación soy yo, y sólo yo.»

En los años que llevaban juntos, Yuki no había logrado soltarse lo suficiente con Shuichi como para tratarlo con el respeto y el derecho que se merecía. Siempre con golpes, siempre con insultos; siempre con esa mirada fría y distante que Shuichi aun así aguantaba estoicamente. Yuki arrastraba a Shuichi en su mundo de abatimiento y traumas aún sin superar por causa de aquel estúpido y ridículo pasado al que se empecinaba en aferrarse con todas sus fuerzas por miedo a olvidar quién fue alguna vez Kitazawa Yuki. Lo odiaba, lo odiaba infinitamente pero también lo amaba, así como también a Shuichi. Amaba con locura a Shuichi. Amaba todo de él. Desde su insoportables lloriqueos infantiles hasta la pasión con la que sabía amar y dedicarse por entero a la música. Amaba verlo brillar sobre un escenario, verlo reír o impresionarse por cosas tan triviales e insignificantes. Shuichi era como un niño en un viaje de excursión: todo le impresionaba y emocionaba. ¿Cómo no podía amar a alguien como él? ¿Cómo podía negarse a la idea de decirle de vez en cuando un «te quiero» o una palabra que le demostrara cuán importante era en su vida? Sabía que Shuichi estaba al tanto de sus sentimientos; se lo demostraba por esa forma de hacerle frente y soportarlo, pero también sabía que Shuichi necesitaba oírle decir un «te amo» o un «te quiero». Cuando lo hacía, tarde mal y nunca, disfrutaba de ese brillo radiante en los ojos de Shuichi, así como también la manera en la que se le arrojaba a los brazos, derribándolo en el proceso, para llenarlo de besos y responderle de manera alborotada cuánto lo amaba con locura. Y ahora... más que nunca, Yuki necesitaba oír de sus labios esos «te amo» y ver la pasión viva en sus ojos. Necesitaba a Shuichi a su lado.

Tohma se levantó de pronto y se acercó al mesón de recepción para hablar con la enfermera a cargo del piso. Yuki, atreviéndose a alzar la mirada, vio cómo la señorita, tras revisar la pantalla de la computadora, negó con la cabeza de manera consternada.

Yuki comenzó a cuestionarse por qué había sucedido semejante desgracia. El día había sido perfecto hasta antes del accidente. Tohma se había esmerado en darles a todos sus funcionarios un paseo familiar grato e inolvidable. Y lo irónico era que sí sería inolvidable; ¿quién podría olvidar el accidente de Shuichi?

Los reclamos de Hiro del por qué no informaban nada del estado de Shuichi terminaron por romper el silencio austero y desolador que se había hecho presente en la sala de espera. Yuki no se había percatado de su presencia; tampoco de Tatsuha, que consolaba los sollozos de Ryuichi, ni del resto del grupo al que Shuichi pertenecía. Repasó casualmente sus apariencias y se dio cuenta que todos se habían trasladado al hospital directamente desde el recinto acuático.

 

 

El paso de las horas resultaba insufrible para Yuki y quienes aguardaban en la sala de espera del hospital en el ala de urgencias. Yuki no se había movido del sillón, y se había negado a aceptar comida o cualquier líquido caliente para devolverle la temperatura normal a su cuerpo. Le importaba un comino si se enfermaba de pulmonía por quedarse con la ropa mojada. Su traje empapado entumeciendo su cuerpo le permitía mantenerse consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor y lo que pasaba por su cabeza. Y no era tan débil como para morir por un simple resfriado; su necesidad por estar lo más cerca de Shuichi le permitía repeler cualquier virus que intentara acercarse a su organismo.

La prensa, para ese entonces, ya se había enterado de la devastadora noticia y los medios de comunicación se habían apostado en las afueras del hospital para tener la primicia del estado actual de Shuichi. K y Tohma se hacían cargo de mantener al margen a la horda de periodistas que intentaban a toda costa ingresar al establecimiento y capturar imágenes exclusivas de Yuki y la familia de Shuichi, que había hecho su aparición dos horas después del incidente.

Yuki sólo era capaz de escuchar en medio de su letárgica agonía, los sollozos de la madre de Shuichi y los murmullos de los demás, como ecos distantes y lapidarios. Frustrado en su fárrago de emociones fustigantes y resquebradas se preguntaba ¿por qué no le decían cómo estaba Shuichi? ¿Por qué tardaban tanto en estabilizarlo? Quería verlo cruzar por esa puerta y disculparse por lo idiota que había sido al caer a la piscina y ahogarse. ¿Quién le había dado el derecho de asustarlo de esa manera? ¿Por qué siempre se empeñaba por revolver su  mundo y convertirse en su centro de atención? ¿Acaso no sabía que para Yuki él era su pilar fundamental para no derrumbarse, y que si desaparecía, Yuki se iría con él?

Las preguntas y corajes perniciosos de Yuki quedaron suspendidos en sus pensamientos luego que uno de los médicos a cargo de Shuichi salió del área de urgencias y se les acercó. Yuki tomó la providencia de escrutar detenidamente su rostro, y lo que vio en él no le gustó. Sus piernas temblaron pero aun así se incorporó del sillón que había tomado la forma de su cuerpo en las ocho horas de espera.

—Su estado es crítico.

Yuki sintió como si una bomba le hubiese explotado en la cara y dejado en colgajos hirientes su piel desgarrada. Durante la espera había tenido la vaga y absurda esperanza que Shuichi estaría bien, y que sólo había sido el susto de verlo cianótico bajo el agua.

Los padres de Shuichi y Hiro, así como también Mika y Tohma, comenzaron a interrogar al doctor para saber en detalle lo que sucedía con Shuichi. Yuki, para ese entonces, había comenzado a perder la capacidad para escuchar. Las palabras del doctor no le resultaban entendibles; sus términos médicos eran como anagramas sacados de una revista de día domingo. Pero aún en medio de su inentendible explicación, Yuki fue capaz de escuchar lo suficiente para sentir el cese de los latidos de su corazón.

—Hicimos todo lo que pudimos. Él llegó en estado de coma.

Las palabras del doctor explicando el estado comatoso de Shuichi fueron suficientes para derrumbar a Yuki. Tatsuha alcanzó a sostenerlo en el momento que sus piernas le fallaron.

—¿Pero se repondrá? —preguntó el padre de Shuichi, mientras su esposa era abrazada por Maiko y la consolaba en uno de los sillones de la sala.

—Logramos controlar la hipotermia y lo sometimos a un tratamiento pulmonar intensivo. Seguimos monitoreando su estado para evitar riesgos de coagulación, arritmia y fibrilación ventricular, y le suministramos una solución bicarbonatada para combatir la acidosis.

—Sea claro, por favor —pidió Tohma. Los términos médicos siempre le exasperaban. No lograba entender esa fea manía que tenían los doctores de presumir sus vastos conocimientos médicos ante personas desesperadas y vulnerables emocionalmente por tener noticias de un ser amado.

—Uno de los mayores agravantes en este tipo de casos es la falta de oxigenación a nivel sanguíneo y orgánico. Shuichi-kun sufrió un edema pulmonar y cerebral grave debido a la aspiración de líquido durante el ahogamiento y falta de oxígeno, lo que provocó taquicardia por la disminución de volumen circulante de sangre. La falta de oxigenación desencadena una serie de trastornos, que van desde edemas hasta paro cardiaco y falla renal.

—¿Quedará con algún tipo de secuela? —se atrevió a preguntar Tohma. La frialdad con la que manejaba la situación era admirable.

—Es una posibilidad dada la gravedad de su condición por el tiempo que permaneció sin oxígeno. Pero nada es seguro. Lamentablemente, su estado es demasiado delicado. El pronóstico no es alentador.

—¿Podemos verlo? —preguntó el padre de Shuichi. Se había manifestado a pesar del nudo en su garganta y el brillo inusual y resquebrajado en sus ojos.

—Está aislado en cuidados intensivos; no se permiten las visitas. Al menos no esta noche.

El resto de las explicaciones que dio el doctor, Yuki no las quiso seguir escuchando. Sus palabras, señalando que el estado de Shuichi era crítico, y lo suficiente para no sobrevivir, resonaban en Yuki como tronantes campanadas de catedral en su cabeza, impidiéndole procesar con claridad el resto de su explicación porque, cada palabra, era más flagelante que la anterior.

Sus esperanzas de ver a Shuichi sano y salvo se habían derrumbado como un castillo de naipes con la explicación flemática del doctor. Y en ese momento sólo deseó regresar a casa; regresar con Shuichi y borrar de su memoria este maldito día.

 

 

El accidente de Shuichi había conmocionado al país y acaparado las portadas de todos los periódicos y revistas, así como también los canales de televisión que seguían los pasos de las celebridades tanto nacionales como internacionales. K y el doctor a cargo de Shuichi manejaban la información médica con ruedas de prensa, informando el progreso Shuichi. Tohma por su parte, había comenzado con los trámites legales, bajo el respaldo de sus abogados, para levantar una demanda contra el centro acuático ante la negligencia de no haber contado con el equipo necesario de rescate y seguridad para los clientes del parque de ese día. Y todos sabían que, el haber despertado la furia de Tohma y su poder absoluto, presagiaba una hecatombe para todos los involucrados del centro acuático.

Veinticuatro horas después del accidente, y sólo después de haber logrado controlar la fiebre de 40ºC que sufrió Shuichi, se le permitió a Yuki visitarlo por unos momentos. Para ese entonces, Shuichi había sido trasladado a una nueva habitación en el área de cuidados intensivos con visitas restringidas a una persona. Todos concordaron que el único que tenía el derecho de estar con Shuichi era Yuki, a pesar de los repliques de la señora Shindou por querer ver a su hijo. El derecho de Yuki por ser pareja de Shuichi se contraponía con los de la abatida mujer.

La primera impresión de Yuki al ver a Shuichi postrado en una cama de hospital y conectado a cientos de maquinarias que lo aferraban a la vida, fue un remezón suficiente para mermar los latidos de su corazón y reactivar la úlcera que aún ni con los más rigurosos tratamientos médicos había logrado erradicar por completo. Y cada vez que pasaba por periodos de estrés o emociones lo suficientemente fuertes como para derribarlo, la llaga en su estómago le recordaba lo vulnerable que era como ser humano.

Desde el accidente habían sucedido cinco días, y las cosas no mejoraban; ni siquiera cambiaban. Yuki no se había querido mover del hospital. Se había negado a regresar al departamento. No deseaba regresar a cuyo lugar no estaría Shuichi, porque cada cosa en el apartamento le recordaría a él, y no tenía las fuerzas para soportarlo.

Mika se encargaba de ir por cambios de ropa al apartamento y se los llevaba al hospital. Hiro y  la familia Shindou también habían tenido la oportunidad de visitar a Shuichi pero por cortos periodos de tiempo. Y, por un permiso exclusivo, se le había permitido a Yuki quedarse en la habitación con Shuichi, quien aún no salía del coma profundo en el que se encontraba. Los médicos ya habían perdido las esperanzas de una recuperación exitosa y libre de secuelas.

—Ve a casa, Eiri. Necesitas descansar un poco —insistió Mika una vez más, luego de ver a Yuki sentado en un taburete a un costado de la cama donde yacía Shuichi, entubado y conectado a un ventilador mecánico. El dorso de sus manos eran invadidos por agujas que le suministraban suero y otros compuestos que Yuki no se había tomado la molestia de memorizar, a pesar de las reiteradas veces que el doctor le había explicado la condición de Shuichi y las medidas que estaban tomando en él.

Yuki veía de manera ausente a Shuichi. Su mirada fija se perdía en la tranquilidad de su rostro pálido e inexpresivo. Parecía que Shuichi dormía profundamente y no despertaría. Los doctores le habían dicho que sus ondas cerebrales iban de descenso y, contra más prolongado fuera el coma, más probabilidades habían de un daño neurológico severo. Yuki tenía la esperanza de que eso sólo fueran conjeturas basadas en simples estadísticas y que Shuichi despertaría como si nada hubiera pasado.

—Eiri.

—Déjalo, Mika —pidió Tohma condescendiente, de pie junto a Yuki. Se le había permitido un permiso especial a él y a Mika para ingresar a la habitación por unos minutos para lograr convencer a Yuki de regresar al departamento y descansar—. Eiri-san sabe lo que hace. No podemos obligarlo a dejar a Shindou-san. Ambos se necesitan.

Tohma sabía lo que Yuki deseaba. De haber sido el Yuki antiguo, aquel  que aún no conocía a Shuichi, habría escapado y se habría sumergido en su propio mundo, refugiándose en esa burbuja que había creado a su alrededor tras la muerte de Kitazawa para impedir que cualquier cosa lo dañara. Ahora Tohma veía fortaleza en Yuki, una fortaleza implacable, resistente y verdadera. Y, a pesar de todo, le alegraba verlo aún en pie y resistiendo. Shuichi había cambiado a Yuki, lo había cambiado para bien, y quizá este lamentable accidente era una prueba para ver cuánto habían aprendido el uno del otro en los años que llevaban juntos.

—Al menos tienes que comer algo —dijo Mika. Comprendía el sentimiento de Yuki, pero no podía aceptar verlo sacrificar su propia salud por Shuichi. Amaba a Yuki; era su hermano menor, y no quería verlo enfermo.

Yuki a duras penas comía o bebía algún líquido para no apartarse de Shuichi. En el traslado al hospital, se había rehusado a soltar su mano, salvo cuando Shuichi necesitaba el desfibrilador. Yuki presentía que el soltarlo representaba algo de lo que después se arrepentiría.

—Sólo piensa que una vez que Shindou-kun despierte, no querrá verte débil y enfermo —dijo esta vez Tohma con la gentileza digna de un padre afectuoso. Sus palabras parecieron tener un buen efecto en Yuki, porque se puso de pie y caminó hacia la puerta de la habitación.

—¿No piensan acompañarme? No traigo dinero. Tendrán que pagar ustedes la comida.

Mika se acercó a Yuki y tomó una de sus manos, como si con ello quisiera confortarlo y premiarlo por su iniciativa de alimentarse. Tohma en cambio, permaneció junto a Shuichi.

—Me quedaré —dijo—. Lo acompañaré en tu lugar, Eiri-san. Si despierta, querrá ver un rostro conocido.

Yuki rodó los ojos y abrió la puerta.

—Dudo que se alegre de ver el tuyo —comentó con esa implacable frialdad que nunca perdía y hacía gala de su adusta personalidad.

Tohma sonrió y asintió. Sabía que Shuichi lo respetaba al grado de temerle, y le alegraba ese sentimiento, porque era en cierto punto recíproco; Tohma respetaba a Shuichi, y también lo apreciaba por haber sido la única persona capaz de sacar a Yuki adelante.

En la cafetería, Mika le compró a Yuki un emparedado contundente y un zumo de piña. A regañadientes, Yuki comenzó a comer mientras Mika le acompañaba con un jugo de manzana. En reiteradas ocasiones Yuki se había preguntado cómo y por qué había un espacio para comer dentro de un hospital; simplemente no le encontraba sentido, porque la mayoría de las veces, cuando uno se veía en la necesidad de visitar un hospital, era por cuestiones de salud o porque un familiar atravesaba por una desgracia, y, frente a ese tipo de circunstancias, nadie que estuviera lo suficientemente cuerdo, tendría la capacidad de tragar algo.

Veía a las personas en las otras mesas, y parecían completamente ajenas a su mundo. Muchos hacían vida social, otros intentaban comer y de vez en cuando se escuchaba alguna risotada.

«Están enfermos», pensó Yuki con rabia. «Se sueltan a reír ignorando el dolor de otros. ¡Yo me estoy muriendo y ellos se ríen!»

—Tohma me comentó que los padres de Shuichi piensan hacerse cargo de él una vez que le den el alta.

Las palabras de Mika resonaron suaves, pero con una tonada tan fustigante que le cerró a Yuki aún más el apetito. Ahora podría agradecerle a su querida hermana que por su culpa se le había cerrado por completo la garganta.

—Ya hablé con ellos —logró articular una vez que tragó el trozo de emparedado que había alcanzado a masticar.

—¿Y qué les dijiste?

Yuki dejó a un lado su emparedado y prefirió beber el zumo de piña. Al menos eso su garganta era capaz de aceptar sin devolverlo en el proceso.

—Les dije que yo me haré cargo.

—Pero, Eiri... tú no puedes.

—¿Y por qué no? ¿Me crees un inútil incapaz de cuidar a otra persona?

—No se trata de eso. Es sólo...

—¿Cuál es el problema? —preguntó tajante—. Shuichi es mi pareja; no puedo abandonarlo sólo porque tiene problemas. No es un artefacto que puedo desechar, maldita sea. —El vaso vibró en su mano. Yuki no podía controlar esa ira que había estado acumulando desde el accidente. Por más que intentaba canalizarla y afrontar la realidad, se negaba porque guardaba esperanzas de salir del hospital caminando de la mano con Shuichi sin ningún impedimento físico. Y, de haber alguno, lo asumiría.

—Lo sé, Eiri, y te entiendo.

—No, no me entiendes; nadie me entiende. Nadie se ha puesto en mi lugar y ha pensado en lo que he estado soportando desde ese maldito accidente. ¡No me digas lo que tengo que hacer!

—Cuidar de alguien en el estado de Shuichi no es fácil. Será mucha responsabilidad. ¿Estás dispuesto a asumir la responsabilidad de cuidar a una persona enferma?

—Shuichi no está enfermo.

—Eiri... afrontemos la realidad —pidió Mika, tomando las manos de Yuki que reposaban hecha puños sobre la mesa—. Tú y yo sabemos, al igual que la familia de Shuichi y los doctores, que el daño que sufrió Shuichi por la asfixia es irreparable.

—Eso aún no lo sabemos. No se puede decir nada mientras no despierte.

—Sé que esperas un milagro.

—No espero ningún milagro. Sé que Shuichi estará bien.

—Todos quisiéramos eso, pero la realidad es otra.

—¡¿Quieres dejar de decir toda esa basura?! —masculló Yuki, soltándose del suave agarre de Mika—. Shuichi no está enfermo y no desistiré de cuidarlo aún en el peor de los casos. Sea cual sea el resultado voy a estar con él.

Mika no quiso seguir insistiendo; conocía lo suficiente a Yuki como para saber que su obstinación era peor que la de cualquiera, incluso que la de Shuichi. Ambos eran tan necios que se entendían a la perfección. Mika lo había asumido hacía mucho, luego de ver la perseverancia de Shuichi al no querer desistir de Yuki a pesar de las circunstancias por las que éste había pasado en su infancia.

Yuki intentó seguir bebiendo el zumo de piña pero simplemente no pudo. La conversación con Mika no había resuelto nada, tampoco ayudado; por el contrario, había empeorado todo al tener que aceptar una realidad que no le agradaba.

Recordó la conversación con los padres de Shuichi la segunda noche, luego que se les permitió visitar a Shuichi.

—Agradecemos todo lo que han hecho por Shuichi, pero ahora nos corresponde a nosotros hacernos cargo. Es nuestro hijo —había dicho el padre de Shuichi en la sala de espera, asumiendo que su hijo no sería el mismo al despertar.

Yuki sintió como si le hubiesen pateado la boca del estómago, dejando una desagradable sensación de ácido en su interior. No entendía la frialdad con la que los padres de Shuichi manejaban las cosas. La familiaridad que habían establecido por los años de unión con Shuichi se había roto en ese instante.

—Él es mi pareja —respondió, intentando con ello hacer valer su derecho y justificar el por qué no podía simplemente dejar a Shuichi en manos de sus padres y librarse de su compromiso como amante.

—Lo entendemos, Eiri-kun —dijo la madre de Shuichi, secándose con un pañuelo blanco las lágrimas de su rostro demacrado—, pero somos su familia y es nuestro deber cuidarlo.

—Yo también soy su familia —aclaró Yuki. Ya a esas alturas había perdido la paciencia. La necedad de los padres de Shuichi era tal, que Yuki finalmente entendía por qué Shuichi eran tan terco como una mula.

—Eiri-kun...

—Entiendan esto —interrumpió Yuki, imponiéndose sin importarle pasar a llevar la autoridad y el respeto que tenía por los padres de Shuichi. A fin de cuentas, los años que llevaban relacionándose como familia le permitían ese grado de confianza—: no voy a dejar a Shuichi. El accidente no cambió ni cambiará lo que siento por él. No crean que porque quedará con algún tipo de secuela lo dejaré.

La madre de Shuichi se soltó a llorar en ese momento. Lloraba por todas las emociones que se habían aglutinado en su pecho como masilla de pan añejo, y porque vio en Yuki ese amor del que en algún momento había llegado a dudar por todas esas ocasiones en las que Shuichi había regresado a casa con una maleta y argumentando que finalmente todo se había terminado con Yuki. Ahora podía estar tranquila al ver y saber que, a pesar de todo, Yuki no abandonaría a Shuichi, aún en las peores circunstancias.

Yuki había aprendido a no huir de nada ni de nadie. Cuando conoció a Shuichi sólo supo herirlo una y otra vez hasta dejar pedazos de su corazón, como una pieza de porcelana rota por el peñascazo de una piedra. Pero pese a eso, Yuki no se preocupó de hacer nada para evitarlo. Él creía que no tenía el derecho de ser amado y sentía que no se merecía a Shuichi. Huía de la realidad, y prefería, antes de salir lastimado, rechazar y herir a todos.

Había leído una vez que, entre una persona y otra, existía una puerta que no se podía ver. Yuki era temeroso; por eso cerraba su corazón a los otros. Y ante esas circunstancias, vio a Shuichi sufrir muchas veces. Ahora se arrepentía de ello.

«Lo siento... Shuichi.»

El celular de Mika vibró en su bolsillo, seguido de una rítmica melodía que sacó a Yuki de sus pensamientos. La vio contestar y contempló con cierta inquietud la expresión de su rostro.

—¡¿Estás seguro, Tohma?! ¡En seguida vamos!

Mika colgó y se levantó de la silla, haciendo rechinar con estruendo las patas del mueble en la loza del suelo.

Vio a Yuki y dijo casi en un grito:

—¡Shuichi despertó!

Yuki en ese momento sintió que el suelo bajo sus pies se hundía y lo sumergía en una opresión peligrosa. No estaba preparado para tal noticia. Experimentó drásticamente angustia, ansiedad, temor y alegría. Su mente pasó por un proceso de revisión expedita de todas las insufribles horas junto a la cama donde Shuichi dormía desde el día del accidente y sintió ganas de llorar.

Se incorporó impulsado como un resorte de la silla y abandonó la cafetería, seguido por Mika, tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Al llegar al pabellón de cuidados intensivos, vio a Tohma fuera de la habitación de Shuichi, paseándose como un león enjaulado.

Asustado, Yuki detuvo la marcha. Sentía su cuerpo entumecido y los traqueteos del corazón resonaban en su cabeza como si una orquesta estuviera dentro de ella.

—¡Eiri-san!

El llamado de Tohma, una vez que éste se acercó, trajo a Yuki de vuelta a sus sentidos. Vio su rostro alterado y sintió  miedo. No se atrevió a preguntarle cómo estaba Shuichi o cómo había despertado. Pero Tohma, entendiendo el comportamiento de Yuki, luego de leer su expresión, dijo:

—Abrió los ojos mientras le sujetaba la mano. Los doctores lo están revisando.

Yuki sentía que el aire se atoraba en su garganta y le impedía el paso de la respiración. ¿Así se había sentido Shuichi cuando se estaba ahogando?, pensó mientras intentaba retomar el control y dominio total de su cuerpo y la estabilidad de sus piernas. Cuando lo consiguió, Yuki emprendió la carrera hasta la habitación de Shuichi y la abrió de empellón, importándole poco lo que los doctores y enfermeras pudieran decir en ese momento.

Tres pares de ojos se volvieron a él en ese momento. Yuki clavó su mirada en Shuichi y le sorprendió verlo despierto y sin el ventilador mecánico. Escrutaba con detención su rostro a medida que ingresaba a la habitación, pero una de las enfermeras se interpuso en su camino.

—No puede pasar todavía.

Yuki ignoró la ordenanza de la jovencita y, haciéndola a un lado, se acercó a la cama. A medida que lo hacía, comenzaba a darse cuenta que algo no andaba bien con Shuichi. Ya no estaba conectado al ventilador, pero por alguna extraña razón Shuichi no se movía. Sus ojos estaban fijos en el techo y con una expresión perdida.

—¿Qué le pasa? —preguntó. Sus ojos habían empezado a picarle una vez que vio de cerca a Shuichi. Su cuerpo convulsionó levemente y sintió frío.

Shuichi no dio muestras de reacción ante la voz de Yuki. Permaneció inmóvil con la misma expresión inmutable que la de un muñeco.

El doctor terminó de revisar los signos vitales de Shuichi y se alejó de la cama, dejando el resto del trabajo a las enfermeras.

Vio a Yuki y respondió.

—Las ondas cerebrales de Shuichi-kun están por debajo del promedio.

Yuki clavó la mirada en los ojos del doctor.

—¡Explíquese bien, maldita sea! —bramó—. No entiendo qué trata de decir con eso.

El doctor se ajustó los anteojos.

—Tal como se lo habíamos dicho en un principio: la asfixia por inmersión produce, dependiendo del tiempo que el cuerpo pasa sin oxígeno, distintos tipos de agravantes. El que Shuichi-kun presenta es un daño neurológico severo. Su estado de conciencia es...

—¿Qué quiere decir? —interrumpió Yuki. Él no necesitaba cátedras ni versadas explicaciones dosificadas con terminologías médicas que jamás iba a entender; sólo quería la verdad clara y directa.

Desde la puerta del dormitorio, Tohma y Mika escuchaban abrumados la explicación del médico tratante.

—La lesión cerebral —expresó el doctor— por la disminución de oxígeno en la sangre y en el tejido orgánico provocó en Shuichi-kun un estado vegetativo. Y no sabemos si será permanente.

 

...Continuará...

Notas finales:

No quise irme en la profunda y explayarme con terminologías médicas que nadie iba a entender. Traté de exponer de la manera más legible la condición de Shuichi, y espero haberlo hecho cabalmente, porque la asfixia por inmersión gatilla una serie de padecimientos que tomaría demasiado en explicar debidamente.

Tomé la decisión de dejar el capítulo hasta aquí porque quise centrarme mejor en las emociones de Yuki (y espero haberlo hecho decentemente. Estoy perdiendo el toque; ¡o quizá nunca lo he tenido!) y porque lo siguiente será el desenlace del fic.


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