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Neverland por Jahee

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XXV


 


Cazador y pescador


 


 


Andrei abandonó el hospital una semana después, usando ropa demasiado holgada aun siendo deportiva y calzando un espantoso par de tenis Nike. Si caminaba recto los puntos en la herida se estiraban y le provocaban molestia, así que su andar tendía a ser pausado, doblando un poco el abdomen y echando la cabeza adelante. Su estancia en el hospital había sido una experiencia horrible: solitario como nunca antes, incluso echó de menos a su familia.


Grozny lo abandonó. Sin dar explicaciones desapareció de su vida en un momento muy significativo. Se planteó numerosos escenarios, pero lo único real era que su ausencia había traído a un desconocido que se había plantado afuera de su habitación inspeccionándolo todo; le acompañó cuando llegó la policía y desde un rincón escuchó su declaración, quieto y misterioso evaluó con sus penetrantes ojos oscuros el rostro de Andrei. Los policías británicos se despidieron con respeto, llamándolo agente tras una corta reverencia y él apenas se inmutó, como si no merecieran su consideración. Andrei ya había probado su arrogancia: sus preguntan eran respondidas con silencios cortos, pues no demoraba mucho en la habitación. Se asomaba de repente, como si alguien pudiese materializarse de la nada y luego de confirmar lo obvio, volvía a su lugar de vigía.


Andrei aprendió a odiarlo en poco tiempo y cuando pensó que al fin se desharía del hombre, conoció su voz y el destino que le depararía. Fuera del hospital respiró aire fresco, de aquel que anunciaba lluvia, mientras un auto aparcaba frente a él. Un coche austero que le iba a la personalidad circunspecta del hombre.


—Sube. —Le ordenó sin siquiera mirarlo. Andrei obedeció porque intuía problemas si osaba a rehusarse. Ese tipo no era Grozny, al que podía maldecir o azotarle la puerta del coche y salirse con la suya; él no tenía motivos para soportar sus arrebatos.


Condujo por más de cuarenta minutos sin emitir una sola palabra. Andrei no se atrevió a sugerirle encender la radio debido a su expresión poco amigable. Se adentraron a un suburbio claramente familiar y se detuvo frente a una casa de aspecto americano, estrecha pero acogedora a simple vista, con un jardín salpicado de rosales blancos.


El agente salió del auto y Andrei lo imitó, cojeando hasta el porche. Le vio extraer un juego de llaves de su bolsillo y abrir la puerta apresurado. 


—El alquiler ya ha sido pagado por los próximos seis meses. El resto depende de ti, si quieres quedarte o mudarte bajo un puente, da lo mismo. Se te ha conseguido empleo en la sala de arte ruso que ha abierto el Somerset. La dirección está aquí. —Le entregó un folleto de publicidad que Andrei apenas alcanzó a sujetar. —La casa tiene línea, te aconsejo no cambiarla, me comunicaré contigo en los próximos días para entregarte tu residencia permanente. Bueno, pelirrojo, es todo de mi parte. Nos veremos.   


Andrei engulló la información hundiendo el entrecejo a cada palabra hasta que su ceja pareció unirse en una sola. Aturdido, observó a un niño paseando por la acera en bicicleta, detrás iba un perro de raza, moviendo la cola, babeando feliz. 


—¡Espera, por favor! —Lo siguió de vuelta, empuñando las manos en el marco de la ventanilla del coche. El tipo ya había encendido el motor y se notaba que le molestaba aquella intromisión. —¿Dónde está Grozny?


No era la primera vez que lo preguntaba, aunque sí la primera en la que el hombre mostraba reacción. Rió, como si la pregunta fuera inocentada de un chiquillo. ¿Es cierto que al comer semillas se germinan en el estómago y te explotan raíces por todo el cuerpo? Bien pudo plantearlo así y su expresión hubiese sido la misma, de humor ante la inocencia. De burla hacia su ingenuidad e ignorancia.


—¿No lo entiendes? Se terminó… lo que sea que tuvieran. Y este es tu pago, sé agradecido y no cuestiones, eres muy afortunado.


—¿Afortunado? —Siseó, destilando cólera en su voz. Se había abierto las entrañas para estar con Grozny, el abandono no era ni por asomo lo que esperaba.


—Sí. —Su mirada fue genuina, sin rastros de toda la rigurosidad expuesta con antelación. Andrei creyó que sería amable en sus palabras. —Has recibido trato de testigo protegido cuando lo más fácil era poner una bala entre tus sesos. Muy afortunado, pelirrojo.


Andrei saltó, evitando las llantas del coche. De dos movimientos al volante el tipo tomó su camino y desapareció. Un auténtico hijo de puta.


La herida le escoció y su playera se manchó de sangre. Andrei lo maldijo entre dientes, retornando encorvado. Observó las casas vecinas, del mismo estilo a la suya, encantadoras a su manera. La ilusión de que eran habitadas por familias perfectas de pronto le revolvió las tripas y se quedó frente al rosal, apoyado en el travesaño de madera. Grozny no pudo haberla escogido, nadie que le conociera un poco se hubiese atrevido a asignarle un vecindario que le restregara sus carencias con mayor encono que uno de mala muerte.


Se llenó de rabia inexplicable de un momento a otro. Vladimir estaba encarcelado y Roman se había ido para siempre. Estaba solo, en una ciudad ajena, con un agujero cosido en el vientre y resguardado en un vecindario donde seguramente le llevarían cupcakes recién horneados como muestra de buena fe. Eso no pasaba en su barrio, en Kiev, su vecino le había perseguido con un fusil de asalto porque estaba seguro que Andrei había envenenado a su pitbull terrier; Millo se vio obligado a interceder con su propia arma de caza y a lanzar tiros al aire. Porque Andrei podría ser marica y tener el pelo rojo como el eterno enamorado de Iryna, pero bajo aquel techo torcido por el aguanieve, Andrei era su hijo.


Lo recordó con una sonrisa y pensó que quizá en su familia no todo apestaba. Vladimir le confesó que su madre llamaba a diario preguntando por él. Era un hijo ingrato, en todo aquel tiempo su madre no le había merecido un pensamiento sincero. Estaba muy enojado. Siempre estaba enojado y la culpa era de Vladimir. Pero Vladimir había sido arrestado. ¿Por qué seguía furioso? ¿Culparía a Grozny ahora?


Cogió una rosa y la observó. La lluvia comenzó a caer, delicada como la flor que sostenía, las gotas resbalaron como caricias frescas.  


Tienes todo lo que deseaste en un principio. Una vida lejos de Vladimir, de tu familia y tu patria. Una casa decente y la oportunidad de trabajo con los mismos beneficios de cualquier ciudadano. ¿Por qué estás tan infeliz? ¿Más, todavía, que antes?


El rostro sereno de Roman le vino a la mente, cuando dormía a su lado y sólo era un hombre sin familia y sin misión, sólo un hombre entre sábanas después de hacer el amor. Y Vladimir, el Vladimir del puente, con el cabello lleno de nieve y la mirada atribulada. Sí era un recuerdo, uno distorsionado, fragmentado como un espejo roto, si se esforzara un poco… sólo un poco, podría conseguir un pedazo y ensamblarlo, sentía que podía lograrlo, quizá un buen pedazo no, ni siquiera un trozo en forma, quizá una astilla, una astilla bastaría. Lo hizo, el precio a pagar fue un pinchazo en su cabeza, como si aquel añico se incrustara dentro de su cerebro; y luego, se reveló.      


—La he cagado. La he cagado en grande esta vez, Vladimir.


Eso dijo en el puente. Eso decía ahora.


Se adentró a la casa sin más ceremonia. Estaba amueblada y olía a pintura fresca. Andrei se desnudó y conoció el patio, no tenía pasto, sólo tierra mojada por la lluvia. Se sentó en el centro, las pequeñas piedras clavándose en sus nalgas y un charco de lodo formándose entre el hueco de sus piernas. Tumbó su espalda y observó el cielo plomizo, del mismo color de aquella noche enigmática.


Recuerda, Andrei. Vamos, ¿por qué es tan difícil? ¿Qué hay de especial… o lamentable?


Tal vez un rayo lo atravesó. Y si no, una sensación similar debía sentirse al ser presa de la naturaleza en su estado más salvaje. Fue intenso y corto. Lo fulminó y puso su cuerpo afiebrado, como si ardiera en una pira pagana. Pero recordó, una frase; una pregunta que desencadenó el sórdido descenso que supuso ser el prólogo de la noche sinsentido, cuya mención había hecho vibrar a Vladimir como nunca Andrei había atestiguado. Grozny le apuntó con firmeza y sin embargo su reacción no pudo asemejarse. Debía tratarse de algo poderoso, probablemente oscuro y con gran pesar, admitía que estaba involucrado.


Recordó la penumbra. El pasillo de una casa, luces rojas, y un rostro desenfocado, masculino, con seguridad atractivo. La música hacía temblar los cristales de la terraza, porque de pronto estaba en una terraza. El extraño estaba más cerca, Andrei pudo sentir la barba raspando su mejilla cuando se aproximó a susurrarle al oído. No podía entender lo que él mismo decía aunque reconocía su habitual acento sexual. ¡Cómo era posible! Si era él quien hablaba. ¡Era su boca moviéndose, sus labios sonriendo! Vamos, Andrei… esfuérzate un poco más.


No era capaz de escucharse, pero sí lo era de sentir su boca, así que se concentró en interpretar la moción de su lengua. Tirado bajo el aguacero, Andrei simuló el diálogo de su recuerdo, sin producir sonido alguno.


—¿Te has subido alguna vez a un lambo? —Le preguntó, con evidente coquetería.


—¿Lambo? —El chico no pareció seguirle el hilo. Tenía una cerveza en la mano y bebía de ella al tiempo que observaba el paisaje nocturno.


—Lamborghini. Es de mi cuñado, lo tomé prestado por esta noche. Ni siquiera se dará cuenta, seguramente está cogiéndose a mi hermana. ¿Sabes? Tienen un hijo de meses y sospecho que está nuevamente embarazada, como si no conocieran métodos anticonceptivos, ¿sabes que las mujeres no pueden embarazarse estando embarazadas? Bueno, yo sospecho que mi hermana puede hacerlo. Es una puta alienígena sexual, la abdujeron y le pusieron dos úteros.


El chico rió enérgico. Giró la cabeza, ahora tenía su atención, aunque su rostro seguía siendo un manchón deiforme. 


—Creo que mi madre tiene eso. Dos úteros. Lo he escuchado. Es raro, pero pasa.


—Sí, como sea. Es una perra, y una estúpida, porque no sabe que su esposo también me la mete.


El joven dejó su cerveza en la barda y con los dedos fríos le recorrió el cuello en un galanteo atrevido, enredándose entre la mata de cabello bermejo, lo aproximó sosteniendo su nuca y rozó los labios sobre el lóbulo de su oreja.


—Yo te la metería. Te la metería en el lambo. Muéstrame las llaves.


Volvió al patio en abrupto, como si su consciencia diese cuenta de la intrusión y lo echara con violencia. De cara al cielo,  las gruesas gotas de lluvia se impactaban en su rostro y era tal su fuerza que Andrei tuvo que abrir la boca para poder respirar;  regresó a la casa dando tumbos, más confundido que antes; no pudo ver a su vecina vigilándole desde la ventana del segundo piso con semblante horrorizado y persignándose cuando Andrei desapareció.


 


1


 


Karol recibió a Pavel en la oficina del club con los ojos amodorrados, había dormido pocas horas pero ya no le era extraño; las ojeras se instalaron de forma perenne en su rostro y su palidez sólo  lograba disimularse untando algo de color en las mejillas. Su aspecto tenía razón de ser pues además del cansancio acumulado, la asamblea Vor V Zakone ya tenía fecha fijada en el calendario. Una semana. Una semana para que León cumpliera su palabra de hombre.


—Hay alguien que quiere verte. —Pavel sonrió franco, como si fuese a anunciar una buena noticia. A Karol le tomó un momento comprenderlo; la silueta de un hombre se abrió paso, un hombre de facciones familiares que sin embargo le costó reconocer: afeitado de la cabeza, con la barba espesa y pelirroja de las puntas, de mirada intensa, azul como las costas del mar Azov.


—No puedes estar aquí. —Fue lo primero que escapó de sus labios.


—Lo sé. Que se joda León y su pandilla. Que se joda Grozny.


Insensato. Era un terrible error. Quería gritarle todo aquello y más, mucho más. Pero Sergey se aproximó y lo rodeó con sus brazos. Nada importó entonces, sólo el cálido contacto de la única persona que de verdad le importaba. Olía delicioso, a leña, a musgo, a tierra salvaje. A libertad.


Cuando se separaron, Pavel ya se había marchado. Sergey aprovechó el momento y lo besó. Un beso corto y suave, con la ternura que nunca encontró en León.


—Compré una cabaña en Belfast, Karol. Está en el bosque, alejado de la ciudad como tanto planeamos. Te veo allí, frente al fuego de la sala, y te escucho cantando iré a las montañas lejanas, a los valles grandes, y voy a pedirle al viento del desfiladero que no duerma hasta tarde… —imitó su voz, moviendo la cabeza teatral. Karol se echó a reír; los ojos vidriosos amenazando en volverse pozos salados.


—Es mi canción. Y si mal no recuerdo tú solías odiarla.


—Sí. Pero ahora me parece maravillosa. Tuve una visión, cuando estaba en el bosque. Tiene unas empinadas con buen agarre, los senderos están cubiertos de hojas secas y en algunos tramos hay obstáculos naturales. Es perfecto para el enduro. ¿Qué dices? Ven conmigo y mi solnyshka será tuya.


Pudo imaginarlo también, ¿por qué no había sido así desde el principio?


—¿Dónde está el truco? Tú amas esa motocicleta más que a cualquier cosa.


—Estoy dispuesto a hacer el sacrificio a cambio de un poco de compañía. Las noches en el bosque son más frías para las almas solitarias.


Sergey lució radiante; su breve estancia en el extranjero había hecho mella en su ánimo y Karol odiaba guillotinar esa incipiente esperanza.   


—No puedo escapar, Sergey. El cónclave es en una semana y León ha prometido dejarme libre cuando pase.


El rostro del ruso se ensombreció.


—Lo que no puedes es confiar en la palabra de un asesino.


Karol lo sintió como un deja vú.


—¿Y huir de un Vor te parece razonable? Nos encontraría. ¿Sabes lo que nos haría? Sergey, por favor.


—Entonces esperaré. Me quedaré a tu lado hasta que Grozny los encierre a todos.


Karol congeló su postura; su irritación se sosegó.  


—¿Lo sabías?


—Por Dios, Karol. ¿Me crees tan estúpido? Mis sospechas las terminó corroborando él mismo. No pensaba abandonarte. Fue Grozny el que prácticamente me arrastró fuera del país. Tuve que esperar un tiempo para calmar las aguas y volver.


—No deben verte. Ni Grozny, ni León, mucho menos Mikheil. ¿Dónde te esconderás?


—Aquí, ¿por qué no? Nadie esperaría que estuviese aquí, en las putas fauces del lobo. Me encerraré en el segundo piso y esperaré por ti. Pero te advierto, si León cambia de parecer y decide seguir torturándote, te juro por lo más sagrado que yo mismo le torceré el cuello.


—No. No lo harás. Yo lo haré; luego escaparemos a la cabaña del bosque, tu solnyshka será mía, cantaré iré a las montañas lejanas hasta que te revienten los tímpanos, no podrás quejarte, y junto al fuego tendremos sexo como dos hombres comunes, como lo era antes que me convirtieran en esto.


Sergey pareció estar de acuerdo, especialmente complacido en lo último. Cogió el puño, envolviéndole con la palma de su mano, y le besó con gran devoción.    


—Es una promesa.


Andrei abrió la puerta en abrupto, el rostro contrariado observando a ambos: la boca semiabierta, como si se preparase para decir algo, pero al final enmudeciendo. Pavel entró detrás, colorado, miró a Andrei lleno de furia.


—El muy cabrón se ha colado, deja que lo saque a patadas, Karol.


Andrei lo retó con una frase que sólo Karol pudo comprender.


—Déjalo, Pavel. ¿Es eso sangre, Andrei? —Señaló la mancha contrastante, casi negra, en el centro de su playera. —¿Estás sangrando?


Encogió los hombros, con actitud gamberra.


—Se supone que debo guardar reposo, son los puntos de una puñalada; no fue nada grave en realidad.


Karol, atónito, le miró con preocupación. Incluso Sergey y Pavel guardaron bendito silencio. 


—¿Quién lo hizo?


Un chispazo de adrenalina le recorrió al fraguar la posibilidad de confesarse; fantasear con sus expresiones le daba morbo. ¿Serían de espanto, quizá desconcierto?


—Vladimir. —soltó sin emoción. —El esposo de mi hermana y también mi ex amante. —Se dirigió a Sergey, quien le escudriñaba malcarado. —Sí, todo eso junto y al mismo tiempo. Supongo que en ocasiones surge la pasión entre familia.   


Sergey respingó, torciendo una sonrisa.


—Iré por el botiquín, veremos si es una herida y no una mancha de cátsup destinada a llamar la atención.


Andrei le devolvió el gesto, con la misma simpatía que se puede encontrar en una langosta.


—Oh, Sergey, tan lindo como siempre. Es bueno tenerte de vuelta.


A solas, Karol lo arrastró hacia un asiento y le obligó a reposar.


—¿Y bien? —Enarcó una ceja —¿Es en verdad una puñalada?


Andrei revoleó los ojos, levantando su camisa con fastidio.


—Eso no se ve bien. Deberías estar en cama.


—Primero necesito saber dónde está Grozny. Me ha botado de su vida con dureza extrema. He ido al departamento que compartíamos pero está abandonado. Tú debes saber dónde está y si no, entonces un número para localizarlo estaría bien, sólo necesito hablarle. ¡No puede tratarme como basura!


—¡¿Te estás escuchando?! ¡Pero si son excelentes noticias! ¿Desarrollaste el síndrome de Estocolmo o algo? ¿Qué diablos te pasa?


Andrei negó con la cabeza, impetuoso, casi violento.


—Él es bueno, Karol. Encarceló a Vladimir y me protegió. Yo…yo lo quiero.


Karol se vio reflejado en sus anhelos; él también había creído querer a León en algún momento, a pesar de su violencia y traición.


—Aunque quisiera ayudarte no puedo. Grozny es un fantasma y si no quiere ser encontrado no lo será. Mi consejo es que hagas tu vida apartado de él. Eres libre finalmente, no necesitas a nadie salvo a ti.


—¿Y qué hay de ti? ¿Escaparás con Sergey? Los escuché, ¿traicionarás a Grozny?


—Andrei… apreciaría que te mantuvieras fuera de esto. No lo entiendes y no tengo por qué explicártelo.


—Confía en Grozny, él puede ayudarte, Karol. Pero si huyes y lo traicionas no sólo tendrás a León tras de ti.


—¿Traicionar, eh? ¿Se puede traicionar a un enemigo? No te equivoques, Grozny nunca fue mi aliado. Él tomó ventaja de mi situación y mi vida fue más miserable desde aquel día. En mi balanza León y Grozny van en el mismo platillo, y están ganando.


Sergey volvió cargando el botiquín pero Karol dio alto a sus intenciones mostrando el envés de su mano en un gesto sofisticado.


—Es en verdad una herida profunda. Sólo necesita lavarse y descansar. ¿Necesitas que te pida un taxi, Andrei?


—No. Puedo conseguirlo yo mismo.


—Bien. ¿Me darías tu dirección? Te haré llegar un cheque con tu liquidación. Creo que será más beneficioso para ti rescindir el contrato.


—No quiero tu limosna, Karol. Si quieres ayudarme sabes cómo hacerlo.


Andrei se marchó como pudo, echando una última mirada despectiva a ambos.


—¿Acabas de despedirlo? —Se alegró Sergey.


—No podrá bailar en un buen tiempo. Y… está muy ligado a Grozny. Alejarse de Neverland le sentará bien.


—¿A qué se refería con lo último, eso de que sabes cómo ayudarlo?


—Todo está bien, Sergey. Es sólo un chico. Terminó encaprichándose con Grozny y al parecer fue abandonado sin más. Quiere localizarlo, ¿pero qué puedo hacer yo?  


—Nada. Tampoco nos conviene que se vuelvan a ver, probablemente le diría que me ha visto. Me complace que lo echaras, será un chico pero no confío en él.


—Tranquilo. ¿Qué daño puede hacernos un niño perdido?


 


2


 


Grozny encontró a León en el sitio acordado, a la hora pactada. Caía la última hora de la tarde en el muelle de almacenes abandonados cuando lo halló pescando al final del atracadero. Era la primera vez que le veía sin su traje de tres piezas, el cabello revuelto y… en paz consigo mismo y con su entorno. Tenía la nevera abierta a un costado junto a un estuche tubular y un pequeño kit de herramientas. Caminó haciendo crujir la madera podrida y pisando con advertencia; antes de alcanzarlo, León irguió el antebrazo con la palma abierta; Grozny se detuvo, cruzó los brazos al pecho y admiró el paisaje.


El sonido del reel llenó el ambiente, también un gritillo de júbilo.


—¡Un salmón, Grozny! ¡Uno gordo y de buen tamaño!


Grozny suspiró, observando la espalda contraída por el esfuerzo; la caña doblada se relajó y pudo distinguir entonces un enorme pez emergiendo del río marrón. El Támesis ya no era el depósito de aguas pestilentes de décadas atrás, se había recuperado y la fauna tan diversa era prueba de ello. Grozny recordaba con certeza haber visto una ballena nadando río arriba en una ocasión, aún resonaban sus palabras ante el avistamiento añejo: está tan perdida como yo.


León lo trajo de vuelta estrellando con fría diligencia la cabeza del pez contra el pilón sobresaliente. El animal fue encajonado en la nevera, todavía retorciéndose.


—Me costó dos truchas y un lenguado. —Exclamó León mientras guardaba sus enseres. Grozny le escuchó en silencio. —No es cualquier cosa, eh. No sólo depende de tu destreza, las condiciones climatológicas juegan un papel relevante. Al salmón no le gusta la luz, así que estos días son perfectos para pescarlos.


Grozny observó la hora en su reloj, distraído.


—Es asustadizo y si algo no le huele bien, nada una gran distancia sin detenerse.


—Tus habilidades de pesca han sido probadas. ¿Podemos proceder a lo que realmente importa? —Le apuró cuando lo tuvo cerca. León mostró una sonrisa estirada, pasándole de largo; el checheno advirtió un aura diferente en aquel gesto. El buen carácter en un hombre quebrado no concordaba.


—Dime, Grozny, si yo fuese un pez, ¿qué clase de pez sería?


El que estuviese en mi plato, cocinado y bien servido. El pensamiento se quedó atorado en la punta de su lengua.


—Pez no. Eres un pescador.


León rió, abriendo la cajuela del coche con el control.


—En serio eres un hombre sin imaginación. —Dijo de soslayo. —Pero sí, soy pescador. Y tú... tú eres un cazador. ¿Cuál es la diferencia entre ambos?


Grozny se mosqueó. Adelantó los pasos, viéndole introducir su carga.


—El cazador siempre tiene ventaja. —Ya a la par, cogió la portezuela y la azotó innecesariamente. —Tiene el arma.  


La mirada del Vor cambió, brillando enfurecida. Grozny lo prefería así, León no debía conocer el descanso.


—El cazador es oportunista. Siempre ve a su presa, la acecha.


—Y sigue teniendo el arma. —Grozny ladeó el rostro, con cínica ternura. —No vine aquí para discutir sobre cazadores y pescadores, León. Quiero las coordenadas del cónclave.


—Y seguro las necesitarás pues no habrá ninguna referencia cercana salvo el cielo azul y las aguas del Mar del Norte.


Grozny afiló su mirada y León la sostuvo con dignidad.


—Explícate.


—¿Qué esperabas con exactitud, Grozny? ¿Un restaurante elegante en Kensington? ¡¿Un almacén abandonado como este?! ¡Ridículo! Son todos Vor V Zakone con recompensa sobre sus cabezas; no será fácil y debes estar muy consciente. El cónclave será en medio del océano y el yate será alquilado por Timur D. el Vor uzbeko con afinidades terroristas. Será uno con helipuerto, así que los arribos también vendrán desde el aire.


El checheno se removió inquieto, era obvio que aquello no figuró en ninguna de sus inferencias, e incluso siendo de imaginación corta León no podía culparlo: su padre también le había sorprendido cuando le reveló el plan urdido.


—No me gusta el altamar, León.


—Bueno, siento desilusionarte. No son mis condiciones sino las de ellos. ¿Crees que no la tengo difícil también? Ahora que piensan que Mikheil es el traidor me han encomendado resolver el problema. Debo asesinar a mi hermano y mejor amigo en cuestión de días. No es inocente, demonios que no lo es, es un asesino sádico y enfermo, pero cuando me ve a los ojos cree ver a un amigo, a la Leyenda, no a una puta rata. Así que, Grozny… lidia con tu parte y haz tu trabajo, yo haré lo mismo con lo que me corresponde.  


—Asumo que no tienes las coordenadas. —Dijo, vislumbrando el pardo horizonte por encima del hombro de León.  


—¿Confiarías en mí si te las diera ahora?


—No confío en ti de ninguna manera. —Sentenció como hecho inconcuso.


—Lo único que tenemos en común. —Estuvo de acuerdo el moreno. —Las coordenadas nos serán reveladas un día antes del cónclave y eso gracias a mi persuasión, el bastardo de Timur propuso enviarlas dos horas antes, nada estúpido realmente.


—Quiero una lista con el nombre de todos los implicados.


—No tendrás que esperar, serán siete vory incluyendo a mi padre. Mestrovic estará presente, Boca de Bagre, Timur, por supuesto; Ivan Sinsangre, Vladislav Rebo, Valentín Gurenko, y el Intocable, la cereza de tu pastel. ¿Estás complacido?


León puso especial atención al mencionar a Gurenko pero Grozny permaneció impasible, bebiendo nombre tras nombre con expresión calculadora.      


—Lo estaré, cuando estén presos.


—Son Vor. Las prisiones son musas para nosotros.


Grozny soltó una risilla odiosa.


—No estoy hablando de prisiones donde los criminales se ganan más tatuajes, León. Me refiero a mi favorita: la Colonia Penitenciaria IK-6.


Por un segundo, o quizá por el tiempo que dura una centella en el cielo sin rugir, León pensó en abalanzarse sobre el hombre y olvidar su verdadero propósito. Matarlo con sus propias manos y sumergir su cuerpo en el río sin falanges y sin dentadura para que nunca fuese identificado. Caminó un par de metros y volvió sobre sus pisadas con la respiración más agitada. Recordó la paz del muelle y se vio a sí mismo como un pescador que juega al engaño. Entonces se apaciguó.  


—Delfín Negro. Bien podrías tener humanidad y matar a todos en el bote.


—Tampoco es un gulag, León.


—No, por supuesto, es mucho peor: también les cercenarás el espíritu. He escuchado sobre Delfín Negro, infeliz. No encerrarás a mi padre en esa prisión para que termine sus días volviéndose loco.


Grozny se enderezó, observándole con interés.


—Tú no pones las condiciones. Tú sólo obedeces. ¿Recuerdas?


Controló la convulsión en su mandíbula y agradeció la oscuridad que empezaba a ceñirse para que no pudiese verle el músculo de la mejilla saltando y deformando sus facciones. 


—Por Karol. —Terminó diciendo en un susurro frustrado.


—Sí. Por él. Llevarás micrófono.


Le estaba poniendo a prueba, sin duda. Decidió tomarlo con humor.


—¿Por qué no me tatúo rata en la frente? El resultado sería el mismo.


Grozny hurgó en el bolsillo interior de su cazadora; extrajo un reloj elegante. 


—No seas dramático, los micrófonos no son lo de antes. Utilizarás este reloj, ahí está el dispositivo, nadie lo notará.


Al menos era el tipo de reloj que usaría: costoso, de diseño clásico y con estilo.  


—Me niego.


Grozny chasqueó la lengua pero extrañamente pareció aceptarlo.


—Entonces tomaré a Karol como garantía.


Oh, si Grozny era cazador y León la presa, Karol era la escopeta.


—A él no lo tocas. Llevaré tu puto micrófono.


 —Bien, se activa presionando la corona. Tu celular deberás mantenerlo contigo y bien cargado. Lo hemos intervenido.


—¿Y esa es noticia reciente? Porque por lo que yo sospecho, tienen hasta cámaras vigilando el baño. Ya ni siquiera puedo cagar tranquilamente, lo primero que me viene a la mente es tu cara horrible espiándome mientras me limpio. ¿Qué clase de vida es esa?


—Muchos hombres custodian tu casa, dudo que se puedan eludir sin recibir una ráfaga de tiros como bienvenida.


—¿Y cuándo la seguridad ha sido problema para la KGB?


—Ahora empiezas a hablar como tu padre.


—La suspicacia siempre será natural entre hombres como nosotros.


León ofreció la palma de su mano con reticencia; la mirada perdida en un punto inespecífico hasta sentir la frialdad del acero sobre su carne. Empuñó el reloj y lo guardó entre sus ropas. 


—Sí, pero también existe el honor a la palabra. Y yo respetaré lo pronunciado si tú respetas lo convenido.    


León volvió a mirarle y asintió, luciendo derrotado.


—Así será. La flecha ha sido lanzada y no hay forma que vuelva atrás.


 


 


    


 


 

Notas finales:

Gracias por la paciencia :D


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