Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El arte de mentir. por Helen_Pan

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Buenas, queridas lectoras! ¡Por fin os traigo vuestro regalo de Navidad! Se trata del primer capítulo de un Hunhan que no creo que dure más de 4 capítulos, incluyendo este. He pensado que estaría bien explicar por qué el Luhan de Loving a Cold Machine es como es, ahora que ya no aparece en esa historia.

Por cierto, aunque este fic se trate de una especie de spin off de Loving a Cold Machine (es decir, una historia paralela de un personaje secundario de la historia principal), creo que es fácil entenderlo sin haber leído antes el susodicho fic. No obstante, si estás leyendo Loving a Cold Machine, te recomiendo que no empieces este fic hasta que hayas leído hasta, al menos, el capítulo seis (La Fiesta (I)).

 

Ahora sí, me callo de una vez. ¡Disfrutad!

Fingiendo indignación, empecé a andar hacia la salida del bar. Esta vez había aguantado ocho meses, casi un nuevo récord. Por suerte, todo había terminado ya.

 

Una vez fuera, me dirigí hasta el taxi más cercano, aún con una expresión y un posado triste, que fingí hasta llegar al siguiente bar. Era importante mantener el personaje absolutamente todo el rato, incluso cuando nadie me veía, si no quería que se me notara luego que estaba fingiendo.

 

Cuanto más te creas tus propias mentiras, más se las van a creer la gente que te rodea.

 

Mi nombre es Luhan, y vivo del arte de mentir.

 

 

Cuando tenía diecisiete años, mi padre me echó de mi casa por maricón. Intentó humillarme insultándome, pegándome, escupiéndome y quemando, literalmente, todos mis pantalones escotados y mis pantalones ajustados delante de mis narices, para después hacerme una maleta con solo unos vaqueros, una camiseta y una sudadera y tirármela por el balcón.

 

No obstante, nada de eso me afectó. Las palabras se las lleva el viento, los moratones desaparecen y los huesos rotos se vuelven a soldar, los escupitajos se pueden limpiar y siempre va a haber ropa nueva que comprar. Solo es humillado aquél que se deja ser humillado, y ese no iba a ser yo. Como se suele decir, lo que no te mata te hace más fuerte.

 

Una vez fuera de casa, dejé de ir al instituto. Tampoco aprendíamos nada importante ahí. Todo lo que tenía que saber para sobrevivir me lo iba a enseñar la calle. Es por eso que decidí vivir ahí por un tiempo. Trabajar, tener dinero, una casa, vivir de acuerdo a lo que las normas sociales dictaban… Nada de eso me interesaba. Lo que yo quería era encontrar aquello que me permitiera vivir haciendo el mínimo esfuerzo obteniendo el máximo placer. En el colegio a eso lo llamaban “la ley del mínimo esfuerzo”, pero yo prefería llamarlo “ser inteligente”.

 

Esa es la razón por la que me puse a observar a la gente. No te das cuenta de que todas las personas se acaban resumiendo a lo mismo hasta que las estudias como modo de vida.

 

La primera semana, me dediqué simplemente a mirar a la gente por la calle, comparando sus formas de andar, de hablar por teléfono, la ropa y el pelo que llevaban, las miradas que me echaban… No obstante, pronto me cansé de ver a toda esa gente pasar por mis narices sin poder interactuar con ellos. La limosna apenas me daba para dos comidas al día y no tenía lugar donde ducharme. Además, debía procurar que la poli no me encontrara y se diera cuenta de que era menor o me iban a mandar de vuelta a casa.

 

Cuando decidí que vivir en la calle apenas me aportaba información sobre las personas, empecé a vivir en los trenes. Dormía fuera de las estaciones y por las mañanas me limitaba a coger el viaje más largo que se pudiese hacer desde la estación en la que me encontrara. En los trenes, la gente que observaba no pasaba por delante de mí unos segundos para luego desaparecer para siempre, sino que se sentaban a mi lado durante minutos o incluso horas.

 

Así fue como conocí a Min, una chica de apenas unos años más que yo que siempre cogía el mismo tren para ir a la Universidad. Estudiaba Física porque sus padres la habían obligado, y no era para nada feliz. Le gustaban los animales y era soltera desde hacía siete meses, pero seguía queriendo a su ex–novio. No había encontrado amigas nuevas en la Universidad y apenas se veía con las chicas con las que solía salir cuando iba al instituto. Sin embargo, había algo que le compensaba todo eso; los sábados por la mañana hacía tres kilómetros en bicicleta para llegar hasta una residencia donde cuidaba a gente mayor como voluntaria.

 

Eso me hizo pensar. Al principio deducí que era alguien muy altruista, pero a medida que fui hablando con más y más gente me di cuenta de que todos tenían algo en común que les convertía en “buenas personas” y que les hacía sentir bien. Así fue cómo comprendí que el concepto “buena persona” no debería existir. Min no iba a  ayudar a los ancianos porque estos necesitaran ayuda, sino porque era lo único que hacía que ella se sintiera bien consigo misma. Nadie hace “buenas acciones” solo para hacer “el bien”. Cuando alguien que estudia medicina te dice que lo hace porque le gusta ayudar a la gente, lo que realmente quiere decir es que estudia medicina porque ayudar a la gente le hace sentir bien. La única diferencia entre la gente “buena” y la gente “mala” es que la primera encuentra esta satisfacción en ayudar a otra gente, mientras que la “mala” la encuentra haciendo cosas distintas. Pero, al fin y al cabo, todos buscan lo mismo: sentirse bien con ellos mismos, obtener satisfacción con lo que hacen.

 

¿Acaso a la gente que da un euro al mes para un niño hambriento de África le importa el nombre del susodicho? ¿O se asegura de que ese euro le llegue a él, o que sirva para comprarle comida, o para escolarizarle?

 

¿La gente que da limosna a los pobres, se asegura de que estos duerman y coman bien ese día? ¿De que no pasen frío por las noches? ¿Les compran una casa, les buscan trabajo y les ayudan a reintegrarse en la sociedad?

 

En absoluto. Las personas solo ayudan a los demás para crearse la falsa ilusión de que están haciendo algo bien, de que alguien va a ser un poco más feliz gracias a ellos. Y todo eso, lo hacen solo para sentirse mejor que sus vecinos, sus compañeros de trabajo, sus hermanos y sus parejas cuando van a irse a dormir.

 

Cuando comprendí que a la gente le hacía sentir bien pensar que ayudaban a alguien, se me ocurrió lo que iba a convertirse en mi modo de vida los siguientes 7 años. Ideé un método que me permitía vivir gratis y obteniendo plena satisfacción, sacrificando muy poco: Solo tenía que conseguir que alguien se compadeciera tantísimo de mí que me permitiera vivir en su casa tan pronto como me conociera, sin tener que pagar nada, y fingir que estar a su lado hacía que recuperara mi felicidad para que sintiera que lo estaba haciendo bien. Cuando esa persona se cansara o se diera cuenta de mis planes, simplemente tenía que desaparecer sin dejar rastro alguno, y empezar la estafa otra vez.

 

La peor parte eran esos días en los que no tenía casa porque me habían echado y aún no había encontrado una nueva víctima a la que atacar. No escogía a las personas a las que iba a utilizar a la ligera, así que no podía ir al primer bar que encontrara y ligarme al primer tipo con el que me cruzara para volver a tener un lugar en el que vivir. Tenía que encontrar a chicos frágiles y “con un buen corazón”, necesitados de autoestima y que viviesen solos. Por suerte, había muchísimos más de los que en primer lugar había pensado que habría. Para buscar víctimas solía salir a bares preferiblemente gays por las noches, y para determinar quienes eran válidos o no para ser mis futuros mantenedores, me basaba en cómo se relacionaban con la gente que tenían alrededor, en su forma de sonreír, las ocasiones en las que lo hacían, cómo bailaban, cuánto bebían… Si me parecían adecuados, les seguía después hasta su casa y observaba dónde vivían, si estaban solos y en qué trabajaban. Después de haber estudiado el ser humano en sociedad durante mi vida en la calle y más tarde en los trenes sabía mucho de su comportamiento, y para mí todas sus acciones y todos los aspectos de sus vidas tenían un significado y me aportaban algo de información sobre su personalidad.

 

Este estudio solía llevarme un par o tres de días. Durante ese tiempo y hasta que conseguía conquistarles y que me permitieran vivir en su casa tenía que vivir en la calle o en el tren. Sin embargo, eso me servía como excusa para que la gente se compadeciera de mí. A cualquier chico un poco sensible le da pena que alguien de su edad, su orientación sexual y que frecuenta los mismos bares que él viva en la calle. Inconscientemente, les hace pensar que ellos podrían acabar igual.

 

Una vez les había localizado, el procedimiento era fácil y mecánico. Me acercaba a ellos, les bailaba, y cuando estos le decían de ir a su casa, me echaba a llorar. “Siento no poder invitarte a la mía, porque yo… yo…” Confesar que uno vive en la calle no solía ser algo fácil para la gente normal, así que yo debía fingir que no era algo que quisiera admitir con facilidad. En el fondo, me daba igual que nadie supiera que vivía en la calle, como si el jodido Papa de Roma lo anunciaba con megáfono. “Yo vivo en la calle.” Me mordía el labio, me rascaba el brazo, y miraba hacia otro lado. Cuando, segundos después, volvía a dirigir mi mirada hacia ellos, todos ponían esa misma cara de haber visto a un perro maltratado y abandonado en la calle. Esa era la señal de que todo iba a salir bien.

 

“Bueno, si quieres puedes quedarte esta noche en mi casa.” Pero nunca era una noche. Cuando les contaba que mi padre me había echado de mi casa por ser gay hacía una semana o que había tenido que huir de mi novio, que me maltrataba, y no tenía dónde vivir, o lo que fuera que se me ocurriera en ese momento, ninguno era capaz de echarme.

 

Esa era la primera fase; la invitación.

 

A la segunda fase, yo la llamo la convivencia. Durante las primeras semanas tengo que hacerles creer que tenerles conmigo lo está cambiando todo, que siento que puedo ser feliz otra vez y bla, bla, bla. A ellos no les importa mi felicidad en si, pero sí ser ellos los causantes de esta. El subidón de autoestima que les supone que les diga cuánto les necesito a mi lado les hace estar de buen humor durante, al menos, los dos primeros meses. También ayuda que de vez en cuando me venga abajo y me ponga a llorar, dejando de hacerlo solo cuando ellos intentan animarme.

 

Por desgracia, esta fase no dura para siempre. Cuando ya han acumulado suficiente autoestima, mis llantos les dejan de romper el corazón, y pasan a parecerles simplemente una molestia. Así es como empieza la tercera fase: la ruptura.

 

Ellos siempre acaban encontrando una excusa para echarme de su casa sin sentirse unos monstruos. Algunos alegan que sospechan que les engaño con otro chico, otros dicen que estoy muy distante y que no quieren que les haga daño y otros simplemente me gritan que ya no soportan mi victimismo. Entonces, el ciclo vuelve a empezar.

 

No obstante, a veces esa tercera fase nunca llega a producirse y cuando acabo cansándome de alguien me veo forzado a buscar la forma de que corten conmigo. Eso es lo que tuve que hacer con mi última víctima, un pardillo llamado Chanyeol. Pasados seis meses, era demasiado calzonazos como para dejarme aunque era obvio que estaba harto de mí, así que me vi obligado a fingir que me había enrollado con un tal Minseok. Al mismo tiempo, me puse a buscar mi próxima víctima, para intentar ahorrar esos días entre la estancia en casa de una víctima y de otra, y así fue cómo encontré a Sehun. Estudiaba para ser abogado, parecía tímido y no le gustaba bailar, aunque cuando bebía se desmadraba un poco. Una víctima perfecta. Guardé su nombre y su dirección en un papel para recordarle cuando finalmente cortara con Chanyeol, aunque pareciera que eso no iba a pasar nunca. Cuando pensaba que iba a tener que dejarle yo, caí en que podía dejar el papel donde había apuntado los datos de Sehun para que Chanyeol les encontrara y pensara que le había estado engañando. Lo de Minseok quizás lo había podido dejar pasar, pero dos infidelidades no me las iba a perdonar, seguro.

 

Sin embargo, Chanyeol ni siquiera me dijo nada acerca del tema. Estoy seguro de que vio el papel, porque yo lo había dejado una noche en mi mesilla de noche y al día siguiente lo había encontrado en la mesa de la cocina, pero parecía que intentaba ignorar la evidencia.

 

Joder, ¿acaso se había enamorado de mí?

 

No fue hasta más de un mes después cuando, finalmente, vi la oportunidad perfecta para hacer que me dejara. Una noche, fui a tomar algo con sus amigos, y había con ellos un chico nuevo, muy guapo, al que luego fui a besar. Estaba seguro de que el chico me iba a rechazar, y así fue. Seguidamente, me hice el disgustado y le fui a contar a Chanyeol justo el contrario de lo que había pasado; le dije que había sido Jongin quién me había intentado besar, y… Por fin. Por fin lo vi. La rabia en sus ojos. El enfado final. Esa expresión que decía que no quería verme jamás.

 

Discutimos durante un rato en el que tuve que hacerme el ofendido para que Chanyeol sintiera que me estaba haciendo daño de verdad; a la gente le gusta saber que puede herir a quien se proponga. Sin embargo, en el fondo, todo lo que me decía me daba igual. Como ya he dicho, solo se puede humillar a aquél que se deja, y yo no soy uno de ellos.

 

Aunque por fuera pareciera triste, enfadado e indignado, por dentro me sentía tranquilo. Por fin me había librado de ese pesado gigante. Fingiendo aún tristeza por mi recién ruptura, me dirigí, después de meses de haberlo planeado, al bar donde había visto a Sehun por primera vez.

 

El ciclo de las mentiras iba a volver a empezar. 

Notas finales:

Eso es todo por el momento. ¿Qué os ha parecido Luhan? Sinceramente, con lo poco que he escrito de él, yo ya me he enamorado lol. ¿Qué creéis que va a pasar ahora con Sehun? Espero vuestras teorías en los comentarios(?).

Como siempre, muchas gracias por leer,  y recordad que comentar es gratis(?) y que ni que sean unas palabras diciendo que os ha gustado, o al contrario, indicándome en lo que según vosotras fallo a la hora de redactar, me animás mucho a seguir mejorando y escribiendo cualquier historia. En definitiva, un comentario = una Helena feliz. 

Como otro regalo de Navidad, os voy a dejar por aquí mis cuentas de twitter, por si a alguien le apetece stalkearme o lo que sea. En Helen_Pan_41 suelo hablar de mis cosas (básicamente me quejo del instituto y me río de estupideces), y en taemgotchi fangirleo en inglés de k-pop (sobretodo lloro por Taemin y SHINee en general, así como de EXO, B1A4, f(x), VIXX y otros grupos). 

 

Ahora sí, espero que hayáis pasado un día genial con vuestra familia/amigos, y que acabéis de pasar unas felices vacaciones de invierno. ¡Nos leemos pronto!

 

P.D.: Algunas características del carácter de Luhan y el hecho de que viva aprovechándose de la gente está inspirado en el libro Asfixia de Chuck Palahniuk, aunque la metodología que usa el protagonista de Asfixia para engañar a la gente es distinta a la que usa Luhan aquí. Así que, si os ha gustado cómo es Luhan, quizás podríais empezar a leer el libro, os aseguro que no os vais a arrepentir de ello.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).