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Gayballer. por Cuandomipadreduermee

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Notas del capitulo:

Y al fffffin que termino el dichoso fic!
Me costo mucho, creanme! Asiiq ue please, disfruten del final tanto como yo disfruté escribiendolo ;)

Gracias a Malfoy por interesarse, espero que también estés presente een la segunda parte! :DD
Y anda, animense los demas con un review, si?

Les quiere, Mars.

PD: AH, AH! Una ultima cosaa que no se me olvide, visiten el fic de mi amigo Sasket17 http://amor-yaoi.com/fanfic/viewuser.php?uid=22913 No sean flojos! Ahii llevan su perfil :)

 

Gayballer.

2.

 

La respiración de Antoine se oye alta por culpa de los micrófonos. De los tantos, tantos micrófonos que recogerán su declaración. Wobber, el presidente de su club mantiene la palma de su mano medio aplastada contra la cara. Los quince periodistas de la sala se mueven, impacientes, y Antoine se lanza.

 

—Soy homosexual. Soy gay –suelta, y el primer flash se clava en su cara.

 

Luego le siguen otros tantos, y el montón de murmullos que llenan la sala, mientras Wobber maldice por lo bajo. El jefe de prensa da paso a una periodista morena con una coleta de caballo.

 

—¿Eso quiere decir que se retira?

Antoine arruga la cara —No... –busca las palabras –. No entiendo la pregunta. Claro que no. Voy a cumplir dieciocho años y...Y aún soy una promesa.

 

Otro periodista levanta la mano mientras la anterior se sienta.

 

—Usted mismo presentó a su novia Cerille en una rueda de prensa un año atrás. ¿No era realmente su novia?

—Bueno, lo...Lo es, lo era –se corrige –. Actuábamos como tal pero yo, no...

—Entonces, ¿jugó con sus sentimientos?

 

La pregunta le desconcierta y empieza a sentirse mal. Mareado, asqueado de sí mismo. De lo que acaba de hacer, de romper su relación con Steve. Se agarra a la mesa y Wobber le pone una mano en el hombro. Oye que dice algo, ''no más preguntas'', y le saca de allí.

 

—D'eau, yo te apoyo, pero no sabes lo que acabas de hacer.

 

 

 

Al joven le parece que todos han exagerado. Siente la misma presión que antes, la de fallar a la gente, pero se siente libre de poder abrazar a sus compañeros sin mirar a la gente para saber qué pensarán, si sospechan algo. Se siente más feliz.

 

Corre por la banda todo lo rápido que puede y ve como Leo cae al suelo dentro del área. El árbitro pita penalti y todo el campo pide que lo tire él. Ni siquiera los aficionados han cambiado. Sonríe mientras se planta frente al balón, incluso sigue sonriendo cuando corre hacia él. Pero cuando el esférico sale disparado hacia arriba, y todos abuchean, no sonríe.

 

 

 

No pasa nada, campeón. Todo el mundo falla alguna vez –Leo le acaricia la cabeza rubia, despeinando su cresta –. ¿Te llevo a algún sitio?

—Gracias, Leo, voy dando un paseo.

—Ten cuidado, hasta mañana –le sonríe y abandona el vestuario.

 

Antoine se echa su mochila a la espalda y camina con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, pateando el suelo más que andando sobre él. Lo que parecía libertad le presiona el pecho, y tiene ganas de llorar. Ni siquiera puede ir a casa de Steve a desahogarse. Suspira justo antes de chocarse contra algo.

 

—¡Ouch! ¿Qué...?

 

Unas manos morenas, grandes y calientes le agarran los pliegues de su camisa. Es un hombre medio calvo, gordo y con la cara arrugada.

 

—Nunca pensé que podría tener tanta suerte –dice con voz de fumador –. ¡Antoine D'eau! Me encuentro al joven futbolista el mismo día que falla el gol que nos proporciona la victoria. Victoria que no hemos tenido.¡Mucha suerte!

 

Antoine no sabe qué decir, abre la boca y pide que le suelte, pero el tipo se echa a reír.

 

—¡Mike, mira lo que he encontrado!

Otro tío, más bajo, más joven, delgado y con más pelo se une al primero sonriendo.

 

—Anda, Antoine maricón, ¿qué haces por aquí a estas horas? Es peligroso, y más si fallas algo como lo que has hecho esta tarde –parece iracundo, Antoine se asusta.

 

No tiene tiempo de seguir asustándose. Su pared se pega a la espalda, la mochila cae al suelo y los golpes caen sobre su cuerpo.

 

 

 

Steve sabe que es Antoine antes de abrir la puerta, y por eso ignora el primer timbrazo. Se queda en su sofá azul, leyendo el periódico, está decidido a no abrir.

 

Antoine le grita desde fuera. —Steve, anda, ¡abre! No seas crío, joder, ¡no puedes estar toda la vida enfadado.

—Sí que puedo, y pienso hacerlo.

—Steven Coulder, abre la puerta, por favor.

 

Steve sigue sentado en el sofá, pero cierra el periódico y lo tira sobre la mesa. Oye las manos de Antoine bajar por la madera de la puerta, e incluso le oye suspirar. Él también suspira, y se levanta para abrir la puerta.

 

La cara de Antoine está morada e hinchada. Parece un globo. Tiene un largo corte que va desde la ceja derecha, pasando por su ojo, hasta el lado izquierdo de su boca; un ojo morado, el labio parece partido, varios moretones más repartidos por la cara y el cuello y un aspecto horrible en general.

 

—...¿qué cojones te ha pasado?

—Yo que sé, Steve, me pegaron.

—Te pegaron, ¿quién?

—Unos tíos, en la calle...Fallé un penalti y el equipo perdió.
—Ya, vi el partido. –Steve agarra la mano de Antoine y le hace entrar en su casa. Va a la cocina a preparar café y deja que el chico se acomode, como hacían antes. Cuando vuelve, el rubio tiene la cabeza apoyada en un cojín y ni siquiera parece él –. Sabes que no te han pegado por fallar el penalti, ¿verdad? Has fallado más cosas antes...

Antoine se incorpora, agarra la taza y asiente.

 

—Sí, pero... –suspira –. Siento no haberte hecho caso, no parecía para tanto.

—Ya, pues...sí lo es. Y no hay vuelta atrás.

La taza de café tiembla en las manos de Antoine antes de que él se eche a llorar. Steve va a su lado y deja su (de Antoine) taza en la mesa. Hace que apoye la cabeza en sus piernas y le acaricia el pelo rubio y descuidado hasta que se calma. Como antes.

 

 

 

¿Quiere decir algo a la gente que le maltrató? –pregunta la ya conocida periodista con la cola de caballo.
—Eh, no. Bueno, quizás...Sí. Sí quiero. Me... –se aclara la garganta, está incluso más nervioso que cuando se plantó allí para decir que era gay –. Me gustaría decir que sigo siendo homosexual, y lo seguiré siendo aunque me maten –sonríe, y no sabe porqué, pero le da la impresión de que ha sido muy socarrón.

 

Sale de la sala de prensa, confiado y con ganas de seguir entrenando.

 

Ahora está feliz, más feliz que el día anterior. Steve ha vuelto con él, la Selección francesa disputará un partido amistoso con Estados Unidos y ahora está a gusto con su familia. Está muy feliz.

 

Leo le alcanza por el pasillo que da hacia fuera del campo, sorteando a dos guardaespaldas que cubren al muchacho, sólo durante algún tiempo.

 

—Eh, pequeño, me alegro de que estés bien. La policía encontró a los dos tipos que te machacaron.

Asiente. —Es una buena noticia.

—¿Qué? –Leo sonríe–. ¿Te sientes más maduro o algo así, campeón?

Antoine se echa a reír.

 

—La verdad es que sí, Leo, me siento bastante más maduro. No sé –se coge de hombros –. Necesitaba todo esto. La paliza quizás pudiera habérmela ahorrado, pero...Ha sido para bien, dentro de lo que cabe.

—Me alegro por ti entonces. –Los dos se abrazan durante un momento, y luego se separan sonriendo –. Nos veremos la semana que viene, ¿no? Suerte con los States.

—Sí Leo, nos vemos la semana que viene. Gracias.

 

Leo le despeina la cresta, como de costumbre, y deja que se vaya. Antoine puede afirmar con seguridad que Leo es su mejor amigo, y se siente feliz también por eso, porque no podría haber encontrado a uno mejor. Parece que todo va sobre ruedas.

 

 

 

Antoine rebosa alegría. Bebe otro trago más de Vodka, aunque la edad mínima para beber en Estados Unidos son veintiún años, y hoy sólo es su decimoctavo cumpleaños. Quizás los camareros hagan la vista gorda porque les cae bien, porque Antoine le cae bien a todo el mundo, quizás lo hagan porque son franceses, y su equipo ha ganado gracias a él a Estados Unidos, o quizás porque la felicidad de Antoine es contagiosa y no pueden negar nada.

 

¡C'est fini, c'est fini! –Antoine ríe –. ¡No quiero emborracharme en la noche de mis dieciocho, por favor!

 

Sus compañeros jalean.

 

—No, no. ¡Lo siento! –tropieza con un taburete mientras se dirige a la salida –. ¡Será mejor que me de el aire!

 

El joven sale casi carcajeándose del bar francés. Se abriga en su chaqueta, mete las manos en los bolsillos y comienza a andar hacia el hotel. Intenta hacer aros de vapor, pero se da por vencido, parece imposible. Agacha la cabeza cuando pasa junto a un callejón, y por eso no ve al tío que le matará en tan sólo dos minutos.

 

Sigue andando, sin percatarse de lo que está apunto de ocurrir. Está bien, alcoholizado, y no quiere pensar en nada serio.

 

La navaja del tipo se abre con un 'click', pero antes de que Antoine pueda girarse, se clava hasta cinco veces en su espalda. Él sigue vivo mientras buscan en sus bolsillos y se llevan su cartera, mientras le roban también la chaqueta, e incluso las deportivas. Pero tiene la vista borrosa y se desangra, no puede ver nada más. Las imágenes que quieren abordar su mente son tantas, que no puede ver ninguna tampoco. Cuando todo se vuelve cada vez más negro, y la sangre brota de la boca del francés, consigue ver una imagen.

 

La misma imagen que contiene todo lo que quiere. Su familia: sus padres y su hermano Cedric. Su amigo Leo, y por último Steve. Le sonríe, y hasta agita la mano en su dirección.

 

Antoine sonríe una última vez, y luego su cara se congela.

 

 

 

Steven Coulder no va vestido de Luto, al menos no formalmente. Lleva una chaqueta negra, encima de una camiseta azul que no se ve. Unos pantalones marrón oscuro y unos zapatos del mismo color. Mantiene la cabeza agachada, y la capucha puesta, porque no quiere que nadie vea sus ojos, y que vea que no sólo ha perdido a un compañero y a un amigo, sino que ha perdido a la persona que amó, que ama y que amará.

 

Algunos otros, sin embargo, sí dejan que sus lágrimas corran libres.

 

Steve tira una rosa negra –la preferida de Antoine – a su féretro mientras se disponen a enterrarlo. Luego camina por el cementerio, sorteando tumbas, intentando llegar a un taxi, mientras los demás se desperdigan, aún llorando.

 

El destino es caprichoso, piensa. El tipo que lo mató, John Dasler, un vagabundo estadounidense, no reparó en quién era Antoine hasta que abrió su cartera. Él mismo se entregó, temiendo las represalias que tomara la policía, y se defendió diciendo que ''sólo era un chico marica con ropa cara''.

Apenas llevaba razón en que Antoine era simplemente un chico. Alguien que no merecía morir, y que por fin parecía ser feliz. Sin presiones, con amigos, con familia, con la mayoría de edad recién cumplida. Una lágrima consigue huir del ojo derecho de Steven, y este se quita la capucha.

 

Quizás, y sólo porque el dolor es muy fuerte, Steve piensa que es hora de que la gente sí sepa que Antoine no sólo era un amigo.

 

El día eligió ser caluroso el día que entierran a Antoine. Tan caluroso como era él.


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