Siempre es la noche. Aquí la nada es oscura, aquí se vive entre sombras.
Envy busca con sus manos de serpiente mi rostro. Su dedo se detiene en mis labios, los delinea; yo, a cambio de su tacto, lo lamo lentamente, porque en las tinieblas uno se acostumbra al silencio, y el silencio no es rápido.
La oscuridad impera, la oscuridad soy yo.
La mano fría escapa a mi lengua y busca más abajo, perdiéndose entre mi anatomía infantil. Pero el vacío es absoluto, y por más obscenas y delirantes que sean sus caricias (por llamarlas de algún modo), se esfuman fácilmente como un puñado de arena al viento, como una gota de agua que cae en el mar. El sonido acompasado en nuestro pecho no es más que el eco de una melodía muerta. Con todo, yo lo dejo hacer y permito que me abra las piernas con brusquedad, aunque no busque él nada ni sienta yo algo. Su lengua se introduce en mi boca, explorando, recorriendo interminablemente.
Luego sale, se desliza por mi cuello y, de nuevo, su aliento me da en la boca. Se acerca. Sus dientes muerden mi lengua, y, emulando a la vida que no tenemos, la sangre inunda mi boca. La bebo lentamente y cuando un poco de ella resbala fuera de mi boca, Envy lame mis labios, saboreándola (o pretendiendo hacerlo).
El día no existe y no hay nada que pruebe nuestra presencia.
Todo esto es un sueño, todos nosotros somos un sueño soñado por algún dios demente. Mientras, dejo que Envy me clave las uñas en los muslos. La libertad aquí es lo único a lo que podría dar un nombre, pues está más allá del bien o del mal. La libertad es dejar que la maldad que yace en el fondo de todos nosotros nos atraviese. Tal como hace ahora Envy conmigo, mordiendo mis pezones, penetrándome con fuerza; porque su libertad es lo único que tiene.
Yo intento seguir su ritmo, mientras lo observo sin mirarlo, con mis muchos ojos.
Las sombras son mías y no les tengo miedo. El dolor no me sobrecoge, ni siquiera he sabido diferenciarlo porque ya el placer y el hastío nos han demostrado su inexistencia. Por esto, a Envy tampoco le importa que lo muerda, que lo punce o que pase mi lengua por donde sea.
Esto es lo que hay después de la muerte y antes de la vida: una noche infinita en la que la soledad permanece.
Los jadeos de Envy son eufonías lejanas mientras, sin lógica alguna, sus embestidas se vuelven cada vez más fuertes. Y todo esto pasa a formar parte de la oscuridad que nos rodea. Y mi sudor y su semen se diluyen en las sombras que somos.
La vigilia es eterna, el cansancio extremo y algo en nuestro pecho aletea agonizante, engañosamente pues yo sé que estamos vacíos. No me pregunto qué significado queda.
Siempre es la noche. Se muere a oscuras en cualquier momento.
11, Nov. 12