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Llorar por zion no bara

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Notas del fanfic:

Es una historia corta que solo surgió para ellos dos, espero que les guste a quienes lean.

 

Notas del capitulo:

Fic dedicado a Sagacamusismo quien me sugirió que hiciera algo con esta pareja, deseo que sea de tu agrado y de quienes lean.

 

 


"Querido sauce llorón que siempre estás llorando, llorando pareces enojado.

Quizá es porque te dejó un día o porque dijo que quedarse no podía.

En tu rama se columpiaba, y ahora añoras la felicidad que eso te daba.

Tus hojas regalaban fresca brisa y creíste que nunca se apagaría su risa.

Sauce llorón, escucha el viento, te dirá algo que calmara tu lamento.

Quizá pienses que para siempre la muerte se lo llevó,

pero en tu corazón eternamente se alojó"*

 

La vida era sencilla entonces, tan sencilla como podía serlo, la naturaleza lo daba todo pero a veces había que buscarlo, en esos días las personas se veían, encontraban, compartían su existencia tanto como les era posible, pero la mayoría de la gente se dedicaba a sus propios asuntos, permitiendo que los demás se dedicaran a lo suyo.

Entre una de esas personas que se dedicaba a sus asuntos estaba justamente un hombre joven llamado Saga, era apuesto y fuerte, de largos cabellos azules brillantes y unos hermosos ojos glaucos destellantes que daban al resto de su varonil rostro una hermosa apariencia, se podía decir con justicia que todo él era un hermoso varón. Le gustaba la vida libre, lejana, donde era él mismo sin necesidad de rendirle cuentas a nadie, lo cual era muy conveniente cuando no se era una persona que la ley calificaría de legal, pues se trataba de un cazador furtivo, no era una mala profesión pero en esos lejanos alrededores estaba prohibido cazar en los bosques, por lo que transgredirla podría llevar a una persona a la horca.

— ¿Qué tal marcha todo?—preguntaba Saga.

En ese momento entraba por la puerta trasera de una casa, la cual manejaba asuntos en los que la ley no debía tener las narices metidas.

—Es bueno verte Saga—lo saludaban—Muéstrame que has traído.

Hablaba con un alto hombre de cabellos rubios, de aspecto imponente, tenía su rostro algo de fiero y esas espesas cejas que se unían para ser una dibujaban algo que casi asustaba, de cabellos rubios y ojos ámbar su nombre era Radamanthys, el tipo de hombre que hacía negocios donde no se preguntaba mucho y era mejor no saber nada; en ese caso no quería escuchar de dónde provenía lo que llevaba el de cabellos azules.

Sobre una amplia mesa de madera el de mirada glauca tendió su carga, una bellas pieles, era un poco triste pensar que un animal debía morir para que le arrancaran su hermoso pelaje pero por su belleza estaban condenadas ante la ambición de los hombres. Era un cargamento muy valioso, el costo de cada una de esas piezas bien valía una moneda de oro sólido, el rubio examinaba cada una con cuidado, ese hombre era verdaderamente hábil para dañar lo menos posible a la pieza de caza y sacar la piel por entero sin lastimarla, muchos eran torpes y pretendían venderle casi despojos mientras que con ese sujeto de cabellos azules todo estaba en perfecto estado. Sin duda era un excelente cargamento.

—Muy bien—comentaba el rubio—Muy bien, todo está en perfecto estado, podemos hacer un buen trato.

—Eso espero—decía sonriendo el de ojos glaucos—Son doce piezas, más las veinte que ya había sumado, me debes treinta y dos pieles.

—Así es, te daré lo acordado.

En unos instantes el de cabellos azules vio brillar en su mano diez piezas de plata, suponía que habría un resto pero no fue así, era mejor dejar en claro lo que estaba ocurriendo en ese momento.

— ¿Qué es esto?—preguntó directamente.

—Tu pago por las pieles.

—Debes estar soñando si crees que todas mis pieles valen esto, es una miseria, me debes por lo menos treinta monedas de oro y me lo vas a pagar.

—Los negocios no van bien—decía el rubio—No es sencillo vender pieles, la gente no las compra por su costo.

— ¡Esas son idioteces!—restallaba Saga—Se muy bien que te compran todas mis pieles, tú las vendes hasta por veinte veces más, cada una, y no pienso regalarte mi trabajo, será mejor que me pagues lo que me corresponde.

—Toma lo que te he dado y ni pienses en armar alboroto ¿Qué piensas hacer? La alcaldía no será exactamente comprensiva si vas a quejarte y me bastará con decirles que un hombre ha intentado venderme pieles, que no he comprado por supuesto, para que vayan tras de ti.

El tono autosuficiente que utilizaba el rubio molestaba profundamente al de cabellos azules, lo que más detestaba era que sabía que ganaría con semejante argumento, odiaba más sentirse impotente para hacer algo. Estaba por lanzarse a una pelea, apretó los puños, pero pareció darse cuenta de algo y respiró con profundidad, no ganaría nada armando una trifulca, era otro el camino y lo llevaría a cabo.

—Está bien—admitió con pasividad.

Radamanthys sonrió, sabía bien que no haría nada en su contra, así estaban bien las cosas, lo mejor era terminar con el trato de una vez.

—Espero verte pronto Saga.

—Claro que me veras.

Sin otra palabra salió del lugar, dejando al de cabellos rubios con la sensación de confianza de haber hecho un excelente negocio, siempre tendría el triunfo con sujetos como esos, quienes no pensaban en acudir a las leyes, no eran convenientes para nadie.

Esa misma noche Radamanthys descansaba en su propiedad, una de esas amplias construcciones de madera que semejaban a establos con apenas nada que los distinguieran de tales sitios, no había paredes interiores, pocos muebles y se dormía sobre jergones en el piso, pero así eran las cosas en esa época. Mientras el rubio dormía no se percató de una inusual situación, y era que una persona andaba cerca del lugar, sigiloso y silencioso, sin apresurarse, sin perder un solo sonido que lo rodeara y más importante llevando una antorcha en la mano.

Unos instantes apenas y se escuchaba un grito fuerte y masculino.

— ¡Fuego, fuego, fuego!

El de ojos ámbar se levantó precipitadamente ante tal alerta, salió de la casa y vio que su granero multiusos (pues lo ocupaba para muchas cosas) estaba ardiendo; aunque no tuvo tiempo de hacer nada mas ya que sintió un fuerte impacto en la parte trasera de la cabeza que lo dejó inconsciente pero vivo sobre la tierra.

Estaba ahí, había incendiado la propiedad con todo y las pieles, entró a la casa y rebuscó un poco pero dio con el oro que guardaba el rubio, tomó la parte que le correspondía por las pieles y se alejó, ya no le debía nada el otro y él nada debía ya.

—Nada ni nadie se interpone con lo que es mío—se dijo en voz alta.                 

 

**********

 

Después de esa noche Saga sabía bien que necesitaba de nuevos rumbos, no sería difícil de conseguir, pero tardaría tiempo en encontrar otro lugar en el cual contactar con la persona indicada para hacer negocios, además cada región podía tener necesidades diferentes pero sin duda siempre habría algo que hacer para alguien que estuviera dispuesto a hacerlo, por el precio correcto desde luego. Sin embargo con el deseo de alejarse de donde si lo conocían el de cabellos azules terminó adentrándose por un camino nuevo y como todo lo nuevo resultaba intrigante, anduvo u anduvo sin encontrar gente, nuevos rostros y nuevos medios, las cosas se volvieron algo duras para seguir pero logró alcanzar un nuevo lugar donde todo sería diferente.

Cansado y hambriento se sumergió por un sitio que no le parecía como los demás, terminó dándose cuenta que rodeaba un bosque, no estaba mal, si había vida vegetal tenía buenas oportunidades de encontrar gente también. De hecho ese cálculo no fue equivocado, terminó encontrándose con una sencilla población más del tipo agrícola que cualquier otro, la gente sembraba y cambiaba cosas, el dinero no era lo habitual aun, de todas maneras sin duda encontraría algo. Se acercó y entabló algunas conversaciones pero logró distinguir que si bien podría vender alguno de sus talentos no sería exactamente bien pagado, la gente necesitaba cosas pero pagaba por ellas con otras cosas, no con oro.

— ¿Qué haría yo con oro?—le dijo uno de los hombres con los que habló—No se puede comer, no se puede quemar, no se lo puedo dar a mis animales ¿Para qué necesitaría oro entonces?

Era más o menos el pensamiento de la mayoría de las personas en esa región, lo cual complicaba las cosas para él, quien contaba con oro, con eso y su ingenio, decidió que necesitaba hacer algo para avanzar. Se dispuso a ir al bosque, algo encontraría y podría intercambiarlo, necesitaba hacerlo si no deseaba morir de hambre, pero antes de continuar recibió un aviso sobre lo que podía encontrar.

—Ese sitio es antiguo, muy antiguo—le dijo uno de los pobladores.

—Es solo un bosque—fue su respuesta.

—Sí, pero no como otros bosques.

¿Qué significaba eso? No lo sabía pero no le importaba, así que ajustándose el carcaj y asegurándose que su arco estuviera tenso se adentró al bosque, seguro de poder encontrar algo que valiera la pena, sin saber que algo iba a encontrar pero no lo que esperaba.

Anduvo por todo el lugar, los altos árboles parecían alegres, las flores saludaban, el canto de las aves y el rumor de los animales lo rodeaban, sin embargo no se animaba a hacer algo, era extraño, existía una especie de atmósfera en ese sitio, cuando quiso cazar un animal sus brazos parecían debilitarse, como una voz le dijera que no debía tomar esa vida. Cansado de su andar y de no tener nada terminó por elegir regresar, mirando alrededor esperaba reconocer algo que lo llevara de regreso pero no lograba ubicarlo ¿acaso se había perdido? Sería la primera vez, jamás le había ocurrido, miraba alrededor, buscaba, se preguntaba, andaba y desandaba, pero no estaba seguro de encontrar el sendero de vuelta.

—Esto no puede ser—se dijo.

Cansado de no encontrar la manera de volver casi se daba por vencido cuando le dio la impresión de escuchar algo, no como el canto de las aves, era otra cosa, lo atraía, parecía casi llamarlo, comenzó a seguirlo y para cuando se dio cuenta estaba en un sitio nuevo del bosque, logró ver un árbol, un sauce, esplendente y hermoso, pero lo más importante era que a la sombra de sus hojas y su tronco se encontraba alguien, quien cantaba. Tuvo que mirarlo dos veces para convencerse que era real, se trataba de un muchacho, castaño de cabellos y ojos, su rostro pudo haber sido como el de miles de personas pero por alguna razón cualquiera que lo mirara jamás lo olvidaría, vestía con una sencillez encantadora y de alguna manera parecía un hijo de la naturaleza por completo.

Bastaron unos instantes de mirarlo y escucharlo para saber que ese muchacho era especial, único, alguien que lo cambiaría todo en su vida; entonces sintió esa mirada sobre él, el joven castaño lo miraba con suavidad, dejó de cantar y se acercó con pasos suaves.

—Te saludo—le dijo con su voz hermosa y cantarina— ¿Qué haces en este sitio?

—Yo…

Pero se sentía torpe, lento, inadecuado, mirando a alguien como ese castaño que a cada instante parecía incluso brillar y fundirse con la naturaleza que lo rodeaba.

— ¿Acaso estás perdido?

—No, ya no lo estoy—dijo recuperándose.

Si lo había encontrado a él no podía estar perdido, así que lo mejor era dar el primer paso, de hecho si dio un paso al frente para acercarse y advirtió de inmediato la brillante sonrisa del hermoso muchacho ante él, quien parecía acogerlo con una delicadeza suave y sincera.

—Mi nombre es Saga—dijo el de cabellos azules sin esperar y queriendo saber algo a su vez— ¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Aioros y vivo aquí—le informó con naturalidad.

— ¿Aquí, en el bosque?—preguntaba sorprendido—Espero que sea un buen lugar para vivir al menos, sin nada.

—El bosque lo da todo, lo que necesito.

El de cabellos azules estaba sonriendo sin darse cuenta siquiera, de hecho terminó al lado del de ojos pardos brillantes sentado a la sombra del sauce, compartió charla y comida ya que el otro joven le brindó una placentera bebida como el rocío de las flores en una hoja en forma de cuenco y deliciosos frutos le fueron servidos en otra hoja de mayor tamaño. Si bien para el hambriento toda comida es un manjar, de verdad lo que estaban compartiendo resultaba delicioso, pero nada era más agradable que la presencia del joven de cabellos castaños o al menos así era para el de mirada glauca.

— ¿Qué haces aquí entonces Saga?—preguntaba suavemente el castaño.

—Voy de paso pero quiero encontrar un lugar donde establecerme—explicaba el de cabellos azules—No es sencillo en este sitio, la gente no necesita cosas y yo no sé qué pueda ofrecerles.

—No te desanimes Saga, tal vez no debas ofrecer cosas para encontrar algo en la comunidad—le explicaba con calma.

— ¿Entonces qué puedo hacer?

—Tal vez haya quien necesite un par de brazos extra—sugería.

—Es una posibilidad.

No estaba mal, lo pensaba el de cabellos azules, pero lo que más le interesaba era que podría estar cerca de ese hermoso joven que en tan solo unos instantes lo estaba llenando de ilusiones que no se hubiera imaginado que hubiera logrado tener un día. Cuando llegó el momento der despedirse el de ojos verdes no se sentía capaz de dar un paso lejos del castaño pero el joven lo convenció con su dulce expresión.

—Encontrarás un lugar Saga, si lo deseas en verdad.

—Ahora lo que más quiero es poder quedarme Aioros.

—Entonces así será, y tal vez nos veamos de nuevo.

—Nos vernos de nuevo, puedes estar seguro de eso.

Cuando se puso de pie para marcharse el joven Aioros lo acompañó por el camino, al menos hasta que llegaron al término del bosque donde se detuvo.

—Deseo que encuentres tu lugar Saga.

— ¿Por qué no vienes conmigo Aioros?—le preguntó de manera directa—Vivir en el bosque debe ser muy solitario.

—Yo pertenezco al bosque—dijo acudiendo su cabeza con seguridad.

—Pero…

—No me pidas que te siga, no puedo hacerlo.

Sin otra palabra lo vio darse vuelta y regresar al bosque, sin más, pero dejándolo con el corazón yendo tras él, al grado que no le importó pasar esas horas que vinieron a campo abierto, sin sentir hambre ni sed ni cansancio, todo era hermoso y perfecto, tal y como lo era el joven de ojos pardos que lo había mirado.

 

**********

 

Después de ese primer encuentro entre los dos jóvenes todo era nuevo para el de cabellos azules, no le importaba que la comunidad no hubiera sido lo que esperaba en un principio ni que estaba lejos de ser aquello que usualmente buscaba, solo importaba que en ese lugar estaba encontrando a alguien como nadie antes en su vida. El joven de los ojos glaucos estaba en la misma comunidad y tal como le había sido sugerido ofreció trabajar para obtener algo de sustento, no le iba mal pues siempre eran bienvenidos unos brazos extra para todas las labores que se pudieran presentar.

Así que Saga ahora se dedicaba a ayudar en los campos, con los animales, transportando agua en cubos o cortando leña, todas las tareas las realizaba bien y los habitantes de la región le hicieron un espacio en sus vidas, permitiéndole conocer otra forma de subsistir, hasta que parecía que era alguien más en el lugar. Pero el de cabellos azules no se engañaba, sabía bien porque hacía lo que hacía, porque no dejaba de esforzarse, porque todo cuanto hacía tenía un mismo principio y un mismo fin, el de permanecer al lado de ese fantástico castaño que parecía un sueño y a cada instante semejaba al destino de su vida.

— ¡Aioros!—lo llamaba con entusiasmo cada vez.

—Saga—respondía el castaño sonriendo.

El de ojos verdes no dejaba de sentirse fascinado cuando corría al bosque y encontraba bajo la sombra del mismo antiguo sauce a esa belleza de ojos pardos que lo recibía con una sonrisa, eso bastaba para que el recién llegado se sintiera feliz. Iba a su lado, se sentaba junto a él y compartían la vida que tenían, podría haber sido solo eso pero en poco tiempo las cosas no eran una relación de conocidos que se agradaban, iba más allá pues Saga no tardó en caer en las redes del amor. Resultaba una experiencia nueva para alguien como el de ojos glaucos, el amor no era algo que hubiera entrado en su vida hasta ese momento, pero una vez que sucedió se dejaba llevar por la dicha pues estaba convencido que esos ojos brillaban por él, porque su dueño también lo amaba.

Los caminos del amor son sencillos a veces y en otros muy duros, pero en el caso de Saga y Aioros parecían ir con absoluta naturalidad, como el andar del agua en un río, siguiendo su destino sin que nada interviniera con ello.

Estaban reunidos bajo la sombra del sauce, compartiendo su día como siempre, el de cabellos azules estaba lleno de planes, planes que incluían al de ojos pardos aunque no lo habían discutido abiertamente pero la ocasión se presentó al estar al cobijo del mismo sauce, el lugar que siempre atestiguaba sus encuentros.

—Mira lo que he encontrado Aioros—le decía sonriendo—En cuanto la vi supe que debía traértela.

—Es hermosa Saga—fue la suave respuesta—Pero no debiste apartarla de donde pertenece, ahora su vida se ha acabado.

La cuestión era que el de cabellos azules había encontrado una flor en la parte alta de una cañada, era hermosa, deseó dársela al de ojos pardos y no fue sencillo obtenerla pero al tenerla entre sus manos (esas maravillosa manos a juicio del otro hombre) si bien la agradeció parecía triste, como si al tener esa flor entre sus manos sintiera que esa vida había terminado por su causa. El de ojos glaucos se daba cuenta de ello y por un instante se sintió triste también, había deseado hacer algo bonito por ese muchacho y solo logró ponerlo triste.

—Lo siento Aioros, pensaba que te gustaría.

—Sé que lo hiciste con el deseo de agradar Saga pero la vida en estos bosques tienen su propio tiempo, si alejamos a cualquiera de su sitio su vida se terminara.

—Es una flor solamente.

—Es una hija del bosque.

El de cabellos azules no supo que decir después de eso, prefirió simplemente permanecer al lado del castaño quien plantó la flor de nuevo, como si esperara lograr que echara raíces de nuevo, aunque no estaba seguro de conseguirlo, de hecho no parecía que fuera posible.

—Cuando hablas del bosque lo haces como si fuera un ser vivo Aioros, como si todo en este sitio tuviera un lugar, como…no sé…

—Como una familia—concluía el castaño.

—No lo sé, no he tenido una familia como para saberlo, desde que tengo memoria aprendí a abrirme camino por mí mismo, solo, con las armas con las que contaba, y no siempre fue sencillo seguir adelante.

—El pasado es el camino que cruzamos para llegar hasta el presente y que nos guiará al futuro, no te lamentes por ello.

—Cuando estoy contigo no me lamento de nada Aioros, porque cuando estoy contigo me siento feliz y aunque nunca antes me sintiera de esta manera sé que lo que haces surgir en mi es felicidad.

—Saga.

Al mirarse directamente el de cabellos azules se daba cuenta que ese rostro que adoraba parecía resplandecer, no era algo que pudiera explicarse del todo, le daba la impresión que era como los rayos del sol reflejándose sobre las hojas, era algo suave, natural, hermoso, que lo hacía querer protegerlo y resguardarlo contra todo y todos.

—A veces me pregunto si es real haberte conocido Aioros—decía acariciando su cabello castaño—Se siente tan perfecto que no parece real, y sin embargo, cuando estoy aquí, a tu lado, solo eso me importa.

—Antes de ti mi vida era el amanecer y el ocaso Saga, pero apareciste, y todo se transformó, como la llegada de la temporada de lluvia, todo se llenó de vida, floreció, dentro de mí…y eso es un poco preocupante.

— ¿Por qué debe preocuparte?—decía animado el de ojos verdes—Significa que sentimos lo mismo Aioros.

—En el bosque todo tiene su tiempo, como esta flor—dijo acariciando la pequeña planta que le fuera ofrecida—No sé lo que sucederá si me aparto de donde pertenezco.

—Lo único que sucederá es que estaremos juntos—decía tomándolo por los hombros haciendo que lo mirara—Y será hermoso porque te amo.

Las palabras una vez dichas parecieron dejar en silencio todo cuanto los rodeaba, todo cuanto existía, eran ellos dos y el sauce que los cubría, pero el castaño supo lo que debía responder pues era la verdad.

— ¿Te basta con mi amor Saga?

—Es todo cuanto podría querer Aioros, amarte y que me ames, ser uno mismo por ese amor que nos une.

—Que el amor sea entre nosotros.

De inmediato se unieron en un abrazo para después fundirse en un beso, dejando que sus labios declararan y compartieran el amor que los uniría desde ese instante, dos almas que se habían encontrado y que no adivinaban cuál sería su destino, no podrían imaginarlo siquiera en ese instante.

 

**********

 

Amándose y seguros de ese amor la joven pareja de enamorados se mantenía unida, Saga no dejaba de hacer sus labores pero todo el tiempo que buscaba tener libre lo dedicaba a su adoración, a Aioros, quien por su parte lo quería con profundidad; sus miradas hablaban con sinceridad al encontrarse, sus rostros reflejaban la plena dicha de haberse encontrado y sus corazones no dejaban de cantar de dicha por estar juntos. Cuando se encontraban a la sombra del mismo altivo árbol que los cubría con sus hojas eran los momentos más felices de sus vidas, tanto que atestiguaría algo más, la entrega absoluta de su amor.

Saga había corrido al lado del joven castaño, siempre que iba hacia él le parecía que el camino era terriblemente largo mientras que al estar a su lado el tiempo se volvía muy corto, era una cuestión extraña pero así lo vivía; sin embargo al estar a su lado todo lo que pudiera ser cansancio, desánimo, melancolía, se borraba, mese hermoso muchacho tenía el poder de hacerlo feliz y se entregaba a ello sin miramientos.

—Saga—lo llamaba el de ojos pardos.

Un segundo apenas y ya estaba el de cabellos azules sentado a su lado sobre la hierba, de inmediato se besaron y se dispusieron a compartir las historias de su día, pero llevaban tiempo de ser una pareja y quizás por ello el siguiente paso resultó algo así como inevitable, eran jóvenes y sus sentimientos eran los mismos.

—Estoy feliz de estar contigo Saga—murmuraba el castaño con cariño.

— ¿En verdad?

—Por supuesto.

En ese momento Saga lo acarició y tomó el rostro del de mirada parda entre sus manos para aproximarse y besarlo con suavidad para después atraerlo hacia él, pasando una mano por la bien dibujada espalda hasta la afilada cadera, estaba tan cerca que no pudo detenerse ahí sino que continuó paseando por ese hermoso cuerpo, el elegante cuello, los esbeltos brazos, la estrecha cintura, y sin poderlo evitar el firme trasero, estrechándolo con deseo entre sus masculinas manos.

—Saga—lo llamaba dulcemente el de ojos pardos.

Pero el de largos cabellos azules no se detenía en ese punto, se decidió a avanzar y por eso lo abrazaba, lo besaba, lo acariciaba, jamás había sentido tal necesidad por alguien y no pensaba dejarlo ir de su abrazo.

—Saga—decía en un murmullo su compañero.

El de brillantes ojos glaucos besaba a su amado en los labios, la barbilla, los párpados, extinguía cualquier protesta que pudiera surgir de esa suave boca, sin poder permanecer quieto más tiempo metió las manos por la fina tela levantándola, sintiendo esa cálida piel, al mismo tiempo se había apoderado del afilado cuello aunque cuando la mano del de cabellos azules quiso llegar a la entrepierna el joven castaño tuvo que separarse mientras buscaba respirar con normalidad por unos segundos.

— ¿Qué pasa? ¿Voy muy rápido para ti? Puedo ir más despacio si es lo que quieres—decía el de mirada verde.

Aioros no habló de inmediato, le dio parcialmente la espalda, como si buscara ordenar sus pensamientos y sus sentimientos.

—Saga, te amo.

Al escucharlo decir eso el de cabellera azulada sonrió y se acercó de nuevo, abrazándolo por la cintura, después lo besó en la mejilla antes de hablarle otra vez con una sonrisa abierta y brillante.

—Aioros, mi maravilloso Aioros.

Buscó el mismo cuello de su compañero con sus labios y el delineado cuerpo con sus manos, el castaño se estremecía pero no luchaba para alejarse sino que se quedaba ahí, en su sitio, sabiendo que no se negaría a nada de lo que ese hombre le pidiera, lo amaba por completo y deseaba que lo supiera. Por su parte Saga se dedicaba a apartar las delicadas telas que cubrían ese hombre que parecía un sueño y muy lentamente lo despojaba de la fina prenda, acariciándolo alcanzó el terso pecho, dibujándolo con la punta de sus dedos, de inmediato fue con las manos abiertas para bajar por su pecho, alcanzando el resplandeciente abdomen, llegando al filo de la delicada entrepierna. En ese punto Aioros quería contener el aliento, apretaba los labios y casi no respiró cuando sintió como hacía la tela a un lado por completo, abandonándolo sobre la hierba, lo acariciaba con calma haciendo que se excitara, pasando una de las manos por ese sedoso cabello como un punto de apoyo para sostenerse en su sitio.

—Eres tan hermoso…muy hermoso...mi amor…—decía Saga respirando de forma apresurada.

Aioros sentía el calor de ese varonil aliento contra su cuello, hacía que los vellos de su piel se erizaran y por alguna razón sentía que su rostro se enrojecía hasta las orejas, no era para menos cuando sus muslos fueron separados suavemente y una decidida mano se deslizaba por sus caderas, descendían un poco más y una mano acariciaba su tierno sexo por la punta, le resultaba muy agradable, tanto que se arqueaba para que el otro continuara, pidiendo más sin terminar de comprenderse a sí mismo pues todo lo que sentía era nuevo para él. Que actuara de manera tan natural, que se mostrara tan abierto y dispuesto, fue todo lo que necesitó Saga, ya no pensaba oponer resistencia a frotarse contra ese encantador castaño, su mano tocó por vez primera el delicado sexo que se elevaba, tibio y húmedo, al mismo tiempo que su propio miembro se levantaba hasta quedar rígido, ansiando liberarse de la opresora vestimenta que lo reprimía; siendo así su dueño no quiso demorar más, deshaciéndose del abrazo por unos momentos se dispuso a terminar con la labor de desnudarse, las manos guiaban a su compañero, los pantalones quedaron a un lado y también la ropa interior.

Concebirse desnudo ante la mirada de otro hombre resultaba una experiencia totalmente nueva para Aioros, por una parte le daba un poco de pena que lo viera alguien más pero por otro deseaba gustarle al de ojos verdes, el cual por cierto parecía muy complacido, por unos instantes ni siquiera respiró pero encontró las palabras.

—Eres… seductor Aioros.

— ¿Lo crees así Saga?

—Estoy seguro de ello.

El de ojos glaucos tan solo pudo proporcionarle un beso profundo en esa deliciosa boca para terminar de desvestirse con velocidad, dejándose ver ante esa mirada parda que brilló un instante y después lo esquivó.

— ¿Qué te sucede Aioros?

—No es nada Saga—decía sin mirarlo directamente.

—No tienes de que apenarte por nada, eres hermoso.

No hubo respuesta y no hizo falta, sonriendo el de cabellos azules se acercó al de ojos pardos para besarlo, haciendo sentir su cuerpo desnudo, enérgico y anhelante por lo que podían comunicar, estrechándolo con disposición lo llevó a la hierba, como si se tratara de una sábana aromática, dando rienda suelta a su necesidad y a una naciente expansión de su fascinación en el que actuaba como el experto y el castaño como el discípulo. Fue Saga quien lo recostó sobre su espalda y cubriéndolo a besos desde el cuello hasta el abdomen lo hizo arquearse, acarició su entrepierna para verlo separar sus extremidades sin demasiado decoro, besándolo en su sexo lo rindió por completo a sus esperanzas.

Aioros ya no era señor de sí mismo, solo respondía al de cabellos azules, a su ardor y deseo, se movía sobre su espalda con más delicadeza que pasión pero en medio de su inexperiencia resultaba tremendamente voluptuoso y deseable. No tenía idea de cuánto aunque Saga si, por ello no lo dejaría de esa forma, una varonil mano fue de inmediato al elevado sexo para frotarlo con necesidad, besando a su dueño con pasión en los labios, dejándolo sentir su calor. Deseando hacerlo suyo concibió un movimiento terminante, apartó los bien pulimentados muslos hundiendo su rostro entre ellos, no aguardó para dar un beso en la base del erguido miembro, después pasó su tibia lengua por la virginal entrada para empezar a retozar por el desconocido territorio, provocando y atravesando el sitio íntimo, metiendo con mucho cuidado uno de sus dedos, muy despacio, paulatinamente, hasta que pudo meter otro, dando rienda suelta a una sensual gestación que hacía a Aioros sollozar de anhelo, unos sugestivos sonidos a los oídos del otro hombre que solo aspiraba a saber que estaba dispuesto.

—Saga…amor mío…Saga…

Ese llamado le dijo que estaba listo.

Como no tenía algún elemento para apoyarse a la mano el de mirada glauca tuvo que utilizar su propia saliva para lubricarse, colocó a Aioros boca abajo con cuidado y con tiernos besos recorrió su espalda quedando sobre él, besaba su cuello y acariciaba su cabello.

—Aioros.

No dejaba de murmurar a su oído mientras buscaba la posición más agradable para continuar y no dilató en conseguirlo, su erguido sexo encontró el camino por la estrecha masculinidad del castaño, fue tomando pausas, con calma pues el de mirada parda sentía algo de dolor, no para detenerse pero era mejor no apresurarse. El de cabellera castaña intentaba relajarse, la manera en que su cuerpo era asaltado lo conmovía y asombraba, sin embargo lo podía manejar, quería tanto a Saga, anhelaba complacerlo, así que apretaba los labios al mismo tiempo que oprimía los dedos de las manos y los pies, hasta que se quedaron quietos, sin poder apenas respirar.

Tuvieron que quedarse inmóviles para acostumbrarse por completo uno al otro, sus corazones latían con velocidad, sentían las pulsaciones de placer desde sus vientres y ya no hubo lugar para quedarse quietos. Saga impulsaba sus caderas pues le gustaba demasiado Aioros, la sensación de su cuerpo tan cercano, como para no apartarse más, lo abrazaba con cariño disfrutando de cada instante al máximo. El castaño jamás hubiera imaginado que estar con otro hombre fuera de esa manera, esa incandescencia y las variadas emociones que lo asaltaban, estar al corriente que todo sería diferente después de ese día, tan solo se le entregaba a su compañero sin poder protegerse del deseo que lo acechaba.

Todo fue con velocidad, no pudieron contenerse, de hecho la pasión compartida libertaba un deseo penetrante, llameante, los cercaba y los ahogaba, los hacía moverse aceleradamente, no los dejaba respirar, sus corazones parecían a punto de estallar, sus cuerpos se encontraban a cada embate y sus sentidos se complementaban hasta los límites. El sexo erguido del de ojos glaucos tocaba con exactitud sitios sensibles, eróticos, despertando el completo éxtasis entre ambos, mientras el clímax los llenaba, algo en sus entrañas semejaba el repicar de las campanas, las vibraciones los hacían temblar, sus cuerpos se arqueaban y se aferraban a la poca conciencia que les quedaba hasta los límites; no pasaría mucho para que se presentara el orgasmo en su tibia simiente deliciosamente cálida, dejándolos en silencio pero aspirando su olor, esa combinación entre placer y satisfacción que parecía en ese momento que jamás se borraría.

—Saga, mi amor—murmuraba el castaño.

—Sí, soy tuyo y tú eres mío, Aioros, mi amado Aioros.

Mientras hablaba el de ojos verdes no dejaba de abrazarlo y besaba el castaño cabello, sintiéndose completamente seguro de algo: No había nada en el mundo que pudiera separarlos a los dos.

 

**********

 

Después de entregarse a su amor la situación parecía más que clara para el de cabellos azules, Aioros era el amor de su vida, el hombre que complementaba su existencia y no pocas veces se había entregado a soñar con lo que sería su vida juntos, pues era como debían estar, formarían un hogar, criarían una familia, serían dichosos, estaba convencido de es. De hecho estaba tan seguro que había estado trabajando en algo en especial, con la fuerza de sus brazos había cortado leña, eligió un bonito lugar a campo abierto y estaba construyendo una casa, sería fuerte, resistente, duraría mucho tiempo pero también debía ser cómoda. Realizó unas pequeñas innovaciones para la comodidad de su compañero, como ventanas, para que pudiera ver el paisaje, y una chimenea para que no tuviera frío.

La casa estaba quedando bien, muy bien, de verdad el de cabellos azules estaba emocionado con la idea de llevar a su amante castaño ahí, vivirían juntos y serían dichosos, todo estaba muy bien planeado en su mente pero no esperaba lo que iba a suceder con su compañero castaño, nada lo tenía preparado para eso.

Feliz de tener su casa lista para recibir al de ojos pardos, un contento Saga se dirigió al bosque, el sitio estaba brillante, saludaba al sol y no tardó en escuchar la voz de su amado quien cantaba con alegría, a veces le parecía que incluso los pájaros se quedaban encantados escuchándolo cuando cantaba pues al menos él era dichoso de oírlo. Lo distinguió en poco tiempo, sentado bajo la sombra del mismo sauce donde siempre se encontraran, estaba tranquilo, hermoso en su quietud, con la misma sencillez, la misma belleza masculina, casi deseó no terminar con el momento pero necesitaba hacerlo. El de cabellos castaños no tardó en verlo y le sonrió tendiendo la mano para que fuera a su lado, lo cual sucedió de inmediato.

—Apenas si puedo creer que sea posible Aioros.

— ¿Qué cosa Saga?—preguntaba curioso el castaño.

—Cada vez que te veo eres más hermoso.

—Debe ser porque tus ojos me hacen hermoso.

Unos segundos más y se estaban besando, todo marchaba bien, así que el de ojos glaucos no pensaba aguardar para continuar.

—Hay algo que quiero hacer desde hace tiempo Aioros, algo que no puede esperar más entre nosotros.

— ¿De qué se trata?

—Quiero casarme contigo.

El de ojos pardos lo miró primero para después bajar la mirada con cierto pesar, su compañero no estaba seguro de cómo interpretar ese gesto pero continuó con su proposición, estaba seguro que el de ojos pardos iba a aceptar y deseaba contarle todos sus planes.

—He construido nuestra casa Aioros, es de madera resistente y podrás ver el paisaje y no será un jergón nuestra cama, he conseguido una buena piel de oveja, para ti, para que estés libre de frío y construí una chimenea de piedra, para que tengas fuego cada vez que lo desees.

Sin embargo el castaño continuaba en silencio.

—Te amo Aioros, quiero que seas mi esposo, seremos muy felices en nuestro hogar, nos casaremos y…

—No puedo casarme contigo Saga—fue la respuesta.

Definitivamente no era lo que esperaba escuchar el de mirada glauca, lo que más necesitaba era una explicación aunque el pecho le dolía al preguntar.

— ¿Por qué? ¿Por qué?

—Te lo he dicho Saga—decía con tristeza el castaño—Soy un hijo del bosque, un heredero de la naturaleza, pertenezco aquí, no abandonaré a mi sauce.

—Pero Aioros…

—No insistas, te lo suplico, te amo Saga, pero no puedo seguirte, el sauce es mi hogar, no lo abandonaré.

Sin embargo esa respuesta decía algo muy específico al de ojos verdes, su castaño lo amaba, no tenía dudas de eso, pero por alguna razón temía acompañarlo, abandonar ese sauce era el impedimento para ser feliz, entonces debería hacer algo al respecto. Si ese árbol estorbaba entre ellos encontraría la manera de hacerlo a un lado pues nada se interponía entre lo que era suyo y él y Aioros era suyo.

Cuando se despidieron ese día el castaño pensaba que su amante había comprendido, que respetaría lo que sucedía, que su amor solo podía ser en el bosque y que no podía seguirlo, sin embargo no imaginaba la respuesta que tendría el de cabellos azules. En esas horas Saga concluyó sus planes, nada ni nadie lo apartaría de su amor castaño, así que tendría que hacer algo radical y por ello, al día siguiente, fue de nuevo al bosque, llevando firmemente en la mano la misma hacha afilada con la que había construido su casa.

El joven castaño no imaginaba siquiera lo que iba a suceder, al ver al de cabellos azules acercarse se sintió contento, con la misma dicha que lo embargaba siempre que aparecía en el bosque, pero notó algo más, había algo en su compañero, algo que hizo que le doliera el corazón y lo dejo sin aliento por un instante.

—Saga…

—Tenemos que hablar Aioros.

— ¿De qué?

—Ya te lo he dicho, quiero que nos casemos, que formemos un hogar, ven conmigo Aioros, seamos felices lejos de este sitio.

—No puedo hacerlo, no puedo.

Diciendo esas palabras acarició la corteza del elevado árbol, así que la decisión simplemente estaba justificada.

—Es momento de liberarte Aioros.

El castaño vio como levantaba el hacha, sintió miedo, mucho miedo, lo atravesaba como una espada, tenía que detenerlo.

— ¡Saga, no lo hagas! ¡Por favor Saga! ¡Detente, te lo suplicó!

Intentó detenerlo, sujetándolo por el brazo armado pero el de cabellos azules lo apartó de un solo movimiento, el de ojos pardos cayó sobre la hierba, sintiendo cada golpe sobre la corteza como si fuera contra su corazón, el de ojos glaucos no se detenía, la afilada arma seguía con su labor hasta que el antiguo hijo del bosque cayó sobre la hierba haciendo un doloroso sonido, como un grito agonizante.

Las miradas de ambos hombres se encontraron, el castaño lloraba pero Saga fue a su lado sintiéndose satisfecho.

—¿Qué has hecho Saga?—preguntaba con dolor.

—Ahora eres libre Aioros, ahora puedes venir conmigo, fuera de este sitio, lejos de aquí, seremos felices porque siempre estaremos juntos.

El de ojos pardos no dejaba de llorar, ni siquiera era capaz de hablar, pero su compañero no se detuvo, lo tomó de la mano con firmeza y lo puso de pie para comenzar a salir del bosque, alejándose de donde pertenecía, y sin dejar de decirle todos esos planes que tenía en mente para ambos.

—No debes sufrir por esto Aioros, entiéndelo, era algo que debía suceder, todo estará bien, serás mi esposo y tendremos una familia, criaremos a nuestros hijos, viviremos nuestra vida y seremos felices.

—Saga…Saga…—sollozaba el de cabellos castaños.

El de ojos glaucos no terminaba de comprender que se lamentara de esa manera, se amaban, no debía sufrir por iniciar una nueva vida, todo estaría bien, iban a ser felices, estaba convencido de ello; sin embargo el de mirada parda apretaba con más fuerza esa mano que lo sujetaba, era el momento que la verdad se revelara.

Estaban en la orilla del bosque, Aioros parecía temer continuar pero Saga no lo soltaba, entonces sus pies tocaron la tierra fuera de su bosque por vez primera…y sería la última, ya que ante los ojos glaucos de su amante el joven cayó como si se desvaneciera, de inmediato su compañero estaba a su lado pero no había manera de escaparse de lo inevitable. El bosque era antiguo, con leyes remotas, y sus hijos debían seguir la naturaleza que había dictaminado desde tiempos pretéritos. Sin que Saga lograra comprender lo que estaba ocurriendo veía a su amado castaño desvanecerse entre sus brazos, tomando una forma nueva pero no sin declararle una vez más sus sentimientos.

—Lo lamento—dijo con dolor—Pertenezco al bosque, no puedes tomar lo que es suyo, no puedes llevarte lo que no está destinado a abandonarlo.

—Aioros—lo llamaba el de cabellos azules.

—Pero te amo, te amo Saga, te amo…

Fueron sus últimas palabras pues el de ojos glaucos ya no sostenía nada entre sus brazos, donde alguna vez estuviera su amado compañero ahora solo quedaba un pequeño brote sobre la tierra, hermoso y brillante, lleno de promesas y esperanzas. Aun así Saga lloraba, sentía que había perdido a Aioros, el hombre al que amaba se había marchado de su lado, por su culpa, dejándolo solo otra vez, solo como había estado toda su vida.

Pero no siempre una historia de amantes desdichados termina en el momento en que parece llegar a su fin y ese fue el caso de estos dos hombres.

Las lágrimas aun brotaban de los ojos glaucos de Saga pero decidió dar el adiós a su amado de la manera en que debía hacerse o al menos su corazón así se lo indicaba, con cuidado y delicadeza llevó el pequeño brote al mismo sitio en que se conocieran, donde hubiera un sauce que en su necedad había arrancado de donde pertenecía, pretendiendo hacer lo mismo con su hermoso castaño. Plantó el jovencísimo tallo con cuidado pero no pudo separarse de su lado, permaneció ahí, velándolo y llorando por su pérdida, hasta que las lágrimas se fundieron con la prometedora planta y la naturaleza del bosque, quien reinaba sobre todos sus hijos, les concedió unirse de nuevo, fusionándose en un nuevo ser.

Pasarían muchos años y el brote creció, formando un nuevo ser, fuerte y hermoso, muchas generaciones pasarían y lo conocerían, los sabios lo llamarían salix babylónica, se convertiría en una constante fuente de inspiración para escritores como Bécquer o Shakespeare, y un sinfín de cuentos, leyendas y poesías en todas las épocas. El gran filósofo Lao Tsé meditaba sobre el sentido de la vida sentado bajo su sombra y la hechicera Circe los plantó bordeando un cementerio que se hallaba a la orilla de un río para hacer magia, también Perséfone, diosa de la primavera y reina de los muertos, tenía un bosque de ellos en el averno. Los celtas lo considerarían un árbol sagrado y en la Biblia sería mencionado en varias ocasiones, como en el salmo 137 pues se le relacionaría con la tristeza, la nostalgia y el llanto, sería un símbolo de los tristes presagios, del desamor y de la aflicción.**

Hasta el día de hoy lo conocemos, sigue mostrándonos el triste destino de dos amantes que se unieron en uno mismo, es por ellos que existen esos árboles de aspecto afligido, a los que llamamos Sauce llorón, porque unieron la naturaleza y fuerza de ambos amantes, y también sus lágrimas ¿Dudan que esta historia sea verdadera? No lo pongan en tela de juicio pues hasta el día de hoy podemos ver a sus descendientes, aquella familia con la que soñaron, quienes no dejan de llorar.

 

**********

 

 

FIN

 

 

 

 

 

Notas finales:

* Es el poema Sauce Llorón de la película My Girl.

**Estos datos son verdaderos sobre los sauces.      

Muchas gracias por leer este fic, corto y sencillo pero quería hacerlo, iba a llamar a la historia Sauce pero preferí quedarme con Llorar.

Si nada sucede subo una nueva trama la semana entrante, hasta entonces que estén bien.

Nos leemos.

Atte. Zin no Bara

 


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