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Alma Gemela. por HatersLove

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Notas del fanfic:

El primer one que cuelgo, que lo disfruten~

Notas del capitulo:

A leer >w</

Alma gemela, capítulo único.

 

El escritor dejó sobre la mesa la taza de café a medio tomar y se frotó con delicadez las sienes. Llevaba toda la tarde y parte de la noche escribiendo, sin parar, esperando a que su pareja regresara a casa después del trabajo.

Hacía unos años, él también trabajaba. Tenía un puesto muy alto en una reconocida empresa del Japón. No le iba para nada mal pero, de un día para otro, lo dejó. A nadie le explicó el porqué de su renuncia, ni siquiera a su propio novio; no lo creía necesario. Por lo tanto, sus compañeros y familiares atribuyeron que ese episodio de su vida era debido a  “una acumulación de estrés” de la que se recuperaría.

Al dejar de trabajar, empezó a escribir.  No obstante, su inicio por el mundo de las letras no les sorprendió: él era un chico al que le gustaban desde pequeño, pero que, debido a su familia, constituida por una larga trascendencia de empresarios, se vio obligado a estudiar aquello a lo que le ataban sus raíces. Sin embargo, la verdadera razón por la que dejó aquella vida llena de números, negocios y ajetreos, nunca fue confesada.

Rio al recordarlo y cerró con delicadeza el portátil que acababa de apagar. Se disponía a levantarse cuando, de repente, sintió una cálida presencia detrás de él. Sonrió mientras que aquel que estaba a sus espaldas le deshacía el nudo de la bandita que llevaba puesta sobre la nariz.

-Ue-chan…-Susurró aquel al que tanto había escuchado mencionar su nombre. Acabó de desatar aquel nudo y le giró la silla de ordenador, lentamente, para quedar cara a cara.

El rubio se encontró con su mirada del color de la miel, con su sonrisa y con su esbelto cuerpo. Se encontró con aquel que, los primeros días, le robaba suspiros y miradas; con aquel que, las primeras noches, le robaba el sueño. Desde la primera y única vez que le había visto, ese chico se había convertido en su fantasía, en su enfermizo delirio.

Pero no siempre fue así. La primera noche, Él fue su confusión, sus quebraderos de cabeza. Y así durante un mes. Al mes siguiente, Él fue su recuerdo y su melancolía. En los seis siguientes, Él fue su impotencia y tristeza, su intento de olvido. Y por los meses siguientes y hasta el momento, Él fue su obsesión.  Hermoso, bello, joven y por siempre eterno, pensó, entrecerrando los ojos al sentir como unos finos dedos le perfilaban el labio inferior.

Aquel que ahora le tocaba era, en su mente, una persona cálida y amable. Nacido para ser amado y alabado, puro, sano e intocable. Él tenía un deje de inocencia, pero a la vez uno de picardía y malicia. Se le había concedido el don de la belleza absoluta, en todos sus aspectos y manifestaciones. Aquel que ahora le tocaba existía para llenar su vacío, para llenar de luz su alma carcomida por el mundo en el que vivía, podrido por la gente y sus ambiciones.  Aquel que ahora le tocaba era, y sería, por siempre suyo.

Un ángel caído accidentalmente del cielo, alejado de la mano de Dios y acogido por sus brazos, era su mundo, su pequeño secreto. Vino un día por la noche, despertándole de su mundo lleno de oscuridad y penumbras, dispuesto a darle todo aquello que se le había negado a lo largo de su vida. Le llenó de paz y de tranquilidad, de calor y amor, haciendo que su maltratado corazón se reconstruyese y que un nuevo amanecer iluminase su vida.

Sin embargo, antes de que Él llegase, todo era distinto.

Solo. El escritor siempre se había sentido solo. Nunca fue querido por su familia, tradicionalista y represora. Ésta,  le había robado aquello que podía haber llegado a ser su felicidad, su salvación y su verdadera vocación. Le daba a sus padres todo lo que ellos deseaban: ser un niño ejemplar, un adolescente educado y un joven respetable.  Pero para su familia eso no era suficiente, por lo visto. Nunca llegó a agradarles y a complacerles del todo. Nunca fue lo que ellos deseaban.

 Su pareja, su amado Taka, su pequeño y travieso Takanori, le había sido insuficiente. Durante los primeros años de noviazgo se había sentido feliz, pero llegó el día en el que la monotonía les envolvió y a pesar de que su pareja le seguía amando, él ya no volvió a sentir lo mismo. Para los ojos de la gente, parecían la pareja perfecta, llena de dicha y amor. Pero interiormente, era otro mundo completamente distinto.

Takanori siempre le había amado. En un primer momento, pensó que Akira le estaba tomando el pelo cuando lo invitó a salir. Lo rechazó, pero con el tiempo, el rubio supo como conquistarle. Los años que siguieron, fueron felices. Más de lo que nunca hubiese imaginado. El pequeño se sentía completo con el escritor a su lado, pero algo ocurrió, algo que nunca supo y, seguramente, sabría. Algo corrompió a su novio, algo que le acabó corrompiendo a él también. No obstante, Takanori no era nada sin su Akira y con esfuerzo consiguió no separase de él. Le dolía su rechazo, le dolía que no le amase como lo hacía él, le dolía en el alma que ya no fuese suficiente para aquel que fue el único que le amó de verdad. Su orgullo no estaba herido, era la aplastante y devastadora impotencia la que le hacía sentirse así. Así de mal, así de desdichado, así de desolado.

Desde que aquello ocurrió, Takanori no era el mismo. Su pequeño Taka había cambiado tanto o más que él. A veces, sentía como se levantaba en la noche y se encerraba en el baño, llorando. En momentos como ese, Akira suponía que el dolor de su pareja se debía a que él ya no le amaba y, que por lo tanto, nunca sería correspondido por mucho que el escritor siguiese con él y que le quisiese como lo hacía. Ninguno de estos dos hechos acabarían con la desazón del alma del pequeño. Sin embargo, Takanori no dejaba de ser feliz por ello. Se sentiría bien mientras Akira no le apartase de su lado y le siguiese queriendo.

Akira le quería como a nadie. Desde el momento en que le vio pasando por uno de los pasillos de la empresa y la primera vez que hablaron, en la máquina de cafés expresamente para quedar con él, Akira supo que sería su chico. Y lo seguía siendo, le seguía queriendo como más que un amigo o hermano. Por eso, cuando había confesado que ya no le amaba, no se habían separado. Si Takanori quería aquello, lo tendría. Todo lo que le pidiese le sería concedido. Al fin y al cabo, él, su pequeño, lo merecía.

Para Akira, su trabajo fue un plan fallido, sus amigos, otro más. Su vida en sí, no tenía nada que le hiciese recordar por qué estaba vivo. Ni siquiera su Taka.

Pero, entonces, llegó Él.

Llegó Él y le enseñó que no todo está vetado, que todo es posible y que Él se encargaría de conseguirlo. Le ayudó a superar todo aquello que le carcomía interiormente, destrozándole a cada paso que daba. Por una vez en toda su existencia, se sintió amado y querido. Sintió ganas de llorar de felicidad, de saltar de alegría, de amar sin límites. Y todo con su simple presencia.

Cogió con delicadeza la mano que se posaba ahora en su mejilla y repartió besos por el dorso, por la palma, por los dedos. Miró con resignación como ésta se alejaba de su boca, dejándole.

-Ue-chan…-Repitió.- Hoy me has hecho llorar.

-¿Qué…?- Preguntó el escritor, sumergido en sus propios pensamientos.

-Que hoy me has hecho llorar.- Dijo, señalando con una mano el portátil que reposaba apagado sobre el escritorio y con la otra, apretando la bandita de la nariz de Akira contra su pecho. -¿Por qué…? –Cuestionó, con los ojos cristalinos.

El escritor, sin darle tiempo a continuar hablando, se levantó y posó las manos sobre sus mejillas, limpiando con los pulgares las lágrimas que salían a borbotones de sus ojos. Era un tanto más alto, pero no impedía que pudiese mirarle directamente a los ojos. Se quedó anonado, viendo como sollozaba y fruncía el gesto entre sus manos. El contrario no se separaba de él y con la mirada parecía rogar que la distancia que les separaba se cortase. Era tal y como lo había descrito.

- Eres tan frágil, Uruha… Tan frágil e inocente. Tienes que ir con cuidado, ¿de acuerdo? Sino, este mundo te acabará ensuciando a ti también, ¿está bien? –El chico asintió con vehemencia, cerrando los ojos con fuerza para, finalmente, abrazar al rubio.

Akira le cogió por la cintura y, delicadamente, fue repartiendo besos por el hombro al descubierto del castaño. Éste, se deshacía en suspiros contra su oído, aun gimoteando un poco a causa del llanto.

Uruha apretó con fuerza la camisa a medio abotonar del escritor, preguntándose mentalmente en qué se había equivocado para que su querido Ue-chan le hubiese hecho llorar en su historia. ¿Qué hizo mal? Si tanto le amaba aquel que ahora le abrazaba, ¿por qué le había hecho llorar? Entendía que una persona lloraba por muchas cosas pero, principalmente, por tristeza y por felicidad. Y él, feliz no se sentía.  Si su Ue-chan le había respondido aquello a su pregunta, sería para que aprendiese la próxima vez –si es que había-. Buscó con algo de temor la boca del escritor, llegando a la conclusión de que había aprendido la lección y que, ahora, necesitaba que su amado hiciese mimbar aquel extraño sentimiento de desazón en su pecho.

El castaño rozó su labio inferior con el superior del de Akira, titubeando unos instantes antes de fundirse en un beso lento interviniendo, al principio, tan sólo pequeños roces entre uno y otro. Con cuidado, el escritor profundizo un poco más, introduciendo su lengua entre los labios entreabiertos del otro, explorando con suma delicadeza la cavidad del castaño. Éste, suspiro dentro del beso y gustoso recibió y respondió a las atenciones de Akira, enzarzándose en una pequeña pelea entre lenguas.

El rubio empujó con parsimonia al chico hasta la cama, caminando sin separase en absoluto, tornando aquel beso, al principio inocente, uno más apasionado y experimentado. Chocaron contra la cama y cayeron en ella, Akira encima del castaño. El escritor dejó sus labios para ir bajando por el cuello de su amante, depositando pequeños besos a lo largo de su recorrido. Posó las manos sobre su cadera por debajo de la camiseta, acariciando aquella piel tan suave y sensible, mirándole con ternura desde abajo. Con lentitud, fue desplazando aquella tela hacia arriba, dejando al descubierto su abdomen, terso y pálido. Bajó la vista hasta allí y, acercándose, dejó un beso algo húmedo sobre el ombligo del castaño, saboreando el contorno de éste con la punta de la lengua, tomándose su tiempo para saborearlo  después.

Siguió con los mimos, sintiendo como Uruha arrugaba entre sus manos su camisa por la parte de los hombros, retorciéndose en el colchón, haciendo muecas de lo más obscenas al sentir la traviesa lengua del escritor sobre su sensible piel. Se mordió el labio para aguantar un gemido que estuvo a punto de escaparse de su boca de pura anticipación al sentir la nariz de Akira hacerle cosquillas en su bajo vientre.

-Akira…

-U-ue-chan…- El castaño trató separar al rubio, abriendo los ojos recuperando la poca cordura que le quedaba. No obstante, el escritor siguió con su tarea de desabrochar los pantalones de Uruha.

-¡Akira!

-¡Ue!- Medio gritó esta vez el castaño. El rubio se separó  y se sentó sobre él mirándole, interrogante.

-¿Qué pasa?- Preguntó preocupado.- Acaso… ¿no quieres?- Akira sin darle tiempo a responder, se levantó de encima de él. Sin embargo, el castaño le sostuvo, enrollando sus brazos alrededor de su cuello, depositando un casto beso sobre sus labios.

-No es eso, pero…

-¡AKIRA!

-Te están llamando.- Sonrió de manera devastadora y, robándole un beso y algo más, se marchó de allí, dejando al escritor solo.

 

 

 

Akira abrió los ojos, encontrándose con la mirada interrogante de su novio. Parpadeó varias veces, aclarando la vista y preguntándose en dónde estaba. Bostezó y miró a su alrededor, dándose cuenta de que estaba acostado boca abajo en la cama.

-Te has quedado dormido.- Sonrió ampliamente Takanori, mientras le acariciaba el cabello. El escritor se incorporó en la cama, sentándose frente a su pareja. Se fijó en que éste le miraba extrañado.

-¿Qué pasa? ¿Qué teng…?- Akira se tocó la cara y, antes de acabar su pregunta, se dio cuenta de que no tenía la bandita. Qué NO tengo, pensó sonriendo y buscando por la habitación lo que había perdido. No había ni rastro.- Es que me molestaba para dormir.- Se excusó a su novio. Takanori le sonrió y le tocó con el dedo índice la punta de su pequeña nariz.

-No importa, sabes que me gusta tu nariz.- Le respondió. El más pequeño suspiró con cansancio y se echó el cabello para atrás, levantándose de la cama en donde estaba sentado.- Puedes dormir si quieres, te he dicho que no me esperes desp…

Antes de que pudiese finalizar la frase, Akira estiró de su brazo para que sus labios se juntasen en un apasionado beso. El pequeño, algo impresionado por la repentina acción del rubio, le respondió con algo de torpeza.

El escritor tiró un poco más de su brazo, estirándose sobre el colchón con su pequeño encima, sin dejar de saborearse mutuamente. Al separarse, Takanori se acomodó sobre su pecho, suspirando y abrazándose a él. Akira sonrió y le acarició la cabeza con ternura infinita.

Pese a que ya no le amase como la primera vez; Pese a que ahora estuviese enamorado de Uruha, aquel chico producto de su imaginación creado únicamente para darle algo de sentido a su vida en su adolescencia y que, tras la muerte de su hermana, regresó sin previo aviso, robándole el corazón sin poder impedírselo y siendo ahora protagonista de todos sus escirtos;

Pese a que ya nada fuese lo mismo, Ruki no dejó ni dejaría de ser nunca, su alma gemela.

Notas finales:

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