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Hey Eddie! por yuukiyuki

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Notas del capitulo:

Es un one shot que escribí para un concurso hace un ratín (un ratín no literal) y me dieron ganas de subirlo aquí :3, es todo cursigayrositaromanticón

a huevo 8D

-¿Qué es eso Edvard?- Ya empezaba… Miré disimuladamente mi reloj de pulsera mientras buscaba mentalmente una respuesta que satisficiera la curiosidad insaciable de mi novio. Últimamente le había dado por empezar a soltarme un montón de preguntas sin sentido a la hora de la práctica.

-Es un ramo de flores- respondí para ganar tiempo, no era una respuesta que le llenara en absoluto, pero el rubio muchachito también se desesperaba si uno no le contestaba con rapidez. 3.30, había empezado puntual.  Él tomó mi mentón con su mano y me obligó a posar la mirada en su rostro, tenía un puchero que merecía la pena ser fotografiado.

-¡Ya sé que son flores!- exclamó Viesna soltándome la cara –Pero ¿Qué clase de flores son?- ¡¿Y yo que diablos iba a saber?!  Cada que empezaba la ronda solía olvidar incluso las cosas que sí sabía, y era que su mirada era tan penetrante, tan eléctrica, todo en su persona era energía y no comprendía como era yo capaz de lidiar con ella.

-¡Edvard, Viesna! ¡Cessa di parlare come un par de señoritas! ¡Es su turno!- Nos llamó el jefe de ceremonias, era un fortachón de casi dos metros al que tampoco había que hacer esperar.

-¡Ya vamos!- anunció él ojimiel levantándome de mi asiento de un fuerte jalón, mientras me arrastraba hacía la pista circular giré levemente la cabeza para comprobar que el resto de la compañía ya se instalaba cómodamente en las gradas para ver nuestro espectáculo esbozando sonrisas anticipadas. Y era que Viesna y yo en las prácticas solíamos dar más función que nuestros 7 payasos.

Me dejó en mi trapecio con una sonrisa alargando unos segundos el acto de soltar mi mano, detrás ovacionaron el acto cual si acabaran de presenciar un milagro. Yo suspiré, simplemente no los entendía.

-¡Bésame!- Exigió mi caprichoso novio con toda la potencia de sus pulmones.

-¡No! ¡¿Para qué?!- me negué haciendo un esfuerzo por zafarme de su agarre y comenzar a subir al trapecio

-¡Porque es de buena suerte!-  me replicó él con su voz de berrinche

-Viesna…- casi sollocé, estaba comenzando a creer que hacía esto a propósito para mantener entretenida a su audiencia, la cual, por cierto, no ayudaba en absoluto, sus “¡Que lo bese, que lo bese!” DEFINITIVAMENTE no ayudaban en lo absoluto. Andrea, nuestro metido-en-donde-no-le interesa-jefe, irrumpió con una estridente risotada los vítores

-¡Bésalo ya muchacho! O nos dará la noche aquí esperando a que empiecen su maldito acto- Miré al castaño con cara de incredulidad. – ¡Vamos! ¡Ni que no quisieras hacerlo!- iba a responder a eso de manera inteligente pero me necesitaban en otro lado, Viesna jalaba de mi playera tan fuerte que terminaría por arrancarme la manga.

 

-¡Bien!- bufé volteándome rápidamente, lo tomé firmemente de la cintura y el rió de regocijo, era un sonido que me podía fascinar, tan dulce, tan maravilloso…como el trino de los pájaros en primavera. Simplemente me llenó de alegría el alma. Giré con el muchacho en mis brazos buscando escuchar de nuevo ese embriagante sonido. Viesna era mas pequeñito que yo y pude dejarlo perfectamente bien escondido detrás de mi persona para que todo el mundo ser perdiera de ese beso que de por si era solo de nosotros dos.

Un decepcionado abucheo general me hizo esbozar una media sonrisa.

-¿Feliz?- musité, el rubio no reaccionó a primera instancia, luego asintió tantas veces y tan fuerte con la cabeza que creí que se la iba a zafar, corrió al extremo opuesto al mio y escaló el poste con una agilidad de gato, en un parpadeo ya estaba en la cima entretenido mirando la carpa amarilla y roja.

Cada que actuábamos no podía evitar volver a ese momento cuando le conocí.

“Definitivamente Rusia no era lugar para tanto sol” Pensé, empolvándome las manos con magnesio.  A la cuenta de tres de Andrea Viesna se soltó al vacío…

Fue cuando ambos teníamos 15 años, estábamos de paso en Rusia y yo en medio de mi tercer descanso no autorizado.

Había descubierto aquel parque la noche anterior y ahora iba a visitarlo para ver como era de día, bastante solitario fue una definición acertada. Me senté en una de las descuidadas bancas color verde a respirar el gélido aire de la mañana, y entonces apareció él, de la absoluta y completa nada, sin que yo lo notara llegar.

-¡Eddie! ¡HEY EDDIE!- me llamó Viesna, se estaba aburriendo de balancearse solo, ¿Cómo era posible que ni siquiera me dejara tener un lindo flash-back en paz?  Me colgué del trapecio en el momento justo en que él soltó el suyo dando una vuelta en el aire antes de dejarme atraparlo. Tan suelto, tan perfecto como siempre.

-¿Qué quieres ser de grande Eddie?- me preguntó, igual que la primera vez que habló conmigo.

-Tu esposo- respondí, dejándolo para que volviera a atrapar su trapecio escuchándolo reír a carcajadas.

“¿Tú qué quieres ser de grande?” me preguntó esa vez, se había sentado a mi lado, demasiado cerca tomando en cuenta que yo era prácticamente un extraño.  Comía un helado multicolor que apenas y le hacía competencia a su ropa, un chaleco magenta con lunares amarillo pollo, debajo una playera azul vibrante y la cereza del pastel eran sus pantalones rojo carmín. Armonía no debía ser un concepto que figurara en su diccionario. Era como ver un arcoíris andante –Yo quiero ser un hombre-pájaro- respondió él solo a su pregunta, ni siquiera se había cuestionado si yo podía entender su idioma, era simple suerte que, de hecho, si lo hiciera. El mio era un ruso de inmigrante ilegal (lo sigue siendo) y no sonaba tan delicioso como el suyo, pero al menos entendía lo básico.

-¡¿Cuántas estrellas hay en el cielo, Eddie?!- me preguntó a gritos eufóricos con una ancha sonrisa, extendiendo sus brazos de nuevo hacia mi, confiado, enamorado, me contagiaba toda esa emoción infantil

-¡¿Qué importa si tu eres la que mas brilla?!- contesté, ahí empezaba el espectáculo que querían ver, el deseo nos hacía veloces, nos apresurábamos a acortar el tiempo que nos alejábamos, para volver a tocarnos la piel, era mi turno de dejarme a su voluntad.

Viesna prosiguió a contarme sin tapujos que su madre se había provocado una sobredosis con antidepresivos porque amenazaban a expulsarlo de la escuela si no se comportaba, si no maduraba.

Cuando era niño, de 6 años mas o menos, me dijo, en su salón querían ser abogados, doctores, bomberos, maestros, y él, él quería ser un hombre-pájaro. ¿Cuál era el problema? Que habían pasado 9 años desde entonces y él aún quería ser un hombre-pájaro.

Segundos después su sonrisa se quebró y el rompió en llanto, hundió su cabeza en mi hombro y me abrazó con fuerza descomunal, yo no entendía que demonios le pasaba. – ¡Nadie lo entiende! …¡¿De qué me sirve saber tres idiomas?!  ¡Hacer perfectas ecuaciones, saberme la mitad de los países del mundo, la tabla periódica, los estados de la materia! ¡¿SI NO ME GUSTA?!- moqueaba y sus ojos habían enrojecido terriblemente, el helado había terminado por caerse. –Ellos están mal…- susurró limpiando su nariz. No se lamentaba de que su madre ahora fuera un vegetal en el hospital, ni de que en la escuela no lo soportaran, ni en su casa ni en ningún lado, lloraba porque los demás estaban mal, y él no.

Pensé que había conocido al ser más ególatra, mimado, idiota y caprichoso del planeta

3 años después sigo en lo correcto. La diferencia es que ahora esas defectuosas cualidades me traen golpeando con la cara la banqueta.

-¡Grande Finale!- nos apuró Andrea con su voz grave desde abajo, ya nos habíamos alargado demasiado.

-¡¿Listo?!- preguntó el rubio, asentí con la cabeza, ya no podíamos hablar, la cosa requería concentración.

Sonó el redoble de tambores.

-¿Qué es un hombre-pájaro?- fue lo que atiné a preguntarle. Viesna dejó de lloriquear, mirándome atónito, como si fuera un crimen imperdonable que no lo supiera.

-Son los que hacen piruetas en el aire en el circo ¡con sus trajes de muchas plumas de colores!- me explicó. Yo le dije que no todos los trapecistas se vestían así, porque les quitaba libertad de movimiento, solo había un circo que lo hacía y era algo así como el padre de todos los circos, con tanta experiencia que todos los demás, viles circos mortales, les besábamos los pies.

El ojimiel guardó silencio un segundo. Luego su rostro enrojeció violentamente, no se si por la vergüenza de equivocarse o por la ira de ser corregido. Fuera lo que fuese, me soltó una cachetada en la mejilla, me tachó de imbécil, luego se disculpó, me besó el cachete, dio media vuelta y se fue.

Seguí sin saber que carajo había sucedido.

Mi fulgurante novio tomó impulso y, sin dudar ni un momento hizo un doble salto mortal que provocó los aplausos de siempre. Alcancé a sujetarlo sólo para soltarme yo también y caer juntos en la red elástica. Riendo.

Esa noche asistió al circo solo. Sentí su mirada fija en mi todo lo que duró mi acto. Esa noche esperó a que se vaciara el circo, en medio del ruedo me dijo que me amaba, y que, cualquiera que fuera la siguiente parada del circo, iba a ir conmigo. No me estaba preguntando, no me estaba pidiendo permiso, ÉL IBA a ir conmigo. No pude decirle que no.

Nos abrazamos en la red y nos besamos, exhaustos, pero felices. Aceptar secuestrarlo seguía siendo la mejor decisión que había tomado nunca.

-¿Me amas, Edvard?- preguntó enredándome los brazos al cuello, sus ojos, miel líquida en esos momentos, anhelaban, suplicaban por una respuesta. Solo eso le faltaba para que el corazón terminara de estallarle de gozo.

-Con toda mi alma y cuerpo – musité suavemente a su oído.

-Si bueno, los jodidos amantes vayan y repítanlo todo de nuevo, cuantas veces les tengo que decir que aunque sea un ensayo no se dejen caer antes de tiempo. ¡Idiotas!- Becha se partió de la risa.

Notas finales:

y fin :B

Aunque se pronuncie Viesna se escribe k4;kl9;l5;k2;, significa "primavera" en ruso


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