Prólogo; primer encuentro.
Se siente como si su piel está siendo oprimida contra sus huesos, afiladas agujas están siendo lanzadas a sus intestinos. Y algo más; después siempre se siente un poco caliente, pero no sudoroso. Es una sensación nauseabunda, donde se encuentra a sí mismo arrodillado, recordando sus alimentos anteriores, y si es suertudo –lo que es casi nunca– sólo agitado.
Sus piernas se vuelven débiles cuando se levanta, y se ha acostumbrado a sólo acostarse allí –donde sea que ha aterrizado– por terriblemente prolongados minutos, si no son horas. Espera algún día aterrizar en algún lugar confortable, opuesto a sus frecuentes destinos –aceras llenas de personas, centros comerciales bulliciosos, y en una ocasión, en la casa de alguien–.
Le encontrará el truco algún momento, cuando consiga el tiempo para practicar. Quizás la semana que viene, su cronograma está despejado.
Jongin se encuentra a sí mismo en un prado vacío, su espalda contra grama picosa, sus dedos jugueteando alrededor de flores silvestres. El sol lo baña, haciéndolo sentir más caliente que nunca, y un poco arrepentido de estar vistiendo esa sudadera negra.
Decide que sólo se acostará allí por unos minutos, quizás horas; días, como si le importara, porque la grama está húmeda y lo consuela, las flores están moviéndose un poco con la suave brisa. Sus pensamientos están claros, libres de preocupaciones y cosas similares. No hay nadie ahí, por lo que él sabe... sus ojos han desarrollado una capa vidriosa, y su cuerpo se ha acalambrado; hacer un intento de moverse lo probaría, de todas formas.
Se había quedado dormido, no sabe realmente cuándo; en algún momento entre la puesta del sol y el viento suave que lo invitaba a cerrar sus ojos por un rato efímero.
Es tomado por sorpresa por la persona sentada a su lado, a menos de unos centímetros aparte; tobillos cruzados, rodillas extendidas, codos sobre ellas y su cabeza inclinada hacia un lado.
Hay paquetes vacíos a su lado, sostenidas con una botella de jugo medio llena para no ser llevadas por el viento y ensuciar la tierra.
Se miran entre sí, los ojos negros perforando los cansados. No intercambian palabras, ni saludos, pero aún así, Jongin se siento extrañamente unido al hombre a su lado; el hombre al que no le ha dicho ni una palabra, con el que ha despertado al lado, observándolo con una mirada de interés mezclada con temor e indicios de confusión.
Jongin espera, porque no dirá la primera palabra. Probablemente saldría un revoltijo desordenado, su lengua liada y su cerebro confundido.
“Duermes extraño, y hablas. ¿Sabías eso?” El hombre habla, después de algunos segundos, un obvio problema en su pronunciación. “¿Tienes hambre? Porque estabas hablando acerca de tortas de arroz… tengo aperitivos.”
Jongin está un poco molesto, habla mucho y continua lamiéndose los labios, y su cabello es muy largo.
Está molesto, pero se siente cómodo; relajado con un completo extraño buscando comida en su bolso.
“No tengo hambre.” Dice Jongin, levantándose, e ignorando el sentimiento punzante en sus costados. “No tengo hambre, y nunca estuve aquí.”