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Ruiseñor por zion no bara

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Notas del fanfic:

Es una trama que deseaba hacer, espero que les guste a quienes lean.

 

Notas del capitulo:

Es la primera parte, que la disfruten.

 

 

Capítulo I

 

Era de mañana en la corte de Atenas, todo parecía como siempre, con sus costumbres y manera de hacer las cosas y por supuesto con sus intrigas, pero eso parecía preocupar no mucho a las dos personas que daban un pequeño paseo por los jardines cercanos a las amplias fuentes con las formas de animales fantásticos de las que brotaba agua en lugar de vino. Las dos figuras solitarias en medio de todo el suntuoso ambiente que los rodeaba conversaban, compartiendo y uniendo aún más ese vínculo tan especial que habían desarrollado y que tan mal comprendido o contemplado era por los demás, que al ser maliciosos solo podían ver malicia. Como fuera, el jovencito de los cabellos verdes estaba un poco inquieto, había notado que ese hombre ya mayor a su lado parecía no estar bien, se mostraba algo tembloroso y fatigado, aunque aseguraba sentirse bien.

—     Solo demos una vuelta en carroza—dijo el mayor de cabellos blancos.

—     Está bien, pero después  volveremos a descansar—propuso el más joven.

—     Está bien, prefiero escucharte a ti que a todos los demás.

Se dieron una sonrisa y se mostraron dispuestos a seguir con sus planes; una carroza fue llevada y ambos subieron a ella mientras un silencioso cochero los llevaba primero por los jardines y después al bosque, dejando atrás una estela de comentarios e intrigas que generaban un estilo de vida tan dañino en el palacio de Atenas.

—     ¿De verdad estás bien?—preguntaba el jovencito.

—     Si mi pajarito cantor, estoy bien—decía el mayor—No temas por mi salud Shun, ya a mi edad son los achaques comunes.

—     Aun así…

—     Tranquilo, solo es cansancio, nada más.

Parecía que era todo pues el resto del día las obligaciones del monarca se cumplieron con rigor, se dejó ver, se dejó atender, fue adulado y en medio de todo ello sabía que lo que más estimaban los que lo rodeaban era obtener algún tipo de favor y que en su mayoría no contaban con el menor mérito para que les fuera concedido. Las últimas visitas privadas que recibió antes de poder descansar eran de sus parientes, vio como esos dos hombres ante él le hacían reverencias mientras que a sus espaldas intrigaban e intrigaban, un profundo tejido de intrigas intentando deshacerse de ese rival por la corona que esperaban heredar un día.

—     Gracias por visitarme—decía el monarca Matsumaza—Pero deseo descansar, ha sido un día largo para mí.

—     Por supuesto tío—se adelantaba el de cabellos azules, Saga—Que estés bien para el día de mañana.

—     Cualquier cosa que necesites solo debes decirla—agregaba el de cabellos negros, Hades—Con mucho gusto me haré cargo.

—     Siempre puedo contar con ustedes—fue la  aparentemente amable respuesta.

Pero ambos hombres sabían que no podían irse así, necesitaban hacerle saber algo más, algo que estaba seguro aumentaría su favor ante su monarca tío.

—     Esperaba poder ver al joven Shun—lanzó de pronto Saga—Me placería mucho poder despedirme de él.

—     Quisiera entregarle un pequeño presente—se adelantaba Hades pues no quería perder terreno—El joven Shun  cuenta con mi afecto y respeto.

Matsumaza los escuchaba ¿Qué sería de Shun con esos dos tras él? ¿Con toda la corte tras él de esa forma solo por su cercanía? Pobre chico, al menos esperaba poder hacer algo antes que alguno de esos dos lograra un ascendente de cualquier tipo sobre él.

—     Shun descansa ya, lamento no poder complacerlos—fue su respuesta—Deseo descansar.

Era definitivo, así que los otros dos tan solo podían irse a pesar que no les gustara, necesitaban a ese chiquillo de su lado, lo sabían bien y lo sabía también el rey pero al menos por esa noche, al verlos alejarse, tan solo pensaba en dormir, no se estaba sintiendo bien. Terminó con los rituales necesarios para poder ir a la cama y finalmente, las cortinas solo debían ser cerradas para que durmiera, pero antes de eso, cuando el lugar estaba completamente a solas, alguien más se deslizaba a su lado.

—     Gracias por venir Shun—le dijo.

—     Me alegra poder venir ¿quieres que cante algo?—le preguntaba amablemente.

—     Lo que desees estará bien.

Así fue, el de cabellos verdes cantaba como solo él podía hacerlo, desde el fondo de su alma y llegaba al corazón del anciano monarca que solo deseaba descansar, lo ayudó a dormir esa noche y parecía que todo estaba bien, pero no era así. A la mañana siguiente, cuando todos los que podían entrar a la habitación para despertar al rey lo hicieron no tardaron en darse cuenta que algo andaba mal, Matsumaza estaba enfermo, por lo cual fue llamado el médico de la corte quien dijo claramente lo que opinaba.

—     Es una fiebre violenta, hay que limitar el acceso a la persona del monarca.

De inmediato se pusieron en movimiento los pasos necesarios, pero aun en su cama de enfermo el rey no dejaba de ser el rey y todos los complicados rituales para semejante ocasión necesitaban cumplirse. Podría parecer que las cosas mejoraban pero no era así, la fiebre continuaba su marcha, debilitando el  cuerpo que alguna vez fuera regio y seguro al danzar o montar a caballo o al enamorar, todo eso era ya pasado; sin embargo tuvo la fuerza para llamar a alguien a su lado.

—     Estoy aquí—escuchó.

—     Shun—le dijo con suavidad.

Esos ojos verdes lo miraban brillantes e inocentes, como su dueño, quien sin más le tomó la mano y no la soltó por las horas siguientes, quedándose a su lado devotamente, lo cual fue la única dicha que tuvo el enfermo mientras los acontecimientos continuaban su marcha, el médico de la corte estaba ahí, el de Hades y el de Saga también, y los tres hombres no dejaban de dar órdenes e instrucciones y de paso le comunicaban todo sobre la salud del paciente a los que aguardaban del otro lado de las puertas. Lo palpaban, veían sus ojos, sus oídos, su lengua, sus orines y sus heces, el color de la piel, la fuerza de las manos pero ninguno se atrevía a dar un diagnóstico definitivo por temor a equivocarse y que le fuera cargada la responsabilidad después por cualquier resultado.

Mientras tanto la corte no dejaba de reunirse en las galerías del palacio, todos parecían al acecho de cualquier noticia y no dejaban de aguardar para saber cómo comportarse, más valía saber a quién se hacían reverencias y a quien no pues estar del lado perdedor no era una opción para ellos. Hades y Saga, así como sus partidarios, estaban más atentos que nunca y bajo el pretexto de ser los herederos y desear respetar su salud no acudían al lado del enfermo, aunque lo deseaban vivamente, su tío moriría y a uno de ellos le correspondía la corona. La situación empeoraba, los médicos tuvieron que reconocer que el clima de la enfermedad estaba en peor, no podían ocultarlo, Matsumaza se estaba muriendo, por lo cual se debían ir preparando para el desenlace obvio.

Mientras todo eso ocurría, solo cuando dejaban al pobre enfermo en paz por las noches, y los criados que debían cuidarlo preferían dormir a estar al lado de un viejo moribundo, era cuando aparecía la delgada silueta de Shun, quien con un valor sereno se mantenía en la habitación, carcomido por la inquietud de lo que iba a suceder ¿De verdad Matsumaza podría morir? Por fuera la corte continuaba con su actitud dual, dependiendo de los informes que escasamente se pudieran obtener corrían a la puerta de Haces o a la de Saga, nadie deseaba quedar fuera del juego de la corona.

Pero el monarca aun no perdía del todo la fuerza y la voluntad, veía a ese muchachito angustiado a su lado ¿Qué iba a ser de él si lo dejaba ahí? ¿Qué haría Saga con él? ¿Qué haría Hades con él? ¿Qué haría la corte con él? ninguna de esas preguntas era buena, la respuesta le resultaba dolorosa, así que debía hacer algo.

—     Shun—lo llamó en medio de la noche.

—     ¿Quieres algo? ¿llamo al médico? ¿quieres que…?

—     Shun—lo interrumpió—Me encuentro mal, los dos lo sabemos, y en este punto solo me debo al cielo y a mi reino, a mi pueblo, que debió ser mi  cielo y mi reino en realidad, pero al que tanto ignoré.

—     Pero…

—     Shun, te irás al amanecer.

—     No, eso no—le pedía el jovencito angustiado.

—     Debes hacerlo, irás al sitio que te indicaré, estarás a salvo ahí.

—     ¿A salvo, de qué?—peguntaba sin entender.

—     De los que me odian y de los que te desean.

El de ojos verdes parecía no comprenderlo pero sus miradas se encontraron, era el momento de obedecer, por lo cual el de cabello verde se puso en pie con valor, era la despedida, por lo que le tomó la mano a Matsumaza y la besó con afecto, con eso, después de saber sus últimas instrucciones, se dispuso a salir de la habitación. Pero antes de hacerlo el monarca susurró unas palabras más.

—     Adiós, mi pequeño ruiseñor.

La partida no fu siquiera notada, tal como el rey lo deseaba, y las cosas continuaban en la corte, llegó el confesor del rey, el gran capellán, los cortesanos rendían honores por igual a Hades y a Saga, no sabían que esperar mientras ambas partes  hacían que sus partidarios llegaran y se mantuvieran listos para cuando llegara el momento de reclamar lo que consideraban suyo. Un grupo de sacerdotes rodeaban la habitación con un cirio en la mano mientras el monarca debía comulgar, aunque sus palabras  destacadas por boca del cardenal fueron rectas y las esperadas.

—     El rey me pide que les diga que pide perdón a los cielos por sus ofensas—dijo desde la puerta.

La verdad era que Matsumaza dijo algo distinto.

—     ¿Los buitres siguen de luto o esperan para usarlo?

Las horas se hacían horribles mientras Shun llegaba a las puertas de un pequeño convento con discreción, al abrirle la puerta uno de los monjes no dijo nada, le mostró la carta que llevaba bajo su capucha y fue recibido.

—     “Ruego por su protección para el portador de la misiva, un buen muchacho que solo me ha dado dicha”

Estaba firmada solo por un nombre, Matsumaza.

Cuando al abad lo recibió se encontró con un lindo rostro y los ojos arrasados por las lágrimas, pero las instrucciones estaban dadas, ese muchachito debía permanecer ahí para su propio bien, antes que cayera en manos más fuertes y más peligrosas.  Fue llevado a una celda pequeña pero contaba con lo indispensable, donde lo dejaron solo para que descansara y para que pudiera llorar su aflicción. Ya ni siquiera podría tomar la mano del rey con afecto, mucho menos podría cantar para él.

—     Todo ha terminado—se dijo llorando.

Mientras tanto, en palacio, el monarca pensaba también en él, en la dicha que era tenerlo cerca cuando cantaba.

—     Mi pajarito cantor…mi ruiseñor—se dijo con tristeza.

Todo había cambiado.

 

**********

 

La historia que parecía culminar con la muerte del monarca había comenzado meses atrás, cuando un viaje había sido programado con anterioridad y estaba diseñado para durar tres semanas, si no había contratiempos y de verdad no esperaban que los hubiera pues incluso esos contratiempos estaban previstos, un mal camino, lluvia, una rueda del carruaje rota, no encontrar caballos para hacer el cambio de postas, ese tipo de cosas que resultaban inevitables en los viajes. Sin embargo la orden estaba dada y debía cumplirse: el cantor debía salir de la casa hacia palacio el día seis, y así se hacía. Después de todo nadie iba a contrariar una orden del monarca, el hombre ante quien todos se inclinaban y reverenciaban como al sol. En cuanto al cantor importaba bien poco lo que pensara de todo ese asunto, estaba para hacer lo que se le ordenara y nada más, se lo habían dicho muy claramente.

—     Pero me gusta estar aquí—había dicho.

—     Cuando el rey ordena todo el reino obedece—fue la respuesta.

El jovencito de cabellos y ojos verdes no estaba seguro de lo que iba a venir en su vida, incluso otros de sus compañeros lo miraban con envidia por lo que consideraban una enorme suerte y se lo habían hecho saber de forma muy poco amable.

—     Yo soy mucho mejor que tú—le había lanzado Reda, uno de sus compañeros—No entiendo cómo pudieron elegirte.

—     Si pudiera cambiar las cosas lo haría—decía con timidez el de ojos verdes.

—     Si como no.

Había notado el que estaba por partir la hostilidad con la que se comportaban sus compañeros, nunca habían sido muy amigos pero incluso aquellos que se habían mostrado afectos a su persona ahora se veían enojados por los celos, al grado que cuanto más se acercaba la fecha para partir sintió casi alivio de dejar lo que había sido su casa por tantos años. En una ocasión le pusieron algo a su bebida lo cual lo obligó a vomitar, en otra encontró su ropa hecha girones en el suelo, el último evento fue una araña venenosa en su cama, jamás había enfrentado los celos y la envidia, encararlos en ese punto le hacía muy difícil el saber qué hacer. Además las cosas no terminaban con sus compañeros, los que habían sido sus instructores lo habían buscado y le hablaban maravillas de lo que podría lograr en palacio, y por supuesto le recordaban que no debía olvidar a quienes tanto habían hecho por él.

—     Y cuando logres una posición en palacio podrás hacerme llamar—decía uno de sus maestros.

—     ¿Una posición?—preguntaba sin comprender.

—     Debes hacerte del círculo del rey, saber quiénes son los fuertes y entonces me harás llamar.

Ciertamente no pensaba hacer eso, pero no lo dijo, no entendía porque la gente había cambiado tanto alrededor; solo una persona lo seguía tratando igual y era uno de sus maestros, se llamaba Albiore, un caballero de cabellos rubios y ojos azules que siempre había tenido comprensión y amabilidad para los pequeños que llegaban a ese sitio. Lo había buscado antes del viaje en busca de consuelo pero en esa ocasión lo que encontró fue más bien un consejo. El caballero estaba en los jardines encargándose de arrancar la hierba mala de entre las flores, contemplando el ambiente mientras entonaba una de esas melodías tan básicas que se les enseñaba a los recién llegados.

—     Maestro Albiore—le habló.

—     ¿Qué sucede pajarito?—le preguntó sin dejar de hacer su labor.

—     Ya casi debo irme y no sé qué esperan que haga—admitió con tristeza.

—     Todos se mostraran como tus amigos primero y si no estás dispuesto a hacer lo que te piden dejarán de serlo.

—     Es lo que me temo.

En ese instante el de cabellos rubios fue hacia él y lo miró de frente con honestidad, sabía que no podía mentirle ni intentar ocultar las cosas.

—     Has sido llamado a palacio porque un  hombre ambicioso desea que estés cerca del rey, no te ha llamado el rey mismo.

—     ¿Entonces qué voy a hacer?—preguntaba temeroso el jovencito de enormes ojos glaucos.

—     Solo puedes hacer lo que has aprendido aquí, cantar, y eso lo harás muy bien.

—     Pero hay quienes cantan mejor que yo.

—     No se trata solamente de tener mejor control de tu voz o conocer más canciones—le explicó sonriendo—Cuando tú cantas lo haces con el corazón, no solo con tu voz, es por eso que puedes conmover a los demás, puedes tocar lo que los demás no podemos, por eso y por algo más.

—     ¿Qué cosa?—quería saber confundido.

—     Porque eres hermoso pajarito.

—     ¿Eso que tiene que ver?

—     Vas a un lugar donde hay hombres poderosos y ambiciosos—le decía el de ojos azules con claridad—A ese tipo de hombres les gusta tener cosas hermosas, también por eso has sido llamado, pero ten cuidado, no todos los que dicen ser nuestros amigos lo son en verdad.

—     ¿Cómo puedo saberlo entonces?

—     Tendrás que aprender a distinguir la verdad de la mentira como se separa el día de la noche, y eso solo podrás hacerlo tú.

—     Siento miedo—admitió apenado el jovencito—desde que tengo memoria he estado en este sitio, no sé nada más de lo que suceda afuera.

—     Lamento que te arranquen de nuestro lado tan pronto pero no podemos sino acatar los hechos, pero confío en que seas fuerte y valiente, no pierdas tu ternura y tu amabilidad, no permitas que te quiten lo que te da tu voz.

El de los ojos verdes iba a continuar con sus preguntas pero justamente en ese momento alguien más apareció, uno de los sirvientes de la casa, para llamarlo.

—     ¡Ya vienen!—decía emocionado.

El de cabellos verdes vio a quien fuera su maestro con esa expresión de necesitar mucho más tiempo pero ambos sabían que no lo tenían, así que el rubio le sonrió y se inclinó para darle un beso en la frente con afecto.

—     Abre tus alas pajarito, no temas, eres más fuerte de lo que lo que crees.

Eran las últimas palabras que podría dirigirle, era el momento de la separación. El mismo caballero rubio lo acompañó por el lugar hasta sus habitaciones donde tendría que terminar de arreglarse para estar listo al momento de partir.

En la habitación se mostraban algo agitados, con anterioridad se había enviado ropa para el jovencito de mirada glauca pues debía estar presentable para su nueva posición, por lo que fue engalanado con unos pantaloncillos esmeralda y medias color hueso, unas zapatillas satinadas, una camisa blanca y un jubón bordado en plata. Los enviados a recogerlo estaban alcanzando la entrada cuando ya estaban todos los de la escuela de pie para darles la bienvenida, habían hecho algunos preparativos extra, un pequeño banquete en el que deberían aprovechar la oportunidad de intentar influir en alguno de los enviados de la corte y así lograr un puesto, pero las cosas no salieron de esa manera exactamente.

Cuando el carruaje principal estaba en la entrada el palafrenero descendió de un salto y sin más abrió la puerta colocando un tipo de escalerilla y del interior del lujoso vehículo surgió la figura de un hombre impecablemente vestido con botones dorados que miró a todos con aires de superioridad.

—     El enviado del príncipe del Tártaro—decía un chambelán con voz fuerte—El Duque de Garuda, se presenta para recoger al cantor.

El caballero que había llegado se quedó en su sitio y todos los demás le hicieron una reverencia, tal como debía ser.

—      ¿Es él?—preguntaba el recién llegado de cabellos morados y ojos del mismo color mirando al de cabellos verdes.

—     Sí, es él—decía el maestro principal—Nos sentiremos honrados si aceptan nuestra hospitalidad…

—     No hay tiempo para eso, debemos partir cuanto antes.

—     Pero esperábamos…

—     Déjame verte—continuaba el llamado Aiocos ignorando al resto.

El que estaba por partir se sintió como un caballo al que examinaban, lo observaban, veían sus cabellos, sus manos, la forma de sus pies y el largo de sus piernas, además de hacerlo abrir la boca y verificar que su dentadura estuviera bien.

—     Partimos de inmediato.

Sin más todos estaban en movimiento de nuevo, haciendo que el de ojos verdes subiera a uno de los carruajes, no el principal, desde donde apenas pudo hacer un gesto de adiós, no a alguien en específico, sino a todo ese sitio, la Escuela de Cantores, donde tantos niños como él habían sido abandonados un día para que aprendieran a cantar, solo algunos lo lograrían y los que no eran echados sin más, y aun de conseguirlo tan solo eran comprados un día para pasar el resto de sus días cantando para alguien, como un objeto más de sus propiedades.

Fue así que un jovencito llamado Shun inició un viaje para alcanzar su nuevo destino y sin tener la menor idea de cuánto iba a cambiar el futuro de tantas personas solo por su presencia y por su voz.

 

**********

 

El viaje fue largo, casi interminable para el de ojos verdes, Shun se sentía nervioso al extremo que no podía cantar siquiera, ese hombre que lo llevaba a veces se le quedaba mirando como si se preguntara algo sobre él, pero jamás le decía nada, enviaba mensaje tras mensaje sobre sus avances en el camino pero no le comunicaba nada a él. Así que prefería ver a los alrededores, donde la gente se mostraba curiosa sobre ellos, ver ese tipo de caravanas de la gente de la corte era una distracción para la muchedumbre que no pertenecía a ese tipo de vida; algunas tierras se veían prósperas pero muchas otras no, la gente se mostraba pobre, cerrada, miserable, no era difícil conocer el origen de esa miseria.

—     Necesitamos caballos—dijo Aiocos.

—     Mi señor duque—fue la respuesta—No hay caballos disponibles hasta mañana.

—     Los necesito.

Sin más envió a otros de sus acompañantes que no tardaron en incautar los animales a unos campesinos que se mostraban desesperados por la pérdida que no les iba a ser compensada, pero también sabían que no podían hacer nada ya que ese señor duque de Garuda era de la corte y la justicia, la ley, no era algo que se aplicara a ellos. El camino pudo seguir pero no lograba que el jovencito se tranquilizara sobre su destino, iba a cantar para el monarca ¿y qué más? ¿Qué se esperaba de él en un sitio como la corte de Atenas? Si pensaba demasiado en ello le dolía la cabeza pero en su interior una opresión intensa estaba anidando, necesitaba saber qué hacer pero no contaba con nadie en quien confiar en todos los que lo rodeaban.

Intentando descansar un poco Shun se había quedado recargado contra una de las paredes del carruaje tapizado en color amarillo con flores blancas, fue un grito lo que lo hizo despertar de pronto.

—     ¡Hemos llegado!

Solo entonces el de ojos verdes se atrevió a  asomarse por una de las ventanillas y vio como el camino abierto mostraba solo una cosa a la distancia, el imponente palacio de Atenas, el sitio principal donde toda la grandeza de un hombre debía ser cantada y celebrada, el palacio Santuario, el sitio más espectacular de todo el mundo, donde había fuentes de vino y la noche se iluminaba como si fuera el día y las paredes estaban cubiertas de oro pues las del rey estaban  tapizadas de diamantes, donde las flores jamás dejaban de florecer, donde la dicha y el esplendor eran tan naturales como respirar. O al menos eso creían todos los que no habitaban el palacio, pero el interior sería algo diferente y ese jovencito lo iba a descubrir de primera mano, aunque aún no era el tiempo para saberlo todo.

—     Baja—le dijeron abriendo la puerta.

Cuando Shun puso por primera vez el pie en el palacio parecía no terminar de saber qué ver primero, estaba tan entusiasmado como cualquiera que nunca hubiera estado ahí y se le notaba, sin embargo con aquellos que iba de inmediato estaban en camino y debía seguirlos. Aiocos le habló de forma directa aunque sin verlo, solo diciéndole lo que debía saber en ese momento pues realmente no se sentía encantado con tener que haber hecho ese viaje solo para recoger lo que a él le parecía un encargo menor.

—     Te llevaran a una habitación, descansa y prepárate para cuando se te llame.

—     ¿Cómo debo prepararme?—preguntó sintiéndose inquieto.

—     Yo que sé, arréglatelas.

Fue lo último que le dijo, dejando al jovencito en la incertidumbre, pero al separarse sus caminos el de mirada morada dio nuevas instrucciones a un sirviente.

—     No dejen de vigilarlo, que nadie fuera del círculo del príncipe del Tártaro se acerque ¿comprendido?

—     Si mi señor—fue la respuesta.

Shun fue instalado sin dificultades pues no contaba con mucho, aunque el de ojos verdes se sintió extrañado de la habitación que le habían dado, era pequeña y nada cómoda, su anterior habitación era mejor que ese sitio ¿Dónde estaban las paredes de oro?

—     Debe ser  difícil tener todas las paredes de oro—se dijo.

Necesitaba un poco de reposo.

Pero mientras él descansaba nuevos planes se ponían en marcha, Aiocos no había perdido el tiempo y se puso en camino para encontrarse con aquellos que debía hablar, necesitaba además ponerse al día con las novedades, es decir, con las intrigas de la corte en todo el tiempo que estuvo lejos. Para eso debía hacer una visita veloz, y se encontró con más de lo que esperaba, pues estaban todos aquellos con los que debía encontrarse pero no esperaba que sería tan pronto y al mismo tiempo.

—     Ya estás de vuelta Aiocos—lo recibieron.

—     Si y no me esperaba que estuvieran todos reunidos ¿Qué ha sucedido? ¿Acaso hay algo urgente?

—     Si—fue la respuesta definitiva.

El recién llegado miraba a los hombres alrededor, ellos eran uno de los círculos de poder en la corte, con sus intrigas, influencias, trampas, con todo ello, y sabían que se estaban jugando  el todo por el todo contra otro grupo tan fuerte como el suyo, y que en su ausencia habían logrado lo que parecía un punto a su favor de gran relevancia. El que le explicó la situación era su pariente, el gran duque de Grifo, un hermoso hombre de largos cabellos plateados y mirada dorada, intrigante e inteligente, pero más que nada ambicioso.

—     Los Géminis se han adelantado—decía—Consiguieron colocar a su primito Afrodita en la cama del rey.

—     ¿Qué?—preguntaba sorprendido— ¿Cómo pudieron? Debíamos ser nosotros quienes lo lográramos ¿Qué sucedió con Myu?

—     No lo consiguió, solo eso, Afrodita está instalado en las habitaciones aledañas del final de las escaleras y se siente muy cómodo.

—     ¿Qué vamos a hacer?

—     No perdamos la calma—intervenía otra voz—No estamos derrotados.

Quien hablaba era un alto caballero de cabellos y ojos dorados, no se podía dejar de notar que sus cejas eran pobladas, espesas, al grado que parecían una sola, pero eso no contaba, era parte de la familia real en cierto grado, gran duque de Wyvern, Radamanthys.

—     ¿Cómo podemos tomarnos esto con calma?—preguntaba Aiocos—Ese miserable de Afrodita está trabajando para los Géminis, siendo el amante del rey tiene un poder e influencia que no se puede comparar.

—     Eso creen ellos, o al menos lo debe creer Afrodita—continuaba el rubio—No es más que un arrogante estúpido y debemos aprovechar eso, alguien como él no podrá mantener la atención del monarca.

—     ¿Estás seguro?

—     Lo estoy, presionará para cambiar de habitaciones, querrá las del amante real, pero no las obtendrá, nos encargaremos de eso, es impaciente y caprichoso, hartará al rey y eso será su caída.

—     Se escucha como posible.

Con esas seguridades se mostraba más tranquilo, aunque notaba que el otro en la escena aun no decía nada, un apuesto hombre de cabellos negros y ojos verdes y entre ellos la figura más importante, el príncipe del Tártaro, uno de los herederos presuntos de la corona, de nombre Hades.

—     Por cierto, traje tu encargo Hades.

—     ¿Qué encargo?

—     El cantor—lanzó algo disgustado Aiocos—Y no entiendo que no respondieran a ninguno de mis mensajes.

—     Eso—dijo como si nada el de cabello oscuro—Ya no importa.

—     ¿Qué? ¿Cómo que ya no importa? Me hicieron ir por él y traerlo cuanto antes ¿y ahora me dicen que ya no importa?

—     Un cantor era una buena idea hasta hace dos semanas—continuaba el caballero—Ahora son los músicos los que interesan al rey, tenemos a uno muy virtuoso, se llama Pharao, creo que podemos hacerlo el músico del rey.

—     Pero los Géminis tienen a su candidato también ¿no es así?

—     Si, un sujeto llamado Orfeo, tenemos que ser más astutos para poner a alguien de los nuestros en ese sitio, necesitamos quitar a Afrodita del camino.

—     Aguardaremos y actuaremos cuando sea el momento.

—     Hasta entonces mantengamos la calma.

Parecía el final del concilio, el partido del príncipe del Tártaro estaba listo para continuar con sus luchas e intrigas contra el grupo de los Géminis, sus rivales acérrimos, lo cual no era de extrañarse cuando el premio que se estaban jugando era muy jugoso, pues quien ganara sería nombrado heredero de la corona de Atenas cuando falleciera el monarca. Iban a retirarse pero de pronto el de Garuda recordó algo.

—     ¿Y qué hacemos con el cantor?—quería saber.

—     ¿Con el cantor?—preguntaba Hades sin que le importara.

—     Tuve que dejarlo instalado en palacio ¿Qué hago con él ahora?

—     Mándalo de regreso—fue la orden.

No le gustaba en lo más mínimo la idea pues el viaje era largo, pero al menos ya no tendría que hacer algo él, tan solo organizaría que un carruaje sencillo lo regresara, sin embargo estaba cansado de todo lo relacionado con ese asunto y le interesaba más estar al tanto de los movimientos de los Géminis, así que por las siguientes horas no se ocupó del muchachito de los cabellos verdes.

Por su parte, en otro palacio, similar al concilio de los Tártaro, estaba otro grupo entablando sus planes pues sentían que habían conseguido un buen punto de apoyo que los ayudaría con sus planes. Cuatro hombres estaban reunidos, todos eran nobles de grandes casas y uno de ellos incluso era príncipe como Hades, pero en su caso se manejaba por otros motivos, más que nada porque deseaba exactamente lo mismo que el de cabellos negros.

—     ¿Aiocos ya está de vuelta? –comentaba uno de cabellos y ojos azules.

—     Me lo informaron apenas vieron su carruaje—respondió otro de cabellos negros y ojos verdes—Trae al cantor con él pero a estas alturas ya no les es de utilidad, debieron moverse más aprisa.

—     Es mejor para nosotros que sean tan torpes.

—     Pero aún no tenemos la jugada asegurada.

El de ojos azules era el gran duque de Acuario, Camus, y el segundo otro gran duque, de Capricornio, de nombre Shura, ambos eran sensatos y listos, sabían bien que habían ganado una jugada pero no estaba segura y que los de Tártaro iban a responder, lo sabían tan bien como los otros dos hombres presentes, con sus ojos verdes y los largos cabellos azules, muy especial resultaba que fueran idénticos, pero solo uno era el mayor y por lo tanto era a quien correspondía ser el otro presunto heredero de la corona; similar a Hades, Saga príncipe de Géminis era candidato a ser nombrado monarca cuando el rey falleciera. En cuanto a su hermano gemelo, Kanon, era el gran duque de Dragón de Mar, ambos inteligentes, ambos audaces, ambos decididos, estaban en el mismo camino y al igual que sus aliados esperaban ganar la partida en la que estaban jugándose su futuro.

—     Afrodita ya está en la cama del rey—decía Kanon—Eso no debe gustarles mucho a los del Tártaro.

—     Sí, pero no debemos confiarnos—decía Saga—Una cosa es llegar hasta la cama del rey, otra es  mantenerse ahí, Afrodita deberá ser bien dirigido, no podemos dar pasos en falso cuando hemos ganado tanto.

—     Sinceramente esto no me agrada—intervino Camus—Afrodita no puede ser dirigido, si se le sube a la cabeza lo que ha logrado lo perderemos todo en este movimiento, no está seguro.

—     Ya consiguió lo más importante—respondió Shura—Ahora debe ser agradable, limpio, buen conversador e interesarse en lo que interesa al rey.

—     Si aseguramos la posición de Afrodita su influencia sobre el monarca será invaluable—mencionaba Kanon—Podremos afianzar nuestros planes, y sacar de la jugada a los del Tártaro definitivamente.

—     Estoy con Camus, este plan no es definitivo—terciaba Saga—Depende absolutamente de que Afrodita sepa comportarse, ni siquiera es el amante oficial, está en habitaciones aledañas, no las principales, no podemos confiarnos.

—     Tan solo hay que apuntalar la situación, nada más.

Necesitaban pensar como llevar a cabo ese plan pero  cuando les parecía haber llegado hasta ese punto, como si fuera solo algo de menor importancia y que no les quitaba el sueño, comentaron de pasada un tema más.

—     ¿Qué haremos con el cantor?—preguntaba Shura— ¿Hay que dejarlo aquí o encontramos la manera de echarlo?

—     Los del Tártaro harán eso—respondió Kanon—Ya no les sirve para nada.

—     Está bien.

No iban a utilizar la recién ganada influencia de Afrodita en ese asunto, tenían cosas más importantes que hacer, por ejemplo conseguir colocar como músico real a Orfeo y que la plaza no fuera ocupada por Pharao, había otros temas que encarar.

Así que por la desidia de ambos lados quienes consideraban que Shun era un asunto sin importancia, permitieron que el jovencito se quedara en palacio más tiempo del estimado, dándole una oportunidad que sin buscarla llegó a su vida.

 

**********

 

En todo el palacio de Santuario nadie prestaba atención a ese personaje de cabellos y ojos verdes que seguía esperando a que lo llamaran, no lo entendía, le habían dicho que era muy importante que se eligiera a un cantor para la corte y ahora que estaba ahí parecía que a nadie le interesaba, nadie le decía nada ni le explicaba nada, no sabía qué hacer, todos actuaban con un papel definido y como él no tenía un cargo formal nadie se hacía cargo de lo que necesitara. De no haber sido porque encontró un camino a las cocinas del palacio y lograba escabullirse por algo de comida hubiera estado incluso sin comer; pero esos momentos en que se escabullía le permitieron conocer el palacio por dentro, no los resplandecientes salones principales, sino lo que no se veía a simple vista.

Fue un poco descorazonador darse cuenta que el palacio no era lo que todos creían, detrás del brillo y el lujo había mucha miseria en todos los sentidos, las paredes no eran de oro y dudaba de esa historia de los diamantes, las fuentes, las que funcionaban, daban agua y no vino, la gente estaba tan interesada en verse bien que no importaban cosas como no llevar medias o no tener muebles en las habitaciones, daba un aspecto casi de farsa saber que un caballero alquilaba muebles finos cuando tenía visitas en sus habitaciones, y que desaparecerían una vez que la visita terminara. La corte era solamente apariencia, no era sólida, y las conversaciones que llegaban de casualidad a sus oídos no eran mejores, solo encontraba chismes, intrigas, mofas, banalidad en suma, a pesar de los almidonados modales toda esa gente era vacía, muy vacía.

—     Afrodita de Piscis ha ocupado el lugar del difunto Adonis*—comentaba uno de esos caballeretes.

—     ¿Lo crees?—decía otro  con cansancio—Solo ha conseguido meterse a la cama del monarca siete veces en cuatro semanas, no me parece que eso sea suficiente para convertirse en el amante real.

—     Pero no por eso le harás menos reverencias.

—     El viento cambia ¿Qué esperan que diga? Además Afrodita está apoyado por los Géminis, puede apuntalarse en su sitio.

—     Los Tártaro deben estar furiosos.

La charla continuó por un rato, el de cabellos verdes no estaba seguro de lo que debía hacer y terminó trepando a un árbol, desde ahí tenía buena vista sin ser visto, y por eso contempló como daba un paseo un pequeño grupo, o más bien paseaba un caballero que era seguido por una pequeña turba que  parecía buscar su atención y favor. Era sin duda un hombre muy hermoso de grandes ojos celestes y cabellos del mismo color, con un lunar en la mejilla y una expresión de autosuficiencia bastante notable. Vestía elegantemente y las joyas que lo adornaban parecían muy costosas, reía  abiertamente, por un segundo el de ojos verdes en el árbol se dijo que parecía un pavo real rodeado de gallinas.

—     ¿Podría entonces presentar mi petición a su majestad, mi señor Afrodita?—decía un hombre con apuro—Le estaré muy agradecido si lo hace.

—     Veré lo que puedo hacer—decía el otro dándose aires de importancia.

Los demás que lo rodeaban hacían más o menos lo mismo, Shun sintió que veía una opereta cómica por unos momentos, todo eso rayaba en lo ridículo, pero podía ser grave cuando otras palabras se deslizaron en la charla.

—     El rey no me niega nada—decía con presunción el que se llamaba Afrodita—A su edad sabe que debe tener contento a alguien como yo.

Soltó una carcajada y como si fuera un coro los demás lo imitaron, pero Shun se preguntaba si estaba bien que hablara de esa forma del rey ¿Por qué los demás lo adulaban tanto? Parecía un hombrecito muy hermoso pero bastante fatuo y algo estúpido a su juicio, vio como el grupito se alejaba ¿eso era la corte? ¿Mofas e intrigas, favores y adulación? Pues que les aprovechara, ojala y él pudiera regresar a la escuela, aunque  al saber que no había cantado ni una vez para el monarca se burlarían de él ¿acaso ni eso había logrado? Era un asunto triste pero no había nada más que pudiera hacer.

Cuando le pareció que no había nadie más por los alrededores se dispuso a bajar del árbol pero al ir de regreso a la minúscula habitación que le destinaron notó unos elevados abetos  que no había notado antes, estaban un poco más lejos pero ya que no tenía responsabilidades no tenía que rendir cuentas y se decidió por saber si desde ese sitio se podía ver más allá del palacio. Con la habilidad de quien lo había hecho desde niño y la seguridad que daba la curiosidad, el de cabellos verdes comenzó a trepar, subiendo poco a poco, intentaba estirarse  pero solo veía más árboles ¿Qué podía hacer? Tal vez si se estiraba un poco más lograría alcanzar la otra rama, llegaría más alto y…

Crack…crack…crack… Ese sonido no podía ser algo bueno y antes que pudiera hacer algo para evitarlo sintió que la rama en que apoyaba su pie se rompía, se quedó colgando unos segundo, casi de milagro vio un ventanal cerrado, golpeó con su pie que colgaba intentando abrirlo pero no lo conseguía, estaba por caer. Justo en ese momento el ventanal se abrió y logró entrar sujetándose de una cortina y después se deslizó como agua por la fina tela hasta el suelo, respiraba un poco asustando aun después de semejante aventura pero estaba a salvo.

—     No vuelvo a trepar a ese árbol—dijo en voz alta.

—     ¿Qué hacías trepado en el árbol?—le preguntaron.

De pronto se sintió asustado, la ventana no se abrió sola, la habían abierto cuando lo escucharon golpear, y se encontró de pronto ante la recia figura de un hombre, ya mayor, con imponente barba y mirada profunda, pero a pesar de su aspecto algo severo le dio la impresión que había amabilidad en ese caballero. Se puso de pie y mostrándose arrepentido por la aventura se dispuso a contarle lo ocurrido.

—     Perdóneme, no quise molestar—comenzó el jovencito—Solo quería ver si desde la copa de esos árboles se podía ver hacia afuera de palacio, pero una rama se rompió y casi perdí el equilibrio.

—     ¿Por qué deseabas ver afuera? ¿no te gusta aquí dentro?

—     Creo que fue por curiosidad—explicó sonriendo—Muchas gracias por ayudarme.

—     ¿Qué es lo que haces aquí?

—     Fui llamado como cantor para el rey—explicó.

—     El rey no tiene cantores desde hace mucho tiempo—decía el caballero.

—     Qué pena, me hubiera gustado cantar para él, tal vez alegrarlo un poco.

—     ¿Crees que el rey necesita alegrarse un poco?

—     No lo sé en realidad pero la gente en la corte no se ve feliz, y no sé si se puede estar alegre en un sitio donde los demás no son felices.

—     ¿Y una canción de un cantor puede cambiar eso?

—     No, pero si al menos alegra un poco al rey me daría gusto.

El de la barba lo observó en silencio por unos segundos pero antes de poder decir nada se escuchó un gruñido, lo cual hizo que el jovencito se ruborizara, había sido su estómago, pero por un buen motivo.

—     Lo siento, no he podido comer mucho—se disculpaba el de ojos verdes.

—     ¿Por qué no?

—     Pues es que no tengo un cargo aquí y si no se tiene un puesto en la corte no hay quien se haga cargo de alguien como yo y como no he cantado para el monarca, pues…

Dejaba en el aire el resto de la respuesta, pero al mayor de los dos comprendió, lo miró con simpatía y terminó por dar una breve sonrisa.

—     Bueno, no quiero que nadie me acuse de dejar morir de hambre a un pequeño cantor—decía el caballero con amabilidad—Yo estaba por comer ¿me honrarías con tu compañía en la mesa?

—     ¿De verdad?

—     Sería un honor.

Sin más Shun sonrió, apenas si esperó a que el de la barba se sentara en la sencilla mesa para tomar una silla y estar a la mesa en poco tiempo, la comida se veía muy bien, aunque estaba un poco fría.

—     ¿No sirven la comida caliente aquí?—preguntaba el de ojos verdes.

—     Las cocinas están lejos, cuando la comida llega no está a la temperatura adecuada.

—     Ya veo.

Pero no por eso hizo menos los honores a lo que probaba, estaba muy bien y como no había comido bien en los días anteriores le gustaba aún más, parecía que el caballero ante él no comía mucho y decidió preguntar.

—     ¿No le gusta la comida?

—     Me agrada, pero hace tiempo que como menos—explicaba el caballero mayor.

—     Que mal, no está enfermo espero.

—     No, solo cansado.

—     Pero si esto es Santuario, el palacio más grande jamás creado, con sus paredes de oro y habitaciones de diamantes, todo este esplendor es para disfrutarse, el monarca debe hacerlo.

—     ¿Crees eso?

—     Espero que lo haga.

Con una sonrisa y continuaron comiendo, más el de ojos verdes que no paró hasta sentirse satisfecho, y el hombre de la barba ante él terminó disfrutando esa naturalidad, era agradable, nada de amaneramiento ni ocultas intenciones, solo un muchachito alegre por comer. Justamente cuando terminó de probar la comida el de cabellos verdes decidió hacer un ofrecimiento en compensación por su ayuda.

—     Quisiera hacer algo por usted, por ser tan amable conmigo—decía Shun.

—     ¿Y qué sería eso?

—     Podría cantar para usted.

—     Pensé que eras el cantor del rey.

—     Sin duda el rey comprenderá que su cantor, si es que llego a serlo, sea amable con alguien  que fue gentil conmigo.

—     Sea pues, escuchemos la canción.

Parecía que el hombre de la barba no tenía expectativas acerca de la canción pero el de cabellos verdes se puso en pie y sin dejar de sonreír suavemente comenzó a cantar, su voz no parecía nada especial en las primeras notas pero poco a poco iban subiendo de intensidad, no en el volumen, ese no cambiaba, pero parecía tomar la alegría de los jardines para plasmarla en su voz, haciendo que el que lo escuchaba se sintiera complacido, con la calma de una brisa al atardecer después de una larga labor. Cerraba los ojos dejándose llevar por la melodía, le daba calma, una sensación agradable en medio de esa corte tan indisciplinada, hasta que le pareció que respiraba libremente, como quien se quita algo muy ajustado del pecho y se libera de todas sus tensiones. Si, estaba tranquilo, sereno, estaba sencillamente a gusto.

La canción terminó y vio como Shun continuaba con la misma suave sonrisa, sin duda era un cantor, pero había algo especial en él.

—     Muchas gracias por compartir su mesa conmigo—decía con sinceridad.

—     De nada.

En ese momento llamaron a la puerta, un chambelán entraba un segundo después y se mostraba  sorprendido o más bien horrorizado por la presencia del de cabellos verdes en la misma habitación.

—     ¡Guardia, guardia!—comenzó a llamar a gritos.

El de ojos verdes no entendía lo que estaba sucediendo pero unos instantes más y ya estaba un pequeño cuerpo de guardias armados dispuesto a apresarlo, pero antes de poder hacer nada el caballero mayor se puso en pie, haciendo que todos se quedaran como congelados.

—     No haga tonterías Tatzumi—decía el caballero—Que toda esta gente salga.

—     Pero…

La mirada que le lanzó bastó para que todos salieran, dejando a las dos misma figuras solas de nuevo.

—     ¿Qué fue todo eso?—preguntaba el de cantor—Parecía que los iba a fusilar con la mirada.

—     No te preocupes.

—     ¿Quién es usted en realidad?

—     ¿No lo sabes?

Hizo un gesto negativo pero la puerta se abrió de forma intempestiva, entrando dos hombres más, de hecho eran Saga y Hades, quienes parecían contrariados con toda la escena.

—     ¿Qué hacen aquí?—preguntaba el mayor.

—     Nos sentimos inquietos por su bienestar majestad—dijo Hades.

—     Nos dijeron que había un extraño en su presencia mi rey—se sumó Saga.

¿Majestad, rey? ¡Por todos los cielos! Shun se daba cuenta de lo ocurrido, todo ese tiempo había estado como si nada ante un hombre que le parecía un caballero amable y así, sin más, como si fuera un encantamiento, de repente se convertía en Matsumaza de Graude, monarca de Atenas.

 

**********

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

Notas finales:

Solo por comentar: *En el mito griego Adonis era un joven muy hermoso, la diosa Afrodita se enamoró de él y murió atacado por un jabalí salvaje.

Si nada sucede continúo la semana que entra.

Gracias por leer.

Atte. Zion no Bara

 


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