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El silencio de tu alma por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Cuento corto del motivo de mi ausencia: sufrí una lesión en la mano izquierda debido a un accidente casero, que además agravó la tendinitis que he venido arrastrando desde hace varios años. Eso, y mi problema a la vista que está empeorando.

Disculpen los inconvenientes.

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 3 —

¿Dónde estás?

 

La comunicación telefónica que Yuki sostuvo con Tohma durante diez minutos se interrumpió con brusquedad. Con desidia y un dejo de hastío en el rostro, Yuki dejó el móvil sobre la mesa de la terraza y observó la colilla de su último cigarrillo consumido sobre el cenicero y los restos de la cajetilla que había picado en pequeños trozos mientras hablaba con Tohma. Yuki estaba cansado de escuchar el mismo repertorio de Tohma —y de todos en general— desde el alta médica de Shuichi. «Eiri-san, siempre he apoyado tu relación con Shindou-san, porque sé que él te hace bien y te ha ayudado a superar la muerte de Kitazawa, pero ahora sólo te estás consumiendo por su actual estado y eso no les beneficia a ninguno de los dos. Deja que su familia se haga cargo mientras recuperas tus fuerzas. Te lo pido por favor; es por el bien ambos». ¿Cómo Tohma le pedía algo así? Yuki no podía desechar a Shuichi sólo porque estaba enfermo —quizá lo pensaría si no mejoraba en la cama o si seguía quemándole la cocina cuando intentaba preparar un simple desayuno—; lo había dejado claro cuando la familia Shindou había querido tomar la responsabilidad de cuidar a Shuichi. «Nadie me alejará de él», sentenció Yuki en ese entonces, pese a que y todos le insistieron que lo mejor era que Shuichi estuviese bajo el cuidado de su familia.

—Yo también soy su familia —murmuró viendo el atardecer anaranjado y fresco desde el balcón de su piso.

Hacía aproximadamente un mes que la luz se había apagado en los ojos de Shuichi, y tres semanas desde que fuera dado de alta. Y aunque su condición no mejoraba ni se prestaba a cambios, Yuki no perdía la esperanza de una recuperación milagrosa.

La junta médica del hospital en el que Shuichi había sido atendido tras el accidente señalaba que la condición de Shuichi era un caso complejo y sin un pronóstico alentador: «Injuria encefálica aguda» diagnosticaron luego de realizarle a Shuichi múltiples evaluaciones, determinando que la causa de su estado vegetativo persistente se debía a la isquemia cerebral —producto del edema cerebral— y a daños multisistémicos a nivel celular y sanguíneo. No había otra explicación.

Shuichi no se movía, no hablaba. Su vista permanecía fija en un punto muerto del techo y no respondía a ningún estímulo. Sus signos vitales eran tan débiles que, a pesar de respirar por sí mismo y mantener constante el ritmo de su corazón, sin aparentes complicaciones, se habían tomado las medidas necesarias para monitorear sus respuestas neurológicas, respiratorias y cardiacas las 24 horas del día. En un principio Yuki había rehusado ingresar al dormitorio porque no soportaba ver a Shuichi cercado por máquinas y conectado a tubos que le hacían verse más vulnerable de lo que realmente era. Cuando Yuki se le acercaba para verle o para atenderle, las palabras que había dicho en el parque acuático hacían eco en su interior como un taladro destructor y flagelante. «Desearía que por una vez en su vida dejara de moverse y hablar tanto». Qué crueles palabras resultaban ahora. Rasgaban el corazón y la carne de Yuki, dejándolo expuesto al dolor y la agonía de ver a Shuichi sumido en el silencio e inmovilidad absoluta.

Sus palabras se habían hecho realidad.

Yuki vio que el sol ya se había ocultado casi por completo entre los edificios vecinos, por lo que abandonó el balcón e ingresó al apartamento. Cuando lo hizo, se dio cuenta del silencio que inundaba el lugar. Se había acostumbrado en estas semanas, pero no podía evitar sentir escalofríos cuando recordaba porqué escuchaba sólo sus pasos y el sonido de su respiración, o incluso el de sus pensamientos. En los años que llevaba con Shuichi, se había visto habituado al ruido y a toda clase de escenarios cómicos e impensables, por lo que ahora se daba cuenta de que los extrañaba. Y el no tenerlos le lastimaba.

Con movimientos autómatas y rudimentarios, Yuki cerró las cortinas de la sala y encendió las luces. Fue a la cocina para prepararse un poco de café y, esperando que el hervidor estuviese listo, fue al dormitorio. Había resuelto trasladar a Shuichi a su alcoba porque era considerablemente más espaciosa y no se le hacía justo tener a Shuichi solo en el otro cuarto. «A fin de cuentas, ésta también es tu habitación», había dicho Yuki una vez que Shuichi fuera instalado en el dormitorio.

Por un instante Yuki tembló y titubeó a pasos de llegar a la puerta entreabierta de la recámara. Pero se armó de un falso valor y suspiró mientras se acercaba. Cruzó el dintel de la puerta sintiéndose pequeño. En un gesto involuntario se olfateó las manos por si éstas olían a tabaco y se aproximó a Shuichi. Revisó los monitores por si estos presentaban algún cambio y nuevamente un sentimiento de decepción franqueó su mente, atenazándole el corazón. Pero dejando a un lado aquel sentimiento, tomó del buró el lubricante oftálmico y, con movimientos precisos, vertió unas cuantas cotas sobre los ojos de Shuichi; también le untó un poco de crema humectante en los labios. El doctor le había explicado que, debido a que Shuichi no parpadeaba ni cerraba los ojos, ni tampoco mojaba sus labios por sí mismo, estos se secaban fácilmente y precisaban de lubricación constante.

En estas tres semanas, Yuki había aplicado muy bien las instrucciones de las enfermeras para el cuidado de Shuichi. Y si bien era un trabajo pesado que normalmente requería la asistencia de más personas, Yuki se las había arreglado solo porque así lo deseaba. Aseaba a Shuichi, le conectaba el suero y también le cambiaba las sábanas de la cama; incluso había aprendido a instalarle el tubo gástrico vía nasal. Lo vestía y vigilaba las máquinas que monitoreaban sus signos vitales y neurológicos.

Con todo lo que sabía, Yuki estaba capacitado para escribir una novela ligada directamente con la vida de un paciente similar al estado de Shuichi y los cuidados de su enfermera.

—¿Cuándo piensas despertar, inútil? —le preguntó a Shuichi mientras terminaba de aceitarle los labios—. Sabes que no me gusta perder mi tiempo en tonterías. Me tienes aquí, cuidándote... preguntándote cuándo volverás a mirarme y a chillar tan ruidosa y escandalosamente como sueles hacerlo cuando estás de vacaciones.

Yuki vaciló un momento cuando vio el movimiento de sus dedos sobre los labios perfectamente cerrados de Shuichi y cómo por el rabillo de sus ojos escurría los residuos del lubricante oftálmico. Sus propios labios temblaron y luchó por no quebrarse frente a Shuichi.

—Oye, no pienso esperarte toda la vida. Si te empeñas en causarme problemas buscaré a alguien que sea menos inútil que tú, ¿me oíste?

Vio el monitor donde se registraban las ondas cerebrales de Shuichi y le abrumó ver que no ofrecieron ninguna respuesta. Shuichi simplemente no le escuchaba.

—¿Dónde estás? —murmuró Yuki en ese momento. Volvió su vista a Shuichi y esperó inútilmente que le contestase—. ¿Dónde estás? —repitió—. ¿Por qué no puedo llegar a ti?

El sonido del timbre trajo a Yuki de vuelta a sus sentidos. Consultó la hora en el reloj sobre el buró antes de abandonar el dormitorio y, mientras cruzaba el pasillo del apartamento, se preguntaba quién sería en esta ocasión. Normalmente las visitas se turnaban a diario entre Tohma, Mika, Hiro y la familia de Shuichi. K, Fujisaki, Ryuichi y Sakano aparecían regularmente; día por medio a veces. Pero sólo Tohma y Mika, además de Hiro y la madre o la hermana de Shuichi, eran quienes más tiempo se quedaban, intentando persuadir a Yuki de que descansara y dejara a Shuichi en manos de su familia. Pero Yuki no sentía cansancio, o tal vez ni siquiera se daba el tiempo de notarlo. Había pedido un tiempo en la editorial para dedicarse al cuidado de Shuichi y evitaba a toda costa dejarlo solo. Normalmente dormía a su lado pero en constante vigilia. A veces, Yuki despertaba a mitad de noche, y se estremecía angustiado al ver a Shuichi con la misma expresión impávida con la que había despertado en el hospital y estático bajo las sábanas. Su piel, fría al tacto, le daba a Yuki una inseguridad y una ansiedad que difícilmente podía calmar con un buen descanso.

Al llegar al recibidor, vaciló un instante antes de abrir la puerta. Mentalmente repasó a quién le tocaba en esta ocasión visitar a Shuichi: era el turno de Hiro. Pero se sorprendió al ver al otro lado de la puerta, de pie en el pasillo, a Tatsuha, quien no tuvo escrúpulos para manifestar su sorpresa y espanto por la apariencia deplorable de Yuki.

—Cielos, me había imaginado cualquier cosa durante el viaje, pero jamás creí que llegaría a ver al gran Yuki Eiri hecho un lastre. ¿Qué dirían tus fieles admiradoras si te vieran como estropajo mal lavado?

Yuki gruñó por lo bajo, giró sobre los talones y caminó de vuelta al interior del apartamento. Tatsuha tomó su gesto como una invitación a entrar sin morir en el intento y se descalzó en el recibidor. Cuando cruzó hacia la cocina y vio a Yuki preparándose un café, reparó en el silencio y la amargura que se podía percibir en el ambiente.

Intentó salirse por la tangente, pero eso no era propio de Tatsuha.

—Cuanto silencio... —señaló—. No creí que fuera tan grave. Tohma me dijo cómo estaban las cosas, pero no esperaba esto.

Yuki se encogió de hombros, restándole importancia al comentario, mientras vertía el café humeante en su tazón.

—Supongo que no viniste a decirme sólo esas sandeces. Pegarte un viaje de siete horas para eso sería demostrarme una vez más que lo tienes bajo esa mata de pelos es un espacio relleno de aire.

Tatsuha carcajeó un poco. Conocía perfectamente el humor ácido de Yuki, por lo que no le afectaba su peyorativo comentario. Se acercó al congelador y sacó sin pedir permiso una lata de cerveza. Yuki lo acuchilló con la mirada pero Tatsuha no se inmutó.

—Vine porque Tohma me dijo lo mal que estabas. No pude ver a Shuichi cuando despertó, así que ahora quiero ayudarte y hacerte un poco de compañía.

—No necesitas hacer méritos para irte al cielo —comentó Yuki mientras se apoyaba en el mesón junto a la estufa—. Ni reencarnando lo lograrías. Estás manchado por tus actos de monje depravado y fetichista.

—Lo sé, lo sé —rió Tatsuha—, pero eres mi hermano favorito y no puedo estar ligando por ahí mientras te mueres de tristeza.

—Qué conmovedoras palabras —ironizó Yuki y salió de la cocina. Tatsuha le siguió hasta la sala y se sentaron en el sofá. A un costado de éste, Tatsuha dejó su bolso en el que había echado ropa como para un mes.

Inevitablemente, Tatsuha miró hacia el corredor y sintió un extraño estremecimiento que le erizó la piel.

—¿Qué tan mal está? —preguntó sin apartar la vista del pasillo en penumbras.

—Ve y averígualo —respondió Yuki con displicencia.

Tatsuha volvió su rostro hacia Yuki y le dijo:

—Te conozco desde que tengo uso de razón y sé cuando mientes. No intentes pasarte de listo conmigo, hermano; estás hecho pedazos pero intentas no quebrarte frente a nadie, y apuesto lo que sea a que tampoco lo haces cuando estás solo. ¿Por qué simplemente no te permites llorar y gritar todo lo que quieras y cuán alto quieras? Te aseguro que así te sentirás un poco mejor.

Yuki dejó el tazón de café hirviendo sobre la mesa y se acomodó contra el sofá, dejando los antebrazos sobre el respaldo. La mirada fija en el techo le hacía parecer reflexivo.

—¿Y de qué me servirá llorar y gritar? —dijo—. ¿Me vas a decir que hacer eso lo traería de vuelta?

Tatsuha guardó silencio; no había respuesta, pero en el fondo sabía que Yuki deseaba con todas sus fuerzas desahogarse de alguna manera. Las lágrimas estaban, la pena y la desesperación estaban, pero por alguna extraña razón Yuki se autocensuraba y reprimía herméticamente, como si intentara autoconvencerse de su propia fortaleza, porque sabía que si se daba la licencia de quebrarse un poco, luego no podría volver a levantarse.

Tatsuha dejó la lata de cerveza sobre la mesa y se incorporó del sofá para ver a Shuichi. Por cuestiones laborales en el templo, Tatsuha había tenido que volver antes de tiempo a Kioto, y no había podido ver a Shuichi en el hospital. Ahora sería la primera vez, y no sabía con qué se iba a encontrar.

Se adentró al corredor y se acercó con mesura al dormitorio de Yuki; sabía que Shuichi se encontraría ahí. Pero a medida que se acercaba, algo en su corazón se precipitaba, como una avalancha de emociones que lo sacudían agresivamente de un lado a otro. Sólo un par de ocasiones había tenido la ocasión de experimentar esas sensaciones, y percibirlas ahora no le gustaba.

Cuando ingresó al dormitorio y vio a Shuichi, le fue inevitable retroceder medio paso antes de continuar avanzando hacia la cama. A medida que la distancia se reducía, Tatsuha sentía mucha tristeza, principalmente por Yuki, porque sabía que él estaba sufriendo y no se lo merecía. Se preguntaba: ¿Por qué después de haber vivido una traumática y dolorosa experiencia en la adolescencia, tenía que pasar nuevamente por otra? ¿Había alguna clase de explicación para ello? ¿Era una prueba? ¿Había algo que Yuki aún no aprendía y debía lograrlo a base de lágrimas de sangre? ¿Cuál era el propósito de tener a Shuichi postrado en una cama mientras Yuki se rasgaba en pedazos?

Tatsuha se acercó lo suficiente a Shuichi y escrutó su rostro. Se preguntó nuevamente ¿cuál era el propósito de esto y se enfadó al no encontrar la respuesta?

Sus ojos viajaron desde el rostro de Shuichi hasta los monitores que reflejaban sus signos vitales y neurológicos. Y extrañamente sintió escalofríos. Ni siquiera cuando exorcizaba espíritus malignos o se enfrentaba a entidades inofensivas experimentaba tanta vulnerabilidad sensitiva como ahora. ¿Se debía quizá porque quien estaba frente a sus ojos era una persona querida y especial para él, y principalmente para Yuki? Lo más seguro era que se tratara de eso, ya que en los años que llevaba conociendo y tratando a Shuichi como un miembro más de la familia, le había tomado un cariño especial muy grande porque, gracias a él, Yuki había vuelto a vivir.

Tatsuha estiró la mano derecha para rozar suavemente la mejilla de Shuichi, pero se vio interrumpido por la presencia de Yuki en la habitación. Se volvió a él y le confesó:

—Esto en verdad es muy fuerte. En tu lugar estaría muerto.

Yuki no dijo nada y se acercó a Shuichi para cambiar las bolsas de suero que pendían de un soporte de acero inoxidable de dos ganchos. Lo hizo todo con una tranquilidad y entereza aplastante. Tatsuha lo observó en silencio y nuevamente la sensación de angustia sacudió su cuerpo.

Cuando Yuki terminó su labor, abandonó el dormitorio. Tatsuha tardó unos segundos en seguirle y darle alcance nuevamente en la sala.

—Me tendrás que enseñar bien cómo hacer eso —dijo, refiriéndose al suero.

—¿Para qué? —soltó Yuki sin siquiera mirarle.

—Pienso quedarme hasta que Shuichi despierte. No voy a dejarte solo en esto, Eiri.

Yuki alzó la mirada y vio a Tatsuha. No pudo evitar esgrimir una mueca de burla. Cogió el tazón de café de la mesa de centro y bebió un poco.

—No creí que fueras capaz de hilar más de dos palabras y sonar coherente. Mereces un premio por el esfuerzo.

—Si insultarme te hace sentir bien, estoy dispuesto a aceptarlo, pero a cambio, tendrás que hacerme caso —dijo Tatsuha, manteniéndose firme.

—¿Y desde cuándo el hermano menor le dice al mayor lo que tiene que hacer? ¿De qué submundillo vienes?

—De uno en el que el hermano mayor es un cabeza hueca que no sabe descansar cuando lo necesita. ¿Qué va a decir Shuichi cuando despierte y vea el lastre en el que te has convertido? Lo primero que hará será patearte y buscarse un tío más sexy y dispuesto que tú. Puedo apostarlo.

Yuki intentó reprimir una sonrisa y la disimuló tras el tazón de café. Agradecía desde el fondo de su corazón tener un hermano tan cabeza hueca como Tatsuha, pero era un hecho que jamás se lo diría ni demostraría; no era su estilo. Aun así, se consideraba afortunado a pesar de las circunstancias.

Resolvió terminar de beber lo que quedaba de su café y fue al dormitorio de Shuichi. Al menos allí podría descansar un poco mientras Tatsuha quedaba a cargo de Shuichi.

—Si le haces una obscenidad, lo lamentarás —amenazó Yuki antes de encerrarse en el dormitorio de Shuichi.

Sus ojos recorrieron la habitación y frunció el ceño con un dejo de contrariedad al ver las paredes color amarillo pollo empapeladas con imágenes de Sakuma Ryuichi y anime yaoi. ¿Con qué clase de depravado homosexual estaba emparejado? Yuki se lo cuestionaba concienzudamente mientras se tendía en la cama y cubría con las mantas, descubriendo en ese momento que todo olía a Shuichi; su esencia estaba impregnada en cada rincón del excéntrico y ridículo dormitorio. Y, movido por una necesidad insana, Yuki hundió el rostro en la almohada. Respiró profundamente, recolectando el aroma dulzón de Shuichi, y fue invadido por una opresora y aplastante angustia. Y se vio obligado a cerrar los ojos en el momento que estos pugnaron por la necesidad de llorar.

¿Qué podía hacer por Shuichi? Si tan sólo existiera algo que pudiera sacarlo de ese estado lamentable y retomar el curso de la vida que ambos se habían propuesto a seguir... juntos, a pesar de las circunstancias en las que ambos se habían enamorado.

No eran dados a tener conversaciones profundas o demasiado extensas; la capacidad receptiva de Shuichi y la poca práctica de Yuki para interactuar con las personas no les permitían esa clase de conexión más que la física cuando estaban en la cama por cuestiones sentimentales o fisiológicas. Pero en una ocasión, Shuichi había pillado a Yuki de buen humor y le había mencionado que, si bien sus vidas no estaban aseguradas para siempre y que incluso sus sentimientos podrían cambiar en algún momento, estaba dispuesto a llegar hasta el final con él. «Llegaremos juntos a la vejez. Como soy más joven que tú me tocará cuidarte, darte de comer y cambiarte los pañales cuando ya no seas capaz de controlar tu esfínter. Así que sé más considerado conmigo. Si me sigues tratando como un estropajo, luego no te cuidaré y te cambiaré por un hombre que no me aviente la aspiradora en la cabeza ni apague sus cigarrillos en mis camisetas.»

Si Shuichi había planificado la vejez de ambos y había fastidiado a Yuki con eso, ¿por qué ahora estaba postrado en una cama?

—Mentiroso —murmuró Yuki con los ojos clavados en el techo decorado con pegatinas fluorescentes—. Eres un idiota mentiroso. Hiciste que me ilusionara con la idea de que me cambiaras los pañales.

Contrariado por sus propias palabras, Yuki se dio media vuelta hacia la pared y se envolvió bajo las mantas. Cerró los ojos y dejó que el aroma de Shuichi lo abrigase mientras se dejaba llevar por el agotamiento físico y mental al que se había expuesto desde el día del accidente.

En el momento que nuevamente fue consciente, Yuki se vio atrapado dentro de lo que parecía ser agua. Una punzada de pánico le instó a abrir la boca en el momento que reaccionó y tragó una gran cantidad de líquido, pero extrañamente no se ahogó; seguía muy lúcido, pero asustado. El agua se arremolinaba y chocaba con fuerza contra él y a su alrededor, apresándolo y atrayéndolo hacia el fondo oscuro. Yuki intentó nadar pero los miembros no le respondieron. No los sentía engarrotados o pesados, simplemente no podía moverse del lugar en el que se encontraba, y era víctima de una opresora sensación de angustia. Detuvo entonces su infructuoso escape y observó a su alrededor, buscando un sitio hacia el cual dirigirse. Pero no había nada; ni siquiera un punto de referencia, y apostaba que tampoco había un fondo bajo sus pies al cual llegar.

Optando nuevamente por buscar la superficie, Yuki braceó con renovado ímpetu, pero un susurro capturó su atención. Creyó haber captado mal debido al sonido que su propio cuerpo generaba en el agua, pero aquel susurro comenzaba a volverse más y más cercano, más y más claro.

En un extraño momento de sosegada lucidez, Yuki escuchó su nombre; la voz pertenecía a Shuichi.

Yuki abrió los ojos y se sentó de golpe en la cama. Jadeaba y sudaba; las sábanas estaban enredadas en su cuerpo y éste se convulsionaba entre breves espasmos. El corazón le trepidaba errático en el pecho y su piel al tacto era fría. ¿Qué había significado ese sueño? Honestamente, no era la primera vez que lo experimentaba. La noche en que Shuichi fue dado de alta Yuki vivió por primera vez ese sueño. Le restó importancia en ese entonces al creer que no pasaba más allá de una estupidez producto de su mente cansada, pero los siguientes días, cada vez que se proponía dormir y lo lograba, aquella misma escena dentro del agua y el llamado de Shuichi se repetía y le invadía, dejándolo peor, por lo que había optado por reducir sus horas de descanso, evitando así recrear una y otra vez ese sueño tan angustioso.

Como ya no podía seguir durmiendo y la cama le molestaba, Yuki resolvió levantarse. Consultó en el proceso la hora en el reloj del buró y se dio cuenta que durmió cerca de dos horas; lo suficiente para la cuota del día. Salió del cuarto arrastrando los pies y fue al baño con el propósito de lavarse el rostro y así espabilarse. Aprovechó también de cepillarse los dientes y mejorar su aspecto. Tatsuha tenía razón al decir que estaba muy desmejorado y que si Shuichi despertaba, de seguro lo regañaría y patearía. El reflejo que le arrojaba el espejo era deprimente. ¿En qué se había convertido? Su apariencia distaba mucho de lo que alguna vez había sido el juerguista y sex symbol Yuki Eiri antes de conocer a Shuichi. Ahora... era un homosexual derechamente reconocido que había escrito hacía un año su primera novela de corte homoerótico, y que en estos momentos se encontraba completamente destrozado porque el hombre que amaba estaba postrado en una cama, aferrándose débilmente a la vida.

Con un andar aún flojo por el cansancio, Yuki salió del baño luego de mejorar un poco su aspecto y fue al dormitorio donde Shuichi descansaba. Cuando ingresó, no le gustó lo que vio: pilló a Tatsuha sentando en la cama, con la frente apoyada sobre la de Shuichi. Sus manos sujetaban su inmutable rostro.

—¿Se puede saber qué rayos le estás haciendo? —preguntó Yuki, barajando mentalmente la forma en la que asesinaría a Tatsuha. Ya sabía el lugar donde sepultaría sus restos, pero se preguntaba cómo podría sacar su cuerpo de la casa sin que nadie lo notara.

Tatsuha dio un respingo y se apartó de golpe de la cama, evidentemente pálido y asustado. Vio a Yuki y trató de explicarle lo que hacía, pero las palabras en ese momento se le atoraron en la garganta y una punzada de ansiedad lo invadió. Por primera vez no estaba haciendo nada malo y no sabía cómo demostrar su inocencia. En realidad nunca se había preocupado de entrar en explicaciones cuando hacía algo malo o indecoroso; su estilo de vida juerguista le permitía darse esas licencias sin importarle las consecuencias.

—Hermano, puedo explicarlo —dijo, tragando con dificultad—. Sólo dame tiempo para ordenar las ideas, ¿quieres?

—¿Desde cuándo un muerto se toma el tiempo para dar explicaciones? —gruñó Yuki acercándose a la cama.

Tatsuha imploró con la mirada y sólo eso bastó para convencer a Yuki. A veces era demasiado débil. «Por eso Shuichi hace lo que quiere conmigo», pensó Yuki, mientras Tatsuha se paseaba por el cuarto como león enjaulado.

—Verás... —logró articular Tatsuha—. Tengo algo muy importante que decirte.

Yuki enarcó una ceja con incredulidad, pero prefirió darle el beneficio de la duda a Tatsuha.

—Ve al grano —ordenó tajante.

Tatsuha suspiró y vio a Shuichi.

—Ahora entiendo muchas cosas —dijo—. Lo que sentí cuando llegué, es lo mismo que siento normalmente cuando hago limpiezas en los templos en Kioto.

—¿A qué te refieres? —masculló Yuki. ¿Qué tenía que ver eso con Shuichi y él?

La expresión de Tatsuha se endureció, como pocas veces.

—Por todos los años que llevo practicando las enseñanzas del viejo, te puedo asegurar y jurar que Shuichi no está aquí.

Yuki vio a Tatsuha y luego a Shuichi, y nuevamente a Tatsuha.

—¿Me quieres ver la cara de estúpido, o piensas que porque no he dormido lo suficiente puedes jugarme bromas que se acondicionan a tu criterio mental?

—No me estás entendiendo —dijo Tatsuha—. No hablo de su cuerpo físico.

—Habla claro.

Tatsuha se revolvió el flequillo con un dejo de frustración.

—Tu problema es que te negaste a las enseñanzas budistas del viejo y eres un completo ignorante sobre el plano espiritual —dijo.

—¿Y eso qué? Nunca me gustó ver fantasmas y que estos me jalaran las mantas de la cama cuando niño. Negarme a esa clase de habilidades perturbadoras fue una decisión sabia. Pero de nada sirvió; de todos modos puedo sentir presencias y escuchar voces. Es molesto no poder vivir tranquilo.

—No puedes simplemente negarte —aclaró Tatsuha con mesura—; forman parte de ti.

—No me cambies el tema. Dime qué tiene que ver todo eso con el hecho de haberte pillado sobre él —articuló, señalando a Shuichi—. Tienes que ser muy convincente si no quieres que extinga tu vida en este instante.

—Está bien, está bien —dijo Tatsuha, alzando las manos en son de paz—. Partiré por el principio: Shuichi no está en estado vegetal. —Su respuesta fue suficiente para remecer algo dentro de Yuki. Éste intentó articular alguna palabra, pero sus labios no le respondieron.

Tatsuha comprendió su mutismo y continuó.

—En realidad, su alma abandonó su cuerpo. Créeme. Lo que estaba haciendo antes que tú llegaras era intentar conectarme con su alma, pero no la encontré. Por eso no responde y permanece en ese estado. Eiri... Shuichi puede salvarse si encontramos su alma y la regresamos a su cuerpo.

Yuki tardó unos segundos en mostrar reacción. Su rostro tomó un rictus chasqueado y rodó los ojos.

—Realmente estás tocado —articuló—. Creí que sólo eras un degenerado fanático de bipolares con el síndrome de Peter Pan, pero veo que tu chifladura es degenerativa. Me pregunto si será contagiosa; estaría en un gran dilema de ser hereditaria.

—¡Oye...! —protestó Tatsuha con una pose casi cómica—. Que me guste My Honey no tiene nada que ver con mis conocimientos espirituales y parapsicológicos. ¿Recuerdas lo que el viejo nos dijo del viaje astral?

Los recuerdos de Yuki trabajaron en ese instante. Sus reminiscencias le llevaron al momento en que su padre les explicaba qué era el viaje astral y lo que provocaba en el ser humano. De inmediato, la idea que el alma de Shuichi se encontraba fuera de su cuerpo comenzó a tener sentido, y el sueño reiterativo en el fondo del agua repercutió en la cabeza de Yuki.

—¿Crees... que eso sea posible? —preguntó con un dejo de ansiedad en la voz.

—Eso explicaría el estado de Shuichi —expuso Tatsuha—. Explicaría su estado de vigilia, su temperatura baja y sus signos vitales tan débiles.

—Pero los daños neurológicos... su asfixia... no tiene sentido lo que dices —rebatió Yuki. Confiaba más en la palabra de un doctor con años de experiencia que en la de Tatsuha. Eso de alguna forma le confundía y abrumaba. A estas alturas ya no sabía realmente qué esperar o qué creer.

—Una cosa es el daño físico y el otro es el espiritual —indicó Tatsuha—. Esa es mi área, lo demás no lo manejo y no sé si el momento en el que Shuichi regrese esté sano.

Yuki miró a Shuichi y quiso albergar la esperanza de que sí pudiera ser posible.

 

 

Poco después de la medianoche, Yuki buscaba información en internet referente al viaje astral del que alguna vez le había hablado su padre y lo que Tatsuha le había dicho, horas atrás, sobre la condición de Shuichi. Mientras leía la información recabada, las posibilidades de que Tatsuha tuviera razón se ampliaban considerablemente. Todo parecía encajar; la sintomatología de Shuichi se acercaba mucho más a un desdoblamiento espiritual que un estado vegetativo persistente, porque a pesar de los exámenes médicos, el daño físico en el cuerpo de Shuichi no era más que un letargo neurológico producto de la asfixia.

También estaba el sueño de Yuki, el cual parecía tener algún significado importante. Yuki no se lo había querido mencionar a Tatsuha porque no estaba realmente seguro de lo que simbolizaba, pero, a medida que leía la información en su laptop, comenzaba a creer que también poseía la capacidad de viajar astralmente, debido a las visiones reiterativas que tenía dentro del agua y el llamado de Shuichi, que resultaban demasiado reales para su propio entendimiento y criterio.

La posibilidad de un desdoblamiento espiritual en Yuki era posible, pero como nunca había sido su intención seguir el legado de la familia —eso se lo dejó a Tatsuha—, había renegado sus dones, y, con el paso de los años, éstos se fueron perdiendo y olvidando en el tiempo y en el subconsciente de Yuki. Pero Shuichi era una persona común y corriente; no poseía una percepción especializada; ¿entonces por qué había realizado un desdoblamiento espiritual? Según la información de internet, todo apuntaba que, en algunos casos, las personas podían llegar a experimentar un viaje astral de forma espontánea, sin proponérselo siquiera.

Cuando Yuki leyó eso y los síntomas reflejados en el cuerpo de quien lo aplicaba, le echó un vistazo a Shuichi, quien descansaba a su lado. Luego que Tatsuha se fuera a dormir, Yuki había decidido hacerle compañía a Shuichi en la cama. Con la laptop sobre las piernas y la espalda apoyada contra la cabecera, recolectaba información para entender la condición de Shuichi y también para recuperar las esperanzas. Un tazón de café humeante sobre el buró a su lado aromatizaba el ambiente y ahuyentaba un poco el deprimente olor a hospital que se había impregnado en las paredes del dormitorio desde que Shuichi había regresado.

¿Qué era realmente el viaje astral? Según el artículo que Yuki leía, el viaje astral, en la parapsicología, se entendía como un fenómeno clónico equivalente a la proyección psi o desdoblamiento. Significaba que el cuerpo físico se separaba del cuerpo astral (o alma). Esta separación era muy parecida a la muerte. Cuando sucedía dicha separación, el cuerpo quedaba inerte, con la mirada perdida o los ojos cerrados, con unas constantes vitales muy bajas, pero en lo absoluto dormido.

Yuki observó a Shuichi y le rozó suavemente el dorso de la mano; estaba muy fría al tacto.

—¿Será posible? —murmuró reflexivo, mientras observaba de manera contemplativa el rostro de Shuichi. Reparó en su mirada perdida; también en el monitor que registraba su ritmo cardiaco. Todo parecía encajar en el patrón de desdoblamiento espiritual. El problema yacía en cómo regresar su alma al cuerpo.

Yuki continuó leyendo por si hallaba tal información.

«Para volver al cuerpo no hace falta más que unir los dedos pulgar, índice y medio, separando el anular y el meñique lo más posible.»

Al leer tal explicación, Yuki volvió sus ojos a Shuichi y se atrevió a moverle las manos para unirle los dedos en la postura que señalaba el texto. Contuvo el aliento y se mantuvo expectante en el momento que lo llevó a cabo, pero nuevamente la desilusión lo embargó cuando no vio cambio alguno en la expresión de Shuichi ni en las máquinas que monitoreaban sus signos vitales.

Abrumado, Yuki retomó la lectura y se encontró con algo que llamó particularmente su atención.

«Otro de los tópicos, cuando se habla de viajes astrales, es el famoso cordón de plata. Su función es mantener unido el cuerpo astral con el cuerpo físico y, al mismo tiempo, mantener el equilibrio del ritmo cardíaco mientras se realiza la experiencia.»

Shuichi seguramente estaba unido a ese cordón de plata, pero entonces, ¿por qué no volvía? Yuki barajó tal posibilidad con algo de inquietud luego de terminar de leer la información que detallaba el uso de dicho cordón en un viaje astral. Y todo parecía apuntar que, cuando el tiempo transcurría y el alma no regresaba, ésta se perdía y se le hacía cada vez más difícil encontrar el camino de vuelta al cuerpo.

Yuki estaba cada vez más convencido de que Shuichi estaba perdido. Y nuevamente la escena de su reiterativo sueño abordó sus pensamientos.

—Shuichi está en ese lugar —murmuró. Vio a Shuichi y le dijo—: Estás allá, ¿no es cierto? Me estás llamando y no he hecho nada para responderte.

Yuki se incorporó de la cama de un salto y fue al cuarto donde dormía Tatsuha.

—Oye, levántate. Tenemos que hablar —dijo zamarreándolo bruscamente.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué?! ¿Qué sucede? —exclamó Tatsuha sobresaltado.

—Tenemos que hablar —repitió Yuki y salió del dormitorio para platicar en el salón.

Tatsuha le dio alcance segundos después. Arrastró los pies hasta el sofá mientras bostezaba y se rascaba la nuca con pereza. Se dejó caer en el sofá como peso muerto y esperó que Yuki iniciase la conversación.

—Te escucho —dijo entre bostezos.

—El alma de Shuichi está atrapada en la piscina donde se ahogó.

Tatsuha se espabiló y miró a Yuki.

—¿Por qué crees eso? —preguntó.

Yuki dudó un momento antes de responder.

—He soñado en estas últimas semanas algo. Me he visto bajo el agua y escucho a Shuichi. Me llama pero no lo puedo encontrar.

Tatsuha dio un brinco y se irguió sobre el sofá con sorpresa.

—¡¿Lo dices en serio?! ¡¿Puedes desdoblarte?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

—¿Y cómo rayos iba a saber que se trataba de eso? —masculló Yuki—. Nunca me había pasado.

—¿No recuerdas cuando éramos niños y solíamos hablar de nuestros viajes astrales? —Tatsuha parecía muy entusiasmado.

—¿Qué? —Yuki dio un respingo casi imperceptible.

—Haz memoria —dijo Tatsuha—. Solías contarle al viejo que te veías a ti mismo sobre la cama cuando dormías y viajabas a lugares muy lejanos. También los dibujabas; eran en la mayoría sitios que físicamente nunca habíamos visitado.

Yuki negó confundido.

—No recuerdo nada de lo que dices.

—Lo olvidaste porque comenzaste a sentirte incómodo; estabas cansado de que la gente te señalara con el dedo por tu apariencia, y no querías que más encima te discriminaran por poseer habilidades extrasensoriales. Te alejaste de los dones familiares y con el tiempo olvidaste tus propias capacidades.

Yuki no podía negar que, aunque los hubiera negado, estos seguían dentro de él. Muy de vez en cuando sentía presencias en la casa o en algún lugar que visitaba; también tenía sueños premonitorios o vivía experiencias comúnmente conocidas como Déjà vu. Yuki no quería creer en esas cosas, pero ahí estaban; formaban parte de su naturaleza y condición humana.

—Si todo lo que dices es cierto —articuló—, significa que Shuichi ha estado llamándome todo este tiempo.

—Has ido hacia él, pero no lo has alcanzado —pronunció Tatsuha.

—No sé cómo hacerlo —admitió Yuki, llevándose las manos al cabello con un dejo de frustración—. ¿Existe siquiera una manera de traerlo de regreso?

—Es posible —aclaró Tatsuha—, pero como has anulado de alguna manera tus poderes, no tienes control sobre éstos. Veré si puedo hacer algo. Intentaré comunicarme con el alma de Shuichi. Lo estaba intentando en la tarde cuando me interrumpiste.

Se levantaron del sofá y fueron hasta el dormitorio principal. Tatsuha se aproximó a Shuichi y puso la mano izquierda sobre su rostro.

—¿No es arriesgado lo que intentarás hacerle? —preguntó Yuki, ubicándose al otro extremo de la cama.

—Intentaré localizarlo y veré si existe la posibilidad de guiarlo para que regrese. Frente a este tipo de casos mi experiencia es limitada. No es común que el cuerpo astral se pierda en el otro plano.

—¿Y por qué tiene la capacidad de desdoblarse? —preguntó Yuki, refiriéndose a Shuichi—. Él es corriente; no es capaz de distinguir lo real de la fantasía. ¡Se asusta con las películas de Scary Movie!

Tatsuha negó con la cabeza.

—Desconozco sus capacidades espirituales. ¿Alguna vez ha mostrado algún...?

—Nunca —dijo Yuki con aplomo—. Ya te dije; es un idiota. Tiene el cerebro de una ameba. Es un mono amaestrado para desenvolverse en la sociedad.

Tatsuha emitió una leve carcajada. Le divertía la forma en la que Yuki y Shuichi se trataban. ¿Cómo podía existir tanto amor entre los dos?

—La única explicación que podría darle a su situación es que su cuerpo astral reaccionó instintivamente. Al verse en esa compleja situación...

—¿Hablas del día en que se ahogó?

Tatsuha asintió y continuó.

—Todos poseemos capacidades extrasensoriales; unos logran desarrollarlas más que otros y dominarlas con el tiempo. El punto es que Shuichi, al verse en peligro, instintivamente se protegió. De lo contrario habría muerto.

Yuki analizó tal hipótesis. Parecía tener sentido.

Tatsuha se inclinó sobre Shuichi y unió su frente a la de él para conectarse tanto física como mentalmente. Fue cuestión de minutos, en los que Tatsuha se mantuvo en la misma posición sobre Shuichi. Yuki observaba con ansiedad y preocupación. No sabía lo que sucedería; esperaba que Tatsuha lograra traer de vuelta el alma de Shuichi, pero algo en su interior le hacía dudar de que fuera así de sencillo.

Tras cinco minutos de absoluto silencio y espera, Tatsuha abrió los ojos y se apartó de Shuichi. Soltó un suspiro y vio a Yuki.

—Como lo temía —dijo—: no pude encontrarlo. Se ha alejado demasiado.

Yuki experimentó un aplastante dolor en el pecho que heló su piel.

—¿Y qué otra alternativa hay para regresarlo? —preguntó sin ocultar la amargura que le recorría el cuerpo, como lava volcánica.

Tatsuha pareció meditar unos instantes, hasta que dijo:

—Dices que en tus sueños te ves dentro del agua y escuchas a Shuichi, ¿cierto? —Yuki asintió con la cabeza. —Supongamos que dado el caso... —articuló Tatsuha dejando la oración en el aire y alejándose un poco de la cama para pasearse por el cuarto de manera reflexiva—. Como tú no posees el control adecuado de tus viajes astrales, una remota posibilidad sería ir al sitio donde se ahogó Shuichi y ver qué podrías conseguir con eso. —Se plantó a los pies de la cama y miró directamente a Yuki. —Es sólo una idea —aclaró—. Ha pasado un tiempo considerable y el cordón de plata de Shuichi está cada vez más debilitado. Llegará un punto en el que se romperá y Shuichi no podrá volver nunca más.

—Significa que morirá. ¿Es eso? —pronunció Yuki.

Tatsuha movió la cabeza de manera afirmativa.

—La otra posibilidad es pedirle al viejo que nos ayude. Él posee más experiencia en estos casos. E incluso podría ayudarte a que tú entres en Shuichi y busques su alma siguiendo el rastro que dejó su cordón de plata.

—¡Ni hablar! —dijo Yuki de manera tajante—. No pienso pedirle ayuda al viejo. Me humillaré ante su decrépita presencia el día que la tierra se congele. Y dudo que aun así lo haga. Antes... le doy la contraseña de mi Facebook al idiota —añadió señalando a Shuichi—. O suprimo los dulces de mi dieta por dos semanas.

—Está bien; tú mandas —suspiró Tatsuha.

—Mañana iremos al centro acuático.

—Supe que está clausurado por la demanda que puso Tohma.

Yuki se encogió de hombros con indiferencia.

—Consiguió que multaran y clausuraran ese lugar porque no contaba con equipo de rescate el día del accidente.

—Nuestro cuñado es de armas tomar —señaló Tatsuha inflando el pecho—. Podría conquistar el mundo entero si se lo propusiera. Apuesto lo que sea a que es un Masón.

Yuki asintió sin dudar.

—Bien... me iré a dormir —dijo Tatsuha—. Estaba en lo mejor soñando con My Sweet Honey cuando me despertaste.

Yuki rodó los ojos y esperó que Tatsuha se marchara. Una vez a solas, pulsó el interruptor de la lámpara sobre el buró y la habitación quedó en penumbras, tan sólo iluminada por la luz artificial que las farolas de la calle derramaban a través del cortinaje de las ventanas. Yuki volvió a acostarse junto a Shuichi y lo contempló en silencio. Si Tatsuha estaba en lo correcto, quizá mañana podría tener a Shuichi de regreso. Volvería a escuchar su chillona y escandalosa voz, volvería a disfrutar de su mirada refulgente y motivadora y volvería a sentir el calor de su cuerpo tocando en suyo.

Se acercó a Shuichi y, sin vacilación, besó suavemente sus labios.

—Hasta mañana —le susurró y dejó escapar un profundo suspiro. Se arrebujó bajo las mantas con sumo cansancio y cerró los ojos, dispuesto a no pensar más por el momento, pero la ansiedad por lo que posiblemente sucedería mañana le impedía relajarse como deseaba.

Los minutos sucedieron lentamente, y Yuki poco a poco fue cediendo al cansancio. Pasada las dos de la mañana, cuando su cuerpo finalmente se entregó al relajo, acudieron a su mente las palabras de Tatsuha y el llamado de Shuichi bajo el agua. Y no pudo evitar pensar que, de ser posible el regreso de Shuichi, la vida que había decidido seguir con él, podría volver a la normalidad.

 

 

Como todas las mañanas, Yuki estaba en pie desde muy temprano y comenzaba con la rutina que se había visto obligado a realizar desde que Shuichi estaba en casa. Lo bañó, le cambió el pijama y también reemplazó las sábanas de la cama por unas recién sacadas de la secadora, las cuales destilaban un suave perfume a lavanda.

Yuki trataba de no desesperarse cuando atendía a Shuichi. Cada vez que lo miraba, una punzada de dolor se abría paso a través de su pecho y asumía que no tendría respuesta de su parte. El rostro de Shuichi no efectuaba gesto alguno y su cuerpo no reaccionaba a ningún estímulo. Su pecho apenas y se movía producto de su débil respiración. A Yuki se le hacía cada vez más difícil no odiar ese silencio de parte de Shuichi.

Cuando terminó de abrocharle el último botón del pijama, lo acomodó en la cama, le conectó el suero y la cánula gástrica en la nariz. En ese instante Yuki no pudo evitar notar que la piel de Shuichi estaba cada vez más fría; eso inevitablemente le asustó y estremeció. ¿Sería señal de que su alma estaba distanciándose todavía más de su cuerpo?

Acarició su rostro con una necesidad mal disimulada y le peinó con los dedos el flequillo húmedo que se adhería a su frente pálida.

—Más te vale que hoy estés de vuelta —le dijo—. No soy tu maldito enfermero y ya estoy cansado de cuidarte. Nunca imaginé que me harías pasar por esto. Tendrás que compensarme, ¿me escuchaste, pequeño idiota? Serás mi esclavo sexual el resto de tu vida.

Estaba tan sumido contemplando a Shuichi, que no se percató del momento en que Tohma ingresó al cuarto y se le acercó.

—Tatsuha-san me acaba de contar lo que descubrieron anoche —dijo. Su voz sacó a Yuki de sus pensamientos, pero permaneció con la mirada puesta en Shuichi—. ¿Piensas ir hoy al centro acuático?

—Tengo que agotar las opciones.

—No tiene sentido —dijo Tohma—. Es una de las opciones más descabelladas que he oído. Parece imprudente y destinada al fracaso, pero te apoyaré. No eres de los que hace algo sin estar por completo seguro.

Yuki agradeció en silencio las palabras de Tohma; sabía que con él podía contar incondicionalmente. Después de lo que sucediera en Nueva York con Kitazawa, Tohma no podía permitir que alguien lastimara a Yuki. Era capaz de perderse a sí mismo con tal de protegerle; así como un padre protegía a su hijo. Esa clase de afecto habitaba en el corazón de Tohma, y se había mantenido en el tiempo. Demasiados años juntos habían convertido la relación en un hábito del que Yuki se había malcriado.

Mika cruzó el dintel de la puerta del dormitorio con precipitación y encaró a Yuki. Su rostro denotaba ofuscación.

—¿Qué es lo que planeas hacer, Eiri? ¿Te has vuelto loco? —exclamó sin pasar por alto la figura de Shuichi en la cama.

—Tus saludos siempre son tan agradables al oído. Tu voz me «calma los nervios» —ironizó Yuki en respuesta al comentario poco sutil de Mika.

—Tatsuha nos explicó lo que piensas hacer con Shuichi-kun. ¡Es una locura! ¡No puedes arriesgar su vida de esa manera tan imprudente!

—¿Y qué sugieres que haga? —masculló Yuki—. ¿Quieres que me quede sentado a su lado mientras veo cómo se muere?

—Mika —habló Tohma, interviniendo en la conversación. Tatsuha en ese momento ingresaba a la habitación—. Si la medicina no nos ha dado una solución a la condición de Shindou-san, es bueno mirar otras posibilidades. Tatsuha conoce bien esta área; deberías confiar un poco más en tu familia.

—¡Oh, Sí! —comentó Tatsuha inflando el pecho—. Ese es mi oficio —agregó.

—No se trata de confianza, Tohma —aclaró Mika—. Es el riesgo de exponer la vida de Shuichi-kun y la de Eiri. —Vio a Yuki y le preguntó—: ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Yuki se encogió de hombros.

—¿Cuentan los cigarrillos y los tazones de café?

—¡Eiri!

—Lo mejor será organizarnos si quieres que funcione, Eiri-san —intervino Tohma.

Mika bufó contrariada y se acercó a Shuichi. Tomó su mano derecha y dijo:

—Nos tomará hora y media llegar. ¿Crees que habrá problema? El centro acuático está cerrado.

Tohma negó con una sonrisa y sacó su celular.

—Yo me haré cargo de todo.

 

 

En el transcurso del día, Shuichi fue visitado por su doctor. Dichas visitas se daban cada tres o cuatro días debido a que la condición de Shuichi no era común, por lo que requería de constante monitoreo para evaluar su estado y así mantener estable su cuerpo. Una vez que el doctor hizo su análisis de rutina y dijo que todo estaba en orden, se marchó.

Alrededor de las siete, usando la penumbra del atardecer y la temperatura fresca de esa hora como aliada, Yuki puso en marcha el plan que trazó con Tohma y Tatsuha durante el día. No sería sencillo irrumpir en el centro acuático y burlar las autoridades a cargo de mantener el recinto clausurado, pero Yuki contaba con el apoyo de Tohma, quien había asegurado tomar cartas en el asunto. Él se adelantó y partió horas antes al parque acuático para facilitarle el ingreso de Yuki una vez que llegase con Shuichi. Todo se realizaba con cuidado y determinación.

—¿Está todo listo? —preguntó Yuki luego de ver cómo Tatsuha finalizó la llamada telefónica que sostuvo con Tohma.

—Todo listo —dijo—. Iré a encender el auto. Mika te ayudará con Shuichi.

Yuki asintió en silencio y Tatsuha salió del dormitorio. Mika, quien yacía a un costado de la cama, apagaba los monitores que registraban los signos vitales de Shuichi. Yuki se encargó de retirarle el suero, los electrodos de la cabeza y el pecho y la cánula gástrica de la nariz. Le retiró las sábanas del cuerpo y, con un inusual cuidado, lo cargó en brazos. Mika procuró asistirlo.

—¿Puedes cargarlo? —preguntó ella con cierta preocupación, ante el evidente cansancio reflejado en el rostro de Yuki.

Él no respondió; su concentración se enfocaba en los ojos de Shuichi. Había tomado finalmente la decisión de salvarlo en esta ocasión porque, el día que se ahogó, no estuvo a su lado.

—Vamos.

Abandonaron el departamento con la discreción y el sigilo de un fantasma. Desde el día del accidente de Shuichi, la prensa había estado pendiente de cada movimiento que se efectuaba en el apartamento de Yuki. Algunos paparazzi se habían apostado discretamente en las afueras del condominio desde el alta médica de Shuichi, y no perdían la oportunidad de capturar con la lente de la cámara algún movimiento fuera de lo común de la pareja más famosa y querida de Japón.

Mika había procurado cubrir el cuerpo de Shuichi con una manta, protegiéndolo así del frío y de las miradas indiscretas de algunos vecinos que estaban al tanto de la situación de Shuichi y lamentaban lo sucedido.

—De prisa —dijo Tatsuha una vez que Yuki y Mika emergieron del ascensor en el aparcadero subterráneo—. La prensa ya se está moviendo. Vi algunos paparazzi en las afueras del edificio, y nos comerán vivos si no los burlamos.

Yuki gruñó por lo bajo y se subió con aplomo a la parte trasera de su vehículo. Mika le ayudó a acomodar a Shuichi sobre las piernas.

—Nos seguirán —dijo Mika con preocupación.

—Olvídense de eso; vamos —pidió Yuki, aferrando a Shuichi con fuerza.

Mika y Tatsuha tomaron con diligencia sus respectivas ubicaciones en la cabina del auto. Tatsuha pisó el acelerador a fondo y las llantas rechinaron en el asfalto. En el instante que el auto emergió del aparcadero, los paparazzi y la prensa se lanzaron en picada; estaban dispuestos incluso a arriesgar sus vidas con tal de conseguir una exclusiva de Yuki y Shuichi.

—¡Rayos! —se quejó Tatsuha cuando vio por el espejo retrovisor la horda de camionetas de las distintas cadenas televisivas y radioemisoras tras ellos.

Para suerte y providencia del propio Tohma, dos vehículos bajo las órdenes de K, escoltaban el auto de Yuki. Y estaban autorizados para disparar y destruir la ciudad completa —de ser necesario— con tal de impedir que la prensa entorpeciera los planes que Yuki, quien se sentía en una película de acción; de esas que Shuichi tanto disfrutaba ver en sus días libres, o en las noches cuando le rogaba a Yuki que le acompañara en el sofá mientras goloseaban palomitas de maíz y soda.

¿Estaría haciendo lo correcto? La pregunta embargó a Yuki en el momento que vio a Tatsuha doblar con pericia una curva cerrada para adentrarse a la autopista, acortando el tiempo de viaje hacia el centro acuático y evadir a la prensa. Observó el rostro inexpresivo de Shuichi conteniendo la respiración. Pero guardaba la esperanza de tenerlo de regreso muy pronto en casa. Yuki se aferraba a esa mínima posibilidad de la que Tatsuha le había hablado.

«Aguanta un poco más, Shuichi. Ya voy por ti.»

 

 

Poco después de las nueve de la noche, cuando la puesta de sol había sido reemplazada por una noche de luna llena fresca y estrellada, Tatsuha derrapó el vehículo de Yuki en el frontis del centro acuático. Le había tomado cerca de dos horas llegar, porque la persecución de la prensa le había impedido reducir el tiempo de viaje.

En las afueras del recinto, K, Tohma y resto del grupo de NG aguardaban el arribo de Yuki y Shuichi con expectación. Los ejecutivos del centro acuático y los guardias del lugar se encontraban también, encañonados por las armas de K y sus esbirros, en la mayoría, funcionarios activos del FBI.

—En cualquier momento llegará la prensa también —dijo Tatsuha mientras bajaba del vehículo—. Logramos burlarlos, haciéndoles creer que íbamos a Kioto.

Tohma y Hiro se apresuraron en ayudar a Yuki a bajar con Shuichi para que ingresaran al recinto acuático.

—No se preocupen —dijo Tohma con tranquilidad—; envié un auto similar al de Eiri-san para engañarlos. Eso nos dará un poco de tiempo.

Hiro vio a Shuichi y sintió la necesidad de preguntar:

—¿Qué es lo que le sucederá? No entiendo bien lo que piensas hacer —le dijo a Yuki, quien se encontraba más preocupado de llevar a Shuichi directamente a la piscina en la cual se había ahogado.

Cuando Yuki cruzó el gran portón del centro acuático con Shuichi en brazos, K, quien se encontraba a cargo de la seguridad y de contener a los dueños y guardias del recinto, le dijo:

—Lo que sea que estés por hacer, procura traerlo intacto. No será de mucha utilidad si se queda así.

Yuki continuó caminando, pero dio muestras de haber escuchado. Normalmente ignoraba a K por todos los destrozos que le generaba en el apartamento a causa de Shuichi. Ya le debía el dinero de varias puertas porque las volaba con granadas, y el de un albañil por las paredes agujereadas cada vez que le disparaba a Shuichi cuando éste se quedaba dormido o se negaba ir a trabajar. Era una lucha de nunca acabar, pero Yuki ya lo tenía asumido y se resignaba estoicamente a su suerte.

En el momento que Yuki se perdió de vista al interior del parque, Tohma y los demás hicieron el amago de seguirle, pero Tatsuha se los impidió.

—Esto es algo que debe hacer solo —aclaró con una seriedad pocas veces vista en él.

—Es una locura —dijo Mika—. Eiri podría empeorar el estado de Shuichi.

—¿Qué es exactamente lo que hará? —preguntó Hiro. Desde el día del accidente, se había dejado arrastrar por la culpa al no haber podido salvar a Shuichi. Ahora sólo tenía que esperar y no le gustaba.

Tatsuha no quería entrar en demasiados detalles porque el viaje astral no era un tema que se escuchara con frecuencia en una conversación, pero debía tranquilizar a quienes se preocupaban por Shuichi, ya que no dejaba de ser curioso y preocupante que Yuki trasladara a Shuichi al sitio donde su vida había cambiado.

Organizó rápidamente sus palabras y resumió todo en una oración simple.

—Traerá de regreso a Shuichi.

—¿Y cómo? —preguntó Ryuichi. Su evidente preocupación le había hecho dejar de lado su comportamiento infantil que normalmente mostraba a pesar de su edad—. ¿Por qué tuvo que traerlo a este lugar?

—Es lo que todos quisiéramos saber —señaló Suguru—. Nos trajeron a este sitio sin darnos ninguna explicación.

Tatsuha suspiró resignado y se aventuró a revelar en detalle los propósitos de Yuki al ver los rostros expectantes de quienes aguardaban por una explicación. No sería sencillo, pero lo intentaría.

 

 

Yuki llevaba un rato caminando por los terrenos del centro acuático sin saber realmente lo que estaba haciendo. Cargaba a Shuichi con el propósito de salvarlo pero aun así sentía que estaba errando. Una punzada de inseguridad lo invadió por ello y se estremeció cuando se vio enfrentado a la piscina donde Shuichi sufrió el accidente.

Vacilante, se acercó lentamente a la orilla del estanque y observó el agua que destellaba gracias a la iluminaria del parque. Una sensación de agobio lo invadió y una opresión se abrió paso en su pecho al recordar su sueño recurrente —y el que nuevamente había experimentado luego de hablar con Tatsuha sobre el viaje astral—. Contempló el rostro inmutable y perdido que Shuichi le ofrecía en reposo contra la curvatura que formaba su cuello y se preguntó qué debía hacer exactamente. «Guíame», le pidió.

Yuki volvió a mirar el agua y un impulso súbito le instó a lanzarse a la piscina con Shuichi en brazos; exactamente en el sitio donde se ahogó.

Al interior del estanque, Yuki intentó sentir a Shuichi; alguna conexión o señal como la que recibía cuando soñaba, pero por más que miraba a su alrededor y a Shuichi entre sus brazos, las respuestas no llegaban. Su urgencia por salir de allí era una de las prioridades en ese momento, porque no podía correr el riesgo de empeorar la condición de Shuichi, dado que éste apenas y podía mantener una respiración normal fuera del agua.

Más rápido de lo que había estimado, Yuki comenzó a ser víctima del cansancio por su constante pataleo en el agua, por la fuerza que aplicaba para sostener a Shuichi y el aguante para retener el aire en los pulmones. Poco a poco le fue resultando difícil continuar con el ritmo que imprimía para mantenerse a flote al interior de la piscina y comenzaban a pesarle las extremidades. Pataleó entonces, decidido para salir a la superficie, pero algo se lo impidió. Hasta el momento Yuki no se había percatado de que el agua se arremolinaba y chocaba con fuerza contra su cuerpo, apresándolo y atrayéndolo hacia el fondo del estanque. El pánico le hizo abrir la boca, dejando escapar el aire que retenía a duras penas, y le instó a nadar con más fuerza —realmente se sentía parte de una película de terror; de esas que Shuichi tanto disfrutaba a pesar de asustarse como un idiota. Él definitivamente era un masoquista—, pero las piernas no le respondieron, y él mismo se sentía cercano a la extenuación. Se detuvo ante su infructuoso escape y vio el remolino que se formaba bajo sus pies; luego se concentró en Shuichi y, movido por un acto impulsivo y desesperado, lo besó. Quizá fue por instinto; para darle un poco de oxígeno, o porque algo en su interior le indicó que lo hiciese.

Después de eso, el remolino bajo los pies de Yuki se disgregó, lo que le permitió nadar de vuelta a la superficie. Lo hizo con una urgencia frenética, porque sentía los pulmones a punto de estallar y el corazón le bombeaba peligrosamente. En el momento que su cabeza emergió en la superficie, Yuki tomó una gran bocanada de aire y nadó hacia la orilla con renovadas fuerzas, procurando mantener flotando a Shuichi contra su pecho sin soltarlo en ningún momento. Cuando llegó a la orilla, subió a Shuichi y luego se dejó caer a su lado, víctima de la extenuación. Y sólo cuando sintió que estaba lo suficientemente repuesto, Yuki se incorporó y se arrodilló a un costado de Shuichi para examinarle. Lo que vio terminó por destruir sus últimas esperanzas: Shuichi seguía con la misma expresión inmutable; su mirada perdida en la nada.

Yuki se pasó la mano izquierda por su flequillo empapado, buscando tranquilizarse. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué debía hacer en realidad? Estaba frustrado; al borde de la desesperación. Eran demasiadas emociones revolviéndose en su interior resquebrajado. Su vida se había vuelto un infierno desde el día del accidente. Se sentía acorralado y no sabía si era realmente por la incertidumbre de lo que sucedería el día de mañana o porque estaba consciente de que tenía que asumir finalmente que su vida junto a Shuichi no volvería a ser la misma.

A Yuki nunca le habían gustado los cambios cuando éstos no eran llevados a cabo bajo su propia decisión. Normalmente cambiaba de departamento cuando se encaprichaba con uno nuevo y más amoldado a sus necesidades; cambiaba el aroma de su loción para llamar la atención de Shuichi o la marca del champú cuando éste dejaba de hacer el efecto que deseaba en su cabello. Sus constantes cambios en ese tipo de cosas eran siempre porque tendía a aburrirse de ellas, pero ahora tenía que afrontar un cambio radical en su propia vida, porque era un hecho que no abandonaría a Shuichi, aun cuando se quedara en aquel estado para siempre. Lo amaba, hiperactivo o inmóvil como una estatua... lo amaba. Pese a eso, algo dentro de Yuki terminó finalmente por estallar. Las emociones estaban ahí, desde hacía mucho. Siempre lo estuvieron; desde el principio, pero las había reprimido, tal vez inconscientemente. Se habían acumulado y ahora explotaban como una bomba poderosa en su propio cuerpo.

Sus manos temblorosas llegaron hasta los brazos de Shuichi; los aprisionó con fuerza y, en un acto  humano de absoluta desesperación, lo zamarreó.

—¡Dime qué tengo que hacer, maldita sea! ¡Dime! —le gritó.

El cuerpo de Shuichi se zarandeaba a la voluntad de Yuki sin estímulo alguno. Eso más exasperaba a Yuki, quien no dejaba de sacudirle con desesperación.

—¡¿Qué es lo que te sucede, maldito idiota?! ¡¿Dónde estás?! ¡Me llamaste y vine por ti! ¡¿Por qué no regresas?!

El silencio persistió en el lugar.

—¡Haz algo, estúpido! —Lo continuó sacudiendo, esperando que Shuichi diese alguna señal—. ¡Desde que te conocí mi vida ha sido un completo desastre! ¡Si no te hubiera conocido no me habría convertido en esto! ¡Habría tenido una mejor vida! ¡Mira lo que has hecho conmigo!

Yuki aprisionó el cuerpo de Shuichi fuertemente contra el suyo y ocultó el rostro en su cuello. Tanto tiempo sin permitirse llorar, reprimiendo violentamente aquel sentimiento, pero finalmente las lágrimas fluyeron, seguido de un sollozo amargo que se coló espontáneamente por su garganta.

—¡Dijiste que nunca me dejarías, maldito mentiroso! ¡Me prometiste que llegaríamos juntos al final de nuestras vidas! ¡Me hiciste creer en tus malditas palabras! ¡Creí en ti, inútil! ¡Creí en ti!

El cuerpo de Yuki temblaba víctima del llanto y del frío que se colaba por estar empapado. Sus brazos habían rodeado el cuerpo de Shuichi con fuerza, y sentía aun así que lo había perdido.

—¡Regresa! —exclamó—. ¡Regresa, maldito idiota! ¡No puedo continuar sin ti! ¡¡REGRESA, SHUICHI!!

Mantuvo el rostro hundido en la curvatura que formaba el cuello frío y húmedo de Shuichi, deseando desesperadamente fundirse en él y borrarse de la realidad que lo golpeaba duramente como una bofetada. Una y otra vez le pidió entre sollozos a Shuichi que regresase. La mente de Yuki se encontraba obnubilada por el dolor y la amargura de saber que había perdido a la única persona que le había hecho valorar la vida. Las esperanzas lo habían abandonado; se habían marchado con Shuichi el día que se había ahogado. Sólo un sentimiento fantasma de aquellas vanas ilusiones se había quedado con Yuki hasta ahora, pero ni siquiera eso era suficiente para consolarle.

En medio del silencio que se extendía por todo el recinto, Yuki permaneció abrazando el cuerpo de Shuichi mientras su errática respiración intentaba retomar un curso normal. Yuki sentía la cabeza a punto de estallar; las sienes le martillaban los costados y el corazón parecía una tromba que arrancaba un poco de su existencia con cada punzante latido. Yuki se preguntó en ese momento si estaba realmente dispuesto a vivir de ese modo con Shuichi. «Los sueños eran vulnerables, inestables y endebles, como la llama de una vela, que extinguía su luz al más mínimo soplo». Yuki debía hacerse la idea de que los planes de vida que había armado con Shuichi no se concretarían.

Todo era un completo y verdadero desastre.

Cuando Yuki sintió que había llorado lo suficiente para continuar con su vida, sintió un delicado y casi inexistente peso en la espalda. Dos brazos le rodeaban el cuerpo y lo envolvían con calidez. Yuki abrió los ojos de golpe y sintió que la respiración se le atoró en la garganta.

Temeroso por lo que experimentó en ese momento, levantó el rostro y vio el de Shuichi: él le miraba y sus labios le sonreían.

—Yuki —murmuró Shuichi, casi embobado por el abrazo en el que se vio envuelto. Intentó decir algo más, pero Yuki, movido por esa personalidad prepotente y a veces impulsiva —rayando en lo infantil— que lo dominaba, frunció el ceño y lo golpeó duramente en la cabeza.

—¡Se puede saber dónde rayos estuviste todo este tiempo! ¡¿Tienes una maldita idea de todos los problemas que me hiciste pasar por tu culpa?! —masculló furioso.

Shuichi no se sorprendió por la reacción de Yuki; lo conocía tan bien, que podía adivinar sus emociones e incluso anticiparlas. Pero ahora no se encontraba preparado para tal recibimiento.

Se frotó la zona golpeada y encaró a Yuki.

—¡¿Por qué me golpeas, imbécil?! —exclamó molesto.

—¡El imbécil eres tú por hacerme pasar tantos disgustos! —rebatió Yuki.

—¡¿Y yo por qué?! ¡¿Qué hice ahora?!

Hicieron una pausa para recuperar la compostura y no asesinarse. Yuki aún no podía creer que Shuichi estaba hablándole. ¿Realmente estaba sucediendo? Yuki creía que se había ahogado en la piscina y que su espíritu se había reencontrado con el de Shuichi en el más allá. Era un pensamiento absurdo, pero estaba tan conmocionado, que simplemente ya no sabía qué creer ni esperar. Todo pasaba por la cabeza de Yuki como una película a mil fotogramas por segundo.

—¿Y? ¿Me dirás qué hiciste en todo este tiempo? —resolvió preguntar al fin.

Shuichi vaciló un momento; parecía estar pensando al respecto.

—Para empezar, no sé por qué estamos... —miró hacia los lados para orientarse un poco—. ¿En una piscina? —Vio sus ropas empapadas—. ¡¿Y por qué diablos estoy en pijama?! ¡¿Soy sonámbulo?! ¡Oh, Yuki: soy sonámbulo! ¡Soy sonámbulo!

—¡No seas idiota! —gruñó Yuki, pero le inquietó el hecho de ver que Shuichi parecía confundido y no sabía realmente lo que había sucedido—. ¿No sabes por qué estamos aquí? ¿No recuerdas?

Shuichi negó con la cabeza.

—No sé qué sucedió. ¿Estás seguro que no soy sonámbulo?

—Te ahogaste —explicó Yuki, ignorando la pregunta estúpida de Shuichi—. Ha pasado un mes desde el accidente.

Shuichi abrió los ojos desmesuradamente y trató de buscar en su memoria algún recuerdo de aquel incidente.

—¿No sabes qué sucedido desde aquel accidente? —preguntó Yuki—. ¿No sabes dónde estuviste?

Shuichi negó evidentemente pasmado. Pero pareció recordar algo...

—Había mucho silencio y oscuridad—murmuró un poco confundido. Parecía que trataba de evocar los vagos recuerdos que manaban débilmente en su cabeza—. También había agua... mucha agua. Trataba de salir, pero no lo lograba. Estaba asustado. —Un débil estremecimiento sacudió su cuerpo.

—¿Y por casualidad no intentaste llamarme? —Yuki no dejaba de sorprenderse por la innegable similitud de escenarios que ambos habían experimentado en estas cuatro semanas. Ellos efectivamente estaban conectados de algún modo. Yuki soñaba con Shuichi, mientras éste intentaba escapar del lugar en el que se encontraba.

—No lo sé. No recuerdo muy bien —expresó Shuichi.

Yuki suspiró con un dejo de alivio evidente. Miró a Shuichi y no pudo reprimir los deseos de abrazarle. Lo apegó sólidamente contra su pecho y sus labios alcanzaron la oreja izquierda de Shuichi.

—Creí que no volverías —le susurró.

Shuichi volvió a estremecerse; esta vez por las emociones que experimentaba al sentir nuevamente el calor de Yuki propagándose por su cuerpo. Le quemaba la piel; subía la intensidad de sus latidos y el flujo de su sangre se espesaba desinhibido por sus venas.

—Yuki... —murmuró anhelante. Correspondió su abrazo con igual emoción y se impregnó de su esencia.

—Tú causaste todo este alboroto —aclaró Yuki—, así que deberás disculparte por hacerme pasar tantos malos ratos.

Buscó la boca de Shuichi y la besó con un incontrolable deseo. Shuichi suspiró ante el contacto y le rodeó el cuello a Yuki con los brazos, permitiéndole que se abriera paso en su boca y se conectara con su lengua. Yuki había extrañado los besos de Shuichi, pese a que estos no eran los más expertos del mundo ni los más elegantes; pero se había acostumbrado a ellos y los había necesitado incansablemente. Estaba dispuesto a devorarlos durante varios minutos —quería recuperar el tiempo perdido—, pero se vio interrumpido por la irrupción de quienes colaboraron en su plan para traer de vuelta a Shuichi. K no había tenido la paciencia suficiente para aguardar en las afueras del centro acuático sin hacer nada por Shuichi. Los demás sólo le habían seguido.

Mika reprimió un sollozo entre sus manos y Hiro fue el primero en acercarse a Shuichi, luego de reconocerlo despierto y ver que éste le miraba y sonreía.

—¡HIRO~! —exclamó Shuichi, incorporándose con algo de torpeza para colgarse del cuello de Hiro. Shuichi solía tener ese tipo de comportamiento con Hiro cuando pasaba demasiado tiempo sin verlo, y Hiro no tenía problema en corresponder sus efusivos gestos—. ¡No sé cuánto tiempo exactamente llevo sin verte, pero te he extrañado mucho!

Tohma y Tatsuha se acercaron a Yuki para prestarle una toalla y así evitar que siguiera enfriándose. A pesar de estar aún en verano, la noche estaba fresca.

—Bien hecho, hermano —dijo Tatsuha, palmeándole la espalda a Yuki al ver a Shuichi recuperado.

—Es una verdadera sorpresa —dijo Tohma—. Pero siempre confié en Eiri-san.

—¡¡SHUICHI~!! —exclamó Ryuichi, arrojándosele encima—. ¡Al fin estás de regreso!

Fujisaki y Sakano observaban todo desde una distancia prudente. Estaban contentos por la recuperación de Shuichi, pero no les parecía sano sumarse al alboroto que Ryuichi y Shuichi, en compañía de Hiro, montaban por el reencuentro.

La celebración duró poco: la prensa logró dar con el paradero de Yuki y Shuichi e intentaron irrumpir en el recinto; pero el equipo armamentista que K contrató se encargó de mantener controlada la situación y replegar el asedio periodístico. En medio de disparos y explosiones nucleares, Yuki y Shuichi lograron escapar y regresar a casa. Tohma había sugerido llevar a Shuichi al hospital para evaluar su estado y constatar que todo estuviera en orden, pero Yuki había cogido a Shuichi y arrancado en el vehículo al primer descuido. Lo único que quería era regresar a casa y estar a solas con Shuichi. Necesitaba calmar su corazón luego de haber vivido las cuatro semanas más dolorosas y horribles de su vida.

 

 

Cuando Shuichi cruzó el recibidor del departamento, esta vez por sus propios medios, soltó un suspiro y observó la decoración sobria que revestía las paredes del apartamento. Se adentró con paso firme hasta la sala y se dejó caer en el sofá que tantas veces le había servido de cama. Yuki podía cambiarse de apartamento dos o tres veces en el año, podía cambiar la marca de loción o de champú, pero sólo habían un par de cosas que, a pesar del tiempo y las tendencias, él no cambiaba: su auto, los cigarrillos, la marca de cerveza y su sofá; éste siempre le acompañaba en cada mudanza. Amaba su sofá y Shuichi lo sabía. «¿Amas más al sofá o a mí?», le había preguntado una vez a Yuki mientras descansaban viendo televisión un domingo por la tarde. «Amo más al sofá porque no es ruidoso, adorna la casa, contribuye a mi descanso y no me hace preguntas estúpidas», fue la honesta respuesta de Yuki en aquel entonces. 

—¡No puedo creer que esté de vuelta en casa! —exclamó Shuichi, estirándose como un gatito consentido en el sofá.

Yuki se sentó a su lado y guardó silencio mientras lo contemplaba. Aún no lograba creer todo lo que había pasado; también le costaba asimilar que realmente Shuichi se encontraba junto a él, sano y salvo. Era como si nada hubiera pasado, y que estas cuatro semanas sólo se hubieran tratado de un mal sueño que no le gustaría volver a revivir nunca más.

—Aún no entiendo qué fue lo que te sucedió realmente —dijo Yuki, rompiendo el silencio. No se había molestado en encender las luces de la sala, por lo que sólo las de las farolas de la calle permitían una tenue iluminación al cuarto a través del ventanal.

—Yo tampoco lo entiendo —dijo Shuichi.

—¿No recuerdas el día del accidente? —preguntó Yuki. Shuichi negó—. ¿No recuerdas que estuviste hinchándomelas durante días para que te acompañase al centro acuático?

—De eso me acuerdo —dijo Shuichi—. Accediste a acompañarme luego que te insistí.

—¿Insistir? —repitió Yuki— .Los niños chiquitos insisten cuando quieren un helado o el juguete del vecino. Lo tú hiciste fue más que eso. ¡Fuiste peor que una plaga! ¡Te me apareciste hasta en mis pesadillas! No sé cómo te aguantas. ¿En verdad eres humano?

Shuichi soltó una carcajada burlona. Sabía que le gustaba a Yuki tal cual era.

—Aun así —dijo—. No recuerdo nada de ese día. ¿En verdad me acompañaste?

Yuki rodó los ojos. No sacaba nada con insistir ni entrar en detalles de lo que había sucedido en ese día. Lo mejor era olvidarlo; recordarlo le hacía mal.

—Lo que dijo Tatsuha —continuó Shuichi— antes de que llegara la prensa me confundió un poco. ¿Qué es eso de viaje astral? ¿Es una nueva banda?

—Realmente tienes aire bajo ese flamenco que empollas en la cabeza —soltó Yuki.

—¡Oye! —ladró Shuichi—. Es que no tiene mucho sentido lo que dijo.

—Nada tiene sentido para ti —comentó Yuki con burla.

Shuichi le soltó un manotazo en el pecho ante el comentario y se relajó en el sofá; parecía cansado. Yuki lo observó de manera contemplativa por unos momentos, hasta que estiró la mano y lo sujetó de la barbilla, obligándole a que lo mirase. En el momento que sus ojos se encontraron, las mejillas de Shuichi se encendieron y su corazón comenzó a latir precipitado. Su cuerpo se vio preso de un estremecimiento involuntario y se aproximó a Yuki para besar sus labios. Eran momentos como estos cuando Yuki permitía que Shuichi cruzara los límites y se fundiera en sincronía con su cuerpo.

Cuando estaban los dos a solas, guarecidos entre las paredes del apartamento, Yuki se daba ese tipo de licencias y todo lo demás le dejaba de importar.

—¿Me extrañaste? —murmuró Shuichi entre los labios de Yuki. Los degustaba con ansias. Pese a que desconocía el tiempo que había pasado sin ellos, le resultaba una eternidad.

—En lo absoluto —respondió Yuki con la vista hacia el ventanal, en donde podía apreciar parte del balcón y la techumbre de los edificios vecinos, que cortaban como cuchillas el cielo estrellado.

—Mentiroso —dijo Shuichi esgrimiendo un mohín infantil.

Yuki clavó sus ojos en los de Shuichi, descubriendo que éstos le miraban fijamente. En ese momento, algo dentro de Yuki vibró. Finalmente los ojos de Shuichi le veían como antes; habían recuperado esa chispa de vida que tanto le embelesaban y le hacían darse cuenta de cuan estúpidamente enamorado estaba. Y movido por ese sentimiento y el deseo de confirmar que Shuichi realmente estaba de vuelta a su lado, Yuki lo asió de la cintura y se lo colgó al hombro como un costal de papas. Se incorporó y cargó a Shuichi hasta el dormitorio de éste —haciendo amago de su fuerza— y lo arrojó a la cama. Shuichi rebotó cómicamente en el colchón y trató de reponerse luego de la brusca sacudida.

Yuki no perdió el tiempo y se encimó en Shuichi. Lo vio fijamente los ojos y el corazón volvió a estremecerse en su pecho.

—¿Qué sucede, Yuki? —preguntó Shuichi conociendo de antemano la respuesta; su propio cuerpo experimentaba esas agitadas sensaciones que le resultaban tan familiares al ser consciente de que estaba por suceder.

Yuki llevó su mano izquierda al pecho de Shuichi y comenzó a desabrocharle el pijama lentamente.

—Estuve un mes sin tocarte —dijo con honestidad. Descubrió la piel de Shuichi y se atrevió a acariciarla; estaba tibio al tacto.

Shuichi arqueó la espalda y jadeó ansioso. Sabía que ambos deseaban y necesitaban sentirse; lo habían estado esperando desde hacía cuatro semanas.

Shuichi no pudo reprimir un potente gemido cuando sus cuerpos se rozaron de manera íntima.

—Realmente estabas mejor en estado vegetal —se quejó Yuki—. Eres demasiado inquieto y escandaloso en la cama.

—¡Qué cruel e insensible eres, bastardo! —protestó Shuichi—. ¡Todavía que me molesto en regresar y tú me tra...!

Su reclamo murió deliciosamente en los labios de Yuki, quien lo rodeó con los brazos para impregnarse de su calor y aroma.

Atrás quedaba la amarga angustia que Yuki había vivido en las cuatro semanas posteriores al accidente. A partir de ahora ambos podían comenzar nuevamente a vivir y apegarse a los planes que habían previsto para el futuro.

Sólo debían recuperar el tiempo perdido y aprovechar el restante; tenían toda una vida para ello.

—Te amo, Yuki —murmuró Shuichi, suspirando al sentir la cercanía de Yuki tan viva en su piel y en su alma.

Yuki hundió el rostro en la curvatura que formaba el cuello de Shuichi y respiró su dulce esencia. Su cuerpo se sacudió nuevamente y se aventuró a susurrarle a Shuichi en voz baja:

—Bienvenido a casa.

 

FIN

 


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