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Neverland por Jahee

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VIII

 

Crueles intenciones

 

 

A las afueras del Old Bailey, Boris caminó al lado de su abogado. Sonreía abiertamente, y con el cigarro en los labios, parloteaba sobre la excelente defensa expuesta en la corte. Las chicas habían resultado ser todas mayores de edad, y la droga que se había encontrado alcanzaba para una fianza. Sin tantas dificultades, volvía de nuevo a las calles, y aunque sus compañeros de farra no contaron con su misma fortuna, a Boris no le importaba. Había corrido con suerte, pues un desconocido le brindó un buen abogado, y pagó su fianza al momento. No sabía quién pudiera ser el buen hombre; quizá un amigo del pasado, quizá algún familiar recién enterado de su situación. Pero su mente quedó en blanco, tratando de reconocer al hombre que recargado en un coche oscuro, le miraba sin expresión. El abogado se había adelantado y estrechado la mano de aquél; intercambiaron breves palabras y se fue sin despedirse, dejándole a solas con él.

La mirada vacía le enfocó de nuevo, e hizo un gesto con la mano para que se aproximara. Boris obedeció al instante, sorprendiéndose a sí mismo el acatar una silenciosa orden de forma casi mecánica.

—Sí, — torció una sonrisilla socarrona, cuando Boris estuvo cerca —fui yo quien pagó uno de los mejores abogados para tu juicio, y también tu fianza… que como sabes, no fue nada barata.   

Boris entrecerró los ojos, intentando identificar su rostro, sus facciones, cualquier indicio que pudiera hacerle recordar. Pero fue incapaz.

>>No te molestes en tratar de recordarme. Ésta es la primera vez que nos vemos, Boris.

— ¿Entonces? —el aludido alzó las cejas, confundido —Si no nos conocemos de antes, ¿Por qué?...

—Necesito información de una persona que conoces. En la prisión de Pentonville hubiese sido más complicado tratar de verte. Por ello la molestia en evitar que fueras a parar allí —Explicó, resuelto.  

— ¿Quién eres? ¿Quién es esa persona? No entiendo nada, hombre.

Vladimir le arrebató el cigarro de los labios y lo trituró frente a sus ojos paralizados, sin importarle que las brasas le quemaran los dedos. —Odio el maldito cigarro. Andrei tenía la costumbre de fumar a escondidas, aunque el olor terminara por delatarle siempre. — Boris ahogó un jadeo, y caminó un paso hacia atrás. Negó con las manos, ansioso.

Andrei. Andrei… de repente, un acceso de sentido le iluminó. Y las piezas encajaron en su lugar.  

—Vive en mi departamento, sólo lo acepté porque Stepán me lo pidió, puedo llevarte si quieres. No es mi amigo, yo no tengo nada que ver con él… — Soltó, atropellador.

Vladimir apretó la mandíbula, y los puños, en un porte amenazante. Boris encogió allí mismo, bajo la sombra tenebrosa del ucraniano.

—Sé dónde vives, ¿cómo crees que te encontré?, pero en tu departamento no hay nadie, imbécil. ¿Crees que me habría tomado la molestia de pagarte un abogado, y la fianza, si hubiese encontrado a Andrei en esa asquerosa pocilga?

Era cierto. Las mejillas de Boris enrojecieron, sintiéndose realmente estúpido. —Se quedaba conmigo… pero, pero… si no está allí, entonces… no sé, no tengo idea. —Dijo, atorando entre el aturdimiento y sus tartamudeos.

—Debes tenerla, pedazo de mierda. ¡Porque no he tirado mi dinero a la basura! Ahora, piensa bien. Y responde, más vale que respondas bien. ¡¿Dónde está Andrei?!

Boris le miró aterrorizado. Estaba tan cerca, con aquellos ojos encendidos como hornillas al rojo vivo. Estaba siendo vilmente insultado, pero no hacía nada por defenderse; había algo desconcertante en el extraño que no se atrevía a desafiar.

Una presa, sabía reconocer a su depredador.

 —Sé dónde trabaja. Es un bar. —Humedeció sus labios resecos con nerviosismo —Tiene que seguir allí. Su inglés es pésimo y allí… no tiene que hablar mucho.

— ¿Qué bar? —Exigió. La voz amenazadoramente susurrante, y afilada.

—Neverland. El bar se llama Neverland.

 

1

 

Regresó tarde a casa… sí, casa. A pesar del poco tiempo que llevaba establecido en el departamento de Grozny, ya lo sentía como un cálido hogar al cual volver; e imaginaba, efímeramente, que el indolente checheno lo esperaba en verdad. Pero el anhelo duraba un parpadeo. Sabía con claridad que no era de aquel modo, que Grozny podía marcharse cuando así lo quisiera y él no tenía derecho a preguntar nada, y mucho menos, a reclamar su demora. Abrió la puerta, cargando las bolsas repletas de nueva ropa, escuchó un traqueteo a lo lejos, y cuando alzó la mirada, aún con las llaves en mano, una nube grisácea acaparó su visión. Pensó que se trataba de un incendio, sin embargo el denso olor a coles quemadas que parecía provenir de la cocina, junto a las maldiciones en una lengua que no pudo reconocer, le dieron a entender de qué se trataba.

Sonrió, y con calma, depositó las bolsas en la sala y caminó hasta la cocina. Era un desastre. Divertido, recargó la cabeza roja en los azulejos de un muro y observó a Grozny ir de un lado a otro soltando mil improperios a la vez. Al parecer, había olvidado la olla hirviendo a fuego lento con alguna sopa preparándose, hasta que el agua se evaporó y sus ingredientes se calcinaron, soltando el desagradable aroma. — ¿Necesitas ayuda? — Le sorprendió, con una pícara sonrisa bien dibujada en sus labios.

El mayor giró desde su posición, expresando en una simple mirada, todo su desencanto. —Sí. Trae el maldito teléfono para pedir algo de comer.

Andrei amplió su sonrisa y se acercó al mejunje reseco que seguía desprendiendo el olor rancio. — ¿Qué rayos intentabas hacer? —Inquirió, apartándose enseguida con una mueca de asco.

—Solianka para nosotros — gruñó, sin saber que aquella simple frase, provocó una revolución en Andrei. —Mi madre solía hacer la solianka como nadie, pero nunca pude aprenderle, no recuerdo bien cómo la preparaba, y aunque así fuese. Soy un caos en la cocina.

—Estoy de acuerdo — musitó, en voz baja. Pero sonriendo como creía que ya no era capaz. —Puedo enseñarte, la solianka siempre me ha salido muy bien —Grozny le miró en silencio, meditando su ofrecimiento —Tal vez no sea tan buena como la de tu madre. Pero mejor que eso… —apuntó el cazo tiznado con la mirada burlona —Sí lo es.

— ¿Sabes cocinar? — Preguntó con cierto matiz de perplejidad. Andrei asintió con la cabeza. Cogió la olla con los guantes de grueso forro y la retiró lejos de la estufa.

—Aprendí viendo a mi madre, o cuando me sentaba junto a ella a ver los canales de cocina. Era un niño en ese entonces. —Andrei suspiró con pesadez, —fueron buenos tiempos. Mi madre hilaba coherentemente una frase y mi padre me llamaba por mi nombre.

Por el tenso silencio, Andrei creyó que había incomodado a Grozny. Dejó de trocear la carne para verle y disculparse. Más no fue necesario.

— ¿Por qué huiste de Ucrania? —Le apresó con sus intensos ojos celestes, con su generosa voz que no obstante, demandaba una respuesta. — ¿Fue por tus padres?

—No. No fue por ellos — volvió a concentrarse en cortar la carne, pero la presencia de Grozny, taladrándole como en la pista de baile, no le dejó tranquilo. —Huí de mi amante. Un tipo loco, que me disparó dos veces para obligarme a quedarme con él.

Le observó para ver su reacción. O mejor dicho, nula reacción. Terminó de cortar la carne con rabia, ¿para qué le preguntaba, si no le importaba? >>Pones un nuevo cazo con agua. ¿Un litro? Sí, eso bastará. Agregas un poco de sal, ¿ves? E introduces la carne con todo y hueso, le dará un sabor especial —subrayó cada indicación con énfasis, tratando de aplacar su enojo — ahora esperas hasta su cocción.

Grozny parecía no escuchar, atento le veía directo a los ojos, y no a sus manos, que eran las que indicaban y se movían con gracia y celeridad.

— ¿Por qué disparándote te obligaba a quedarte a su lado? Yo te veo aquí, muy lejos de Ucrania, y conmigo.

Respingó tan fuerte que Grozny tuvo que escucharle. Andrei le enfocó, con los ojos radiando de antipatía. —Iba a bailar en Bolshoi. ¡Bolshoi! En Moscú, y por todo el mundo; lejos de él. Pero él mató mis sueños con su maldita arma. ¿Y qué es de un bailarín profesional sin sus piernas sanas? Un bailarín de Neverland, supongo.

Grozny no pudo sostenerle la mirada ahogada en un dolor que quizá él nunca podría comprender. Cogió las raíces y la pimienta de la isla para eludirse, y Andrei casi arrebató los ingredientes de sus manos. 

—Sueños mueren, y otros nacen —dijo, en un arrullo de voz.

El pelirrojo rodó los ojos, y aplacó una sonrisilla burlona.  

—A través de los años me han enseñado que los sueños tienen la característica de ser positivos. Unos desean tener una carrera exitosa, otros enamorarse, unos más quieren una vida sin carencias, y algunos, anhelan cosas más extrañas. ¿También se le llaman sueños, cuando lo que más deseas, es algo oscuro y retorcido? — Inquirió, mientras terminaba de picar el perejil.  

—Quieres vengarte, Andrei. ¿No es cierto? Creo que es de lo más normal.

Andrei bufó, reprobatorio.  

—Viniendo de ti, ¿puedo asegurar que lo sea? No lo creo, y no te ofendas, Grozny. Pero es como si un caníbal viniera a tratar de convencerme de lo correcto que es comer carne humana. —Se quedó pensativo por un momento, con el cuchillo congelado en pleno corte, mirando a la nada. Luego, sonrió —Vaya analogía de mierda ¿eh? Un caníbal. Debe ser por el miedo que me inspiras.

Grozny sonrió también, mostrando levemente el filo de sus dientes blancos. —Tú no le temes a nada, me ha quedado bastante claro.

—Bueno, estoy bien curtido. Kiev no es fácil para chicos como yo.

— ¿Chicos como tú? —Enarcó una ceja, divertido.

—Sí. Homosexuales, bailarines, pelirrojos… podría hacerte una lista. — respondió, sarcástico, tajando las zanahorias con precisión y desenvoltura. Grozny se carcajeó, y Andrei le miró con sorpresa, pero cedió a su contagiosa risotada y atesoró el sonido franco de su risa. Podría amarlo con facilidad, aunque Grozny luchara contra ello.

—Y buen cocinero, no olvides eso. — Agregó el mayor, con la voz relajada que habría desconcertado a Andrei, si no lo hubiese escuchado ya hablando con su esposa. 

Terminó de agregar los ingredientes al caldo, junto con las aceitunas y la alcaparra, y dejó reposar a fuego lento.

—Está listo. Sólo queda esperar algunos veinte minutos y un poco antes de apagar el fuego, añadir la smetana. Fue sencillo, y sin coles quemadas. ¿No luce bien? —Señaló lo evidente, con un ligero toque de orgullo en su timbre de voz. 

—Más que lucir bien, huele delicioso.

Ambos observaron la sopa cociéndose, embrujados por el vapor agradable que emergía del cazo. Y estuvieron así, por largo rato, cercanos, los vellos en el antebrazo de Grozny rozándose contra la piel de Andrei —Mi madre solía decir… ella decía que cocinarle a mi padre le daba un poder especial sobre él. Nunca me abandonará, decía, porque su paladar está acostumbrado a mis sabores. A veces, yo escupía su plato antes de servirlo en la mesa, con la esperanza que algún día se largara de nuestras vidas, con la esperanza de arruinar el sabor de mi madre y que él nos abandonara. —Sonrió con amargura, y recargó la cabeza, sin pensarlo, en el hombro de Grozny. —Pero el único que abandonó, fui yo. Dejé a mi madre y ahora ella está enferma. Sé que no es mi culpa, y sin embargo, no me siento como pienso.

— ¿Hablaste con tu familia? —Andrei asintió en silencio.

—Sé que te dije que ellos no me importaban. En parte es cierto, pero mi madre… ella… simplemente no puedo pasarlo por alto, Grozny. Necesito volver a Kiev.

Grozny se apartó en seco, mirándole con intensidad —No puedes marcharte. Tenemos un trato. —Advirtió, volviendo a su faceta hosca e impenetrable.

—Mi madre está enferma, necesita dinero, Grozny. Lo siento, pero ni siquiera tú puedes negarme el que vea por ella —Expuso, sin atreverse a enfrentar sus pupilas.   

—Corrígeme si me equivoco, pero las libras tienen mayor valor que las pobres grivnas, Andrei — reprochó, lleno de sospecha.

Andrei suspiró, y giró el cuello para mirarle.

—Aun así son insuficientes, si vuelvo a Kiev, es para hablar con Vladimir, mi ex amante. Él tiene suficiente dinero para prestarme.

Por un corto lapso de tiempo, Grozny le vio con los ojos como rejillas, en completo silencio. Analizando cada rasgo en la cara de Andrei.  

— Estás loco —exclamó. Negó con la cabeza, pasándose la mano por la afeitada barba en un gesto incómodo —y no hay necesidad de eso. Tú no regresas a Kiev, seguirás en Neverland, haciendo tu trabajo, y yo te daré el dinero que necesites para cubrir los gastos médicos de tu madre, es tu única opción y ésta conversación se ha terminado.

Finiquitó, y se marchó con bronca; Andrei le siguió con la vista clavada en la espalda hasta que se perdió en el pasillo. Solo entonces sonrió, complacido, y susurró algo ininteligible.   

 

2

 

Era absolutamente cierto. Su madre estaba muy enferma; la razón se le había ido con la muerte de Sasha, quedó enterrada junto al cuerpo del niñito, en un sombrío cementerio de Kiev. Y ese era su único mal. Andrei creció con una madre enferma, y nunca se compadeció de ella, al recordarla, evocaba su distante mirada oscura, anegada en culpa, y sus venenosas palabras: ¿Por qué no fuiste tú? ¿Por qué? Ojalá hubieras sido tú, le espetó en una de sus tantas crisis. Andrei la abofeteó y después se disculpó. Entendió su sufrimiento, Sasha era el verdadero varón que sus padres siempre esperaron, había sido un bebe sano, no como él, que enfermaba constantemente. Sasha reía más de lo que lloraba, y usaba la noche para dormir, como la gente normal. Además, tenía el cabello negro tal carbón, como su madre, su padre, y la misma Katrina. Tan diferente a Andrei. No los culpaba, era más fácil amar a Sasha.

Andrei sirvió la comida pensando en los pocos recuerdos que tenía de su fallecido hermano menor. Vio a Grozny sentado en el comedor, ajeno a todo revisaba algo en su celular, se acercó con el plato y lo puso en la mesa, llamando su atención. Le sonrió, como solía hacerlo con Vladimir cuando éste se encontraba indiferente; pero Grozny huyó de su sonrisa, y prefirió observar algún punto indefinido. Andrei deformó sus labios en una mueca agria, y volvió a la cocina por su comida. —Ni siquiera un gracias — cuchicheó, resentido.

Cenaron en silencio, como si se encontraran en un funeral. El disgusto creció hasta que Andrei no pudo soportarlo más. Dejó caer la cuchara sopera con estruendo y miró a Grozny, fastidiado.

— ¿En qué la he cagado? ¿Qué hice mal para que estés enojado conmigo? — prorrumpió, haciendo un puchero involuntario. Grozny relajó su postura, y le miró furtivamente.

—No has hecho nada, Andrei —El timbre de su voz corroboró sus palabras, pero Andrei se sintió más confundido aún.

— ¿Entonces?

Iba a responder con la verdad, al menos así lo presintió el pelirrojo. Sin embargo, Grozny optó por un largo silencio, y siguió comiendo con tranquilidad.

>> ¿Por qué no podemos tener una charla común y corriente mientras comemos? ¿Por qué no intentamos socializar? —Insistió. El mayor le dedicó más del par de segundos acostumbrados; observó su rostro, que en verdad debía lucir mortificado para lograr una reacción de tal consideración en Grozny.

—No estoy muy habituado a hablar mientras estoy en la mesa. Cosas arraigadas de mi entrenamiento, no lo tomes personal.

Alzó una ceja, con cierta molestia todavía pululando en su interior. ¿Y cuando estás con tu esposa y tus hijos? Le habría gustado preguntarle, pero sabía aquello no era muy inteligente y sólo traería más problemas.

—Tampoco has probado una sola gota de agua. ¿También es por tu entrenamiento? — Señaló, ahogando su pregunta en sarcasmo. —Mira que no le he puesto veneno, por si te preocupaba.

Grozny torció una sonrisa maliciosa. Cogió el vaso transparente, lo elevó y brindó en el aire, con dirección a Andrei. Bebió bajo la mirada quisquillosa de éste, quien terminó secretamente complacido. —Líquidos se dejan al final, así lo prefiero.

Andrei encogió los hombros. Él prefería llenarse la boca de comida y beber al mismo tiempo. Katrina siempre le reprochó lo asqueroso y primitivo del acto, quizá por esa razón lo hizo todo el tiempo de esa manera, para fastidiarla, hasta que se volvió habitual en su rutina alimentaria.  

— ¿Tienes hijos, Grozny? — Curioseó, metódico. Porque la pregunta no brotó de sus labios sin pretenderlo. Existía la intención en cada palabra, incluso en el tonito suave de su voz. —Quiero decir, eres tan correcto hasta en la forma en la que comes. Debes tener una vida bien estructurada, sé que tienes esposa, no deben faltarte los hijos…

La apariencia de Grozny no se descompuso como la última vez que hablaron sobre su vida privada. Permaneció ecuánime, sondeando el rostro pálido de Andrei. Asintió con una ligereza no propia de él.

—Una niña de once años — develó, y por su semblante hosco, supo que sería lo único que diría al respecto.

—Mi hermano tendría su edad, pero murió de meses de nacido — murmuró Andrei, recordando entre difusas pinceladas, la carita simpática del pequeño Sasha.

— ¿Cómo murió? —Quiso saber el checheno, en verdad interesado.

—Muerte de cuna — memoró en un triste suspiro.

—Es más común de lo que debería. Lo siento, Andrei.

El aludido chasqueó la lengua, negando con la cabeza hasta alcanzar alborotar su melena encendida, en un gesto encantador.

—Han pasado muchos años, y la verdad casi no lo recuerdo — sonrió, apuntando los restos de la solianka con la mirada —mejor dime qué te pareció mi sopa. Aún no escucho tu crítica.

El ambiente se relajó, y Grozny recogió los brazos de la mesa, estirando su cuerpo despreocupadamente.

—Es lo mejor que he comido en meses, sin exagerar— dijo, escuchándose sincero, y sobretodo, satisfecho.   

La sonrisa de Andrei se amplió hasta formar un par de hoyuelos debajo de sus pómulos. Agradeció el cumplido en voz baja y prometió hacer la comida a diario. Grozny lo autorizó con su mutismo.

— ¿Qué enfermedad tiene tu madre? — Preguntó pasado un rato. Andrei sonrió con los labios antes de contestar.

—Está mal de la cabeza. Ve cosas donde no las hay, escucha voces. Ha empeorado últimamente —explicó con la mirada perdida, tragó en seco, y enfocó a Grozny con los orbes empañados —quiero que la vea el psiquiatra, que la medique o de ser necesario, que sea internada.

—Lo entiendo. Cuando termines de comer, pasa a mi recámara, te haré un cheque inicial.

Se retiró sin agregar nada más, sumiendo a Andrei en un gozo indescriptible. Ni por su madre, ni por nadie, sería capaz de volver a Kiev, y tampoco le carcomía la conciencia utilizar a la enferma de Iryna para obtener dinero. Grozny le perdonara, pero él tenía necesidades como todos. Y una de ellas, en verdad le apremiaba.

 

 

3

 

 

León siempre fue un hombre desconfiado en todos los aspectos posibles: en la palabra de los hombres, en sus acciones, en los juramentos; y eso, en gran medida, había coadyuvado a que siguiera vivo en un ambiente tan hostil. A Karol le quedó muy claro cuando encontró los cuerpos olvidados del equipo de médicos que le intervinieron en el implante de senos. Había aniquilado cualquier indicio que pudiese delatarlo, minutos después de la exitosa cirugía, cada uno de los involucrados murió de un balazo certero en la cabeza, y los cadáveres, reposaron apilados en el congelador industrial de su propia cocina.

Fue traumatizante, y a pesar de los años transcurridos, aún lo recordaba en sus pesadillas.

—Siéntate, Karol — invitó León, indicando en un gesto amable, uno de los sillones de piel. Ella se aproximó en tímidos pasos, observando con ansiedad a un hombre desconocido, que sin embargo, le recordaba a uno de sus cirujanos plásticos. Los médicos eran fáciles de reconocer: la frialdad en sus pupilas, la postura rígida y el aire antiséptico que los rodeaba como aura. El hombre lucía especialmente como uno de aquellos cuerpos que se negaban a abandonar su memoria.  

—León… —Musitó, nerviosa. El desconocido la examinó de pies a cabeza, sin emoción aparente.

—Déjame presentarte al doctor David Newman. Él será el encargado de tu cirugía de reasignación de sexo.   

El médico le saludó inclinando sutilmente la cabeza, no obstante, Karol sólo observaba a León. Aún sin procesar la información. Su cuerpo se paralizó, y el silencio era tal, que podía discernir el bombeo apresurado de su corazón, y su propia respiración entrecortada.

—Dijiste… dijiste que no habría más cirugías… León… — balbuceó, con labios temblorosos.

Exhausto, León masajeó el puente de su nariz.  

—Por favor, Karol. Mañana comenzarás a trabajar con él. Puedes marcharte, sólo deseaba que se conocieran.

— ¡No pueden hacerme esto! —Miró a ambos, con los ojos inyectados en sangre, y un sudor frío perlando su frente — ¡Soy un hombre! ¡Un hombre! ¡No pueden obligarme a ser algo que no deseo!

León tronó los dedos en el aire, y Karol, como un perro entrenado, giró su rostro lloroso para observar los ojos azules de León que centellaban de furia y advertían: márchate antes que mi poca paciencia se agote. Se dejó caer, derrotado, en el piso de mármol, y se arrastró hacia la imponente figura de León; se revolcó como un animal moribundo, como un esclavo en busca del perdón de su amo, ya carente de dignidad.

El cirujano, con promesas engatusadoras; con una cuenta en el banco que jamás podría dilapidar, ignorante a su destino, hizo oídos sordos a las súplicas de Karol,  y su código de ética quedó sumergido bajo los fardos de billetes, y los diamantes de sangre que León le ofreció por su silencio y total cooperación.

— ¿Por qué? ¿Por qué me castigas así? Hago siempre lo que me pides, ¿por qué me torturas de ésta forma? — Habló en ruso, privando de su diálogo tormentoso, al médico que parecía incómodo de formar parte del íntimo escenario.

León le observó besar sus manos con desesperación, rogando por clemencia. Pero su voluntad era de piedra.

—No es castigo, Karol. Es necesidad. No puedo arriesgarte, a ti no. Mi padre sospecha, y Grozny me da la espalda. Si algo sale mal, si todo se descubre y deciden enviarte a la cárcel, al menos será una prisión para mujeres.

Era una consolación terrible, ambos lo sabían. Pero sólo Karol la sufriría.

—Prefiero arriesgarme, quiero esperar hasta el final, sin importar cuál sea — resolvió, con la cara enterrada sobre las piernas de León.

—Pero yo no. Lo siento, Karol. Será de ésta manera.

Sentenció definitivo. Karol se alejó de él, como si su contacto le quemara de repente; le miró con rencor enfermizo, con un odio tan tóxico que debía temer. —Si me haces esto, si te atreves,  te juro por cada uno de mis ancestros que un día te mataré. Te mataré León.

Se levantó entre violentos temblores, y con su mirada amenazante, dictó una última condena al silencioso médico: —Y usted. Usted morirá, ni el dinero, ni las propiedades, ni nada tendrá la oportunidad de disfrutar. León lo matará como ha hecho con cada uno de mis médicos. En éste mundo, los cabos sueltos se eliminan señor Newman, y usted es uno de ellos.

Azotó la puerta de la biblioteca, robándole una gran sonrisa al ruso. — ¿Lo ve? — soltó una fría carcajada que el médico no supo si secundar o mejor pasar de largo. La información de Karol lo había atolondrado. — ¿Cómo no estar enamorado de alguien así?  

 

4

 

Al día siguiente, Andrei se reunió con Pavel en el sitio acordado. Caía una ligera brisa en la ciudad, y los nubarrones en el cielo presagiaban tormenta. Pavel lo guió hasta su viejo coche, y burlonamente, le abrió la puerta de copiloto con galantería. —Vete a la mierda —gruñó Andrei; una vez dentro, cerró él mismo la puerta.

Pavel condujo en dirección a uno de los suburbios de Londres, la lluvia cogió fuerza y Andrei tuvo que mantenerse atento limpiando el parabrisas empañado. —Me está cayendo agua en la cabeza. ¿Tienes una gotera en la maldita capota? — La risotada de Pavel contestó a su pregunta. Cuando llegaron a su destino, Andrei tenía el cabello húmedo y maldecía por debajo.

—Es aquí — Pavel indicó el lugar con su índice —Baja, nos están esperando.

Observó el sitio en concreto: era un local abandonado con pinta de taller mecánico. La calle comenzaba a inundarse y las casas alrededor lucían apáticas con sus paredes enmohecidas; algunos niños en pañales se mojaban bajo la lluvia y sus madres, de caras achacosas, observaban desde sus ventanas a los recién llegados con marcada curiosidad.

—Quiero entrar solo. Después de todo, es mi asunto. —aclaró el pelirrojo, rebosante de seguridad. Pavel le miró escéptico.

— ¿Estás seguro? —él parecía no estarlo. No del todo.

—Esto es el paraíso comparado a los suburbios de Kiev. Puedo manejarlo, Pavel. — Abrió la puerta, listo para salir. Pero el moreno le sujetó por el antebrazo.

—No son ingleses. Te lo dije, son rusos, pandilleros, pero rusos. Y son de Yakutsk, donde el infierno es blanco y está congelado.

Andrei suspiró, lastimoso, y retiró la mano con delicadeza.

—No tengo miedo. Es una sencilla negociación, no tardaré, y si lo hago, impactas tu chatarra contra la cortina, y si tenemos suerte, la derribarás, y me rescatarás.      

Pavel rió a sus anchas, y consintió su decisión con un apresurado movimiento de cabeza. Andrei salió del coche y caminó a la gran cortina de acero. Golpeó con su puño como Pavel le había advertido: tres veces seguidas, y dos más espaciadas. No tardaron en abrir.

Un hombre alto y delgado lo recibió, poseía unos ojos diminutos y oscuros, semejante a los de una rata. Saludó a Pavel desde su posición, e invitó a entrar a Andrei con su gruesa voz. La cortina se cerró tras su ingreso.

Su primera apreciación había sido la correcta, pues el lugar resultó ser un taller mecánico en plena debacle. O quizá, sólo era fachada. El hombre tomó la delantera y Andrei lo siguió en silencio; atravesaron una puerta, dejando el taller atrás. Una especie de bodega apareció ante sus ojos; era amplia y con escasa iluminación. Ambos rodearon murallas de cartones colocados uno tras otro, hasta culminar su recorrido en una escalera de fierro que ascendía directo a una oficina. Subieron los peldaños sin descanso y entraron al lugar. Había dos hombres allí, ambos lo escudriñaron con cinismo, y uno se decidió a hablar.

— ¿Dónde está Pavel? — Preguntó el más robusto. Era blanco como la nieve, con facciones armoniosas, y no obstante, de nariz ancha y aplastada. Gustaba de practicar el box, al parecer.

—Se quedó afuera, en su carcacha. —Respondió el guía, —tal vez, ya no confía mucho en nosotros — añadió entre risas.

Determinado, Andrei avanzó un par de pasos, y tomó asiento frente al escritorio del presunto líder. —No vino porque yo se lo pedí. Mis asuntos sólo a mí conciernen, y por supuesto, al que puede resolvérmelos…

Introdujo la mano en la bolsa interna de su abrigo, y cuando la extrajo, un grueso fajo de billetes relució en su puño. Al instante, capturó la atención de todos los presentes — ¿Ahora ya tengo tu interés? —Inquirió, profundizando la intención de su mirada.

El hombre adquirió una firme postura, y echó a los demás integrantes —Todos fuera, que esto se ha puesto interesante — ordenó, mientras descansaba su cuerpo fuerte en una silla de alto respaldo.

Los hombres obedecieron sin humor, y el líder se tomó un tiempo en reanudar la plática. 

>>Pavel me explicó tu problema. Un compañero de trabajo te apaleó, y quieres un poco de venganza. Es justicia… eh… ¿Cuál es tu nombre?

—Yuriy — musitó.

—Bien, Yuriy. Como te decía, es justicia. Pavel me ha dado sus datos, y me envió una fotografía. Tremendo mariconazo, ¿por qué te puteó? ¿Te quiso dar por el culo y defendiste tu hombría? — El ruso se carcajeó, pero Andrei no encontró la gracia, forzó una sonrisa que simuló más un intento de arcada.

—Tengo su dirección, espero sirva de algo — descubrió el papelito que había copiado en la oficina de Karol. Cuando aún no tenía ideas claras sobre cómo vengarse de James. Apenas un día anterior. Afortunadamente, Pavel lo encontró antes de abandonar Neverland y Andrei tuvo que decirle parte de la verdad. Entonces, Pavel le dio la idea, y los medios para alcanzarla.  

—Servirá de mucho, no lo dudes — recogió el papel con cuidado, y lo guardó en uno de los cajones del escritorio.

—Pavel habló con ustedes antes —aseveró — ¿Qué dijo exactamente? — cuestionó, conteniendo una sonrisilla astuta.  

—Dijo que querías un trabajo limpio. Sólo darle una lección al sujeto.

Andrei se acomodó en el asiento, y miró a su alrededor con falso interés.

—Ah, sí, eso mismo dije ayer. Pero las personas cambian de parecer constantemente —Dejó de juguetear con el dinero, y lo colocó en la superficie de madera —Son mil libras. Mil. No quiero enseñarle una simple lección. Quiero que sufra, y quiero dejar un recuerdo que se tome su tiempo en desaparecer. ¿Me doy a entender?

El hombre echó su medio cuerpo hacia adelante, entrecerrando los ojos mientras analizaba sus palabras. — ¿Qué deseas precisamente, Yuriy? — Masculló, con el asomo de una media sonrisa perversa.

 

                

Notas finales:

Sus comentarios están siendo respondidos, ñ.ñ un beso a todos, espero hayan disfrutado sus vacaciones! 


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