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Derrotado. por Cerezza

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Notas del fanfic:

TÍTULO: Derrotado.

AUTOR: Cerezza.

GÉNERO: Romance, Semi-angst, ¿Fluff?.

ADVERTENCIA: OOC, leve lime, uso indiscriminado de guiones.

CLASIFICACIÓN: Pg-10.

FANDOM: Prince of Tennis.

PAREJA: Sanada Genichirou x Yukimura Seiichi. Alpha Pair. 

RESUMEN: Yukimura pensaba que su tenis era perfecto. Los halagos lo elevaron tanto, tanto que cuando la realidad reventó su burbuja ficticia, nadie pudo evitar el golpe que se dio al caer, pero si hubo alguien que lo pudo consolar. 

DISCLAIMER: Personajes pertenecientes a Konomi Takeshi y asociados.

 

-

 

            CAPITULO ÚNICO.

 

¿Acaso no decían siempre que éramos los afortunados?

Supongo que lo fuimos una vez, cariño, lo fuimos una vez

Llegará el momento que la suerte te abandonará, pues es una amiga infiel

Pero al final, cuando la vida te deprima

Tienes a alguien aquí, a quien puedes abrazar.

Así que aférrate a mí fuerte, aférrate a mí muy fuerte esta noche,

Somos más fuertes juntos que por separado

Así que aférrate a mí, no me dejes ir.

(Hold on.)

 

 

            Al final el tan esperado día estaba a la vuelta de la esquina.

Todos en el club de tenis sabían que Yukimura Seiichi había esperado durante casi un año el encuentro que le había quitado el sueño más de una noche y que lo estimulaba a entrenar y entrenar más cuando el resto estaba demasiado cansado para seguir sus exigencias. Era casi como un desafío personal que lo tenía clavado tan firme en el corazón que no se permitía siquiera tomar un descanso, porque su cuerpo podía estar adolorido, pero no su espíritu.

Haber estado alejado de las canchas, habían ocasionado que se sintiese sediento por una victoria, la que tendría un mejor sabor si la tomaba de manos de Echizen Ryoma, pequeño y arrogante freshman que fue capaz de derrotar al hombre que se enorgullecía de llamarse su mano derecha. Mención aparte era el hecho que, gracias a Yanagi, tenía conocimiento de la larga lista de triunfos que tenía en un país extranjero y el ansiaba, arrebatárselos.

Cuando el delicado peliazul tuvo aquellas crisis propias de la enfermedad que padecía, algo había calado hondo dentro de sí. Nadie lo vio venir, porque resultaba casi un pecado llegar a pensar que el tan afamado Kami no Ko, se viera afectado por un padecimiento tan hostil y severo como ese.

Yukimura nunca se pudo perdonar ser presa de ese mal y abandonar a su team justamente el año más importante para todos. Y por más que lo había intentado, tampoco podía condonar tan fácilmente a Sanada, pues le había entregado algo tan sagrado como la capitanía y no fue lo suficientemente bueno para guiar al equipo hacia el triunfo. Sabía que podía confiar en el moreno y definitivamente lo consideraba la persona más adecuado para el cargo de reemplazo, pero se sentía tan decepcionado de su mediocridad, que aún ahora, le costaba mirarlo a los ojos. Era sencillo, mientras él luchaba por su vida en una sala de quirófano, el muchacho de gorra no había podido derrotar a un simple freshman. Independiente a su historial, era Sanada, siempre caracterizado por ser fuerte, ambicioso y ligeramente cruel al vencer a otro. Sanada perdió contra un mocoso altanero. Algo estuvo mal ahí. Y no quería ser egocéntrico, pero Yukimura estaba completamente seguro que ese algo era él.  Quizás eso también lo alentaba a ansiar más y más el encuentro, hasta el momento pocos eran capaces de enfrentarse al imponente estilo de tenis de su mejor amigo.

Independiente a los errores de Sanada y contra todo pronóstico, RikkaiDai, los reyes de las canchas, habían perdido y eso era algo que Yukimura aún no podía tolerar. Sabía que había pasado, pero se negaba aún a aceptarlo, porque era simplemente inaceptable. Inadmisible, tanto para él como jugador y persona, y para el resto, como sus amigos.

 

— Vamos, vamos, señoritas— gruñó con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras miraba a todo su club practicando en plena tarde soleada— están practicando el swing, no tratando de matar mosquitos. — se giró para ver al grupo de segundo, pero no dio ni dos pasos, cuando retrocedió lo andado y le dio un manotón a Niou en la cabeza— Te he dicho hasta el cansancio que no hagas muecas a mis espaldas.

— Puri~. Pero si no he hecho eso.— gruñó el albino, poniendo sus brazos como jarras a la altura de su cintura, la raqueta sujetándose entre ella y una extremidad— Estás completamente paranoico, ¿por qué no te tomas un descanso?— se sobaba distraído el lugar resentido.

— Me tomé uno, querido Niou— se dio vuelta completamente para encararlo con fuerza, y aunque midiesen prácticamente lo mismo, el peliblanco se sintió mucho más pequeño ante la personalidad avasalladora de su capitán— Lo tomé y, ¿sabes qué recibí? — miró alrededor, a su team regular y a uno que otro curioso que no pertenecía al grupo. Ante el silencio incómodo de su amigo, elevó la pregunta al resto— ¿Alguno sabe qué encontré después de ese respiro que tomé obligado? ¿Uh?

 

Para el peliazul no pasó desapercibido el semblante embarazoso que lucían todos los que jugaron esa final en el Torneo de Kantou, sobre todo en aquellos que perdieron horriblemente. Yanagi, que siempre lucía elegante con su esbelta figura y el mentón elevado, parecía muy interesado en mirar sus zapatos deportivos impecables y ni siquiera había hecho ademán de tomar su libreta de notas y contestar las palabras del peliazul. Akaya era otro cuento, dependiendo del día podía comenzar a lagrimear por haber decepcionado a la persona que más admiraba o podía evolucionar al modo demonio y exigir un partido, que una y otra vez, perdía sin cambiar mucho el marcador.

Yukimura afiló la mirada, cuando sus ojos recorrieron al team y se clavaron con cizaña en la forma viril de quien es su amigo más antiguo. Si había algo que le molestara más que perder, era la pequeñez con que se tomaban las mismas. Había perdido la cuenta de cuantas veces el muchacho de gorra se había disculpado, pero no iba a tranzar: podía repetir una y mil veces más lo mismo, pero en el fondo, Seiichi que era tan bueno para leer a las personas, sobre todo aquellas más cercanas, sabía que Sanada había aceptado su derrota, porque sencillamente pensaba que no estaba a la altura de Echizen. Y eso… eso era una realidad que le hervía en el pecho, haciendo combustión y alterando todos sus sentidos.

 

— Yu-Yukimura— el fukubuchou intentó llamar su atención para alivianar un poco el ambiente que se respiraba, pero bastó sólo encontrarse con los azulinos ojos del otro, para entender que nadie podría calmarlo.

— Oh, Sanada— susurró calmadamente, pero con mirada asesina— Quizás tú podrías recordarle a todos qué sorpresa me tenían cuando volví de la sala de operaciones, ¿no?. Despues de todo, has sido el mayor responsable de ello.

— Seiichi creo que deberíamos volver al entrenamiento. Los muchachos de primero están nerviosos, si quieres puedo ocuparme de ellos mientras vas a tomar algo— Yanagi se había puesto estratégicamente delante del capitán para terminar el contacto visual que tenía con el otro. Pero en vista de que su acción no parecía surtir el efecto deseado, pues Yukimura impedido de fulminar a Sanada, movió su ataque hacia el resto de regulares, masculló bajo su respiración para quien lograse oírlo— La probabilidad de que Yukimura asesine a alguien, basada en su conducta, es cerca de un 83% y sigue ascendiendo un 0,5% por segundo.

— Me entregaste una condecoración de plata. ¡De plata, por todos los cielos! — El peliazul apretó con fuerza los puños a sus costados y con los labios rígidos mando a todos de vuelta al entrenamiento, a la par que se daba la vuelta e iba a calmar el revoloteo que armaban los menores al oír el estallido de su superior.

— Pero buchou… ¡Uf!— algunos imprudentes como Niou y Kirihara resoplaron frustrados, haciendo malas caras, pues sentían que se les caería el brazo si volvían a hacer aquel movimiento con la raqueta.

— No sé qué demonios estaba pensando cuando me uní a este club— el albino se pasaba el revés de su camiseta deportiva quitándose el sudor acumulado sobre la zona del bozo— Un campo de concentración debe ser el paraíso comparado con esto. ¡Tche!. Yeahgyuu si llegó a morir podrás quedarte con todos mis disfraces, sólo si prometes que cuidaras de ellos.

— No creo que sea el momento de bromear, Niou-kun— se arregló nervioso las gafas de lente opaca, haciéndolas reposar nuevamente sobre el puente de la nariz que masajeó un buen momento, sobre todo, porque de reojo veía que Yukimura se había detenido en su avance hacia los freshman y estaba tan quieto que seguramente escuchaba todos los comentarios después de su explosión. El albino, como es de suponer, mucho caso no hizo, continuando sus reclamos entre dientes revolviéndose el cabello.

— Siento que podría cerrar los ojos y quedar en estado vegetal— gruñó Jackal apoyado pesadamente sobre el hombro de su compañero de dobles al cual se le doblaban las rodillas por el peso extra sobre su frágil forma. Bunta medio se quejó, pero estaba tan corto de aire que sólo un sonido gutural abandonó su garganta. A su lado, Kirihara lo rodeó por la cintura, para ayudarlo a mantenerse en pie— Sí, definitivamente. No volver a despertar sería un buen escape a toda esta tortura.  

— Ninguno de ustedes va a renunciar— Yukimura había retrocedido, iracundo. Su casaca ondeaba levemente por una brisa suave que también le revolvió los cabellos, pero que no enfrió su temperamento— Un miembro del club de tenis tiene hoja de inscripción, pero no acepto la de dimisión. No tienen permitido enfermarse y menos morir. Por lo menos mientras yo esté al mando. Así que ir moviendo esos cuerpos flojos y débiles para continuar la práctica. Si ya no quieren menear la raqueta como nenas, pueden ir a correr— algunos movieron la cabeza, sopesando la opción, más aliviados de poder hacer otra cosa que no fuese repetir lo mismo que habían hecho las últimas dos horas— alrededor de la manzana. ¡Ahora!.

 

 

 

 

Sanada Genichirou despertó entre un sopor de calor, sudor y confusión. La alarma a su lado aullaba furiosa mientras marcaba las 04.01 am, hora en la que habitualmente se levantaba más que dispuesto a meditar. Se revolvió los cabellos mojados y apagó suavemente el despertador.

Ceremoniosamente removió las mantas manchadas y colocó los pies desnudos sobre el suelo helado, mientras las manos se colaban por entre sus cabellos azabache, sacudiéndolos con suavidad, pero también con desesperación.

La situación estaba comenzando a hartarlo. Soñar, eyacular, lavar. Si seguía así, lo más probable era que no llegase vivo al final del curso. Las horas de sueño se habían convertido en escenas sensuales que pasaban una y otra vez por su cabeza, por lo que no podía decir que exactamente descasara mientras dormía.

Su meditación había sido últimamente pobre e inútil, en cuanto comenzaba no podía dejar de pensar en todo lo que fantaseaba su mente, imaginando tales cosas, y a su cuerpo, sintiéndose tan bien gracias a ellas.

Mantener el ritmo de entrenamiento de tenis se había vuelto casi una tarea titánica: por una parte sentía que las fuerzas y el vigor estaba menguado de su cuerpo debido al poco descanso y, principalmente, porque en dicho club estaba también el protagonista de los sueños húmedos más candentes que estaba teniendo.

Sanada no se consideraba un pervertido. Había leído bastante y tenía el conocimiento necesario para saber que esto sólo era una etapa de la adolescencia y que tendría que lidiar con ella un par de años más, o por lo menos, hasta que tuviese el control completo de su cuerpo y reacciones, pero sentía que poco a poco, el asunto se estaba escapando de sus manos, figurativamente. No había podido hablar con alguien de confianza, más porque cuando lo intentó con Yanagi, se le apretó el pecho y al grito de tarundoru salió corriendo lo más lejos que pudo del Data Master. Y cuando quiso preguntarle a su familia, recordó oportunamente que estaba prohibido en su morada pronunciar la palabra sexo. Sanada sospechaba que si comentaba algo sobre dos personas de igual sexo, no sólo se ganaría un sermón, sino también una paliza.

Así que ahí estaba, sentado en medio de la oscuridad, pensando en  el ser que era dueño de todo su cuerpo, alma y corazón: Yukimura Seiichi. Pero claro, el Hijo de Dios no tenía la culpa de ser tan delicado y atractivo. No debía ser acusado por tener ese cabello suave y tampoco por usar siempre esa fragancia a lavanda que parecía estar grabada en su nariz. No, no, no. Prefería dejar a Yukimura y su voz de ensueño, lejos de todo este problema. Apartar a flamante buchou y sus piernas delgadas pero trabajadas de todo. Mantener al margen al peliazul y a sus suaves ademanes o ignorar de frentón su voz demandante cuando estaba dando órdenes en las prácticas.

Sanada descubrió por milésima vez que pensar en Yukimura era contraproducente: analizarlo no lo calmaba, sino que lo encendía y eso demostraba el prominente bulto en su pantaloncillo de dormir manchado. Se echó de espaldas a la cama, maldiciendo entre dientes.

Una mano impertinente se coló entre sus ropas, mientras se colocaba una almohada sobre la cara intentando sofocar sus gemidos o morir en el intento. A estas alturas, cualquiera de las opciones le venía bien.

Si era sincero, Genichirou se enteró que sentía cosas por su amigo, cuando la llamada pubertad tocó a su puerta y sus apaciguadas hormonas comenzaron a alterarse irremediablemente mientras jugaba contra un determinado a ganar Yukimura. Un muy sudado Yukimura. Se mordió el labio para acallar el graznido que quería subir por su garganta, aumentando el ritmo con el que movía su mano sobre su propio cuerpo ardiente, casi al borde de la culminación.

No le dedicó mucho tiempo ni le dio vueltas porque era su amigo o porque era un hombre. Era simplemente Yukimura, la persona que le llenaba el alma con una sonrisa y el que pudo quitársela cuando le gritó atrocidades en la sala de recuperación del hospital al momento de comunicarle la fatídica derrota.

Era triste pensar en eso, caviló luego que el éxtasis hubiese abandonado su cuerpo. Con certeza, Sanada había querido ganar, porque haber triunfado no sólo iba a significar que RikkaiDai conquistara la copa de Kantou por tercera vez consecutiva, sino que también era la señal que necesitaba para confesarse. Lamentablemente, las cosas no habían salido como esperaba y su oportunidad de declararse se había esfumado como la medalla de oro que se supone tenía que entregarle a su capitán como recuerdo del triunfo, no sólo en las canchas, sino también sobre su enfermedad.

Y aunque Sanada había entregado muchas disculpas a Yukimura siempre disfrazadas por su derrota contra Echizen, mezcladas con ellas de igual forma iban las que no podía pronunciar abiertamente por su falta de valor para pedir la correspondencia a sus sentimientos.

Se giró hacia su costado y sin querer, se volvió a dormir.

Despertó con un toque suave en la puerta de la habitación y escandalizado comprobó que le quedaban escasos treinta minutos para llegar al entrenamiento matutino. Negó el desayuno de su madre y mientras se bañaba, pensó que hoy tampoco sería el día adecuado para acercarse a Yukimura y hablarle de sus gustos, pues lo más seguro es que llegaría tarde, lo que era un horror al no ser un comportamiento muy común de parte de un miembro de la familia Sanada.

Cuando alcanzó las canchas, Yukimura ya vestido en su conjunto deportivo, lo esperaba casi echando fuego por los ojos. Sus labios formaban una línea recta muestra de su disgusto, así como también su mirada afilada, coronados ambos con el entrecejo fruncido y, en conjunto, formaban la imagen perfecta de un furioso buchou.

Y eso, eso en realidad no era bien recibido por el pelinegro. No porque odiara lidiar con el peliazul y su enojo, sino porque este Yukimura era el que más le gustaba. Fuerte, decidido y tirano, pero también, delicado, elegante y soberbio. Sanada anticipó que la práctica sería un infierno, porque la cuenta regresiva ya estaba muy avanzada, ocasionando que el despotismo y exigencia del Hijo de Dios se descontrolaran, tanto o más que sus hormonas. Porque realmente, algo debía hacer para evitar que su mirada se perdiera irremediablemente en las blanquecinas piernas de su mejor amigo.

Cuando Bunta, el menos resistente del team, se desmayó en mitad del partido, el Koutei supo que tenía que tomar cartas en el asunto. Yukimura ni siquiera se había inmutado, había caminado hacía el caído y estaba murmurando entre dientes mientras vaciaba, sobre la destruida forma del pelirrojo, un poco de agua para despertarlo.

 

— Jackal: lleva a Marui a la enfermería, acompaña…

— Creo que el capitán aquí soy yo, Sanada. Marui no va a la enfermería ni a su casa hasta que termine el juego. Estamos trabajando en su resistencia y ha fallado. Le advertí, antes de comenzar, que si fallaba tendría que hacer todo de nuevo.

Tche, buchou— Akaya estaba junto a Jackal intentado resolver como tomarían a su compañero para levantarlo del suelo— Marui-senpai se ve realmente mal… no es como que este diciendo que alguna vez se vio bien— aclaró por si acaso.

— Hace días que no come un pastel gracias a que lo has encontrado supuestamente muy pesado para su estatura, Yukimura— la preocupación de Jackal se manifestaba en la seriedad de sus rasgos.

— Va a la enfermería y es lo último que diré. Akaya, ve con ellos— Sanada estaba enojado y eso era de temer, aún cuando el peliazul lo mirase despreocupado como si todavía fuese el mismo hombre manso de siempre— Yagyuu ve a comprarle algo con mucha azúcar. Yanagi a monitorear a los chicos de segundo y Niou a controlar a los de primero. Sin enseñarles trucos, por favor— agregó mirándolo con sus ojos profundos entrecerrados.

Puri~

 

El grupo de regulares se desintegró rápidamente cuando las palabras fueron abandonando los labios del muchacho de gorra. Un Sanada fastidiado era casi tan peligroso como Yukimura tirano. Peor aún, el fukubuchou podía abofetear. Fuerte.

Sin esperar réplicas a sus órdenes, tomó al capitán con fuerza del brazo y haciendo acopio a todo su valor, porque un Yukimura mirándolo tan feo como lo hacía de verdad lo alteraba, lo guió hacia los vestuarios que a esa hora estaban desiertos. Ya había pasado demasiado tiempo aguantando a sus hormonas descarriladas, para también tener que lidiar con un peliazul loco por el tenis al punto de volverse un ser despiadado e irracional.

 

— Espero que tengas una muy buena razón para pasar sobre mi autoridad— Yukimura se zafó del agarre con elegancia, pero también un poco desesperado. Se arregló la casaca deportiva que descansaba sobre sus hombros aun cuando estuviese tan impecable como siempre— y dar órdenes como se te da la gana cuando has llegado tarde, precisamente los últimos días: los más importantes y en los que debemos entrenar más— respiró agitado mirándolo con una fuerza arrebatadora— ¿Qué clase de ejemplo estás dando?

Yukimura.

— Y no vengas con eso— anticipó, negándose a escucharlo, ya que sabía que Sanada se disculparía nuevamente— ¡Maldita sea! He estado dando lo mejor de mí para que todos mejoren y podamos ganar limpiamente aplastando a Seigaku. Ustedes habrán perdido y serán unos mediocres, pero yo no lo soy. No toleraré pertenecer a un equipo perdedor, pero sobre todo me niego a ser el segundón de un club de aficionados y no reales jugadores. Tú deberías ayudarme, después de todo por eso te elegí mi fukubuchou.

— Y lo hago, lo estoy haciendo, pero estás cegado y no ves más allá de tu nariz. Te estás sobre exigiendo cuando aún no estás recuperado completamente. Saliste hace menos de un mes de la sala de recuperación, ¿Qué crees que eres? ¿Un superhombre?— alzó una mano para detener el reclamo del peliazul. Sabía que si era detenido ahora, no podría liberarse de todo lo que tenía clavado dentro del pecho— Todos tenemos un tope, tú, yo y los chicos… y algunos ya lo han sobrepasado, empezando por ti— lo escrutó con la mirada— ¿Acaso me crees tan despistado como para no notar la debilidad y el cansancio en tu cuerpo luego de un partido contra Akaya? ¿O qué tomas asiento de tanto en tanto para menguar el temblor de tus piernas?.

 — No sé de qué hablas, Sanada. Sólo sé que me estás haciendo perder el tiempo en que deberíamos estar entrenando y no tener esta charla de niñas. Si has estado entrenando como el resto, ¿De dónde has sacado tiempo para analizarme con tanta profundidad? ¿Eh?— Seiichi lo miraba curioso, extrañamente cohibido— No entiendo. Te conozco hace tantos años y siempre, siempre, siempre has criticado a aquellos que no sacan lo mejor de sí. ¿Y ahora vienes con este discurso que debo dejarme estar y abandonarme a la suerte, hasta que algún día fantástico vuelva a tener la fuerza de antes? ¡No juegues conmigo, Sanada!.

— Pero exijo solamente cuando sé que el otro no está poniendo todo de sí o  está frenando en su crecimiento personal por dejado. No demando más cuando veo que la persona realmente está en su límite.

— Lo haces sonar como si los estuviese martirizando.

— Yukimura— Sanada suspiró con fuerza intentando calmarse, para poder seguir el ritmo de conversación. Cuando el peliazul quería, podía ser un verdadero dolor de cabeza— Marui estaba desmayado y lo único que te interesaba era que terminara el juego.

— Pero lo había prometido— mañoseó el Hijo de Dios, nervioso bajo la mirada insistente de su amigo— Tenía que hacerlo. Está en el régimen de entrenamiento que planeó Yanagi y yo aprobé.

— ¿Y yo dónde estaba cuando se ideó aquella bestialidad?.

Tche— el    pelinegro sabía que algo estaba realmente mal. Yukimura odiaba chasquear la lengua— Seguramente durmiendo, tomando en cuenta que llegaste treinta y cinco minutos tarde— le echó un vistazo de reojo a su reloj de muñeca.

— He…—dudó un momento en confesar lo que le sucedía— He estado cansado últimamente— prefirió omitir detalles.

— Excusas— sentenció firme— Estás tomando a la ligera algo importante, sobre todo para mí. No olvides que me lo debes por como perdiste en Kantou. Deberías estar aquí, haciendo mil y un esfuerzos para mejorar a los otros, pero no. Justamente ahora que necesito mas de ti, tú…tú tienes la cabeza en otra parte.

— Sí, estoy pensando en algo totalmente más importante que esto.

— ¡Sa-Sanada! ¿Cómo te atreves a burlarte de mí?.

— No lo hago. Me preocupo por ti que es distinto.

— Pues entonces haz algo para que aseguremos el triunfo— dijo con énfasis.

— Lo he hecho Yukimura, pero eso no quiere decir que tengo que prácticamente matar con ejercicios al resto… o a mí mismo. El equipo ha pasado momentos maravillosos, pero también unos muy malos. Ya no podemos pensar que siempre vamos a triunfar…

— ¡Pero yo si quiero creerlo!

— Tu enfermedad sacudió nuestro mundo. Voy a hacer una y mil cosas para detener el ritmo destructivo que estás llevando.  No voy a volver a pasar lo de hace unos meses, sencillamente porque casi te perdí. Yukimura, eres maravilloso jugando tenis, pero lo eres más, estando vivo.

— Sanada— susurró llevándose una mano sobre los labios para ocultar parcialmente que sus labios se habían separado debido a la impresión.

— Escúchame bien Yukimura, porque sólo lo diré una vez. Voy a sorprenderte en el encuentro que tenga contra Tezuka, pero a cambio pido que relajes el ritmo para todos. Eres demasiado valioso, como para perderte en un partido de tenis por una recaída. Entiende: no existe forma en este mundo de que perdamos, no cuando te tenemos a ti, pero podría tolerar una derrota más si eso significa que tú estarás bien. No importa que rompamos la promesa que hicimos hace tantos años, no interesa mientras sigas a mi lado, porque podemos ganar muchos partidos más, jugar otros mil torneos, incluso intentar ser profesionales, pero si tu recaes una vez, una vez, no sólo tus sueños se van a romper, los míos también.

 

 

 

 

El día había llegado. Estaba soleado, pero corría una ventisca suave que refrescaba sus cuerpos perlados por el sudor que no se habían podido quitar luego de los partidos y, sobre todo, el que había nacido por la emoción de ver el último.

Hacer la fila para agradecer por el juego y tener que mirar a su rival, era algo que Yukimura pensaba que no olvidaría jamás. Las piernas le temblaban y era como si tuviese tapones en los oídos porque se supone que en las gradas la gente aplaudía y el organizador del torneo daba un pequeño discurso, pero no podía oír nada. Era como si hubiese metido la cabeza bajo la tierra, hundiéndose en la nada y un zumbido exasperante lo comenzaba a marear.

Realmente no recordaba que le había dicho a Echizen después de terminar el encuentro, pero sospechaba que había sido algo digno de un buen perdedor, porque el muchacho había medio sonreído y su team había suspirado relajado. Ahora, esa calma fingida que había utilizado en modo automático se había esfumado para dejarlo en una telaraña de rabia, decepción y fracaso.

La medalla que colgaba de su cuello era de plata. Gris como las nubes que se distinguían en el horizonte y tan lánguido como su futuro prometedor. Y aunque intentaba mantener una leve sonrisa para no preocupar más a su team, sentía las mejillas entumecidas por el esfuerzo de mantener la feliz mueca cuando lo único que quería hacer era lo contrario.   

Yanagi se había acercado a decirle algo al oído, pero ese estruendoso silbido no le permitió escucharlo, aún así asintió con la cabeza sin saber si su respuesta sería acertada o no, pero dada la sonrisa que nació en los labios de su amigo, adivinó que no había fallado.

Prácticamente se arrastró camino a los vestidores asignados para su equipo, luego de estrechar la mano de uno que otro alumno de Seigaku que se acercó a él. Tomó su bolso raquetero y se sentó en la banca central del lugar aún con el zumbido llenando sus sentidos. Imágenes pasaban por su nublada cabeza, pero nada con mucha coherencia, aún así pudo averiguar que se trataban de hitos importantes de cada partido, para concluir en el propio que perdió escandalosamente. Resultaba ridículo llegar a creer que una persona podía sacar una vigorosidad increíble y una técnica impecable, solamente sabiendo que se divertía con lo que hacía. Pero así había sido y como el capitán de RikkaiDai era un fiel creyente de lo que sus ojos veían y debía reconocer que las cosas habían sucedido así.

La diversión había triunfado sobre la pasión y el esfuerzo. Yukimura estaba convencido que esta no era la primera vez que sucedía algo así y tampoco sería la última.

Aún en medio de la estupefacción que cargaba, pudo notar como uno a uno los regulares iban abandonando el lugar. Ninguno tuvo el valor de acercarse a él, pero pudo ver el rostro desilusionado de Marui y los hombros caídos de Jackal marchándose junto a un contrariado Yagyuu y su fiel pareja, Niou, que le pasaba un brazo sobre los hombros al lloroso Kirihara.  

 Al final, y como era costumbre, sólo quedaron los tres Monstruos del RikkaiDai en la estrecha habitación. Yanagi a un costado de la puerta y Sanada cerca de la ventana cruzado de brazos, mirándolo ceñudo.

Yukimura sólo quería que se fuesen. Ojalá que no le hablaran mientras lo hacían. Quedarse solo y por fin desahogarse entre esas paredes desconocidas. El autocontrol era una cualidad que tenía muy bien desarrollada, pero que no era eterna, y lo que menos quería y necesitaba en estos momentos era un poco de lástima, justamente de aquellos personajes que habían logrado ganar sus encuentros. Era patético, pero era lo que sentía.

Al final, harto, había tomado su toalla y buscado refugio en las duchas. Se despojó de sus empapadas ropas y dejó que el agua helada lacerara su cuerpo, ya de por sí resentido por el ejercicio hecho. Quería morir ahí. Desvanecerse. Derretirse. Explotar. Deseaba todo y a la vez nada.

¿Retroceder el tiempo? Sí, aquello sonaba tentador. Rechazaría la operación de hacía unas semanas y se dejaría morir postrado en una cama sabiendo que sus sueños estaban irremediablemente destruidos. Era una lástima que verdaderamente no se pudiese volver atrás.

No supo en qué momento sus lágrimas se confundieron con el agua de la ducha, pero sí cuando lo envolvieron en una cálida prenda acolchada. No pronunció palabra y sólo se dejo llevar hacia una banca más pequeña frente a todos los cubículos. El aroma a bosque, lluvia y aftershave de Sanada era inconfundible, aún cuando tuviese la nariz atorada tanto o más que la garganta.  

El muchacho de gorra había mandado al Data Master a su casa a descansar. Renji había replicado, pero nadie era lo suficientemente fuerte para soportar la mirada penetrante del Koutei. Nadie, excepto la persona que tenía envuelta entre sus brazos temblando de frío y de tristeza.

 

— Yukimura— susurró tan suave que el otro no se inmutó, pero le permitió afirmar más el agarre que mantenía sobre su frágil silueta. Sabía que preguntar si se encontraba bien estaba fuera de lugar, pero sentía la necesidad imperiosa de oír su suave voz confesándole todo lo que pensaba— Yukimura, es increíble lo que sucedió.

— ¿Uh? ¿Echabas de menos perder?— habló gangoso, respirando rápido contra el cuello del moreno. Su estado no le impidió echar mano a los comentarios crueles que nacían de su atormentado ser.

— No hemos perdido— contestó casi al segundo, frunciendo levemente el entrecejo ante el ataque del otro— Por lo menos tú no.

— ¿Ah, no? ¿Y qué demonios es esto?— sus dedos delgados tomaron con fuerza la condecoración plateada que reposaba en el pecho firme y ancho del muchacho de gorra. Lo arrancó violentamente de su cuello y lanzándolo con rabia contra los azulejos del cuarto donde se encontraban, murmuró apesadumbrado:— No quiero volver a ver una cosa de esas en lo que me queda de vida.

— Si no volvemos a entrenar cuanto antes, el próximo año podríamos ser dueños de otro par de ellas.

— ¿Qué? ¿De qué demonios hablas?— el Hijo de Dios se separó de su cuerpo, sus ojos se habían afilado, mirándolo iracundo entre sus hebras añiles mojadas que empapaban su rostro blanquecino.

 

Genichirou había puesto el dedo sobre la llaga, a propósito. Bastantes años conocía a su amigo para saber que sentir lástima por él no ayudaría y volvería el problema peor. Yukimura necesitaba aliento, introducir sed de victoria en su espíritu, tentarlo a jugar, obligarlo a ser mejor. Pero en su actual estado, el capitán lo único que percibía era un insulto de la forma más grave que podía recibir.

 

— ¡He perdido, Sanada! ¡He perdido horriblemente! Un simple niño me humilló, se burló de mí y de todos nosotros. Me venció aludiendo al entretenimiento. Hundió mi estilo de tenis y el motor para él. Desequilibró mi m…

  

   Sanada no se consideraba un pervertido y tampoco un atrevido, pero siempre hay una primera vez para todo. Lo besó. Tomó su cuerpo helado envuelto en una toalla azul y con la otra mano sujetó con firmeza su nuca mojada, aprovechando el asombro de Seiichi ante la intromisión.

Y aunque era la gloria sentirse unido a él, el moreno sabía que en algún momento debían separarse y, seguramente, aguantar el horror y disgusto del otro. Por lo menos, podría decir orgulloso que su primer beso había sido con su mejor amigo y su primer amor, lo que sería suficiente para sanar su alma que se destrozaría ante el rechazo del muchacho pálido.

Detuvo el movimiento que hacían sus labios sobre los ajenos, queriendo memorizar la suavidad y el dulzor de ellos, pero no pudo siquiera alejarse un centímetro, cuando un animado peliazul lo tomó fuerte por los hombros, robándole otro beso.

 

— Vamos a triunfar el próximo año, Yukimura— musitó cuando distanciaron sus bocas, pero no los cuerpos. Le acariciaba con suavidad la cintura enfundada en la prenda azul, mientras que el otro le había quitado la gorra y pasaba los dedos entre sus cabellos oscuros— Vamos a ganar la titularidad junto a Yanagi y los tres Monstruos del RikkaiDai volverán a derrotar a cualquier oponente.

— No haremos planes esta vez, Sanada. Los hicimos para este período y no resultó como queríamos por más que lo intentamos. Hubo muchas cosas que no pudimos prever ni controlar— sus ojos se aguaron de un segundo a otro, dándose cuenta que fue él el responsable de aquello.

— De cualquier forma, voy a estar a tu lado. Déjame estar junto a ti.

 

Era extraño escucharle pedir cosas a Sanada. Siempre fue de los que hacen cosas sin esperar respuesta. De alguna manera, Seiichi sentía que estaba declarándose y no se sentía lo suficiente lúcido para contestarle a la misma altura, porque siquiera pensar en una relación amorosa significaba quitarle tiempo al tenis y eso sería inaceptable. Sin embargo, Yukimura no podía ser un idiota e ignorar lo que pasaba dentro de su corazón. Cuando las palabras del subcapitán lo alcanzaron, parecía que fuegos artificiales estallaron dentro de su cuerpo, y estos eran peores que los que explotaron en el momento de compartir una caricia íntima. Era como si siempre hubiese sabido que esto sucedería, pero a la vez era algo totalmente inesperado.

Si el fornido moreno lo quería como algo más que un amigo, deduciéndolo por los besos que habían compartido, el peliazul estaría más que feliz de darle una oportunidad. Lo estaba esperando prácticamente desde que tenían diez años. Aguardando con paciencia que esto sucediera.

Era curioso que un fracaso fuese la motivación necesaria para confesarse. Sanada realmente tenía un sentido de la ubicación horrendo. Un inoportuno consumado.

El peliazul terminó asintiendo con la cabeza, abrazado por la confianza de su amigo traducida en sus fuertes y musculosos brazos, una característica de la cual últimamente no abusada lo suficiente. Lo besó otra vez, dándose cuenta que Sanada y sus mimos eran un buen catalizador para los sentimientos pesimistas que habían nacido en él.   

Ese fue el primer día que el honorable capitán de RikkaiDai probó el sinsabor de la derrota, pero también fue la primera vez que descubrió lo que era sentirse realmente querido.

 

— Yukimura, extrañaba tanto verte jugar tenis.

— Te aseguro que no tanto como yo extrañaba hacerlo.

 

 

 

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Notas finales:

Gracias por llegar hasta acá

;)


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