Lo escuchaba sin poder creerlo y a pesar de que la televisión estaba encendida y las pláticas de los clientes inundaban el lugar era inevitable no percibir el clamor en las calles…
El circo había regresado.
A través de los grandes ventanales del café notó que la gente salía apresurada de sus casas para ver el gran desfile que entraba al lugar. Los niños, con sus rostros llenos de emoción, saludaban con una gran sonrisa a los extraños como él lo había hecho antes.
-¿Tony?
Las manos le temblaban y hasta que escuchó su nombre se percató de ello. Levantó la vista del plato que sostenía con esfuerzos y contempló sin mucha atención a ese hombre que parecía preocupado aunque, en realidad, ese parecía su estado natural.
-¿Qué?
-¿Te sientes bien?
Su interior, estremecido por la emoción, era un enjambre de sensaciones que le impedían articular la respuesta que su interlocutor esperaba escuchar. Solo le interesaba una cosa, solo una y para nada era responder sus las preguntas de Bruce.
-Yo… tengo que…
No pudo completar la oración aunque en realidad no había una explicación racional para su comportamiento solo sabía que tenía que hacerlo.
Abandonó su trabajo y salió a la calle principal esquivando, desde su primer paso fuera del establecimiento, a una multitud de personas que se reunían para ver el espectáculo. Papeles de colores caían del cielo siendo calcinados, antes de tocar el piso, por los “tragafuegos”; y, sin duda, una de las mejores cosas que tenían esos artistas eran sus trajes atractivos con intensos colores y brillantes adornos dándole a todo un toque singular.
Nada había cambiado, seguían siendo tan espectaculares como él recordaba pero nada de eso era el verdadero motivo por el que los había esperado incondicionalmente.
“Haré algo sorprendente” le había dicho “así podrás reconocerme”
Y eso buscaba: al hombre más sorprendente de todos aunque era una tarea bastante difícil.
La primera vez que había visto llegar al circo fue algo inigualable. Era un niño pequeño, de apenas cinco años, pero podía recordar todo a la perfección. Su madre le había creado ese peculiar amor por esos forasteros y creía que su particular devoción se debía también a ella.
“Míralos Tony ¿acaso no son increíbles?”
Lo eran, siempre lo habían sido pero lo que a él le retuvo fue un niño rubio de hermosos ojos azules y una gran sonrisa apenas unos años mayor que él, Steve.
Una de esas noches, al terminar la función, se separó de su madre y se perdió. Recordaba haber pasado unos cuantos minutos gritando para que ella le encontrara, puesto que siempre había sido un niño miedoso, pero el destino le tenía preparado algo diferente.
“¿Qué haces aquí?”
Le había preguntado el rubio mirándole curioso, como si nunca en su vida hubiera visto a otro niño.
“Perdí a mi mamá”
Ese niño se acercó y se hincó frente a él como analizándolo. Momentos después le tomó de la mano mientras secaba las lágrimas de sus mejillas.
“No tengas miedo, la encontraremos. Me llamo Steve y me quedaré contigo hasta entonces”
Hasta entonces había sido algo muy modesto puesto que aún ahora, después de catorce años, seguían juntos.
La gente cerraba filas frente a la acera impidiéndole acercarse a la orilla ¿Cómo podría avisarle que ahí estaba?, ¿Cómo poder saludarle o, tan siquiera, sonreírle?
No había manera y tal vez tendría que esperar hasta la función, si es que conseguía salir para verle.
El circo volvía cada siete años lo que se convertía en ochenta y cuatro meses de espera, dos mil quinientos cincuenta y cinco días de incertidumbre, tres millones seiscientos setenta y nueve mil doscientos minutos de temor y una cantidad irracionalmente incalculable de dolor.
¿Qué por qué dolor? Porque aunque ninguno sabía mucho del otro, se necesitaban.
Una semana era todo el tiempo que el circo se detenía ahí y era el tiempo que tenían para verse, una maldita y tortuosa semana cada siete años pero valía la pena.
Para la siguiente vez que regresaron, después del heroico e infantil rescate, Tony tenía doce años y su madre unos cuantos de muerta; por otro lado, Steve comenzaba a ser un chico fuerte y le permitían hacer algunas suertes en con los trapecistas, siempre y cuando tuviera una red de seguridad.
“Algún día seré el mejor del circo y todo mundo querrá verme”
Y ambos soñaban con el buen futuro donde al menos uno de ellos podría ser feliz.
Cuando la semana pasó Steve fue a despedirse sin imaginarse lo que le esperaba. Tony se ocultaba bajo su capucha evitando a toda costa mostrarle el rostro.
“¿Qué sucedió?” preguntó el rubio buscando los hermosos ojos de su acompañante “ Dímelo”
Pero lo que vio fue más duro que mil palabras: el moreno tenía el rostro hinchado y un ojo morado, golpes que por ningún motivo podrían ser un accidente. Lleno de cólera golpeó un árbol cercano dejando un poco de sangre y coraje pintados en él para después tratar de conservar la calma, esas reacciones era lo último que Tony necesitaba.
Cuando por fin se había resignado a no verle en el desfile un gran estruendo le hizo volver a creer. Los tragafuegos lanzaron grandes bocanadas de su material predilecto en distintas direcciones haciendo un tache en el cielo y de en medio de esas llamaradas salió un cuerpo fuerte, siendo este el acto más llamativo.
Tenía que ser él.
Cuando ese hombre se levantó del piso como un pretencioso y elegante pavorreal pudo comprobar que no estaba equivocado; y aunque había cambiado y había crecido no había perdido esos destellantes ojos y su blanca sonrisa, aún era “su” Steve.
Gritaba su nombre a todo pulmón pero era demasiada la gente que también gritaba. Siguió caminado con forme el circo avanzaba tratando de encontrar un pequeño espacio entre la multitud para acercarse o hacer señas pero no lo había, generaciones y generaciones estaban reunidas ahí contemplando a una de sus tradiciones vivientes.
Giró la cabeza comenzando a planear la manera de escapar esa noche de su casa para ir al circo y fue entonces cuando escuchó ese inconfundible sonido: era un silbido, el mismo que Steve hacía cuando lo iba a buscar.
Con rapidez regresó la vista y al verle fue imposible controlar su corazón: el rubio le miraba con la misma emoción que él.
“Te prometo que la próxima vez que venga yo seré la estrella, juntaré mucho dinero y te llevaré conmigo para que nadie pueda hacerte daño nunca más”
Le había hecho una promesa aún sin que él la pidiera siendo, la rabia en su voz, su la mayor garantía y solo por eso había esperado este día.
Miró como el rubio, sin importarle ya el desfile, llevaba una de sus manos hasta su pecho y la presionaba con fuerza. Conocía ese gesto, lo había hecho siete años atrás en esa noche de golpes y sueños, era el símbolo de que aún recordaba su promesa.
“Resiste” le había suplicado dando pequeños besos sobre sus mejillas amoratadas “Resiste por mí”