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Killer Men (Hombres Asesinos) por Charly D

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Notas del capitulo:

By: Mara Loneliness

 

"Los callados son los que más perversas ideas maquinan"

Adéntrate en la temible historia de el oficinista Marcos...

08. “Marcos, solitario.”

 

"Los callados son los que más perversas ideas maquinan,

un solitario empleado y un alegre compañero lo sabrán."

 

 

 

Estrés.

Frustración.

La cabeza de Marcos daba vueltas en una espiral de cansancio que iba más allá de lo que cualquier persona normal es capaz de tolerar.

Cinco años.

Cinco años de seguir las normas, cinco años de agachar la cabeza, cinco años de frustraciones.

Casi podía sentir como una fuerza invisible le presionaba las sienes.

¿Qué lo llevo ahí?

¿Cómo había llegado hasta ese punto sin retorno?

Observó la escena mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro.

“Soy libre”, pensó mientras contemplaba su obra, “soy libre”.

Lunes, una semanas antes...

 - ¡Marcos!

La aguda e irritante voz de la supervisora de departamento hizo que el distraído castaño se sobresaltara en su asiento.

- S... ¿sí? – su voz, como era habitual, había salido en un hilo casi ininteligible.

- ¡Joder!, ¡hombre! – la mujer de alta y esbelta figura no hizo el menor esfuerzo por ocultar su enfado -. Te pregunte si ya tenias listo el informe de costos de este mes – le informó, enjarrando los brazos en su diminuta cintura -. ¿Acaso eres sordo o disfrutas ignorándome?

- ¿Eh? – el hombre se levanto tan rápido de su asiento, que dejo caer la silla hacia atrás, provocando la risa de muchos de sus compañeros de oficina -. No – respondió en un hilo de voz, al tiempo que rebuscaba una carpeta entre sus cajones -, pensé que la fecha de entrega era mañana – concluyó mientras extendía el informe hacia la mujer frente a él, quien lo tomo de manera grosera.

- Las cosas son, para cuando yo venga a buscarlas.

Dicho aquello, la esbelta y pelirroja mujer giro sobre sus tacones y se alejo de él contoneando sus caderas.

- A veces es una perra.

Marcos parpadeó un par de veces antes de volver la vista a Josué, quien había levantado la silla y se encontraba parado junto a él, sonriéndole amistosamente.

- Si – asintió Marcos con su delgada voz, no pudo evitar sonrojarse ligeramente, de modo que desvió un poco la mirada para evitar que su compañero se diera cuenta.

- Si no fueras tan pálido, no me daría cuenta siempre que te sonrojas – comentó Josué con naturalidad.

Marcos lo vio con los ojos muy abiertos y el rostro completamente de color carmín.

-.-.-.-.-.-.-.-

Los días pasaban, cual era habitual en la monótona vida de Marcos. Tres días desde el incidente del reporte, tres días desde la última vez que había cruzado palabra con Josué.

No era que él hablara mucho, pero Josué era como un bálsamo para su aburrida y estresante vida de oficina.

Tenía treinta años, era soltero y vivía solo en la vieja casa que le dejo su madre tras morir de cáncer dos años atrás. El lugar estaba exactamente como entonces, incluso tenía el mismo cesto de ropa sucia repleto con todo lo que ella había dejado ahí.

Tomó una lata de refresco del refrigerador y se dirigió al segundo piso, a su habitación.

La pared del fondo, justo a un lado de su cama, estaba tapizada con pinturas de distintos tamaños en las que aparecía continuamente el rostro de Josué.

Sonrió a las imágenes.

Hacía varios años que sentía una atracción incomprensible hacia su compañero de oficina. Quizás se debía a su escultural y perfecto cuerpo, a sus hermosos ojos color miel y a su endiabladamente oscuro cabello negro. Quizás solo era producto de las múltiples atenciones que el moreno siempre tenía para con él. Esas sonrisas cariñosas, esas invitaciones a almorzar o a salir juntos después del trabajo. Quizás se debía a su carácter extrovertido y alegre, o al modo en que lograba siempre sobresalir e imponer sus ideas en las reuniones.

Josué tenía un carisma innato, muy distinto a el mismo Marcos, quien desde pequeño había hecho siempre lo que querían los demás y había agachado la cabeza, renunciando a sus propios sueños o ambiciones.

Por eso estaba ahí, atrapado en aquella frustrante oficina, trabajando en aquel irritante empleo y conviviendo con todas aquellas desagradable personas... todas, menos Josué.

Si tuviera una pisca del carisma de su compañero, de su extrovertida personalidad, tal vez habría tenido el valor de dejar todo aquello que tanto odiaba para poder dedicarse a la pintura, como siempre soñó.

Y tal vez habría tenido el valor de confesar sus verdaderos sentimientos, su verdadera naturaleza.

Caminó hacia la esquina opuesta de su habitación, donde había un lienzo sin terminar.

En el lienzo había dos hombres desnudos, abrazándose en una febril escena, que cautivaba por su vida y colores, pero los hombres no tenían rostro. Muchas veces había querido dibujar el rostro de Josué y el suyo, pero el miedo y los tabúes no se lo permitían.

Sacó un nuevo lienzo y comenzó a dibujar un retrato del atractivo muchacho.

-.-.-.-.-.-.-.-

La tarde del viernes había llegado sin muchos contratiempos en aquella semana monótona como el resto.

- Josué – la voz de la atractiva supervisora se escucho por toda la oficina -, que Marcos termine el informe.

El aludido no pudo evitar asomarse por encima de su cubículo.

- Está casi listo – espetó Josué con una amplia sonrisa -, puedo hacerlo solo.

- No dije que te ayudara – respondió la joven -, dije que lo hiciera él.

Tras decir aquello la mujer se fue sin cruzar una sola palabra con Marcos, quien veía de uno a otro por encima del borde de su cubículo.

La hora de salida llego y todos comenzaron a irse esporádicamente, excepto por Josué y Marcos.

- Lo lamento – la voz del moreno salió de manera pesarosa mientras entregaba una USB con los archivos a Marcos.

- No te preocupes – respondió el castaño mientras comenzaba a pasar los archivos a su ordenador -, no es tu culpa.

Josué miro su reloj con gesto preocupado.

- Puedo quedarme media hora – dijo al tiempo que le dedicaba una amable sonrisa -, ¿si tú quieres?

- Claro – balbuceó Marcos, mientras agachaba la cabeza para tratar de ocultar su sonrojo.

- Sabes que eso no funciona – se burló Josué, logrando sacar una sonrisa al tímido chico de cabello castaño.

El tiempo comenzó a transcurrir mientras el pelinegro le explicaba a su compañero lo que había hecho del informe y como debía seguir las cosas. Parecía otra sencilla y rutinaria tarea, como las que solían dejarle siempre a él los fines de semana. Al parecer toda la oficina era consciente de su carente vida  social.

- Iremos al bar de siempre – comentó Josué con naturalidad, era algo habitual que algunos  miembros de la oficina se reunieran los viernes en un bar cercano, y el moreno solía invitar a menudo a su compañero -. Es un lugar entretenido, deberías ir a divertirte y pasar el rato.

- Debo terminar esto – le recordó Marcos, haciendo alusión al reporte.

- No creo que te tome toda la noche – aseguró Josué con entusiasmo -, en cuanto termines ve al bar y nos tomaremos un par de copas juntos, ¿Qué dices?

No  se necesita ser muy inteligente para saber que Marcos aceptó aquella invitación. La admiración y devoción que sentía por su compañero era  un sentimiento que rayaba en lo insano.

Lo deseaba.

Lo necesitaba con exagerada desesperación. Cinco años en aquella oficina solo soñando con él, imaginando lo que sería rozar aquella piel, sentir aquellos labios, tomar aquel cuerpo.

Finalmente se verían en aquel bar. Siempre había deseado convivir con él más allá de aquella pequeña oficina. Hablar de cosas menos triviales que los programas en el ordenador o los balances de costos de la empresa.

Terminó aquel trabajo más rápido de lo habitual.

Estaba emocionado y ansioso.

Su corazón latía de manera desbocada en cuanto cruzó la puerta de aquel bar y observó la figura de su compañero sentada de manera solitaria en una discreta mesa del fondo.

Respiró hondo y tronó los huesos de su cuello para tranquilizar sus nervios.

Aquello no podía ser una coincidencia, seguramente Josué había elegido aquella mesa para estar a solas con él y poder hablar de sus sentimientos.

Caminó a paso decidido, con una seguridad poco habitual en él. Observó como una mesera dejaba un par de botellas de cerveza.

“Me está esperando” pensó entusiasmado.

- ¡Hola! – saludó con voz fuerte y decidida, tomando la cerveza extra en la mesa y sentándose justo frente al pelinegro.

- Hola – respondió Josué, observándolo de pies a cabeza y dejando la mirada clavada en la bebida que su compañero de oficina había comenzado a ingerir -. Terminaste muy rápido – comentó dándole un sorbo a su bebida.

- Estaba ansioso por venir – respondió el castaño apoyándose en la mesa y acortando la distancia que los separaba.

Josué enarco una ceja, denotando su confusión.

- ¿En serio? – preguntó al tiempo que colocaba su cerveza en la mesa.

Marcos notó aquel gesto. Era imposible que no hubiera acercado aquella mano a él con la intención de que la tomara, así que lo hizo. Colocó su propia botella en la pequeña mesa y sujeto con firmeza la mano de su compañero.

Josué no rompió aquel contacto, se limitó a observar aquellas manos sujetando su derecha y acariciándola.

- Hace mucho que espero este día – confesó Marcos -. Hace mucho que pienso en cómo decirte esto...

- Marcos...

El aludido siseó y negó con la cabeza sin soltar la mano de su compañero.

- Eres lo único por lo que vale la pena ir a esa maldita oficina – confesó mientras jalaba el brazo del otro chico, para poder sentir su piel contra su mejilla -. Te amo tanto.

Josué jaló su brazo en un acto reflejo, sacudiéndolo como si quisiera alejar algún insecto. Se estremeció en su asiento y se hizo hacia atrás, irguiendo su espalada.

- ¿Es una broma? – preguntó Josué, intentando reírse de aquella situación.

- No – respondió Marcos, observándolo con seriedad -. Pensé que por eso...

- ¡Estas demente!

Marcos sintió como si algo le estuviera presionando el pecho, y una tensión indescriptible comenzó a recorrer su espina dorsal, paralizándolo. Se formó un nudo en su garganta y se levantó como un zombi. Su mirada estaba perdida y solo fue capaz de susurrar un “lo siento” imposible de escuchar.

Se alejó en silencio de aquella mesa, rumbo a la salida.

Le costaba trabajo caminar, el dolor que estaba sintiendo en aquel momento le dificultaba hacer cualquier cosa.

Y en medio de su pesar quiso ver al pelinegro por última vez.

¡Y vaya que lo vio!

En la misma mesa donde acababa de exponer sus sentimientos al joven se encontraba sentada ahí, la esbelta y escultural supervisora de oficina lo acompañaba. Hablaban, el podía verla a ella, a él solo podía distinguirle la espalda.

La pelirroja reía alegremente, y subiendo sobre la mesa como una zorra, besó descaradamente a Josué.

Al separarse del moreno, Marcos observó cómo lo miraba por unos segundos, decía algo al oído del muchacho y comenzaba a reír de nuevo.

Marcos estaba parado junto a la puerta, y podía sentir como lo empujaba el ir y venir de personas que transitaban aquel bar.

Sus manos estaban apretadas tan fuerte, que pequeñas gotas de sangre comenzaron a caer de ellas. El dolor se había disipado como la niebla, dejando solo la oscuridad cegadora que el odio trae consigo. Sus dientes rechinaban al pensar como se burlaban de él, al pensar como siempre lo habían utilizado para verse fuera de la oficina, al pensar como se habían aprovechado se sus sentimientos para ir a revolcarse juntos.

“¡Malditos!”

-.-.-.-.-.-.-.-

- Quizás fui muy duro con él.

Josué caminaba con su novia colgada del brazo por el solitario estacionamiento del bar. Era tarde y luego de pensárselo todo la noche había decidido contarle el incidente con Marcos.

La joven mujer se echo a reír.

- Si hubieras sido “duro”, él habría estado encantado.

- ¡Qué asco! – exclamó el muchacho sacudiendo todo su cuerpo con desesperación, haciendo que la mujer riera mas sonoramente.

- Que divertido.

Una tétrica voz hizo que la pareja se sobresaltara.

La chica se oculto detrás de su novio.

Los jóvenes se giraron, y justo detrás de ellos, entre algunos autos en la oscuridad se encontraba Marcos. Su cabeza estaba echada ligeramente hacia el lado derecho, y sonreía de una manera cínica, que resultaba atemorizante.

- Marcos – suspiró Josué aliviado de que se tratara de su compañero -. Me asustaste.

- Vámonos – rogó la mujer, jalando el brazo a su novio y tragando saliva.

- Mi auto no enciende – informó el castaño entre la penumbra -. ¿Podrían llevarme a mi casa?

Josué sonrió de manera animada.

- Claro – exclamó al tiempo que presionaba el botón en su llavero que quitaba el seguro del auto -, es lo menos que puedo hacer.

-.-.-.-.-.-.-.-

- Lamento el malentendido – aseguró Josué, observando a su compañero por el retrovisor, pero debido a la oscuridad solo podía distinguir la silueta.

- No te preocupes.

El camino hasta la casa de Marcos fue callado y tenso. La mujer no lograba ocultar sus nervios, y el moreno trataba de ver a su compañero por el retrovisor de cuando en cuando, pero las pocas veces que la luz le había permitido vislumbrarlo, el castaño y pálido sujeto solo sonreía de medio lado y lo observaba de manera indescifrable.

Al llegar a su destino, Josué subió el auto a la cochera.

Marcos salió en silencio por el lado del copiloto. Caminó por detrás del  auto, deteniéndose como si algo se le hubiese caído, y luego caminando nuevamente hasta la ventana del conductor.

- Las llantas de atrás están vacías – informó con aquella seria expresión que no desaparecía de su rostro.

- ¿¡Qué!?

Josué detuvo la marcha del auto en un acto reflejo. Abrió la puerta y salió.

La pelirroja observó por el retrovisor como su novio revisaba las llantas del  auto, y negaba con la cabeza, confundido. Algo no estaba bien.

Marcos se alejó rumbo a un enorme manzano en su jardín.

Josué se encamino hasta el auto.

- Las llantas están bien – informó a su novia asomándose por la ventana del conductor.

El rostro de la joven se desfiguro en una clara expresión de pánico, pero antes de que Josué se percatara de lo que sucedía, un fuerte golpe en su cabeza  lo hizo caer en la inconsciencia.

La mujer grito con fuerza, e intentó huir. Abrió la puerta del auto y comenzó a correr rumbo a la carretera, pero debido a la desesperación y a la torpeza de sus pasos, uno de sus tacones se rompió, haciéndola caer justo detrás del auto.

El tobillo le dolía, y no fue capaz de apoyarlo, de modo que volvió a caer al suelo.

- No... Por favor... – rogaba entre lagrimas mientras observaba a Marcos caminar hacia ella, lenta y firmemente -, por favor...

- Ríete ahora – dijo justo antes de golpear con fuerza la cabeza de la mujer -, perra.

-.-.-.-.-.-.-.-

La cabeza de Josué dolía, al igual que el resto de su cuerpo.

Despertó atado a una silla, en medio de la oscuridad y la penumbra. Su boca estaba cubierta con cinta industrial y sentía como algo liquido y tibio bajaba por su cabeza. No recordaba mucho, estaba hablando con su novia cuando sintió que algo lo golpeaba en la cabeza.

¡Su novia!

Comenzó a moverse con desesperación, buscando con la mirada a la joven. Pero lo único que alcanzo a distinguir era que se encontraba en algún sótano y que el día ya había levantado, la luz se colaba por una rendija.

-.-.-.-.-.-.-.-

Marcos fue a la oficina como cualquier otro sábado. Medio día de la misma monótona rutina de siempre.

Al salir tomó una ruta adicional y dio a un grupo de hombres un fajo de billetes y un bulto envuelto en una sabana.

Llego a su casa y tomó un refresco del refrigerador, pero en esta ocasión, en lugar de subir a su habitación, se dirigió al sótano a paso perezoso.

No tenía prisa, y su mente estaba suficientemente fría como para hacer las cosas con calma.

Encendió la luz y bajo las escaleras con parsimonia.

En medio de aquel lugar se encontraba Josué, atado a una silla y tirado de cara en el suelo en una posición que parecía sumamente incomoda. Dio una patada a la silla en el suelo, haciéndola girar.

- Eres tan hermoso – susurró Marcos a su compañero, mientras acariciaba su rostro con delicadeza, sintiendo como el joven temblaba -. Mis caricias te estremecen -. Sonrió.

Josué negó con la cabeza mientras hacia un esfuerzo sobrehumano por no derramar una sola lagrima de desesperación.

Marcos observó como Josué miraba de manera desesperada de un lado a otro de aquella habitación.

 - No te preocupes – le susurro al oído, mientras lentamente sacaba un frasco de su bolsillo -, ya no veremos más a esa perra.

Los ojos de Josué se abrieron como platos, y su desesperación aumento considerablemente, pero Marcos vació el pequeño frasco que llevaba en una camisa vieja y la acercó a la nariz de su compañero mientras sonreía.

Lentamente desató el cuerpo de su compañero y lo llevó a rastras escaleras arriba, donde la aguardaban un par de juguetes que había comprado camino a casa.

-.-.-.-.-.-.-.-

Marcos estaba pintando cuando la puerta de su casa fue abierta a la fuerza por un grupo de fuerzas especiales de la policía, pero aquellos ruidos y gritos no detuvieron su arte.

Cuando la puerta de su habitación se abrió, el detective a cargo de investigar la desaparición de la pareja de Josué Contreras y Verónica Jiménez se quedó parado justo en el umbral.

Marcos estaba desnudo, pintando un lienzo con la expresión más satisfecha y feliz que cualquiera le hubiese visto antes, y justo en frente de él se encontraba el desaparecido Josué Contreras, con los ojos muy abiertos en una evidente expresión de pánico, y con gruesas lagrimas cayendo por sus mejillas.

Se encontraba en la cama, con las manos atadas a la cabecera, y las piernas atadas de los tobillos a una cuerda que estaba enredada en una viga. Tenía claras marcas de abuso sexual, en su recto se encontraba un consolador vibrando estruendosamente y sacudiéndose, dejando salir levemente restos de semen y sangre. Su miembro había sido atado con varias ligas, y perforado y adornado en varias partes con pircings en forma de argollas pequeñas. En uno de los pezones del joven había sido colocado otro pircings en forma de argolla, aquel más grande que los de su miembro, de este colgaban diminutas pesas, el otro pezón ya no existía más en aquel cuerpo.

El pene de Josué estaba de un insano color azulado.

- Marcos Estrada – la voz del detective no saco al muchacho de su ensimismamiento -, deje eso sobre la mesa y acompáñeme – pidió sin dejar de apuntarle con su arma.

- Soy libre – exclamó el muchacho mientras continuaba pintando aquel lienzo.

El detective caminó hasta él al tiempo que enfundaba su arma, tomó sus manos de manera lenta y las llevó tras la espalda del joven, esposándolo.

Hecho aquello un grupo de paramédicos recibió permiso de entrar en aquella habitación, donde comenzaron a desatar a Josué para poder atender sus múltiples heridas.

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La ambulancia se alejó.

- Encontramos el bolso de Verónica Jiménez en el sótano – dijo un oficial al detective a cargo de la investigación.

De la casa salió un grupo de forenses con una bolsa de cadáver.

- Pero no hay mas rastro de ella – informó.

El detective suspiró.

- Hay que informar a la familia de ambos.

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Marcos purga cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad, debido a la naturaleza violenta y elucubrada de sus crímenes no tiene derecho a visitas. A Josué tuvo que amputársele el miembro, tras varias horas de cirugía logra salvarse su vida, pero su personalidad se sumió en una severa depresión que es tratada en una institución psiquiátrica, debido a sus múltiples intentos de suicidio.

Verónica nunca fue encontrada.

La pintura de Marcos fue comprada por un coleccionista de arte, luego de ser subastada por la policía.

Notas finales:

¡Gracias por sus lecturas!


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