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Afortunado por Euridice

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Notas del fanfic:

Este fic es un one shot, muy cortito, que se me ocurrió mientras pienso la continuación de "Juegos perversos"

 

¡Especialmente escrito para el acuariano más lindo en su cumpleaños!

 

Espero que lo disfruten =)

Era un joven con un futuro prometedor, que dedicó noches sin dormir a libros y ensayos para graduarse en la universidad; todo lo que tenía, su título, su trabajo y su pequeño apartamento era fruto de arduo trabajo, de sacrificio. Siendo un adolescente perdió a sus padres, quienes eran su apoyo y no contar con ellos fue un golpe duro, pues si bien tenía familiares cercanos que ofrecían ayuda, el dinero escaseaba y a muy temprana edad debió trabajar para mantenerse. Su vida siempre había sido así, pero a él no parecía molestarle, por el contrario, se sentía digno y sabio en comparación con otros de su edad; la vida pone obstáculos, él lo tenía muy claro, pero cuando creyó tener estabilidad en su universo, una ardua prueba aparecería en su destino. Hacía ya dos años que trabajaba como programador web en una pequeña empresa de París, pero lamentablemente los números no daban, y su dueño no tuvo otra alternativa que cerrarla, dejando a todos sus empleados sin trabajo.

 

 

Camus se sintió muy apenado, pues había formado buenos vínculos en el establecimiento, y le permitía trabajar de lo que le gustaba por una suma justa; no se rendiría fácilmente dado que no era la primera vez que estaba desempleado, y él era un muchacho tenaz. Fue entonces que emprendió su búsqueda y dedicó semanas a enviar su currículo a todos los anuncios que encontraba en su rubro; el seguro de paro lo usaba para pagar sus cuentas y mantenerse, lo cual no era fácil, pero sacrificando sus gustos personales se las arreglaba. Empero, su teléfono nunca sonaba; no recibía llamadas de los lugares a los cuales había golpeado sus puertas solicitando empleo. Pasaron casi dos meses y la situación parecía ser la misma que al comienzo, con la diferencia de que había asistido a un par de entrevistas, de las cuales jamás tuvo respuesta; viendo que no encontraba empleo en el oficio al que se dedicaba, intentó postulándose a otros empleos: mozo, vendedor, hasta en una empresa de limpieza se había presentado y la respuesta que le daban era siempre la misma: demasiado calificado para el empleo ofrecido; ofrecerse a tareas hogareñas tampoco era una opción redituable, pues los inmigrantes ilegales lo hacían por unos pocos euros y era imposible competir con ellos.

 

 

La situación en la que se encontraba comenzó a angustiarlo profundamente, dado que el dinero de su seguro se agotaba y las cuentas por pagar seguían llegando como visitas inesperadas, acumulándose en su escritorio como la deuda de su renta. Sintió por primera vez que todos sus esfuerzos eran en vano, que lo había intentado todo y aún así su suerte no cambiaba para bien; todas sus ideas se habían agotado. Como si fuera poco, no sabía siquiera tocar una guitarra, porque hubiera tocado en el metro una melodía con tal de obtener algo de dinero que le permitiera solventar sus gastos, aunque fuera una mínima suma. Fue entonces que una tarde se plantearía una posible solución provisoria; era una medida tan riesgosa como desesperada, que estremecería a cualquier padre: quizás debía intentar ejercer el trabajo más antiguo del mundo. La idea le inundaba el alma de dolor, porque jamás pensó que las adversidades le harían llegar a tales extremos, pero ¿qué otra solución había?; también temía a lo que se exponía, a ser mancillado tanto física como psicológicamente en una tarea de tales características, e incluso a lo peor.

 

 

Lo meditó numerosas veces, en cada ducha que tomaba, en cada frugal cena y en cada noche de insomnio, hasta que un viernes a la noche se armó de valentía y con sus piernas temblorosas y el llanto aprisionado en su pecho vistió su ropa más cuidada y sensual, aquella que solía usar cuando salía a algún club nocturno con amigos para dirigirse a las calles y buscar algún interesado en comprar su cuerpo por un rato. Algo cabizbajo y temeroso recorrió la avenida de los Campos Elíseos, la Place de la Concorde, la Rúe Royale y la Rúe du Faubourg Saint- Honoré, por donde atrajo la atención de varios automóviles que por allí circulaban, en los cuales mayormente había veteranos con todo el aspecto de pedófilos o abusadores sexuales, por lo cual hizo caso omiso, ignorando los insistentes chistidos y bocinazos que recibía.

 

 

Hastiado de recibir atenciones solamente de viejos verdes, recordó un club nocturno gay que tenía fama de ser sitio de prostitutos de alta categoría; nunca había entrado y ni siquiera sabía si tendría suficiente dinero para pagar la entrada, pero aún así, era preferible intentarlo allí, y quizás conseguir ir a la cama con alguien unos años mayor que él nada más, pues sería mejor que hacerlo con una ciruela pasa que seguramente necesitaría unas cuantas pastillas de Viagra para funcionar. Una vez que llegó al lugar leyó entusiasmado lo que un cartel luminoso decía: “entrada libre hasta las 23 horas”; su reloj marcaba las 22:30, por lo cual se adentró en el lugar y una vez allí se sentó en una banqueta de la barra, esperando alguien que quisiera su fugaz compañía. Todos allí parecían haber encontrado algún joven para satisfacer sus básicos deseos, así que con decepción el chico de cabello rojo apoyó su cabeza sobre su mano en claro gesto de decepción y resignación. No obstante, no se percató de que un par de ojos verdes lo miraban fijamente desde el otro extremo de la barra, con deseo y curiosidad; el sujeto se acercó con tal sigilo que el joven, tan inmerso en sus preocupaciones, no lo notó siquiera.

  

- Hola, ¿esperas a alguien?- preguntó ese joven de cabello azul, rasgos griegos e imponente estatura.

 

- No exactamente…- contestó Camus con vergüenza.

 

- ¿Qué hace un joven tan atractivo y refinado como tú aquí solo entonces?

 

- No…no lo sé…realmente no sé si quiero estar aquí…

 

- Pues yo quiero irme, ¿tienes hambre?- preguntó el peli azul amablemente- No he cenado y realmente no quisiera comer solo, ¿me acompañarías?

 

- Está bien.- contestó Camus escuetamente.

 

 

Salió del club nocturno junto a ese atractivo hombre y este lo escoltó a su lujoso coche; le abrió la puerta invitándolo a subir y el pelirrojo así lo hizo. En cuestión de diez minutos el joven de cabello azul lo llevó a un lujoso restaurante parisino y se ubicaron en una mesa muy bien arreglada, pequeña, para dos, pero muy acogedora, con una hermosa vista al arco del triunfo. El de mirada esmeralda pidió la carta y luego de unos minutos ambos pidieron su orden; el mozo les advirtió que debido a lo concurrido que el restaurante se encontraba esa noche el pedido se demoraría un poco, pero al peli azul no pareció importarle mucho, pues quería tomarse un tiempo para conversar con el francés.

 

- ¿Cómo te llamas?

 

- Camus.

 

- Mi nombre es Saga, es un placer conocerte.

 

- Gracias, lo mismo digo.- contestó el pelirrojo sin saber qué esperar de ese encuentro.- No eres francés, ¿verdad?

 

- Así es, soy griego; estoy aquí porque mi empresa naviera se establecerá en Saint Tropez.

 

- ¿Tienes una empresa naviera?

 

- Sí, de cruceros. Y tú, ¿a qué te dedicas?- preguntó Saga y Camus no sabía cómo responder a esa interrogante; ¿debía decir que era desempleado?

 

- Soy programador web.

 

- ¡Vaya! ¡Suena bien!- exclamó el griego; por unos segundos se permitió contemplar a ese joven tan bello, con ese cabello tan brillante de color rojo intenso, su piel blanca y ojos azules como zafiros.

 

La conversación prosiguió, aunque era Saga quien más hablaba, contándole de cómo había llegado a Francia y del gran negocio que había iniciado con una empresa turística de Saint Tropez, mientras que el francés se limitaba a escucharlo al tiempo que observaba a mejor luz los detalles del rostro de su acompañante. El griego era hermoso; su piel parecía mármol y sus rasgos eran fuertes y masculinos, el cabello azul caía como cascada por su ancha espalda y sus ojos verdes brillaban como piedras preciosas. Aún así, Camus no podía dejar de pensar en lo que iba a ocurrir tarde o temprano; que Saga lo llevaría a una habitación de hotel y le pagaría algunos euros a cambio de sexo oral, o de una penetración, y jamás lo volvería a ver, lo cual sería una pena. El mozo llegó con los suculentos platos, los cuales ambos jóvenes acabaron en un santiamén; conversaron un poco más sobre sus vidas hasta que el griego pagó y se levantaron de la mesa para irse. El momento de la verdad llegaría: Camus subió al auto de Saga y este condujo hasta un hotel de aspecto acogedor.

 

 

El griego solicitó al conserje una habitación para dos y una vez que este le dio las llaves, llevó a Camus hasta la misma; el pelirrojo no decía una palabra y no hacía más que mirar al piso, algo que llamó la atención de Saga, pues su actitud no era para nada similar a la de otros chicos que le ofrecieron servicios sexuales anteriormente. Cuando llegaron a la habitación que les fue asignada, Saga observó cómo Camus se sentaba en la cama sin hacer nada; pudo darse cuenta de que el joven era novicio en el negocio y no quiso presionarlo, así que solo se sentó a su lado y trató de relajarlo.

 

- Mira, no haremos nada que no quieras. Tú pondrás las reglas, ¿de acuerdo?- dijo el griego y Camus solo asintió, sin embargo Saga observó cómo los zafiros de su acompañante se volvían vidriosos, dejando correr una cascada de lágrimas.

 

- Lo siento mucho…yo…nunca hice esto…lo siento…- dijo el pelirrojo, cubriéndose el rostro con las manos.

 

- Me lo imaginaba…no tienes el aspecto de un chico que se dedica a la prostitución.

 

- No tengo otra opción…perdí mi trabajo, y no logro conseguir otro…no sé qué hacer…- comentó con desesperación; no le veía el sentido en contarle a un perfecto extraño sus desventuras laborales, pero prefirió ser honesto.

 

- No llores, cálmate…no tienes por qué hacer esto- dijo Saga y lo abrazó cálidamente.

 

- Pero ya estoy aquí, ¿qué otra cosa puedo hacer?

 

- Puedo ofrecerte trabajo…

 

- ¿Qué?- preguntó el francés sin entender.

 

- Me dijiste que eres programador web, y mi empresa necesita uno.

 

- ¿Es en serio?

 

- Claro, hablaré con mi hermano Kanon, él es mi socio. Quiero que empieces el lunes.- agregó el peli azul y el rostro de Camus se iluminó de esperanzas.

 

- No sé cómo agradecerte…

 

- No tienes que hacerlo; un joven como tú no debería desperdiciar su vida teniendo sexo por dinero. Esta es mi empresa- dijo Saga, ofreciéndole una tarjeta- preséntate el lunes a las nueve con tu currículo.

 

- Así lo haré. ¡Muchas gracias!- dijo Camus y el griego lo llevó a su casa; no había tenido sexo esa noche, pero se sintió feliz de poder ayudar a ese joven. Además, tenerlo en su empresa le permitiría conocerlo mejor; no era alguien para pasar una noche.

 

 

El lunes a la hora acordada Camus se presentó en la empresa griega y firmó un contrato laboral; se sentía lleno de júbilo y muy tranquilo de tener trabajo nuevamente. La empresa era grande pero la sección de logística e informática, en la cual Camus trabajaba, estaba integrada por un cálido equipo de trabajo, y sus compañeros lo hicieron sentir muy bien desde el comienzo. Debido a que era un empleado nuevo en la empresa, el salario no era tan alto como en su antiguo trabajo, pero era suficiente para poder saldar sus deudas y mantenerse; los problemas que lo aquejaban poco a poco fueron solucionándose, pero no era solo su vida laboral lo que parecía florecer, sino también su vida amorosa. Aunque no compartían la oficina, Saga y Camus almorzaban juntos siempre que podían, y una agradable relación empezó a gestarse; los almuerzos en el trabajo pasaron a ser caminatas por el parque, y las caminatas por el parque se convirtieron en cenas que nada tenían que ver con lo laboral.

 

 

Los meses pasaban y los dos sentían que entre ellos había algo más que una relación de trabajo, incluso algo más intenso que una simple amistad; se encontraron a sí mismos intercambiándose tímidas miradas y pensando en el otro por las noches. Fue Saga quien tomó la iniciativa e invitó a Camus a cenar al mismo restaurante donde habían ido la noche en que se conocieron, y luego de una romántica cena y muchos sonrojos del francés ante los halagos de Saga, el griego besó con entusiasmo los labios galos que sabían mejor que el vino más refinado. No pasó mucho tiempo desde esa noche para que la empresa se enterara de la relación que tenían, la cual parecía tener un medido equilibrio en el cual se separaba perfectamente lo referido a lo laboral de sus sentimientos.

 

Era una loca obra del destino; lo que había nacido entre Saga y Camus era amor, el cual se manifestaba en cada intenso latido de sus corazones y en la cálida sensación que se alojaba en sus pechos cuando pasaban una tarde juntos, cuando escuchaban sus voces al teléfono. Una noche nevada Camus se encontraba con su amado griego viendo una película en el sofá, como si fueran dos adolescentes, y las caricias curiosas no tardaron en aparecer para explorar cada poro de la piel que deseaban sentir. En la habitación demostraron en carne y hueso cuánto se amaban, tocando cada parte de sus cálidos cuerpos, gimiendo al unísono como en una orquesta de placer, deleitándose con sus agitadas respiraciones que entre susurros resonaban en sus oídos. Era la consumación de sus más genuinos y profundos sentimientos; no era solo placer sino cariño y pasión, era todo lo que desearon desde un principio, pero en condiciones más afables que aquellas que los llevaron a encontrarse. Sellaron su amor esa noche, entre jadeos y sudor, uniendo sus cuerpos en uno, como si estuvieran hechos a medida, como si fueran dos piezas que estaban construidas para encajarse.

 

 

Nadie lo creería, si ambos contaran cómo se conocieron, pues parecía tan perfecto que sus amigos pensarían que era un delirio, o una extraña broma. Prefirieron por eso guardar para sí aquel primer encuentro, ese que cambiaría sus vidas para siempre, ese extraño giro del destino que los hizo conocerse. Camus siempre fue un joven que debió hacer su máximo esfuerzo para conseguir lo que quería, debió sacrificarse y sufrir por momentos, pero fue justamente ese sacrificio que se atrevió a hacer una noche lo que le dio esperanzas; por primera vez en su vida, Camus se sentía afortunado.

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. ¡Muchas gracias por leer!


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