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Dueño por zion no bara

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Notas del fanfic:

Es una historia dedicada a Victoria3, quien me sugirió a la pareja, espero que sea de tu agrado.

La verdad es que nunca he manejado al personaje de Andreas pero espero que les agrade a quienes lean.

Notas del capitulo:

Es la primera parte, espero les interese.

 

 

Capítulo I

 

Éxtasis ante mi mirada, suplicio de mi alma, brillo del valor, no puedo al menos cruzar tus mismos caminos porque no andas como los mortales, sino que caminas como una divinidad...

Estas y otras palabras dirigía un hombre fervientemente enamorado a su amor, pero su amor no sería tan sencillo de realizar como lo hubiese querido. El nombre de él era Andreas y el del otro hombre Afrodita. No se conocían y hasta antes de hacerlo ambos hubieran continuado en la tranquila ignorancia, que algunos creen que es dicha, de no haber despertado a un amor verdadero, que consume y crea con la misma violencia e intensidad. Pero iban a conocerse, eso era lo más importante, aunque desafortunadamente las circunstancias los harían víctimas de hechos que escapaban a su control. Pero aun de saber todo eso ¿Quién puede decir que es capaz de ponerle freno al amor?

Los momentos en los que se encontraban no podían sino resultarles buenos, en esos días Apolo, un caballero proveniente de una importante familia que se había lanzado a la guerra para ser un señor absoluto, estaba bien encaminado para terminar de recoger la cosecha que otros habían dispuesto para él. Resultaba un hombre imponente, con su estatura y sus profundos ojos azules o podía dejar de llamar la atención, además que sus cabellos rojos como llamas le daban un aura de autoridad. Claro que no se podía decir que todo fuera únicamente su trabajo, pero se había rodeado de gente que puso todos sus talentos a su servicio, lo cual sin duda fue de gran ayuda. Aunque ya que era quien estaba al frente se le podían dar todas las alabanzas por sus triunfos, que no habían sido pequeños, en verdad era el señor de su ejército y gran conquistador, se mostraba como uno de los hombres fuertes de los alrededores y con ello contaba con el poder para someter a otros a sus designios y se convertía en el señor de Delos*.

Siendo así no eran pocos los que estaban al tanto que servirle podía ser una de las mejores cosas que les sucedieran; otros creían verdaderamente en su causa y algunos más simplemente no tenían ningún otro camino y habían terminado por seguirlo. Sin embargo nadie era capaz de definir porque uno de sus seguidores, un hombre de cabellos rojos como el vino tinto y privada mirada de color violeta, estaba ahí, a su lado, siguiéndolo en ese camino de conquista y poder.  Era un hombre joven, de nombre Andreas Rize, y todo en él hacía que no se le tomara como a cualquiera. Era este joven caballero uno de esos hombres que se lanzaban a su destino buscando hacerle frente y bajo el servicio de Apolo no podía sino reconocérsele como alguien valiente, leal y confiable. Sus ojos violáceos brillaban de valor e inteligencia mientras sus cabellos rojos como el vino parecían cubrirlo de un manto de augusta masculinidad.

Por lo demás resultaba que era un joven de naturaleza recta, valiente, aunque algo cerrado y no convivía con los otros, por lo demás sabía refrenar sus pasiones, no se comportaba afectado y respetaba a quienes merecían su respeto. Su señor Apolo no tenía sino buenas impresiones de él e infundía respeto en quienes lo rodeaban, nadie se hubiera atrevido a cuestionar su habilidad en todo lo que hacía. Su señor, quien era un hombre belicoso y poderoso, hacía de la guerra un oficio y quienes lo seguían se mostraban prestos a servirle, contaba con buenos elementos en ese sentido y entre ellos Andreas se distinguió por su valor y sabiduría al combatir, los demás lo seguían en una batalla y nadie negaba sus talentos.

Siendo así prontamente se distinguió durante los días de los combates y cuando estos terminaros, como premio a sus servicios al volver a su capital, Apolo decidió mantenerlo a su lado. No pensaba prescindir de tan buen elemento quien sin duda aún sería de gran utilidad en sus designios.

—    Ahora que regresemos a casa todo será hacia delante—decía Apolo—Podré hacer todo aquello que siempre he querido por estas tierras

Andreas, quien iba a su lado cabalgando de manera desenvuelta y elegante, solo lo escuchaba.

—    Tú nunca antes habías estado en la capital ¿verdad Andreas?—le preguntó directamente.

—    Nunca mi señor—respondía el joven.

—    No te preocupes, veras que bien se puede vivir ahí. Será un buen lugar y bajo mi mano incluso será mejor.

Los demás que cabalgaban o iban a pie con ellos se mostraban muy de acuerdo con esa afirmación y el de pupilas violáceas tan solo guardaba silencio, reservado y serio no encontraba ánimos de intervenir en charlas ajenas, solo se limitaba a seguir con sus instrucciones para encontrar la manera de cumplirlas sin vacilar. Pero aparte de eso no terminaba de tranquilizarse aunque se creyera que ya todo estaba bajo control, sabía que Apolo aún contaba con enemigos, que en esa partida había acabado con casi todos los que se le oponían no significaba que todos estaban derrotados. No le gustaban los cabos sueltos y le preocupaba que aún fueran capaces de causarles problemas, para él era mejor cerciorarse.

—    Estamos aquí—anunciaba Apolo.

A la distancia se podía contemplar la capital, su señor la había heredado de numerosas generaciones que habían peleado para hacerse dueños del lugar y él la había enriquecido derrotando a sus enemigos. Con amplias construcciones de estilo clásico, elegantes cúpulas adornando los edificios de reuniones, resplandecientes fachadas que daban la bienvenida, sin duda parecía que era un sitio amplio y brillante, al menos donde se veía; también había otros lugares menos brillantes, esos sitios donde la pobreza y la desolación reinaban, barrios bajos y pobres en los que la vida era muy dura y la gente debía ser más dura aún para lograr sobrevivir. Pero eso no era lo que se veía desde ahí sino solamente el brillo que se esperaba fuera reconocido desde ese momento, como si todo se desprendiera del dueño del lugar, como si ese hombre de cabellos rojos como fuego fuera un sol dispuesto a iluminarlo todo.

—    Necesitamos de descanso y ya mañana se hará lo necesario para celebrar—continuaba Apolo—Bien lo merecemos por empezar con una nueva vida, para todos.

No era que no lo desearan los que iban con el de ojos azules, pero regresando antes de lo esperado no se tenían listos los preparativos, con su presencia sin duda indicarían la importancia de acelerar las cosas pero al menos por esa noche descansarían. Después de ese tiempo en combates y escaramuzas era justo que todos aquellos que siguieron a Apolo como a un dueño encontraran algo de calma y retribución por su labor. A su llegada todos iban encontrando acomodo por el palacio y nadie sospechaba que algo más pudiera suceder o al menos casi nadie.

—    ¿Qué sucede?—preguntaba un joven de nombre Balder.

Y se lo preguntaba a su compañero, Andreas, pues lo veía de pie observando por una ventana hacia las afueras.

—    Hay demasiada tranquilidad—fue la respuesta.

—    No te preocupes, ya todo está solucionado.

—    No encontramos a un grupo de esos facciosos rebeldes, anda por ahí, no me gusta eso.

—    Solo son un puñado de alborotadores ¿Qué crees que puedan hacer? Lo han perdido todo.

—    Es por eso que me preocupan, porque ya no tienen nada que perder, la gente es peligrosa en un momento semejante.

—    Descansa, estamos de regreso y Apolo es el señor de todo el dominio, no hay nada porque preocuparse.

Al menos él, Balder, descansaría, pero su compañero de cabellos rojos no estaba seguro que las cosas estuvieran marchando con tanta calma como aparentemente se veía. Lo mejor era mantenerse atento para cualquier eventualidad que pudiera presentarse, al menos él lo haría por un tiempo.

 

**********

 

Lo cierto era que algunos de esos hombres que estaban vencidos esperaban en las sombras por su oportunidad, para poder poner en marcha su último plan y sabedores que Apolo se había adueñado de la situación y que estaba de vuelta y en palacio no tardaron en actuar, como dijo Andreas ya no tenían nada que perder.

Como sombras al caer la noche se deslizaban en silencio por las calles y cercaban el palacio, no eran de manera alguna revolucionarios ni libertarios, la razón por la cual habían sido cruelmente castigados era porque se trataba de bandoleros. Habían asolado la región por mucho tiempo y Apolo se había propuesto acabarlos por completo, casi lográndolo, pero estos hombres que ya no tenían salida se decidieron a gestar una última tentativa, audaz y peligrosa, una en la que esperaban deshacerse del señor del lugar y apoderarse de un buen botín.

Casi todos dormían ya bien entrada la noche pues ya era tarde, incluso los que debían estar despiertos, despreocupados por sentirse seguros gracias a la vuelta a casa, dejaron que el sueño los venciera y no cumplieron con su labor, dejando así a su suerte a todos los que descansaban. Los muros guardaban silencio, los pasillos permanecían vacíos, nada ni nadie estaba preparado para lo que vino.

Andreas despertó de pronto, como si una voz misteriosa le hubiera dicho “Despierta”, el joven solo abrió sus violáceos ojos y no escuchó nada en un primer momento, se levantó de la cama y miró alrededor pero solo parecía pasar la noche. Entonces se acercó a la ventana y primero creyó que era el brillo del amanecer pero no tardó en darse cuenta de lo que se trataba en realidad. Era fuego que brillaba alrededor del palacio, en las entradas, y que se propagaba velozmente por todas las estancias. Sin perder el tiempo el joven salió velozmente con sus armas en las manos y listo para encarar lo que fuera que estaba sucediendo.

—    ¡A las armas! ¡A las armas! ¡Estamos bajo ataque!—decía a plena voz buscando la manera de organizarse ante lo inesperado.

Los que eran hombres de guerra no tardaron en estar de pie y encontraban algo de calma para actuar, no así los demás miembros del palacio quienes turbados solo buscaban la manera de escapar. Pero Andreas estaba prontamente listo para actuar, no dejó de gritar órdenes que eran seguidas por la seguridad con las que eran dadas; lo más importante era tratar de contener el fuego, lo cual se estaba logrando a medias, pero un sitio en especial estaba siendo consumido prontamente por las voraces llamas que corrían con gran velocidad.

Y en medio del caos un sonido se hizo presente aunque no todos lo escuchaban desde el primer momento.

—    ¿Qué es eso?—preguntaba sin terminar de comprender Balder.

—    Piden ayuda—decía Andreas yendo en la dirección de la que provenía la llamada de auxilio.

Unos instantes y estaban ante las puertas grandes puertas enmarcadas con símbolos florales, se trataba de la entrada del harem.

—    Hay que echar abajo esas puertas—ordenaba Andreas.

La tarea estaba siendo cumplida tan rápido como fue posible con la ayuda de algunos hombres, definitivamente siendo un sitio sobre adornado con telas y encajes el fuego había encontrado prontamente la manera de correr. Los hombres que ahí habitaban, entre concubinos y sirvientes y otros jóvenes, trataban de escapar torpemente y fueron ayudados a salir con tanta velocidad como era posible. Pero entre ellos uno que parecía recuperar el aliento decía algo.

—    Sigue allí…el señor sigue allí…

—    ¿Quién?—preguntó Andreas.

—    El señor no quiso salir antes que los otros…sigue ahí…

Parecía que no obtendría mejor respuesta y el joven de cabellos rojos como el vino se dispuso a entrar.

—    ¿Estás loco?—le decía Balder sujetándolo por el brazo—Este sitio está perdido, el fuego lo hará cenizas.

—    Que me condene por siempre si permito la muerte de alguien que necesita mi auxilio sin intentar ayudarle.

Sin más palabras y sin medir riesgos se introdujo a la construcción que ya ardía, intentando descubrir si quedaba alguien en el lugar, pensaba que no cuando una débil voz que pedía ayuda se dejó escuchar. La siguió y no vaciló en subir con velocidad por las escaleras que se hundían bajo sus pies, no veía bien a causa del humo tan espeso pero contó con un poco de suerte pues consiguió distinguir una figura caída que intentaba escapar pero sin la energía para hacerlo. De inmediato fue a su lado y la tomó entre sus brazos en medio de los escombros que humeaban y buscando una salida, sabía que era inútil volver sobre sus pasos así que buscaría otro sitio y logró encontrarlo.

Una de las habitaciones estaba todavía en pie y en la misma había ventanas que daban hacia la parte exterior, Andreas contempló la distancia hacia el suelo pero confiaba en poder resistir la caída, así que sin dudarlo se arrojó con el hombre que entrara a buscar entre sus brazos. Gracias a su fortaleza y destreza no tuvo inconvenientes en lograr su cometido y estaba lejos del alcance del fuego, sobre todo estaban a salvo.

—    ¿Cómo te encuentras?—preguntaba con suavidad.

Hasta ese momento prestó mayor atención a la persona a la que había sacado, se trataba evidentemente de un hombre joven, uno casi sin sentido debido a todo lo sucedido y con marcas de humo y ceniza sobre su ropa y cuerpo. Pero aun así a él le pareció que era hermoso. Llegaron otros que los vieron salir por la ventana y de inmediato les prestaron auxilio, separándolos.

El fuego pudo controlarse y Apolo enfureció por lo ocurrido, no cesó de cazar a los provocadores y Andreas fue el comisionado de lograr su captura.

—    Necesito que esto se termine—ordenó el de ojos azules.

El joven accedió y no tardó más que unos días en cumplir la voluntad de su señor, dejándolo plenamente satisfecho y muy deseoso de mostrarle su gratitud a su regreso. Así que al reunirse con sus compañeros fue bien recibido.

—    No esperaba que fueras tan veloz—comentaba uno de nombre Frodi—Definitivamente no creían que serían descubiertos.

—    Fueron torpes al creer que esconderse entre la gente los protegería—decía Balder sin más.

Solo el de pupilas de color violeta, quien había formado toda la investigación y el plan para capturar a los responsables, no decía nada, se limitaba a cumplir con el deber encomendado por su señor.

—    Debemos ver al señor Apolo—se limitó a decir Andreas.

Cuando entraron a palacio, que estaba ya limpio y presentable después del incendio, fueron recibidos con honores los miembros de la expedición, más que nadie el joven de cabellos rojizos, quien mantenía su mirada serenamente al frente. Aunque fue justamente cuando se dio uno de esos momentos que cambian la vida de la gente.

Debido a que estaba mirando al frente se dio cuenta que Apolo no estaba solo, había un hombre a su lado, le tomó un segundo pero lo reconoció como el caballero al que rescató del fuego pero en esos instantes lucía muy diferente. No pudo sino notar que era un hombre joven y bellísimo, deslumbrante, con un cuerpo que constituía un sueño para cualquier hombre: caderas suaves pero rotundas, brazos perfectos, piernas largas magníficas y un rostro de rasgos finos, ojos de cielo, unos labios dulces, fogosos, sensuales y su cabellera celeste caía por su espalda como una cascada.

Sobre todo se dio cuenta que aquella espléndida criatura lo observaba con intensidad, casi hubiera perdido el sentido de sí mismo bajo esa mirada, sin embargo una voz lo volvió a la realidad.

—    Sean bienvenidos—dijo Apolo—Me han servido bien y con valor, no puedo menos que agradecerles por ello.

Seguía hablando y hablando pero Andreas solo podía concentrarse en el caballero que estaba a su lado.

—    Afrodita se ha encargado de preparar todo para darles la bienvenida—continuaba el señor de Delos.

Así que su nombre era Afrodita pero también comprendió el papel que jugaba ese hombre en la vida de su señor. No era su esposo pues la había sacado del harem, pero estaba a su lado en un momento solemne, así que sin duda debía ser su favorito ¡El favorito de su señor! Apolo era su dueño. Por lo tanto era alguien inaccesible para él. Aunque sincerándose jamás mostraba demasiado interés en los hombres, no hasta ese momento por lo menos.

Apolo fue abierto en mostrar su júbilo a los que participaron en esa expedición, finalmente los bandoleros que quedaban estaban presos y aguardaban por su condena, la fiesta marchaba bien y él era reconocido por todos los presentes como el dueño de la situación, dio variados honores a los que le eran leales y a Andreas sin duda más que a ninguno de todos ellos.

—    Me has servido como nadie—dijo Apolo ante los demás—Es por ello que desde este día, Andreas Rize, serás mi primer ministro, solo a mí rendirás cuentas en todo Delos.

—    Mi señor—decía el joven con solemnidad inclinándose en señal de humildad y agradecimiento.

Los presentes aplaudieron esa elección, ya fuera por sinceridad o por diplomacia pero alguien lo hacía con verdadera alegría.

—    Espero se me permita mostrar mi agradecimiento a mi salvador—decía una masculina voz.

Era el mismísimo Afrodita que quedaba ante él por vez primera, no hubieran podido jurar que algo pasaba desde ese instante, pero era un hecho que ambos sintieron como una oleada recorrerlos y por un segundo no fueron capaces de respirar siquiera. Pero no se dijeron más, el de cabellos celestes se limitó a colocar un medallón en el cuello del recién llegado, algo sencillo, nada ostentoso, pero para el Rize significaba más que todas las joyas del reino juntas.

—    Es momento de celebrar—dijo Apolo.

Un grito de júbilo se dejó escuchar y la celebración dio inicio, se comía y se bebía alegremente, se escuchaban las voces de regocijo y los intercambios de bromas, la alegría se presentaba y los demás se dejaban llevar por ella. Sin embargo para dos personas lo más sobresaliente de ese momento fue que estaban en el mismo sitio y sabían de su mutua existencia.

Andreas no participaba mucho en los festejos pero los que lo conocían sabían que así era con él, no hablaba mucho ni acostumbraba a hacer ruido, más bien se alejaba. Siendo así le sorprendió un poco que alguien lo llamara.

—    ¿Escapas de una fiesta en tu honor?

Volteó y por un segundo no pudo decir nada ante quien se acercaba con su rostro de aspecto sonriente.

—    ¿Acaso no te diviertes?

 Era él, Afrodita, quien le hablaba con dos copas en las manos.

—    Espero poder brindar contigo—continuó el de ojos de cielo.

Definitivamente el de ojos violetas no se esperaba eso y no podía dejar de notar como ese caballero parecía iluminarse bajo el brillo de la luna mientras le ofrecía una de las copas que no dudó en tomar.

—    Gracias por ayudarme—continuó.

—    Solo cumplí con un deber—respondió él.

—    Los demás no lo hicieron, fuiste el único, por eso gracias.

Bebieron sin decir nada por unos instantes pero sus miradas ya habían sido cautivadas por esa otra persona que desde ese instante entraba a sus vidas.

 

**********

 

De la misma manera en que Andreas se había distinguido en el servicio de Apolo con las armas lo hacía ahora como su ministro, si era valiente en un combate lo era también para proteger los bienes de su señor, si se mostraba sabio en una estrategia lo fue asimismo para negociar, si su tenacidad en una batalla era ilimitada lo era igual para atender los asuntos que le eran presentados. No dejaba de manejarse con dignidad y honradez, sin pretender abusar de su sitio ni del nombre de su señor y dueño, tan solo se movía con el deseo de hacer la parte que le correspondía con excelencia.

Al mantenerlo Apolo a su lado, cerca de su vida, lo colocó cerca de los otros que también le eran cercanos. Entre ellos sus hombres, los de su harem, ya que el de ojos azules no era alguien que dejara de buscar la manera de saciar sus apetitos. Por otra parte no era nada inusual lo que hacía al tener a varios chicos lindos de diversa índole a su disposición. Andreas se manejaba con donaire, tino y agudeza, su señor lo apreciaba y le agradaba, lo convidaba a sus recreaciones y lo consultaba para varios asuntos. Desde entonces, al estar cerca, Afrodita empezó a mirarlo con una complacencia que podía acarrear graves peligros para ambos.

Cuando el caballero de Rize fue nombrado ministro, varios aplaudieron la medida, sobre todo los hombres que no eran de guerra, porque era joven y apuesto pero otros palaciegos no lo hicieron pues le profesaban una gran envidia; sin embargo como Andreas trabajaba con excelencia en su labor, no se le podía criticar. Pero algo muy diferente era lo que podía ser esa relación con el favorito de Apolo.

No era nada inusual que Andreas estuviera presente durante las reuniones de Apolo con otros, entre ellos Afrodita, pues era considerado el más importante de su harem y no eran pocos los que celebraban su belleza y demás encantos. En una ocasión un visitante extranjero diría al respecto.

—    Baila como un hada, canta como una sirena, habla como una gracia y se encuentra colmado de habilidades.

Todo eso aunado a una belleza que los demás consideraban destellante, no podía sino valerle un sitio de privilegio, aunque Andreas no pensaba en nada de ello cuando por alguna razón podían hablar entre ellos, disfrutaba más de estar a su lado que por encima de cualquier otra atracción, demasiado sinceramente.

—    Desearía que todas las audiencias fueran como las de hoy—comentaba Afrodita con una sonrisa.

—    ¿Por qué?—quiso saber Andreas.

—    En un solo día has despachado más asuntos de estas regiones que todos los ministros en meses.

—    Se debe trabajar para servir.

—    Y eres muy comprometido con esa labor.

Se encontraban en un banquete pero nadie parecía prestar demasiada atención a lo que hicieran, los demás se mantenían en sus propias charlas, incluso Apolo que estaba más interesado en algo de unos caballos que en saber lo que ocurría con Afrodita, le bastaba con que se viera hermoso ante todos y que supieran que era suyo, que era su dueño, vestido con su bello atuendo azul de corte sencillo pero finísimo nadie dejaba de notarlo.

Ni siquiera Andreas.

—    Las mejoras a este sitio han sido excelentes—comentaba el de cabellos celestes bebiendo un poco de su copa—Me preguntaba si sabías de arquitectura o algo parecido.

—    En realidad simplemente me limité a observar lo que era necesario hacer—respondió él.

Después del incendio Apolo le había encomendado la remodelación del palacio, la labor fue muy bien y se podía considerar un sitio espléndido el que había entregado el joven ministro a su señor.

—    ¿Qué lugar te ha impresionado más?—preguntaba amablemente Andreas, deseando saber.

—    Pues…diría que esta habitación.

—    ¿Por qué?

—    Porque hemos podido charlar—decía sonriendo Afrodita.

—    En este momento también es mi lugar favorito.

—    ¿En verdad?

—    Sí, porque es iluminado por tu presencia.

Andreas no era dado a galanterías de ninguna clase pero ante ese hombre no podía sino hacerlo, era algo como natural, sin pensarse, y ninguno de los dos encontraba nada de malo en ello, todavía no se daban cuenta de lo que estaba sucediendo entre ambos ni de lo que podría acarrear.

El banquete continuaría por varias horas, pero Afrodita terminó por retirarse para descansar un poco…escoltado por Andreas. No parecía necesitar más protección y los dos salieron por el amplio pasillo que llevaba por los diversos salones del palacio que se conectaban sin dificultades.

—    Este sitio es espléndido—comentó Afrodita de pronto.

Estaban en una de las salas de audiencias para visitantes extranjeros, un hermoso sitio que contaba con amplios espejos finamente trabajados y que brindaban una sensación de amplitud y lujo. Resultaba uno de los lugares más comentados de toda la construcción por su espléndido aspecto.

—    Todas las ceremonias para extranjeros se hacen aquí—comentó Andreas—Pero no es lo mismo que verlo así, a solas, sin nadie más alrededor.

—    Este sitio es perfecto para danzar—dijo el otro sin pensarlo.

Apartándose del hombre a su lado dio inicio a unos pasos de baile, con su delicado atuendo girando alrededor, una figura solitaria en el silencio.

Andreas no podía dejar de mirarlo, era fascinante, encantador, hermoso, divino y podía seguir diciéndose palabras que intentaran definirlo pero no lograría que se acercaran a lo que sentía, una alegría que nunca había vivido, una calidez extraña, una especie de dicha y angustia al mismo tiempo, no podía explicarlo.

Entonces el que danzaba se detuvo de pronto y lo miró de frente, ambos parecían no respirar siquiera de manera natural, había algo, algo estaba sucediendo entre ellos ¿Qué? Se agradaban sin duda, cuando charlaban eran brillantes, si debían permanecer juntos no dejaban de sentirse dichosos pero después, al separarse, no dejaban de pensar en el otro y ahora que estaban en el mismo sitio a solas…

—    Será mejor salir de aquí—murmuró Andreas.

—    Si—se sometió Afrodita.

Los momentos que aún estuvieron juntos no dijeron ni una palabra, no sabían que decir ante lo que estaban por descubrir.

 

**********

 

Andreas trabajaba con excelencia en su labor y no se le podía criticar como el mejor y más capaz ministro de Apolo. Pero la soledad del caballero no era lo mejor que hubiera tenido, ya que sus pensamientos se llenaban de una sola imagen, estaba empezando a soñar con alguien, con Afrodita. Se distraía de sus tareas, había como una pesadumbre en su corazón y su desgracia venía de su dicha pues todos los días conversaba con Apolo y el augusto Afrodita y con ello no podía sino aumentar el embeleso con aquel deseo de gustar que es como un arreo a la belleza y poco a poco su mocedad y sus dones hacían mayor la impresión que ya había causado en el de mirada de cielo desde la primera vez que se vieron.

Cierto era que ninguno de los dos lo advirtió al principio pero esa tierna pasión crecía en la inocencia, abandonándose Afrodita sin escrúpulos ni recelos al gusto de poder ver y escuchar a un hombre como ninguno que hubiera conocido. En cuanto a Andreas veía lo hermoso que era, lo inteligente, tierno y encantador que resultaba, esas miradas que procuraba apartar de él y encendían un fuego que no podía combatir. Ninguno de los dos estaba en una situación sencilla.

Pero al menos el de ojos violáceos se dio cuenta y admitió que las cosas estaban cambiando, de ninguna manera era un ingenuo para pensar que tendrían el final que él deseaba. Fue justamente por no poder creerse a sí mismo con la fortaleza de impedir hacer algo lamentable, que Andreas inició con un camino que lo alejara de ese lugar, así era, pensaba en marcharse.

—    No sé por qué piensas que marcharte es una buena idea—decía Balder con cierta confusión.

—    ¿Acaso no te basta con todo lo que tienes aquí?—preguntaba Frodi—El señor Apolo te ha hecho su principal ministro ¿No te basta con eso?

—    Necesito alejarme—respondía Andreas.

No se sentía capaz de dar explicaciones, tan solo buscaba una cura a su mal y concluyó que la distancia era el mejor remedio de todos.

Pero alguien se enteró de esos planes y su angustia ante la idea de perderlo no pudo sino afectarlo y hacerlo sincerarse consigo mismo.

La verdad en todo ello era que Afrodita jamás había amado a Apolo, intentó corresponder a su pasión pero el amor solo habita en la libertad. El caballero de mirada de cielo se sentía un esclavo, esclavo favorito sin duda, destinado a participar en el esplendor que rodeaba al ahora señor de Delos y debía parecer dichoso cuando él tomaba su mano que no se daba ni se rehusaba, el latir de sus venas no se mostraba más veloz ni más lento, no lo amaba. Tan solo agradecía no ser su esposo, aunque lamentaba que ese favor tan señalado no fuera sobre otro.

Pero la llegada de Andreas a su vida no le permitía ser indiferente por más tiempo, su corazón hablaba y nuevos sentimientos que lo hacían vivir el amor despertaban, no había manera de que los controlara ni que los combatiera, estaban ahí.

Afrodita no podía sino invocar unos pensamientos que lo agitaban, no dejaba de pensar en Andreas, su figura amable le parecía perfecta, aún más que la de Apolo en los transportes más tiernos. La verdad era que Apolo actuaba hacia él como si debiera sentirse muy dichoso por tener su atención. Andreas en cambio fue su salvador, quien arriesgó su vida por él sin siquiera conocerlo.

—    Quizás mi deseo sea culpable pero inunda mi corazón.

Amaba a Andreas, era la verdad.

Lo peor de todo era que no ignoraba los sentimientos del joven, nada de eso, estaba seguro de que lo amaba también.

—    Solo deseo comprender el porqué de esta decisión—decía Apolo.

—    Necesito alejarme mi señor—fue la respuesta de Andreas.

—    Eres mi ministro, no puedes marcharte así como así.

—    Todas mis labores están delegadas y serán cumplidas aún sin mí.

—    ¿Acaso no te encuentras cómodo aquí?

—    He recibido más honores de los que pueda merecer pero necesito alejarme por un tiempo mi señor.

Apolo lo miraba sin comprenderlo y estaba convencido a esas alturas que no obtendría una respuesta diferente, aunque no por eso estaba dispuesto a ceder a lo que el Rize le solicitaba.

—    No te irás—ordenó su señor—Eres mi ministro y te quedarás aquí a cumplir tus deberes.

Ya que fue dicho de manera definitiva y que no se prestaba a interpretaciones de ninguna clase, Andreas solo pudo inclinarse ante esas palabras y salir del salón de audiencias. No podía seguir ahí pero tampoco marcharse, necesitaba encontrar una manera de resolver lo que estaba sucediendo.

Justo en ese momento vio hacia las afueras de palacio, el de cabellos celestes caminaba cual si fuera un sueño por los jardines, tan hermoso y tan único ¿Cómo esperaban que su corazón no gritara sus sentimientos si estaba tan cerca de ese hombre que llenaba todos sus sentidos y todo su ser?

Desde ese instante se aseguró a sí mismo que solo quedaba una alternativa para salvaguardar a su adorado caballero.

—    No debo verlo más.

Pero al decirlo su corazón se estremeció.

 

**********

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Si nada sucede subo la segunda parte la semana entrante, nos leemos.

Atte. Zion no Bara

 


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