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Eden. por Elth

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Notas del capitulo:

¡Ya está aquí el capítulo 4!

Canción del capítulo:

http://www.youtube.com/watch?v=BqCWZLToZoQ

 

La nieve continuaba resbalando lentamente por el cristal de la empañada ventana junto a la que me encontraba sentado. En silencio, me pregunté muchas cosas, a sabiendas de que no sería capaz de encontrar las respuestas pertinentes. A menos no por mí mismo. Suspiré con fastidio, escuchando los gimoteos de mis dos compañeros de piso procedentes del cuarto que compartían. Esos dos no paraban nunca, en serio. Hastiado, agarré mi abrigo y salí del edificio con rapidez.

Caminé a través del parque que se ubicaba frente a mi apartamento, con la boca enterrada en mi jersey negro de cuello vuelto, calentándome gracias al reflejo de mi aliento. Cuando me cansé de andar, me senté sobre un banco de madera húmedo. Observé a la multitud mientras movía mis dedos dentro de los bolsillos del pantalón, desentumiéndolos. No muy lejos de mí un grupo de niños pequeños que se bombardeaba sirviéndose de gruesas bolas de nieve reía a carcajadas. Una pareja de casados se abrazaba cariñosamente, dándole calor a sus cuerpos y a aquel que aún seguía formándose en el abultado vientre de la mujer. Ambos se regalaban una sonrisa llena de afecto, un sentimiento tan poderoso que me alcanzó incluso a mí, una persona fría y distante por naturaleza. Sí, no podía negar que siempre me había comportado de manera indeseable. Me había peleado con todo el mundo, había juzgado sin conocer, había herido a gente inocente con el veneno de mis palabras, nunca había tenido compasión ni cariño hacia nadie, incluyéndome. Pero mi corazón parecía haberse ablandado de repente, dejándome indefenso, confundiéndome. Estaba empezando a ver a los demás como personas, como seres vivos, no como entes inútiles y molestos. Había comenzado a apreciar las sonrisas que me rodeaban, las lágrimas que provocaba, las emociones ajenas en las que cada día me veía envuelto, aquellas que me afectaban, que deseaba mejorar. Anhelaba confortar a Kai, a Ruki, incluso a Reita. Uruha era otra historia. No quería verlo triste, pero me aterrorizaba acercarme a él, temor surgido de la inseguridad, de la absurda negación. Temía que me rechazara, temía rechazarlo, temía hundirlo más de lo que estaba. Porque lo quería, me daba miedo. Y yo era demasiado cobarde como para superar los obstáculos presentes en mi mente.

Solté un largo suspiro antes de golpearme tres veces en la cara con mis propias manos, intentando liberarme de aquella atmósfera de pegajosa ansiedad y, al comprobar que no había sido de mucha ayuda, decidí ir a pasear por la ciudad, sin tener en cuenta un destino concreto.


La Navidad es una fiesta cristiana, sin embargo su presencia es bastante fuerte en un país de raíces budistas como el mío, Japón. Supuse que se debía al creciente número de extranjeros residentes en el lugar, aunque el influjo de la globalización no era menos culpable. Decenas de árboles decorados con luces, adornos redondos de color rojo y estrellas doradas a modo de corona proporcionaban a las calles aquel sentimiento de engañosa calidez, el cual desaparecería un par de semanas más tarde, con suerte, quedando sólo a la vista la nieve fría y blanca, las paredes de hormigón seco, los escaparates de cristal moteados de polvo. No era una época que me gustara, pues me parecía de las más hipócritas del año, protagonizada por todas esas familias sonrientes por fuera y rotas por dentro, por aquellos niños traviesos que fingen haber olvidado su gusto por atacar al más débil de la clase para poder recibir el trozo de plástico deseado que será olvidado una vez desenvuelto el vistoso papel de regalo.

Estaba harto de la sociedad, eso era cierto, pero yo no era mejor. Todos los seres humanos se pudren, todos se descomponen, no existe aquel que pueda conservar su piel brillante por mucho tiempo, su alma cristalina e intacta, sin ningún rasguño.

-¿Aoi?- Levanté la vista al escuchar mi nombre. El hombre de pequeña estatura, greñas desordenadas, abrigo abultado y bufanda negra que hacía las veces de mascarilla me miró con sus ojos sorprendidos a un par de metros de distancia. -¿Ha pasado algo?

-Sólo he salido a dar una vuelta.- Arqueó una ceja, sospechando de mis palabras. -¡Venga, Ruki, no es tan raro que yo salga a la calle!

-Es más raro que la llegada a la Tierra de una tribu de extraterrestres.- Tenía razón, pero no tenía ganas de dar explicaciones. Y sabía que en aquel momento me las pediría. -¿Algo va mal?- Negué con la cabeza. -A mí sí que se me han torcido las cosas, ¿puedes... darme un momento?

El café humeante vertido en la taza de color blanco era de un negro azabache. De su color podía deducirse su amargura, cuya potencia suscitaba lágrimas, las cuales fluían sin dar un respiro a quien osaba retenerlas demasiado tiempo. Ruki aún conseguía reprimir el llanto mientras daba vueltas a su taza de café, de tonos claros y suave aroma.

-Vas a terminar agujereando la mesa si sigues haciendo eso.

-Las mesas son de madera. No se mueren.- Estiré la mano para agarrar la suya y detener así todos sus movimientos.

-Pero sí se rompen, Ruki. Quebrar algo porque tú estés herido no reducirá el daño que sientes.- Sostuvo entonces mi mirada y me di cuenta de lo mucho que estaba sufriendo.

-Vale, juguemos a las adivinanzas- propuse, dándome cuenta de que no hablaría por sí mismo. -¿Te ha vuelto a abandonar la inspiración?- Negó con la cabeza lentamente.

-Ahora estoy más inspirado que nunca. Anoche escribí diez canciones sin ningún problema.

-Entonces, ¿tienes mal la voz?- Volvió a negar.- ¿Le ha pasado algo a alguien de tu familia?- Tampoco. Reflexioné un momento, hallando la respuesta después de analizarlo durante un par de segundos.

-Ah... Es Reita, ¿no?- Escondió el rostro al completo en la tela de su bufanda, dándome a entender que había dado en el clavo. -Vaya por dios. - «Los cinco... ¡los cinco! Esto tiene que ser algún virus, vamos...» -A ver... ¿cuál es el drama? ¿Te ha rechazado? -No pude evitar que aquella pregunta sonara un pelín esperanzada. Todavía no había superado mi adversidad hacia los homosexuales y, aunque estaba empezando a tolerar que a mí me gustara un hombre, me parecía imposible creer que mi banda entera, «The Gazette» tuviera esa preferencia.

-Maldita sea, Yuu, ¿piensas que soy una colegiala imbécil como para haberme declarado?- La mezcla de furia e indignación con la que pronunció sus palabras me hizo sentir mala persona por haberle hablado así sabiendo que no estaba bien. -Además, Akira tiene novia, deberías saberlo.

-¿Qué me dices? ¿Desde cuándo?-inquirí, incrédulo.

-El día de Navidad es su segundo aniversario. -Confirmado, Shiroyama Yuu era un desastre andante. No se había dado cuenta de que uno de los integrantes de su grupo tenía pareja desde hacía dos años. Con la certeza de que era un completo memo, volví a analizar la situación de mi compañero.

-Así que estás de bajón porque te has parado a pensar en que no tienes ninguna posibilidad con él.

-Te equivocas. Nunca se me ha pasado por la cabeza el poder tener a Akira como algo más que un amigo, así que eso no me preocupa. Lo que pasa...- vaciló un momento.- Ayer salimos a beber. Estuvo muy agradable, como siempre- «sí, Reita es un cielo por naturaleza...»- pero se le fue la mano. Se desató por completo y estuvo bebiendo y riendo, bromeando sanamente, hasta que salimos del local y tropezó. Yo lo sostuve para que no se cayera, pero él... me apartó. Y entonces me dijo un montón de cosas horribles... -Lo animé a seguir con la mirada.- Que si estaba confuso, que si las cosas con su novia no iban nada bien, que si ya no sabía quién era ni lo que quería. Y que el culpable de todo aquello soy yo. Dijo que yo tengo la culpa de que él haya dejado de ser feliz. Yuu, dijo que yo soy el responsable... -La gota colmó el vaso. Ruki se atragantó con sus propias lágrimas sin poderlo evitar, sin poder hacer nada para impedir quedar totalmente al descubierto. Me levanté de la silla, dejé un billete sobre la bandejita plateada que había encima de la mesa y lo cogí del brazo, ayudándole a levantarse.

-¿Dónde... dónde vamos?-gimoteó. Seguí arrastrándolo sin permitirle detenerse, obligándole a mirar al frente.

-A demostrar tu inocencia.

El piso de Akira Suzuki estaba relativamente cerca del café Mal D´Amour, por lo que podías ir a pie echando unos escasos seis minutos en el camino. Yo había invertido ya diez preciosos minutos de mi valiosa vida en romper las distancias entre la dichosa casa y el enano obstinado que había tenido que cargarme a la espalda para poder conseguir mi propósito.

-¡No, Yuu, como te atrevas te ma...!- Toqué el timbre sin vacilar una vez el ascensor nos dejó en la planta correspondiente. Al otro lado de la puerta, escuché como la cerradura cedía, dejando al descubierto el rostro de un desprevenido Reita, cuya nariz comenzó a sangrar dolorosamente después de recibir el impacto de mi enfurecido puño.

-¡¿Qué coño...?!

-Eres un cobarde de mierda.- Me miró con los ojos muy abiertos, desbordantes de confusión. -¡No tienes derecho a hacerle cargar con el muerto de tus putos sentimientos a nadie!, ¿te enteras?- Akira miró por encima de mi hombro y, por el destello que cruzó su mirada, deduje que se había dado cuenta de la presencia del pequeño.

-Ruki...-susurró, confirmando mi intuición.

-Vámonos.- Tiró de mi manga hasta que me zafé bruscamente de su agarre, acercándome peligrosamente al rubio para decirle sus verdades justamente a la cara.

-Si lo que sientes por Takanori te confunde, si ha evolucionado a algo que te da miedo y ha puesto tu mundo patas arriba, la culpa es tuya por sentir de esa forma, ¡de ninguna manera él ha hecho que TÚ te sientas así! ¡Maldita sea, ha estado escondiendo que le gustas todo este tiempo sólo para que a TI te fuera bien y no tuvieras que pararte a pensar un segundo en su bienestar!- Cogí aire, indignado.- Siempre, ¡siempre! estás dándome lecciones. «No trates así a Shima», «Eres lo peor por hacerle sentir mal cuando él ni siquiera te ha mirado». Y ahora vas y le jodes la vida al tío que mejor se porta contigo, al que nunca te ha fallado, ¡al que te ha ayudado incluso cuando la has cagado a más no poder!

-Tú no tienes nada que ver con esto.-Me apartó de un manotazo, enfrentando a Ruki, cuyo gesto era un verdadero poema.- Si tenías algo que decirme, deberías haber venido solo, ¿por qué has traído contigo a este idiota?

-Yuu no es un idiota. Él sólo ha venido a defenderme. Aunque yo no quería que lo hiciera, él ha venido... a defenderme.- Tras soltar aquellas palabras impregnadas en veneno y angustia contenida, se dio media vuelta y echó a andar deprisa. Akira hizo amago de seguirlo, pero lo retuve por el hombro, casi con brutalidad.

-Hasta que hayas ordenado tus emociones, ni se te ocurra hablar con él- le advertí.

-Tú a mí no me das órdenes- aflojé mi agarre, agachando la mirada.

-No es una orden. Es una respuesta a tu llamada de socorro.

No volví a ver a Takanori en toda la semana, tampoco tuve noticias de Akira y aún menos de Uruha. No las busqué, quería relajarme. Necesitaba pensar sólo en mí mismo. No. Necesitaba no pensar en nada en absoluto. La montaña de problemas presentes en mi vida se hacía cada vez más y más grande, llena de residuos de degradación nula. Todavía no me había acostumbrado a la sensación de cosquilleo en el pecho, al nerviosismo que proporciona estar al pendiente de los demás, pues había pasado la mayoría de mi existencia en una acogedora burbuja de despreocupación y egoísmo, de carencias sin importancia. Hasta que se reventó como el globo azul de un niño pequeño que se funde con el cielo de verano al ambicionar acercarse al sol. Maldita sea, si por lo menos la madurez me hubiera dotado de una inteligencia mayor, habría sido una tortura provechosa. Pero no, yo seguía igual de gilipollas que siempre, sólo que con más mierda en el cerebro que nunca.

-¿Qué hay con ese careto, Yuu-chi?- Miyavi se tiró al sofá, acomodándose en él. Su sonrisa era radiante.

-¿Por qué estás tú tan feliz?- quise evadir mi respuesta. Su sonrisa se ensanchó tanto que creí que sus comisuras iban a terminar rajándose.

-Mi felicidad tiene un nombre: Uke Yu-ta-ka.- No puedo describir cómo fue aquel escalofrío que recorrió mi espina dorsal al escucharlo silabear el apellido de mi mejor amigo con aquel tono edulcorado. -Él es lo único que necesito, tío. No hay nada que me haga sentir mejor que su abrazo, que sus besos, que sus caricias...

-Echa el freno, campeón- pedí, acompañando mi mensaje con un gesto de desagrado.

-Tan intolerante como siempre-se quejó, apartando sus ojos de mí.

-Y tú igual de apasionado-contraataqué, imitándolo.

-Oye, Yuu-chi.- Miyavi es una de esas personas que no pueden guardar silencio durante más de cinco segundos. -¿Cuánto tiempo ha pasado desde que echaste un polvo por última vez?

-Mucho- reconocí, para nada alterado por su atrevida pregunta. -Casi ni me acuerdo.

-¿Y eso? Antes solías traer a casa a una chica diferente cada noche.- Tenía toda la razón. Se me había llegado a considerar el putero del vecindario, hasta tal punto que las madres escondían a sus hijas cuando me veían pasar.

-Bueno... Será que he estado demasiado ocupado últimamente.

-Llevas casi una semana haciendo el vago en el sofá- me recordó. Entonces su expresión se tornó socarrona. -No será que...- Se acercó lentamente a mí hasta quedar su dedo índice muy cerca de mi nariz.- ¿¡has perdido el interés en las mujeres!?

-¿Te has vuelto homo del todo, Yuu?- El que faltaba, mamá Kai con el delantal de cerezas y sartén en mano, robándome todo el espacio vital con la ayuda de su molesto novio.

-¿De dónde has salido?- le pregunté, desconcertado.

-Lo estaba escuchando todo mientras preparaba tostadas francesas en silencio.-Miyavi corroboró su información asintiendo con la cabeza. -¡Dinos, Yuu!

-¿Estáis locos? ¡No me he vuelto uno de los vuestros!- negué, empujándolos sin éxito.

-Un rotundo «no» siempre resulta ser un indudable «sí»- canturreó el tatuado.

-Ha llegado el momento de preguntarle a mamá Kai todas las dudas que tengas con respecto a las relaciones entre hombres, ¡no te avergüences y desahógate!- El brillo de sus pupilas dilatadas me asustó, así que opté por fingir.

-Vale, os lo diré.- Repentinamente, ambos se fueron apartando poco a poco, luciendo una sonrisilla amable en sus rostros expectantes. -Lo que tengo que deciros es...- Haciendo uso de mi mayor agilidad, le quité la sartén a Kai, echándole las tostadas francesas a medio hacer a Miyavi por la cabeza y, aprovechando la atención que el primero le profesaba al segundo (que estaba sufriendo a causa del aceite caliente que le había echado por encima) salí por patas del edificio, sin abrigo ni nada. Es lo que tienen las emergencias: lo que se queda atrás, se deja atrás.

-¡Brr... hace un frío que pela!- Me abracé a mí mismo, sintiendo cómo se me resbalaba el moco de la nariz después de estornudar.

-¿Yuu-kun?- Era la segunda vez que me reconocían en medio de la multitud en seis días. Pero, en esta ocasión, me sorprendió de verdad descubrir a la persona que me llamaba.

-¡Sonoko-chan!- Corrí hacia aquella mujer pequeña de melena castaña y larga, que ondeó al viento. -¿Cómo estás?- le pregunté con una sonrisa cuando estuve lo suficientemente cerca de ella.

-No mejor que tú, ¡te has convertido en guitarrista profesional!- Su radiante sonrisa no había cambiado en absoluto. Pensar aquello hizo que mi corazón se encogiera.

-Sólo estoy aprendiendo, aún no se me puede llamar profesional- admití, entre halagado y avergonzado. -Bueno, ¿a qué esperas? ¡Cuéntame algo sobre ti! -Inclinó su paraguas azul celeste sobre mi cuerpo, cobijándome de la nieve.

-Sólo si tienes un minuto para secarte esa ropa en un lugar caliente.

Dicen que el primer amor nunca se olvida, que es el único realmente genuino, el más profundo que se experimenta. Yo sólo he querido a alguien en mi vida, a la única mujer que dejó huella en mi corazón. Aquel atardecer la volví a tener delante mientras tomaba pedacitos de su porción de tarta de queso en un bar cualquiera de un distrito común de Tokio.

-Echaba de menos las tartas de este sitio- comentó, rebosante de felicidad.- Nunca encontré algo que se les pareciera en Alemania.

-¿Has vuelto hace mucho?-inquirí. Ella negó con la cabeza.

-Prácticamente acabo de volver a pisar tierra japonesa, aunque esta vez pienso quedarme. Quiero establecerme por aquí y montar mi propia tienda de dulces.- Mi corazón volvió a estremecerse al escucharla decir aquello.

-Eso es genial- me sinceré.

-Oye, Yuu...-Dirigí toda mi atención a su persona.- Tú... ¿estás saliendo ahora mismo... con alguien?- Advertí incomodidad en su pregunta, lo que me hizo experimentar un torrente de emoción, de adrenalina. Me apresuré a responderle.

-Estoy más sólo que la una- soltó una risita de alivio ante mi tono de fingida tristeza. -¿Y tú qué?

-También estoy sola.

-¿Eh? ¡No me lo creo!- Decidí continuar con el tono bromista hasta que ella me diera indicios de algo distinto.- ¡Tenías un club de fans enorme en el instituto!

-¿Sigues perteneciendo?.. A ese club.- Vacilé un momento. Era oficial, el único amor de mi vida me estaba pidiendo regresar a ella. Me recosté en el respaldo de la silla de color negro, recogiendo los granos de azúcar que habían sido olvidados sobre el soporte de la mesa con el dedo.

-Yo siempre te he querido- comencé.- Te quise antes y te he seguido queriendo hasta ahora, aunque ya te había ocultado en algún lugar de mi corazón para poder seguir adelante sin pensar mucho en ti. Pero, Sonoko, ahora las cosas son diferentes. Estoy en una banda de rock cuyo trabajo consiste en dar vueltas y más vueltas por todos lados sin asentarse realmente en ninguno. Raramente tengo algunas semanas de descanso y, cuando es así, los ensayos por cuenta propia y la composición de canciones son ineludibles. También tengo que lidiar con un montón de fanáticos, con las malas lenguas y con los obstáculos que hay en el camino del artista. Ahora me encuentro viviendo con dos tíos en un piso enano, haciendo dos comidas al día y gastándome el resto en guitarras, ordenadores y cigarros. En resumen- suspiré, hastiado.-No soy un buen partido, menos aún para una mujer como tú.

-Sí que has madurado, Yuu -me sonrió, sorprendida.- Eres un hombre de verdad.

-Sin abrigo y con el moco caído, pero de verdad- volví a bromear, arrancándole otra carcajada.

-Sé que es complicado, pero me interesas. Yo tampoco he podido quitarme tu imagen de la cabeza todos estos años. Así que piénsatelo, ¿vale? Ambos ya somos adultos, somos más fuertes y podemos tomar mejor las decisiones. Y mi decisión es darte una oportunidad.- Se puso en pie, endulzándose su rostro sonriente.- Sea cual sea tu respuesta, házmela saber una vez la averigües.- Me entregó su tarjeta de identificación para decir: -Buenas noches, Yuu.

¿Había sido buena suerte? No me atrevía a confiar en ello. Había esperado a Sonoko durante mucho tiempo, y justo poco después de haber decidido dejar atrás el pasado, me daba una bofetada en el presente. En aquella época ya todo era distinto, ella no era el pilar sobre el que me apoyaba, entonces ya había renunciado a cualquier punto de apoyo. Además, estaba Shima y la tergiversación de mis gustos personales. Pensé que si le daba una buena respuesta a Sonoko, quizás me ayudaría a borrar ese problema de mi lista, pero no pude pensar en que no fuera capaz de hacerlo. Y, en ese caso, sabía muy bien que la persona que saldría herida sería aquella a la que hubiera utilizado como cuerda de salvamento.

-Estoy en casa- saludé a mis compañeros cuando crucé el escalón.

-¡Te has pasado tres pueblos, Yuu!-me sermoneó Kai, que ya se había quitado el ridículo delantal. -¡Casi le quemas la cara a mi pobre Miya!

-¡Casi!.. pero no.- Volví a desplomarme sobre el sillón en el que solía descansar y cerré los ojos.

-¡Toma!- La persona de la que hablábamos, la cual tenía un montón de tiritas de colores pegadas por toda la cara (pensé que era por gusto. Esos dos era ver algo de colorines y se emocionaban cosa mala...) me lanzó con fuerza mi móvil.- Ha estado sonando todo el rato desde que te fuiste.- Hice un gesto con la cabeza a modo de agradecimiento y revisé la lista de llamadas perdidas. Había doce en total, todas procedentes de la misma persona: Takashima Kouyou.

-¿Quién era?- Me preguntó Kai, preocupado. No le respondí, simplemente salí a correr.Le había prometido que estaría ahí si me necesitaba, que sólo debía llamarme y, sin embargo, todos sus gritos de ayuda habían pasado completamente desapercibidos para mí en el momento más crucial.

Notas finales:

Espero que disfrutéis de la lectura ^^

Con este capítulo se cierra la introducción del fic. Ya conocemos a los personajes, sus relaciones y sus problemas. A partir de ahora, comienza la búsqueda de las soluciones.

¡Nos leemos en el próximo capítulo! ^^


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