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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Gracias por sus comentarios peques! Espero que les guste el nuevo capi. Un besote!

III

 

Palabra de Vor

 

 

Las sirenas de policía se escuchaban a la distancia mientras Andrei caminaba por las calles desiertas. Pasaban de las siete de la mañana y no tardaba en amanecer; el cielo estaba más negro antes que el Sol despuntara. ¿Sería de igual manera en su vida? Pensó Andrei, pateando una lata de cerveza vacía con resentimiento. Tomó un respiro, y llegó a la parada de autobuses; el barrio de Stockwell carecía de todo, pero por suerte, no de rutas. El bus llegó pronto.

Apretando contra su estómago la mochila vieja, se adormiló durante el recorrido; quizá el sueño le habría ganado si la ruta no fuese tan directa. Estuvo en casa más rápido de lo que hubiera deseado. Bajó del solitario autobús y desde la acera, le observó marchar: rojo y deslumbrante, de dos pisos, el característico camión urbano de Londres. La única prueba por aquellos lares, de que realmente estaba en Inglaterra, porque Stockwell… con sus amplias calles y edificios aburridos, le recordaba a su triste suburbio en Kiev.    

—Mira que tienes una suerte… —Le saludó Boris. Andrei cerró la puerta del apartamento con la ayuda de su pie. —Acaba de llegar.

El joven giró el cuello para observarlo mejor: Boris no hablaba con él. Estaba pegado a la bocina del teléfono cableado — ¿Stepán? — Inquirió. Absurdo, era obvio que se trataba de él. Nadie más conocía su ubicación.

Boris alzó las cejas, ¿quién si no? Pareció preguntarle, burlón.

Se aproximó, repentinamente ansioso; desde su llegada a Londres no sabía nada de su mejor amigo. Cierto que según informes de Boris, él había tratado de reportarse, inútilmente, ya que casi nunca estaba en el departamento. Tendió la mano y bailó sus dedos, en una orden que no se molestó en disimular.

—…Yo hice lo que me pediste. Vive aquí y ya tiene un trabajo. Es un bar, Stepán. ¡Un bar!, ¿qué hay de malo en ello? —Reprochó, ignorando a Andrei con toda intención. —Solo sirve copas, cervezas… ¿Eh? Bueno, mejor le paso el teléfono, tengo cosas que hacer, él te explicará.

Tapó la bocina con su palma y le susurró a Andrei: >>Estuvo marcando toda la maldita madrugada, sabe que no estuviste aquí. Más vale que te inventes algo ya — Andrei le arrebató el aparato — y que te compres un celular. Mocoso ingrato —musitó en el camino a su recamara.

Andrei respiró profundo, antes de hablar.

— ¿Stepán?

—Andrei… — El sonido de la voz argentina le llenó el corazón de nostalgia. El timbre de Andrei siempre había sido bello, pero al crecer, quedó cierto sonido grave, que emanaba de sus cuerdas vocales con un sutil toque de erotismo y sensualidad. — ¿Cómo estás? Me tenías tan preocupado. Una semana sin saber de ti; ¿en qué habíamos quedado?

—Lo siento — murmuró, en verdad arrepentido —Boris tenía un trabajo listo para mí y me he volcado completamente en ello. ¿Me perdonas? Es un buen trabajo, Stepán. Solo los fines de semana… — Se calló de pronto — ¿De dónde estás hablando? —Desconfiado, quiso saber.

—Teléfono público, como acordamos.

Andrei liberó el aire contenido.

>>Trabajas en un bar, mi primo me lo dijo. ¿Qué clase de bar te mantiene ocupado toda la madrugada? — Expuso, receloso. Andrei enrolló el cable de la bocina en su índice, sonriendo a la nada.

—Es diferente acá, la diversión es más larga. Y la paga mejor. —Suspiró —Además, quiero mudarme pronto de aquí.

— ¡¿Por qué?! ¿Acaso Boris no te ha tratado bien?

—No es eso, Stepán. Pero, verás… también quiero independizarme — dio una veloz atisbada al departamento, sin ocultar la repulsión que le provocaba. —Sé que no será fácil. Empezar desde cero tan lejos de casa, pero no tengo opción. ¿Verdad?

—Siempre puedes volver —sugirió, en un soplo. Y lo lamentó enseguida. 

La sonrisa de Andrei desapareció ipso facto. Volteó a la puerta, sintiéndose inseguro. — ¡¿Pero qué dices?! —Gimió, espantado. Retornar no era opción, y Stepán lo sabía más que nadie. —Dios mío, ¿lo has visto, cierto? ¿Qué te dijo? ¡¿Te amenazó?! — Ahogó un jadeo —Dime, por favor, que no le has dicho dónde estoy… ¡Stepán!

El grito aterrado torturó el alma de Stepán, se maldijo, y lamentó que Andrei le conociera tan bien. —Tranquilo, Andriushechka. Tranquilo… lo he visto, sí. Vino a verme mejor dicho, pero no le conté de tu paradero. Ni una sola palabra, lo juro.

— ¡¿Entonces?! —Balbuceó, alterado. Andrei despeinó su cabello rojo como el fuego, caminando a lo largo y ancho que le permitía el cableado.

—Dio por hecho que yo sabía dónde estabas y lanzó una advertencia. —Un largo silencio sobrevino. Y las piernas de Andrei se paralizaron. —Te da un plazo de un mes, para que vuelvas a Ucrania por voluntad propia. Si no lo haces, te encontrará, te traerá de vuelta y se vengará.

Andrei rió, histéricamente. Su risa, fría y resuelta, intrigó a Stepán.

— ¿Vengarse eh? — Dijo, una vez ya calmado — ¡Como si no lo fuera a hacer si volviera por mí mismo! ¡Yo tomé ésta decisión, aun sabiendo los riesgos y sus posibles consecuencias! ¡Que me busque! — Apretó los puños, como la mandíbula, hasta que la furia pitó en sus oídos. — ¡Que me encuentre, ah, ojalá lo haga! Te prometo, Stepán, que ésta vez estaré bien preparado. Llegué huyendo, pero a veces, mientras corres, encuentras la solución.

— ¿A qué te refieres? No hagas ninguna estupidez, por favor…

—Estaré bien. Por una vez en tu vida, confía en mí.

—Lo hago, Andrei. Pero en Fesenko… en él no me fio.

Recargó su delgado cuerpo en el frío muro y cerró los ojos oscuros. Las pestañas largas y tupidas sobresalieron entre la blancura de su piel.

—Vladimir — inspiró. Hacía tiempo que no mencionaba el nombre de su tormento en voz alta  — no me dañará. No te preocupes. Gracias por advertirme. Cuídate tú, después de todo, eres quien lo tiene más cerca.

Stepán bufó. Y cerró la boca a tiempo. ¿Para qué alarmarlo con la amenaza de Fesenko, y la posterior herida que le había infligido en la mano? Era Andrei el que más sufría en ésta situación, no deseaba hacerle cargar más penas.

—Tengo que dejarte, Andriushechka. Volveré a llamarte pronto. ¿Te cuidarás hasta entonces?

—Siempre, Stepán. —Sonrió y acercó su boca al aparato —tu recuerdo me llena de ánimo —bisbiseó. El silencio incómodo de Stepán acentuó la sonrisa del pelirrojo. —La próxima vez que llames, quizá ya tenga celular, así… podremos estar más en contacto. Nada me motiva más que sentirte cerca, apoyándome…

Andriushechka, eres muy especial para mí. Lo sabes. ¿Cómo no ayudarte en todo lo que me pides?

—Eres tan bueno —Sollozó — A veces, siento que abuso de tu bondad.

—Shh. No pienses eso ni por un segundo. Esto no es nada comparado a lo que mereces. Boris sabe que te tengo en alta estima, cualquier cosa que no te parezca, házmela saber ¿quieres? Cualquier cosa que ocupes…

Andrei rodó los ojos. Necesito muchas cosas, y nada que puedas darme, querido amigo… respondió para sí, lastimoso.

—Gracias, pero tu primo ya ha hecho bastante por mí.

—No te equivoques Andrei. Y tampoco te sientas en deuda, Boris te aceptó en su casa, es cierto, se agradece. Pero yo le estoy pagando. Te conozco, sé que eres orgulloso, no estás en calidad de arrimado. ¿Comprendes?

Alzó una ceja, gratamente sorprendido.

—No me digas… ¡Oh, Stepán! ¿Ves a lo que me refiero? Haces tanto por mí. ¿Cómo podré pagártelo? —Su voz se escuchó afectada, pero su rostro permaneció ecuánime. Como si leyera un guión de teatro, con desgano.

—Ya te dije que no es nada. Lo único que importa aquí, es que estés a salvo. Te quiero, Andrei.

—Lo sé. Y yo a ti. —Fue su sincera despedida.

 

 

1

  

 

En silencio, Karol entró a su oficina masajeándose la cabeza. Tenía los ojos rojos y su hermoso rostro estaba contorsionado por la angustia. Se sentó, dejando caer su cuerpo abatido por el desconsuelo, como quien espera no levantarse más. Lloró en medio de la oscuridad, con la única tibieza de sus lágrimas resbalando sobre las mejillas. Sergey la encontró así: melancólicamente bella. Con el alma rota.

—Karol… —Respiró, aproximándose en dos largos pasos. Ella le miró con sus preciosos ojos dorados, ahogados en dolor.

—No preguntes. No preguntes. — Alzó los delgados brazos, y Sergey le estrechó contra su cuerpo, hundiendo su nariz en la cascada oscura de cabello. Fue un abrazo desesperado, y lleno de sentimiento.

—Un día, voy a matar a esos dos. Primero León, después a Grozny. Lo juro, mi sol. —Dijo, sellando sus palabras sin menguar la intensidad de la caricia, con la rabia atorada en la garganta, y los ojos entrecerrados, fijos a la nada. Karol negó, abrumada.

—León me ama.

Sergey le obligó a mirarlo. Sus ojos azules, casi grises, eran un revoltijo de emociones donde la furia y los celos, destacaban.

— ¿Y tú? ¿Ya aprendiste a amarlo, acaso? —Inquirió. La voz brotó más amarga de lo usual.

En respuesta, Karol lo besó. Con su saliva pastosa por las lágrimas, introdujo la lengua ardiente. Sergey le absorbió los labios, impetuoso, con la pasión del que no cree en un mañana. Cogió sus estrechas caderas y la alzó fácilmente para después depositarle, brusco y con urgencia, sobre la fina superficie del escritorio.

>>Te amo — masculló, contra los labios rojos y acorazonados. Le abrió las piernas y se acomodó entre ellas. Karol jadeó, saliendo del exquisito estupor al sentir las manos poderosas de Sergey subiendo por sus muslos.

—Sigue aquí. Él y Grozny, se quedaron bebiendo… —Advirtió, siéndole imposible ocultar el miedo en su tono dulce de voz.

Sergey la miró. Estrechó el abrazo de un salvaje empujón, hasta que su miembro evidentemente excitado chocó contra el vientre de Karol. Y sonrió, rendido ante el fastidio de los amantes que necesitan de las sombras, para amarse sin temor.

—No me importa. Estoy harto de esconderme. De aguantarme las ganas de besarte allá afuera, a la vista de todos. Karol… ¿Sabes cómo me hierve la sangre cuando lo veo tocándote? — Rozó el cuello esbelto con sus dedos, con la delicadeza que no existía en León. Ella le observó con ternura. —A veces, deseo volver el tiempo. Cuando éramos niños y nada nos separaba. Cuando me pertenecías por completo.

Karol lo acercó, halando por los hombros. —Todavía te pertenezco por completo — corrigió. —León no significa nada para mí. Lo sabes mejor que nadie. Tú eres el hombre de mi vida, Sergey. Fuiste el primero, y te prometo, por lo más sagrado, que serás el último.

Bajó los tirantes del vestido lentamente, tocando con exquisita sugerencia la dermis perfecta. Y sin romper el contacto visual. — ¿Recuerdas cuando te hice el amor por primera vez? —Suspiró en el oído, Karol se estremeció.

—Tenía el cabello corto y el pecho plano —dibujó una sonrisa nostálgica —con ocho años y tú diez. Me besabas los labios y el cuello, y no sabíamos qué más hacer. Fue hasta el viaje a Polesia, cuando vimos a los ciervos copulando… supiste la manera.

Sergey asintió. Los ojos azules brillaban con intensidad, como luciérnagas en una noche sin luna.

—Apenas llegamos del viaje, acampamos en la yarda de tu casa. El cielo estaba limpio y se podían ver todas las estrellas. Mi tía nos dejó dormir toda la noche ahí. E hicimos el amor antes de conocer lo que ello significaba. Ése momento, ha sido lo más puro de toda mi vida, Karol.

—No somos precisamente pureza, Sergey. En especial yo — bajó el mentón, avergonzada —Hay ocasiones en las que ni siquiera sé, qué es lo que soy. —Confesó; sus ojos comenzaron a vidriarse de nueva cuenta. — ¿Es un castigo de Dios por haberme enamorado de ti? De mi propia sangre. Mi primo. —Ahogó un lamento — mi madre me lo dijo, antes que te separaran de mí. Dijo que iba a pudrirme en el Infierno. Luego te llevaron a Rusia; sin verte, sin tocarte, sin saber de ti. Supe que mi infierno acababa de empezar.

Le abrazó con fuerza y besó ambas mejillas. —No recuerdes eso, mi sol. Te encontré y hasta ahora hemos estado juntos. Han sido años maravillosos. — Sin embargo, Karol, casi empecinada, negó rotunda.

—León ama una ilusión, y tú, algo que fui y no volverá. Ambos se alimentan de migajas; León no me importa… pero tú, mi Sergey, quiero que seas feliz, y a mi lado no lo serás. No completamente.

El ruso detuvo uno de sus agasajos a medio camino. Le vio con intensidad mientras su cerebro sopesaba la revelación. Lo que se escondía bajo la máscara noble que pretendían ser sus palabras. — ¡¿Qué intentas decirme?! —Rugió — ¡¿Que me vaya de tu lado?! ¿¡Que te deje a merced de ése cabrón sin sentimientos!?

Karol intentó apartarse, pero el agarre ceñido de Sergey no cedió. Por el contrario, se fortaleció.  

—León quiere casarse, conmigo. —Dijo, con la vista clavada en la oscuridad que todo lo reinaba. Sergey parpadeó confundido.

— ¡¿Está loco?! ¿Dónde quiere casarse? ¿Canadá? ¡¿España?! — Se resistía a creer. Había ironía en su voz gruesa.

—En San Petersburgo. En la Catedral de la Santa Trinidad.

El largo silencio pesó como lozas de concreto en la espalda. La mujer lo resintió más. 

—Es ridículo —Gruñó, ganándose toda atención de Karol.

— ¿Ridículo que sea un Vor y miembro de la Iglesia Ortodoxa a la vez? — Arrugó el entrecejo, como si algo dentro de ella se quebrara con dolor — ¿o ridículo que piense en matrimonio con alguien… como yo?  

Sergey se alzó, tenso y disgustado. La cogió por la barbilla, con la presión de una pinza.

—Ridículo es, que hayas aceptado su propuesta como si no tuvieras opción. —Escupió.

— ¿Y la tengo? ¿Eh? ¿Qué opciones tenemos que no sea la de huir?

El mutismo de Sergey fue la respuesta que esperaba.

>> ¿Lo ves? — Bufó —Todos estos años, esas han sido tus posibles soluciones: Correr, o matar a León. Eres impulsivo, irrazonable. Él es un Vor y su palabra es Ley. — Alejó su mano de un golpe, y le miró, con los ojos áureos seguros — voy a casarme con él, e iremos a vivir a Moscú. Ese es su deseo.

Sergey mordió su lengua, para no gritar de aflicción.

—Los deseos de León, dependen del humor de Grozny. —Señaló, colmado de un resentimiento salvaje —Un Vor que es el perro de un desconocido, no merece llamarse así, como tampoco merece tenerte.

—No sabes nada, Sergey — murmuró, congojada. —Yo tampoco sabré mucho, pero no supongo con tanta ligereza como tú. León es un hombre poderoso, respetado y temido. Cuando nosotros jugábamos en los muelles abandonados del Dniéper y hacíamos el amor a hurtadillas, León ya era un Vor de renombre.

— ¡Escúchate! — Bramó el ruso, resentido —El orgullo por tu hombre te sale por los poros. ¿Quién es el pobre Sergey, comparado con alguien como León?

El turno fue de Karol, en atraparle la mirada.

—Eres el amor de mi infancia, el que me protegió de los abusadores; el que me cuidó cuando enfermaba y me besaba aún con gripe. Eres el que me desvirgó y el único hombre que me ha hecho el amor. Los buenos recuerdos de Kiev, eres tú, Sergey. Eres mi pasado, mi presente, y el que me vaya con León, es porque también quiero que seas mi futuro —  respiró con profundidad y apretó los párpados, sintiéndose desdichada.

—Mi sol… —la sorprendió con un beso feroz, corto pero demandante —No te vayas con él. Crecimos juntos, — se hizo de un hueco más prominente entre las piernas largas de Karol, y achicó todo el espacio con un golpe de pelvis, simulando una penetración — eres mi carne, mi sangre. Me perteneces por completo.

Karol se arqueó de placer cuando las manos heladas de Sergey le tocaron bajo el vestido los glúteos, arañando y estrujando con ardor. Desabrochó el pantalón y bajó la cremallera en un segundo, con la pericia de la práctica habitual. Animado por el apuro de Karol, el hombre bajó el vestido hasta la cintura. Por el escote, no usaba sujetador; los pechos de Karol refulgieron pálidos cuyos pezones rosas y pequeños, estaban endurecidos.

La música era el silencio. El sonido de las respiraciones agitadas, los gemidos de Karol y las promesas cortadas de Sergey. El cuerpo estilizado era un mapa que el mismo ruso había trazado y recorrido hasta el cansancio, con su boca, con sus manos. Era su templo, el único sitio donde encontraba rendición, y lo adoraba.

Tocó los senos, y encontró el rechazo de siempre. Karol le apartó las manos y las dirigió a su cintura, a sus piernas, al trasero. Donde quiera que fuera, pero lejos de las redondeces firmes de su pecho.

—No lo hagas — advirtió ante un nuevo intento de Sergey por estimular los capullos sonrosados. —Hoy no estoy de humor para soportarlo.

La observó callado, mientras desbotonaba su camisa con agilidad. La luz que se colaba por el ventanal bañaba ligeramente el hermoso cuerpo de Karol. Delgado y de líneas suaves; el rostro encantador, su largo cabello oscuro, y la cintura estrecha. Sergey pasó el vestido por la cabeza, deshaciéndose de él. La blancura de la piel, tan suave y prolija, le provocaron densos deseos de morderla, de marcarla y amoratarla. Se contuvo, y prefirió admirar los senos perfectos, Karol se había movido y la luz pegaba directamente en uno.

Ella se percató y pareció avergonzarse.

— ¿Quieres que corra las cortinas?

Sergey observó ceñudo. — ¿Por qué tendrías que hacerlo? La vista es preciosa…

No convenció a Karol.

—Me gustaría más que dejaras de fingir, como todos estos años… simulas que te gusta pero tus ojos dicen otra cosa. Hablan con la verdad que tu lengua no se atreve — dijo, relajada, con la paz que la resignación brinda después de vanos intentos por cambiar la realidad.

—No es diferente de antes, Karol. Mis sentimientos no han cambiado, ni lo harán.

—Dices eso porque no tienes alternativa.

Sergey rió, cogió una de las manos de Karol y la presionó contra su entrepierna.

— ¿Crees que se pondría así, si no me gustara lo que veo?

Sonrió ampliamente, y lo atrajo con las piernas. —Te amo, Sergey. — Susurró, bajando pantalón y bóxer. La dureza del mayor quedó expuesta, sin circuncidar, y de grosor considerable. Karol levantó las caderas, permitiendo que su amante le arrebatara la ropa interior también. Tan cerca, Sergey pudo apreciar las diminutas marcas de rasguños en los pechos sinuosos, como recuerdo cuando Karol no los aceptaba en su cuerpo, y en la desesperación, se hacía daño hasta sangrar. León le había amarrado por dos días consecutivos a la cama, y Sergey había fingido la preocupación de un familiar. Y no la pena del amante torturado por la impotencia que en realidad lo abrumaba.

Había querido matar a León. Lo hizo mil veces en sus pensamientos. Karol también. Pero terminaron bajando la cabeza y aceptando, porque la palabra de un Vor, era Ley.

Acarició el largo cabello azabache, que antes era corto y escondía trucos entre las hebras, que lo hacían parecer más largo. Karol ya no necesitaba de esos artilugios; había pasado mucho tiempo.

Cuando Sergey encontró a Karol, hacía 13 años; ya usaba hermosos vestidos de diseñador, zapatillas de marcas costosas, y maquillaje en el rostro. Acababa de pasar por una reducción de cartílago en la nuez de Adán, y tomaba hormonas, a pesar de no necesitarlas, por capricho de León. Cuando le encontró, Karol era una mujer. Y no el precioso joven que recordaba, y amaba.

—Apresúrate — le despertó de su ensimismamiento. El ruso se contagió de la prisa, y le acostó sobre el escritorio. Los papeles se regaron y un portaplumas azotó en el suelo.

Observó la única prueba visible de que Karol era un varón, y le masajeó con deliciosa cadencia. Guió su miembro al ano apretado y penetró allí, con el gemido placentero de Karol, sacudiendo cada nervio de su ser.

 

 

2

 

 

Andrei despertó hasta tarde, con el rugir de su estómago vacío. Boris veía un partido de fútbol en su recamara y Andrei agradeció la distancia. Tomó la mochilita y sacó algunos billetes, recordando una promesa: Cuando ganara su primer sueldo, iría a pasearse al Ojo de Londres. Se dio una ducha rápida y vistió sus mejores ropas. Boris ya terminaba de hablar con sus amigos por celular para parrandear esa noche.

— ¿Te largas? — Cuestionó el hombre, con un cigarro en los labios — ¿Te das cuenta que no tenemos comunicación? —Agregó, guasón.

—Voy a comer algo a la calle, y a pasear por ahí antes de regresar al trabajo— dijo, solo para hacer algo de plática.

— ¿No me invitas?

Andrei sonrió con pedantería.

—Prefiero ir solo. Gracias.

—Eres odioso, grosero, y mamón. ¿Te lo habían dicho antes? — Gritó, lazándole las llaves del departamento que le había cogido al no encontrar las suyas. El pelirrojo las capturó en el aire.

—Suelen decir eso cuando no me conocen; después, las descripciones se vuelven peores.   

Boris soltó la carcajada.

—Menos mal que casi no te veo

—Lo sé. Es pesado aguantarme. Menos mal que no lo haces gratuitamente.

Sus ojos negros brillaron y una sonrisilla perversa se formó en su cara bonita. Boris quedó enmudecido.

—Te lo dijo Stepán — aseguró lo obvio.

— ¿Decirme qué? — Jugaba con él. Los ojos oscuros se mostraron inocentes, pero estaban lejos de serlo.

Boris se aproximó bastante.

—Que te den por el culo, Andrei. Sabes a lo que me refiero.

— ¡Oye! ¿Y dices que yo soy el grosero? — Graznó, mientras se peinaba con los dedos.

—Bueno, es cierto. Me pasa dinero. Insuficiente para soportar a alguien como tú; pero es algo, ¿no? — Encogió los hombros. — Mi primo favorito… ¿Por qué tenías que volverlo maricón? — Acusó.

Un escalofrío atravesó la espina dorsal de Andrei, y la chispa altanera en su mirada se apagó. ¿Por qué tenías que volverlo maricón? Zumbó en su mente, con la voz violenta de Katrina, su hermana. —No es la primera vez que me hacen esa pregunta. Pero espero que sea la última — escogió una bufanda delgada y la enredó en su cuello —es una pregunta estúpida. De las cavernas. Nadie tiene un poder así.

— ¿Entonces vas a decirme que Stepán suelta tanto dinero por ti, simplemente, porque te aprecia como un amigo? — Cruzó los brazos, en una actitud retadora, e incrédula.

—Quizás él no. Pero yo sí. Es mi mejor amigo.

—Y tú eres una zorra lista que lo ha sabido enredar muy bien. ¿Lo alimentas de esperanzas? ¿Le das doble intención a tus palabras? Stepán es un estúpido. Solo con escucharte hablarle por un segundo, yo me di cuenta.

Lo amenazó con sus salvajes orbes negros, y le recorrió con desdén. —Con lo poco que me conoces. ¿Me crees capaz de algo así?

Dejó la pregunta en el aire, y tomó sus cosas, listo para marcharse. El mutismo cínico de Boris respondió, tan claro, como si lo hubiese expresado con palabras. >>Púdrete, Boris. ¿Qué sabes tú?

Azotó la puerta y se fue.

 

Esa tarde, Andrei olvidó sus temores y se divirtió en verdad. Comió en el barrio chino, bebió moderadamente, compró algunos artículos y libros de ruso – inglés, así como el diccionario de Kenneth Katzner. Estuvo leyendo por varias horas en una cálida cafetería. Encerrado en una plácida burbuja. Hasta que la noche llegó, y Andrei atravesó el Distrito de Lambeth, hacia al mirador London Eye, a cumplir su promesa. Subió a la noria en una de sus grandes cápsulas, disfrutando de la vista a medida que la rueda giraba con lentitud, y se alzaba, más y más.

Las personas que compartían su cápsula hablaban todas lenguas. Grababan video o tomaban fotos, la mayoría seguro eran turistas. Andrei vio familias, incluso parejas. Sintió envidia. Se acercó al cristal, con ganas de llorar. Un hombre tocó el vidrio, atraído por la altura, y la preciosa vista, haló a una jovencita y le pasó el brazo por la espalda. Hablaban polaco, quizá checo. Ambos idiomas sonaban casi igual.

La jovencita se puso de puntillas, iba a besar los labios del individuo. Andrei veía de soslayo. Ella rió y suspiró su nombre: — Karol — dijo, y algo más, que Andrei no pudo entender. Estaba pasmado.

En su inocencia, aquella pareja le había aclarado la duda que más le carcomía. Recordó las palabras de Pavel en uno de los ensayos; Karol es la mujer más alta que jamás haya visto. Es por las zapatillas, había contestado Andrei. Apuesto que si usaras un par de tacones así, serías igual de alto que ella. Repuso, bromeando como era su costumbre.

Andrei se alejó de la pareja, todavía impactado. —Karol… — Susurró. ¿Cómo pudo ser tan estúpido? Karol era ucraniana. De las mismas tierras frías de Kiev donde él había nacido. Y en Ucrania, en Rusia, y todos los demás países que una vez pertenecieron a la URSS. Karol era  nombre de varón.    

 

 

Notas finales:

¿Alguien sospechaba de Karol? Jaja. Hay una diferencia entre Carol y Karol, y es el género. Aunque hay mujeres que llevan el nombre con K,  no son del Cáucaso. Pero igual no me sorprendería que alguien lo llevara así orgullosamente haha.

Gracias por leer! :)  


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