Hilo Rojo
.
.
By: Eustass Law.
.
.
.
– Dragon. – nombro suave y tan cálida como siempre había recordado el nombrado. – ¿He sido buena esposa?
Sostuvo su mano con firmeza, ocultando su rostro en la palma.
– Lo has sido Yushiko.
– Dragon. – musito. Ladeo el rostro siguiendo el sonido de su voz, ya no alcanzaba a verlo. – ¿He sido buena madre?
Por instinto el azabache se aferró más al bulto que yacía en su brazo izquierdo.
En ese punto el hombre ya no contenía las lágrimas, dejándolas fluir con libertad.
– Si. – susurro y, se odio a si mismo por el tono de voz tan lamentable que ocupaba. – No habrá mejor madre, Yushiko.
Sabo había conocido a Portgas D. Ace por coincidencia.
No lo había conocido en uno de los eventos de los que sus padres presumían asistir todo el tiempo, no lo había conocido en la guardería para niños dotados a la que estaba siendo presionado a asistir, no lo había conocido como hijo de algún millonario con el que sus padres le forzaban a entablar una amistad falsa.
Lo había conocido por simple casualidad.
A sus tres años de edad estaba comprometido a lecciones extracurriculares y estudios, era ridículo. Hacía tiempo había comprendido que aquello no eran actividades propias de un niño de su edad, tras descubrirlo también interpreto que él no era un niño normal, o más bien no actuaba como uno.
Con esos pensamientos rondando por su mente esa tarde de un frio otoño se había escapado de su morada. Camino sin rumbo fijo y finalmente se había perdido.
No se sentía mal y mucho menos sentía añoranza como los demás niños de hallar a sus padres, todo lo contrario, calculaba el tiempo en el que sus padres se darían cuenta de su ausencia y montarían toda una escena por encontrarlo.
Así tan sumido en sus pensamientos había llegado hasta un parque que a plena vista lucia abandonado. En el no habían más personas que un niño que se balanceaba solitariamente en uno de los columpios.
Tomo lugar en el columpio a su izquierda y se balanceo a su mismo ritmo.
– ¿Eres una especie de idiota?
Ladeo el rostro curioso, mirando la fachada del interlocutor por primera vez, mas detenidamente. Expresión enfurruñada, pecas, nariz arrugada quizá producto de estar molesto y ropas considerablemente sucias.
– Con esa mirada perdida debes serlo. – respondió adelantándose.
– Soy Sabo.
– No te lo he preguntado. – contesto de mala gana.
– ¿Cuál es tu nombre?
– No te incumbe.
– ¿No tienes nombre?
El niño frunció aún más el ceño.
– ¡Cállate! – Exploto por fin – Me tienes hasta los cojones.
– ¿Hasta qué…?
– ¡Los cojones! ¡Los malditos cojones! ¡En verdad que eres idiota!
Sabo pareció meditarlo.
– No comprendo. – admitió y, resonó el sonido del golpe que el azabache se había dado en la frente por tanta estupidez acumulada en una sola persona.
– Que idiota. – Musito molesto – Ace.
– ¿Ace?
– Ace, es mi nombre.
Esa tarde había descubierto un par de palabras bastante interesantes. Portgas era conocedor de bastantes palabras de las que no había oído nunca y según le había aconsejado no era bueno mencionarlas frente a los adultos.
– ¿Por qué no? – había preguntado curioso.
Sus pies se balancearon distraídamente.
– A saber, ellos las dicen a menudo pero no quieren escucharlas cuando un niño las dice.
Había tomado nota de su sugerencia, mantendría su vocabulario como estaba.
El día siguiente había sido como el anterior, había caminado hasta el parque de tarde y del mismo modo se había encontrado con Ace, esta vez se encontraba haciendo lo que suponía era un castillo de arena.
– ¿No se dieron cuenta que te habías escapado? – Pregunto incrédulo – Sabo ¿estas jodiendome?
– No. – Ni se había inmutado por su forma “vulgar” de expresarse – Creo que en verdad no les importo.
– Detesto a los adultos. – confeso de repente Portgas.
Sabo le observo curioso.
– Lo sé. – Ya había escuchado de eso el día anterior – Yo igual.
Los días pasaban lentos y tranquilos. Sabo iba todos los días a la misma hora al parque. Ya habían pasado cerca de dos meses desde que concurría el lugar. Esa tarde no había sido la excepción.
Esa tarde en particular se había topado con una escena bastante extraña, si, su amigo estaba allí como de costumbre pero no contaba con que la cosa que estaba en sus brazos estuviese allí.
– Ace. – Llamo con la voz temblorosa – ¿De dónde has sacado eso?
– Estaba en mi puerta, lo vi cuando estaba viniendo para acá. – contesto simplemente – Estaba en una caja de madera con todas estas mantas y un papel encima, pero no entiendo que dice.
Sabo echo una mirada a su alrededor, por suerte el niño se había traído consigo la dichosa caja. Tomo el papel y lo desplego. A diferencia de Ace él ya había aprendido a leer.
– Padre, te dejo a cargo de Luffy, atentamente Dragon. – cito y cuando hubo terminado poso su mirada en el pequeño que estaba en los brazos de su amigo.
– ¿Tu abuelo conoce un dragón? – inquirió Sabo confundido.
– Aparentemente. – murmuro.