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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Un adelanto para el maldito 14 de febrero que se aproxima. Qué va, ni se nota mi amargura, verdad? xD. Espero disfruten del capítulo como yo disfruté escribiéndolo. 

Sus lindos comentarios están respondidos. Gracias peques. Un beso gigante! 

IV

 

La historia detrás de la cicatriz

 

 

Se llaman sueños lúcidos, cuando una persona está consciente dentro del sueño o pesadilla. Se sabe, de antemano, que todo lo que sucede es irreal, y se percatan de ello por diferentes maneras. Andrei lo sabía porque no era la primera vez que tenía el mismo sueño, sin embargo, no podía modificarlo. Aunque la pesadilla era esporádica y parecía desaparecer conforme los años pasaban, lo perseguía desde la infancia, con tal regularidad, que su mente se había encargado de prevenirlo, despertándole cuando se tornaba insoportable. Era un sueño, aún desde el mismo sueño lo sabía, pero no había manera de escapar; lo sufría como la primera vez, a pesar que ya despierto, no le hallaba lógica. Era una pesadilla absurda, que le envolvía de extraña ansiedad.

El viento silbando contra las ramas de los árboles, haciendo crujir los cristales. La oscuridad, cerrada y densa, que ni sombras reflejaba. Andrei estaba solo en su recámara, afuera nevaba, y no podía dormir. Las sienes le punzaban, el frío calaba y su delgada frazada era insuficiente para darse calor. Tenía siete años.

Un bebé lloraba, escandaloso, y muy cerca de su habitación. Berreaba con ganas, con toda la fuerza de sus pulmoncitos. Andrei se dirigió hacia el sonido en particular, a través del pasillo en penumbras, al cuarto del bebito. Sabía que era pequeñito, blanco como el mármol y con el cabello de carbón. Era su hermanito de meses. El que se robaba toda la atención. No recordaba su nombre.

No hubo bebé, cuando abrió la puerta, solo la más pura oscuridad, que le atraía, como remolino. Y silencio, precioso silencio; ni rastro del bebé enfermizo.

Por un segundo, la calma vitalizó su cuerpo, hasta que los ojos de Katrina, tan semejantes a los suyos, deslumbraron en aquella negrura y le miraron con profunda animadversión. Le había estado acechando.

 

Andrei despertó con la frecuencia cardiaca acelerada, y una gama de sentimientos que no alcanzaba a comprender. Se había quedado dormido en uno de los sillones del vestidor, leyendo un libro autodidacta de inglés. Incorporó su cuerpo y agradeció que al menos, Vladimir permaneciera apartado de su mundo onírico.

— ¿Sabes por qué se repite una pesadilla por años? — Le había preguntado a Pavel después.

Mientras mudaba de ropa, éste respondió: —Tu cerebro intenta decirte algo. No es una pesadilla, Yuriy. Es un recuerdo.

No deseó ahondar en el tema. ¿Para qué escarbar en sus memorias cuando existía alta probabilidad que luego, comenzara a apestar? A veces, ignorar contribuía a la felicidad. No volvió a dedicarle ni un pensamiento.

La noche era joven y Andrei practicó sus recientes conocimientos de inglés en Chris y Moisés. Ambos le ayudaron a mejorar su acento. ¿Con qué canción abrirás hoy? Le preguntó Chris, con lentitud; la sonrisa de Andrei, orgullosa y feliz por comprender, iluminó su rostro. Closer, de Nine Inch Nails, respondió impecable. Pavel le enmarañó el cabello, Chris y Moisés compartieron una mirada cómplice, Robbie le ignoró; y James, alejado pero atento, tensó la espalda a cambio de frenar su lengua.

Sergey los encontró así, rodeando a Andrei. Su mirada era hielo, en especial cuando enfocaba al pelirrojo. Éste se prometió averiguar el por qué. —Su función comenzará pronto — exclamó, a pesar que todos sabían. El horario era inflexible, ni un minuto antes, ni uno después. Cogió uno de los cigarrillos de Pavel y lo encendió. Andrei supo que estaba huyendo, de Karol, probablemente.

— ¿Todos aquí son homosexuales? —Inquirió, con frío sosiego, Yuriy.

Sergey exhaló, torciendo una sonrisa. Pavel miró a Chris mecánicamente como respuesta.

— ¿Homosexuales? — Chris arrugó el ceño; aún en ruso, la palabra resultaba bastante obvia.

—No es necesario que respondas, Chris. Con escucharte hablar uno se percata enseguida — Rió Pavel. Sergey lo secundó, y se aproximó a la sala.

Fingió sentirse indignado, Chris se puso en pie con exagerada dramatización. —Me marcho. Esto se ha tornado insoportablemente soviético — tendió la mano a Moisés a modo de invitación — ¿Me acompañas, querido?

Moisés aceptó, encogiendo los hombros. Ambos salieron del vestidor.

—Yuriy ha escogido una canción bastante sugestiva para abrir su baile —siseó Pavel, cargado de veneno. Andrei encendió otro cigarrillo — ¿conoces su letra? Puedo traducírtela si gustas, quizás después de conocer su significado, no quieras bailarla más.

— ¿Qué canción es? —Interrumpió Sergey.

—Closer. Nine Inch Nails. —Respondió Andrei, con una traviesa sonrisa que demostraba el alto grado de conocimiento que tenía sobre la melodía. —Sé lo que dice, gracias. Alguien me la tradujo una vez.

— ¿El mismo que te la dedicó, tal vez? —Divagó Pavel.

—Oh, no. — Restó importancia con un carismático ademán —Solo estaba de fondo en el bar donde perdí la virginidad.

Sergey soltó una fuerte carcajada, Andrei también. Ambos contrastados por la seriedad inaudita de Pavel.

>>Quizá por ello es tan especial para mí. Era tan jovencito… — Suspiró con un anhelo que en realidad no sentía —Mi primera vez en los baños de un bar repugnante de Kiev. ¿No es romántico?

— ¿Lo amabas, al menos? — Ante la pregunta del bailarín ruso, tan directa y emocional, Andrei no quiso mentir.

—Con fuerza y devoción. Pero ya ves, con 15 años, yo era demasiado ambicioso para mi edad; y él, demasiado posesivo. Una pareja así, siempre chocará y creará caos. Los ambiciosos tenemos muchos planes en la cabeza. Él deseaba que mi mundo girara en torno suyo. Con el tiempo, surgen problemas que ni el sexo puede arreglar —miró directamente a Sergey, hasta lograr incomodarlo. —Se volvió egoísta, y me trituró el corazón — dio una profunda calada al cigarrillo, hizo un puchero, pues sus labios se quemaron. Ya solo restaba el filtro. — Aunque si le preguntas a él, seguramente dirá que yo lo lastimé primero. Cada persona tiene su verdad.

— ¡15 años! —Bufó Sergey, despectivo como siempre — ¡¿Qué podías saber del amor?!

Yuriy arqueó coquetamente su cuello y sonrió, beneplácito.

—Te sorprenderías, de las cosas que sé.

La voz cuidadosa, taladró los oídos de Sergey. Como los cascabeles en una serpiente; como la centella que precede al rayo.

>>Por cierto, ¿dónde está Karol?

Sergey paralizó su vista en Andrei. Pavel respondió tranquilamente, pero ya solo dos personas allí, hablaban el mismo idioma. Andrei cruzó las piernas y enfrentó la gélida mirada azul. >>Pavel me ha contado que Karol y tú son primos. Ya decía yo, que las miradas afectuosas entre ustedes no eran propias entre dueña y empleado.

Sergey gruñó, casi sin despegar los labios.

>>Yo tengo una hermana, pero ella nunca me quiso mucho — chasqueó la lengua, apenas mostrándose melancólico — me hubiese gustado tener al menos, un primo como tú. Karol es afortunada, bella y afortunada. —Sonrió encantador, y por un instante, Sergey lamentó su estado natural de defensa. —Ustedes harían una bonita pareja. Claro, si ella no fuera tu prima, ni una mujer.

Pavel rió, exento al tenso ambiente recién formado. —Ni la pareja de León — agregó, ingenuo al filo perverso en el comentario de Andrei.

—Pensándolo bien, el que sea tu prima, o el que ya tenga pareja, no sería gran impedimento. El único problema, es su género. Karol es mujer y a ti te gustan los chicos. Es una desgracia.

Sergey tragó saliva, sin apartar la mirada del rostro lozano de Andrei. Estudió su semblante, y lo descubrió anormalmente legible; los ojos negros irradiaban peligrosidad, como piedras de obsidiana, hermosas pero muertas. Y sabían, aquellos ojos conocían el secreto que tan receloso, Sergey había guardado a través de los años.

 

1

 

Aquella madrugada, Grozny entró a Neverland solo. No se abrió paso entre la multitud, la multitud le abrió paso. Era de altura considerable, también de fuerte constitución, pero no era aquello lo que más llamaba la atención, como tampoco su rostro temerario; era, tan solo, la manera en la que caminaba. Pisaba fuerte, seguro, con toda la extensión de su planta, exigiendo cada pedazo de suelo que aplastaba. Su espalda erguida, en un perfecto ángulo, el cuello firme y la barbilla recta; sus brazos se agitaban apenas, era la perfecta postura de alguien que había recibido entrenamiento militar.

Grozny se acercó a la acostumbrada salita que solía compartir con León y tomó asiento. Le atendieron casi de inmediato, y ordenó la bebida de siempre: whisky en las rocas. Karol de igual manera, no tardó en arribar, visiblemente contrariada. Grozny percibió su mirada a la distancia, con el pálido rostro más acentuado de lo usual. Entre saludos y tímidas sonrisas caminó hasta él.

—No te esperaba. León no me avisó. —Observó con mal disimulo hacia la entrada. Grozny abarcó el sillón circular con ambos brazos, relajado. No la invitó a sentarse.

—Hoy he venido por mi cuenta. No es necesario que estés aquí.

Ella se retorció las manos. Era como el agua de un claro, transparente y fácil de apreciar lo que ocultaba en las profundidades.

— ¿Es ésta una nueva forma de torturarme? — Su suave voz se desgarró. Grozny notó el pecho desnudo sacudiéndose de arriba abajo, los huesos de la clavícula incluso se marcaban más. —León hace todo lo que le pides. ¿Es necesario que estés aquí, vigilándome?

—No te vigilo, Karol. Hay gente que lo hace por mí — El mesero llegó con la bebida, y con su presencia, Karol bajó la voz, y se sentó frente al hombre.

—Gracias por aclararlo —musitó, sarcástica — ¿qué haces aquí, entonces?

—Yuriy —Dijo, como si con tan solo mencionar el nombre, lo explicara todo. Karol inclinó la mitad de su cuerpo hacia la mesa, con una mueca casi infantil en su rostro. 

— ¿Yuriy? —Inquirió.

Grozny bebió antes de contestar.

—El pelirrojo ucraniano. Quiero verlo bailar, y después, quiero que lo traigas aquí, conmigo.

— ¿Qué pretendes, Grozny? —Sonrió con los labios, calculadora, en alerta de cualquier micro expresión que pudiera delatarle. Mas como de costumbre, fue imposible.

—Lo que pretenda, no te concierne. Tú harás bien en seguir como hasta ahora. Con tu bonita boca cerrada, la cabeza gacha y obedeciendo. Porque así lo has hecho, ¿no? ¿O quizá en uno de tus ataques de histeria, ya abriste la boca de más? Tal vez con tu amante - primo, ¿o cómo debo llamarlo?

Karol enrojeció; quizá de rabia, quizá de pena, o ambas.

—No. Nunca. Especialmente con él.

Las luces bajaron de intensidad. El barullo comenzó. Karol le atrapó observando hacia la plataforma de Yuriy, con el rostro indiferente.   

—Eres demasiado insensato, Karol. Si León llega a enterarse… no necesito decirte lo que pasará. Ni siquiera yo podría evitarlo.

—No podrías, ni querrías. Cumplir con tu deber es lo único que te importa —Expuso, con lamentación — dime, Grozny, ¿alguna vez pensaste en mí como una persona, y no como la vil marioneta para lograr tus propósitos? — El hombre torció una media sonrisa. Su enorme cicatriz se marcó más, y Karol se encontró pensando por enésima vez quién había osado tajar aquella mejilla con tanto desprecio. Nunca se había atrevido a preguntarle. 

—Lo hice, Karol. Pero es difícil cuando ni siquiera tú mismo te ves como una persona. Tus actos y decisiones te trajeron hasta aquí. ¿Para qué victimizarse?

Por debajo de la mesa, Karol encajó las uñas en sus piernas apenas cubiertas por la fina tela del vestido.  

—Insinúas que me lo merezco.

—Solo digo, que hay que enfrentar las consecuencias de nuestros actos, con dignidad.

La rabia le superó con creces. Y la amargura siempre asentada burbujeó desde las entrañas a la garganta, y cuando explotó, lo hizo en voz alta, escupiendo el veneno. 

— ¿Mis actos, eh? ¿Tiene un simple pez, poder sobre la corriente que lo arrastra? ¿Tienen las hojas secas, influencia en la ventisca que las desplaza? ¿Qué elección tenía yo, cuando un Vor te reclama como una propiedad más? — Nadie le había escuchado, la música ya estaba alta, y los clientes demasiado entretenidos. Tal vez por ello, se había insolentado de aquella manera. Grozny le miró con los mismos ojos vacíos; León le habría reventado la boca por alzar la voz, y luego, habría lamido su sangre.

—Siempre hay opciones, Karol —Dijo, pasado un momento.  

— ¿Morir cuenta como una? —Farfulló.

—Lo es. Y a veces, es una digna opción.

Karol suspiró y dejó caer los hombros, en un gesto de derrota. Las pantallas de Neverland llamaban a Yuriy, y en el escenario, la esbelta figura del pelirrojo se dejó ver, atrayendo cientos de miradas, la de Grozny, incluso. 

—Te lo traeré — aseguró, girando el cuerpo para apreciar la presentación. Sintió los ojos azules clavados sobre sí —A Yuriy —aclaró de soslayo  — es el más joven, y apenas ayer comenzó. Trátalo bien. —Ordenó.  

— ¿Lo sobreproteges? No me sorprende. Es ucraniano, y muy bonito. ¿Te recuerda tu juventud? — Las mejillas de Karol se colorearon, como si las hubiesen pellizcado. Aún en la oscuridad fue notorio el bochorno de sentirse descubierto, y proyectado.

—Me recuerda mis circunstancias.

—No te preocupes, no pienso convertirlo en mujer — Karol endureció el rostro. Aunque pudo interpretar el comentario como uno mordaz y terriblemente hiriente para su resentido orgullo, no lo hizo. Lo comprendió. Grozny no era grosero, y siempre se había dirigido a Karol con respeto; a veces, con más respeto que el propio León. Pero era la forma en que Grozny hablaba. Siempre con su natural dureza, sin detenerse a pensar, si sus palabras, podrían lastimar. Había en él, una severidad aterradora.

Karol se marchó, más intrigada cuando Grozny, demasiado absorto en el baile sensual de Yuriy, ni siquiera se percató de su ausencia. Caminó entre la muchedumbre paralizada, hacia la barra de bebidas. Y desde allí, reparó de lo que Andrei había conseguido con tan solo segundos en escena: Neverland estaba atento, algunos hombres, curiosos, miraban atentos a cualquier equivocación, otros le veían con aspiración y una gran parte, con deseo. No era para menos, el chiquillo sabía moverse de  manera única. Elegante y voluptuoso, ningún otro bailarín de Neverland bailaba así.

Grozny ya no se molestó en fingir que no observaba a Yuriy. Bebía con los ojos azules bien abiertos, evitando el parpadeo. Andrei hacía gala de  movimientos coordinados, pero a la vez, desenfadados, como si nacieran del momento, y no de previos ensayos. Aquellos meneos dulces en la parte lenta de la canción aumentaban el morbo y tenían expectantes a los clientes.

Con la ropa de vinil ajustada, el cabello alborotado y húmedo, Yuriy se deslizaba en el caño de metal. Sus ojos negros, profundizados por un delineado oscuro también, simulaban un enigmático abismo que invitaban a la perdición. Y esa mirada salvaje, iba más allá de la gente arremolinada a sus pies, de la que gritaba su nombre con locura; de los que se saboreaban los labios con su cuerpo. Con su baile. Los ojos azabaches veían a Grozny, solo a él.

Le sonrió. Andrei sabía que tenía una brillante sonrisa, con poder, que en más de una ocasión le salvó de la furia de Vladimir. Le sonrió así, como solo se le debe sonreír a un amante. Y Grozny le miró hasta el final de su actuación, cayendo en picada hacia el fuego rojo, abrasante y perpetuo, en el que Andrei deseaba consumirlo.    

 

2

 

Yuriy no había tenido oportunidad de dar, tan siquiera, una exhibición privada; los especiales, como les llamaban, seguían distantes en la planta alta. Aquella madrugada tampoco conocería lo que significaba estar tan cerca de un cliente, solos, bailando para el disfrute del desconocido. Apenas regresó a los vestidores, Karol ya estaba ahí, apurándole para ir en compañía de un desesperado que le había reservado, así, como simple mesa en restaurante, toda la noche. Pensó en Grozny. Tenía que ser él. Le coqueteó desde la tarima, bailó para él. Debía ser él.

Y lo fue.

Karol le empujó un poco hacia adelante cuando estuvieron en la sala, como esperando que titubeara. Yuriy volvió el rostro y asintió, pero ella se quedó unos segundos más, con el rostro mortificado. Diez años más pesaron sobre sus facciones, y Andrei pudo asegurar que si osara  negarse en acompañar a Grozny, Karol lo llevaría lejos de ahí, sin reprenderle.   

Caminó la poca distancia que lo separaba de Grozny. Con cada paso, su estómago se hizo más pequeño. Se molestó consigo mismo; no era bueno que se sintiera así por un hombre prácticamente extraño; no era bueno, que le atrajera tanto.

La sala era espaciosa, Yuriy se detuvo un instante, preguntándose dónde debía sentarse. ¿Enfrente suyo? ¿O a su lado? Por suerte, el hombre le cogió por el delgado antebrazo y le haló con suavidad a su costado. El toque cálido no le recordó a nada conocido. Y eso le gustó.

— ¿Deseas beber algo? —La pregunta le sorprendió. También la cercanía de Grozny, su voz gruesa, su olor. No usaba fragancia, Andrei habría podido distinguir los aromas; el mayor olía simplemente a él, no había otra forma de describirlo. Era una esencia agradable, que lo hacía especial. Asintió.

—Vodka está bien, gracias — Grozny hizo una seña al mesero, éste se aproximó, y memorizó la orden. Era el único camarero que atendía a Grozny, y a nadie más.

—Vodka en las rocas. ¿Cierto? —Andrei sonrió. Era costumbre beberlo así, en Ucrania, en Rusia…

— ¿Checheno? — Inquirió. Grozny se acomodó para verle mejor, aunque eso implicara alejarse un poco. Alzó la ceja de la cicatriz; con el tiempo, Andrei aprendería que aquél gesto significaba una respuesta positiva.

—Siempre me he jactado de hablar un ruso casi perfecto. Casi. No todos se dan cuenta tan rápido. Antes de acertar, me confunden con georgiano. ¿Es una habilidad tuya?

Yuriy recargó la cabeza en el acolchonado mueble. El ruso de Grozny era incluso más puro que el suyo, nunca se hubiese percatado si Pavel no se lo hubo contado antes.

—Los georgianos gesticulan mucho al hablar. Tú apenas parpadeas. ¿Cómo pueden confundirte con uno? — Andrei encogió los hombros —En cambio, los chechenos tienen un acento fuerte, el más grave del Cáucaso me atrevería a decir. Y tú tienes la voz más poderosa que he escuchado jamás. Además, ¿Grozny no es la capital?

Sonrió. Y Yuriy se sintió orgulloso de haber logrado una emoción en el rostro que parecía tallado en piedra.

— ¿Qué hace un chico listo en un lugar como éste?

Huyendo. Quiso decirle. Por vez primera con la necesidad de contar la verdad; pero no lo hizo, y aprovechó la llegada de las bebidas para ganar tiempo y pensar. No le debía explicaciones a nadie, pero por algún motivo, se sintió con la obligación de dar una razón creíble.

—Sé bailar. Es lo único que hago bien, eso, y meterme en problemas.

Ambos brindaron, y prolongaron el contacto visual más de lo necesario. El baile de Moisés, siendo olímpicamente ignorado.

—No pareces del tipo que le gustan los problemas.

—No me gustan en lo absoluto —Andrei observó los labios de Grozny, húmedos por la bebida, luego los ojos inexpresivos, deseando cambiar el rumbo de la conversación. Se removió en el asiento, apoyando el codo sobre la mesa, y descansando la cabeza en su palma. — Tú en cambio, no pareces del tipo que guste de una vida tranquila.

Y no se necesitaba de ser un chico listo para saberlo. La grieta en la mejilla era claramente producto de una gruesa y afilada cuchilla; de aquellas que se obtenían en una fiera pelea. El cuerpo de Vladimir estaba cubierto de ellas.

Grozny enarcó una ceja, con un aspaviento divertido, le dio la razón. — ¿Lo dices por ésta marca? — Acarició la cicatriz con las yemas de sus largos dedos. Andrei se incomodó; no esperaba que lo sorprendiera mirando allí. Guardó silencio. —Estoy acostumbrado, no te preocupes. Karol me observa con la misma curiosidad que tú, sin embargo, nunca ha tenido el valor de preguntarme. La verdad es que nadie. Solo ven rápido, simulan que no se percatan, y ello resulta mucho más obvio. Ésta cicatriz, es imposible de pasar por alto; me agrada más cuando miran con fijeza, es… sincero; es mi estilo.     

Yuriy enderezó la columna, tenso como una cuerda. La voz de Grozny se discernió de pronto, con tintes peligrosos.

—Es un corte largo y profundo, hecho por el puño de un hombre —Dijo, intimidado, pero sin temor a equivocarse. Su corazón se aceleró cuando el brazo enorme de Grozny le rodeó por los hombros y lo acercó de lleno. Sus rostros tan cercanos, pensó que iba a besarle.

—Eres astuto, Andrei.

Se olvidó de los labios rubicundos del checheno. De los latidos vertiginosos en su pecho. Había mentado su nombre. Andrei, dijo, no Yuriy. Andrei. Y él nunca se lo reveló.

>> ¿Quieres saber cómo me hice ésta cicatriz, Andrei? Yo no tengo problema en contarlo, contrario a lo que piensa Karol, León, tú, o cualquier otra persona. Ésta cicatriz no me avergüenza, ni me molesta. ¿Quieres conocer su historia?

¿Cuándo el ambiente se tornó tan pesado y amenazante? Andrei asintió como respuesta a una pregunta cuya opción era única, albergando la esperanza que todo fuese un malentendido, que su nombre real lo hubiese escuchado de labios de Karol. Que su actitud inquietante, descendiera a una simple broma. —Todo empezó a mis 17 años — susurró, mientras acariciaba un mechón de cabello rojo. Andrei lo dejó hacer, expectante a nuevas caricias. A su historia.  

>>No — Corrigió. —Inició cuando mi madre nos abandonó. Cuando mi padre, padeciendo los traumas de La Guerra de Bosnia, marchaba desnudo por el vecindario, cantando su Himno. Nos quedamos solos. Dina y yo. Ella de 14 años, rubia y hermosa. Sin un pedazo de hogaza en la mesa. — Se tomó tiempo para extraer una tabaquera plateada y sacar un cigarrillo. Ofreció uno a Andrei. Él lo cogió. Iba a necesitarlo. —Robe, asalté, extorsioné. Todo por ella, para vivir sin carencias. Dina deseaba ser maestra. Enseñar a los pequeños. Todo valía la pena cuando observaba sus grandes ojos, siempre dulce, siempre atenta. Era mi hermana menor, y mi única familia. Pero un día, Andrei, vino un chico a mí, de la edad de Dina. Me compró droga, y esa misma noche, murió de sobredosis. Yo no lo supe hasta después, cuando su padre, un Vor V Zakone, me visitó con cinco de sus hombres.

Andrei sentía breves escalofríos, los vellos en su nuca se erizaban cada vez que mencionaba su nombre, y por lo que estaba a punto de develar.  

—Se necesitó de la fuerza de tres para someterme, para obligarme a ver cómo cada uno de ellos violaba a Dina, turnándose para sujetarme. Al final, el Vor la degolló, y ella se desangró frente a mí, con sus bonitos ojos clavados en los míos. No pude hacer nada. Me dieron un tiro en la cabeza y me creyeron muerto. Pero el odio, Andrei, es el sentimiento más poderoso, y me mantuvo vivo. —Su voz no se quebró, y el rostro siguió igual de inescrutable. Solo un hombre sin alma podía hablar de la muerte violenta de un ser querido con frescura. Sin que le afectase. >>Desperté a los días en un hospital, con mi memoria a corto plazo hecha mierda. Pregunté por Dina, ellos dijeron que estaba muerta, pero nunca me recordaron cómo. Yo lo había olvidado. Me fui de Chechenia, hacia Moscú. Con la mente sumergida en las tinieblas por varios años. Pero no pasaron en vano. Un día recordé, todo, cada detalle. La mirada de mi hermana, su voz desgarrada, la sangre saliendo a borbotones. Su pijama rosado, hecho jirones. Sentí que le había fallado. Y tuve miedo de volver a olvidar.

Con el dedo índice afilado, Grozny se deslizó a lo largo de la cicatriz; comenzando en el pómulo, hasta casi al final de la barbilla. Y prosiguió: —Repetí su nombre frente al espejo. Dina. Dina. Mientras sujetaba el cuchillo con el que rajaba mi mejilla. Las cicatrices nos recuerdan el pasado. Me recordaría a Dina cada vez que observara mi reflejo; me recordaría, que su muerte tenía que ser vengada. No volvería a olvidarle. Nunca.

Terminó el relato y dio una profunda calada al cigarrillo. Lo hizo pitar con fuerza. Andrei observó el suyo para sortear la mirada aguda de Grozny. Tenía miedo hasta de pensar.

— ¿Ese Vor, es León? —Inquirió. Si lo hubiese meditado, no habría abierto la boca. Con hombres como el checheno, ponerse perspicaz era peligroso.   

Grozny esbozó una sonrisa burlona.

—No, Andrei. Él y sus cinco hombres están muertos desde hace años. Personalmente me encargué que así fuese.

Bebió un gran trago de vodka puro, y ni ello alcanzó a atenuar la inusual resequedad en la boca.  

— ¿Por qué me cuentas esto?        

Era extraño y bizarro, y no pudo dejar de comparar su situación con la de un secuestrado que se rehúsa a ver los rostros de sus captores. Entre más información hubiera de por medio, la salida se antojaba más difícil. Andrei no esperaba un encuentro de tales magnitudes, pero Grozny ya había trazado su plan y no hablaba porque tuviera deseos de desahogarse. Pareciera que se ahorraba todavía una estocada más.

—Tengo una relación especial con Karol y León — dijo — una, en la que la confianza y sinceridad, es primordial. Pero, verás… a veces, siento que ellos me ocultan cosas. Cosas que no debería de ignorar.

—Ya voy entendiendo —repuso Andrei, con amargura. Apagó el cigarro de golpe sobre la mesa. — ¿Qué quieres de mí, Grozny?

Las miradas cuando bailaba, el que lo hubiese pedido como acompañante para toda la madrugada, su cercanía. La manera en que lo estaba abrazando. Era fingido. No lo deseaba, ni le gustaba.

—Necesito tus ojos allá dentro. Necesito tu mente ágil y tus oídos bien afinados. ¿Comprendes? — Acarició el rostro pálido con el dorso de su mano — ¿comprendes también, que no puedes negarte?

Andrei bufó. Apartó su mano, histérico.

— ¡Es un Vor! ¡Me estás pidiendo información de un Vor! ¡Me matará si se entera! ¿Por qué haces esto? ¿Por qué yo?

Pensó en Pavel. Él también hablaba ruso, era más cercano a Karol. ¿Por qué no él?

—Karol ya ha formado un vínculo contigo. Vas a aprovecharte de eso.

— ¡¿Vínculo conmigo?! ¿Porque le recuerdo cuando no tenía tetas y usaba pantalón? — Los ojos azules de Grozny brillaron con sorpresa — ¡¿Qué?! ¿Crees que soy estúpido, que no iba a darme cuenta? Apuesto que también sabes de la preciosa relación incestuosa que tiene con Sergey. ¿Lo sabe León?

—No. Y es mejor que siga así. — Amenazó, sutilmente. Andrei le miró con odio.

—Pretendes que sea tu informante pero me mandas a ciegas. Es absurdo. Como enviar un soldado a la guerra sin armas.

Grozny apretó la mandíbula, luchando para no reírse. Sabía que tenía razón.

— ¿Qué quieres saber?

—Todo. Empezando por quién carajo eres tú.

Grozny dio la última calada al cigarrillo, y lo extinguió en el cenicero.

—Soy el que da las órdenes — respondió, con soltura.

—Y yo no recibo órdenes de nadie.

El rostro de Grozny se atirantó. No acostumbrado que le dieran la contra.

—Lo harás, Andrei Niccol. Y ni pienses en huir. Sé todo de ti. Hijo de Iryna y Millo Niccol. Hermano de Katrina.

Cualquiera se amedrentaría al saberse investigado, máxime para los fines perversos que buscaba el mayor. Pero Andrei no. Internamente agradeció a Vladimir. Él lo había curtido bien. Los sufrimientos, también traían enseñanzas.

—Me estás amenazando, Grozny. —Aseveró, sonriendo cínico — No me da miedo. He recibido amenazas toda mi puta vida. Si vas a chantajearme, que sea de otra forma, a diferencia de ti, a mí me importa una mierda mi familia.

Si Grozny se asombró, no lo reflejó.

— ¿Y qué hay de ti? ¿Tu vida tampoco te interesa? Ya te debes dar una idea, de lo que soy capaz.

No bajó la cabeza, y le enfrentó, orgulloso.

— ¿Te crees con poder porque sabes un poquito de mí? ¿Crees que eres el único que sabe cosas? Un hombre con un padre loco que sirvió para el Gobierno que le da la espalda, dejando que sus hijos vivan en la miseria. Apuesto que creciste con resentimiento hacia toda clase de poder político. ¿Por eso te volviste matón? No obstante, un Ladrón de Ley te arrebató lo único que te importaba. ¿Te viste en una encrucijada? Eso, si tu historia es cierta. — Andrei presentía que sí —Sin embargo, yo me inclino hacia los hechos. Hacia lo que puedo ver, y comprobar. — Cogió la mano izquierda de Grozny con suavidad, mirándole sin pestañear. Escogió la extremidad anular y lo llevó a su boca. Sintió el brazo rígido, ansioso. Después de todo, no era tan inmune a sus encantos. Lamió la base de su dedo, exactamente en la marca pálida y gruesa que lo circundaba. Sonrió, determinado. Y paladeó el sabor, como si cateara un delicioso vino. —El oro no tiene sabor. ¿Te quitas el anillo de boda cuando sales a trabajar, Grozny?

Lució furioso. Con los ojos entrecerrados, el ceño fruncido. La expresión más aviesa, reforzada por su cicatriz de villano.

—Ten mucho cuidado, Andrei.

Grozny comprimió la mano pequeña, haciendo crujir los huesos. Andrei mordió su labio inferior para matar el gemido de dolor. Lo odió más. —Sé qué tipo de personas tienen esa rutina. Se quitan la sortija cuando salen de casa y vuelven a ponérsela al regresar — a pesar del dolor. Andrei dibujó una sonrisilla triunfal —Grozny no es nombre de policía. ¿Cuál es tu nombre real, señor justicia?

El agarre aflojó. Andrei casi soltó un suspiro de alivio. Los problemas no lo encontraban, él los buscaba. Si no lo hubiese seguido al baño, si no lo hubiese invitado, si no le hubiese coqueteado… Sabía que era peligroso. Quizá, inconscientemente, o no tanto, buscaba el reemplazo de Vladimir. Estaba enfermo, patológico. Comprendió cuando las mujeres con pasado violento terminaban en una relación igual o más enfermiza. Era casi una necesidad biológica.

—Eres demasiado listo para tu bien.

— ¿Ellos… saben?

Grozny miró hacia Karol. Ella los observaba a la distancia, atenta.

—Por supuesto que saben, Andrei.

—Por esa razón se reúnen aquí. Un Vor V Zakone y un policía. Es seguro. Los Vory jamás entrarían a un tugurio como éste. Los Vory jamás hacen tratos con policías. Está prohibido, Grozny. Si se enteraran… León es una perra. Un traidor. ¿O tú eres un policía corrupto? — Andrei negó con la cabeza. Rodó los ojos. — No. Tampoco serías capaz de negociar con un Vor. ¿Cierto?

No necesitó de respuesta. Con solo ver la cicatriz supo que Grozny preferiría morir antes que hacer tratos sucios, con alguien similar al que una vez le quitó la vida a su hermana.   

>> ¿Bajo qué pacto demoniaco lograste que un Vor le diera la espalda a su hermandad?

Grozny observó su copa sudada, casi llena. La bebió toda de un trago.

—Bajo el poder del amor. —Dijo, apuntando con la mirada, a Karol. Quiso adelantarse a seguir saciando su curiosidad, pero Grozny le interrumpió, brusco. —Creo que ya sabes lo suficiente, Andrei. No diré más. Si ganas la confianza de Karol, quizás él te cuente el resto.

Andrei resopló, fastidiado.

— ¿Y qué gano yo en todo esto? — Preguntó.

—Lo más valioso: tu vida.

— ¡Mi vida! —Gimió — ¡Sí, una vida mejor estaría bien! Vivo en una pocilga, al lado de un maldito que disfruta haciéndome enfurecer. Yo coopero contigo, y me esfuerzo, si tú me sacas de ahí.

Grozny le miró sobre el hombro. Asintió casi de inmediato.

—Vivirás en mi departamento. No lo uso con frecuencia, y además tiene dos habitaciones. Eso le aportará más realismo a nuestra situación. Pero espera un tiempo prudente para decirlo. Recuerda que lo que se dijo aquí, no se repetirá. Karol tiene que confiar en ti.

—Y ella viene directo acá. Si vamos a empezar con éste teatro, que inicie ya.

Grozny no esperó que Andrei tomara la iniciativa, y fuera a atacarlo de manera tan… pasional. Se acomodó frente a él y le rodeó con los delgados antebrazos el cuello. Grozny le observó con intensidad, era más precioso de cerca; los ojos grandes y expresivos, tapizados por largas cortinas de pestañas. La boca granate estaba entreabierta, mostrando el filo de los dientes blancos. Sintió la cálida respiración en cada poro de su piel curtida. Andrei sonrió, era la sonrisa más cautivante, los pómulos destacaban más, y unos simpáticos hoyuelos se formaban en las mejillas. Lo besó, y Grozny no se opuso. Respondió con la misma ferocidad.

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer!! :D 


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