Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Iluso. por Cerezza

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

TÍTULO: Iluso.

AUTOR: Cerezza.

GÉNERO: Angst.

ADVERTENCIA: -

CLASIFICACIÓN: Pg-10.

FANDOM: Prince of Tennis.

PAREJA: Sanada Genichirou x Yukimura Seiichi. Alpha Pair. 

RESUMEN: Escuchar un rumor no fue su intención. Y creerlo tampoco. Lástima que todos los chismes guarden celosamente algo de verdad.

DISCLAIMER: Personajes pertenecientes a Konomi Takeshi y asociados.

CAPÍTULO ÚNICO.

 

Generalmente no prestas atención a los rumores que continuamente transitan de boca en boca entre los amplios e iluminados pasillos de la Escuela Superior RikkaiDai. Ha sido así desde que pisaste por primera vez aquel lugar hace más de cinco años. No crees que cambiará y con sinceridad no te afecta. Supones que es parte del encanto.

Generalmente.

Una parte de ti no puede evitar poner excesiva atención cuando captas sin querer el nombre de tu amigo en el último chisme que ha brotado esa fría mañana de otoño. No es que desconfíes de él, sino más bien quieres enterarte de todo lo que se dice, lo que hace él. Y lo que también deshace.

 

“Es Sanada del 3-B. Yo tampoco podía creerlo” susurró con espanto aquella compañera de curso con un ridículo moño que tomaba todo su cabello en una alta cola escandalosa.

 

No pudiste odiarla más. Siempre los regulares de los distintos equipos deportivos eran el tópico favorito del alumnado. La respuesta que le das a eso, es porque sencillamente se relacionan más con símiles de otras escuelas y eso da para inventar que pasan cosas.

Te sorprende la simpática manera con que ellos se suponen apoyan a los team.  Y, más aún, quedas casi atónito cuando ella te mira fijamente sin sentirse en lo mínimo tímida al ser descubierta hablando de una persona que no está presente. Sobre todo cuando precisamente tú, su mejor amigo, si lo estás.

Algunas veces odias ser tan amable.

Detestas ser conocido por la tranquilidad que trasmites.

Aborreces que todos crean que eres el ser más bueno que ha pasado por aquel lugar.

El famoso Hijo de Dios. El ángel caído.

No disimulas más. Te sientas sobre una mesa descuidadamente cruzando los brazos sobre tu pecho aún vestido con el uniforme tradicional de la Escuela. De una u otra forma, extrañas el conocido peso sobre los hombros de la casaca del uniforme de regular del equipo de tenis y la tan característica banda sobre la cabeza que cumple muy bien su función de sujetar tu rebelde cabello violáceo.

La chiquilla aquella sigue conversando en susurros, quizás más reticente a hablar en voz alta al saber que le estás prestando atención con una mirada algo huraña, maquillada con tu asombrosa suavidad. Aquello asustaría a cualquiera.

 

“Pues créanlo o no. Me lo ha contado una vecina que estudia en la misma Escuela donde ella trabaja”. Una mano en su pecho, cerca del cuello, dándole más énfasis al espanto que denotaba su voz sobre lo que estaba contándole a un grupo de otros jóvenes. “Siempre pensé que Sanada era la persona más responsable de todo RikkaiDai, pero involucrarse así… con alguien mayor”.

“¿Se hará cargo? Digo, aunque sea joven, debería… ¿o no?” un muchacho bajito y flacucho miraba a sus amigos con sincera duda en su semblante.

 

No necesitabas oír más para saber de qué se trataba este ridículo rumor. Aunque sorprendido, te parece hasta gracioso la capacidad que tienen para idear cosas como está. No sabes a ciencia cierta, quizás ganaba algo quien inventaba lo más inverosímil entreteniendo al resto.

Te levantas y caminas suavemente hasta la salida del salón. Miradas te siguen, algunas hambrientas y otras repletas de admiración. No te interesa ninguna. Menos si es de parte de ellos.

A paso ligero, bajas las escaleras hacia el primer piso del establecimiento con ganas de ir a pasear por las canchas de entrenamiento de tenis que se encuentran en el patio trasero. Durante el trayecto recuerdas algunos de los locos comentarios que han circulado por la Escuela, sobre todo aquel donde se aseguraba que eras una mujer disfrazada de chico o ese que contaba que Kirihara era una especie de demonio milenario.

Los chismes que se le atribuían al equipo de tenis eran medianamente escandalosos, pero nunca al nivel de los alumnos de football. No es como si te interesara realmente, pero dependiendo del peso de la habladuría, has descubierto que de una u otra forma afecta levemente al regular protagonista.

Sonríes levemente al imaginar el estado en que se encontrará Sanada cuando se entere que le están atribuyendo un embarazo de una desconocida de otra Escuela. Peor aún, maestra de otra escuela.

No era la primera vez, en todo caso. Meses atrás, Niou tuvo que cargar con el supuesto aborto de una tipa que aseguraba haber estado con el peligris y que después la había amenazado para que renunciara al pequeño. Aunque no aprobaste su forma de repeler los comentarios, te causa cierta diversión saber que acalló eso para despertar más murmuraciones al comenzar a sentarse sobre el regazo de su compañero de dobles Yagyuu cada vez que podía. Lo que te divierte es que el de lentes no lo rechazó ni una sola vez.

Estás frente a las canchas que sospechaste vacías, pero que realmente no lo están. Te descoloca ver a Sanada siempre tan estoico, serio e impasible, lanzando saques a tontas y locas con una cesta a sus pies, llena de pelotas de tenis.

Arqueas una ceja al ver el lado opuesto al jugador, pasando la red, cientos de las  mismas regadas por todo el lugar.

Tu compañero está ensimismado en su tarea de disipar de su cuerpo toda la rabia que lo recorre, pues asumes que por la forma con que golpea su raqueta contra las pelotas no es algo que indique suavidad precisamente.

Decides darle un poco más de tiempo. Seguramente ya ha oído aquel ridículo chismorreo y como él nunca ha sido una persona simpatizante de eso, debe estar más que ofendido y aguantándose las ganas de repartir bofetadas a diestra y siniestra.

Cuando él comienza a gritar con rabia cada vez que golpea, un peso extraño se asienta en tu interior.  Decides intervenir antes que continúe dañándose al dar tales alaridos que asustaron a una bandada de pájaros que se fue velozmente pasando sobre sus cabezas.

 

“Ne~ Sanada” susurras caminando lentamente hacia el cuerpo moreno de tu mejor amigo. Su ancha espalda te tienta a tocarla, llamándote a pasar tus blanquecinas manos sobre ella, frotando lentamente. Reconfortando.

 

Él da un respingo al sentirte tan cerca. Gira lentamente la cabeza y te ve por el rabillo del ojo. Las mejillas rojas y su resoplar rápido y errático te cohíben mínimamente al imaginártelo en tales condiciones, pero en un muy distinto escenario.

Evitas el sonrojo con ligero éxito. Te odiarías si él lo notara. Pero como siempre, Sanada ha decidido dejarlo pasar, mirando hacia cualquier lugar menos a tus ojos.

Eso te causa gracia. Sanada es tan encantador algunas veces.

 

“Entrenando tan temprano es incluso demasiado para ti” inicias una conversación liviana. Tus manos aún pasando suavemente por los hombros tensos del otro.

“No estoy entrenando, Yukimura”.

 

Te permites abandonarlo para caminar y plantarte firme frente a él. Te muestras serio bajo sus oscuros ojos duros y fríos. Y medio sonríes cuando ves que tentativamente desea retroceder un paso.

 

“¿Entonces qué haces aquí?” tus brazos nuevamente se cruzan sobre tu pecho, dándote una apariencia más molesta e implícitamente el rechazo a cualquier cosa que se te proponga o diga. Es una costumbre que te cuesta mucho abandonar, pero que no desprecias del todo.

“No lo sé”

 

No sabes qué contestar a esa ambigüedad. Generalmente tu mejor amigo era muy directo y preciso en sus respuestas, por lo que lo contestado era tan poco Sanada, que no supiste realmente qué sucedía entre ambos. O quizás sólo con el otro.

 

“¿Has escuchado lo que se dice?” te permites sonreír más aún, intentando repeler el extraño ambiente, cambiándolo a uno mucho más agradable. “Te ha tocado ser el protagonista del chisme más grande que he oído en el mes. Realmente no sé quien tiene cabeza para armar tantas historias. Yo apenas puedo venir a las prácticas, estudiar y dormir. No alcanzo siquiera a ir al centro a comprar algo de fertilizante”.

 

Lo observas fijamente mientras cada palabra abandona tu boca. No querías perderte ninguna de sus reacciones y no se te escapó el ligero estremecimiento que lo recorrió de pies a cabeza.

Bebiste su ligera debilidad, abandonándote a lo que eso te producía. Entrecerraste los ojos, soltando un jadeo quedo que salió sin permiso de tus sonrosados labios. Él no se movió ni pareció notarlo, demasiado absorto en sus pensamientos de un segundo a otro. La raqueta en sus manos, apretada con fuerza.

Sanada siempre te causa una suerte de no poder predecir qué vendrá de él, incluso cuando lo conoces desde siempre. Lo puedes leer una y mil veces como un libro abierto, pero siempre habrá una palabra, un gesto o una mirada que no lograrás entender, pero que planeas lograr prever.

 

“Es algo muy extraño” continuaste. De un segundo a otro, estabas susurrando como si no quisieras que nadie más oyera lo que le decías al muchacho de gorro. Extraño, pues no había nadie más allí varios metros a la redonda. “Han estado hablando sobre ti y una mujer mayor” hiciste una pausa demasiado dramática para tu gusto “Y un embarazo”.

 

Lo soltaste como una bomba, que explotó sin aviso frente a tus ojos.

El sonido de la raqueta que sostenía Sanada entre sus manos estrellándose contra el suelo se expandió fuertemente en el sector desocupado, incluso haciendo un eco que martilló tus oídos.

¡No!

Te negaste a creer lo que su cuerpo gritaba fuertemente. Lo que todos tus sentidos descubrieron con sólo esa reacción.

Tu amigo se mantuvo estoico, esperando quizás una reprimenda, pero no ibas a dársela.

Si no creías que el rumor era verdad, no había razón de sermón, enojo y castigo. ¿Verdad?.

 

“Es uno de los chismes más sorprendentes que he oído” repetiste riendo entre dientes, contándole como te habías enterado de él, casi como un secreto.

“Es verdad”.

 

Sus palabras simples y a la vez tan duras, te dejaron momentáneamente sin respiración. Diste un respingo tan grande que pensaste que el corazón te saldría disparado desde el pecho.

Un calor abrasador comenzó a recorrerte el estómago, trepando con destreza hacia tu pecho donde si instaló a quemarte por dentro. Hiciste caso omiso a lo que te dijo, en tu mente repasando una y mil cosas para justificarlo. Negándolo.

 

“Creo que deberíamos alertar a nuestros superiores. Después de todo dañan tu imagen, aunque puedas probar ser inocente, la mancha sigue quedando…”.

 

Repentinamente te quedaste callado. Él no había abierto la boca, pero si te estaba mirando directo a los ojos, como pocas veces hacía. La fuerza de su ser te golpeó sin prepararte para ello, por lo que quedaste parcialmente indefenso sin entender nada de lo que sucedía.

Presa de su mirada oscura y demandante, intentaste negarte a lo que te confirmaba con un leve asentimiento de cabeza.

 

“Yukim---”

No. No lo digas”.

 

Lo cortaste en seco. Una de tus manos frente a su cara, sin llegar a tocarlo, siendo la señal más clara de que debía guardar silencio en aquel momento.

¡Qué demonios!

No había forma en este mundo que creyeras tal atrocidad. Era sencillamente imposible. Seguramente una broma. Una malísima broma que te encargarías que los responsables pagaran con sudor y sangre.

Pero Sanada estaba estático mirándote casi con lástima. Asegurándolo. Confirmándolo. Intentando tocarte al alzar una mano hacia tu cuerpo que temblaba no sabías si de rabia, emociones a punto de explotar o simplemente de tristeza.

 

“¡Mierda, Sanada!”

 

Te encontraste particularmente patético al decir aquello.

Lo gritaste agudamente. A la par alzaste y luego bajaste tus manos hechas un puño, queriendo golpear algo con tanta fuerza, hasta no sentir nada más que cansancio.

 

“Yo… lo siento, Yukimura”.

“No vengas con eso ahora”.

 

Tanto querías golpearlo que dolía controlarte. Frente a ti, aquel hombre fuerte, el ejemplo a seguir, el orgullo de la familia, el mejor amigo y, a la vez, el eterno enamorado.

Nunca habías escuchado una confesión de su parte, pero las continuas indiscreciones del resto de los regulares te hicieron pensar sobre eso. Todos en el team pensaban lo mismo: Sanada te amaba.

Era simple. Aunque su voz no lo  revelará, su lenguaje corporal si lo hacía… y en demasía. O eso era lo que todos aseguraban. Con tanta insistencia, tanto ahínco que lo terminaste creyendo completamente.

Y ahora estás aquí, frente a él y aún no puedes creer una palabra.

 

“Hoy he pensando que los chicos necesitan trabajar torso superior, porque…”.

“Yukimura, es tan cierto como lo oíste”.

“… he notado que algunos se fatigan fácilmente”. Te niegas a oírlo. Te negarás ahora y siempre. Esto no podía ser real. No había ni una mínima posibilidad.

 

Él parecía herido ahora. Te enteraste porque en un descuido lo miraste a los ojos. Y te sentiste derretir. ¡Oh, mierda!

Rogaste a uno y mil dioses lo mismo: que esto fuese un maldito sueño. Una desagradable y realista pesadilla. Por favor.

En un arrebato, él te tomó con fuerza por los hombros, remeciéndote con gentileza pero con una fuerza que sabes te dejará marcas. No sabes que piensa ni siente, pero si puedes imaginarlo y eso no te gustó.

Te aterra saber que lo más atractivo de Genichirou se está trizando sin remedio frente a ti.

 

“Es verdad. Es verdad, Yukimura” él susurró cerca de tu oído, casi como que te contase un secreto “Es de otra escuela. Es mayor. Es maestra. Está embarazada. Es mío”.

 

No sabías con certeza cuantos segundos más podrían sostenerte tus endebles rodillas. Sanada estaba buscando tu mirada con insistencia, queriendo quizás encontrar en ella apoyo y no desilusión.

Lo que encontró sin duda, fue tu maño hecha un puño estrellándose contra su marcada quijada. Fuerte. No eras partidario de las golpizas, pero esto se había escapado de tus manos. Literalmente.

 

“¡Mierda, Sanada!”

 

Un dolor punzante atravesó tus nudillos, por lo que tuviste que sacudir tu mano para evitar el entumecimiento, a la par que un quejido bajo te alertó sobre el estado de Sanada. Se tocaba el sector magullado, aún así el ataque no lo había movido ni siquiera centímetros de su lugar.

¿Y qué esperaba para devolvértelo?

Maldito. Cobarde. Estúpido. Él nunca habría osado levantarte la mano, siquiera alzar la voz para regañarte.

Ahora te miraba con más insistencia. Con seguridad, intentaba adivinar la razón de tu explosiva reacción, aún algo atónito por lo sucedido.

Te mantuviste quieto, esperando que fuese Genichirou quien hablara o hiciese el siguiente movimiento. Tu espera no fue larga.

De pronto sus manos estaban en tus mejillas. Las sentiste mojadas e ibas a reclamarle, cuando te diste cuenta que la humedad no venía de él, sino de tus ojos que estaban repletos de lágrimas que caían copiosamente sin que siquiera parpadearas.

 

“Lo siento mucho. No llores, Yukimura”.

“¿Por qué me haces esto?”.

 

Lograste juntar suficiente valor y aire para poder preguntarle aquello que daba vueltas y más vueltas en tu cabeza.

Si él te amara, debería haberse confesado, no ido a revolcarse con quién-sabe-su-nombre. Menos tener un hijo.

 

“Sanada imbécil. Eres la persona más estúpida que he conocido~” mascullaste con rabia nuevamente, sin dejarlo contestar la anterior pregunta.

“Basta. ¿Qué sucede contigo?”.

 

Y ahí estaba la pregunta de oro.

¿Qué sucedía realmente contigo?. Estabas tan furioso y triste a la vez, que sentías que te desmayarías en cualquier momento.

Un peso indefinido estaba apretando con fuerza tu pecho, arañando tu corazón que bombeaba con fuerza, pero con dolor. Sufrimiento por la traición cometida por tu mejor amigo, el aparente eterno enamorado.

Porque después  de oír las burlas del resto, comenzaste a creer lo que decían. Tomaste más atención a sus acciones: la forma en que te hablaba, su caminar pausado cuando te encaminaba a casa, la manera en que te alcanzaba la ropa limpia en los vestidores… el hecho de pasarte, de tanto en tanto, un brazo sobre los hombros y atraerte hacia su fuerte cuerpo.

Y te enamoraste. No de un día para otro, pero si rápidamente, porque era imposible no pensar en amor conociendo a Genichirou sobre todo tras las cosas que hacías sólo con él. Esa mágica conexión que tenían, así como la cercanía envidiada por varios.

Sanada era simplemente encantador.

 

“Tú me amas”.

 

La respuesta escapó de tus labios casi sin pensarlo. Aún así, lo confesaste con voz firme y decidida, mirándolo a los ojos, valiente,  haciendo que se enfrentara a sus sentimientos.

Pero no te encontraste con un sonrojo en sus tostadas mejillas. Ni siquiera un esbozo de bochorno, sino más bien sorpresa e incomodidad. Él se removió incómodo, luchando por mantener o no, sus manos sobre tus hombros que habían resbalando hacia ese lugar después de enjugar tus lágrimas, finalmente retirándolas por completo cuando se aseguró que el temblor en tu cuerpo había disminuido y no caerías.

 

 “No sé de qué hablas, Yukimura. Pero te conozco desde hace años por lo que cómo un hermano, claro que lo hago. No sé… es raro qué me lo digas así”.

 

Su negación sabía a genuina confusión. Y te aterraste. Paralizado frente a él, sentiste tu mandíbula rígida y tus hombros tensos. Maldito Genichirou.

Él no tiene intereses románticos por ti. Él no piensa en ti. No hace cosas por ti. No desea ser para ti.

Resoplas fuertemente. Tu garganta apretada y tus párpados fuertemente cerrados. Estás aturdido, por darte cuenta que eres un idiota al haber malinterpretado las acciones del otro y haber escuchado las necedades que repetía día a día el resto de tu equipo.

Estás destruido y tan indefenso en este momento.

Sorprendido por ser el único enamorado.

 

“Mierda, Sanada…” repetiste sin fuerzas.

 

Los hombros hacia adelante y una nueva picazón en los ojos avisando que venía una nueva ola de lágrimas. No tuviste más remedio que agachar la cabeza y, mordiendo tus labios, esperar que los sollozos no escaparan muy notorios de tu garganta.

Odiaste a todos. Te odiaste por ser un estúpido crédulo de las idioteces que comentaban tus compañeros. Y odiaste a Sanada por no sentir amor por ti. Por no amarte y aún así ser tan encantador contigo. Porque te dio falsas esperanzas, aún si no fue su intención.

El hablaba de algo con los ojos perforando el suelo a sus pies. No le pusiste realmente atención, más entretenido en tus manos que tiritaban sin control mientras repetías como una mantra maldiciones a quien estaba frente a ti, el llanto silencioso nublando tu visión sin que hubiese algo que te confortara lo suficiente para salir de este detestable estado.

 

“Tengo tanto miedo… No era así como quería que fuesen las cosas, ahora no sé si estaré a la altura de la situación” te confesó afectado de un segundo a otro. Sus inseguridades golpeándolo fuerte.

 

Y sin que pudieras evitarlo te había atrapado en un fuerte abrazo al notar tu inestabilidad aprovechando de consolarse en la unión de tu cuello y hombro.

Hundido ahí, lo sentiste estremecerse y gimotear.

Y pensaste que era un maldito, por llorar junto a ti cuando tú llorabas por él.

¡Qué se fueran al demonio aquella mujer y su hijo! 

Pero tienes que ser sincero contigo mismo y saber que la culpa no es de ella, sino de Sanada. Porque te envió todas y cada una de las señales equivocadas. Porque había hecho que te enamoraras perdidamente de él. Como un imbécil.

 

“Mierda, Sanada…” no te sentiste con fuerzas  para decirlo a gritos, sino más bien lo susurraste con dolor en cada una de las letras que componían el apellido del chico de gorra.

“Basta, Yukimura. Deberé abandonar el Club, para trabajar, pero estaremos bien…”

 

Lo odiaste con pasión.

Sus palabras te atravesaron el corazón. Fuertes. Hirientes. Te quemaron de una forma tan brutal que lo sentiste detenerse y creíste que morirías ahí mismo.

Lamentablemente eso no sucedió, sino que te quedaste ahí, pegado a él. Sintiendo su respiración agitada golpear tu cuello y sus brazos fuertes y bronceados lacerar tu cintura donde se enroscaban como fuertes cuerdas.

 

“Te prohíbo rotundamente abandonar el Club” tu voz sonó cansada. Sin vigor. Apagada.

“Debo hacerlo. Conseguir el trabajo para mantenerlos. Que sea menor, no quiere decir que no me haga responsable. Deberé sacrificar algo y como no puede ser la Escuela, tendrá que ser el tenis”.

“No me interesa ella ni lo que espera” quisiste morderte la lengua hasta sangrar. Casi no te reconocías.

“¡Demonios, Yukimura! ¿Qué te pasa? De todos, pensé que serías quien me apoyaría más”.

“¿Apoyarte?” lo miraste incrédulo, buscando en sus facciones algo que te dijera que él estaba bromeando. No había tal cosa. “Eres un maldito egoísta, Sanada”.

“No sé de qué hablas. Tanto te cuesta contarme qué pasa por tu cabeza para que me insultes sin razón aparente” él resopló frunciendo las cejas con fuerza “Ahora no necesito un regaño, suficiente con el que me han dado en casa”

“Me gustas, grandísimo imbécil”.

 

Lo sentiste separarse definitivamente de tu cuerpo, como si de un segundo a otro  fueses la brasa más ardiente.

Su rechazo no pudo ser disimulado y lo recibiste con una sonrisa afectada y los ojos llenos de lágrimas. Te obligaste a detenerlas, un intento de parecer menos patético de lo que ya eras ante él.

Diste un hondo suspiro y regresaste a tu posición de brazos cruzados frente a tu pecho, de alguna forma intentado retener el calor que Sanada te había proporcionado hasta hacia un momento.

Después de unos minutos te pudiste controlar. La respiración, las lágrimas, el dolor y la calidez que nacía de tus entrañas. Una parte de ti odiaba que él siguiese frente a ti como esperando algo, pero a la vez le estabas agradecido por no haber huido espantado luego de lo dicho.

Ocupaste tus últimas reservas de orgullo y fortaleza para hacerle frente. Tu mirada ya no era amable, sorprendida o con trazos de decepción, sino más bien indescifrable… y preferías que así fuese.  

 

“Yukimura… ¿qué demonios?”

 

Su mandíbula desencajada y sus ojos desorbitados te parecieron el espectáculo más grotesco. Te sentiste pisoteado, abandonado y rechazado. Pues Sanada aún tenía cara para hacerse el desentendido, pidiendo una explicación.

 

Nada” respondes secamente, alzando ambas manos pasándolas por tu rostro y finalmente deteniéndose a los costados de tu cabeza en un gesto puramente de impaciencia.

 

Sabes con seguridad que tu amigo entiende lo que sucede. Lo sabes porque un sonrojo indecente se ha posado sobre sus mejillas y mantiene una ligera distancia entre ambos cuerpos que días atrás no superaba los diez centímetros.

Te lastima su reacción. Te desarma la situación. Pero sobre todo, confesar a medias lo que tu corazón siente te deja con un sabor amargo y una pesadez aún mayor sobre tus frágiles hombros.

Presumes autocontrol y suficiencia cuando te giras sobre tus talones para abandonar el lugar, nunca dejando de ver fijamente los ojos oscuros y tan misteriosos de hasta ahora, tu mejor amigo. Está podría ser la última vez que se miraran tan intensamente y con tanta confianza.

 

“Vete de aquí. Las canchas son sólo para miembros del equipo de tenis”.

 

No retrocederás y harías como que esto nunca sucedió. Ni pensar que aceptarías tan fácil a una mujer con un crío a cuestas, por más que fuese parte de Sanada. Sencillamente, darías un paso al lado y dejarías que aquella historia continuará desarrollándose mientras te conviertes en un simple espectador. Quizás podrías haber luchado y ser un protagonista, pero el interés de Sanada no fue más que una invención de tu cerebro.

Lo ves recoger sus cosas rápidamente. A pesar de todo lo que lo agobia, aún se ve fuerte y firme como una gran montaña. Y te duele separarte de él, pero no hay otro remedio para la situación en que te encuentras. No existe similitud ni punto de comparación con el cariño que él te profesa y el tuyo… A veces hay que simplemente resignarse a perder.

Pasa a tu lado y duele. Verlo renunciar las canchas donde juraron ganar y volverse los mejores. Abandonar aquello que lo hizo feliz, te atormenta a ti y lo encuentras ridículo.

Él ha elegido darle un rumbo a su vida, tomar un camino muy diferente al tuyo. Y te alegra. De ese modo superarás más rápido esta ilusión adolescente, el torbellino de sentimientos que alteran todo tu organismo.

Y te permites un  último sollozo cuando ves su silueta a lo lejos, cada paso colocando una distancia irreconciliable entre ambos.

Hoy lamentablemente perdiste. A un amigo, a tu amor y la oportunidad de espantar la zozobra de tu corazón.

 

Notas finales:

Esta pareja que tenía con el alma en un hilo.

De un día para otro me he sentido sedienta de ella.

Ahora, ya satisfecha, espero continuar con la otra historia que tengo.

 

Saludos y gracias por leer :) !


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).