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Al otro lado del espejo. por Chaotic Kittie

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Notas del capitulo:

¿Será la ingenuidad? ¿Será el engaño? ¿Que será? 

Días pasados.

 

«Todo lo que subsiste del tiempo que va transcurriendo: las memorias. Esas pequeñas escenas que se van quedando y a veces se escapan para recordarte el antes, felices u dolorosas, están ahí. Cualquiera sea su versión, te persiguen y es imposible deshacerse de ellas. Al final nos queda eso y nos volvemos esclavos de nuestros recuerdos, nos volvemos tan dispersos como un puñado de cenizas esparcidas por la brisa».

Alonso.

 

3

 

Tenía ganas de que Diciembre pasara pronto, que toda aquella plasticidad se fuese con las fiestas de verano, que aquellos escándalos de fin de año: con los automóviles haciendo taco y las señoras con sus grandes bolsas y los cabros chicos gritando, se acabaran de una vez por todas. Estaba impaciente, ¿Cuánto tendría que esperar esta vez? ¿Cuántas horas tendrían que pasar para que la semana terminase? Técnicamente tendría que esperar ciento sesenta y ocho horas, diez mil ochenta minutos o seiscientos cuatro mil ochocientos segundos, pero eso era hablar en teoría pues Alonso tenía la sensación de que justo en esas fechas, todo se volvía más lento y por extraño que pareciera, en estas fechas era cuando la monotonía lo asfixiaba.

Por suerte el no compraba muchos regalos. Menos mal, pues ya se veía haciendo fila o empujando a un montón de gente necesitada por cosillas a precios módicos, o buscando de aquí para allá algo especial, simplemente era un dolor de cabeza que el se ahorraba. Suspiró hondo al imaginarse en esos casos, el semáforo se mostraba en rojo y el había quedado justo en la esquina. Se fijó en su muñeca y vio la hora, luego miró hacia fuera. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al ver a un hombre vestido de duende haciendo un show en mitad de la calle. Traía un traje de duendecillo terriblemente abrigador, con esa chaqueta de poliéster que lo hacia sudar la gota gorda, se notaba en sus sienes. Como el sudor corría despavoridamente y se perdía entre sus canosos cabellos, a pesar del gorro que disimulaba bastante bien aquella prominente calvicie que comenzaba a hacer de las suyas. Lo más probable es que aquel traje hubiese sido adquirido en alguna tienda de ropa americana, en donde los ofertones se veían por doquier entre esa ropa usada y, a veces, desgastada.

El hombre sacó de un pequeño saco una bolsa curiosa y la arrojó entre los autos, Alonso pudo ver como el contenido se deslizaba por su parabrisas, era plumavit: esos pequeños granitos que imitaban la nieve a pesar de todo el sol que mostraba aquel día. Por un momento se sintió un niño, un niño que soñaba con la nieve en navidad, con esa nieve que pedía en sus cartas al viejo pascuero cuando todavía tenía una familia. Como si fuera magia, que tonto sonaba así, pero aquel hombre había logrado una felicidad momentánea que le había hecho olvidar todo. Por un minuto había sido niño, por un minuto había sido el Alonso ingenuo.

¿Mamá este año nevará? —Observó desde la ventana, soñador— Quiero esperar al pascuero despierto.

Puede ser hijo, puede ser —Sonrió la mujer algo cansada. Las cosas ya andaban mal con su marido, habían discutido hace poco: sobre dinero.  Sin embargo, aún sonreía, aún armaba ese árbol de navidad gastado, aún soñaba con esa junta familiar de cada año.

Entonces ¿Podré verlo esta noche?

Sólo si te portas bien —Hizo una pausa y se subió en una silla a colocar la estrella en la punta— y no será esta noche, deberás esperar hasta noche buena.

Entonces él, con dedicación y ensueño esperó, y esperó por última vez a una mentira fantasiosa que lo hacia feliz. Ese fue el último año que celebraron una Navidad.

De pronto, sintió que le tocaron la ventanilla y despertó de su ensimismamiento.  Se encontró cara a cara con el hombre vestido de duende, pidiendo dinero por su pequeña gracia, aún retraído, revisó su chaqueta y sacó trescientos pesos. Se los dio sin decir nada y partió hacia su cotidianeidad, con las quejas de siempre, olvidándose repentinamente de la felicidad que había sentido antes.

 

Eran cerca de las ocho cuando llegó a casa, después de darle su palabra de hombre a Montecinos. No le quedaba de otra, tendría que asistir a la dichosa celebración que habían organizado en el trabajo, esta sería la primera vez que iría a un evento público, con tanta gente. Se echó el cabello hacia atrás, aunque no tenía cabello en la cara, se lo había cortado hace unos días en el baño, por puro capricho, por cambiar algún punto de él. Aunque nadie se diese cuenta de sus cambios, para él era necesario, se sentía nuevo, era como un rito. Después de todo lo hacía cada año antes de que llegase la Navidad.

Faltando tres días para el evento estaban al tope con el trabajo, extrañamente esos días se había dedicado a observar más a su entorno y más que a su entorno, se había dedicado a observar a aquel tipo del baño. Alonso estaba seguro de que se llamaba Rodrigo ¿O era Roberto? Quizás, no estaba tan seguro. De lo que estaba seguro es que se le aparecía continuamente, en el corredor, en la salida del Banco, en el mismo baño que se habían encontrado la primera vez.  ¡En todos lados! A veces creía que el tipo lo seguía, pero eso era caer en soberbia y darle demasiada importancia a un desconocido, sin embargo se la estaba dando, sin darse cuenta, aunque por fuera se viera igual de indiferente que siempre. Así mismo, el tiempo comenzó a andar más rápido que de costumbre, en esos tres días ni un signo de picazón o de esos ataques que le daban por estas fechas se había dignado a aparecer, es más por un momento se sintió normal, sano. Luego se dio cuenta de que el no estaba enfermo y que se estaba quejando de como vivía, por lo que se reprochó internamente.

 

Una ducha rápida, un traje para la ocasión y una última ojeada desde el umbral. Unos minutos más tarde, una visión panorámica de cada rincón de la sala a expensas de la luz artificial de uno de los focos, a veces sentía que le faltaba algo, tanta tranquilidad, tanto silencio. Pronto se daba cuenta de que le gustaba así y se auto-convencía de que era su manera de vivir, su manera de seguir adelante. Cerró la puerta y con las llaves en la mano partió con rumbo definido.

Ya en la carretera tuvo unas repentinas ganas de faltar a su palabra y regresarse a casa. Comenzó a sentirse mal, le faltaba el aire, las manos le picaban, respiró una vez, dos veces y nada, sentía como todo iba transcurriendo en cámara lenta, como el sudor recorría su espalda y se perdía entre las telas de su camisa. Justo cuando estaba en frente y a punto de estacionar el auto quiso vomitar. Supo desde el principio que aquello era una mala idea y sin pedir permiso o  colocarse en disyuntiva, pasó de largo el Hotel y dio una pequeña vuelta por la plaza a una velocidad moderada. Después de media hora: al encontrarse en el otro extremo de la ciudad, paró el auto y se dirigió hasta un pequeño mirador en donde había una extraña estatua de la virgen, el cerro Millantui

Hace tiempo que no pasaba por allí, desde los quince, cuando se iba a tomar a un rincón y se escondía tras las sillas de cemento con la cerveza en la mano. También podía ver su vieja casa, una pequeña construcción de madera que era compartida con otra familia, eran las típicas casas pareadas, en donde las paredes crujían y hablaban solas, en donde los problemas no eran sólo de unos pocos, sino de toda una población. Recordaba que en la casa de al lado vivía una pareja y sus seis hijos, que manera de hacer bulla, quizás ahí estaba la explicación a su búsqueda de la tranquilidad.  Y a pesar de ello, todas eran excusas, excusas disfrazadas de recuerdos.

El clima comenzó a helar sus huesos y pronto buscó calor entre los bolsillos de su chaqueta, recordó que había prometido asistir, y era más, la maldita reunión era obligatoria. Sin embargo, solo imaginarse a esa manga de hipócritas le producía alergia, a todos sonriendo y deseándose: feliz navidad, mientras por detrás hacían lo imposible por aserrucharse el piso, porque al final el mundo se movía así, lleno de caretas falsas en las que tienes que escarbar para encontrar la verdadera.  «Hijo el mundo está muy raro y es por las personas, jamás terminas de conocerlas, mira a tu padre. Yo me hubiera quemado las manos por el, y él se largo con lo primero que encontró a su paso. Por eso hijo, tu Madre es la única que no te defraudará». Eso le había dicho su madre una vez que se graduó del Liceo, fue su único consejo, la única cosa cuerda que había dicho en todo ese tiempo, pero el sabía que como todos, ella igual fallaría pues seguía siendo humana a pesar de ser su madre.

Notas finales:

Hola a todos. :P 

Nuevamente muchas gracias por leer. ^^ Espero les este interesando la historia. Saludos. Nos vemos pronto.


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