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El Demonio que volvió a ser un Ángel por LHPerez

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Notas del fanfic:

QUERIDOS LECTORES:

 

 

 

Como la mayoría de mis escritos, esta historia me llegó en un sueño, sin duda otras dos almas que pudieron contactarme para narrarme su historia y dárselas a conocer. Esta historia no es mía, pero si de dos personas que habitan en mi interior y que viven en algún mundo lejano al nuestro, quienes no pudieron dejar su historia grabada en miles de corazones.

 

Yo, una romántica completa, quiero darles a conocer la historia de Elemiah y Cielo, dos hombres que los separaba un abismo insuperable, pero quienes se propusieron acortar la distancia creando un puente de piedras, lentamente y con sangre en sus manos, pero tan resistente cuando finalmente lo unieron que nadie ni nada, podrá romperlo.

 

Conoce este amor y disfrútalo, pero también aprende de sus errores para que tal vez puedas encontrar el tuyo propio y hacer una historia que deje huella en miles o millones de personas, y que les invite a continuar y jamás rendirse.

 

Permítanme presentarles a Elemiah y Cielo, e intenten no juzgarlos, pues todos cometemos errores, y más si se trata de un demonio que intenta inconscientemente regresar al Edén.

 

Sin más, les invito a abrazar esta historia y a compartir los sentimientos grabados en cada página, sentimientos propios de los personajes pero que también llevan mi marca.

 

 

 

Siempre vuestra,

 

L.H. Pérez

El sol de esa cálida tarde era como una burla constante a su corazón oscuro que admiraba sin adorar a los mortales que a su lado pasaban riendo con un grupo de amigos, o solitarios con caras deprimidas y pensantes. Nunca comprendería a esos seres egoístas y patéticos que seguían buscando el bien en este mundo regido por el mal, un mal del que hacía parte, aunque quizás no fue así desde un principio. Pero eso era historia tan antigua como las mismas celdas del Edén, donde sólo un profundo dolor y un angustiante sufrimiento le esperaban si se sumía en ésta. Lo mejor era dejar el pasado olvidado, y continuar su vida como un caminante solitario, esperando el día de su muerte.

A su derecha, noto un grupo de jóvenes que parecían ser sólo una gallada de niños intentando ser hombres mientras se drogaban, sonriendo como un par de idiotas al sentir el potente placer que se da cuando finalmente te puedes liberar de esta mundo mortal y volar por los aires, así sólo sea por un par de minutos. Un día había experimentado lo que se sentía hacerlo, un día tan lejano que ni los rayos del sol que golpeaban su piel pálida le permitieron recordar la sensación de hacerlo, y debido a que se le negó la posibilidad de experimentar cualquier pecado mortal, no podía siquiera intentar traer esas emociones a las malas, así sólo fueran una replica barata y sucia de las mismas.

Uno de los chicos, notando su mirada, le hizo un gesto obsceno con el dedo de la mitad de la misma mano con la que sostenía la jeringa que parecía tan usada que desde la distancia se notaba y gritaba enfermedades mortales, tal como el SIDA. Por un momento sus pasos vacilaron aunque no pudo entender por qué, y desde detrás de sus gafas oscuras observo al descarado jovencito que seguía mirándolo sin abandonar su gesto, y quien ahora tenía una sonrisa casi burlona decorando sus labios.

Era uno de esos chicos que se vestían todo de negro, que hasta se pintaban las uñas y se maquillaban los ojos, como si de una mujer del nuevo mundo se tratase. Sin embargo, sus ojos azul que le recordaban el infinito mar, resaltaban con el color, viéndose como un abismo donde perderse, un abismo tan cerrado que parecía esconder un par de secretos detrás de sus puertas de acero. Su cabello, negro con mechones rojos que le caían más allá de su demacrada cara, era rústico y grasoso, pero eso sólo le daba un aura de vulnerabilidad que por un momento hizo que su corazón dormido por tanto tiempo intentara latir. Pero fue su sonrisa, esa sonrisa que dejó de ser burlona y se volvió una de diversión que hizo brillar sus ojos, como cuando el mar refleja los juegos pirotécnicos de una gran ciudad, la que en verdad hizo que su muerto músculo intentara mover la sangre coagulada por tantos milenios que seguía en sus venas una vez le respondió con su propio gesto obsceno.

La conexión que habían establecido fue rota cuando uno de los chicos que le acompañaba le golpeó y le hizo un gesto malhumorado hacia la aguja. El joven de ojos azules sacudió la cabeza hacia el otro, y se arremangó el brazo que estaba lleno de marcas azules de lo que parecían ser venas, y se introdujo la dosis de lo olió que era heroína. Sus pies, sin ninguna orden consciente, empezaron a caminar sin estar seguro de qué iba a hacer una vez llegara donde el joven, pero entonces el placer que vio en su mirada lo detuvo en seco, su boca secándose, al parecer toda la humedad yendo a parar en sus ojos que se aguaron, sin tener un razón válida para hacerlo. Podía echarle la culpa a la vista tan bella que se extendía ante sus ojos, de esos labios llenos separados en lo que parecía ser un gemido de placer, o de ese delgado y elegante cuello dorado que se enseñaba con descara, una invitación indecente para todos aquellos que se detuvieran a admirarle.

Cuando descendió su cabeza y nuevamente sus ojos se encontraron, notó con una gran dosis de tristeza que el chico ya no parecía estar ahí, viéndole y compartiendo sonrisas secretas. No, el chico estaba en su propio mundo, quien sabe escapando de que tipo de sufrimientos o malos actos.

El frenazo en seco de un coche seguido de un pitido violento lo sacó de la bruma en la que se encontraba. Chasqueó la lengua y se giró, continuando su camino en medio de la calle que era bastante transitada por coches, mientras pensaba en cómo estas inútiles creaciones que desperdiciaban el regalo de la vida podían ser las preferidas del Creador, preferidas incluso sobre él, o sobre lo que una vez había sido, y que ahora había perdido por no cumplir con lo mandado. Bueno pues, ya no vivía para complacer a alguien que no lo amara suficiente para perdonarlo. No, eso había quedado atrás. Era el dueño de su propia vida, así fuese una miserable hasta que nuevamente se acordara de él, y le enviara el divino regalo del olvido. Sin embargo, mientras tanto, seguiría demostrándole lo que opinaba de él, y con eso en mente, se detuvo al lado del conductor que le gritaba obscenidades, se quitó las gafas y lo miró fijamente a los ojos, notando el olor amargo y rancio de orines en el aire cuando notó sus ojos negros, tan vacíos como el lugar donde debería de estar su alma. Un segundo después, se reacomodó las gafas y continuó dirigiéndose al hotel donde se estaba hospedando, rezando que el hombre que pronto tendría un desagradable accidente en coche no fuera el responsable de una familia.

Miró hacia el cielo que ya se estaba opacando, y con una risita algo maniática, se despidió en silencio del sol: —Adiós, luz. Hasta que nos volvamos a ver, mi querido enemigo. —En un corto periodo de tiempo, la oscuridad bañada por la luna opacaría todo el mundo, y la maldad saldría a jugar, y él se le uniría mientras personas morirían esa noche asesinadas, o serían robadas o violadas. Aunque no fuera el participe de esos depravados actos, sin duda los disfrutaría, porque ¿cómo más se puede disfrutar una eterna soledad?

 

*****

 

Fue hacia medianoche, mientras se encontraba sentado en el tejado de un edificio de tres pisos, que su diversión pasó a ser una completa ira en un parpadeó. Debido a que ya no tenía el impedimento de las gafas oscuras, su visión recorría varios kilómetros de distancia, y fue allí cuando vio que un suceso horrendo se estaba llevando a cabo.

El joven de ojos azules se encontraba siendo asaltado por un grupo de matones mucho más grandes e intimidantes. Como la primera vez que le vio, no se encontraba drogado, sus ojos azules que seguían con rímel negro estaban centrados en esta asquerosa tierra, y ahora sólo brillaban de miedo y pánico.

No lograba escuchar lo que le decían porque la corriente de aire estaba golpeando con todas sus fuerzas, levantando cada basura que había en las calles y hasta ratas que chillaban de miedo y se escurrían por las alcantarillas una vez sus peludas patas tocaban el pavimento. No obstante, eso no lo impidió que saltará del tejado y echara a correr en dirección donde se estaba llevando el asalto. Sus ojos se tuvieron que enfocar en la distancia cerca a él, pues no quería terminar estampillado contra un poste o una pared, o terminar enredado en uno de esos minis-torbellinos de suciedad. Agradeció que las calles estuviesen casi vacías para entonces, pues eso le permitió usar su velocidad sobrenatural para llegar al lugar en cuestión de minutos. Sin embargo, le sorprendió el olor rico y metálico de sangre, y sin detenerse a pensárselo, agarró al primer hombre que estaba en su camino y lo estampilló contra la pared, escuchando el placentero sonido de huesos resquebrajándose y los gemidos de dolor, cuando en esos pequeños y delicados pulmones no quedó el suficiente aire para dar un grito de agonía. 

Cuando sólo vio que quedaba otro matón, se dio cuenta que el tercero había desaparecido en algún momento antes de que llegase ahí. El pobre imbécil ni siquiera fue capaz de reaccionar por lo que le sucedió a su compañero antes de que lo estuviera agarrando por la parte delantera de su camisa, y lo levantara en el aire. Notó que ahí el olor de sangre era más potente, y miró al chico de ojos azules que se agarraba el costado con fuerza, pero la sangre seguía manchando su dorada mano y caí para fundirse con el despreciable pavimento que no merecía tal manjar. Esos hermosos ojos estaban abiertos de par en par al igual que su boca, y fue una vista que le causo un poco de gracia al ver que parecía más preocupado por él que por la herida que podía acabar con su vida. Ese pensamiento lo llenó de una increíble dosis de desesperación y rabia, y sus colmillos se alargaron en totalidad antes de abalanzarse sobre su cuello y desgarrarlo, acallando su grito de pánico en un gorgoteo. Hubiese bebido su sangre, alimentándose,  pero el recuerdo de que fue quien había amenazado la vida de la belleza a su lado junto con el rico aroma de una sangre que prometía ser una ambrosia, hizo que escupiera los restos de tejidos y fluidos al suelo, antes de dejar caer al hombre al lado de estos.

El joven retrocedió un par de pasos hasta golpearse con la pared, y por un momento se permitió sonreír, haciendo alarde a sus colmillos manchados de sangre al igual que la parte inferior de su rostro al pensar que lo hacía por miedo. Sin embargo, su sonrisa desapareció cuando notó con alarma que cada vez el joven se ponía más pálido, y que el olor a sangre aumentaba.

—Gra-gracias —tartamudeó, sin dejar de mirarle a los ojos.

Frunció el ceño, preguntándose porque no podía oler el hedor a miedo que siempre provocaba y más ante semejante atrocidad que el chico acababa de presenciar. Sin embargo, el joven seguía ahí, mortalmente pálido y sin dejar de mirarle con agradecimiento, como si esperase una respuesta. ¿Qué estaba mal con ese joven?

Acercándose unos cuántos pasos, inconscientemente intentando intimidarlo para que corriera despavorido o presentara algún tipo de reacción negativa ante su presencia, le preguntó: —¿Es que acaso no me temes, jovencito? —Cuando sólo siguió mirándole, sin darle ninguna respuesta, se empezó a sulfurar, y agarrándolo de los brazos, le dio su buena sacudida—. ¡Respóndeme!

Esos ojos azules se ocultaron varias veces mientras parpadeaba, como intentando centrarse en lo que estaba ocurriendo. —¿Por qué debería de temerle? —preguntó, su voz más suave que antes—. Me ha salvado la vida. Sólo estoy agradecido, y espero algún día poder regresarle el favor.

Se rio sin humor, y lo soltó. —¿Tú? ¿Quieres salvarme la vida?

Sin embargo, el joven no le respondió porque finalmente la pérdida de sangre le pasó la factura, y sus rodillas se doblaron mientras caía desmayado contra el pavimento. Apenas pudo evitar que se diera un totazo ante la repentina perdida de conocimiento, y por primera vez en lo que parecían milenios, sintió que su corazón se estrujaba dolorosamente, y tardó un par de minutos que pudieron haberle costado la vida al joven en definir que era preocupación.

Lo agarró bien de los brazos y las piernas, tal como si se tratase de un bebé, y lo pegó a su pecho, intentando protegerle del frío aire. Con cuidado, levantó la camiseta del joven al sentir que la sangre le estaba empapando la ropa a tal velocidad que le advertía de una posible muerte. —Idiota, primero tienes que vivir para hacerlo —susurró, aunque él no le escuchaba. Con sumo cuidado, lamió la herida profunda y su lengua estalló en miles de sabores, arrancándole un gemido hambriento. Sí, definitivamente era ambrosia pura. Por un segundó, pensó en hincarle el colmillo y alimentarse hasta acabar aquella fuente deliciosa, pero algo que no pudo distinguir, acompañado por puro egoísmo que ahora era su razón, no se lo permitió. Aquella fuente era un tesoro que había encontrando, y era suyo. Podría alimentarse hasta que este débil cuerpo con ojos azules diera su último suspiro.

Un preciado tesoro. Una preciada fuente de alimento.

Notando que la herida ya le empezaba a coagular, a regañadientes se apartó y se relamió los labios, tragando hasta la última gota de ese rico vino que este humano tenía como sangre. Le acomodó nuevamente la camiseta, y con sumo cuidado, haciendo un par de malabares, se quitó la chaqueta y lo arropó con ésta, antes de empezar a caminar hacia su hotel, dónde podría atender mejor a su nueva posesión.

 

*****

 

 

 

Notas finales:

Primera parte: «El destino ha jugado sus cartas».


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