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La canción del Pirata por ShadowGirl

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Notas del capitulo:

Muy buenas, pequeños lectores. Lamento profundamente haber estado tanto tiempo sin actualizar no habiendo avisado primero. Os traigo, pues, el cuarto capítulo del fic, el que tenía pensado subir el viernes, sólo que, me lié, y... Bueno, ya os podéis imaginar. Losé, soy una persona horrible, y arderé en el infierno por ello.

Lo he terminado esta tarde, aún con mi tremenda resaca. Para que os quejéis. Ésto, ésto es dedicación. O un abrumador sentimiento de culpa, aún no me he puesto de acuerdo conmigo misma.

En cualquier caso, espero que disfrutéis del capítulo. En un lastimero e infructuoso intento por compensaros, He intentado hacerlo un poco más largo que los anteriores. No estoy segura de haberlo conseguido.

Disfrutad.

Definitivamente, esa mimada chiquilla parecía dispuesta a ocasionarme cuantos más dolores de cabeza, mejor. El triunfo se apreciaba en el rostro del asesino, mientras yo me sostenía apoyada en la pared. Pensaba que no podía ser más tonto, pero parecía dispuesto a demostrarme que me equivocaba. Escupí a sus botas, con desprecio, y miré a la dama que ocultaba el rostro entre sus manos. ¿Ahora te daba por no mirar? Qué oportuna. Con una rapidez que poco tenía de humana, arremetí contra Zala, golpeando su cara con un fuerte derechazo. Qué rápido se le había borrado la sonrisita de suficiencia. Aproveché el impulso para zancadillearle, y hacerle caer al suelo, donde se arrastró como la rata que era, intentando tomar distancia.

-Basura -escupí asqueada, y no esperé para propinarle una fuerte patada en las costillas-, no eres más que un montón de basura.

Me deleité en el miedo que brillaba en sus ojos. Decidida a acabar de una vez con la vida deaquel infeliz que había cometido la tremenda estupidez de cruzarse en mi camino. Avancé un par de pasos. Mi visión se nubló, seguramente por la pérdida de sangre, y me vi obligada a volver a apoyarme en la pared. Zala aprovechó para atacarme por sorpresa y, aunque logré esquivarlo en su mayor parte, su puño se hundió en mi vientre, en la sangrante herida. Gruñí de dolor.

-¿Ahora quién va a acabar con quién, zorra? -Bramó con una histérica carcajada. Cuchillo en mano, se acercó lentamente hacia mí. Yo seguía encogida por el dolor, sujetando la hemorragia con la mano izquierda, y la derecha plantada en el suelo. ¿La pirata más temida de los últimos tiempos iba a caer a manos de un vulgar asesino? No podía creerlo. Cuando ya casi lo tenía encima, una sombra lo golpeó por la espalda con una piedra. Zala se giró, furioso, para descubrir quién había osado interrumpirle. Se encontró a escasos pasos de una Anna con lagrimas corriendo por sus mejillas. No dude en incorporarme y sujetar mi daga contra su cuello desprotegido.

-Suerte que te buscan vivo o muerto -le susurré al oído mientras le rebanaba la garganta.

 

Anna contempló como la sangre del asesino salpicaba su cuerpo, horrorizada por la macabra escena que se acababa de presenciar. La pelirroja no había titubeado un momento al arrebatar la vida de su agresor. Desfallecida, cayó al suelo de rodillas mientras observaba los ojos sin vida del hombre que había estado a punto de violarla y asesinarla.

La suave tela de una capa se posó sobre sus hombros, cubriendo su cuerpo semidesnudo.

-Eres una maldita inconsciente -susurró una voz queda. Como pudo, alzó la mirada a la pelirroja que la miraba con una sonrisa torcida. ¿Eso que se ocultaba tras su burla era preocupación? ¿Por qué cojones había corrido el riesgo de socorrerla? -De nada, por cierto.

Era la segunda vez en una misma noche que la misteriosa desconocida la salvaba. Las fuertes manos de Cassandra la sujetaron con delicadeza mientras la ayudaba a levantarse.

-¿Nos perdimos la diversión? -Preguntó una jovial voz a sus espaldas. Anna se enrolló en la capa mientras ambas se volteaban. Gale, junto a Helena, se apoyaba despreocupadamente en la esquina del callejón.

-¿Cómo no os la vais a perder si sois tan sumamente lentos? -contestó la capitana.

-Cass, ¿esa sangre es tuya? -advirtió aun en la oscuridad la rubia, entre preocupada e incrédula.

-Para nada -comentó la joven a su lado mientras se tapaba apresuradamente con su mano. Para ella era una auténtica deshorna que un simple criminal hubiera conseguido herirla. Sin dejarse engañar, Helena avanzó apresuradamente hasta su amiga.

-Déjame ver -exigió. Cassandra puso mala cara, pero sabía que la rubia no iba a dejar de insistir tan fácilmente. Reticente, apartó la mano.

-¿Cómo has permitido que te hiciera esto? -interrogó mientras apartaba el chaleco y la camisa, empapados en sangre. El corte era bastante sucio, pero no demasiado profundo. Helena frunció el ceño, y la capitana suspiró avergonzada, enfocando sus ojos verdes en el suelo.

-Supongo que me distraje un poco -musitó con un hilo de voz. Anna comprendió, sintiéndose culpable, que había sido culpa suya. Sus mejillas se tiñeron de rojo.

-Creo que yo he sido la causa -susurró. Todos la miraron intrigados. Con el transcurrir de los minutos, el resto de la tripulación había ido llegando. Cassandra se revolvió, incrédula.

-No digas tonterías, yo... -no había terminado de hablar cuando perdió la consciencia.

 

Desperté lentamente, desorientada y con la boca seca. Eché un vistazo a mi alrededor y supuse que estaría en la habitación de la posada. A mí izquierda, Gale y Helena dormitaban en dos sillas, apoyados el uno en el otro. Debía resultarles increíblemente incomodo, pero se veían realmente tiernos. A mi derecha, Anna me observaba atenta, con sus preciosos ojos azules.

Poco a poco, las imágenes de lo sucedido fueron llenando mi memoria. Lo que no recordaba era cómo había llegado hasta allí. Reparé en que estaba semidesnuda, tan solo cubierta por mi ropa interior, un vendaje no demasiado profesional, y las sábanas blancas de la cama. Con dos dedos, intenté curiosear bajo la tela del vendaje. Me iba a quedar una buena cicatriz.

-Buenas noches -saludó Anna en voz baja, para evitar despertar a las bellas durmientes.

-Buenas noches -respondí sonriente. Después de todo, se había atrevido a volver a la taberna. Debía estar bastante agradecida, o sentirse muy culpable. Ambas cosas, quizá. Mi sonrisa se torció al preguntarme si sería igual de agradecida con todo -, ¿a qué debo el inesperado y dudoso honor de su presencia, señorita Vratov?

- Creo que no podía desaparecer sin saber que no ibas a morir -comentó sin mayor interés, a pesar de que sus mejillas se tiñeron levente de rubor -. Al fin y al cabo, supongo que me salvaste.

-¿”Supones”? -ahogué un gritito, incrédula. Tendrá cara dura, la niñata.- En ese caso, ¿“supongo” que tal vez debí dejarte resolverlo sola?

-”Supongo” que no -bufó.

 

La morena contemplaba la cara cansada de la pelirroja. Tenía el pelo enmarañado, unas oscuras ojeras bajo los ojos y un enorme morado en el abdomen. Aún así, seguía siendo la mujer más hermosa y fascinante que hubiera conocido jamás. En su cuerpo, fuerte y esbelto, se podían advertir las finas líneas de viejas cicatrices y parecía demasiado joven para hacer gala de la seguridad y autoridad que ostentaba. Demasiado intimidante.

Aunque jamás lo admitiría, estaba profundamente agradecida de que la salvara. Jugueteó nerviosa con uno de los ondulados mechones de su cabello.

-¿Sabes? Esa silla tiene pinta de no ser demasiado cómoda, ¿le hago un huequecillo en mi cama, señorita? -dijo la capitana con su burlona sonrisa en el rostro. La mueca de estupefacción en la cara de Anna no tenía desperdicio, y la pirata rió con ganas- Oh, vamos, prometo portarme bien.

Le guiñó un ojo, socarrona, mientras daba palmaditas al sitio libre del enorme colchón. Anna la miraba con el rostro desencajado. Pensar en compartir cama con ella le resultaba demasiado perturbador.

-No gracias, así estoy bien -rechazó más roja que un tomate, pero mirándola fijamente a los ojos.

-Usted se lo pierde -aceptó Cassandra, encogiéndose resueltamente de hombros.

 

Las horas transcurrieron y la noche lluviosa dio paso a un deslumbrante amanecer. Las gotas del rocío relucían ante los tímidos rayos de un sol que apenas había despertado. Anna estiró su agarrotado cuerpo frente a la ventada. No había logrado conciliar el sueño en la dura silla de madera, por lo que había pasado la noche observando a Cassandra, sumida en sus pensamientos. Por su parte, la pelirroja había dividido las horas entre el sueño y la vigilia. Dormía a ratos, y despertaba sudorosa y agitada por las pesadillas, la fiebre y el dolor de su costado. Cada vez que abría los ojos, buscaba con desesperación a Anna, para encontrarla mirándola con una mezcla de curiosidad y preocupación. Hablaban un rato de trivialidades, alguna burla, una nueva oferta para compartir colchón, hasta que Cassandra caía victima del cansancio.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, la capitana amaneció notablemente recuperada. Aún se la veía dolorida, pero tenía mucha mejor cara.

-Buenos días -sonrió.

-Buenos días -respondió Anna a su sonrisa.

-¡Buenos días! -se sobresaltaron al escuchar el jovial bostezo de Gale, que se desperezaba cual gato - ¿Qué tal habéis dormido?

A su lado, Helena se frotaba los riñones, doloridos por la mala postura.

-¿Buenos días? -gruñó malhumorada -Buenos días serán para quien los tenga. Deberían ahorcar al carpintero que se atrevió a fabricar unas sillas tan incómodas.

-Alguien se ha levantado con el pie izquierdo -canturreaba Gale. Nadie sintió ninguna lástima por él cuando la rubia le propinó una buena patada.

-Cállate, idiota.

 

Bajamos a desayunar y el resto se unió a nosotros. Me removí incómoda en mi asiento. Sentía el lacerante dolor en mi abdomen, que me impedía disfrutar relajadamente del copioso desayuno. Con el ceño fruncido, hinqué mi tenedor en un gran trozo de béicon y me lo llevé a la boca. Sabía delicioso. Anna me observaba, perdida en sus pensamientos. Parecía notar mi molestia.

Como siempre, las risas y las bromas eran las protagonistas de nuestra mesa. Helena y Gale, como siempre, peleándose entre ellos. A mi izquierda, el inmenso Krot, que charlaba animadamente con Roderic, Välor y Jako. Anna estaba sentada enfrente de mí, sin apenas probar bocado y, de vez en cuando, cazaba sus miradas de reojo. Entre tocino, huevos y cerveza, terminamos el desayuno y cada uno se encaminó a sus quehaceres.

-Señorita Vratov -la llamé suavemente. Ella se giró con una pregunta muda en los ojos -, la acompaño a casa.

-Oh, no es necesario, Cassandra -mi nombre sonaba dulce en sus labios.

-Insisto -negué con la mirada fija en sus profundos ojos aguamarina-, espero que no haga falta que le recuerde lo que sucedió la última vez que la perdí de vista.

Suspiró, resignada y una expresión de triunfo se adueñó de mi cara. Hablé con el posadero para que mandara llamar un carro. No tenía intención alguna de desplazarme hasta la mansión Vratov a pie y en mi estado.

Con mi sonrisa de medio lado, contemplé a la heredera, vestida con mis ropas y mi capa. No le sentaban nada mal. Abrí elegantemente la puerta del carruaje y la invité a pasar.

-Gracias -musitó al subir, con gesto altanero. La imité y me acomodé frente a ella, mientras daba las órdenes pertinentes al cochero.

 

Sentía una extraña opresión en el pecho. Contrariamente a lo que pensó, ya no tenía ganas de llegar a casa, y tan sólo le apetecía alargar un poco más el trayecto. Sin embargo, el carro avanzaba, ajeno a sus sentimientos, en su inexorable camino a la mansión familiar. Cuando llegara a casa, iba a ser cansado y complicado de explicar su ausencia sin siquiera haber avisado, dónde había pasado la noche, y todo el tema de Zala. No se lo quería ni imaginar. Encima y, para su sorpresa, estaba disfrutando de la compañía de la exótica e intimidante pelirroja. Todo era demasiado extraño.

Antes si quiera de que se diera cuenta, se hallaban ante las puertas de la elegante mansión, y Cassandra la estaba ayudando a bajar del coche.

-Nuestros caminos se separan aquí, señorita Vratov -susurró en su oído. Anna sintió el cálido aliento de la joven en su cuello.

-G-Gracias... Por... Por todo -suspiró sonrojándose.

-Un placer. Nos vemos, Anna.

Antes de que la asombrada morena pudiera decir una sola palabra, Cassandra había subido al carro, donde tras guiñarle un ojo descaradamente, cerró la portezuela.

¿Quién era esa joven? ¿De qué conocía su nombre? Y, ¿volvería a verla?

Notas finales:

Espero que os haya gustado el capítulo. Muchísimas gracias a los que me habéis escrito, me hace mucha ilusión:)

Como siempre, ya sabéis que vuestras dudas y comentarios serán más que bien recibidos.

Con esto, sólo me queda despedirme hasta el próximo capítulo,

See you later, bitches;)


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