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Northern winds por GothKannon

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  White night  

 

 

  White Night  

 

 

El sonido de una roca cediendo bajo tus pies, alguien llamándote desde el bosque y luego…

Todo pasó tan de prisa que no fuiste completamente consciente sino hasta que abriste los ojos y notaste al dolor hospedarse en tus pulmones y que te rodeaban aquellas sombras nuevamente. Figuras distorsionadas; un mal remedio de personas se mecían con la fuerza de las olas. Recordabas que algo así ya te había pasado, que ese estado de semiinconsciencia en que te sumergías era como el de las pesadillas donde tu alma solía escapar del cuerpo por el constante asedio de fantasmas. La agonía comenzó a ahogarte, ese momento era muy similar al de tus recuerdos. Decidiste despertar, debías escapar de ese mundo ófrico y volver a la realidad. Intentaste palpar el suelo hallando solo un vacio abismal a tus espaldas y sentiste que el golpe incesante en tu cabeza comenzaba a asemejarse a los galopes de caballos salvajes. La desesperación poseyó tu ser al sentir el temor de no poder hacer nada para salir de allí. Atisbaste una vez más la profundidad, ese necrótico espacio que ejercía una atracción lenta por detrás. Podías sentir que la muerte rondaba por todas partes.

Cayendo hacia lo más profundo, empezaste a titubear si todo aquello no era una pesadilla más.

Y el silbido de los vientos en los riscos se acentuó mientras te dejabas engullir por las aguas bravas del mar y perdías la consciencia paulatinamente. La voz de alguien cerca; hubo un gemido de dolor y la voz de alguien que turbaron tu decadencia de repente. Difícil de entender, esas palabras lacónicas en medio de aquella tristeza no podían traducirse pero sentías que tu alma las absorbía como tu cuerpo hacia con el agua. El abstracto lenguaje sopló fuerzas en tus venas y tu espíritu quiso emerger. Tus brazos y tus piernas revivieron y el latido de tu corazón volvió. Aquel cielo borroso se convirtió en tu meta y ese agónico llamado te acompañó mientras el tiempo que combatías contra las olas del mar se incrementaba. Cuando llegaste afuera, el agua salió por tu boca y el aire volvió a acariciar la piel de tus órganos dolorosamente. No supiste precisar cuándo llegaste a las orillas ni cuánto tiempo te quedaste viendo el suelo desparramando tu cuerpo moribundo. Vestigios de sangre en las palmas y el sabor amargo de ese mismo líquido con el agua salada en los labios adormecieron tus sentidos en tanto reconocías el lugar en que te encontrabas con las temblorosas manos.

Cuando unas luces diminutas se colaron en tus pestañas y tu ropa mojada, la luz de la luna comenzó a titilar en el firmamento. Esas nubes oscuras te advirtieron que huyeras, que la tempestad del primer día de invierno estaba muy cerca. Apoyaste las manos en la tierra arenosa y te levantaste apenas mientras sentías aún el ardor en tu garganta y que tus pulmones se estrujaban cuando intentabas volver a la vida.  

Y el camino dejó de ser visible mientras las estrellas y la luna te abandonaban.

Ni siquiera un aullido; no hubo ningún ruido desde las orillas y en medio de los árboles muertos que sincronizara con la marcha decadente de tus pies por ese sendero ahora desconocido. En medio de la soledad del bosque, pensaste que el olor de tu sangre congelada no les era suficiente,  que aquellas decenas de fauces hambrientas no pretendían arriesgarse a salir de sus madrigueras; tanto ellos como tú conocían lo que se acercaba desde el norte. Tu cuerpo tembló de ansiedad pero no culpaste a los depredadores de que se negasen ayudarte en liquidar esa penuria. Tropezabas con las raíces secas y troncos huecos hallándote caminando sin orientación entre cada rincón de ese cementerio infestado de la parca del invierno. Te maldijiste a ti mismo al ser débil y perder las esperanzas tan pronto cuando el frio entumeció tu cuerpo. Burlándote de tu infortunio, dejaste que tus piernas cedieran finalmente y tu ser colapsara en el suelo. Arto de luchar por algo que no cabía en tu cordura, ladeaste el rostro hacia la izquierda y esperaste que la nieve cubriese tu cuerpo pacientemente. Con la sangre congelándose en tus venas, las ideas se mezclaron en tu cabeza dejándote asomar una sonrisa pobre en los labios morados. De alguna manera, tu rendición sonaba lógica y la partida de ese mundo parecía ser el retorno ansiado hacia el hogar desde el cual todas esas sombras provenían. Sentías una pertenencia lejana, que tu casa estaba más allá de las montañas y el mar; empero, pensar en pertenecer a otro lado que no fuera ese era un deseo nada sensato. Creerse algo más que un simple mortal anhelando morir bajo la nieve destruía el orden de todo. Aunque tu llegada hubiera estado atada a un milagro en que los jarl creían fervientemente, nada aseguraba que fueses especial y que no estuvieses loco al jurar que las pesadillas eran recuerdos.

Estúpido… ─ No eras más que un niño atolondrado creyéndose hombre por blandir un arma, tan fácil de persuadir por alucinaciones de las luces del norte y las leyendas de los mayores, tan inocente de creer que más allá había alguien que te esperaba.

Este no es tu mundo, Thor. ─ No la percibiste sino hasta que su aliento rozara tu mejilla. Los ojos azules y la cascada de un cabello sedoso y negro fueron todo lo que pudiste ver de quien se te asomaba por un costado. Sentiste la tibieza de su cuerpo posarse en tu espalda y el roce de sus delgados dedos por tu cabellera forrada de escarcha y nieve. Extasiado por la alucinación de tenerla cerca, esperaste la muerte con paciencia.

Ojos escarlata…

Abandonándote en el abrazo que te regalaba por la espalda, los gruñidos de aquel animal enorme que viste entre los árboles se oyeron a pocos metros de ambos. Levantaste la cabeza y viste sus colmillos resplandeciendo en las penumbras del bosque y el brillo de unos ojos fieros encendiéndose en los vientos de nieve. El fuego en la sangre; te erguiste con dificultad olvidando todo a tu alrededor. Buscando algo que te sirviese como arma entre ese nido de ramas y piedras, forzaste tu vista para encontrarlo en medio de la densa lluvia blanca o las sombras de los árboles finitos. Te encontrabas caminando en medio de aquel foso leve y relleno de raíces en donde habías caído hasta que apareció sobre un peñasco. Su aullido espantó al viento un instante y obligó a la mujer de blanco a retroceder. El malestar en tu cuerpo huyó cuando el sigiloso andar del lobo negro siguió un camino curvilíneo a tu alrededor y descendía ágilmente por la tierra y los troncos con brincos leves.

Un estudio recíproco; su mirada escaneaba la respiración agitada de tu pecho y tus ojos, alertas a cualquier movimiento amenazante, pronosticaban la distancia que moría entre los dos. Empuñabas una piedra afilada con la derecha esperando que atacase y buscabas una salida alterna en medio de esas raíces a tus costados, el gran roble seco a tus espaldas y la pared de tierra al frente. Los vientos del norte ordenaron a la bestia saltar y asomaron a tu nariz un aroma familiar del cual quedaste atónito. Sentiste un golpe muy fuerte en el esternón y lo viste volar por encima de tu cabeza hasta que llegó a una rama del árbol. Caíste de espaldas al piso escuchándolo gruñir aún más. Rodando a un lado, te levantarte y trataste de seguirle al verlo bajar de un salto desde el roble e internarse nuevamente en el espesor.

¿Cuándo fue que el animal dejo de correr y volteó a verte? Algo muy diferente emergió desde el profundo bosque a sus espaldas; otras luces parpadearon con fervor y dejaste la caza de lado al observar las llamas de esas antorchas tremendamente imponentes mezclarse con los ojos de la gran bestia. Al principio, no reconociste las voces tenues que te llamaron por tu nombre ni los brazos que te asieron con fervor cuando caíste de rodillas nuevamente. Demasiado tiempo en el bosque tal vez; el recuerdo de la caída libre desde los riscos y el encuentro con ese lobo negro te sonaron como hazañas de algún héroe legendario, algo que jamás ocurrió. Los rostros de tu gente se aglomeraron en frente tuyo y la voz de tu hermano mayor se acentuó. Tú no contemplabas mas que los ojos escarlata que chispeaban desde el camino por donde el animal había corrido, pero él no te miraba. Giraste la cabeza para buscar lo que observaba con tanto rencor mas Olaf te tomó de los hombros y te obligó a levantarte.

Cuando el aullido de aquel lobo murió y el frio de los vientos se acentuaba ante la retirada lenta de los hombres y los caballos, lograste virar el rostro y ver la silueta de la misma mujer detrás de esa cortina de nieve que caía sin cesar. Sus labios te dijeron algo antes de que se desvaneciese y tú cayeras inconsciente.

 

─ o00o ─

 

La fiebre está bajando. ─ La voz dulce de la mujer que se sentaba al borde de tu cama te despertó con calma; esa mano que tocaba tu frente y que cayó a tu mejilla era la caricia de una madre afligida, el inconfundible amor de Hildr. Supusiste que nuevamente habías estado hablando dormido y que ella había vuelto a quedarse para velar tus sueños como cuando eras un niño, cuando esas personas desconocidas solían aparecer para alterar tu descanso. Sintió que le mirabas y una sonrisa forzada se hospedó en su rostro mientras sus ojos celestes reposaban en los tuyos. ─ Duerme. ─ No objetase pero tampoco obedeciste; ella suspiró y se recostó a tu lado aferrándote a su pecho. Muy lejos de apartarle, te abrazaste buscando esos momentos de antes. Ahora mismo, esos cueros que cubrían tu cuerpo maltrecho y ese fuego que ardía en los leños hubieran sido de hielo. Los brazos de tu madre no serían más que el agua congelada envolviendo tu cadáver y el latir de su corazón y el tuyo solo el chocar de los mares en las orillas de cualquier parte. El roce de su mano en tus cabellos y el tarareo que escapaban de sus labios comenzaron a arrullarte sin premeditarlo. Esta vez tu terquedad no salió como siempre que te pidiesen hacer algo y tus ojos dejaron de percibir las imágenes de esa tienda. Ella tenía el don de sosegar el llanto de las almas, el sufrimiento abstracto que albergaba tu cuerpo como un karma.

Gracias, Hildr ─ Ella logró oír ese susurro y dejó de mimarte. En medio de tu adormecimiento, esa reacción te consternó. El tiempo pasaba tan rápido que incluso ahora llamarle madre sonaba poco usual. La obligación de crecer y dejar muchas cosas atrás eran etapas, estados a los que uno debía acostumbrarse a llegar y saber dejar.

─  Escúchame, Bjorn. ─ Se incorporó lo suficiente para que tu mejilla izquierda quedase en sus faldas y ella se sentara ─ aún cuando la espada que empuñes deje de ser tu aliada, el lazo que nos une seguirá intacto hasta la muerte. Pero… ─ Apartó los cabellos que te cubrían la cara y dejó que tú fueras quien la buscara con la mirada. Tu madre y la de tus dos hermanos esperó con paciencia y en silencio hasta que te decidiste verla,  ─ incluso después de ella, aquello que se separa busca volver a unirse otra vez. ─ Y eso era algo en que tenías absoluta consciencia. Los espíritus de los antepasados; el carácter e inclusive los recuerdos de aquellos que habían muerto renacían en los niños elegidos para vivir. Un homenaje para no ser olvidados y que protegieran a todo el pueblo a la vez. Aunque particularmente ligado a un ‘milagro’ de los dioses, tu destino no podía diferir de los otros en demasía. El tercer hijo de esa noble casa no podía darse el lujo de etiquetarse demente al escuchar voces y tratar de entrelazarlas con hechos distorsionando la realidad.

Sin embargo, no podía estar mal del todo aferrarse a una fantasía que no haría daño ni a tus padres ni a tu gente. ¿Cómo podían tus sueños cambiar la realidad de otros? A pesar de que tal vez todo lo que viviste ese día hubiera sido alterado por la fiebre, un atisbo de fe recorrió tu cuerpo al notar que probablemente esos recuerdos siempre hubieran estado ahí.

 «Unirse otra vez…»

¿Y si los dioses velaban por los hombres en verdad? Si habías caído realmente desde aquel acantilado… ¿viviría aún? Un beso tibio en la coronilla de la cabeza y la noche más larga volvió a zarpar sobre tu consciencia. Mientras sentías que Hildr te arropaba y salía de la estancia después de acomodar los leños en la tinaja de cerámica, caíste en cuenta de la ausencia de los temores que antes te asediaban. Pensabas que mientras tu madre no te dejara solo en medio de esa tempestad, las sombras no se acercarían en cada noche blanca desde que tuvieras noción de tu existencia; pero ahora todo resultaba diferente, ahora tu motivación distaba del pensamiento reacio hacia el enfrentamiento con esos fantasmas. Si parte de los eventos recientes eran verdad, la posibilidad de volver a verle no sonaba pecaminosa, algo irreal. 

«Poco importa ahora si este camino guía hacia las sombras. Lo recuerdo; estoy nuevamente en la pesadilla que se repite cada invierno, pero está vez tengo un rostro al cual aferrarme, ese aliento fresco que alborota mi cuerpo.»

Hay algo más allá…

Notas finales:

No mucho que decir, ni mucho que acotar... 

Alguna sugerencia, duda o crítica digánmela y me paso a responder.

see ya soon!


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