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El aire huele a pólvora por 404

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Notas del fanfic:

Dedicado a la señora panqueques, Café Amargo para todos, porque fue ella la que me incursionó al fandom, embrujándome con este par de bribones y animó considerablemente a publicar esto. He de admitir que el cuento iba encaminado a otro espacio, más personal y conflictivo, pero después lo pensé y comencé a instalarme aquí.

Oh, sí, de alguna forma no pude colocarlo en el resumen, pero vengo fuertemente acogida por la esencia de X-MEN. Un universo alterno fiel, espero. Aunque, bueno, eso iré tejiéndolo poco a poco. Tap tap tap

Inspirada en la corta vida de Haku, cuyo pasado y palabras siguen tatuándomelo en mi memoria como uno de los personajes más encantadores de la serie.

Agradezco la visita de aquellos que han entrado. 

PRÓLOGO

Todo empezó cuando sus padres salieron de casa y escuchó gritar a su madre desde el patio. Itachi, sabiendo lo que ocurría, se levantó del sofá corriendo rápidamente hasta las escaleras, escalándola a trompicones. La boca se le abría en un compás jadeante, corto y vertiginoso, filtrándose en ecos hasta las esquinillas sombrías donde el ocaso se negaba iluminar.

Itachi dobló en una esquina y se sumergió en el pasillo oscuro del fondo, abriendo la puerta de madera metiéndose dentro. Con la opaca luz naranja que entraba por la ventana, observó a su hermano de siete años sobre la cama; en la misma segura posición que lo habían dejado sus padres antes de irse. Un brillo escarlata le encendió los ojos.

Avanzó veloz, deslizando los pies pálidos y desnudos en la alfombra peluda y oscura. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la cama, estiró los brazos y sujetó a Sasuke con delicadeza, tratando de la mejor manera posible no despertarlo. Entonces se apresuró al salir de la recámara, congelándose en las penumbras por un instante.

El corazón de Sasuke lo tranquilizó. Era tanta su paz, su constancia y calidez. Ajena e inocente al ruido que poco a poco se aproximaba a desgarrarlo todo. Sonrió acariciándole la mata negra y ondulada que cubría su pequeñísima cabeza. A fin de cuentas, pensaba en su amargura, ¿cuándo podrían estar nuevamente así?

Un silencio denso lo sosegó, silente como si hubiera quedado sordo. No sabía si era algo bueno o malo que sus padres no hubieran regresado o al menos, dieran señales de seguir vivos. Siguió estático por un par de minutos más, e inquieto de pronto por la eterna mudez, caminó a paso raudo hasta el ático de la casa, casi tropezándose con el niño en brazos cuando todo estalló, los gritos regresar con el doble de fuerzas y la puerta principal se abrió violentamente, chirriando como desalmada.

 

Sasuke se agitó en su abrazo, asustado, temblando confuso.

—Tranquilo, aquí estoy.

Inconscientemente lo apretó, sintiendo el cuerpecito cálido, adentrándose en el matorral de cosas viejas que su madre había recolectado y abandonado en el ático. Era el lugar perfecto para esconderse.

—¿Qué sucede?

Sasuke vio cómo su hermano lo escondía debajo de unos baúles y lo enrollaba entre unas mantas polvorientas. Se asustó porque Itachi, pese a la sonrisa que le regalaba, se notaba nervioso y sus manos temblaban mientras le acariciaba la cabeza. Tenía miedo.

—Quédate aquí. No hagas ruido.

Después de una sonrisa más franca que la anterior, Itachi salió a ciegas por el camino que suponía habían pasado antes. Las telas blancas de velo brillaban como las telarañas en los bosques oscuros. Agudizó el oído y su pecho latió con fuerza, escuchando unas pesadas pisadas clavándose en los escalones. La sensación de miedo se intensificó, fertilizada por la oscuridad y esas extrañas cosquillas que sentía a lo largo de la cara, como si algún insecto estuviera caminándole sobre la piel. No iba a gritar. Su hermano le había ordenado que no lo hiciera.

De pronto, una inexplicable mudez lo intimidó, haciendo sus oídos zumbar, dándole una sensación de sordera. ¿Qué estaba sucediendo allá fuera?

—¿Dónde está tu hermano?

Sasuke se exaltó, abriendo los ojos hasta el tope. Esa voz fría y muerta nunca la había escuchado en su vida.

—No está aquí.

El hombre pareció reírse y Sasuke se hundió más en su escondite.

—No mientas, niño —escuchó la voz amortiguada más cerca, subiendo lo que restaban de escalones. Unos pasos casi inaudibles al fondo le dieron a entender que no era el único desconocido que pisaba la casa en donde vivía—. Haz las cosas más fáciles, ¿quieres? No tengo tiempo para perderlo contigo. Hay más personas que deben registrarse.

—Estoy solo —insistió Itachi, con la voz seria y práctica que hacía enorgullecer a su padre. Sasuke cerró los ojos con fuerza y casi gritó cuando escuchó el sonido de una bala perforando el techo de su casa. Algo impactó contra el suelo después, algo parecido a un costal de patatas.

—¡Lleven a ese niño con sus padres y registren la casa! ¡Si encuentran a su hermano, mátenlo!

Otras balas más penetraron las paredes y Sasuke se creyó capaz de olisquear el fuerte y desagradable olor a pólvora. Escuchó puertas abrirse, cosas romperse y gritos perdiéndose entre tanto caos. Tenía miedo, mucho miedo. Su cuerpo temblaba acompañado por sudor frío y casi podía jurar que le castañeaban los dientes.

No gritaba, y no solamente porque su hermano se lo había pedido, sino porque no podía. Su garganta estaba cerrada y las lágrimas seguían mojándole las mejillas y el cuello de la camisa.

—¿Y bien? —habló el hombre de la voz muerta después de varios minutos—. ¿Lo encontraron?

Sasuke apenas oía lo que decía, como si se encontrara al fondo de una bañera llena de agua.

—No, señor. Pero encontramos ropa y fotografías. El niño existe.

—Por supuesto que existe —apostilló—, y probablemente esté maldito también.

No alcanzó a escuchar algo más. El grito agudo de su madre y después el sonido ensordecedor e inconfundible de las balas fue lo único que ocupó su cabeza. La gente extraña salió de la casa y la balacera empezó de nuevo, filtrándose en sus tímpanos hasta hacerlo desear arrancarse la orejas.

Palabras perdidas le taladraban.

—¡Que no escape!

—¡No mires sus ojos! ¡Es un niño maldito!

—Mátalo, ¡está escapando!

—¡Dispárale en los ojos!

—¡No!

¿Qué pasaba? ¿Quién se había escapado? ¿A quién querían matar? ¿Por qué? ¿Su madre se encontraba bien? ¿Itachi, su padre? ¿Qué ocurría?

No quería pensar que alguien cercano había muerto. No, no deseaba que su madre y padre junto a su hermano lo estuvieran. Quería creer que alguien había prendido la televisión y apretado accidentalmente el botón del volumen hasta lo más alto. Deseaba que todo fuera parte de una pesadilla.

—¡Niño! —escuchó que le llamaban desde la plata baja y sólo apretó los párpados aún más. Itachi dijo que no hablara, que no se moviera. Itachi era inteligente. Sabía lo que hacía. Sabía lo que le decía.

—¡Sal de donde estés!, ¡Es tu última oportunidad!

Itachi dijo que guardara silencio. Itachi dijo que no se moviera. Itachi…

—¡Te lo advertimos!

Los gritos de la muchedumbre protestante lo alertaron, oyendo por accidente palabras atropelladas que, aparte de los gritos llenos de malas palabras y maldiciones, le resultaban confusos. ¿Qué pasaba? ¿Debía bajar como ese señor se lo ordenaba? ¿Su hermano estaría arrepintiéndose de lo que le había dicho? ¿Por qué estaban gritándoles de esa manera? ¿Por qué su madre de pronto había dejado de hacerlo? ¿Se habría desmayado? Y su hermano, ¿a dónde lo habían llevado? ¿Por qué no subía por él?

—¡No lo hagan! —rugió alguien de fuera, armando un alboroto que le sacó un escalofrío más profundo—. ¡Es un niño! ¡Todavía no cumple los diez años!

Gasolina líquida se derramó en el suelo alfombrado y sobre los preciosos muebles de cojín y madera oscura. Incluso bañaron las fotografías pegadas en la pared y los pasillos del segundo piso. El gentío en la calle gritaba, pero no escuchaba a su madre ni a su padre, perdidos quizás entre tantas voces. Itachi no gritaba bajo ninguna circunstancia, por eso no lo echaba de menos. ¿Debía salir?

¡Cerillos! ¡Traigan cerillos! ¡Quiero la casa oliendo a gasolina, bañen todo lo que vean!

Sasuke se zangoloteó en el escondite, quitándose las mantas viejas de encima y apartando los baúles de su camino. Si pedían cerillos, era por qué iban a quemar la casa con él si no salía pronto. El olor a gasolina lo ahogaba.

Tropezó varias veces contra el piso, raspándose las rodillas y la cara, pero no desistió hasta llegar a la puerta. Cuando lo logró, quiso llorar: estaba atorada. Itachi la había cerrado con llave desde el otro lado. El desconsuelo lo asaltó cuando vio el fuego naranja y rojo iluminando de lejos la hendidura inferior de la puerta. El incendio había comenzado tragando el primer piso, derritiendo todo a su paso.

Con las rodillas temblando, corrió hasta la pared del fondo, palpándola con desesperación, buscando una ventanilla escondida o un agujero que lo ayudara salir de lo que se había convertido de pronto su escena de muerte. Hacía muchísimo calor, el humo estaba por entrar y las llamas mordían la puerta con una espantosa rapidez. No podía dejar de gritar y el dolor de la pérdida se profundizaba, porque pensaba en su hermano y sus padres.

Sasuke quería creer que Itachi iría por él, que los cuatro escaparían y vivirían en los bosques junto a las hadas que su madre adoraba dibujarle en hojas de papel perfumado. Pero no fue así y el techo cayó crujiendo en el piso, arrastrándolo al infierno de llamas que se comía la casa desde abajo.


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