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Northern winds por GothKannon

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Notas del capitulo:

Primer acto (en el que la autora debe andarse con yelmo y escudo, por si las represalias): ¡restructuración superficial del fic! Desempolvando mis trabajos (yep, los dejé todos abandonados), me encuentro con que ¡¡el archivo de Word estaba dañado!! OML! Lo que tengo publicado aquí es lo que quedó de la historia; y pues, ¿qué podía hacer? ¿Reescribir lo ya avanzado? No resulta fácil, no cuando mi memoria es desastrosa u_u… Cancelar no era una opción; así que, un reinicio me sonó mejor. El estilo de narración se mantiene; los tiempos de la trama dieron un giro inesperado (sí, el primer capi mostraba la historia muy avanzada y fue la elegida para retirarse); y hay un nuevo resumen que es sinvergüenzudamente mediocre. 

 

Segundo acto (en el que ‘los siento’ abundan): hice este capi más largo (de lo que estoy acostumbro) como una forma de mostrar las incontables piscinas de lágrimas avergonzadas que me brotan sin parar  TwT. Soy mala para escribir y soy brutalmente inconstante.  Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, etc.

 

¡Buuuuah! variaciones de una desvariada. ¿Aún les interesa leer?

 

¡Qué valientes! TwT snifsnifanif

La lluvia dejó de arreciar y las hojas se tiñeron de tonalidades amarillentas mientras soñabas con la vida antes de ésta.

 

“Yes, that’s just a dream and nothing else”

 

 

«¿Fue traición?»

En lo profundo de las tinieblas algo parpadeó hasta lograr estabilizarse; fue un rumor detrás y una voz apacible por delante. Miraste el piso reluciente debajo de tus botas y te pusiste a escanear meticulosamente al hombre consternado del reflejo: el cabello tan rubio, suelto y largo hasta tocar los hombros; los labios levemente gruesos y la barba perfectamente recortada bordeando su quijada varonil; una nariz armoniosa y sus ojos tan azules y profundos como el mar recién deshelado que solía mojar las tierras a menos de un 1 km de tu aldea. Sin embargo, no fueron ni la capa larga y roja que caía por su espalda ancha ni el yelmo que reposaba en su cabeza o la armadura brillante que le cubría el torso los que llamaron tu atención. Tampoco fue la visión de esa cuidad fantástica aquello que acongojó tu corazón cuando levantaste la mirada de esa imagen.

«¿Lo fue?»

Agonizabas lentamente; Sentías los cálidos rayos del atardecer en la piel del rostro como nunca antes, pero estabas muriendo. El silencio de tus labios y la parálisis en tus pies, todo era nuevo y conocido al mismo tiempo. Insondable e ilógico, el dolor entre el esternón y los pulmones obligó a tu derecha a arañar el metal que apretaba más y más contra tu pecho, sintiéndolo cerca. ─ Has vuelto a desobedecerme.─ Esta vez, sus palabras lograron llegar a tus oídos claramente y esa presión irreal evolucionó en ansiedad. Hubo la ausencia del tiempo mientras aquel ente traslúcido pasaba por un lado y volvía a perderse. ─ Volviste a defraudar a tu pueblo, Thor.─ Incapaz de poder decir algo, te mantuviste estático, escuchando los mismos vocablos repetirse incansablemente mientras aquella ira renacía en tu interior.

Vigilado por las frívolas estrellas y condenado por las palabras del dios superior, esa era la misma pesadilla que sobrevivía desde tus primeros años de total consciencia.

Trataste de protestar en contra de esa tortura injusta, pero de esos labios no salió ni un suspiro. Nuevamente allí: las risas familiares contaminaban la estancia sin techo ni ventanas mientras esa presencia imponente se materializaba al frente. Eran esas voces llamándote las que no significaban más nada; era la grotesca alegría de ese pueblo la que trataba de ensordecerte e hipnotizarte con tenacidad. Esa gente podía alabar y repudiar  al mismo tiempo. Lo sabías; ellos tenían derecho a exigir, pero él no. Mas sin embargo, supiste que dejó de satisfacerlos como solía hacerlo, como aquel dios mudo creía que un futuro rey debía actuar. Cesó de atenderlos cuando sus ojos se apartaron de la gloria y el poder. Los olvidó  a todos para alcanzar sus sueños y materializar su razón de existir.     

«Pero lo hizo por amor. El dios actuó como lo hubiese hecho yo… »

Fueron crueles por pedir a Odín que se comportase de ese modo; ellos obligaron a su padre a razonar de esa manera infame. ─ ¿Quieres acaso que reconsidere mi fallo? ─ El sol que refractaba en su armadura desfallecía y la brisa de la noche comenzó a silbar. ─ ¿Que haga algo de lo que deba arrepentirme después? ─ Sus cabellos ya encanecidos y su vestimenta similar a la del hombre del reflejo desvanecieron cualquier duda. Aunque él te daba la espalda, supiste quién era y en dónde estaban. Una vez más, el gobernante de la ciudad dorada estuvo a escasos pasos de ti, pero tan distante e indolente como siempre. ─ Ya no puedes permitirte pensar en ti mismo; no después de sacrificar tanto por restablecer el orden de las cosas.

«¿Yo?»

Mientras veía el camino trémulo a los nueve mundos, sus reflexiones sonaron incluso peores que aquel dictamen injusto y que jamás pasó. Por más solemne que fuese en esos instantes, su discurso te penalizaba y ejemplificaba como el peor de los traidores. Te estaba recriminando por sentir; él rehusaba dar su consentimiento, alegando que la enfermedad que te aquejaba era pecaminosa y pasajera. ¿Enfermo y pecador? Te mordiste el labio inferior y trataste de restarle el drama que te planteaba en esos instantes.

Porque no fue entonces ni tampoco después; todo empezó mucho antes siquiera de que tú supieras plenamente que amar con la mirada ya te era insuficiente.

«El indigno e impúdico… ¿Eso soy para él?»

Eras indigno del trono por haber caído en la enfermedad del amor, y sucio al desear lo que otros alcanzaban pero tú no. Aquello que sentías no era común y lo entendiste poco después de saberte correspondido. Fuiste consciente de la magnitud de tu cariño cuando el miedo de si era lo correcto o no paró brevemente aquella serie de besos hambrientos. En el resguardo de las sombras de tu alcoba y encima de tu lecho, la constancia de sus vidas se alteró. En aquel momento, lo incorrecto sonó lógico y lo abstracto tan tangible que nombraron a la noche su testigo y bautizaron su amor clandestino en medio de jadeos y latidos salvajes del corazón. No fue estúpido, no lo fue. Los nuevos días brillaron con más intensidad y las noches tardías ocultaron sus ansiados encuentros con maestría. Las paredes y los árboles lo supieron; ellos estuvieron conservadores espiando su pasión y escuchándolos atentos declararse su amor. Todo pereció y revivió simultáneamente ante sus ojos, sin que faltase alguien o algo de su sitio, sin que la ética importase en lo más mínimo.

Empero, tu padre no lo entendió; él se negó a aceptar su relación y se avocó a alejarlos. Se encegueció tercamente hasta lapidar tus sentimientos y prohibirles verse. El futuro ascenso al trono significó la imposición de cadenas y el remedo de hombre nació en medio de hipocresía y deber. Su imposición causó estragos en tu juicio y la discordancia de pensamientos te incentivó a lo más descabellado. Y el milagro pareció sensato al inicio; lo que venia prometió el fin de su soledad y la prueba de que entre ambos sí existía un amor puro y real. Lo participaste a tu madre, tus amigos, los soldados, los criados y cualquier otro ciudadano; te confiaste a sus manos  pensando en el triunfo, pero obtuviste lo contrario. Los conocidos te olvidaron, tu familia te lo recriminó y el pueblo que una vez se desviva por ensalzar tu nombre pidió tu cabeza. Todas esas voces se quejaron de tu infidelidad como si realmente hubieses jurado estar a su lado y no mirar a nadie más. Ellos no fueron capaces de escucharlo; su sordera no les permitió oír el abstracto códice de su pasión; las palabras inexistentes que sus labios pronunciaban en medio de besos y las promesas inscritas en la piel que sus manos traducían con facilidad.

Y Odín los complació con aquel dictamen, prefirió darte la espalda y mirar su ciudad dorada. Tu padre te condenó a olvidarle, él y los demás te indujeron a traicionarle.   

No voy a permitirlo otra vez ─ continuó hablando mientras miraba ese paisaje búlico que rodeaba las fronteras de Asgard, siempre dándote la espalda, siempre contemplando a su ciudad. ─ Has confundido tus sentimientos desde un principio. Destruiste el futuro de los seres que más amamos con tu capricho. ─ Los vocablos en su contra rebalsaban en tu boca, pero eran incapaces de brincar desde el ápice de tu lengua. Cogiendo el aire en los pulmones, cerraste los párpados y agachaste la cabeza cuando una fuerza desconocida dictó a tus pies dar media vuelta. ─ Ten en cuenta que si lo dejo vivir es porque la continuidad de su existencia trasciende a mi voluntad. ─ Trató de sondar tu compostura, espiándote por el rabillo de su único ojo; ─ sin embargo, no interpretes mi veredicto como benevolencia, Thor. ─ A tus espaldas, la voz resuelta de tu padre alcanzó finalmente la tonalidad amenazante de antes. ─ Si vuelves a traicionarnos, no dudaré en matarlo. ─ Nada le importaría más que el reino y su perpetuidad. Porque no había derecho al libre albedrio en la casa del dios magnánimo ¿Verdad? Las leyes las hicieron por y para ellos: para su bienestar y felicidad. Sus palabras abarcaban el significado del sacrificio propio por aquel ideal esencial. ─ Lo correcto es que vuelvas ahí dentro y ejerzas tu destino. Abandona de una vez esa obsesión y olvídale.

«Olvidarle…»

Y te viste a ti mismo caminando por un pasillo inacabable, oyéndolo aún. Espantaste al bullicio con tus pisadas tronantes y te perdiste en la rabia que alborotaba tu sangre. Llegaste a las salas aglomeradas de gente, arrojando las estatuas y los candelabros de oro al suelo sin contemplación. Mientras cruzabas por las primeras  estancias y los rostros de la muchedumbre giraban a encontrarte, esa energía letal que emanaba de tu cuerpo expulsó la incipiente cordura que te quedaba y desataste tu frustración armando el caos. Despreciaste a tus amigos y odiaste a los que jamás habías visto, a golpes. Y aunque las miradas de tus ex-amantes y tus familiares viraron a otra parte, nada te importó. Volteaste las mesas y empujaste a los guardias retándole a que te mirara, pero siguió contemplando su mayor orgullo menospreciando el desastre que armabas a sus espaldas. La sensación de la pérdida irreversible y la condena de verte solo otra vez ultrajaron todo lo que consideraste como respeto. Tus gritos airados hicieron temblar las columnas del palacio y tus manos derribaron las puertas; sin embargo, no se inmutó. Su atención permaneció al frente y su voz continuó escuchándose tranquila e insensible.

Deja de pensar en lo injusto de esto, hijo mío ─ Susurró en tu cabeza tratando de justificar a tu desahogo como algo necesario y eventual. Y lo repudiaste; maldijiste aquello por lo que luchaba encarecidamente mientras tus piernas te fallaban y la angustia comenzaba a cercarte por todas partes. Cuando tu espíritu colapsó y la furia mermó, la visión de la inconmensurable sala del trono se estampó ante tus ojos. Sintiendo aquella fuerza ajena empujándote por la espalda, te acercaste a las gradas que llevaban al sitial. La estancia desértica estaba iluminada por la luz nocturna que entraba desde los ventanales, e inundada de esa fragancia de los inciensos apagados. Ya no estaban ni el ruido de la fiesta ni la voz de Odín en tu cabeza ─sólo el sabor amargo de la soledad. Mientras subías por la escalinata, tus ojos se encontraron en el reflejo de ese espaldar de oro pulido. Ahí, te desconociste por completo. El alma del que una vez fuera un orgulloso dios guerrero ya no residía en ti y los milenarios años de gloria parecían no existir.  Con los labios resecos y algunas hebras doradas cubriendo parte de tu cara, llevaste los trémulos dedos a rozar tu mejilla izquierda y sentir que llorabas. Insignificantes e invisibles, las gotas saladas ardieron en las laceraciones de tu labio inferior, producto de las mordidas. Entonces, un jadeo escapó de tu boca y el dolor en el pecho volvió.           

E-esto no es verdad, ─ no podía serlo porque tú no eras aquel hombre que escuchabas hablar sin aliento. Tu mano se aferró al brazo de ese asiento frio y tu cuerpo se abandonó allí, temblando por la agitación incontrolable. ─ Despertaré pronto y olvidaré todo. ─ Desde ese sitio, la ciudad y el universo entero reclamaron un lugar en el azul de tus ojos. La turbiedad de tus pensamientos se apaciguó con aquel pretexto insinuándose en tus labios por enésima vez. Llévate la vista de un extremo al otro del cosmos, intentando reconocer el camino a tu hogar. ─ Porque no es real. ─ Aquel palacio carcelario y esa gente indiferente eran alucinaciones, esa ansiedad por virar el rostro y buscar lo que no había era ilógica, y el engaño hecho a nadie era una falacia injustificable. Y sonreíste; te burlaste de tu debilidad emocional y tu plena disponibilidad por perder el juicio al usurpar  un cuerpo y una mente que no eran tuyos. ─  Es un sueño y nada más. ─ Uno del que escapabas y al que volverías irremediablemente. Aquellos pasos que te alejaron de todo serían los mismos que te acompañarían cuando regresaras por el mismo sendero, pero su sufrimiento no te alcanzaría jamás.

Sí, ─ la voz de Odín resonó en el eco que te devolvieron las paredes de aquel ambiente esplendoroso. ─ Es un sueño y sólo eso.

Tu cuerpo se amoldó al trono de los dioses y tu postura adquirió el porte adecuado para un monarca. Las estrellas perennes continuaron brillando opacas desde las ventanas y las risas volvieron a asomarse por la entrada. Entonces, miraste al frente sin hacerlo y ampliaste la mueca en tus labios recuperando el control. El alma de ese cuerpo había muerto, pero tú seguías en pie; su voz se había apagado, no obstante, la tuya no. Y aunque finalmente sentiste que te observaba desde algún punto de esa sala, tu decisión no cambió.

«No voy a traicionare; yo no voy a olvidarle.»

No fue culpa suya al permitirles decidir por ambos porque no hubo opción que elegir. Y no fue tu culpa porque tú no eras él. No podías ser él…

 

─ o00o ─

 

No fue mi culpa.─ La duda te asaltó en el momento en que lograste abrir los ojos finalmente. Todo te pareció tan real que tu despertar se sintió la continuación de la pesadilla. Los rostros de aquella gente todavía podían verse en las sombras y ese lugar, aunque se percibía tan añorado y distante, era real.  ─… no.  ─ Esa sentencia se repetía incansablemente en tu cabeza que tus labios comenzaron a reproducirla automáticamente. ¿Siempre terminarías así? ¿Con la angustia asfixiándote y el deseo de escapar hacia cualquier parte sin opción a lograrlo? ─ n-no es mía. ─ El techo de tu tienda permanecía al frente y la cama ejercía una atracción que te impedía levantarte. Como acostumbrabas, te rendiste fácilmente y te entregaste a esa inmovilidad para ponerte a cavilar. Aunque nunca recordabas gran parte del sueño, lograbas reunir fragmentos que encajaban con la pesadilla de casi todas las noches. La voz de ese hombre oyéndose por todas partes era idéntica a las demás, y el rostro maduro reflejándose en ese asiento de oro pulido no era otro que el tuyo propio. Porque lo eras; aquel hombre sumergido en el dolor y la rabia coincidía enormemente contigo. Y aunque la comparación fuese correcta, al final,  el por qué esa pesadilla se aferraba en tu subconsciente parecía imposible de dilucidar.  Ya había ocurrido infinidad de veces y terminaba únicamente cuando cerrabas los ojos y te negabas a ser quien eras en el sueño. Jamás se lo contaste a alguien más que a tu madre; no obstante, su respuesta ya no te satisfacía; ahora era distinto. La magia de los mitos dejó de serte útil en el momento en que tu breve convalecencia se disipó en el invierno anterior, atrayendo a los sueños con más ahínco. ─ No es culpa de nadie… no lo es….

¿La culpa de quién? ─La luz entró de golpe haciendo que tus ojos ardieran por su repentina intromisión. No habías pestañeado desde que hubieras despertado, dándote cuenta sólo cuando la intensidad del día hubiera golpeado directamente en tu rostro.

 ─ De n-nadie, tarado. ─ La voz del intruso despejó tu estado taciturno en su totalidad y pudiste volver a ti mismo. No solías moverte de la cama hasta entrada la mañana o cuando el hambre te atacaba sin piedad. ─ Sal o entra, la luz me molesta. ─ Y ciertamente, la invasión de tus hermanos a ‘territorio prohibido’ no estaba incluida. Ocultaste el rostro debajo de las mantas, cerrando los ojos y arrugando la nariz. Aunque Olaf bufó y articuló algún improperio por lo bajo, no te dignaste a sacar la cabeza. Empero, los rayos del sol se intensificaron al instante en la estancia y el ajetreo mañanero de afuera se coló en el lugar. ─ Deja de ser tan vago y levántate de una vez.

¡¡Tengo sueño!! ─ Te acurrucaste lo más que pudiste, ocultando la cabeza bajo la almohada y esperando vanamente que se marchara por donde había entrado. A veces, te preguntabas cómo tu suegra podía aguantar a semejante espécimen. Ciertamente, era el más alto y fuerte, y el de mayor experiencia en batalla y agilidad privilegiada con la espada; pero su tediosa hiperactividad le restaba valiosos puntos en su contra. Y con aquella opinión era quedarse corto. Podría ser el más virtuoso de los tres pero, al primogénito de Harald, le encantaba fastidiarte.

─ ¿Y eso importa? ─ Llegó en cinco pasos largos hasta los pies de tu lecho y te quitó todas las frazadas de un tirón. ─ Eres un niño mimado y malcriado, Bjorn. ─ Te dijo con la mofa bailándole en la voz mientras arrojaba las mantas al suelo,  ─ si no fuera por la reticencia de madre, ya  te hubiera llevado al campamento para que aprendas a ser un verdadero hombre. 

¡¿Qué parte de “tengo  s-u-e-ñ-o” no entiendes?!─ Con todas las fuerzas que pudiste recabar, te aferraste a tu última reliquia: la almohada. La riña por semejante objeto podía parecer ridícula e infantil, pero el hecho de oponérsele cargaba un significado importantísimo. Cualquier  contienda contra el mejor de los vikingr del sur no era para nada despreciable. Aquella chance de mostrarle tu valía era la forma de hacerte respetar.  ─ ¡Deja de molestar! ─ Sin soltar la esquina del cojín, el hombre de ojos celestes y cabello ceniza cesó el jaloneo, descolocándote por un instante. Olaf levantó las cejas tenuemente y te miró con intriga. Tus ojos envueltos en reproche lo retaron, mostrándole que no claudicarías tan rápidamente en ese tira-y-afloja. Lo viste alzar  la comisura de sus labios y te preparaste para el desquite. Obviamente, su fuerza era mucho mayor, pero no te almidonarías por aquello. No eras un cobarde, y no lo serías jamás. Tu mirada se tornó fiera y le devolviste la sonrisa con petulancia. Con o sin estrategia, el primero en actuar serías tú.

¿Qué carajo están haciendo? ─ El habla vulgar de Harek frenó la inminente puja dispareja. Con el cabello de un rubio más oscuro que el tuyo y las barbas recogidas en dos trenzas, el segundo hijo de Hildr cruzó el trecho entre la entrada y tu cama con aquella lisura tan suya. ─ Padre quiere ver a Bjorn y te pones a jugar como las rameras de las tierras nuevas.  ─ Sin pizca de modales y nulo respeto a la privacidad, el Norðmaður que los observaba con sorna era el más fornido de los tres y el de mayor resistencia para beber que se conociese en las aldeas unificadas del sur. 

Cuida tu boca, Harek ─ Olaf lo miró molesto y sacudió la mano con que agarraba la almohada. Entendiendo su orden, soltaste la punta de la tela para que se la llevase sin problemas. Conocías su carácter; cuando esa seriedad se impregnaba en su semblante, el mayor de ustedes se convertía en el temible guerrero del Vinden Drakkar: un hombre implacable en sus decisiones y de poco titubeo en batalla. ─ Lo único que se asemeja a eso es tu pestilente trasero.

¿Me estás llamando afeminado?

Imposible. ─ Dijiste por lo bajo arriesgándote demasiado al entrometerte en esa disputa indirecta. ─ ¿Qué hombre podría compararte con una mujer? Bueno, si es que existe alguno que te mire. ─ La sonrisilla que surcó tus labios picó en la integridad de tu hermano como las espinas del salmón provocaban estragos en la garganta. Instantáneamente, Harek apartó la vista de Olaf y se te acercó haciendo crujir el cuero de sus suelas. No era correcto decir que te gustaba molestarlo, sobre todo si su carácter era más volátil que el tuyo, pero lo que le hacías era relativamente suave a todo el complot que te armaba cuando se le entraba en gana.

¡Cállate, rata!

─ Él tiene toda la razón, Harek. ─ Olaf intervino inmediatamente. Mientras se cruzaba de brazos, recargó la espalda en el mástil más cercano a la puerta y desde allí continuó. ─  No hay hombre para ti ─ Aunque la carcajada que se te escapó de la boca logró contagiarle un gesto divertido, se mantuvo serio. ─  Así que, con tu trasero a salvo y el mimado de Bjorn más que despierto, ─ clavó su vista en la mirada furibunda del otro, ─ vuelve a la sala principal, de una maldita vez.

Imbécil. ─ El vikingr escupió el insulto, pero no se animó a agregar más. Retornó a la entrada y bajó bruscamente la pesada tela que hacia de puerta hasta casi arrancarla, sin dignarse a mirarte a ti o a Olaf.

Parece que no se levantó de buen humor. ─ Aún con la sonrisa en la cara, hablaste mientras contabas las huellas de barro que las botas ocre de Harek habían dejado por el suelo.  

Su mujer no lo dejó entrar a casa anoche. ─ OIaf cerró los ojos y suspiró hastiado, no muy dispuesto a contar lo meramente necesario.─ Ya sabes lo insoportable que se vuelve cuando se emborracha. ─ Imaginaste que ese cansancio solo podía deberse a una cosa: Vigdis lo había hecho otra vez. Por la noche, Harek tuvo que hacer su acostumbrado escándalo en plena aldea y terminar golpeando la puerta de la casa de su cuñada. Y si la hija de Egil podía soportar las infidelidades de Olaf, entonces aguantaría incluso al mismísimo beodo de su pariente para vengarse. Sentado en medio de la cama y cruzando las piernas, te quedaste pensando en la bondad dudosa de la mujer de cabellos castaños y obviaste el carraspeo que venía desde la puerta. Sonreíste ante la deplorable imagen de tu segundo hermano ensuciándolo todo con su vómito y a Olaf echándolo a patadas al día siguiente. Porque la Vigdis que conocías sabía manipular a su marido sin que éste se diese cuenta. Y si llorar desconsoladamente por sus tapices maltratados hacia que Olaf se pasase buscando tejidos de similar color, diseño y calidad por medio continente, pues las lágrimas valían la pena. ─  ¡¡Deja de perder el tiempo y apúrate o te arrastro en esas fachas!!

Ya voy, ya voy.─ pusiste los pies descalzos en el suelo mientras rodabas los ojos, ─ qué carácter. ─ Trataste de que no te escuchara y empezaste a buscar tu ropa. Acostumbrabas a acostarte y levantarte cuando te diera el gusto y eso era un privilegio que difícilmente alguien más podía tener. Tus padres te lo concedían y ese par de envidiosos jamás estaban en casa para objetar nada. Tus manos perezosas arrastraron las prendas que yacían regadas por el piso, cogiendo también tus botas cafés. Una vez vestido con los pantalones negros, te pusiste los zapatos y ataste pacientemente las pitas de cordel. Como si lo hicieses adrede, bostezabas de vez en cuando y levantabas el dorso de la mano para frotarte los ojos.

¡Apúrate! ─ Observando los movimientos torpes de tu cuerpo aún embrujado por el sueño, su grito imperante te provocó jaqueca. Esa extraña impaciencia y su evaluación concienzuda con la vista picaron tu curiosidad y no pudiste soportarlo más. Tenias que saber qué rayos estaba provocando ese alboroto y para qué tu padre te necesitaba con tanta urgencia.

¿Qué es tan importante para que el gran Olaf venga y me vigile si me cepillo o no el cabello? ─ Trataste de indagar más en el tema y que, de paso, dejara de supervisarte; sin embargo, sus labios permanecieron sellados y su vista no se alejó de ti. Sin más remedio, tomaste la camisa azul y el cinturón que reposaban en la cama y te encaminaste a la esquina contraria a la que él estaba. Dejaste la ropa sobre un mueble simple y cogiste la vasija para echar el agua a un recipiente ovalado y lavarte la cara. Mientras te limpiabas el cuello y parte de tu torso desnudo, pensaste en lo que estaba sucediendo. En primer lugar, no era normal tener a ese vikingr tan apacible en un solo punto y que, para tu desgracia, ese lugar fuese tu tienda. ¿No había cosas mucho más interesantes que hacer allí fuera que acosarte con ese incómodo aire de misterio? Según recordabas, Olaf había mencionado la sala principal. Si aquel llamado tenía alborotados a tus hermanos y el lugar de reunión era precisamente ese, el asunto era indiscutiblemente familiar.

Mojaste levemente tu cabello y te erguiste en busca de algo con que secarte. Era principios de otoño pero el calor del verano aún se sentía en el aire. Esas lluvias torrenciales habían cesado y podía decirse que el clima era el mejor para andarse con ropa ligera. Te colocaste la prenda azul y te envolviste el cinturón sobre la misma. Alisándote la ropa y recogiendo el peine de metal, una idea te asaltó abruptamente. De todas las posibilidades que podían merodear  en tu cabeza, caíste en cuenta sobre la más fatídica y repulsiva de todas. El rostro se te amargó automáticamente y todo tu cuerpo tembló. Aunque estabas dándole la espalda, la idea de que Olaf supiera de tu desconcierto te espantó. No podías darle el gusto de verte temiendo a esa insignificancia.

¿Ya estás? ¿O tengo que esperar a que te maquilles, también? ─ Comenzó a aproximarse.

Pues, ─ algo inquieto, te decidiste a usar la mejor fórmula contra su suspicacia ─ yo no tengo ese objeto brillante como cierto narc-…

¡Vamos, Thorbjorn! ─ El de ojos celestes te interrumpió y giró sobre sus talones para disponerse a salir. Olaf podía ser el mejor y el más valiente de los guerreros de la tripulación del Vind,  pero cada vez que esa palabrilla se asomaba por tu boca o a la mínima insinuación de aquel artilugio que tenía bien oculto, incluso de su mujer, la cobardía le brotaba a montones.  

Ladeaste la cabeza para espiarle  y, cuando lo viste desaparecer, retiraste la vista de la entrada. Finalmente solo en tu tienda, respiraste pausadamente y agachaste la cabeza para contemplarte las botas. Si ese requerimiento tan afable con que te buscaban se asociaba con esa espantosa injusticia, entonces te había llegado el momento de encararlo. Con tu repertorio de alegatos agotado, ya no te daba tiempo a inventarte alguna escusa más. Tendrías que hacerle frente a tu destino sin arma en mano y ausencia total de apoyo fraternal. ─ Será mi culpa si los dejo decidir por mi... ─ Hablaste para ti mismo y te pareció que esa sentencia sonaba mejor si considerabas la opinión de la otra parte,  ─ no es justo que decidan por ambos; ¿no lo crees? ─ Continuaste conversando con el aire, pareciéndote normal interactuar con esa persona sin rostro ni voz.  ─ No tengo buen carácter y tú seguramente detestas pernoctar. ─ Sonreíste por aquella locura. Todavía no la conocías, pero adivinabas que jamás compartirían nada especial. Porque no te sentías capaz de entregar o cobijar a alguien más en tu vida, y porque la distancia entre tus intereses y los de esa persona serían imposibles de congeniar. 

Notas finales:

Algunos términos que necesitan y/o deben ser aclarados:

Drakkar: barco nórdico, muy famoso por su cualidad para ingresar y encallarse en orillas poco profundas. Estos barcos vikingos causaron el terror en las ciudadelas de Bretania y Francia por su eficacia y rapidez en los asaltos.

Vinden Drakkar: al así como “el drakkar del viento.”

 

 

Estoy de una pasada re rápida! así que no mucho que decir más que !Mil disculpas por no actualizar y el nuevo formato!

Cualquier duda (si la tienen), queja (que sí la debe haber!), o sugerencia (si la desean) se las responderé en la brevedad posible.

See ya later than soon!!

TwT 


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