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Sirena por zion no bara

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Notas del fanfic:

 

 

Fic dedicado a Cereza quien deseaba algo con esta pareja, espero que te guste.

Y que les guste a los demás.

Nunca he utilizado a estos dos como una pareja así que espero que les agrade la trama, pensé hacerla un poco más larga pero al final me decidí a que quedara más corta, aún así se extendió a más de un capítulo pero espero que sea de su agrado de todas maneras.

La canción que aparece por fragmentos es Song to the Siren de Tim Buckley, no es un songfic pero la canción me ayudó a hacer esta trama, además me parece bonita.

Notas del capitulo:

Es la primera parte, deseo que sea de su agrado.

 

 

Capítulo I

 

A la deriva durante mucho tiempo en océanos sin barcos,
hice todo lo que pude por sonreír.
Hasta que tus ojos y dedos cantarines
me arrastraron amorosamente hacia tu isla.
Y cantaste "Navega hasta me, navega hasta mi,
deja que te envuelva"
Aquí estoy, aquí estoy, esperando para abrazarte.

 

Todo lo que era su mundo parecía haberse hundido bajo sus pies, no era posible, no terminaba de creer que algo semejante había sucedido pero así era, la hermosa Atlántida estaba caída bajo las manos de esos bárbaros venidos de tan lejos y que ahora se proclamaban los señores de todo el lugar. Lo peor era la incertidumbre, no estar seguros de nada sobre el porvenir pues aquellos que estaban prisioneros ignoraban su destino. No resultaba sencillo tratar de continuar adelante sin saber lo ocurrido con los demás, amigos, familia, vecinos ¿Qué había sido de ellos? ¿Alguien lo sabía?

No, nadie lo sabía.

Lo que si sabían era la manera en que estaban siendo tratados por los conquistadores de la batalla y hubieran preferido jamás saberlo.

Atlántida, señorial y antigua, se había regido a si misma sin problemas muy diferentes de los de cualquier otro pueblo, su historia contaba con episodios notables y otros amargos como cualquier reino pero nunca a niveles muy amplios. Su vida en los últimos cien años resultaba sencilla, pacífica, entre el comercio y la pesca se mostraban en paz con sus vecinos, todos muy lejanos, lo cual les permitía hacer una existencia propia sin estar a la sombra de otros. Su vida era tranquila en general, no había otra palabra para describirlos, además que esa misma tranquilidad les permitía dedicarse a otras actividades como el arte.

Si en algo eran verdaderamente sobresalientes los de Atlántida era por sus movimientos artísticos, verdaderas obras eran las que nacían en ese lugar sin que pudiera cuestionarse su talento. Pero estar tan sumidos en su propio mundo no les permitió ver lo que se aproximaba a su territorio. Nadie lo vio de hecho.

Simplemente, un día, se vieron sometidos a un asedio y ataque de parte de un ejército armado, lejano, sus armas y armaduras resultaron extrañas y ante las cuales no pudieron defenderse. La gente entró en pánico y entre el ataque y el pavor que provocó fueron muchos los que cayeron y otros tantos los que resultaron capturados. Un incendio remató la estrategia enemiga pues nadie sabía nada y si bien parte de la población escapó otros solo se sometieron a lo que pensaron era su destino.

Justamente entre la gente que había sido capturada se encontraba un muchacho especial de singular belleza y muy joven, su nombre era Sorrento de Sirena. Había escapado durante el ataque pero al estallar el incendio se quedó valientemente ayudando a otros que se pusieron a salvo, lo cual él no consiguió. Creyendo que su final había llegado tan solo se aferró a su flauta esperando el fin pero no llegó.

  • ¡Aquí hay uno más!—escuchó que gritaban.

Un instante después era llevado casi a rastras entre otros de la ciudad, lo ataron por las muñecas para que no pudiera huir, ante lo cual perdió su flauta. Los encerraron en los corrales que estaban en pie y nadie sabía nada de lo que vendría, ni siquiera terminaban de entender lo que había sucedido.

En los días siguientes toda la gente que había sido capturada se vio sometida a un estado de servilismo y más bien esclavitud, pues los mismos hombres que habían tomado su ciudad ahora se estaban comportando como los dueños no solo de las propiedades sino de sus vidas. Para la gente de Atlántida, de quienes corrían casi leyendas sobre su capacidad de empatía con el entorno, resultó insoportable algo semejante. No fueron pocos los que prefirieron dejarse morir que vivir así. Sin embargo los invasores se dieron cuenta y para prevenir tal situación empezaron a separarlos, amenazando con aniquilar a otros antes de permitirles morir.

Resultó una situación compleja pero dio cierto grado de resultados, pero de todas maneras no parecía lo más importante entre esos hombres extraños para ellos y de los cuales no terminaban de entender sus motivos ¿Qué deseaban de Atlántida? No había una respuesta para eso.

Obligados a llevar a cabo diversas labores los de Atlántida guardaban esperanzas a pesar de todo. Sabían que no todos los suyos estaban prisioneros como ellos así que sin duda harían algo para ayudarlos. Hubo algunas tentativas, sin más se escuchaba de escaramuzas pero nada definitivo. Después de esos ataques las medidas sobre los prisioneros eran más severas y la crueldad con la que eran tratados se hizo evidente, tener poder sobre ellos hacía que algunos de sus atacantes se mostraran verdaderamente brutales.

Entre ellos Sorrento se ocultaba, no deseaba que nadie lo notara y luchaba desesperadamente por pasar desapercibido, lo cual no fue sencillo al principio siendo como era un jovencito bastante lindo. Cayó en las cocinas donde limpiaba los suelos, no le preocupó, por el contrario, poder andar andrajoso y bastante sucio fue su táctica para no ser notado y la verdad era que nadie de los invasores lo miraba más allá de fruncir la nariz por su olor y su aspecto. Dejó de bañarse intencionalmente, tomando solo el agua necesaria para mantenerse atento y se limitó a aguardar. No podía escapar pero estaba convencido que alguien acudiría en su ayuda, en la de todos.

Siendo así los días pasaban y pasaban pero él no decía nada, solo esperaba, sintiéndose convencido que algo sucedería que terminara con toda esa pesadilla.

 

**********

 

Los invasores de Atlántida venían desde Atenas, un sitio tan lejano para ellos como lo está el cielo de la tierra, no había escuchado hablar de ellos sino de manera vaga, de haber prestado atención tal vez todo hubiera resultado diferente.

La gente de Atenas llevaba a cabo una especie de ambición expansionista por lo que entendían, se extendían a diferentes lugares y alegando desear llevar su cultura y civilización a otros pueblos los estaban atacando y sometiendo. Atlántida parecía apenas un pueblo más entre otros, aunque era de llamar la atención la total ausencia de un acercamiento diplomático previo, eso y que parecían ir demasiado aprisa en instalarse y hacerse los dueños de toda  la región.

Sin embargo Sorrento no pensaba en ello, en esos momentos solo intentaba pasar desapercibido de la mirada de esos extranjeros que habían tomado lo que era de ellos. Cuando pasaban cerca de donde él estaba intentaba desvanecerse, los observaba con cautela intentando imaginarse quienes eran, lo que hacían, pero no lograba comprenderlos de ninguna manera.

Limpiaba el piso de una de las cocinas, se sentía desilusionado, algo que pesaba en su pecho de manera física, deseaba tener algún día un motivo al cual aferrarse para seguir adelante con esa vida que le estaba tocando vivir. No había nadie más en el lugar, tan solo él que debía limpiar los pisos ¿Cuándo creyó que él, hijo de su padre, tendría que limpiar los pisos? Pero muchas cosas que no creía posibles estaban sucediendo. El agua corría por el suelo mientras él frotaba la superficie con un cepillo, sus manos estaban enrojecidas por la labor, poco a poco se veían los resultados y en medio de todo logró escuchar el sonido de pasos.

Por un momento deseo levantar el rostro pero no se atrevió, era mejor intentar seguir con su labor, no debía llamar la atención. Unos instantes después aparecía uno de esos individuos, los de Atenas eran de mayor tamaño que los de Atlántida, no era algo exagerado pero se notaba, un hombre alto de Atlántida pasaría por uno de mediano tamaño entre ellos. Le pareció ver el leve fulgor de una armadura, ya había atestiguado que las utilizaban diferentes y los que estaban al mando llevaban doradas, era uno de los líderes exactamente.

Apenas sin entender lo que sucedía se sintió bañado por el agua helada que había en una vasija.

  • Apestas a cerdo—escuchó.

Ni siquiera se atrevió a mirarlo, tan solo se acurrucó esperando porque el momento pasara. Pero las cosas no iban a terminar ahí.

  • ¿Cómo puede gustarles andar andrajosos?

Sorrento sentía su corazón latir con fuerza por el miedo, no sabía lo que iba a suceder, no tardó en descubrirlo cuando sintió que sumergían su cabeza en otra vasija de gran tamaño llena de agua.

  • ¿Cuánto tiempo bajo el agua necesitas para verte limpio?—preguntaba el de Atenas.

Eso no lo escuchó Sorrento, quien tan solo luchaba por algo de aire para respirar, estando a punto de desfallecer fue sacado del agua, lo cual no fue mejor pues quedó ante la mirada azulada de ese hombre de cabellos azules.

  • Debajo de tanta suciedad no eres tan repulsivo.

Sorrento quiso gritar, lo siguiente que sintió era que lo sujetaban por la garganta contra una mesa.

  • Más te vale no gritar—fue la amenaza mientras rasgaban sus desgastadas vestiduras.

Cualquier cosa podía suceder y él no lograba defenderse, no tenía la fuerza suficiente para lo que estaba ocurriendo, era muy joven y delicado, además de mal alimentado en las semanas anteriores, tan solo le quedaba rogar por auxilio y extrañamente apareció pero no exactamente de la manera en que se hubiera esperado.

 

**********

 

Cuando fue despojado de sus pantalones creyó que estaba perdido pero Sorrento sintió que alguien jalaba al hombre de cabellos azules con bastante furia, alguien que no dudó en exigir una explicación y sobre todo en demostrar que no estaba nada de acuerdo en la escena que contemplaba, aunque no por eso estaba en el ánimo de ayudarlo.

  • ¡¿Cómo puedes hacer esto?! ¡Tocar a uno de estos animales!

El que reclamaba era un hermoso hombre de cabellos y ojos celestes pero por lo que se sabía de él podía resultar verdaderamente cruel contra los otros, su belleza exterior no tenía nada que ver con su interior.

  • Relájate Afrodita…

  • ¿Qué me relaje? ¡No te atrevas a intentar engañarme Death Mask! ¡Te vi con este gusano!

Sorrento tan solo intentaba respirar para escabullirse, creía que lo lograría pero apenas estaba descendiendo de la mesa cuando fue atrapado por los cabellos con violencia.

  • ¡Maldita sabandija!—siseaba Afrodita—Te enseñaré a no entrometerte en mi camino, sabía que debíamos acabar con todos.

Llevándolo a rastras lo acercó a donde había algunos artículos de cocina, incluidos algunos cuchillos. Sorrento sintió más miedo aún, vio como el de mirada celeste tomaba uno por el mango, su rostro lleno de furia y la mirada brillante de crueldad le decían que solo quedaba un camino para él.

  • Te sacaré los ojos—lanzó Afrodita.

Dio un gemido de terror, sabía que implorar no serviría de nada, tan solo sentía su propio miedo, el odio y la furia de Afrodita y la indiferencia de Death Mask, no había manera de defenderse…

  • ¡¿Por qué interfieres?!

Afrodita no logró terminar con su amenaza pues lo habían detenido, una mano mucho más grande unida a un brazo muy fuerte sostenían su arma y por lo tanto cualquier otra acción que planeara llevar a cabo.

  • No te entrometas en esto Aldebarán.

  • Ya basta Afrodita—fue la respuesta—Saga nos espera—continuó sin ninguna emoción en su rostro.

  • Me tomará un segundo terminar con esto.

  • No lo harás.

Sin más lo soltó pero de un movimiento decidido sujetó a Sorrento con una mano y lo hizo quedar a su lado, casi como si lo resguardara.

  • Que Saga decida en todo este asunto.

Y fue como una sentencia definitiva pues nadie dijo nada más. Siendo así los cuatro se pusieron en camino  pero sinceramente Sorrento estaba aterrado ¿Qué iba a suceder? Sentía la rabia de Afrodita y una repulsiva mezcla de violencia y lujuria en Death Mask, ambas cosas lo enfermaban; sin embargo, al mismo tiempo, llegó algo de calma pues al que llamaban Aldebarán tan solo se mantenía calmado. Era extraño, un hombre de ese tamaño y corpulencia, aún mucho mayor que la de los atenienses promedio, parecería más brutal que los demás, pero no era así.

Llegaron a la que fuera la sala de audiencias de la familia reinante, sitio en el que el líder de la expedición ateniense, un hombre de cabellos azules y ojos verdes, llamado Saga de Géminis, ahora mantenía una especie de centro de mando. Se veía a varios de sus acompañantes que de inmediato les permitieron el paso y que no dejaron de hacer alguna expresión por la presencia de Sorrento. El joven se sentía avergonzado, caminar entre esos salvajes y medio desnudo lo humillaba profundamente y no dejaba de temer por lo que podría sucederle desde ese momento.

  • ¿Qué ha sucedido?—preguntó Saga al notar al de Atlántida en el lugar.

  • Aldebarán se entrometió en mis asuntos—lanzó Afrodita.

  • ¿Qué clase de asuntos eran esos?—preguntó mirando a Sorrento.

  • Quería sacarle los ojos—dijo sin más Aldebarán—Creo que Death Mask tenía que ver con eso.

Si tenía que ver con el de cabellos y ojos azules no le hizo falta mucha información al de Géminis, ese hombre arrastraba toda una fama ya desde Atenas y también Afrodita, su compañero, quien por cierto era un celoso casi obsesivo.

  • No quiero desordenes—fue la firme sentencia de Saga—Estamos aquí por una razón, no lo estropeen todo.

  • Esta sabandija lo provocó todo—decía el de Piscis señalando a Sorrento—Hay que ponerlo en un sitio donde no apeste con su presencia.

  • Lo quieres lejos de Death Mask, ya entendí eso.

Los conocía a ambos, ese chico era muy lindo, como era que no lo habían descubierto antes no lo sabía pero traería problemas a menos que pusiera algún tipo de remedio, si no era con esos dos sería con alguien más, no necesitaba de eso. Y se dio cuenta que la solución estaba ante él.

  • Quédatelo Aldebarán—dijo Saga.

Sorrento sintió que se abría el suelo bajo sus pies ¿Qué sería de él en manos de alguien semejante? Solo logró escuchar lo que Afrodita decía entre risas.

  • Sabrás tratarlo como se debe.

Solo entendía que estaba en manos de alguien más, todo lo que fuera su existencia dependería de otra persona, estaba bajo la voluntad de Aldebarán de Tauro.

 

**********

 

Sorrento se sentía metido en una profunda trampa cercana a la playa, cuando la marea subiera se llenaría de agua y encontraría la muerte, la cuestión era que sentía que su vida iba a terminarse pero no sabía cuando. Estar entre esos venidos de Atenas ya había sido difícil, devastador para muchos, pero él había logrado sobrevivir, hasta ese momento. Se sentía aún más deprimido de darse cuenta que estaba completamente en manos de otro de esos invasores que habían destruido su vida y la de los suyos.

Reconocía el sitio en el que se encontraba, de hecho conocía muy bien esas habitaciones y no terminaba de creer que estaba de nuevo en ellas en la situación en la que se encontraba.

  • ¿Cómo te llamas?—preguntó Aldebarán.

Pero el joven no dijo ni una palabra.

  • Si no me dices tu nombre igual encontraré una manera de llamarte—advirtió el hombre que era de ojos y cabellos oscuros.

Pero el jovencito de cabellos violeta y mirada rosa apretó los labios ¿No era bastante haber tomado sus tierras para tener que someterse aún más?

  • Muy bien Sirena, ahora estarás aquí, en este lugar.

Al escucharlo llamarle de esa manera no pudo menos que sorprenderse y su rostro lo dijo pues el de cabellos oscuros se explicó de inmediato.

  • Es por ese tapiz.

Había un hermoso trabajo en uno de los muros, de otra época, la imagen de una sirena fuerte, libre…

No valía la pena pensar en ello, ahora estaba ahí, en manos de ese hombre ¿Qué haría con él? ¿Qué pasaría con su existencia?

  • Toma—escuchó.

Levantó su mirada y se encontró con que le estaban dando un lienzo limpio, hacía bastante que no utilizaba uno.

  • Debes bañarte—y eso se escuchó como una orden—Quiero que andes limpio, no tienes de que preocuparte conmigo pero me gusta la limpieza, cumple con eso, será todo.

  • ¿Y si no quiero?—lanzó desafiante.

  • En esto no discutiré—fue la respuesta.

No había cólera ni se trataba de una amenaza, sencillamente le estaba diciendo lo que deseaba. Para terminar de comprobar su punto desapareció unos momentos el de cabellos oscuros y al regresar sujetó al de cabellos violetas por el brazo. Como el más pequeño sabía que no podría oponerse se dejó llevar, sabía bien adonde iban, se trataba del cuarto de baño. Era un hermoso sitio, un salón de mármol que contaba con dos grandes tinas empotradas, amplias, elegantes, pero solo una estaba llena de agua.

  • Aún no entiendo porque tienen dos tinas—decía Aldebarán— ¿Para qué les sirven? ¿No pueden bañarse solo con una?

  • Una es para limpiarte y la otra para enjuagarte—respondió el de mirada color rosa.

  • Que curiosa costumbre.

Con eso lo dejó solo, haciendo que el de cabellos violetas se preguntara por lo que había sido eso, no tenía porque responderle nada a ese individuo, pero de todas maneras lo había hecho. Suspiró para terminar por meterse al agua, estaba tibia, pura, se sintió como renacer, hacía tanto que no se le permitía tener tanta agua, le parecía que cada poro de su piel se alegraba por la caricia. Se sumergió en el agua permitiendo que su mente viajara a otra época, cuando esas mismas habitaciones eran las suyas.

Terminó con el baño pero se resistía a salir, no le importaba que el agua estuviera fría, se sentía protegido en ese lugar, dejándose mecer por unos instantes en la quietud, fuera todo era peligro pero ahí estaba a salvo. Cerraba los ojos intentando encontrar paz en su interior pero justo en ese instante sintió una presencia, no era amenazadora pero de todas maneras abrió los ojos con sorpresa y la puerta se abrió.

  • Te encontré algo de ropa—decía Aldebarán—Sal de una vez del baño.

Fue todo, no le dijo nada más, Sorrento no sabía lo que iba a suceder pero estaba totalmente consciente de que ese hombre no se sentía como una amenaza. ¿Debía someterse? por el momento no había otro camino.

Salió completamente vestido de la habitación, la ropa era sencilla, pero limpia y le quedaba, nunca sabría como era que el otro hombre la había conseguido.

En cuanto a Aldebarán miraba a ese chico ante él, no pudo evitar sentir que algo se removía en su interior de inmediato pero prefirió ignorarlo en ese instante, había otros temas por tratar que resultaban más urgentes.

  • Debes estar bajo mi custodia—decía el más alto y mucho más fuerte—Solo obedece en lo que te encargue, nada más, no me gusta la violencia pero utilizaré la disciplina de ser necesario ¿Comprendes eso?

  • Si.

  • Bien.

Y fue todo lo que se dijeron, la situación estaba lejos de ser ideal, no había manera de que surgieran sentimientos de manera natural, todo indicaba que no podía existir la igualdad que cimentara una relación de respeto y afecto; sin embargo el amor tiene sus caminos y siempre cumplirá con sus designios, nadie puede resistírsele.

 

**********

 

Los días habían pasado de manera extraña, el tiempo transcurría sobre todo para dos seres que se habían encontrado de manera ajena, por motivos de otros, sin saber lo que significaría para ellos y para los demás el que por un instante sus vidas se tocaran. Aunque al principio no fue nada sencillo.

Para empezar Sorrento se sentía como un prisionero y cualquiera que viera desde el exterior su situación lo diría, de todas maneras cumplía con lo que se le decía pues no encontraba sentido alguno en combatir, sabía que no tenía posibilidades de ganar. Por otra parte Aldebarán tampoco estaba muy cómodo con la situación, se trataba de un hombre para quien la servidumbre era algo muy distinto de la esclavitud y se decía que lo que habían hecho con Atlántida era justamente esclavizarlos. Fuera cual fuera el motivo de ese movimiento no terminaba de sentirse convencido sobre la situación a la que se estaba sometiendo a todo un pueblo. Pero él estaba ahí cumpliendo órdenes, nada más.

Además de todo para los dos no estaba resultando sencillo el tener que tratarse a cada momento de cada día.

  • Mantente atento—decía Aldebarán—Si no llegó antes de las diez sabes cual es mi manera de llamar a la puerta.

  • Está bien.

  • No me gusta que te quedes tanto tiempo encerrado pero no puedo hacer otra cosa por tu bienestar.

  • Lo entiendo.

  • Muy bien, debo irme pequeña sirena.

Se dirigía hacia la puerta pero antes de salir, como si fuera un impulso, el de mirada rosa le habló.

  • Mi nombre es Sorrento.

El de ojos oscuros volteó a mirarlo, no entendía porque cada vez que lo miraba le parecía descubrir a alguien nuevo, alguien que estaba despertando en él sensaciones y emociones que no terminaba de descifrar. Y algo similar sucedía con el jovencito de Atlántida, pues en ese momento no se había podido contener para que supiera quien era, quien era realmente.

Los dos parecían sorprendidos con la escena y por lo mismo no dijeron nada, el de ojos oscuros solo asintió de un movimiento mientras el de cabello violeta respiraba un poco agitado, algo estaba sucediendo pero ninguno de los dos estaba pensando con honestidad en ello.

O al menos no mientras estaban juntos.

Sorrento se sentó en la cama que le había acondicionado el hombre que lo cuidara durante ese tiempo, no salía de ahí porque se habían dado un par de incidentes enojosos en los que otros de Atenas habían notado lo lindo que era, lo cual no fue positivo. Incluso uno de esos individuos le ofreció al de Tauro oro por solo una noche con Sorrento, lo cual no fue aceptado desde luego pero el de cabellos oscuros tenía en claro que dejar a ese chico ante otros era provocar algo que terminaría causando más dolor y humillación. Era mejor dejarlo encerrado en sus habitaciones.

Habían encontrado una manera de entenderse e incluso de llevarse bien, Aldebarán no era el cruel tirano que había temido el de Atlántida y el de Tauro no era como sus compañeros, no humillaba ni ultrajaba la dignidad de los vencidos. Además que no terminaba de comprender del todo esa misión en la que se encontraban, pero como leal a su tierra obedecía las órdenes sin cuestionar.

Justamente se estaban reuniendo ese día para hablar de sus órdenes aunque le daba la impresión que lo estaban manteniendo al margen de algo a propósito, sus presentimientos rara vez fallaban y sentía que algo estaba ocurriendo, algo que no provenía de Atenas. Pero otra cuestión estaba tomando importancia para él, algo que lo estaba descontrolando profundamente y no valía la pena que lo negara. Aún si lo hubiera intentado esa misma noche se desmintió.

Ya estaba bastante oscuro cuando regresó a sus habitaciones, entró con cuidado procurando no hacer ruido pues suponía con certeza que el de cabellos violetas estaría dormido, se acercó suavemente y no tardó en encontrar la suave figura que descansaba plácidamente ¿Qué le estaba sucediendo con ese muchacho? Tenía que preguntárselo con sinceridad pues no terminaba de comprenderlo. Había ciertamente algunas pistas y una sobre todo era a la que intentaba responsabilizar de su actitud protectora hacia ese muchacho: Se trataba de un joven fértil.

No todos los hombres lo eran, lo cual se consideraba desafortunado por muchos, pues creaba una especie de división en las poblaciones, pero lo más importante en ese instante era que Aldebarán comprendía que podía acarrear una situación difícil de manejar. El periodo de fertilidad para un hombre podía hacerlo más activo sexualmente ¿Qué sucedería si ese muchachito entraba a su periodo de reproducción? Más inquietante aún ¿era por eso que se preocupaba por él?

En esos momentos no podía dejar de mirarlo al dormir ¿Qué sería de él? ¿Qué sería de Atlántida?

 

**********

 

Era un nuevo día, estar en una ventana sintiendo los rayos del sol sobre su piel dejaba a Sorrento con una sensación de calidez externa pues por dentro no se sentía así. Sabía la situación en la que se encontraba, sabía lo que estaba atravesando su gente ¿Qué habría sido de los demás? eso se lo preguntaba con frecuencia. Rogaba porque estuvieran bien, que no hubieran sido atrapados, se decía que aquellos que habían escapado estaban siendo perseguidos y a él no le restaba sino rogar porque no los encontraran.

En medio de la preocupación y el temor nacido de la incertidumbre el de cabellos violetas de pronto se sintió tranquilo, parecía una oleada de calma, de un sentimiento que decía todo estará bien. Lo desconcertaba en un principio cuando eso le sucedía pero ya había encontrado la fuente de semejante calma, aunque no terminaba de comprenderlo.

En ese justo momento la puerta se abría y daba paso a la elevada figura de Aldebarán de Tauro.

¿Qué era lo que le sucedía con él? No lo entendía, solo podía sentir que si estaba a su lado todo se calmaba, había incluso esperanzas y no lograba descifrar el porque de ello. Lo miró por unos segundos sin decir una sola palabra para después mirar de nuevo por la ventana, sentía deseos de llorar y sin embargo no era por tristeza ni miedo, era algo tan diferente que igualmente lo asustaba.

Antes de dirigirse a las habitaciones que le habían asignado Aldebarán seguía con sus tareas habituales pero le era difícil concentrarse en algo que no fuera Sorrento. De hecho le parecía que estaba obsesionado ¿Era eso amor? ¿O solamente la misteriosa habilidad de los de Atlántida para subyugar a los demás que se contaba? Sorrento era una frágil y delicada muestra de la gente de su tierra pero su presencia era apremiante, su rostro lleno de atractivo, su sonrisa seductora… Se estaba volviendo ridículo. No debía meterse en líos cuando había tanto en juego o al menos eso era lo que se decía para cumplir con su parte en todo lo que se estaba programando.

Pero al estar en el mismo sitio que ese chico de mirada rosa, sinceramente, la mente del de mirada oscura se veía invadida por ideas sexuales desde que viera dormir a Sorrento. Hasta ese momento llevaba una vida de abstemio en cuanto al sexo. No le resultaba sencillo entablar una relación, menos una que implicara intimidad emocional y el contacto sexual con desconocidos no le agradaba. Pero con Sorrento…simplemente mirarlo hizo brotar algo en él, no era solo que sus pensamientos se llenaran continuamente de ese joven, sino que lo sentía parte de él y no encontraba ninguna otra manera de explicar lo que sentía.

Pensaba en las historias que había escuchado, se decía que la gente de Atlántida era muy sensible, que eran demasiado empáticos, aunque no todos lo eran, solo algunos, como Sorrento, quien llevaba toda esa hipersensibilidad al arte, la música, como una manera de expresarse. Pero en ese momento el de Tauro no lo sabía.

  • Sorrento—lo llamó como por impulso.

Pero el joven no se movía de su sitio.

  • Sorrento—lo llamó de nuevo.

El jovencito no se movió, debía escapar, no podía seguir cerca de ese hombre, algo sucedería de lo contrario, estaba seguro de eso, no sabía qué pero algo iba a ocurrir, uno de esos cambios que no pueden ser deshechos. Se dio vuelta para marcharse, no tenía ningún plan, solo pasar por la puerta y huir como si fuera un peligro de muerte; sin embargo no fue lo que hizo.

  • Estas eran mis habitaciones—declaró con la voz agolpada, veloz, sufriente por la incomprensión—Yo vivía aquí, con mi familia, estas eran mis habitaciones…

Parecía completamente fuera de lugar, todo su ser hablaba de inquietud, no se comprendía y no sabía que hacer.

  • Lamento esto—dijo el de Tauro.

  • ¿Lo lamentas?  ¿De qué me sirve que lo lamentes? No sé si mi familia está viva o muerta, deseo que esté muerta porque así no sufrirán más.

Sus ojos brillaban con lágrimas gruesas, rebeldes, imposibles de controlar.

  • ¿Qué clase de persona soy?—preguntó con espanto— ¿Cómo puedo desear algo semejante?

El de cabellos negros deseaba hacer algo pero al mismo tiempo se sentía paralizado, le dolía ver a ese chico, estaba asustado, no se comprendía, podía hacer frente a cualquier peligro en una batalla pero al estar cerca de Sorrento simplemente no podía ni moverse. Quería ayudarlo, darle algún tipo de consuelo, pero ¿Cuál?

  • ¡¡Todo esto es tú culpa!!—gritó el de cabellos violetas.

Sin más fue directamente ante el de Tauro, lo miró de forma retadora, como si estuvieran a punto de entablar un duelo, sin dejar de llorar y con algo más brillando en su hermosa mirada rosa.

  • ¡¿Por qué me haces sentir así?!—preguntaba perdiendo el control por completo— ¡Soy Sorrento de Sirena, tú eres solo un invasor de Atenas, no tienes derecho a hacerme sentir así! ¡¡¡No tienes derecho!!!

Los llantos se hicieron más fuertes pero en lugar de golpear, que parecía el primer impulso del joven, lo que hizo fue refugiarse contra el fuerte cuerpo del de cabellos negros, se quedó ahí simplemente, dejándose llevar por todas esas sensaciones que lo llenaban, por esos sentimientos que simplemente no era capaz de comprender.

El de Tauro solo pudo sentirlo, era imposible no hacerlo, sabía que estaba en el margen de la existencia, que lo que hiciera tendría consecuencias irremediables, pero no dejaba de sentir a ese magnífico muchacho que tampoco lograba comprenderse. De pronto fue como si se disgustara ¿Por qué le estaba sucediendo todo eso?

  • Es tu culpa—dijo sin más Aldebarán—Llenas mis pensamientos sin que pueda evitarlo

Sorrento no dejaba de llorar cuando sintió esas fuertes manos que lo sujetaban por los hombros, levantó el rostro y fue como ver su expresión reflejada en el otro hombre, la misma confusión, el temor, esa especie de dolor que parecía atravesarlos de lado a lado. Y esa pequeña llamita que crecía y se volvía una hoguera, ese poder contra el cual no podían luchar. Fue justo en ese momento cuando no pudieron combatirlo más.

Se besaron por vez primera, entregándose sin control a esa tormenta desencadenada que los arrollaba con todo su poder.

 

**********

 

Era de noche y Sorrento no dormía, se mantenía a la expectativa, aguardando por el de Tauro, aunque ignoraba si regresaría o no, tan solo podía pensar en lo sucedido unas horas antes en ese mismo sitio.

Se habían besado, sin detenerse a pensar en nada ni considerar nada en absoluto, simplemente se habían besado entregándolo todo con ese beso. Por un momento fue como sentir que su vida salía al encuentro de su destino pero no pudo decirlo. No pudo porque el de cabellos oscuros apenas se apartó un poco cuando lo dejó ahí, como abandonado, alejándose con velocidad para salir por la misma puerta que ahora permanecía cerrada.

¿Qué era lo que iba a suceder? En medio de la oscuridad se preguntaba por su vida, su destino, y nada se aclaraba. Entonces ¿Para qué ver a Aldebarán? No era de su tierra, era un invasor, un salvaje que nada respetaba, solo tomaban todo lo suyo, barbaros que vivían para el combate y nada sabían de sentimientos… se sintió cansado de pronto. Muy cansado. Tan solo quería que el de Tauro volviera.

Por su parte el de cabellos oscuros no estaba escuchando nada, le daban los informes y le comunicaban los avances pero él, sencillamente, no escuchaba nada. No se encontraba en ese sitio, su ser parecía preso de un hechizo, tal vez lo era, del encanto de una sirena cuyos labios había probado y eso llenaba sus pensamientos. Podía sentir el calor de su cuerpo, aún aspiraba el perfume de esa tibia piel, la suavidad de su cabello, la dulzura con la que era capaz de responder…

No debía pensar en eso y sin embargo no dejaba de hacerlo. Las implicaciones eran claras y aún no podía aceptar que estaba vencido. Era un guerrero de nombre y fama, era Aldebarán de Tauro y resultaba que era un caballero, alguien que jamás abusaría de su poder ni fuerza para someter a otros, alguien cuyo deber era cumplir con sus órdenes por encima de todo. Ciertamente no estaba en ese sitio para seducir a un jovencito solo y asustado que tenía cientos de motivos para someterse a sus deseos, detestaba darse cuenta de eso, que estaba en una situación de poder que lo ponía por encima de ese muchachito que parecía convertirse en algo en su vida a lo que definitivamente no podía renunciar.

Debía encontrar una solución pero ¿Cuál? Si alejaba a Sorrento lo entregaría a los vicios y lujuria o la crueldad de alguien más; sin embargo, si lo mantenía a su lado podría hacer algo fuera de su control que lastimara al delicado jovencito. La mera idea de herirlo lo consternaba, ni siquiera se sentía capaz de volver a su habitación…No era su habitación, le había dicho que antes de ellos esa era su habitación, de Sorrento ¿Qué era lo que él estaba haciendo en ese lugar? ¿Seguir órdenes? ¿Era tan simple? Se deslindaba de cualquier responsabilidad bajo esas palabras, pero sabía que en su vida, en todos sus actos, debería hacerse responsable por lo que eligiera ¿Qué elegiría?

Aunque no quisiera admitirlo la respuesta surgió de manera natural desde el fondo de su ser.

  • Sorrento.

A eso se resumía todo.

Estaba de regreso en la habitación, debía hacerlo en algún momento.

  • Aldebarán—se escuchó una voz en la oscuridad.

  • Estoy aquí—fue la respuesta.

Sin verse, sin la necesidad de alguna luz, los dos se encontraron de inmediato con tan solo un par de pasos separándolos, callados, aguardando, sus respiraciones eran toda la señal de vida en medio de la noche tan severa y espesa.

  • Yo…no sé…

El de mirada rosa no encontraba las palabras pero de alguna manera el de cabello negro supo lo que deseaba decirle ¿Por qué lograba comprenderlo? ¿Qué estaba haciendo ese chico en él? ¿Por qué nunca antes se había sentido así?

  • No quiero imponerme—confesó el de Tauro—No quiero obligarte a nada, no podría…yo no podría…

Respiraban agitados, como si el tiempo de las palabras hubiera pasado, estando uno al lado del otro se dieron cuenta que hacía frío, provenía de su interior, ahí estaba, la crueldad de darse cuenta que eran seres solitarios y la necesidad de estar con alguien, con ese hombre ante ellos. La necesidad se volvía cortante, intensa, despiadada, los dejaba sin voluntad, como si exigiera su sumisión absoluta, era el imperio de los sentimientos y no serían ellos los que lograran derribarlo.

Debían tenerse, debían sentirse, debían entregarse sin más.

  • Me haces sentir cosas que jamás había sentido—confesó el de Tauro en voz baja—Me haces sentir como si estuviera incompleto.

  • Quiero estar contigo—decía el de Sirena como si no fuera dueño de si mismo—Es todo lo que deseo, es todo lo que me importa.

No es posible luchar contra una fuerza que nos sumerge y se apodera de nuestro ser, para ellos tampoco lo fue, Aldebarán sujetó entre sus brazos a Sorrento y lo oprimió contra su cuerpo. Lo sostuvo así y el de mirada rosa dejó que lo sostuviera.

  • Mi sirena—murmuraba el de cabellos oscuros.

  • ¿Quieres que estemos juntos? ¿quieres de verdad?—preguntaba con suavidad el de cabello violeta.

  • Si—lanzó como un juramento.

Sorrento no pudo sino llorar en silencio pero ya no era por dolor, no, todo tenía perfecto sentido desde ese instante, el cielo se había abierto despejando los nubarrones de dudas que lo habían cubierto. Aldebarán lo sujetó con muchísima suavidad para volver a besarlo, lo hizo largamente y con ternura, unos instantes después lo llevaba hasta la cama entre sus fuertes brazos, lo recostó con cuidado para después recostarse él y bajo las sábanas ambos se sintieron en calma, la tranquilidad los iba llenando. El de mirada rosa no aguardó para acurrucarse junto al de Tauro, estrechándolo con fuerza entre sus brazos, se sintió protegido por estar con él, dejándose llevar con tranquilidad por el sueño.

Por el resto de la noche así se quedaron los dos, unidos en un estrecho abrazo, solo dejándose cubrir por los sentimientos tan nuevos y poderosos que eran capaces de compartir. Eran nuevas personas que se enfrentarían a caminos en su vida que no sabían que existían pero era necesario hacerles frente, deberían encontrar el valor y la fuerza para hacerlo, aunque en esos momentos no lo sabían y solamente eran capaces de refugiarse en esa dicha que tan inesperadamente había llegado.

 

**********

 

 

Continuará…

 

Notas finales:

Si nada sucede la siguiente semana subo la segunda parte, nos leemos.

 


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