Aún sigues a mi lado. Ha pasado ya demasiado tiempo, ocupándome a mí misma hasta el punto de ya no saber que estoy haciendo, intentando que no quede tiempo alguno para recordarte. Y sin embargo, sigues apareciendo ante mí, cuando a la mitad de mi largo viaje diario cabeceo por el sueño… allí estás tú, con tu corto cabello negro que tanto adoré poder sentir entre mis dedos, aquellos labios tersos que me invitaron a pensar en la locura del amor y esos ojos profundos, que me harían suspirar en tantas ocasiones. Me despierto sabiendo que todo lo que soñé es mentira y que tú ya no estás aquí; me despierto con la sensación amarga de haber perdido lo más valioso que pude haber tenido y la desesperación de saber que ya no podré recuperarlo. Me despierto y deambulo como dormida, creyendo encontrar tu figura en cada chica que pasa por mi lado, sentir tu esencia en cada lugar donde te vi y escuchar aún tu suave risa del otro lado del teléfono… Las dos palabras que me rehusé por tanto tiempo a decir, fueron arrancadas violentamente de mi garganta por aquella atracción mortal que me arrastró hacia ti y me hizo confesar con voz trémula, el crimen de los sentimientos que no podían ser correspondidos y mucho menos comunicados al exterior; esos sentimientos que sin embargo, fueron reflejados también en tus palabras… La felicidad, la tristeza; el agridulce sabor de un amor tan intenso como para que mi corazón estallase y mi vida se esfumase para siempre. Tal vez mis palabras fueron precipitadas, muy probablemente apasionadas, pero nunca fueron una mentira. El contacto dulce de tus labios, la alegría capaz de hacerme gritar y saltar cada vez que escuchaba tu voz, el constante embeleso en el que me encontraba cuando pensaba en ti, capaz de hacerme olvidar de todos mis problemas, de todas mis preocupaciones y de cualquier cosa que en otro momento pudo haberme interesado.
Tan grande era la tentación de estar a tu lado, que podía –la perezosa y dormilona yo- levantarme a primera hora de la mañana y arreglarme como mejor podía, para correr o quizás volar, cuál gorrión emotivo, hacia el lugar donde habríamos de encontrarnos… No importaba recorrer media ciudad a escondidas, ni la montaña de trabajo que me esperaría al regreso, ni siquiera las promesas que había hecho; porque tu estarías allí, esperándome con tu cabello negro y tu sonrisa que enamora, vestida hermosamente para mí, como una princesa, como un ángel, como una reina… Y mi corazón saltaría de mi pecho cuando dijeras mi nombre, y saludándome con un tímido beso en la mejilla, sujetaras con tu cálida mano la mía, invitándome a creer en el amor una vez más.
El maravilloso deleite de tu primer beso, derritiendo mis labios y ahondándome en un sendero de locura, al que me entregaba sin peligro… La embriaguez de este amor, cuánto me haría soñar con el futuro más que con el presente, imaginando alegremente un momento en que pudiera verte todos los días, todo el tiempo, en que pudiera abrazarte contra mi pecho cuando me sintiera sola y besar tus labios cuando estuviese abrumada con mi trabajo. ¡Cuántas veces no me asaltó la visión de un futuro en el que entrarías tiernamente a mi habitación, con una bandeja de meriendas a pedirme que descansara un poco y me peinaras el cabello con tus manos tersas!
Pero todo se fue abajo… por imprudencia, por torpeza, por la mi inutilidad y mi debilidad que nada pueden enfrentar. Porque tenía miedo de tantas cosas de las que no debería haber tenido miedo y quería huir de tantas cosas que en realidad, debería de haber enfrentado con el fin de protegerte. Aún me asalta en las noches una culpa que más es un remordimiento, una tristeza que en realidad se vuelve una nostalgia y una sensación de ser la lechera, que ha dejado quebrar el cántaro por esperar ansiosa un futuro que jamás llegará.
Intento distraerme, ocuparme a mí misma hasta el punto de que no tenga ni un instante para pensar en ti, porque de nada me serviría ya quejarme de lo que pasó, pero sigues volviendo a mí. Ni siquiera el dolor intenso que me provocó aquella declaración de que no sentiste nada con aquel primer beso que yo te di y que esperas a alguien más, que haga por ti todo lo que yo no logré hacer, ha logrado desvanecer tu recuerdo de mi mente. El de ese hermoso ángel vestido de blanco y negro que me esperaba con una sonrisa en lo alto de unas escaleras, el de esa hermosa princesa que decidió concederme su corazón aunque fuese por un espacio tan corto y tuviese tan mal destino… Intenté decir adiós y aún sigo intentándolo, pero no parece que tu imagen vaya a desaparecer tan pronto de mi mente y de mi corazón…
Alguien dijo que todo primer amor termina mal… ya por inexperiencia, ya por impulsividad, ya por estupidez… He crecido un poco –un poco demasiado insignificante como para ser considerado- y estoy un paso –paso diminuto- más cerca de ser alguien capaz de proteger lo que ama, y mientras recorro este largo y tortuoso camino, tu seguirás volviendo a mí con cada canción de amor que escuche, con cada lugar que vea y con cada persona que se parezca aunque sea solo un poco a ti… Porque no fue mentira cuando dije que te amaba…