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Alianza por zion no bara

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Notas del fanfic:

Saludos, en los últimos años muchas cosas han sucedido y cambiado, una de las que deseaba que continuaran era publicar en Amor Yaoi, no sé realmente cual haya sido la situación pero por un tiempo la página no me permitió ingresar, ni siquiera podía responder comentarios o enviar reviews, lo cual lamenté pues aquí tuve la oportunidad de conocer a personas muy amables y agradables. Regreso con esta trama que quedó inconclusa y muy dispuesta a que esté completa, deseo que les guste a quienes sean tan amables de leer.

Un abrazo.

Atte. Zion no Bara

 

 

 

Capítulo I

 

Entre los hombres como entre los dioses el destino semejaba a una partida de ajedrez, las piezas están en línea ocupando su sitio pero también deben moverse, hacer jugadas de manera tal que un rival no pueda comprender el juego hasta que sea demasiado tarde y su derrota resultara definitiva. Ese era el plan de un hombre de cabellos azules quien resultaba además parte del templo del mar y lo más importante era que pensaba llevarlo a cabo, el primer paso fue dado, tan solo quedaba continuar y acomodar cada pieza en su sitio.

El templo del mar estaba entrando a una nueva etapa, el tiempo de la quietud, el silencio, la espera había terminado, ahora estaba lleno de movimiento y cada uno de sus miembros estaba listo para hacer su parte, al menos lo que pensaban que debían hacer primero y era estar ahí para rendir una venia a su señor. Así era, el señor de las profundidades estaba de regreso, listo para retomar su sitio de poder, el señor de los mares estaba de vuelta, con su despertar en el cuerpo del joven Julián Solo debían dar inicio una serie de planes para poner en marcha el más importante de todos.

— ¡Poseidón, Poseidón, Poseidón!

El grito salido de las gargantas de las marinas se dejaba escuchar, el regreso de su señor no podía menos que ser celebrado, aunque el joven hombre quien tenía el poder de un dios pensaba en lo que deseaba hacer, un deseo antiguo que estaba dispuesto a llevar a cabo ¿Qué podía querer? ¿Qué podía desear? Una cosa por encima de todas y era vencer a su antigua rival, su oponente desde sus días del mito, Atenea, no había manera que olvidara su derrota cuando fue sellado por la diosa del Santuario.

—Es momento de cobrar esa deuda—dijo.

No solo contaba con el apoyo de sus marinas, por encima de ellos estaban aquellos que guardaban y vigilaban los pilares sobre los que se sostenía el templo del mar, aquellos que podían usar las armaduras doradas pero no como las de los doce caballeros dorados del Santuario, no, se trataba de escamas marinas forjadas en oricalco, y sus potadores llevaban el honor de ser nombrados Generales Marinos. Uno a uno fueron recibiendo su poder y se presentaron en Atlántida para rendir homenaje a su señor, Bian de Hipocampo venido desde Canadá, Eo de Escila desde Chile, Krishna de Crisaor llegado desde Ceilán, Kasa de Lymnades arribaba desde Portugal, desde la fría Finlandia aparecía Isaac de Kraken, Sorrento de Sirena asistía desde Austria, todos listos para jurar lealtad por su señor sin importar lo que sucediera.

Pero quedaba uno más, uno de ellos que nunca supieron cuando llegó o de donde venía pero usaba sus escamas con mucho mas orgullo que cualquiera de ellos sin demostrar que deseara acercarse, pero igual era un General Marino, el general de Dragón de Mar y no pudieron decir mucho más pues no se dejó ver ni les dirigió la palabra pero no era tan importante eso por el momento, lo importante era cumplir las órdenes de su señor.

La llegada de Julián Solo, Poseidón para sus servidores, fue un momento de emociones intensas, ver a ese joven figura atravesar las antiguas estructuras de mármol, las elevadas columnas, las escalinatas, los pilares, todo ese paso que lo mostró ante los suyos los hacía sentirse parte de algo, que su misión era única, algo que solamente ellos eran capaces de hacer, llevar a cabo una hazaña imposible para los demás pero no para ellos. Y nadie se mostraba más dispuesto a ello que los Generales Marinos, uno a uno se habían ido presentando, dispuestos a seguir y servir hasta con su vida a su señor, un dios reencarnado, ahora con la apariencia de un joven de cabellos y ojos azules, dueño de un poder al que servían sin cuestionar nada.

—Generales Marinos—fueron las primeras palabras que les dirigió.

Estaban en el templo de Poseidón, todos con una rodilla en tierra, aguardando, esperando lo que su señor les diría, eran sus más leales servidores, existían solo para servirle.

—He despertado en este tiempo y es porque ha llegado la hora de cumplir con nuestra misión sagrada.

Todo era silencio alrededor, guardaban respetuosamente silencio, adivinaban algo de lo que vendría pero necesitaban que fuera su señor quien se los dijera.

—Desde los días antiguos Atenea se ha propuesto ser quien domine sobre la tierra, pero eso debe terminar, es momento de acabar con este conflicto, yo les digo que ha llegado nuestra hora, que debemos estar listos y retomar Atenas que siempre nos ha pertenecido, preparemos nuestras defensas, levantemos nuestras armas, y mostremos al Santuario que no son oponentes a nuestro nivel, que serán derrotados.

Los Generales Marinos se mostraban entusiasmados, acotando cada palabra, bueno, casi todos pues el de Dragón de Mar no daba señal alguna de entusiasmo como los demás, mientras tanto su joven señor continuaba con sus arenga.

—Atenea piensa que domina a la Tierra como alguna vez dominó sobre Atenas, pero ese tiempo ha terminado, ahora iremos por lo que nos pertenece, mis Generales Marinos ¿están listos para esta guerra?

— ¡Lo estamos mi señor!—respondieron con entusiasmo bélico.

Aunque el de Dragón de Mar continuaba sin decir ni demostrar nada aunque en ese primer momento no pareció importar tanto pues en su entusiasmo los demás estaban más ocupados con decirle a su señor que harían la guerra en su nombre y que tenderían el triunfo a sus pies como una ofrenda.

—Todo estará preparado a su orden mi señor—decía Bian de cabellos castaños—Nuestro poder es suyo.

—Díganos que desea de nosotros—aseguraba Eo con el brillo de la batalla en sus ojos—No se decepcionará de los resultados.

—Estamos ante usted solo con la misión de servirle—agregaba Krishna con determinación—Hasta el final de esta vida y si es necesario incluso en la otra.

—El poder de Atenea no podrá detenernos—expresaba Kasa de cabellos oscuros—Se verán atrapados sin siquiera darse cuenta.

—Nuestro poder es superior en todo sentido—decía con firmeza en la voz Isaac con un solo ojo—Hemos pasado por pruebas de muerte para ser generales marinos, somos los más dignos para ganar.

—Guiados por nuestro señor solo podemos obtener el triunfo—se escuchaba la aflautada voz del joven Sorrento—No habrá poder que rete a Atlántida.

Palabras valientes, dignas de cada uno, pero Dragón de Mar se cuidó de decir cualquier cosa, se limitaba a esperar por el momento indicado, solo necesitaba paciencia y de eso había aprendido bastante en el pasado. Como fuera el joven Julián veía con satisfacción que sus servidores estaban dispuestos, solo aguardaban por su parecer, entonces no esperarían mucho más, las cuentas pasadas debían ser saldadas.

—Preparemos a los nuestros, quiero que las fuerzas de cada pilar estén listas para el ataque, el asalto al Santuario no puede ser postergado más de lo debido, vayan y cumplan con su deber.

El entusiasmo no disminuía, cada General Marino se mostraba exaltado con la labor que les encomendaban, el fondo del mar estaba convirtiéndose en un centro de operaciones en que todos los que lo habitaban hacían su parte y hablaban de la batalla que se aproximaba, convencidos que no había forma de perder, la gloria de Poseidón sería absoluta al derrotar al Santuario.

—Atenas debió ser mía—decía Julián—La ciudad debió ser consagrada a mí, Atenea no tenía derecho a reclamarla.

Se olvidaba convenientemente de algunos detalles al pensar las cosas de esa manera, como el hecho que en la antigüedad fue la gente la que eligió y no lo eligieron a él, pues al buscar la protección de un dios para su ciudad tanto atenea como Poseidón entregaron un regalo a la gente, unos recordaban que el señor de los mares dio un caballo (otros dijeron que una fuente de agua salada) y la señora de la sabiduría les dio un olivo, pero no pensaba dedicarle tiempo a semejante pensamiento.

Notaba el joven de los largos cabellos azules como movimientos de las mareas que sus órdenes se estaban cumpliendo con rigurosa exactitud, sus batallones se levantaban y sus armas brillaban, sus generales estaban a cargo de las fuerzas que se mostraban tan listas como sus comandantes de escamas doradas y no podía menos que sentirse satisfecho, convencido del triunfo que daba por seguro. Todos estaban al tanto que en cuanto su señor lo dijera debían estar preparados para lanzarse al ataque y triunfar donde había fracasado en el pasado.

 

*******

 

Con sus planes de ataque y combate casi completos no resultó inusual que los Generales Marinos hablaran entre ellos de su labor, de lo que esperaban, de lo que llevarían a cabo, estaban en pie de guerra, cada uno supervisaba sus deberes y no dejaban de mostrar confianza en su fuerza y habilidad.

—En cuanto avancemos contra el Santuario todo marchará adecuadamente, nuestra fuerza no podrá ser detenida.

Parecía que estaban de acuerdo con las palabras del general de ojos verdes, Bian, todo plan que se tuviera se cumpliría, no podía ser de otra forma.

—Atlántida ocupará el sitio que le corresponde como la fuerza que domine este mundo, en nombre del señor Poseidón.

Las palabras del lindo Sorrento parecían resumir muy bien sus motivaciones para el conflicto que se aproximaba, por supuesto que el motivo principal era servir a su señor Poseidón.

Sin embargo, a pesar de seguir órdenes y del entusiasmo por lo que vendría y que pensaban conseguir, no había manera que los Generales Marinos no se dieran cuenta de un asunto en especial, algo que los hizo comentar por lo bajo una situación que no podían dejar pasar sin que les interesara hasta cierto punto.

— ¿No tienes nada que decir?—preguntaba de manera directa Krishna.

Los demás siguieron el breve intercambio de palabras pues se dirigía al general de Dragón de Mar, quien se limitó a responder con una voz masculina que no demostraba emoción alguna.

—No hay nada que quiera decir a ustedes—fue la respuesta.

Lo vieron alejarse en silencio, con la cabeza erguida, no habían dicho nada hasta ese instante pero llegaba el momento de decir algo, al menos entre ellos, ese comportamiento no podía ser pasado por alto.

—No se muestra muy comprometido con los planes que estamos llevando a cabo—declaró Isaac mirándolo alejarse.

— ¿Por qué será eso?—preguntaba Sorrento—Parece que nadie sabe nada de él en toda Atlántida.

— ¿Creen que sea leal?—lanzó sin más Kasa.

—Debe serlo si sirve al señor Poseidón.

—Más vale que sea así—retomó el de Kraken.

No siguieron con ese tema, preferían otros y continuaron con los preparativos, pero la duda estaba ahí entre todos ¿Quién era ese general del que nada sabían y que no se mostraba como uno de ellos? Ya habría tiempo para descubrirlo, después, lo más importante seguía siendo cumplir las órdenes de su señor.

Deseando saber los avances de su tarea, Julián Solo llamó a sus generales, ansiaba saber que todo estaba preparado y que podrían lanzarse al ataque cuanto antes, saberse rodeado de todos esos servidores dispuestos a cumplir su voluntad hasta el final le daban una sensación de glorificación absoluta, si, era un dios y sería adorado y servido como tal. Veía a sus generales ante él, inclinados con respeto, aguardando por ser escuchados, de hecho era justamente lo que pretendía, escucharlos.

—Bien mis generales marinos, quiero saber cómo van las cosas, nuestros planes no deben retrasarse.

Hubo unos instantes de silencio pero finalmente comenzaron a escucharse las respuestas, después de todo les gustaba hacer saber sus avances, podían mostrarse orgullosos de lo que habían conseguido en ese tiempo.

—Las fuerzas están entrenadas y esperando solamente por sus instrucciones—dijo el general de Escila.

—Como generales marinos le aseguramos que estamos preparados para seguirle en esta batalla—agregaba el de Limnades con firmeza.

—La victoria lo espera mi señor—finalizó el de Sirena.

Sí, todo marchaba, todo estaba listo, no quedaba nada por discutir, todo lo que escuchaba el señor de Atlántida era que estaban listos, que él iba a triunfar, ninguno de sus generales le decía otra cosa, así que le resultaba sencillo convencerse que era la verdad, que su triunfo era un asunto seguro ¿Por qué esperar más tiempo? Aunque igual que en las ocasiones anteriores había una persona que no se mostraba como los demás, solo guardaba silencio, y se trataba del general marino de Dragón de Mar, era momento para el joven Julián de obtener unas respuestas directas.

Sus azules ojos observaron solamente ese dorado yelmo que no permitía ver el rostro de su comandante, no había prestado la atención necesaria a ese asunto de no conocerlo, no como a los otros generales que le servían, pues de hecho había sido al primero de sus servidores que conoció, no se mostraba como los demás, pero no debía centrarse en eso cuando había tantas otras cosas en que pensar, como en su triunfo sobre Atenea.

—Dime Dragón de Mar ¿estás listo para combatir en nombre de tu señor?—se dirigía a él de manera directa.

—Sí.

El general no se mostraba de ninguna manera en especial, solo estaba ahí aguardando pero no de la misma manera que los demás, casi se podría decir que estaba ahí por compromiso, que todo lo que sucedía no le afectaba, como si tuviera otros pensamientos sobre todo el asunto de ese combate.

— ¿Tus fuerzas están listas?—continuaba Julián Solo.

—Sí.

—Entonces está todo preparado ¿no es así?

—Sí.

—No queda nada más que decir, es el momento de ir contra Atenea en el Santuario y derrotarlos definitivamente.

Tal y como lo esperaba la respuesta fue entusiasta e inmediata, los demás generales dejaban ver el resplandor de la combatividad en sus expresiones, estaban listos o por lo menos eso pensaban, podían dar la orden e iniciar su plan de ataque en ese instante… aunque el de Dragón de Mar no mostraba nada, no se movía ni decía una sola palabra y todos lo estaban notando. Lentamente cada uno de los presentes iba guardando silencio y se quedaba mirando a ese hombre que solo estaba ahí, sin indicar nada, sin decir una sola palabra, sin demostrar que estaba tan dispuesto como los demás para la batalla, era momento de hacer algo.

Julián Solo estaba imbuido en su papel de ser celebrado como una deidad, ese comportamiento tan independiente no podía ser algo que lo complaciera, sus azules ojos de mar lo observaron por unos instantes, pensaba que obtendría alguna respuesta con eso pero de hecho no fue así, el otro hombre se mostraba indiferente a todo lo que estaba sucediendo.

— ¿Acaso no estás de acuerdo Dragón de Mar?

La pregunta se escuchó perfectamente en el salón del trono, casi como si el sonido de esa voz apenas pudiera ser contenido por los muros de frio mármol, cualquiera podría haberse sentido nervioso ante esa escena pero resultaba que el que guardaba silencio no era cualquiera, no era como los demás, ni siquiera se comportaba con los otros generales de Poseidón.

—No—fue su respuesta con voz segura.

Nadie esperaba eso, Julián definitivamente se sintió tan asombrado que no pudo decir nada pero sus demás servidores respondieron en el acto, reaccionando con alboroto, no podían comprender lo que sucedía con semejante sujeto pero no iban a pasar por alto su conducta a su señor.

—Retráctate ahora—le exigía Bian.

—Más vale que aprendas a respetar a nuestro señor—clamaba Kasa.

— ¿Cómo te atreves a decir algo semejante?—preguntaba sorprendido Sorrento.

—No puede existir sirviente más ingrato en el mundo—lanzó Krishna.

—Te pondré en tu lugar por tu atrevimiento—sentenciaba Isaac.

— ¿Qué sucede con este tipo?—indagaba Eo sin terminar de creerlo.

Pero el hombre que había provocado semejante alboroto no parecía preocupado en lo más mínimo, se mantenía en su sitio y no dejaba que se le escapara uno solo de los gestos en el joven rostro del señor de Atlántida, sabía que no esperaba su respuesta pero ya era hora de ir poniendo en marcha los eventos que debían suceder, él no era como los demás y no iba a bajar la cabeza con ese servilismo que mostraban los otros, que fueran sabiendo que no era como ellos.

—No podremos vencer al Santuario—continuaba el de Dragón de Mar.

Si las palabras anteriores no habían sido bien recibidas estas mucho menos lo fueron, poco faltó para que los demás generales se le lanzaran encima pero con un movimiento de su mano Julián hizo que se detuvieran, se sentía contrariado definitivamente pero quería una respuesta e iba a obtenerla.

— ¿Cómo te atreves a hablarle así a tu señor?—quiso saber el de ojos y cabellos azules.

El que estaba ante él sabía que había llegado el momento, era un ahora o nunca, y nadie lo había acusado jamás de no ser arrojado en sus acciones.

—No podremos triunfar—respondió con tono firme y masculino—Porque nuestra fuerza es menor que la del Santuario.

Las emociones corrieron como una chispa que iniciaba un incendio, los rostros de los presentes se encendieron, se ahogaban con la indignación, el enfado restallaba contra los muros, pero el que hablaba se limitaba a estar en su sitio sin inmutarse, no pensaba entretenerse con los demás cuando solo la voluntad de uno contaba.

—Si en verdad queremos triunfar vamos a necesitar ser más fuertes—continuaba explicando al señor de los mares—Vamos a necesitar aliados.

— ¿Aliados?—dijo desconcertado Julián.

—No obviemos lo que está ante nosotros, el Santuario es fuerte y cuenta con muchos caballeros poderosos—explicaba el general de Dragón de Mar—Los doce caballeros dorados sin más, no son como cualquier oponente, eso sin pensar en los de plata y los de bronce, todos con habilidades y poderes variados que pueden ser un problema difícil de manejar.

A esas alturas ya todos estaban callados escuchándolo, tal y como le gustaba, ser quien moviera los hilos para que los demás actuaran.

—Con Atenea al frente no podemos confiar en un triunfo.

Resultaron sus palabras finales, casi, y los demás generales aun creían que no era digno ni posible que dijera que no eran capaces de triunfar contra el Santuario ¿Quién se pensaba ese sujeto que era? Se lo habían preguntado varias veces ya, pero el Dragón de Mar no inició todo eso para no terminarlo o al menos encaminarlo.

—Tal vez podríamos ganar—concedía el general—Pero el costo resultará inmenso, se tendrá que acabar con combatientes y el Santuario mismo quedará destruido, eso si no pensamos también en el costo para Atlántida, al final terminaremos con una victoria pírrica.

Era verdad que se habían mostrado entusiasmados y seguros hasta ese momento pero conforme el general marino de Dragón de Mar continuaba señalando y explicando las fuerzas con las que contaba, los oponentes a los que podrían enfrentar, las verdades iban haciendo mella en ellos, el arrebato por combatir era una cosa pero la realidad podría ser otra.

—Lo que necesitamos son aliados para asegurar el triunfo, es la verdad, no podemos enfrentar al Santuario, no podremos vencer a Atenea, aun de hacerlo no quedará nada que valga la pena de ese triunfo.

Era atrevido ese hombre, lo reconocían, pero parecía que le gustaba presionar hasta los límites pues sus palabras fueron duras a pesar de ser dichas con suavidad.

—Y debemos recordar que Atenea ya lo selló una vez… mi señor.

Impertinente, maldito impertinente, era sencillo adivinar qué era lo que pensaban los demás, tan solo aguardaban por la decisión de su señor, y si era eliminar a ese infeliz sobraría quien deseara el honor de obedecer a esa orden. Poseidón Julián o Julián Poseidón, dependiendo que fuerza dominara en ese cuerpo, pues era difícil decidirlo en ese instante, entrecerraba los ojos al escuchar a su general, los otros mostraban su deseo de eliminarlo pues cada palabra resultaba una ofensa pero quizás su señor utilizara su poder para fulminar a tamaño desvergonzado.

Sin embargo el señor de Atlántida, en su silencio, no podía sino sopesar lo que escuchaba, una parte de él no lo quería aceptar pero había otra que comprendía que había verdad en todo ello, necesitaba decidir.

—Será mejor hablarlo—dijo el de cabellos azules—A solas.

Los generales marinos restantes tuvieron una expresión de incredulidad primero pero sabían que solo les quedaba obedecer, en silencio se dieron vuelta y abandonaron la estancia marcando sus pasos sobre los pulidos suelos de mármol, podría no gustarles lo sucedido pero solo podían obedecer.

Quedándose a solas fue el momento para Julián de poder preguntar pues era un asunto que necesitaba discutir.

—Haz dicho aliados Dragón de Mar—se lanzó directamente el de mirada azul— ¿De qué clase? ¿A quiénes se refiere? ¿Qué hombres podrán enfrentar a los caballeros del Santuario?

—No, no hablo de hombres.

El más joven se mostró desconcertado pero el otro hombre contaba con eso, necesitaba explicarse un poco mejor.

—Habló de dioses—respondió sonriendo.

 

*******

 

Las lejanas y frías regiones de hielos eternos se mantenían como siempre, como lo habían hecho por siglos, una vida desesperanzada para cualquiera de sus hijos pero de alguna manera el pueblo de Asgard había logrado cimentarse en esas frías regiones que amenazaban a la vida como si fuera un oponente. Los pobladores de esas tierras se sometieron con humildad a su destino, lo aceptaban, en su mayoría, pero no dejaban de luchar, de ser, de existir, y el centro de todo ello era la familia real. Hasta ese momento sus vidas resultaban tranquilas ante la dificultad, idéntica a la de siglos atrás, con la dureza de los témpanos eternos.

En esos momentos solo dos de sus descendientes estaban presentes, dos jóvenes mujeres a quienes los suyos amaban de diversas maneras, pero sobre todo a la mayor de las dos muchachas quienes eran hermanas, Hilda y Flare. La existencia de ambas era bastante similar en la mayoría de los casos, pero no se podía obviar un asunto en que eran distintas, y era porque la mayor era la heredera de ese reino, sacerdotisa de su señor Odín, quien debía cumplir con la importantísima misión de mantener esas regiones en paz. Orar por la paz no resultaba un asunto sencillo pero la gobernante de Asgard era valiente y a pesar de su delicada apariencia mas fuerte de lo que se pudiera pensar en un primer momento.

El palacio Walhalla se mantenía en pie, la imponente construcción de roca semejaba a un antiguo vigía que contemplaba desde las alturas todo lo que le rodeaba, en su interior, con sus elevados e imponentes salones, en ese instante se llevaba a cabo una entrega que estaba por conmocionarlo todo. Hilda de Polaris, esa hermosa jovencita de largos cabellos lavanda y brillantes ojos lilas, había recibido un obsequio, una antigua y hermosa pieza, la cuestión era de dónde provenía.

—Es como si todo fuera a cambiar—se dijo Hilda con cierta preocupación.

Era una situación complicada y sin una salida clara, deseaba saber qué hacer y supuso que era mejor tomar otra opinión en cuenta, así que hizo llamar a una de las personas en las que más descansaba y que le era muy querida además confiaba en su juicio y en su cariño a Asgard.

—Señorita Hilda.

—Siegfried—dijo ella tendiéndole las manos en cuanto se presentó—Que bueno que has llegado.

El recién llegado era un guapo joven de ojos azules pálidos y cabellos castaños, de los grandes de esas tierras, con un profundo amor a ese reino y una lealtad absoluta a los suyos, si era llamado por Hilda no retrasaría el encuentro.

— ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué era tan importante?—preguntaba él.

—He recibido un obsequio, venía con un mensaje—explicaba ella con suavidad.

— ¿Qué hay de particular con eso?

—Mira.

Le extendió un pequeño estuche, muy pequeño, similar a un cofre en miniatura, al abrirlo se encontró con una antigua y hermosa pieza, se trataba de un anillo, pero el mensaje que lo acompañaba era otra cuestión.

—Se trata del anillo nibelungo, una pieza ancestral de Asgard, cedida hace mucho tiempo como parte de un tributo.

El joven castaño seguía sus palabras, sabía que le tocaba escuchar primero y opinar después.

—Fue cedido a Atlántida—continuaba ella—El templo del mar lo envía como un presente, Atlántida nos pide una reunión, desean venir, una comitiva según dicen en su mensaje, puedes leer la nota.

Con sus azules ojos claros el joven leyó, no era un mensaje largo, solo formal, saludaba, deseaba parabienes y dejaba en claro que deseaban reunirse con Hilda como representante de Asgard, mencionaban que hacía mucho que ambas regiones no se reunían, de verdad, mucho tiempo ¿Quién podía recordar siquiera cuando había sucedido?

—El mensaje propone una visita del templo del mar, algo debe significar eso—mencionaba ella.

Ambos se miraron, el entramado que implicaba un presente aparentemente sencillo era insondable, Hilda se dedicó a pensar con profundidad en ese asunto, Asgard no era un reino grande ni verdaderamente poderoso, eran fuertes a su propia manera, pero comprendía que no había manera de evadir esa reunión que le proponían.

— ¿Qué piensas de esto Siegfried?—preguntó ella sin dejar de mirarlo.

—No es tan simple, los eventos podrían precipitarse desde este punto—contestó él.

— ¿Qué podemos hacer? Si Atlántida desea reclamar nuevamente el vasallaje de Asgard, que nos sometamos a su poder ¿Cómo podremos defendernos? No dejó de darle vueltas a este asunto ¿Qué es lo que quiere Atlántida de nosotros?

Sentados a solas ante los ventanales que demostraban la nevada que caía a las afueras los jóvenes meditaban, veían los problemas sin importar lo que eligieran.

—Si aceptas Atlántida vendrá—respondió el castaño—Y si no aceptas también vendrán pero con intenciones mas definidas.

 — ¿Qué opinas tú?

—No hay opción, Hilda, sabemos lo que debe hacerse.

—Pero eso…

Comprendía lo que le estaba diciendo, ella misma ya lo había pensado, pero se resistía a tomar una decisión como esa pero comprendía que debía hacerse ¿Qué más podían hacer en esas circunstancias?

—No puedes dejar indefensa a Asgard—continuaba él con temple—Necesitas que pueda ser protegida.

—Sé que soy impotente para defender a los míos ante un peligro de este tipo—aceptaba ella bajando la mirada—No hay poder en mi para oponerse al mal.

—Pero hay un gran poder en ti para hacer el bien—aseguraba él acercándose con suavidad.

—No quiero una guerra, no quiero la muerte de los míos—murmuraba con suavidad sintiéndose impotente.

—Lo sé, yo tampoco lo quiero pero debemos estar preparados incluso si es para morir—se mostraba decidido—Asgard es lo más importante.

Se miraron de nuevo, comprendían que Asgard debía ser protegida y ante el templo del mar eso significaba estar listos para dar batalla, la tormenta se aproximaba y no solo en el clima que los rodeaba.

—Los dioses guerreros deben ser invocados.

Había cedido, siendo una amante de la paz no fue sencillo llegar a esa resolución, pero no había forma de evadir que debían estar salvaguardados ante lo inminente y eso era que Atlántida iría a Asgard.

 

*******

 

Los dioses guerreros fueron invocados, uno a uno se fueron presentando, todos de las heladas tierras, todos usando armaduras sagradas de acuerdo a sus habilidades y ascendentes, bajo la consigna de velar por Asgard, por su gente. Hilda se vio rodeada por los valientes jóvenes que habían sido destinados a esa tarea, el leal Siegfried de Dubhe, el noble Syd de Mizar, el fogoso Hagen de Merak, el fuerte Thol de Phecda, el inteligente Alberich de Megrez, el libre Fenrir de Alioth y el artístico Mime de Benetnasch.

—Dioses guerreros, han sido llamados por un motivo por encima de todos—les decía Hilda con dignidad—Deben velar por Asgard.

Con una rodilla en tierra ante la joven de cabellos lavanda aceptaban esa misión de acuerdo a su temple, eran poseedores de una armadura única, poderosa, y no era todo cuanto debían saber.

—Una comitiva de Atlántida vendrá, no sabemos sus intenciones hasta ahora, aguardaremos hasta que se presenten y estaremos listos para lo que venga de este encuentro.

Los que la escuchaban se mostraban de acuerdo, que Poseidón llegara a su reino no podía ser un asunto menor, pero sus planes podían ser distintos, tal vez no fuera una guerra…o tal vez sí, pero no sabían nada realmente hasta ese momento.

—Cumplan con sus deberes—continuaba ella—Y que nuestro señor Odín nos proteja a todos.

La joven de cabellos lavanda ingresó a palacio otra vez pero no lo hizo sola, su hermana, la joven Flare iba a su lado, se trataba de una muchacha rubia de ojos verdes, mientras que dos de sus guerreros y amigos, Siegfried y Hagen, iban un par de pasos detrás. Parecía que la joven representante del reino de ojos lilas estaba preocupada, no lograba ver a futuro lo que podría suceder, invocar a los dioses guerreros presagiaba una guerra para ella y no estaba segura de ser quien pudiera estar al frente ante semejante escenario.

—No estés tan preocupada hermana—le decía suavemente Flare con suavidad—Los dioses guerreros están aquí, ellos protegerán a este reino.

—Deseo que no haya motivos para defendernos—fue la respuesta de la de cabellos lavanda—Aun no sabemos qué esperar de esta reunión con el señor de los mares.

—Quizás no es algo malo, tal vez lo que quieran los del templo del mar no sea Asgard.

Pero la mayor de las hermanas solo la miró con inquietud, provocando que uno de sus acompañantes se adelantara un poco, se trataba de un muchacho rubio de ojos verdes, la piel bronceada debido a su entrenamiento, muy dispuesto para defender a ambas muchachas con su ardor bélico.

—Las protegeré, a ambas, lo juro, pondré todo mi poder a su servicio, así me cueste la vida.

— ¿De verdad nos defenderás Hagen?—preguntaba Flare con entusiasmo.

—Lo haré.

Ella sonreía y él aceptaba todo como un guerrero, casi parecía por unos momentos que se podía pensar en algo más o al menos hacerlo con optimismo, que había la esperanza que las cosas salieran bien, Flare y Hagen terminaron saliendo juntos a los jardines mientras que Hilda y Siegfried se quedaban a solas.

—Ruego que no ocurra una desgracia—decía ella con pesimismo—Deseo que invocar a los dioses guerreros fuera lo correcto.

—Pase lo que pase velaré por Asgard—aseguraba el castaño.

—Ambos lo haremos, lo sé, por el amor a nuestro reino.

Por un segundo fue como si el pronunciar la palabra amor, después de ser dicha, los hubiera perturbado de alguna manera.

Pero no podían dedicarse a sentimientos personales, había mucho en juego todavía, por eso la de cabellos lavanda observó con suavidad a ese joven ante ella, tan apuesto, tan fuerte, tan leal, pero al mismo tiempo había un aire de tristeza en ese instante.

—Lo sé—decía ella—Sé la verdad Siegfried.

Pero él ni siquiera podía mirarla a la cara en ese instante, era tan difícil, pero no podía mentirse a si mismo en ese asunto y mucho menos podía mentirle a ella.

—Yo…lo lamento—fue todo cuanto pudo decir en un susurro.

—No lo lamentes, no es culpa de nadie.

Vinieron unos instantes de silencio, pesado e incómodo, hasta que ella decidió no hacer las cosas peores entre ambos.

—Debes seguir con tus deberes Siegfried, solo eso podemos hacer ahora, eso y esperar.

—Sí.

Aparentemente no había nada más que decir entre ellos dos.

Los días pasaban y Asgard no dejaba de prepararse, aunque el clima estaba haciendo de las suyas y se mostraba violento a grados que incluso a los habitantes de esas regiones, acostumbrados a un frio extremo, les parecía demasiado. Los vientos arreciaban, el frio aumentaba, la violencia de las tormentas superaba lo que cualquiera de ellos pudiera recordar, definitivamente el clima no se mostraba amigo. La que resultó ser la peor tormenta se desató un día sin ningún anuncio, simplemente comenzó y su violencia era tal que nadie se atrevía a abandonar su hogar o refugio, según fuera el caso.

—Este clima, parece que no desea que los visitantes lleguen—comentó Flare mirando a las afueras.

Era verdad, no creían que los del templo del mar llegaran con ese tiempo, sin duda atrasarían su viaje y llegarían después, eso si los caminos estaban transitables.

—Tal vez debamos pensar en qué hacer al terminar la tormenta—comentaba Hilda—La gente necesitará de nuestra ayuda.

Los dioses guerreros estaban presentes en el palacio pues esperaban que la visita de Poseidón se diera y ellos debían estar ahí para recibirlo, casi comenzaban a hablar sobre lo que harían al terminar la tormenta cuando una sensación extraña los invadió. En unos cuantos pasos estaban ante una de las terrazas y salieron a la intemperie, el clima continuaba siendo terrible pero no podían dejar de ver lo que sintieron.

Los dioses guerreros y las jóvenes princesas de Asgard contemplaron una escena que no imaginaban ver, veían un brillo a la distancia, intenso y poderoso, y reconocieron que se trataba del poder del cosmos y no cualquier cosmos, sus dueños se acercaban sin problemas, como si nada sucediera alrededor. La cuestión era que se trataba de un grupo de ocho hombres que incendiando su cosmos avanzaban como si nada sucediera, era tal ese poder que hacía que la poderosa tormenta que los estaba cubriendo se apartara dejando un camino despejado por el que avanzaban con orgullo, era un poder tremendamente espléndido.

Atlántida estaba llegando a Asgard.

 

*******

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

Solo por comentar:

*Una versión del mito cuenta que un fenicio llegó a Grecia y fundó una hermosa ciudad, todos los dioses se dieron cuenta de que era una ciudad prometedora y empezaron a decidir quién le pondría nombre. Al final, sólo quedaron Atenea y Poseidón. Zeus anunció que le pondría nombre quien creara el objeto más útil para la humanidad. Con su tridente, Poseidón produjo un caballo (también se dice que fue una fuente de agua salada). Cuando el dios explicó sus cualidades, parecía que Atenea no tenía oportunidad de ganar. Ella, en cambio, produjo un árbol de olivo. Y cuando les explicó los muchos usos que podría tener su madera, fruto, follaje, ramas, etc. y explicó que el olivo era signo de paz y prosperidad, siendo el caballo símbolo de guerra y ambición, su regalo fue reconocido como el más útil y ganó el premio. Atenea le dio su propio nombre a la ciudad (Atenas), cuyos habitantes la honraban como su diosa protectora.

 

Espero que les gustara a quienes fueron tan amables de leer.

Si nada sucede subo la segunda parte la semana que entra.

Atte. Zion no Bara

 


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