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Neverland por Jahee

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I

 

Bailar por dinero

 

 

La paga según Karol era la mejor parte de trabajar en Neverland. Andrei estaba seguro que no solo era la mejor parte, sino la única. Si los augurios de la mujer se cumplían, Andrei conseguiría en una sola noche el mismo dinero que un trabajador ordinario, en un trabajo ordinario, le llevaría recolectar en toda una semana. Era, a pesar de lo que significaba, un trabajo bien remunerado.

—Aquí están los resultados de las pruebas médicas. —Extendió el sobre sellado. Karol lo recibió con una sonrisa.

—¿Por qué esa mueca desconfiada, Yuriy? —Había comenzado a llamarle por su apodo, detalle que no le molestaba en absoluto, pero aún se le complicaba acostumbrarse. —Ya te dije que es mera política de la empresa. Aquí sólo bailarás, te lo aseguro. Y si es lo contrario, si quieres coger, será allá afuera, lejos de las puertas de Neverland.

—Estoy ansioso, es sólo eso.

—Por supuesto, hoy inicias. Serás un éxito, ya verás. Ve el lado positivo, eres el único en tu tipo, no tendrás competencia. Además, cuando te desnudaste no parecías afectado, hasta pareció que tenías experiencia.

Andrei peinó su cabello fuego con los dedos, una simple acción que trasmitió picardía.

—No esperarás que sea virgen, ¿cierto? Me he desnudado delante de otras personas aunque bajo circunstancias menos… inspectoras. — Karol torció una sonrisa socarrona.

—Por cierto, Sergey me comentó que no quisiste conocer a los chicos. No olvides que ahora son tus compañeros, debes llevarte bien con ellos.

—No lo vi necesario, pero si tú lo deseas, Karol, puedo presentarme de inmediato.

La mujer guardó los papeles en una cajonera y se levantó del asiento, guiando con suavidad a Andrei hacia la salida.

—Sí, tienes que hacerlo. El ambiente laboral es de vital importancia, incluyendo este. Si te preocupas por tener el mismo recibimiento que tuviste con Sergey puedes desechar esa idea. No tengas miedo, Andrei, son buenos chicos.  —Animó con dulzura.

—Entonces iré ahora mismo. —Aceptó sin chistar, saliendo de la oficina. Su semblante afable cambió a uno agrio, cuando Karol ya no pudo verlo.

Cuando Sergey, incluso Karol, expresaron días atrás la negativa en darle trabajo porque simplemente no cumplía con el perfil de un bailarín típico de Neverland, Andrei no entendió a fondo la situación; quizá se hizo un poco a la idea al imaginar a la montaña rusa de Sergey bailando al compás de la música, desnudándose con lentitud, pero no lo comprendió del todo, no hasta ese preciso momento.

Entró al corazón de Neverland, al club, donde decenas de personas se refugiaban cada noche a disfrutar, a despilfarrar dinero con todo gusto e intención. Aún estaba vacío, todavía era temprano y las puertas permanecían cerradas, pero los chicos, las estrellas de la noche, ya estaban sobre las tarimas ensayando: bromeaban unos con otros, riendo a carcajada abierta; la música electrónica le impedía saber a costa de qué o quién se divertían tanto.

Todavía a salvo de sus miradas, Andrei inspeccionó el lugar: el techo estaba encumbrado a una buena altura, lo que permitía con suma facilidad un segundo piso en derredor a las pistas. El estrado principal no era muy alto, apenas a medio metro del suelo, revestido de un duro material oscuro y brillante, como una cubierta de piano. Sin embargo la superficie era de acrílico transparente, lanzando centelleadas de colores vibrantes. Era la pista más grande, la que más llamaba la atención, y debido a sus dimensiones atravesaba gran parte del lugar, entrando en contacto íntimo y directo con los clientes, por tanto tenía que ser el estrado en el que se ganaba más dinero. Los ojos azabaches de Andrei se entrecerraron al notar que sólo dos tubos de baileestaban distribuidos allí: uno en la intersección, y el otro casi al final.  Entendió que en aquella pista elevada bailaban dos, dos y no más.

Ya desperdigadas por el generoso espacio de Neverland había cuatro plataformas circulares conectadas al estrado principal. Y todas ellas a una destacada altura, rodeadas por un balcón de protección.

Andrei caminó un paso, observando la escalera imperial que llevaba al segundo piso de cubículos espaciados e indiscretos, pues las paredes frontales colindaban hacia las pistas y eran del vidrio más cristalino. Satisfecho con su veloz escrutinio siguió andando hacia los muchachos; encontró a los cinco bailarines de Neverland, él entraba para ser el sexto. Y todos ellos tan diferentes a él.

Analizó a cada uno con detenimiento.

El más pequeño de estatura era una mole y parecía compensar con sus músculos los centímetros que lo distanciaban de los demás; tenía la piel trigueña más un extra de bronceado que  Andrei evaluó como repulsivo. El segundo, el más alto indiscutiblemente y de pelo rubio platinado, era con seguridad un ario de pura cepa: los ojos azules expresivos, el cuerpo tonificado y firme, con el asomo de pectorales. Atractivo, sí, pero atractivo con punto final.  

El número tres era paquete completo: cara, cuerpo, actitud. Su pelo en una melena descuidada le daba aires rebeldes mientras una sonrisa soberbia adornaba su rostro. Era el más guapo de todos y estaba seguro de saberlo.

El resto tenía pinta de presidiarios: rapados, compitiendo por quién llevaba más tatuajes y quién tenía más pelo en el pecho. A Andrei le parecieron interesantes, sobretodo el último. Con su barba espesa, los brazos poderosos, y la sonrisilla retorcida. Curiosamente fue el primero en percatarse de su presencia.

No se amedrentó, tampoco cuando tuvo los cinco pares de miradas sobre sí. Escuchó pisadas detrás, pero reconoció el perfume de Sergey cuando éste se aproximó lo suficiente. Miró a los hombres, apretando una sonrisa, esperó que Sergey rompiera el silencio que sobrevino después que la música fuera cortada.

Seriozha, ¿cuántas veces te he dicho que el azul no te queda bien? Así, no resaltas tus ojos… —Fue el más bajo de los cinco el que se decidió a hablar primero. Tenía una voz chillona que contrastaba con su apariencia ruda. Andrei no entendió lo que dijo, sólo identificó el acento británico.

Sergey, en cambio, rodó los ojos en respuesta.

—Hoy no, Chris. Quiero presentarles a su nuevo compañero —apoyó su mano en el hombro del menor —, él es Yuriy, de Kiev. Trátenlo bien. Comienza hoy mismo.

Andrei estiró una sonrisa.

—Tengan un poco de paciencia, no habla muy bien inglés.

Notó el semblante poco motivado de la mayoría. Sin embargo el hombre de barba y tatuajes, aquél que llamó la atención de Andrei, dio un salto de la tarima y se posicionó frente de ambos. —Supongo, entonces, que yo seré el traductor oficial. —Sonrió, tendiéndole la mano. Andrei la aceptó gustoso. —Soy Pavel. Bienvenido.

—Gracias, Pavel.

Los demás sólo observaban, con su poca ropa, ni parecían incómodos.

—El afeminado de allá —apuntó hacia el moreno de voz aguda  —, es Chris. El rubio irlandés, es Robbie —retorció su sonrisa, mostrando una hilera de perlas blancas —, y el arrogante que le sigue, James. El último… —y el más tatuado—, es Moisés.

Todos hicieron una mueca, una seña, mientras Pavel los anunció, todos a excepción de James. El moreno de melena alborotada no cambió su gesto altivo en ningún momento. Andrei, ofuscado, también le retó secretamente con la mirada. Nadie lo advirtió.

Al final el pelirrojo hizo una ligera reverencia. Sergey concluyó la ceremonia; le cogió por el antebrazo y lo llevó hacia una plataforma: la que se localizaba cerca de la barra de bebidas, con cargadas luces rosa chillón —Observa bien —le dijo, tan frío como lo conoció —, este es tu escenario. Aquí bailarás y te quitarás la ropa. Habrá gente a tu alrededor; la cantidad depende de cómo muevas el culo. Las propinas son tuyas, si algún cliente te pide como acompañante sólo te quedas con el treinta por ciento. Los especiales… —señaló los cubículos de la segunda planta —, de igual forma. ¿Comprendes?

Andrei negó con la cabeza.

—¿Y por qué bailaré aquí? ¿Por qué no allá? —Apuntó con una mirada tímida al escenario protagonista.

Sergey bufó.

—Porque ese lugar corresponde a Robbie y James.

James. James. ¿Cuál sería su verdadero nombre? ¿Cuáles serían los verdaderos nombres de todos? Andrei descansó la vista, y la mente, cierto era que no le interesaba. No de momento.

—Bueno, ésta plataforma está bien, es… grande—frunció la pálida frente, sin ideas —,  y… circular.  

—Perfecto. ¿Tienes alguna pregunta?

—Sí. Karol dijo que podíamos elegir la música, yo…

Sergey le interrumpió con mofa.

—Es cierto, ¿piensas traer un disco de Beethoven? ¿Tchaikovsky, tal vez? Me va a encantar verte haciendo piruetas en el aire…

—Muy original, Sergey. Casi gracioso, seguro.

El ruso palmeó amistosamente su espalda.

—Si quieres traer música está bien. Puedes. Pero yo la verificaré primero.

—¡Bien! ¡¿Puedo irme ahora?!

— ¿No piensas ensayar?

Observó a los chicos a distancia, y luego a Sergey, con desgana.

—No lo necesito.

 

2

 

Andrei tenía bien calculado el tiempo que daría en dar su espectáculo, en el cual competiría por las miradas y el dinero. Luego pasaría a ser una especie de ramera VIP, dando exhibiciones privadas o acompañando al cliente como un mueble de ornamentación más. Andrei entendió que todo dependía de su show inicial: si salía avante, el resto de la madrugada sólo se encargaría de recoger los jugosos frutos de su actuación.

Abrió la puerta de los camerinos y se encontró cara a cara con el resto de los chicos. Los saludó con una tímida sonrisa y observó el lugar: era una habitación bastante amplia, lo suficiente para que seis personas pudieran andar con prisa sin chocar unos con otros, con un closet igual de generoso en espacio, colmado de vestuarios, accesorios y calzado.

Sintió la mirada penetrante de James, la sostuvo con firmeza hasta que volvió los ojos a su reflejo y siguió alborotándose el cabello con el fijador —Karol se ha vuelto loca —miró con desprecio a Andrei por el gigantesco espejo, de ésta manera el pelirrojo advirtió que estaba hablando de él. —Véanlo, es un mocoso. Apuesto que ni siquiera es mayor de edad.

—Sus papeles dicen lo contrario —expuso Pavel, sonriendo a Andrei para tranquilizarlo.

—Sí, claro. Viene del Este, tú más que nadie debe saber que no tiene credibilidad.

—Eres un asno, James —Intervino el rubio, Robbie, de espaldas, mientras escogía sus ropas en el clóset. —No sabes nada de mercadotecnia; es obvio que Karol desea cubrir la necesidad de un público pedófilo.

Ambos carcajearon al mismo tiempo, aumentando el nivel de incomodidad en Andrei. Chris bufó y le haló del antebrazo —Dile que tiene que empezar a alistarse, que si quiere, yo puedo ayudarle —Ordenó con su voz pegajosa a Pavel.

Éste refunfuñó ante el tono autoritario de su compañero.

—Chris quiere ayudarte a elegir tu vestuario, si estás de acuerdo — tradujo en perfecto soviético. Andrei asintió de inmediato.

Moisés también se animó a cooperar, aunque Andrei pensó que fastidiaba más de lo que ayudaba; buscaba los accesorios más ridículos y se los colgaba con una gran sonrisa, Andrei vociferaba con el semblante hosco, pero esto sólo parecía motivar más al hombre. Pavel fumaba un cigarrillo despreocupadamente tendido en un sillón, fungía de traductor mal pagado, tergiversando palabras para divertirse o acortando frases por pereza. James los observaba en silencio, de vez en cuando cruzando mordaces comentarios con Robbie y riendo por debajo.

—¿Le has entregado tu música a Sergey? —Inquirió Pavel —Aquí todos la escogemos y cada uno tiene su propio estilo, ya sabes, le hace bien a Neverland la variedad.

—¿De verdad? —Andrei alzó una ceja, mostrando sorpresa. — ¿Y cuál es tu estilo?

Pavel se acomodó en el asiento, acentuando su sonrisa cínica.

—Digamos que se me da el break dance. Así que la música de negros está bien para mí.

—¿Y qué hay de Moisés? —El aludido giró el rostro hacia la pareja.

—¿Qué dice de mí?     

—Quiere que le muestres un poco de lo que haces en la pista —mintió Pavel, con picardía.

—Pues tendrá que esperar —cortó James, falto de su natural carisma.

—¡Oh no, no seas aguafiestas! Vamos a complacer al nuevo — Moisés se acercó a un pequeño estéreo, dedicándose a buscar la canción adecuada entre las carpetas de la memoria. Encontró su favorita y subió el volumen.

Cogió una gorra de visera plana y la ensambló en su cabeza en un movimiento fluido;  justo cuando la melodía sonó fuerte dio un par de rotaciones que parecieron imposibles, pues los pies tocaban el suelo y como si éste quemara, volvían al aire, una y otra vez, con fuerza y dinamismo; sus mismos brazos se sacudían, siendo los propulsores de sus movimientos coordinados. Giraba sobre las puntas de sus pies y cruzaba los pasos a una velocidad trepidante, asemejando estar suspendido. Andrei estaba boquiabierto, aturdido por su baile urbano y la música electrónica y pegajosa. Aplaudió impresionado, Moises hizo una reverencia exagerada, finalizando su breve pero contundente actuación.

—¡¿Qué ha sido eso?! —Se exaltó.

Melbourne shuffle. Vuelve loco a los maricones. —Respondió Pavel. Andrei le dedicó una mirada irritada.

—A mí me gustó.

—¡Por supuesto! —Sacó un cigarrillo y lo encendió. —Moises y yo somos los únicos diferentes aquí. Nosotros no nos trepamos a ningún maldito tubo, nuestros bailes son el espectáculo.

Andrei se acercó en elegantes pasos, inclinó su cuerpo y le arrebató el cigarrillo de los labios. Dio una profunda calada. —Igual te terminas quitando la ropa, ¿no?—Expulsó el humo sobre el rostro altanero. —Y ese es el espectáculo.

James salió dando un portazo. Era tan obvio. Pavel ni se percató, todavía le sonreía con descaro. Se levantó, estampándole una fuerte nalgada —Espero que allá fuera seas igual de desinhibido. Neverland es grande, ya pudiste apreciarlo, pero cuando está lleno, parece infinito.

Andrei encogió los hombros.

—Hace muchos años superé el pánico escénico.

—Yuriy… —Le llamó Chris, recordándole su nombre artístico. —Ya es hora, tienes que cambiarte.  

Por suerte, no demoró tanto. Cogió de aquí y allá, probándose la ropa frente a sus compañeros, sin mostrar pudor por su desnudez, y finalmente se decidió por unos pantalones cortos de cuero, oscuros y ajustados. Calzó unas botas militares que llegaban hasta la mitad de su pantorrilla y ajustó bien las cintas. Para cubrir su torso se decidió por una camiseta sin mangas, desgarrada y deslavada, Andrei la vistió ante la mirada incrédula de Chris.

—¿No es ese estampado algún símbolo demoniaco? —Preguntó a Pavel, con una mueca aterrorizada.

—Pues se le ve endemoniadamente bien.

Complementó su vestimenta con un chaleco de piel que remataba los dobleces en detalles metálicos y delineó sus ojos con pintura oscura.

—¿Y bien?—Yuriy se señaló, esperando el veredicto.

—¿Bailarás el Cascanueces vestido así? — Retumbó la voz penetrante de Sergey, arruinando el momento.

—¿Qué, no te gusta?—Yuriy se volvió, con la mano en su cintura.

—Eso no importa. No es una pasarela, bonito.

—¿Siempre eres así de odioso?

—Lo es, no lo tomes personal. Aunque en el fondo Sergey es más dulce que un ptichie moloko. —Bromeó Pavel. La mirada fría del ruso desaprobando su comentario.

—Esta noche comienzas tú por simpático. — La sonrisa de Pavel desapareció. El turno muerto, le decían al que abría el espectáculo, pues era el lapso en que los clientes apenas entraban en calor y el dinero recaudado era menor, mucho menor, comparado a los demás.   

La puerta volvió a abrirse y por ella entró Karol, entallada en un vestido esmeralda de escote pronunciado. — ¡Mira nada más! —Clavó su atención en Yuriy, y le evaluó con una sonrisa franca —Me has dejado sin palabras. ¡Tendré que estar pendiente de tu presentación! ¡Lo harás muy bien, estoy convencida!  

—Así será — aseguró, con el asomo de una sonrisa rotunda.

—Bueno… — el efecto de su voz cándida, como buscando algo, cazó la atención de Sergey, que giró el cuello con la austeridad característica en sus facciones. — ¿Puedes acompañarme un segundo? —Sergey accedió sin palabras, caminando fuera de la gran habitación.

Nadie advirtió la chispa de emoción en sus ojos azules, pero Andrei sí.

  

3

 

El vestidor estaba insonorizado, Andrei reparó de ello cuando la puerta oeste se abrió por primera vez y Pavel salió para comenzar con su espectáculo. Al cerrarse tras él, todo volvió en silencio. —Aquí puedes verlo bailar —Chris se acercó a la ventana, y abrió las cortinas de golpe. El paisaje de Neverland lo recibió, en todo su esplendor. Era impresionante, el gentío arremolinado alrededor de las pistas, bebiendo y fumando, otros bailando. No parecía tener fin.

—Nos verán — apresurado, el joven intentó recorrer la pesada tela, pero la carcajada de Chris lo detuvo.

— ¿Qué haces, Yuriy? No pueden vernos, ellos no. — Apartó las manos con delicadeza, y a base de mímica, le explicó.

Andrei apreció la rutina de baile de Pavel, resultándole curioso verle moverse de aquella forma sin música y siendo bañado por el láser y luces multicolores. No había rastro del supuesto turno muerto, Pavel estaba haciendo vibrar al público a  sólo segundos de haber iniciado. Su baile era incluso más espectacular que el de Moisés; la rotación en su cuerpo, la mezcla de virilidad y sensualidad en cada uno de sus meneos. De vez en vez alternaba la revolución en sus pasos con posturas increíbles, como la manera en que se mantenía en el aire de cabeza, girando sobre ella para agregar más impacto. Luego… lo importante: deshacerse de la ropa con  inherente erotismo y hacer contacto con el público para que dejaran su recompensa entremetida en los bordes de la ropa interior.

Estaba angustiado, las manos le sudaban y ver a Pavel en medio de aquella locura no le ayudaba en nada. Se refregó las palmas contra su cortísimo short, alejándose del cristal. Debía estar mentalizado, Karol le había advertido: iban a tocarle, a manosearle, y él tenía que ignorar, seguir con su baile fingiendo que nada pasaba, sonreír si era más resuelto o desvergonzadamente simular placer. 

Chris pareció notar su agitación y le ofreció un cigarrillo, después de escoger música  para amenizar. Todos estaban sumergidos en su propio mundillo; Robbie cerraba los botones de presión en su camisa vaquera; James, demasiado pendiente del baile de Pavel; Moisés leía una revista de deportes extremos y Chris… examinaba a Andrei como si se tratara de una rata de laboratorio muy propensa al fracaso.

No supo cuánto tiempo pasó con exactitud, pero el cenicero ya tenía una montaña de colillas y cenizas cuando fue su turno. El cuarto turno. Robbie y James, respectivamente, al ser los protagonistas, irían al final. Andrei se acercó a la puerta, observando por la ventana que Chris ya recogía las últimas ganancias de su exhibición a manos de los alterados clientes. El moreno bajó de la plataforma de un salto firme y se perdió entre la muchedumbre.

Entonces la señal que esperaba se hizo presente: su nombre artístico en todas y cada una de las pantallas de Neverland. Yuriy. En letras grandes y escarlatas. Sintió las miradas burlonas de sus compañeros enterradas en la espalda, pero no les dio el placer de que su última imagen antes de entrar al enjambre de hombres fueran ellos y sus muecas desdeñosas.

Yuriy abrió la puerta, la única luz provenía de las pantallas, del escenario, y de su plataforma rosa neón. Sí había ensayado, no era estúpido: a solas, ahí mismo lo hizo, también en el departamento de Boris, hasta en sus sueños. No iba a arriesgarse a quedar en ridículo por su tonto orgullo; aunque tuviera experiencia con las masas, Neverland no se equiparaba, en definitiva, con los teatros que acostumbró hacía no tanto.

La música rugió, sin tiempo para aclimatarse, y el sonido seco de una batería que mantuvo el ritmo mientras la silueta de Yuriy se desplazaba por el estrado principal hacia la pista que le correspondía. La más maricona de todas. Todavía la música no estaba tan alta, por lo que pudo escuchar palabras cortadas y silbidos; todavía, la oscuridad mantenía en velo su identidad. Pero no por mucho tiempo. Llegó a su pole, a su amplia plataforma luego de subir unos breves peldaños en el cruce y la canción subió en intensidad, haciéndose reconocible.

Las luces volvieron a su intensidad original y Yuriy pudo entonces contemplar al público excitado.

De alguna manera se sintió bien: la adrenalina corriendo por su cuerpo como antaño, las miradas penetrantes y la música reventando sus tímpanos. Sonrió cautivador, recargando su espalda y cabeza en el tubo, y con la cadera encarada hacia delante, se deslizó por el pole metálico hasta que sus rodillas tocaron la superficie transparente. Observó las pantallas de soslayo, vislumbrando que su nombre había sido reemplazado por la perspectiva de una cámara en plano nadir que le grababa y transmitía en tiempo real.

Cerró los ojos y sintió la música fluir por su torrente sanguíneo para evitar aterrorizarse. Se incorporó lentamente, recorriendo sus piernas con las manos, su rostro mostraba goce, como si en realidad sintiera placer tocándose así. Cargó el peso de su cuerpo en su trasero, ascendiendo pecaminoso, y terminó por coger el tubo con el par de manos sobre su cabeza. Entonces, con un giro rápido y exquisito, su rostro quedó contra el caño brillante. Y bailó, bailó como sólo él podía hacerlo.

El calor de las luces sobre sí le incentivó a moverse con mayor ardor; era el centro de atención y tras cada inclinación sensual u oscilación cadenciosa de sus caderas, más personas se aglomeraban alrededor. Lo estaba logrando, muy a su modo, pero explotando sus cualidades; su primer billete fue de 10 libras esterlinas, y para obtenerlo el desconocido le metió mano en lo profundo de su ropa interior, arañando la piel del glúteo. Luego le siguieron más, muchos más.

Andrei dio vueltas en derredor al tubo, sujetándole con una sola mano mientras sacudía su cabeza para apartarse el cabello de los ojos. Animado por el éxito, se atrevió a escalar el cilindro con manos y pies. Ya estaba a una altura importante cuando se enrolló con la ayuda de sus extremidades inferiores, manteniéndose suspendido en el aire sin que le afectase. Desde aquella postura exótica, Andrei se sacó el chaleco y casi enseguida la camisa de corte asimétrico.

Si su familia tuviera el poder de ver cómo lucía en ese preciso instante seguro que no habría diferencia alguna. Los ojos de su madre jamás se curarían de su típica inexpresión, y su padre nunca estaba lo suficientemente sobrio para que algo le importara de verdad. Su hermana, por otro lado, no mostraría una faceta que no hubiese revelado antes ni escupiría ofensas excluidas en el pasado.

Pero ellos no estaban ahí y Andrei tenía que bailar por su nueva vida.

Bajó voluptuoso, la coquetería impresa en sus movimientos hechizó a la multitud. Decidió divertirse cuando un hombre le ofreció un trago de tequila, así que tomó la copa tequilera con la boca, zampando el líquido amargo hasta el final de su garganta al echar la cabeza atrás. Vitorearon su nombre. Yuriy. Yuriy. Y hubo más dinero dentro de su ropa, en especial del hombre de la bebida.

Sin pretenderlo, Yuriy terminó divirtiéndose con el público y aquel disfrute se notaba en su rostro, en su porte y seguridad. Lo diferenció de los demás. Aproximó su cuerpo a la baranda que rodeaba la plataforma y tejió singulares pasos entre giros alocados y un split que mostró su flexibilidad. Se revolcó en el piso y permitió que decenas de manos le tocaran por cualquier parte. Cogió la barandilla con fuerza y de un movimiento volvió a ponerse en pie.

Sólo entonces, le vio… un elegante desconocido descansando en una de las salas privadas, más cerca de la barra que del espectáculo. La mirada indescifrable le atravesó el pecho y golpeó de lleno su corazón. A pesar de la oscuridad apenas iluminada había sentido la densa mirada sobre sí, como si la sombra del hombre se hubiese materializado justo a su costado y le obligara a verle a punta de espada. Parpadeó y el extraño no le observaba más. Andrei bailó la canción por instinto, buscando la atención del que se atrevió a ignorarle, pero no la tuvo de nuevo. Hablaba con su acompañante oculto entre la negrura de Neverland; y Karol, la misma Karol, les atendía en persona como una tímida camarera. 

Su inquietud acrecentó, pero decidió barrerla de su mente arrebatando la botella de cerveza a un chico regordete que le miraba como si fuese una virgen en plena aparición: dejó caer la mandíbula, y halagado por el hecho que Yuriy eligiera robarle la botella, introdujo un billete de veinte libras en su ropa interior. Yuriy le agradeció con un guiño de ojo no exento de coquetería y bebió de la fría cerveza justo en el coro final de la melodía.

Le gritaron cosas incomprensibles mientras reían y le animaban a seguir bailando. Yuriy tapó la boquilla de la cerveza con su pulgar y la agitó con fuerza, recorriendo la pista con la cadencia de la música; después, hizo lo impensable: con la agilidad adquirida a través de los años debido al ballet, se impulsó hacia la baranda de metal únicamente con las piernas, y se posicionó sobre la varilla, escalando con el pie siniestro y luego el derecho.

Se armó un alboroto al unísono. El escándalo aumentó en el momento que Yuriy descubrió un poco la boquilla y el líquido amargo de la cerveza salió disparado a presión, rociando al tumulto que se encontraba debajo. Yuriy rió abiertamente, complacido al escuchar su nombre siendo coreado con ímpetu, haciendo vibrar los cristales.

La mirada sombría otra vez estaba sobre él, la sentía como un alfiler abriéndose paso por su carne. Le enfocó, con sus ojos negros brillando de impudicia, sólo por un segundo pues fue su turno en ignorarle.

 

 


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