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En nombre de ese amor por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola Lady Trifecta y yo volvimos despues de meses ufffff si se que nos tardamos. No tenemos perdon, pero mil cosas pasaron al final estamos aqui y esperamos disfruten de este final. Besitos y gracias por leer.

r13;¿Alguien murió o es ésta tu cara habitual de homicida espanta personas sociales? r13;preguntó nada más al sentarse en frente de Takafumi, en su lugar de siempre, en el patio del campus de la universidad de medicina.

 


r13;Ja, ja. Mira qué simpático estás hoy, ¿ya estudiaste para el examen de mañana?

 


r13;No me hace falta. Soy listo por naturaleza. r13;Le lanzó una de sus sonrisas autosuficientes. Casi no lo soportaba.

 


r13;¿Y no tienes nada mejor que hacer?

 


r13;Hmmm, a ver, déjame pensar. No.

 

 

Decidió no prestarle la atención debida a su petulancia durante el almuerzo. Al fin y al cabo tendría que soportarlo esa noche en la habitación que compartían desde hace un par de meses, cuando se instalaron oficialmente. 

 

 

Lo que parecía resultar casi impresionante era lo rápido que se había adaptado al nuevo ambiente en Londres. El Imperial College London es una prestigiosa universidad británica, ubicada entre las tres mejores universidades británicas junto con Cambridge y Oxford. Su campus central se encuentra entre Kensington & Chelsea y la ciudad de Westminster, dos barrios de Londres.

 

 

Masamune y Takafumi se hospedaban en uno de los edificios de la universidad. Takano Masamune era un muchacho liberal, de la socialité, que vivía independientemente de sus padres desde la edad de los dieciséis años. Se podría escribir varios tomos de libros dedicados a relatar la historia de su vida, pero sería una gran pérdida. Él no estaba en ese tipo de negocios. Si tuviera que resumirse su personalidad en dos palabras serían éstas: Gay liberal.

 

 

Aquello casi hizo explotar a Yokozawa, pero cabe decir que eso es historia aparte. Masamune fue el único que no lo juzgó por su clase social, teniendo en cuenta que su padre era un eminente empresario japonés. Además de que desde el principio supo de su identidad sexual y, bueno, no hacía falta sumar dos más dos para hacer ver cómo encajaron esos dos, más aún cuando Takano hacía todo lo que estaba a su alcance para que Takafumi pudiera hallarse cómodo con quién era en realidad. La parte del plan que incluía bares gays iba muy lejos para su amigo pero vaya que encontraría la manera para hacer que la cantidad de veces que fruncía el ceño en un día disminuyeran.

 

 

Ya casi al término de su almuerzo fue imposible no fijarse en el grupo que pasó por el costado de ambos muchachos. Un par de chicas descaradamente coquetas y lo suficientemente atrevidas para devorar a Masamune con la mirada, caminaron junto a un chico de lo más descolorido en el grupo: Tímido, con el semblante bajo, ropa holgada y descuidada. 

 

 

Masamune mantuvo la vista fija en él, lanzándole un guiño que hizo al pobre estudiante de primer año tropezar estrepitosamente contra el bote de basura. Las brujas egoístas no lo ayudaron e incluso se rieron sin reparos.
Su amigo suspiró y hastiado por la situación se levantó de la mesa.

 

 

r13;¿No te cansas Masamune? r13;Lo regañó y él solo le dirigió una mirada aburrida. Ni siquiera hacía el mínimo esfuerzo por ocultar su arrogancia. Tomó un sorbo de su refresco con la pajilla, y el otro continuór13;. Te lo prometo, a veces eres insoportable. —Se dirigió al muchacho, y lo ayudó a levantarse. A duras penas se levantó. Los movimientos temblorosos de su cuerpo le indicaron que estaba cargado de vergüenza y que solo aceptaba su ayuda porque al parecer no le quedaba de otra. 

 

 

r13;¿Estás bien? r13;De inmediato, se pasó las manos por sus jeans gastados y rotos. Y como no respondió, con una mano Yokozawa levantó su barbilla para poder observarlo mejorr13;. ¿Lo estás? 

 

 

r13;S-sí...pe-perdone... ¡Muchas gracias! r13;Hizo una reverencia exagerada pero no lo engañaba. Sus ojos inundados en lágrimas le indicaban todo lo contrario. Repentinamente, le había nacido un sentimiento muy extraño. Deseaba poder entregarle algo. Unas simples palabras hubieran bastado. Pero el muchacho se dio media vuelta y comenzó a andar, antes de permitirle concatenar dos ideas juntas.

 

 

Esa noche a Yokozawa le fue bastante difícil conciliar el sueño, ni siquiera logró concentrarse en los libros que estaba leyendo para avanzar las clases de las semanas posteriores. Los orbes esmeraldas del muchacho tímido lo perseguían en su cabeza. Tal vez el sentimiento de culpa y deseo entrañable provenían de la nostalgia que le producía su propio reflejo en el muchacho. Aquella inocencia pura intacta, miles de deseos y sentimientos que no habían sido mancillados aún, con un futuro por delante... en el que no estuviera solo o al menos la esperanza de poder imaginarlo. Pero no, ahora ya no tenía nada de todo eso.

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

Los años no pasan en vano, no sin antes dejarte un par de lecciones aprendidas y unas cuantas experiencias, de las cuales, la gran parte suelen ser amargas con sabor a triunfo. Quizás era la manera bizarra de la vida de enseñarte que no puedes cumplir ningún deseo en esta vida sin hacer sacrificios primero.

 

 

Takafumi se sentó en el banco del vestuario, restregándose los párpados cansados tras las extenuantes setenta y dos horas seguidas de trabajo en el hospital donde actualmente estaba terminando su residencia. No veía la hora de regresar a su pequeño pero confortable departamento.

 

 

r13;¿Estás listo? La cena comienza en una hora. Será en el Ritz.

 

 

Un hombre podía soñar, ¿no? Bueno, tal parece que eso no se aplicaba a médicos residentes, quienes apenas si tenían el derecho de dormir y comer, a ratos.

 

Masamune lo obligó prácticamente a bañarse y cambiarse en el hospital.

 

 

r13;No tenemos tiempo. Anda, vamos, déjate de comportar como niño chiquito y malcriado.

 

 

r13;Ya, ¿en serio? Dime ahora mismo, ¿qué has hecho con mi amigo Takano Masamune, y quién eres? Puedes quedártelo, si me pagas lo que he gastado en él por bebidas alcohólicas y multas de tránsito en estos diez años... y las fianzas. Ah, con intereses por favor.

 

 

r13;Ésta es una excelente oportunidad, Yokozawa, no la arruines.

 

 

r13;¿Desde cuándo eres tan serio? Vaya, creo que casarte te ha distorsionado la personalidad y extinguido tu sentido del humor. Tendré que preguntarle a Onodera cuál es la receta para distorsionar personalidades y extinguir humores de los payasos como tú.

 

r13;Por lo menos no intento ser gracioso sin éxito. Yokozawa.

 

r13;¿Qué?

 

r13;No te van los chistes. Espero sinceramente que siempre sigas siendo el mismo gruñón de siempre.

 

r13;Gracias.

 

 

La cena era en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Se sirvieron en el buffet todo tipo de comidas típicas japonesas, lo que le trajo un poco de añoranza con agridulce sabor a recuerdos.

 

El director del hospital y otros miembros del Consejo Directivo estaban presentes en esa exacerbada reunión de trabajo. Unas pocas charlas de política por acá, algunos rumores que no podían pasar de largo (como si de un crimen se tratase no tratar los asuntos personales de los internos como postre) y las transferencias, así como algunos despidos necesarios por recorte de presupuesto, se plantearon en la cena. Y por supuesto, no podía faltar que lo acribillaran a él.

 

 

r13;¿No piensas sentar cabeza aún, Yokozawa? Creo que se va haciendo hora de que te preocupes en formar una familia. Quizás... ¿no haya algún buen muchacho por allí con el que quieras casarte? r13;No era secreto para nadie, que Yokozawa era gay. En una ciudad como Londres y tras una década de innumerables experiencias llevadas de la mano, la gran mayoría, por Masamune, había comprendido que no podía escapar de sí mismo... y que algunas sociedades eran más tolerantes que otras. Aunque claro, los imbéciles había en todas partes. Para su suerte, su identidad sexual nunca fue un tropiezo para su carrera. Y hasta el momento, si bien no habría podido zafarse de algunos comentarios homofóbicos, le había estado yendo sorprendente e inesperadamente genial.

 

 

Él sólo se dedicó a tomar unos tragos de su copa de vino tinto, a sonreír cortésmente y a responder.

 

 

r13;¿Cree usted que se puede tener todo en esta vida?

 

 

r13;Eh n-no, desde luego que no.

 

 

r13;Verá. Con el trabajo que tengo ya es bastante difícil conseguir tiempo libre para uno mismo, probablemente imposible para otorgarle tiempo de calidad a una pareja estable. Y respondiendo a su pregunta, no, no estoy en búsqueda. Y sí, estoy bastante satisfecho con mi situación actual.

 

 

El director sonrió tontamente, disimulando sin mucho éxito sus pequeñas risas nerviosas, burlonas y discriminativas. De todas maneras, no era trabajo de Yokozawa encargarse de su estupidez.

 

 

r13;Vale. Al cabo que la vida amorosa es propia de cada uno, ¿no? r13;Terminó cuchicheando sobre la vida de los demás, pese a su falso intento de salir de ello sin ser señalado y juzgado. Pero al cabo de unos minutos ni siquiera Yokozawa hubiera podido adivinar ni si le hubieran pagado por ello que la noche traería cambios profundos en su vida aparte de unos chismes baratos.

 

 

r13;Bueno, pues... Yokozawa r13;preparó aquello calculadoramente, como la guinda al pastel que había esperado hasta el final de la velada para colocarlar13;. La gran noticia es que has sido transferido al hospital central en Tokio.

 

 

La copa se resbaló de sus manos, como queriendo traducir lo que ni su alma ni su boca estaban capacitadas para expresar.

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

Oh no, eso sí que no. Este día no le iban a retener por más tiempo en el trabajo. Hoy no iba a ser. No se quejaba de su trabajo, pero por eso mismo había adelantado todas las citas para la mañana. ¡Diablos, ni siquiera contaba con las vacaciones regulares, como cualquier otro humano normal!

 

Pero hoy no sería de esa manera. No le absorberían el preciado tiempo con su familia. Se los debía a ellas.

 

 

r13;Espero que sea una maldita buena razón por la que me retengas cinco minutos después de mi hora de salida, ¡¡Ryuchirou...!! r13;No hizo falta entrar todo para darse cuenta de que aquella era una reunión más formal de la que se imaginaba. El solo hecho de producirle escalofríos se lo revelaba.

 

r13;¿Qué sucede? r13;El prepotente del queridísimo director (y lamentablemente amigo suyo, no influenciable) le lanzó una de sus miradas mordaces, obligándole a sentarse para formar parte de la reunión-no-amistosa.

 

 

r13;Hemos tenido que hacer muchos cambios en el personal, Kirishima

 

 

r13;Puaaj, ¿quién se lo iba a creer? Tratándole así todo normal y formal como quien disimula perfectamente no ser un jugador de apuestas profesional y empedernido juerguista los fines de semana. Claro que sus noches con él se habían reducido drásticamente desde que deseara pasar un poco más de tiempo con su familia.

 

 

r13;Bueno. Captado. Nuevos médicos arrogantes con quienes lidiar, ¿ya me puedo ir?

 

 

r13;¡Kirishima! ¡Tómalo seriamente!

 

 

Colocó sus manos unidas y apoyó los codos sobre la mesa, adoptando una postura taciturna y un semblante de quien le interesa lo que le están diciendo. Carraspeó la garganta como quien está a punto de decir una de las cosas más absurdamente importantes de su vida.

 

 

r13;De acuerdo. ¿Ya me puedo ir? r13;Su jefe-no-tan-amigo-ahora, lo miró exasperado.

 

 

r13;No puedes, hasta conocer al nuevo jefe de cirugías. r13;“¡Oh, Dios!”, todo lo que alcanzó a pensar fue en otro viejo petulante que quisiera dar órdenes a diestra y siniestra, todo arrugado, con canas y un carácter podrido de mierda, haciendo creer que es el más-genial-médico-fantabuloso-de-todo-el-mundo. Miró su reloj, desesperado.

 

 

r13;Ryu, de verdad, me tengo que ir, hoy es el cumpleaños de Hiyo y... r13;“Con permiso” fueron las palabras no arrugadas que provinieron del otro lado de la puerta de la oficina, seguido de dos toques y momentos después todos estaban dándole la bienvenida al nuevo médico. Decidió dejar los protocolos y el momento de suspenso para recibir al nuevo viejo cascarrabias con voz conocida y no tan vieja...

 

 

r13;Bienvenido...

 

 

¿Conocen esa sensación de deja vû, mezclada de karma, castigo y tortura con los que la vida decide golpearte de un sola vez? ¿No? Pues así fue la sensación.

 

 

Sereno, impasible... tan frío, él alzó su mano y la estrechó con la mano tonta que se quedó varada en el medio del aire, estupefacta, sin saber exactamente a dónde ir.

 

 

r13;Mucho gusto, Yokozawa Takafumi. Será un placer trabajar juntos. r13;Se presentó, maniáticamente imperturbable.

 

 

Luego de eso todo pasó increíblemente rápido, vano y lento al mismo tiempo. Al terminar la reunión él salió apresurado como si tuviera su casa incendiándose y debiera recuperar una foto familiar. Zen se disculpó con los demás, que apenas habían dado señales de apresurarse en salir. Observó a su jefe/amigo, quien le dio una mirada comprensiva y asintió hacia su dirección como un mudo permiso.

 

 

Sin tener tiempo que perder, salió como si tuviera un gatito en casa a punto de dar a luz a sus gatitos y para su suerte, ni tenía uno y Takafumi se hallaba en el ascensor que aún no se cerraba, el cual se encontraba al final del pasillo.

 

 

Zen llegó justo a tiempo para detenerlo y halarlo del brazo para sacarle de allí pese a sus leves protestas que no se hicieron eco debido al temor irreverente de Yokozawa de llamar la atención de nadie. De por sí el hospital era un nido de cuchicheos y chismes que se cultivaban sin semillas. Esta era la situación perfecta para ser la comidilla de las enfermeras. 

 

 

Extraordinariamente, sin mayores inconvenientes, lo arrastró por el resto de un pasillo vacío que llevaba a un depósito donde guardaban las medicinas deterioradas. Una vez dentro, Kirishima cerró con llave para asegurarse de que nadie los molestara, pese a saber que era un lugar casi abandonado. Takafumi ni siquiera se vio sorprendido cuando Zen lo acorraló contra la pared y sujetó sus muñecas por encima de su cabeza, hasta que emitió una risa sarcástica.

 

 

 

r13;¿Qué crees que haces? r13;Su mirada altiva, parecía casi ajena. Como si se tratara de un extraño.

 

r13;¿Por qué has regresado?

 

r13;¿No oíste a Isaka? Para trabajar.

 

 

r13;¿Qué te ha pasado? r13;Sus ojos acusadores, insistentes, tomaron un viaje rápido al pasado, donde habían dejado su historia desvanecida. 

 


El silencio rebelde, inquieto, filoso y berrinchudo se hizo presente entre ambos.

 

 

Takafumi no tenía intención de retirar su mirada. Zen no tenía ganas de mostrarse acobardado aunque estaba temblando hasta los huesos y las articulaciones. Su Takafumi... era esta persona. Frívola, ausente, con una mirada filosa, casi ausente, oscura, carente de todo brillo. Ausente de todo sentimiento cálido del pasado.

 

r13;¿A mí? Ja, nada. r13;Ni siquiera una pizca de connotación de gracia, irónica o no en aquella expresiónr13;. Las personas cambian, Kirishima-san. Y de todas maneras, no es asunto suyo r13;Un ruido insolente y bruto se hizo escuchar, cayendo contra la pared en forma de puño, a un costado de su mejilla y una mirada tan imperturbable, altanera, y tan... solitaria.

 

 

r13;¡¿Por qué?! r13;De todas las respuestas posibles, aquella no era una que se imaginaba.

 

 

r13;Tiene una familia que respetar y cuidar. Ahora, déjeme ir.

 

 

Unos labios renegados y enfurecidos se asomaron para tomar posesión de esos rebeldes labios. Takafumi forcejeó, golpeó e intentó escapar pero sin embargo su boca remilgada se abrió para dejar paso a la lengua ansiosa de quien demandaba su intrusión sin tregua alguna.

 

 

Zen frotó deliberadamente su ingle sobre la del hombre acorralado haciéndole tomar nota de su palpitante excitación entre sus pantalones, pidiendo su erección, no, exigiendo ser liberada y aliviada. Takafumi se dejó llevar por el arrasador, asaltante y cruel beso.

 

 

Zen devoró en la boca de él, todas sus ganas y todos los deseos reprimidos durante todos esos años.

 

 

Quizás sí... solo si le quedara algo para ser roto, a Takafumi le hubiera importado lo suficiente. Sin embargo, mordió con fiereza el labio de su atacante, saboreando la sangre en su lengua.

 

 

r13;¡DEMONIOS! ¡TÚ...!

 

 

Mal momento para que el timbre de su móvil insistiera en sonar, persistente. No pudo ignorar, sabiendo que ese tono de timbre correspondía a esa persona.

 

 

r13;Hola, pequeño grillito. r13;El número era de Sakura pero de ante mano sabía que Hiyo tenía siempre la última palabra.

 

 

r13;Papá, ¿dónde estás? Te estamos esperando en Kuma Park con mamá. ¿No lo olvidaste, no? r13;Zen suspiró, llevando una mano a su cabello para alborotarlo, sin intención de soltar a su salvaje presa.

 

 

r13;Claro que no, grillito. Mira, tu tío Ryu me retrasó debido a una boba reunión pero ya voy en camino. r13;Se atrevió a echarle la culpa a su jefe, sin atisbo de verguenza algunar13; Me crees, ¿verdad? Voy a llegar, te lo prometo.

 

 

Takafumi lo miró en ese momento con un asomo de emoción en sus ojos: asco. Zen movió las caderas, friccionando su erección contra la ingle de Takafumi, quien ciertamente no parecía tan indiferente como peleaba por demostrar.

 

 

r13;Claro. Te esperamos. Papá, te amo.

 


Zen entrecerró los ojos un momento, casi como si tuviera alguna epifanía sobre remordimiento y culpabilidad. Casi.

 


r13;También te amo grillito. r13;Una voz de fondo y las siguientes risas de Hiyori al otro lado del teléfono le indicaron que estaba siendo vilmente atacada por cosquillas. Un momento después una cantarina y dulce voz sonó.

 


r13;¿Te vas a tardar mucho en venir? Hiyo está muy entusiasmada. Zen, por favor...

 


r13;Shhh, tranquila, Sakura, voy a ir. Esta vez voy a ir. Ya le dije a Hiyo que estoy de camino. r13;Un resoplido no se hizo ocultar.

 

 

r13;Está bien. Te esperamos. Te amo.

 


r13;Ya voy llegando.

 

 

Guardó el celular en su bolsillo y, por un largo rato, no había levantado la vista hacia el objeto de su tortura y locura.

 

 

r13;Déjeme ir. Debe ir con su familia.

 

 

Zen por fin levantó la vista. Una mirada cargada de mil motivos sin pies y otros mil sentimientos sin energías. Débiles, cobardes, temerosos. Es decir, todo un conjunto de historias y sensaciones que no valían nada. 

 


Takafumi lo miró con una pesada decepción en sus ojos, nunca nadie le había mirado de esa manera. Ahora mismo se sentía el cretino más grande de la historia. Lo soltó, sabiendo que no podía retenerlo por más tiempo, cuando sabía que Takafumi hacía mucho tiempo ya se había ido de su lado y ni siquiera hoy había regresado.

 

 

Takafumi salió de la oficina, sin miramientos, sin discursos de moral, sin explicaciones y sin justificaciones para retardar su retirada.

 


Una vez que estaba de nuevo solo, Zen finalmente se derrumbó. Su espalda contra la pared, cayendo lentamente en picada hasta quedar sentado en el suelo, solo porque físicamente no podía llegar más abajo. Y desde ese lugar, durante unos minutos, se permitió sacar de su pecho todo el dolor guardado por diez años. Todas las pérdidas y todas las veces que lo extrañó lo golpearon como una avalancha furiosa, ahogándolo con todos los momentos que no tuvieron , todas esas cosas que lo separaban de él y hoy eran su realidad. Una realidad de la que no podía escapar.

 

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

Los siguientes días fueron una constante de torturas y deliciosos momentos masoquistas a su lado. Permanentes estados de intermitencia en los que Zen nunca se dió por vencido. Tan solo esperaba esos pequeños momentos robados que podía tener las pocas veces que se le permitía respirar el mismo aire del hombre... de la única persona que gobernaba las pocas horas de sueño de sus últimas noches.

 

 

Yokozawa hacía todo lo posible por no saber de él ni de descansar cuando el otro tuviera tiempo libre. Incluso tomaba todas las horas extras que se le pedía y las que no eran necesarias. Todos en el hospital se lo atribuyeron a su pasión por su profesión y debido a su reciente nombramiento como Jefe de Cirugías que ciertamente no le dejaba mucho tiempo para sí mismo y de todas maneras solo lograba enaltecer aún más su currículum.

 

 

Sobraba decir que durante los dos meses desde que había llegado al hospital, era asediado por diferentes enfermeras, enfermeros, médicos e incluso algunos pacientes, incluyendo la señora Adams. Una simpática señora de unos setenta años que padecía metástasis y de la cual, Takafumi, sin quererlo ni proponérselo se había hecho un gran amigo. Aparte de tener una excusa en donde pasar sus ratos libres y no ser asediado por cuanto conjunto de feromonas con dos patas hubiera, Takafumi pasaba las noches con ella, leyéndole novelas, o simplemente charlando. Quién iba a decir que el regio cirujano también pudiera reírse de los chistes y las ocurrencias de aquella amable, hermosa y muy jovial dama.

 

 

r13;Ay, ay, ay. Takafumi-kun, muchacho, ¿hasta cuándo te vas a hacer del rogar, y darme el sí, eh? Jovencito atrevido. Todavía que esta dulce dama millonaria y hermosa te lo pide amablemente.

 

 

r13;Jajaja, Anne, Anne, Anne, y usted, ¿cuándo va a entender que yo ya tengo un compromiso? Me he casado con mi trabajo.

 

 

r13;¡Gilipolleces!

 

 

r13;¡Esa boca, Anne! No es nada apropiado para una dama. r13;Él intentó regañarla colocando una postura y expresión serias pero su vago intento fracasó escandalosamente dejando ver una sonrisa sincera y libre de pesares.

 

 

r13;Es por ese obstetra estúpido y coqueto, ¿no? Oh, sí, lo he visto comerte con la mirada.

 

 

Sonrisa que de inmediato se evaporó de la boca de Yokozawa.

 

 

r13;No sé de qué me habla, Anne. A ver, hoy continuamos con Cumbres Borrascosas, ¿no quiere saber si Cathy se va a casar o no?

 

 

Anne tomó de las manos de Takafumi y cerró el libro. Luego levantó la barbilla de "su muchacho" como le decía ella.

 

 

r13;¿Vas a decirle lo que sientes?

 

 

r13;Ni yo siento nada y para que lo sepa, es un hombre casado con una hija. Ahora, ¿vamos a leer o ya quiere dormir? r13;En su voz había un ligero tono de advertencia.

 

 

r13;Aiish, baah, dale entonces con la novela... aunque cofcofcof yo pienso que deberías decirle... cof cof ¡Tonto! Cof cof. Ejem, el acondicionador de aire parece que está muy bajo, ¿no?

 

 

r13;Sí, creo que sí. Voy a pedir que lo bajen. r13;Él fingió que no la había escuchado y ella pretendió creérselo por lo que dieron por zanjado el tema. Si bien no era la primera vez que hablaban de ello, Takafumi nunca le había dado fundamentos, pero claro, estaban en un hospital al final de cuentas. Y en todo círculo pequeño, todo se sabe tarde o temprano y los acosos de Zen no habían parado desde que fue transferido. Había hecho cuanto podía para no quedarse a solas con él pero no podía ignorarlo en todas las ocasiones debido al maldito trabajo.

 

 

Takafumi solo presentía que pronto iba a tener que hacer algo al respecto, algo definitivo y quizás no fuera precisamente lo que estaba planeando. La vida tiene maneras curiosas de manipular un corazón enamorado y aún más, a uno herido.

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

r13;¿No has visto a Yokozawa? r13;Ni siquiera reparó en el hecho de que no estaba usando prefijos al pronunciar su nombre. 

 


         r13;¿Eh? ¿No lo sabe, aún, Kirishima-san?

 


r13;¿Saber qué? r13;Algo en su pecho trató de advertirlo a grandes voces.

 


r13;La señora Adams falleció en la madrugada. Yokozawa-san llevó a cabo su operación. Es su primera…

 


r13;¿Q-qué? r13;Ni siquiera se detuvo a pensar en seguir escuchando el cotilleo que para estas alturas de seguro había crecido a niveles inimaginables.

 

 

Lo buscó por todo el hospital, como si de encontrarlo dependiera su vida y era casi de esa manera. Todo de lo que era consciente era del dolor palpitante con el que su corazón latía y el cómo el cerebro todo lo que le dictaba en esos momentos era correr a su lado, abrazarlo, y asesinar todos sus miedos y todas sus penas.

 

 

Lo encontró en las escaleras de la salida de emergencia, entre el undécimo y el último piso. Llevaba el cabello desordenado y la cabeza escondida entre sus rodillas. Por su aspecto seguramente estaba allí desde lo ocurrido. Se acercó con cautela y se sentó un escalón más bajo que él, para buscar su rostro.

 


r13;Hey... me acabo de enterar.

 

 

Detuvo su mano a medio camino. Pero no fue capaz de llegar a él. Estaba lejos. Tan lejos. Había llegado con todas las heroicas intenciones de matar a todos sus dragones pero ahora era él quien tenía miedo porque tal vez nunca más pudiera acercarse a él.

 

 

 

El suave sollozo interrumpió su autocompasión. Yokozawa lo miraba ahora con aquellos ojos en lo que alguna vez depositó todos sus sueños. Tan destrozado, que algo también se rompió en ese instante dentro de él.

 

 

r13;Soy un monstruo. Ella puso su vida en mis manos y le fallé... la maté, a ella, quien confiaba en mí, ¿puedes entenderlo...? Yo...

 

 

Entonces, sus manos ya estaban sobre las palmas frías de su amor de juventud. Zen dibujó letras imaginarias sobre ellas y le regaló preciosos silencios en donde podía depositar todas sus angustias y reposar toda su carga. ¡Y cuánta carga la de esos años!

 

 

Sus dedos ahora sostenían el rostro descompuesto y los labios se acercaron para besar sus mejillas y tragarse sus lágrimas como si de aquella manera fuera a hacer desaparecer todas sus pérdidas y quizás así fuera, aunque fuera solo durante el contacto de sus pieles.

 

 

r13;¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Incluso cuando lloras como un tierno monstruo eres precioso. Siempre voy a estar alrededor de ti... siempre.

 

 

 

En una de las habitaciones vacías, descansaron esa noche. Takafumi dejó de ser él por unos momentos tan efímeros como la ilusión que tenía de ser correspondido en sus sentimientos, y mientras los besos y las caricias reemplazaron las furtivas palabras, se dejó penetrar por aquellos momentos que llegó a creer habían estado enterrados y muertos.

 

 

Zen se hundía en él con fervor, ternura y una destructiva lentitud, que los iría matando poco a poco, brindándoles el calor del placer momentáneo y el fantasma de la comprensión mutua. Ese amor mutuo y fugitivo que se fundía en sus carnes en cada compás, cada embestida, cada mirada compartida, cada segundo robado, cada pizca de tiempo que tomaban para ellos, sin que les perteneciera. Se susurraron más besos que palabras de amor se habían dicho en toda una vida. Reinventaron el significado de la palabra amor, olvidándose por un rato de los diez años que los había separado, diez años que habían dejado huellas que ahora ellos se encargaban de borrar de maneras tan sutiles, dolorosas y tan tiernas. 

 

 


El tiempo no pasó, las personas no pasaron y los aromas de sus cuerpos se reconocieron como gemelas que fueron predestinadas y pese a todo y nada, no podrían ser separadas. 

 

 


Así fue como una tórrida vorágine de diminutos encuentros desataron el pasado, y se construyeron sobre el presente y el futuro de un mundo en el que vivían, pero del que no eran parte. Permanecían, se pertenecían, pero no eran dueños de sus propias vidas.

 

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

— ¿Estás borracho?

 

 

Yokozawa sonrió complacido ante la pregunta insolente de su mejor amigo.

 

—Te extraño —dijo, haciendo una dolorosa pausa— A ti, a Onodera, a la vida que llevaba en Londres.

 

Takano suspiró tristemente.

 

— ¿Ésa en la que no eras ni la sombra de ti mismo? ¿Quieres decir la vida donde te ocultabas tras una máscara de aceptación, de resignación? ¿Pensabas quedarte aquí la vida entera fingiendo que vivías?

 

 

—...Por lo menos estaría vivo, por lo menos sería aunque fuera un poco feliz.

 

Las lágrimas de Yokozawa conmovieron mucho a Takano, más en aquel momento en que sus emociones estaban a flor de piel.

 

—Yo también te extraño Takafumi... Ritsu, él... Vamos a tener un bebé y a veces me siento un completo inútil con toda esta situación.

 

—Lo harás bien. —Le dijo Yokozawa emocionado y alegre por sus amigos. —Ustedes dos lo harán bien, felicitaciones, se lo merecen.

 

 

—Tú también te mereces ser feliz Takafumi, ahora que voy a ser padre me he dado cuenta que hay muchas más cosas en la vida que solo vivir en ella sin dejar huellas.

 

Yokozawa escuchó unas voces y se dio cuenta de que Onodera llamaba a su esposo.

 

—Vete, te necesitan. —Le dijo a Masamune con suavidad.

 

—Náuseas, son un asco. Estoy deseando que pase el primer trimestre, se pone muy pálido y me asusta —murmuró Takano con disculpa. —Takafumi, sé que no me has dicho que te pasa pero lo intuyo. Si algo pasa de nuevo con ese hombre arréglalo bien sea para quedarte con él o para cerrar esa historia definitivamente. Vuelve si eso es lo que necesitas, aquí te espera tu familia.

 

 

Yokozawa sonrió cuando colgó la llamada. Era cierto que Masamune y Ritsu eran ahora la única familia que tenía.

 

 

Se levantó del suelo donde había estado sentado llorando y bebiendo. La carga de la culpa ya era muy pesada para él. Todos esos días robados con tórridos momentos de sexo y pasión le estaban robando la energía. No era amor, ya no podía serlo, ¿cómo iba a ser amor? No quedaba nada de lo que ellos habían sido y ahora Zen tenía una familia. Él debía respetar eso, él debía terminar con aquella sórdida relación.

 

Se metió bajo la regadera y se dio un largo baño, procurando que el agua alejara la tensión de su cuerpo pero la rigidez de su alma no se iba. No podía decirse a sí mismo que no era amor, era imposible. Al reencontrarse con Zen lo había amado tanto como el primer día. El amor era una mezcla entre el cielo y el infierno y Takafumi se sentía entre los dos y sin posibilidad de escapar.

 

 

Trabajó al día siguiente con una asombrosa dedicación. No le dio cabida a ningún pensamiento o sentimiento. Tampoco se percató de que al llegar la tarde no lo había visto ni una sola vez. Al entrar al cuarto de descanso escuchó a unas enfermeras cuchicheando.

 

 

—Kirishima sensei estaba muy preocupado.

 

 

—Su esposa lleva así unos meses.

 

 

—Pobre y ella es tan... joven.

 

 

Las mujeres se alejaron y él no pudo escuchar más. Se preocupó por los comentarios pero una llamada de emergencia lo hizo olvidar dicha preocupación. Durmió en el hospital por ratos pues la noche de su guardia estuvo muy movida. En la mañana una vez revisados todos sus casos se disponía a marcharse cuando vio a llegar a Zen.

 

 

—Buenos días. —Le saludó con seriedad y Takafumi pudo notar que se veía ojeroso y cansado— ¿Podemos hablar un momento?

 

 

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Yokozawa pero aun así asintió solemnemente.

 

 

Lo siguió hasta su consultorio y se sentó en una silla, esperando que Zen se sentara en el sillón de su escritorio.

 

—No podemos seguir con... esto —dijo Zen muy seriamente, pero su rostro no reflejaba ninguna emoción.

 

 

A pesar de que él había planeado decir aquellas mismas palabras. Le cayó como un baño de agua helada la certeza de que todo había terminado.

 

 

—Bien —pronunció lentamente, reuniendo todo el orgullo que le quedaba. Se puso de pie y caminó hasta la puerta.

 

—Takafumi...

 

—¿Qué quieres Zen? ¿Qué te ruegue? —Le espetó impaciente al notar un dejo de reproche en la voz de Zen. —Ambos sabíamos que esto no duraría. Llevamos meses viviendo una vida prestada.

 

 

Yokozawa salió dando un portazo y Zen se quedó solo, lleno de desilusión, de impotencia, de dolor. Porque decir aquellas palabras había sido lo más difícil que había hecho en su vida, porque con Yokozawa se había ido la mayor parte de él mismo. Ahora solo quedaban despojos de un pasado que le parecía tan remoto, los restos de lo que había sido lo habían mantenido con vida por diez años. Restos con los que había construido a una persona ficticia que vivía, sí, pero sin vida.

 

Zakura y Hiyo tenían en él al amante esposo y al padre modelo, pero jamás se habían dado cuenta de que en realidad no estaba completo. No era sino una sombra que vivía con los ojos puestos en un pasado que no podía olvidar.

 

Se cubrió los ojos con la mano y suspiró cansado. No podía dejarlo ir y tampoco podía quedarse a su lado y de pronto la vida le pareció tan injusta.

 

 

Takafumi entró a su departamento y se tiró en el sofá mirando todo impávido. Después de un largo rato se puso de pie y buscó en la guía telefónica los datos de cualquier aerolínea.

 

 Marcó frenéticamente.

 

—Se... señorita... un... un vuelo a Lo... Londres.

 

 

“Estás huyendo de nuevo... ¿hasta cuándo vas a huir?”

 

 

Yokozawa escuchó los reproches de su mente y colgó la llamada.

 

 

¿Estaba huyendo?

 

Tuvo que reconocer que sí lo hacía. La primera vez había dejado todo, porque todo lo había perdido. Ahora, ¿cuál era la excusa? El hecho de que Zen hubiese terminado la relación no era una excusa, siempre supo que aquello acabaría de una forma u otra. No se sentía orgulloso de lo que había hecho. Había sido egoísta e irresponsable con aquella furtiva relación.

 

 

Un pensamiento cruzó de nuevo su mente.

 

 

“Has sido irresponsable”

 

 

Pálido y conmocionado salió corriendo del departamento.

 

 

Un rato después estaba sentado en el suelo del baño con las pruebas de su irresponsabilidad a su alrededor. Posó las manos en su vientre y sonrió a pesar de sus lágrimas.

 

 

—Un bebé —murmuró quedito y siguió sonriendo muy a su pesar, pues aquello era una hermosa noticia.

 

 

Los siguientes días los pasó sumido en una bruma. Evitó por todos los medios encontrarse con Zen y lo logró para su alivio. Aún no había decidido qué hacer, pero si tenía claro que no iba a decirle nada a Zen.

 

Masamune lo llamó una noche, se oía eufórico y le relató todo sobre la ecografía de su hijo. Yokozawa se contagió con su emoción, pero no le habló de su estado, eso era suyo, su pequeña alegría, el ancla que lo mantenía estable, sereno, feliz.

 

 

La llamada de Masamune le sirvió para tomar una decisión. Quería volver a Inglaterra, donde sus mejores amigos lo esperaban, donde no estaría solo jamás y donde el dolor de no tener a Kirishima no podría alcanzarlo.

 

 

Esa noche durmió con las manos aferradas a su vientre. Se llevaría con él algo maravilloso, conservaría aunque fuera un pequeño trozo del hombre que amaba. Sería feliz por y para su hijo.

 

 

Una semana después habló con el director del hospital. El hombre tomó la noticia con descontento. Yokozawa era un gran médico, era una gran pérdida para el hospital su partida.

 

 

La noticia no se regó sino hasta unos días después. Yokozawa estaba cumpliendo su última semana de aviso cuando alguien entró al consultorio cerrando la puerta violentamente.

 

—Te vas. —Le reprochó Kirishima sin rodeos.

 

 

Takafumi había temido aquel enfrentamiento por días, respiró profundo y miró a Zen con fingida tranquilidad.

 

 

—Recibí una propuesta del hospital donde hice mis prácticas y acepté.

 

 

Aquello significó un shock para Zen, sabía que se marchaba del hospital pero no que iba a irse del país.

 

—¿Vas a regresar a Londres? —preguntó con los puños apretados.

 

 

Takafumi miró su pose furiosa y sintió temor de no poder contenerse. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Acaso él no había terminado su relación? ¿Qué esperaba, que se quedara toda la vida mirándolo ser feliz lejos de él?

 

 

Suspiró y se enfocó en seguir recogiendo sus cosas.

 

 

—No veo por qué te sorprende. Nada me ata ya a este país en cambio... ¡Ayyy, suéltame bruto!

 

Zen lo tomó con indolente ferocidad por los brazos y lo arrinconó contra una pared.

 

— ¿Nada te ata a este país? —Le susurró al oído con una fogosa ira.

 

Takafumi sintió el tibio aliento y se estremeció. Aquello era injusto y doloroso.

 

Sus miradas se encontraron, la de él llena de miedo, confusión, dolor, amor. La de Zen, intensa, oscura, peligrosa y también dolida.

 

 

—Cuando te fuiste hace diez años, ¿ésa fue tu excusa? Nada te ataba a este país. Me dejaste ir sin luchar...

 

—Sakura...

 

—Yo te amaba —interrumpió Zen la protesta, sus labios buscaron los de Takafumi con suavidad, diciéndole entre besos— Te amaba y tú me dejaste ir, me casé con Sakura, sí. Pero maldita sea, Takafumi, yo te amaba.

 

 

Zen aflojó el agarre en sus brazos y Yokozawa suspiró con alivio, pensó que iba romper sus huesos, de pronto éste lo abrazó. Y aquello fue peor que el dolor de sus duros dedos envueltos en sus brazos. La calidez de su piel, el suave aroma de su perfume, su cercanía le causó tanto dolor. Sin poderlo evitar sus brazos también lo envolvieron.

 

 

¿Cómo podía quedarse, como podía irse?

 

—No te vayas —murmuró Kirishima.

 

 

Yokozawa negó con la cabeza y lo apartó muy a su pesar con un suave empujón.

 

 

—No puedo quedarme. No puedo.

 

 

Kirishima lo miró con impotencia. ¿Qué podía decir? Le dio la espalda y se marchó. Yokozawa respiró profundo tratando de serenarse, se sostuvo del respaldar de una silla mientras acariciaba su vientre con ternura. No podía quedarse, no podía someter a su hijo a todo aquello. Su bebé no viviría una vida a medias, tampoco podía decirle a Zen que esperaba un hijo suyo, conociéndolo mandaría todo al diablo y se quedaría con él, pero ¿y Sakura? No podía hacerle eso a su amiga, no podía.

 

 

Dejó el hospital y pasó unos días recogiendo sus cosas. Ese día hablaba animadamente con Onodera.

 

 

—Vamos a ir a comprar las cosas, juntos. Masamune se va a volver loco con nosotros dos embarazados atormentándolo con antojos.

 

Yokozawa rió ante el entusiasmo de su amigo. Se pasaría unos meses con ellos hasta que naciera el bebé y luego... luego le tocaba comenzar a vivir solo con un hijo y con una vida nueva por delante.

 

—Si no ponemos cuidado nos echa de la casa. Sabes cómo es de malhumorado.

 

 

Ritsu rió a carcajadas y cuando iba a decir algo Yokozawa lo interrumpió.

 

—Te llamo al rato Onodera, creo que llegó la gente de la mudanza.

 

Se despidió de su amigo y caminó a recibir a quien tocaba el timbre con insistencia.

 

—Ya todo está empacado, solo...

 

Se quedó sin habla al ver quién era su visitante.

 

 

—Sakura... —murmuró casi sin aliento.

 

 

No había esperado jamás aquel encuentro, lo había evitado a toda costa y de repente allí estaba y él ya no podía evitarlo.

 

Le franqueó la entrada, suspirando con resignación.

 

—Pasa.

 

Ella observó el montón de cajas embaladas y las maletas que descansaban en un rincón.

 

—Así que es esto. Te vas... de nuevo.

 

Él la miro sin entender, ella se giró hacia él y por un momento lo miró con reproche.

 

— ¿Por qué regresaste?

 

Luego el reproche dio paso a la tristeza y también a la culpa.

 

—No... lo siento. Eso no era lo que quería preguntar.

 

—Siéntate, ¿quieres un poco de té?

 

Yokozawa a pesar de todo estaba calmado, de todas formas ya estaba por irse, nada de lo que ella le dijera podía dañarlo ahora.

 

Un rato después frente a una taza de té, trataron de conversar como antes. Solo que el tiempo y las grietas en su amistad eran insalvables.

 

 

—Supe que habías regresado un mes después de que llegaras. Él... cambió, su rostro se veía como antes, iluminado... feliz. —Sakura suspiró poniendo la taza de té sobre la mesa— Ha sido un gran padre y... un buen esposo, pero nunca fue feliz.

 

Se levantó y caminó por la pequeña sala atestada de cajas. Se veía tensa, nerviosa.

 

—Cuando creía que no lo veía, tenía esa expresión en su rostro. Rota, triste. Nos sonreía, pero no era feliz. —Sakura apretó los puños y dos lágrimas resbalaron por su rostro— Siempre me pregunté, ¿por qué no podía amarme? Hacía lo imposible por hacerlo feliz, incluso intenté darle otro hijo pero él no quiso. Yo lo amaba, lo amo, pero eso tampoco fue suficiente.

 

 

Sakura se sentó derrotada frente a Yokozawa.

 

 

—Te odié, no sabes cuánto te odié. Me alegré tanto cuando te fuiste y deseé que nunca más regresaras, pensé que así... que así él té olvidaría. —Sakura ocultó su rostro entre sus manos temblorosas, sollozos salieron de sus labios pálidos. Cuando salió de su escondite su rostro estaba demacrado y lleno de lágrimas. — Pero él jamás te olvidó y entonces... tú regresaste.

 

La amargura en su voz hizo que Yokozawa se estremeciera.

 

—No tienes que preocuparte, me iré y no pienso volver esta vez.

 

Le dijo con un poco de brusquedad, se puso de pie y caminó hasta la puerta. No le hacía bien aquella conversación, la última vez que había hablado con ella le había roto el corazón y había perdido a su hijo, esta vez no iba a poner en riesgo lo que más amaba.

 

—Por favor vete Sakura, esto no tiene sentido.

 

Ella se puso de pie y caminó hasta el mirándolo con disculpa.

 

— ¿Me odias? —Le preguntó.

 

—No.

 

—Deberías odiarme, yo me metí en el medio de ustedes, yo les robé su vida. —Lloró con impotencia y lo miró con rabia— ¡Ódiame, maldita sea! Ódiame como yo te odio por volver y quitarme lo único que tenía de él, su cariño su... lástima.

 

—Jamás podría odiarte Sakura. —le dijo Yokozawa con calma— Lo que sucedió ya no tiene remedio. Él se casó contigo porque era lo correcto, esperaban un hijo y...

 

—Tú también esperabas un hijo. —Le dijo ella con rabia — Si se lo hubieses dicho, él no hubiese dudado en escogerte a ti.

 

Yokozawa palideció.

 

— ¿Co-cómo sabes eso? ¿Se... se lo dijiste?

 

Ella cerró los ojos con dolor, su postura era fiera pero en su rostro se veían las emociones debatiéndose. Él era su amigo y ella le había hecho tanto daño, aun así deseaba conservar a Zen aunque fuera un poco más y Takafumi era un obstáculo en ese plan.

 

— ¿Cómo decirle eso? Si lo hubiese sabido me habría dejado. —Le dijo indolente— Una amiga mía trabaja en el hospital donde atendieron tu aborto, ella te reconoció y me lo contó unos días antes de la boda.

 

 

Sakura lo miró, en su mirada había miedo, decepción, dolor, ira. Apretó las manos en su corazón y se paseó de nuevo por la sala, como perdida, como si hubiese enloquecido de repente.

 

—Pensó que me preocuparía por ti, después de todo tú eras mi mejor amigo. —Se detuvo y se rió— ¿Te imaginas? Ella pensó que yo iba a preocuparme por ti y yo estaba aterrada pero por mí. Si Zen llegaba a enterarse... Dios, él me hubiese dejado y yo no quería eso, no quería que mi hija creciera sin un padre. No... no le dije nada, no podía.

 

Sakura miró a Takafumi que la miraba como si no la conociera. Si había una oportunidad de que ellos salvaran lo que quedaba de su amistad, ella en ese momento la había acabado. Yokozawa jamás le perdonaría eso. Aun así lo peor estaba por venir. Ella se quedó mirándolo y no dejó de derramar lágrimas.

 

—Yo... yo me alegré... me alegré porque habías perdido a ese niño que significaba la destrucción de todos mis sueños. Sonreí el día de mi boda cuando te vi, pero por dentro estaba aterrada de que le dijeras algo. No veía la hora de que te fueras y cuando por fin lo hiciste, fue cuando pude respirar en paz. Hasta que regresaste...

 

—Sakura, vete de mi casa. —Le dijo Yokozawa con fuerza abriendo la puerta de par en par. Ya no quería escucharla más, si ella había querido que él la odiara, lo había logrado.

 

Ella se quedó inmóvil un segundo y él le gritó con ira.

 

— ¡Vete de mi casa, maldita sea! Él se va a quedar contigo porque yo voy a desaparecer de tu preciosa vida. Espero que tu conciencia siga tranquila y que la pérdida de la vida de mi hijo te siga regocijando. No seré un obstáculo nunca más.

 

— Yokozawa yo...

 

—No... No... Lárgate, lárgate ya. —Yokozawa estaba furioso y no quería ni mirarla. Cuando ella salió del departamento el cerró la puerta con violencia sin dirigirle ni una mirada y caminó tambaleante a su habitación. Se hizo un ovillo en su cama y lloró por largo rato, porque no solo había perdido a Zen sino también a Sakura. Ella le había mostrado su lado más cruel y sintió dolor por su hijito que no llegó a ver la luz de la vida y del que ella hablaba tan despreocupadamente. Como la odió esa noche y cómo deseó que el tiempo pasara rápido para poder irse de aquel lugar de malos recuerdos.

 

 

El tiempo pareció complacerlo y por fin se encontró en el aeropuerto. Sostenía su bolso de mano con fuerza y esperó intranquilo hasta que anunciaron el abordaje de su vuelo. Pasó las revisiones con impaciencia y finalmente cruzó por el pasillo cuando escuchó que lo llamaban.

 

 

Kirishima se saltó unas cuantas normas de tránsito y causó un revuelo cuando entró como loco al aeropuerto.

 

 

“Él esperaba un hijo tuyo, lo perdió la noche que le dije que tú y yo esperábamos un bebé”

 

 

Sakura y él habían hablado mucho esa tarde, ella le contó entre lágrimas todo con lujo de detalles, incluso su última conversación. Kirishima habría deseado odiarla, pero no podía, él también había sido culpable. La dejó hecha un mar de lágrimas en la casa que compartían y corrió al aeropuerto. Siempre había sabido que Yokozawa se iría aquel día, incluso la hora del vuelo, pero había decidido dejarlo marchar, solo que ahora... ahora tenía que verlo, tenía que decirle cuánto lo amaba.

 

Preguntó y preguntó hasta que dio con el vuelo pero era tarde, ya estaban abordando. Lo vio a través de los vidrios y le gritó con todo lo que tenía.

 

Takafumi lo vió y se acercó lo más que pudo al vidrio que lo separaba.

 

—¡Te amo... te amo, maldita sea! ¡Te amo y siempre te amaré! ¡¿Me oyes?! ¡Siempre voy a amarte. Así que... quédate... por favor, Takafumi quédate!

 

 

Yokozawa oyó los gritos con los ojos llenos de lágrimas. Zen se veía desesperado, sus hermosos ojos colmados de cristalinas lágrimas, sus puños aporreando el pesado vidrio. Pero no podía quedarse. Negó con la cabeza y puso su mano en el corazón.

 

—No puedo —dibujó con su labios. Se acercó tanto como pudo y le gritó con dolor— ¡También te amo y siempre voy a amarte!

 

 

Le dedicó una última mirada y se dio la vuelta para caminar por el pasillo. Los gritos de Zen lo perseguirían por siempre.

 

 

—Voy a buscarte y cuando te consiga nadie nos va a separar. ¿Oíste? Nadie. Te amo... te amo...

 

 

Zen dejó de aporrear el vidrio y miró con dolor cómo Yokozawa se perdía por el pasillo. Se había ido, se había ido y él no había podido impedirlo. Se sentía enfermo, roto, dolido.

 

 

—Takafumi —murmuró quedito y se sentó en uno de los asientos de la sala de espera mirando todo impávido, ajeno a las miradas de extrañeza que le dirigían aquellos que habían presenciado su desesperada súplica.

 

 

 

¿Ahora qué iba a hacer? Se preguntó mil veces mientras sentía todo el peso de sus malas decisiones cayendo sobre sus hombros.

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

El tiempo pasa demasiado rápido. Él nunca se hubiera imaginado que la felicidad se tratara de esto: momentos robados. Ahora estaba acá tomando la mano de su mejor amiga y esposa mientras intentaban dibujar los trazos del futuro de su pequeña hija en donde ya no podría ir a buscar un refugio cálido en los brazos de su madre. Ella ya no estaría.

 

 

La medicina haciendo camino hacia su cuerpo por medio de una intravenosa no detenía las ganas de disfrutar tanto como pudiera de estos momentos a su lado. Zen insistió en pasar con ella cada momento pese a sus primeros inútiles intentos de mantenerlo tan lejos como pudiera.

 

 

—No tienes que hacer esto —dijo por séptima vez ese día y segunda vez desde que habían llegado a la sala de quimioterapia. Lindos sofás y pinturas vanguardistas bonitas para una situación como aquélla. En esos momentos estaban ellos solos pese a que había lugar para tres personas más en la habitación (y para un acompañante cada uno). Eligieron los horarios donde pudieran estar solos, al menos la mayoría del tiempo lo estaban. Justamente para dar cabida a momentos como éstos, donde pudieran compartir lo poquito que la vida les regalaba y poder sonreír en la compañía del otro.

 

 

Las amorosas manos acariciaron los surcos del hombre del que se había enamorado hace tantos años y todavía amaba en ese presente tan apático y desolador. El parpadeo tenue de sus almendrados ojos contaba más emociones en ese minuto que historias románticas en todos los años que estuvieron juntos. Pero no era malo. Era el mejor momento de su vida. No había sonrisas falsas, no había discusiones baratas, no había cariño disfrazado de amor. Se trataba de ser solo ellos dos.

 

 

—Quiero hacerlo —Se lo aseguró con el corazón en la mirada. Con las manos hablándole de sus sentimientos mientras acariciaba la voz de su alma. Esa partecita que siempre le hablaba de un sincero amor nunca correspondido— Sakura, sabes que Hiyori...

 

—¡No! —Pareció reflexionarlo mejor— Si se entera, insistirá en venir, y lo va a lograr.

 

Él rió.

 

—Tiene el carácter de su madre y la insistencia de su padre. Sabes muy bien que insistirá en saber —contraatacó— Es una niña muy inteligente y perspicaz— ¿Crees que a esta altura no sabrá que pasa algo malo? No podemos ocultarlo para siempre. El tiempo pasa, Sakura... “El tiempo se nos acaba”, más ninguno lo dijo. Ella sonrió y parpadeaba un brillo de esperanza en sus ojos. La felicidad tocando algo muy profundo en ella. El creer cómo este hombre había permanecido a su lado. Se había quedado después de todo lo que ella hizo, luego de todo lo que ella le había quitado a través de los años.

 

—Solo un poquito más —dijo con aquella picarona y bonita sonrisa que aprendió de su hija—. Solo un poquito más y todo estará en su lugar.

 

—No hables así, Sakura, tú no...

 

—Shhh —Las manos que no se cansaban de tocar su rostro, sus manos, las expresiones tan tristes— Desearía poder quedarme con ustedes y al menos poder ver la felicidad de mis dos mejores amigos una vez que estén juntos y obtengan su felices para siempre —Una lágrima cayendo por su mejilla. Zen se levantó y besó su frente, luego, con otro beso borró esa lágrima.

 

 

—No vamos a hablar de esto. No lo vamos a hacer —El hombre más seguro del mundo temblando en sus manos y en sus propias palabras. Su voz trémula y sus ojos... esos ojos que dolían tanto.

 

 

—Te diré lo que no vamos a hacer. No vamos a dejar el tiempo pasar porque sí y ya. Yo te prometo... —Tomó la mano más grande y entrecruzó sus delgados dedos entre los suyos, mucho más tibios— Yo, Sakura, te prometo a ti, Kirishima Zen, que nada me haría más feliz en la vida que ver a dos de las tres personas que más amo en esta vida, estar juntos, como siempre debió ser, amándose cerquita ahora, porque el amor es algo que nunca les faltó a ninguno de los dos... o a ninguno de los tres —Ella rió sutilmente, mientras más de un corazón se rompía en el proceso, pero eran risas buenas— Lo siento, no puedo con mis bromas pesadas.

 

—Lo sé. Lo aprendí de ti, ¿lo recuerdas? —Zen le regaló un guiño junto con una sonrisa que de verdad quería.

 

—Lo recuerdo.

 

De alguna manera, ambos sabían que no era una broma.

 

—Mi parte favorita es que ahora mis tres personas favoritas en el mundo estarán juntas. Zen, te amo tanto. Te pido perdón.

 

—Saku...

 

—¡Por un demonio, cállate y permítele tener a esta moribunda su momento de epifanía! —Un breve silencio que no tardaron en romper con algunos besos y risas. Momentos como éstos nos hace falta a muchos. Una mezcla de pura tristeza con amor sincero. Pero ese amor que se sabe reír de los peores momentos. Qué poco cuidamos lo que tenemos en nuestras manos y qué fácil alejamos lo que más queremos.

 

—Ya hablamos antes, pero, como bien sabrás, podríamos estar varios días hablando y no justificaría nunca mis actos y no podría demostrarte suficiente lo mucho que te amo, pero al menos tengo la esperanza de tratarlo, ¿no? Tonta, tonta, mil veces tonta, estúpida, y una perra llena de envidia y celos, eso es lo que soy... y te golpearé hasta la muerte si intentas contradecirme. Esta sonrisa —Sus dedos pasearon por sus labios—º fue la primera cosa que me enamoró. Una sonrisa casi parecida a la magnífica maravilla de otro mundo que le dedicabas a Takafumi cada vez que lo mirabas. Lo mirabas con el alma y yo estaba allí para verlo. Te cuento una cosa, Zen: hay muchas maneras de ser malo. La simple acción no descarta la omisión y yo fui mala. Muy mala, oh sí. Pese a que siempre estaba al lado de uno y del otro, intentando aconsejarlos, estoy más que segura que si hubiera hecho solo un poquito más, ustedes jamás se hubieran separado —suspiró y continuó—. Como bien sabes, los hubieras son fantasmas que en verdad nunca estuvieron vivos... solo estoy intentando establecer mi punto. Nunca supiste lo mucho que sufrió Takafumi desde el lugar en que a él le tocaba estar. No, no niego tu sufrimiento y jamás podría comparar un dolor con otro, pero de alguna u otra manera, siempre me mantuve más cerca de ti que de él. Pero en fin, no estamos acá para hablar de mis errores, que de eso ya tuvimos suficientes los dos, alrededor de todos estos años, ¿no te parece?  —hizo una pausa solo para conseguir aire suficiente. Apreció un montón que no fuera lanzado hacia ella el tan maldito —¿te sientes bien? — y no le dio ni un minuto para pensar que tuviera alguna oportunidad remota de contestar la pregunta que quedó en el aire—. El amor viene de tantas infinísimas maneras, formas, colores y aunque no lo creas, también tamaños. Si hay algo que siempre supe, créeme, desde el momento en que ustedes se conocieron, y aunque yo no lo quise admitir de dientes para afuera, fue que el amor que sintió desde un principio Takafumi por ti fue del color más brillante que cualquiera, el más grande, y hermoso que yo nunca había visto, e incluso sentido. Él hizo tantas cosas por ti que yo no lo hubiera hecho, Zen, ni teniendo mil oportunidades. Dios... —Rompió el hilo de sus lágrimas, creyéndose no merecedora de incluso sentir parte del dolor del que alguna vez fue su mejor amigo y renunció a todo por la pequeña familia que ella construyó sobre cimientos de mentiras y engaños tan imperdonables.

 

 

Podemos intentar dejar de ser tan humanos pero aún hay aquellas cosas tan dolorosas que son como tatuajes para el alma.

 

 

Zen la abrazó. Ella continuó sollozando en su cuello.

 

 

—...te amé tanto, tanto, pero él fue el que más amó, al que más le dolió, y al que más hicimos sufrir —El pecho dolía de verdad. De esas veces que no puedes detener el dolor por mucho que te castigues por no ser capaz de apartarlo como si solo de un bicho molesto se tratara. Tal vez era éste su mejor escarmiento. Dolía tanto y solo podía imaginarse una porción de toda esa carga emocional siendo llevada por Takafumi.

 

 

Ni todos los minutos que ocuparon en esa sala podrían llegar a cubrir ni la milésima parte de todos esos años sufriendo y haciendo sufrir, en la estúpida y maldita creencia que el tiempo todo lo cura. No. Si hay verdadero amor jamás se convierte en un hubo y en su lugar, queda el sentimiento desgarrador de la pérdida, la soledad, la costumbre de ver los días pasar, con una lección aprendida con tinta de dolor y una sonrisa que lo viste. Solo eso. Un vestido. Aunque muchas veces somos tan genuinamente felices con un bonito y cómodo vestido, ¿no? 

 

—Al final, yo fui más feliz que él. Uno aprende a vivir feliz sobre las mentiras cuando la verdad es un millón de veces más dolorosa. Al menos así somos los cobardes.

 

—Hey, escúchame bien —Con firmeza sujetó su barbilla para sostener la mirada de ella sobre la suya—. La última cosa que eres es cobarde. ¿Me escuchaste? —Ella rodó los ojos.

 

—Una ex cobarde, entonces —Zen fue quien ahora rodó los ojos.

 

—No vuelvas a hablar de ti así, sé muy bien que hasta Takafumi te regañaría. —Era su turno de reír.

 

—Él lo haría, definitivamente. —Estuvo de acuerdo—. Solo, quiero que me prometas eso.

 

 

—¿Qué? —preguntó, medio incrédulo. Ella golpeó su brazo en una vieja costumbre de la secundaria cada vez que él fingía hacerse del tonto.

 

—¡Ouch!

 

—Serán felices.

 

—Sakura, de verdad, yo no creo que... —El pinchazo le dolió aún más—. ¡¿Qué carajos?!

 

 

—Se supone que tienes que hacerme caso. Es ésta la parte que prometes y nos ponemos a llorar y toda la cosa y el viento sopla. Ah, y me olvidaba de la rosa blanca.

 

—Estás loca.

 

—Prométemelo —El desafío impregnado en su mirada. —Solo atrévete

 

—Prometo buscarlo, y luchar... —Ella siguió con esa mirada—... Sin rendirme esta vez.

 

—Eso está mucho mejor. —Su expresión triunfadora cambió por una mueca de tristeza.

 

 

—¿Saku?

 

 

—Solo me duele no poder despedirme de él... —Zen tragó duro por las simples palabras que calaron en él y rompieron un poquito más su corazón.

 

 

Unos meses después la despedida era inevitable y tan dolorosa que apenas era soportable a pesar de que todos los involucrados en aquel pequeño mundo ya hacía mucho que habían aceptado que ese final llegaría.

 

 

—Te quiero mucho mami —Sus bracitos rodeando su cuello mientras aspiraba el dulce olor de sus cabellos.

 

 

—Y yo te adoro, pequeño grillito —pronunció entre rebeldes e inevitables lágrimas mientras sostenía a su pequeño grillito entre sus brazos con todas aquellas pocas fuerzas que le quedaban. El cáncer había avanzado bastante. Hiyori tuvo que ser testigo de un desmayo y una recaída demasiado brutal en su casa.

 

—No llores mami —Hiyori limpió con sus pequeñas manos, ayudadas por sus besos, cada una de sus lágrimas— Pronto te vas a curar y vamos a ir a la convención que prometiste para comprarme esos mangas de Yoshikawa Chiharu. Pronto te vas a curar, ¿verdad, papi?

 

 

Él sonrió desde su lugar en el sofá, sus manos apoyadas sobre su barbilla, soportando algo más que el derrame de su pérdida ya sentida, antes de que hubiese llegado. Él se puso de pie y se acercó a la cama, sentándose al borde y tomando la mano de su nena por un lado y por el otro, sosteniendo la de su compañera de vida.

 

Acarició las mudas lágrimas que caían por las blancas mejillas de su hija, ¿cómo decirle la verdad? ¿Cómo afrontar la realidad y ser el encargado de mantener ese dulce brillo en sus ojos chocolate?

 

¿Cómo le dices a tu hija que el mundo sigue siendo bonito y que es hora de decir —hasta luego— al mismo tiempo?

 

 

—Vamos a estar muy bien mi pequeña. Vamos a estar muy bien —Ella frunció sus labios en un leve puchero. Sus dientes castañeando ante lo que podía ver y sentir y no se lo decían— ¿Quieres que te relate un cuento?

 

Ella tuvo el suficiente valor para levantar su cabeza y asentir. Rápidamente escaló la corta distancia que le faltaba para recostarse al lado de su mami, besó sus mejillas y se mantuvieron en un natural abrazo. Zen observó a la magia hacer su trabajo y se rió con alegría genuina cuando se dio cuenta de que formaba parte de ella. Imitando a su pequeña revoltosa fue al otro lado de la aburrida cama de hospital y se recostó al lado de Sakura, uniéndose a la guerra de manos, luchando por mantenerse unidas, entre risas y la amenaza de la revocación de dulces.

 

 

—Érase una vez tres amigos que decidieron estudiar medicina...

 

 

"Esa noche aprendí que el verdadero amor no es el perfecto, el que siempre lucha o el que no se mancha de tristezas, peleas y no sufre grietas. Sino que es aquel que luego de todo eso, te mira a los ojos y te dice, sin palabras: “Acá me quedo”, incluso en las ausencias.

 

Yo no me quedé cuando él me lo pidió y perdí una vez todo lo que quise.

 

No conforme con ello, tampoco me quedé con Sakura, a pesar de mi presencia. Volví a perder.”

 

 

Suaves manos sacudieron de su cansado rostro las lágrimas que él no se había dado cuenta cuándo llegaron. Su pequeño ángel dormía entre ellos.

 

—Sí lo hiciste, Zen. Sí lo hiciste  —Tomó su pequeña mano para envolverla con la suya, observaba fascinado el contorno de cada uno de sus dedos— Gracias por amarme.

 

 

—Shhh... —Besó sus flacos nudillos despacio, dibujando este momento en su memoria.

 

 

—Te amo —Limpió sus lágrimas y besó con tranquilidad sus labios. Un beso que intentaba guardar todos los momentos maravillosos que vivieron; los primeros pasos de su hija, su primera palabra, su primera rabieta al no querer ir a la escuela, sus paseos en el parque tomados de las manos los tres y las risas que allí siempre iban a quedar. Sí fueron felices, a su manera, pero sí lo fueron. La felicidad no es una cuestión de receta, sino de los aderezos que eliges ponerla antes de saborearla.

 

 

—También te amo. —En su sonrisa y en sus ojos encontró sus deseos y ella solo asintió.

 

 

—Por favor —Le pidió aun con esa sonrisa impenetrable. Una promesa muda que ambos ya hicieron en sus corazones. Una promesa, que de alguna manera los mantendría juntos.

 

 

—Lo prometo —Ella rió y acarició sus cabellos. Siempre le había gustado la suavidad de sus risos.

 

 

 

Ella cerró sus ojos para siempre y él besó sus párpados. Las lágrimas que cayeron sobre sus ojos cerrados firmaron las promesas que se hicieron y guardaron el bonito amor que se tuvieron.

 

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

 

Al llegar a casa, bueno, al aeropuerto aún, allí estuvieron esos dos, esperándolo con un gracioso cartel que Onodera había hecho.

 

—¡Bienvenidos a casa, oso gruñón (lo dijo Masamune) y osito por venir (lo dije yo)! — y que para ser sinceros, no hubiera esperado que lo hiciera reír de la manera escandalosa que lo hizo e incluso le hizo olvidar de la cantidad de lágrimas que derramó durante todo el viaje de regreso a Londres, su hogar. Masamune, a su lado, lo abrazaba (como siempre) posesivamente por la cintura y puede que incluso se le haya olvidado de que Onodera le fue con el chisme de su nuevo sobrino a Masamune, ¿cómo iba a poder regañarlo? Nada más de llegar junto a ellos, su amigo se le prácticamente lanzó en un efusivo abrazo donde puede que hubiera algunas lágrimas tontas. Incluso pudo notar el pequeño vientre ya abultado de tres meses, donde descansaba su sobrino. Su corazón se permitió descansar de las tristezas y de inmediato se contagió con la alegría y la ternura del momento, vamos, que hasta él podía ser cursi.

 

 

—¡Hey, ten cuidado, Ritsu! —El muchacho de orbes esmeraldas se dio la vuelta y le sacó la lengua a su esposo, quien rodó los ojos, ya empezando a perder la paciencia (es mentira, Masamune es el hombre con mayor paciencia en todo el mundo... en cuanto se refiere a su esposo).

 

 

—Déjalo ser, no seas aguafiestas, Masamune. Ahora es el momento de que te aguantes todos sus caprichos.

 

 

—¿Ves? ¡Hasta Takafumi me apoya!

 

 

—Ay, ay, ay, que Dios se apiade de mí, ahora, con estos dos revoltosos.

 

 

—Míralo, eh, míralo, eh.    

 

 

—Ya, déjalo, ¿y qué les parece si vamos a merendar y luego regresamos a casa?

 

 

—Oh, lo siento, lo siento tanto, debes de estar súper cansado...

 

 

—Ah, no, ahora no te me vas a hacer del tonto, Onodera, primero nos ponemos al día con las noticias de este pequeño revoltoso —Colocó su mano en su vientre— que es mi sobrino, y luego recién, te desharás de mí. —El chicho rompió en sonoras carcajadas que puede hayan sido contagiosas, pues hasta Takano ahora sonreía y fue el fin de cualquier tipo de discusión hasta llegar a la cafetería cerca del edificio donde vivían y Onodera quiso café con torta selva negra y el exagerado de Masamune quería que nada más tomase té. No hizo más que disfrutar del momento y salir a favor de Onodera, solo para molestar a su paranoico esposo y fue el comienzo de un contrato tácito de complicidad entre dos embarazados que necesitaban una receta moderada de azúcar, siempre que incluyera un poco de café, y llegaron al acuerdo inevitable de que alternarían con té tres veces a la semana. Fue un trato justo.

 

 

Sintió la mano de Ritsu sobre la suya y la mirada protectora de Masamune dirigida hacia él mientras su brazo descansaba en el hombro del castaño.

 

 

—¿Estaremos bien? —Y no fue un claro y molesto “¿Estás bien?" Él tenía bien en claro lo mucho que le costaba a Takafumi expresar sus sentimientos y aún más sus tristezas, era algo que estaba implícito en su personalidad torcida que ellos dos sabían muy bien cómo aceptar. Y ese sincero ¿estaremos bien? Los incluía a todos, tal cual como lo era en la realidad. Compartían y sentían tanto sus alegrías como tristezas, como si fueran suyas. Es lo que hacen las personas que se aman, las que de verdad se aman.

 

Sabía que en este punto debería empezar a vivir su vida con miras al futuro, pues había llegado con la firme y clara intención de luchar y dejar el pasado atrás, es solo que apenas habían pasado unas pocas horas y miles de kilómetros, y eran tan nada para comenzar con un seguro no olvido que intentaría forjar en vano cada día, pero debía intentar.

 

 

Menos mal que era de madrugada y bueno, habían elegido un lugar íntimo para estar a solas, pues lo último que deseaba era que alguien más, aparte de su familia, fuera testigo de las lágrimas tontas que su corazón tonto y roto no era capaz de guardar en sus bolsillos con agujeritos. Él decidió entonces que lo mejor era contar todo cuanto había vivido de regreso a Japón, incluso les habló de sus momentos robados con el que siempre creyó (y creería algún tiempo) fuera el amor de su vida (resulta que lo dudaba seriamente, pues aún en su dolor, no podía comprender cómo era posible amar tanto y sufrir tanto al mismo tiempo, todo el tiempo, como si ese sentimiento no conociera el significado de la palabra justicia, y tal vez no lo hacía) entre pequeños sollozos.

 

 

—Ese maldito imbécil... —dijo Masamune al tiempo que su puño se hacía oír sobre la mesa y Ritsu lo miró con lágrimas en sus ojos, agregando...

 

 

—Lo siento, sé que te molesta, pero tengo que hacerlo... —Y entonces se levantó y fue a abrazarlo. Yokozawa, incluso sin esperarlo siquiera en que no se sentiría incómodo sino tan necesario, se aferró a ese abrazo como un salvavidas.

 

 

—Vamos a estar bien, vamos a estarlo. —Le dijo Onodera con el corazón atorado en la garganta y el palpitar de su corazón yendo apresurado, a causa del dolor de su hermano, porque así lo sentía y así lo era, pese a la ausencia de lazos sanguíneos. Estas dos personas siempre fueron los que estuvieron a su lado en cada momento, dándole esta clase de amor que no juzga, no se corrompe y no abandona. Del único tipo de amor que necesitaba en su vida, y en el único que se podía permitir creer y sentir de ahora en adelante.

 

 

—Lo vamos a estar, Yokozawa —confirmó Masamune, no con promesa sino con la verdad escrita en sus ojos. Y si de ellos dos dependía, él y su hijo solo vivirían los únicos momentos que se merecían, repletos de felicidad, amor y la tranquilidad que tanto se hicieron esperar todos estos años.    

 

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

— ¿Oíste eso?

 

 

—¿Qué cosa? "Oh, oh, esa expresión inocente en los ojos de Ritsu, con un ligero toque brillo, y el sonrojo en sus mejillas, no pronosticaban nada bueno”.

 

—Ouch —Yokozawa frunció el ceño con molestia, acariciando la curva de su vientre.

 

— ¡Waa, eso fue impresionante! —rió un emocionado Ritsu— Ella se pone muy inquieta, sobre todo a estas horas.

 

El reloj marcaba poco más de las tres de la mañana.

 

—Deja de inclinarte así que luego le echas la culpa a mi sobrino por tus continuos calambres.

 

—¡Estoy sentado! —El de ojos esmeraldas hizo mofletes antes de soltar un largo bostezo— Yo solo quiero sentir las pataditas de la pequeña osita.

 

 

La sonrisa de Takafumi por la ternura del momento se vio abruptamente reemplazada por el ceño fruncido, de nuevo. —No llames así a mi bebé. Además aún no sabemos si es un él o una ella. Pues a diferencia del impaciente de Masamune, yo sí mantuve mi promesa de aguantar hasta el final para saber el sexo. —Y de nuevo estaba allí. Esa sonrisa bobalicona, enamorada e inamovible en su rostro mientras sus dedos surcaban los contornos que su bebé de siete meses dibujaba en su vientre desnudo, moviéndose inquieto al intentar dejar las huellas de sus piececitos desde dentro. Había tardado en hacerse sentir, siendo a los cinco meses y medio cuando hizo su primer berrinche al querer llamar la atención de su mami y los mimos excesivos de sus tíos, que desde luego, solo aumentaron el doble desde entonces.

 

 

 —¡Waa...! ¡No me deja de asombrar! Y ¡Ese Takano...! ¡ARRG! ¡Supe desde un principio que no debí apostar! —resopló, chistosamente ofendido, mientras bostezaba de nuevo— Ahora tendré que cederte la maravillosa cuna de Dragon Ball Z —El pobre, con el cabello desordenado, los ojos rojos por el sueño y el vientre de ocho meses y medio descubierto debido a que su camisa de dormir —se había encogido— nuevamente, tenía el aspecto de un niño al que acababan de atropellarle el perro.

 

 

Takafumi se rió y alborotó  (todavía más) sus cabellos. No podía evitarlo. Ritsu se veía como un peluche al que cualquiera quisiera apretujar. No podían dejar de mimarlo, sobre todo desde que Masamune ya no lo dejaba salir más por su reposo.

 

 

—Sabes que si accedí fue solo por molestar a Masamune. Te la puedo ceder, no hay problema alguno.

 

 

Sus ojos se iluminaron, increíblemente despiertos, de repente.

 

 

—¿En serio? Oh, ¿harías eso por mí?  Oh, yo no puedo te la ganaste a buena ley...

 

 

 —Ritsu, en serio, además que tal si mi bebé sale otaku como tú...

 

 — ¡Acepto!

 

 —Eso fue tan difícil...  —Ritsu ni siquiera escuchó su murmullo mientras volvía a hurgar entre los montones de mamelucos y otras enormes cantidades de ropa que sus amigos le habían regalado esa tarde en su baby shower. Tarareaba mientras los apilaba por color y tamaño, pues con la bizarra cantidad que Kisa le había traído (y se notaba que no tenía ni la pálida idea qué tamaño se supone tendría un recién nacido) tendría como mínimo ropa hasta para los siguientes dos años.

 

 

 —Hey, mejor ve a dormir y yo ordeno esto, ¿sí? Con todos estos extraños antojos que tenemos de seguro Masamune regresa hasta dentro de la siguiente hora.

 

—¿Crees que se habrá perdido?

 

—Lo más probable.

 

—Pobre.

 

—Sí, pobre —dijeron al unísono y rompieron en carcajadas.

 

 

 —Ritsu... —advirtió en tono “mamá oso”, Takafumi. Su amigo no lograría distraerlo del tema.

 

 

—Estoy bien, estoy bien, lo juro. Takeshi está dormido, pero me gusta acompañarlos y además  —suspiró con ganas— Así son más llevaderos los dolores en mi espalda.

 

 

—¿Quizás es que no duermes porque no puedes sin él?

 

 

—Q-qué dices... —Sus mejillas se pintaron de un bonito tono carmesí. Con el paso de los años no había perdido la costumbre de sonrojarse por el hombre que ama. Era un placer verlo, y a veces, un poquito doloroso. Takafumi se obligó a apartar las nubes grises de su cabeza. Él tomó desprevenidamente las manos, más pequeñas en contraste de las suyas, de Ritsu, obligándolo a que fijara la mirada en él.

 

 

—Te ves y oyes tan feliz Ritsu, que si no te conociera como te conozco, no me preocuparía el miedo que veo en tus ojos. Solo quiero que sepas que estoy acá, ¿sí?

 

 

Sus mechones castaños cayendo sobre su rostro cuando inclinó su cabeza en un intento vano que no viera la preocupación en sus ojos. No apartó sus manos.

 

 

—Tú sabes nuestra historia. Lo difícil que fue.

 

 

Efectivamente lo sabía. Habían intentado tan duro tener hijos una vez que se graduaron; incluso pasaron por un aborto y su relación había tenido sus altibajos, fuertes discusiones; pero de la misma manera, y pese a la presión de sus familias, se mantuvieron uno al lado del otro. Aquellos años había sido tiempos muy oscuros pasando a través de una depresión que casi acaba con su matrimonio.

 

Takafumi lo dejó continuar.

        

—Todavía no puedo creer este regalo. —Una mano escapando para acariciar el lugar de reposo de su hijo— Tengo miedo de que alguna cosa pase. Incluso, Takano no quiso contarte para no preocuparte estando tan lejos, pero tuve una pérdida en el segundo mes.

 

—Oh, Ritsu —Tomó su barbilla con una mano y levantó su rostro, dejando caer las pocas lágrimas que sus ojos no pudieron guardar. Takafumi se acercó para besar su frente y luego lo instó a recostar su cabeza sobre su regazo. Su corazón doliendo por él— Vas a estar bien pequeño, van a estar bien. Entiendo muy bien tus miedos.

 

 

Sus dedos jugando entre sus cabellos mientras le salía un pequeño resoplo irónico. Vaya que él lo entendía. —Pero no puedes preocuparte todo el tiempo. Piensa que con ello solo te estás estresando a ti y a Takeshi. —Ahora sus dedos masajeando la sien de su amigo— Pensando en algo que no está pasando solo estas dañándote ahora. La mejor manera de cuidar de tu bebé es pensando y transmitiéndole cosas bonitas. Lo mucho que lo amas y lo feliz que te hace con cada movimiento, creciendo dentro de ti. El no solo te escucha, sino que te siente. Literalmente, eres todo su mundo en este momento, por más neurótico y celoso que se ponga Masamune —Ritsu rió con ganas— Hazle saber que su mundo es seguro y que lo proteges. El resto lo aprenderemos juntos en el camino  —A continuación se contagió de las pequeñas risas de Ritsu; en ningún momento compadeciéndose del médico quien tenía que soportar a ambos embarazados.

 

—Gracias.

 

—No hay de qué. —Sus ojos lápizlazuli perdiéndose por un momento. El masaje se detuvo.

 

—Hey, ¿estás bien? —Entonces recordó— Oh, mierda, lo siento. Lo siento tanto, perdóname.

 

—Para con eso. No seas idiota. Además, créelo o no, ya no me causa dolor, quizás un poco de nostalgia. Pero ya paso algún tiempo desde que me perdoné... e incluso a él —suspiró— Creo que en verdad no tenía nada que perdonarle.

 

Ahora era el turno de Ritsu de fruncir el ceño.

 

—No digas eso. Fue un imbécil y lo sabes. —Pronto recapacitó sobre su error— Lo siento, Takafumi. Es que... ¡Aish! —rechistó de buena gana—Y no me digas de nuevo que tú fallaste. Es cierto, no hiciste las cosas de la mejor manera que digamos, pero, ¡AL DIABLO! Quisiste luchar por él, ibas a intentarlo de verdad y además, pese a que seas la encarnación de Lucifer, ¡nada justifica su traición! Lo que Sakura y él te hicieron, no tiene nombre y sin embargo tú colocaste la felicidad de ambos por encima de la tuya y la de tu bebé...

        

 

—Shhh, calma —Con el corazón conmovido limpió las lágrimas de Ritsu que habían vuelto a caer y sonaba incluso más triste que hacía tan solo unos pocos minutos atrás. Una rabia contra tantos años de dolor que tuvo que pasar su amigo y él todavía conservando la fe y la capacidad de sonreír tocaron una vena muy profunda en él. Kirishima había ganado una mujer que lo amaba y una hija, en cambio, Takafumi había perdido tanto y nadie se merece perder tanto.

 

Solo con aquella sutil caricia de su amigo, se percató de sus tontos sollozos. —Calma, Ritsu. Ya pasó. Fue doloroso sí, pero hay que vivir este momento precioso ahora, pensar en los bebés, en lo que tenemos y podemos construir, ¿vale? —Casi había soltado una risotada al principio de las injurias contra Zen, pero Ritsu estaba demasiado sensible y no habría sido la mejor de sus ideas. Su amigo era muy impetuoso e impulsivo. Tendía a reaccionar emocionalmente primero. Y pensar mucho después. Entre hipos, le respondió.

 

—...Sí...tienes...ra...zón. Lo siento. —Esta vez lo dejó hacer y no le regañó por sus innecesarias disculpas. Luego, besó su frente.

 

—Te amo. Gracias.

 

—¿Por ser un embarazado hormonal?

 

—Por ser mi hermano e indignarte en mi nombre.

 

En ese momento, no lo habían sentido llegar, unidos en su momento cursi, Takano se acercaba a ellos luego de dejar un montón de bolsas sobre la mesita de café frente a ellos, en su muy espaciosa sala. Se arrodilló, colocó las manos sobre el abultado vientre de Ritsu y sin consideración alguna levantó su blusa y besó su redondeado vientre. Adoraba la verguenza teñida en sus mejillas.

 

 

—Masamune, temo decirte —declaró seriamente Yokozawa con una expresión estoica— que he decidido quedarme con tu esposo. Lo cuidaré mejor que tú y no expondré su verguenza públicamente por mero placer.

 

 

—Ah, ¿sí? ¿y cómo lo harían, siendo ukes ambos? —dirigió una suspicaz mirada a cada vientre. Era el turno de Yokozawa de encender sus mejillas.

 

 

—¡Bastardo! —Y una almohada fue usada como proyectil en su contra. Ritsu rió  y una nueva almohada fue arrojada contra Masamune.

 

—Hey, ¡¿y eso?!

 

—Es tu esposo, y es obvio que no voy a agredirlo a él.

 

—Pasivas hormonales... —masculló entre dientes, pero para salvaguarda de su vida, no llego a oído de ninguno.

 

—¿Qué dijiste? —El ceño de Yokozawa, desafiante y amenazador.

 

—Nada, nada, ¡Dame un respiro! —Fue por las bolsas y le pasó a cada uno un pote de helado— Chocolate con almendras para Ritsu. Ah, ah ¿mi recompensa? —Alejó de su alcance el pote y se inclinó con sus labios, formando un beso de pescado. El castaño casi protesta, pero solo cerró fuertemente los ojos y le dio un beso sonoro a su simpático esposo y de inmediato le sacó el pote— Eres un fácil —Pero, en contraataque  Ritsu ya se encontraba gimiendo ilegalmente con el sabor de las almendras rompiéndose sobre su lengua junto con el  chocolate amargo haciendo insana compañía.

 

 

—Provocador —Entonces, con otro pote en su mano, esta vez de chocolate sin almendras y crema chantilly, desafió a Takafumi en un duelo de miradas silenciosas.

 

 

—Ni siquiera lo pienses.

 

 

—Ah, toma y engorda felizmente.

 

 

—¡Ja! —De inmediato, el médico cirujano abrió el pote recibido y se predispuso a engullirlo.

 

 

—¡Eso no es justo! ¿Por qué soy el único que recibe amenazas? —protestó Ritsu.

 

—¿Quieres que lo bese? —preguntaron al unísono. Ritsu pareció reflexionarlo un largo rato.

 

 

—Arg. Está bien. Ustedes ganan, por ahora. —Levantándose con ayuda de Masamune se retiró solo a su habitación, con el pote sostenido con feroz protección entre sus brazos mientras su marido y su mejor amigo trataban de no reírse tan alto. Ritsu pretendió que no existían.

 

 

—Anda, ve a consolarlo —Masamune lo miró con altisonante aprobación y una chispa de emoción tan brillante en sus ojos, que casi lo deja ciego.

 

 

—Sin dudarlo —Y fue en busca de su perdón.

 

 *-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

El velorio y el funeral pasaron más rápido que el aguacero en verano. Lo más sorprendente no fue no ver a su hija romperse en el momento de la despedida definitiva, sino el hecho de que, esa noche, fuera él, el que se encontrara con la cabeza recostada en su regazo, sobre la alfombra en la sala y fuera ella quien jugara con sus cabellos desordenados.

 

 

Fueron sus lágrimas las derramadas, no las de sus preciosos ojos, que sí estaban aguados y tristes aun cuando no dejaban de brillar intensamente mientras que a él pareciera que un vacío inmensamente profundo quisiera tragárselo como si acabaran por terminar de arrancar de él una parte muy grande y muy valiosa.

 

 

Pensó entonces que ninguna pérdida es pequeña, que ninguna lucha es insignificante, que ningún amor es menos amado.

 

 

—Te amo mucho papá. —Sus bracitos, rodeándolo, intentando sostener juntas todas las piezas del rompecabezas que fue su corazón en esos momentos— Todavía estamos juntos papá, yo no te voy a dejar. No me dejes, ¿sí? Somos tú y yo ahora.

 

 

No supo hacer otra cosa que sollozar en sus brazos. Quizás era la forma en que la vida le había dicho que era suficiente, que ninguna felicidad dura tanto tiempo. Quizás, aunque no fuera suficiente, era una manera que tenía de equiparar su dolor con el de Takafumi. Ningún dolor es completamente insoportable y ninguna alegría es completamente soportable.

 

 

—No me voy a ninguna parte, mi amor.  —La llenó de besos en ahora su carita húmeda, por sus lágrimas sobre ella— ¿Me escuchas? No. Me. Voy. A. Ninguna. Parte. SOMOS TÚ Y YO, HIYORI. TE AMO MUCHO, ¿Sí? Somos tú y yo.

 

 

 

 

Y el tiempo siguió pasando y la vida siguió su curso, los corazones sanando, la sonrisas regresando, el amor queriendo volver al lugar donde pertenecía.

 

—Ouch. Takeshi, mi amor, tranquilo. No me voy a ninguna parte —Con una expresión de dolor, le recordaba Ritsu al bebé en sus brazos, el cual pareciera que tomara ávidamente su leche como si tratara de ganar una maratón no solo por beber sino por manipular a su antojo el pecho de su papi. Takeshi le miró entre su maraña de cabello como pelusa, azabache y sus tremendos ojos esmeraldas vivaces, sabiendo muy bien que ganaba cada batalla solo con ello.

 

 

—A ver, déjame ayudarte —Ritsu sostuvo a su hijo, mientras Takafumi le ayudaba a sentarse para acomodarse mejor.

 

 

 Cuando sostuvo a su sobrino por vez primera en sus brazos y Ritsu embotado por el reciente alumbramiento se lo pedía, con Masamune a su lado, (todo sonrisas hipersensibles y cuidados) no pudo ser capaz de decir que no, y aquí lo tenían, amarrado a su familia. Sobreprotegido, aunque contento. Al final lo convencieron de quedarse a vivir con ellos "para ayudar con su sobrino", fue la primera excusa, y él cayó redondito, de buena gana.

 

 

Takafumi también le ayudó a acomodar mejor a Takeshi en sus brazos, sin sacarlo de su laboriosa y excitante tarea de alimentarse.

 

 

—Ritsu, recuerda que no es él quien manda. Aunque al principio se queje, los dos estarán más cómodos de esta manera.

 

—Lo-lo siento, es que es tan difícil, y yo n-no puedo...

 

 

Takafumi sonrió y acarició su rostro para espantar sus ganas de llorar. Normalmente era Masamune quien hacía esto cada vez que Takeshi se ponía en modo tengo-hambre-y-no-me-importa-nada-más. De hecho el hombre no se había separado ni por un instante de su esposo e hijo desde el parto. Un mes hacía de ello, pero lamentablemente ahora tenía que volver al trabajo, aunque sea solo de medio tiempo, porque no pensaba en ninguna otra cosa que fuera menos importante que cuidar de sus dos tesoros.

 

 

—No, nada de disculpas bobas. Sí puedes, y lo estás haciendo muy bien. Nunca es tan fácil como pensamos, pero para eso estamos nosotros. Estás un poco cansado y éste pequeño es tan exigente como Masamune. Vamos a acostumbrarnos, como lo hicimos con el padre. —Ritsu no pudo evitar reírse.

 

—No sé qué haríamos sin ti. Gracias. —Takafumi tenía una inteligente respuesta en la punta de su lengua, pero su expresión se descompuso, sus ojos se desorbitaron por la sorpresa, y echó una mirada hacia abajo— Hey, ¿qué pasa? —inquirió un preocupado Ritsu.

 

—Yo... acabo de romper fuente...

 

—¡Oh, mierda...! Ah, lo siento, mi amor... —Le susurró a su pequeño cuando éste protestó en sus brazos por el leve ajetreo. Pero no se detuvo allí, de inmediato tomó su celular que por suerte no lo había dejado lejos, y llamó primero a Masamune, luego un taxi. Menos mal ya tenían preparados los bolsos para el pronto nacimiento de su sobrino o sobrina. Lo difícil fue tener que aguantar el llanto de Takeshi mientras lo dejaba momentáneamente en su cuna, mientras ayudaba a Takafumi.

 

 

—¿Puedes caminar?

 

—Sí, yo puedo... aaarg... ¡Maldición! ¡Tranquilo, tranquilo! Ve por Takeshi. —Aunque esa no era la mejor manera de tranquilizarlo, Ritsu no tuvo tiempo de debatirse, y decidió ir por Takeshi.

 

—Shhh, shhh, calma mi corazón. Sé bueno, ¿sí? Tu tío y prima nos necesitan.

 

 

—¿Seguro que puedes? —Ritsu ya lo ayudaba a levantarse con el brazo libre, mientras no podía dejar de estar preocupado. Takafumi le sonrió, concentrándose en ponerse de pie antes que elegir ponerse nervioso. Realmente admiraba que Ritsu no corriera asustado, cuando hace cinco minutos estaba por quebrarse.

 

—¿Quién era el que no podía eh?

 

Ritsu le contestó con una sonrisa. —Vamos, que definitivamente sé de alguien que no puede esperar.

 

 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

 

 

 

Yokozawa gimió y echó la cabeza hacia atrás, las contracciones empeorando progresivamente. —N-no... no te atrevas a decir nada —gruñó molesto cuando Masamune revisaba su dilatación con una expresión muy profesional.

 

 

Masamune hizo caso omiso a la iracunda advertencia y cubrió sus piernas desechando los guantes que acababa de utilizar.

 

 

—Esto está avanzando muy rápido. Ya estás en siete y apenas llevas dos horas de parto, si sigue así me atrevo a estimar que en una hora o dos estarás dando a luz.

 

Ritsu rió contento y de pronto se enfurruñó al recordar su propio parto. Él había estado casi veintiséis horas soportando un dolor que a nadie le desearía.

 

 

Sin embargo Yokozawa no estaba contento ni nada emocionado con aquella información.

 

—Es demasiado pronto... No estoy listo —murmuró desvalido.

 

 

Ritsu iba a acercase a él para consolarle, pero fue Masamune quien tomó su mano cariñosamente.

 

 

—Claro que estás listo, Takafumi. Has esperado por esto por mucho tiempo.

 

 

Yokozawa cerró los ojos con impotencia, sí, lo había esperado con mucha ilusión. Era además del amor y la amistad de Ritsu y Masamune lo único que lo mantenía lejos de la tristeza, del abandono y del dolor que arraigados en su corazón se negaban a abandonarle y de vez en cuando lo torturaban haciéndolo sentirse desolado.

 

 

Él quería ver a su bebé, quería tomarlo en sus brazos por fin, quería acariciarlo, pero también tenía miedo y estaba solo, porque aunque Masamune y Ritsu estaban con él, nadie lo rodearía con sus brazos y le daría aliento, nadie le diría palabras amorosas al oído, nadie lo apoyaría en la parte más difícil y cuando su bebé naciera, tampoco habría alguien que le dijera cuán orgulloso estaba o cuán feliz por la venida de aquel pequeño milagro al mundo.

 

Una contracción anunció su llegada en las pequeñas gráficas del aparato que aferrado a una gruesa correa rodeaba su vientre y monitoreaba todo el proceso. Apretó los dientes hasta casi romperlos y se esforzó con toda la fuerza de voluntad que le quedaba en aguantar. Estaba solo,  ¿y qué? Así eran las cosas, no podía amilanarse, no podía. Él, estaba muy lejos, así eran las cosas y lamentarse no lo cambiaría.

 

 

Un gemido escapó de su boca apretada, Ritsu quiso acercarse y confortarlo pero Yokozawa cerró los ojos y apretó las manos estrujando entre ellas la sábana. No necesitaba a nadie y no quería que sus amigos sintieran lástima por él, estaba lleno de dolor físico, pero también dolía su alma, su corazón.

 

 

 El espasmo duró unos segundos interminables, sus manos blancas y temblorosas se fueron relajando al ir pasando el dolor. Sintió a su bebé moverse un poco más profundo en su pelvis. El momento estaba cerca no había tiempo para lamentarse.

 

—Ritsu —murmuró entre un suspiro de cansancio. El aludido acudió rápido a su lado— Ve a casa, tienes que alimentar a Takeshi y este no es sitio para un bebé.

 

 

Ritsu sabía lo difícil que era aquello, pero él había tenido a Masamune a cada momento del largo camino. Entendía a Yokozawa, pasar por eso solo no debía ser fácil, pero entenderlo y dejarlo solo no iban de la mano y eso no era negociable.

 

—Escúchame y escúchame bien porque no lo repetiré. —Le dijo más serio de lo que Yokozawa o el propio Masamune lo habían visto jamás— No me voy a mover ni un segundo de tu lado así te conviertas en el mismo demonio. Takeshi se irá ahora con unas enfermeras amigas de Masamune, lo cuidarán en el nido y yo me quedo contigo, ¿está claro?

 

Masamune sonrió.

 

—No vamos a dejarte solo, Takafumi —corroboró Masamune mirando a Yokozawa con ternura, mientras tomaba la mano de su esposo amorosamente.

 

 

Takafumi asintió conmovido y la maquinita comenzó a pitar levemente anunciando una nueva contracción. Pero, a pesar de que el dolor era intenso, esta vez fue más fácil sobrellevarlo porque Ritsu apretaba su mano y Masamune refrescaba su frente con un paño húmedo dándole ánimo con su voz suave y consoladora.

 

 

Tal vez después de todo no estaba solo.

 

*******

 

 

El calor de Londres aquel día contrastaba paradójicamente con el gris acerado que engalanaba el cielo. El taxi que tomó en el convulsionado aeropuerto lo paseó por paisajes impresionantes que en algunos momentos lo hacían sentir nostalgia y otras veces le daban cierto aire de optimismo.

 

 

¿Cuántos de aquellos pintorescos lugares habría visto Takafumi?

 

 

¿Habría estado pensando en el cuándo emprendió ese mismo camino, meses atrás?

 

 

¿Aún lo amaría?

 

 

¿Lo estaría esperando?

 

 

—Te he extrañado tanto, espero que no sea tarde para nosotros — murmuró quedito mirando las nueves grises y el paisaje romántico de la nublada Londres.

 

 

Se encontró frente a un enorme edificio de porte antiguo y elegante. Conseguir esa dirección no fue fácil, le costó días de extenuante investigación hasta que logró dar con el director del hospital que en ese momento se encontraba de viaje. Al hombre no le gustó mucho que interrumpieran sus vacaciones, pero accedió no sin reticencia a dar la última dirección conocida que tenía de Yokozawa Takafumi.

 

 

Así fue a parar a Londres, sin casi planearlo y con la ayuda cómplice de sus padres que se quedaron encantados con Hiyori. A su niña le había hablado mucho de cosas que solo podían entender los adultos, pero que ella había digerido con una encantadora madurez.

 

 

—Quiero que seas feliz papi, eso era lo que mami también quería y si ella te pidió que le hicieras esa promesa, entonces busca a esa persona y sé feliz, yo estaré aquí esperándote.

 

 

Las palabras valientes y tan maduras de su pequeña princesa le dieron el impulso que le faltaba.

 

 

Cuando subía por el ascensor sentía que el aliento apenas le alcanzaba y ¿si ya no vivía allí? ¿Qué pasaba si no quería recibirlo? ¿Qué, si ahora vivía con otra persona?

 

Se ordenó poner su mente en blanco y pasar los minutos que le faltaban bajando el alocado latido de su corazón.

 

Tocó varias veces, unos segundos después de estar parado frente a la blanca puerta reunió el coraje suficiente para hacerlo. Unos minutos más tarde estaba frustrado, no había nadie allí y eso no hacía sino acelerar su desazón.

 

De pronto una anciana se asomó desde la puerta del apartamento de al lado, mirándolo de malas pulgas, quizás por el escándalo que había hecho al tocar el timbre.

 

 

—May I help you? —preguntó la mujer suspicaz.

 

 

Kirishima estaba tan ansioso que apenas recordaba su inglés oxidado.

 

—Yes, I apologise for the noise. I`m looking for the home owner. —respondió lo mejor que pudo esperando darse a entender.

 

—Mr. Masamune and his husband aren—t here. They left hours ago with Mr. Takafumi. Are you a friend of Mr Masamune?

 

 

Eso lo había entendido, un tal Masamune vivía allí con su esposo y también Takafumi. Esperanzado, continuó indagando.

 

 

—I am friend of Mr Takafumi. I have come from Japan to visit him.

 

 

Ansioso esperó que la mujer le dijera si Takafumi en efecto vivía allí, de lo contrario le pediría su dirección, pero no estaba preparado para la información que ésta iba a darle.

 

 

—It was so nice of you to come, they are in the Hospital. Mr. Takafumi is going to have the baby.

 

—Tell me which Hospital they`re in, please —preguntó con apenas voz, ansioso por tener esa información y correr como alma que lleva el diablo hacia su destino.

 

 

Cuando ésta finalmente le dio el nombre del hospital, no dejó que la mujer le dijera nada más, corrió hasta el ascensor y solo pudo recobrar el aliento cuando llegó a la bulliciosa calle. Imágenes lo asaltaban, ahora entendía, ahora lo entendía todo.

 

Detuvo un taxi con frenética necesidad dándole orden al hombre de llevarlo al Royal London Hospital. Él lo había juzgado por irse de nuevo, pero ¿cómo no iba a hacerlo? Estaba protegiendo a su hijo, estaba alejándolo de todo aquel dolor, dolor que él y Sakura le habían causado. Aunque no se lo hubiese dicho él lo sabía ahora. Tenía la certeza plena de que iba a ser padre. Takafumi, la persona que amaba, que siempre amó, estaba a punto de darle un hijo.

 

 

 

“Ojalá no haya nacido aún. ¡Cielos! quiero ver a mi hijo nacer”

 

 

 

Rogó en su mente mientras el taxi lo acercaba más y más a lo que sería el final de una dolorosa historia y el comienzo de una vida que debieron vivir hace mucho.

 

 

Masamune se había ido hacia un rato a hacer sus rondas. Yokozawa lo estaba manejando todo mejor que en un principio, a pesar de que el dolor a cada momento se volvía más inclemente. Ritsu no se había separado un segundo de su lado, apoyándolo en los momentos más difíciles y aliviándolo con palabras dulces cuando Takafumi sentía sus fuerzas mermar.

 

 

—Por lo menos tú no tuviste que pasar veintiséis horas en este suplicio. —protestaba Ritsu mientras masajeaba cuidadosamente la espalda dolorida de Takafumi.

 

 

Yokozawa sonrió en medio de un suspiro de alivio, el masaje de Ritsu atenuaba la presión dolorosa en su espalda.

 

 

—Masamune no sabía si ayudarte cuando empezabas a gritar o lanzarse de algún puente —recordó Yokozawa sonriendo.

 

 

Ritsu rió también, recordando lo frenético que estaba su esposo ese día.

 

 

—El pobre, hasta el último día le dimos guerra mi hijo y yo.

 

 

Alguien tocó la puerta y entró sin esperar respuesta.

 

 

—Hablando de revoltosos —masculló Takafumi al ver el rostro acalorado de la enfermera que entró.

 

—Señor Ritsu —dijo la mujer un poco azorada— Su hijo no quiere comer y no para de llorar, ha hecho un berrinche tan grande que alborotó a todos los bebés del nido.

 

Ritsu se cubrió el rostro con la mano, en parte avergonzado y en parte divertido por las travesuras de su pequeño y terco diablito. Miró a Yokozawa con disculpa, no quería dejarlo solo, pero tampoco podía dejar que su hijo siguiera atormentando a medio hospital.

 

—Anda... vete. —Lo conminó Yokozawa— Trata de calmar al pequeño tirano y luego regresas, este bebé no va a salir aún de aquí.

 

 

Takafumi acarició su vientre y Ritsu le sonrió tiernamente.

 

 

—Volveré en unos minutos. —Le prometió con dulzura y salió seguido de la enfermera que mostraba un verdadero alivio en su rostro.

 

 

 

 

Zen llegó al hospital y caminó como loco por los amplios pasillos, cuando por fin encontró el puesto de información, los nervios le impedían expresarse bien en inglés. A mucho intentar calmarse logró comunicarse debidamente y en unos segundos subía el ascensor directo al área de maternidad.

 

Había unas cuantas enfermeras rondando el lugar, pero él ya tenía un número, habitación 701. Parado frente a la puerta respiró profundo y despacio giró el pomo para abrir.

 

 

Yokozawa se había girado de lado dándole la espalda a la puerta, en aquella posición sentía menos presión en su espalda ya que su barriguita descansaba sobre una almohada colocada bajo ésta.

 

 

—Regresaste rápido —murmuró entre jadeos, pues acababa de pasar un contracción, pensó que el que había entrado a la habitación era Ritsu— ¿Podrías darme un poco de agua? Creo que esta última contracción es la más fuerte que he sentido.

 

 

Tenía los ojos cerrados cuando el vaso de agua fría se posó en sus labios. Gimió con alivio al sorber un poco del refrescante líquido.

 

—Gracias. Estoy tan cansado —murmuró quedamente— ¿Cómo dejaste al pequeño diablito?

 

 

Zen estaba mirándolo maravillado, estupefacto, emocionado, feliz. Ni siquiera podía hablar y cuando Yokozawa abrió sus ojos, extrañado de que Ritsu no le respondiera, no daba crédito a lo que estaba viendo.

 

 

— ¡Tú! —espetó con una mezcla de asombro, miedo, dolor y sí, también amor. — ¿Qué haces...? ¡Ahhh, maldición!

 

 

Yokozawa gimió profundamente, tensando las piernas mientras en su pelvis podía sentir el descenso del bebé.

 

 

—¡Mierda, está sucediendo... esto está pasando! —gritó entre jadeos, para luego golpear con saña el pecho de Zen que lo había abrazado sin pensarlo siquiera— ¡Tú no debes estar aquí, no debes! No quiero que estés aquí, no hoy, no ahora ni nunca.

 

 

 La contracción alcanzó el pico más alto y Yokozawa cesó de luchar. Su cuerpo atravesó el dolor llevándolo hasta casi desfallecer. En aquel estado letárgico entra la inconsciencia y la lucidez solo podía escuchar la voz de Zen.

 

 

—Yo tenía que estar, siempre tuve que estar aquí, contigo, a tu lado, para ver nacer a mi hijo, para llorar por el hijo que perdimos. Para pedirte perdón por las mil veces que te fallé, para amarte como siempre debió ser. —Zen humedeció el rostro de Yokozawa con besos y con cálidas lágrimas, lo sintió relajarse y a lo lejos escuchó el pitido de la máquina anunciando que la contracción se había ido.

 

 

—Vete —murmuró Yokozawa con la voz ronca por los sollozos que tenía contenidos, pero no había ninguna convicción en aquella palabra susurrada, porque lo cierto es que no quería que se marchara. No le importaba si el mundo después se derrumbaba. Ahora, en ese momento, él estaba allí y eso era lo único importante.

 

 

—Nunca más. —Le aseguró Zen sentándose a su lado, mirándolo con un infinito amor— No volveré a irme jamás.

 

—Ella...

 

—Shhhh, no lo digas, no ahora, no en este momento. —Le rogó Zen— El ahora es solo tuyo, mío y de él o ella.

 

 

Yokozawa sintió que algo tibio recorría sus mejillas, sabía que no iba a poder contener por más tiempo las lágrimas y menos ahora que Zen acariciaba su vientre desnudo, mirándolo con tal amor que la magnificencia del infinito universo se quedaba chiquitita al lado de la grandeza de aquel amor.

 

Zen limpió dulcemente y con besos las cálidas lágrimas y las manos de ambos se entrelazaron sobre el vientre desnudo. Se miraron por eternos segundos como si el tiempo se hubiese detenido. Tanto que decir, tanto dolor que superar, tanto amor que recuperar y tanta vida que tenían por delante.

 

¿Era tiempo de reproches?

 

¿Se debería desperdiciar aquella preciosa oportunidad con rencores, con malos recuerdos?

 

—No sabes cómo te he extrañado. —Le dijo Yokozawa aceptando que aquel momento era de ellos, era el momento que le habían robado y no valía la pena sentir otra cosa que no fuera amor.

 

 

Zen acarició su rostro y lo besó despacio. Con el corazón cargado de esperanzas, de sueños, de una profunda adoración.

 

 

—Imagino que tanto como te he extrañado yo, —murmuró entre besos— pero aquí estoy y te prometo Takafumi, no voy a irme jamás.

 

 

El pitido de la máquina volvió a hacerse presente y la frente de Yokozawa se perló de sudor, se esforzaba en controlar su respiración mientras Zen sostenía su mano hablándole dulcemente.

 

 

“Ya no estoy solo”

 

 

Pensó Yokozawa lleno de alegría a pesar del dolor.

 

 

Unos minutos después llegaron Ritsu y su esposo, después de unas cortas explicaciones que se vieron forzadas a ser rápidas por la escasa distancia entre contracciones, Masamune anunció que el momento había llegado.

 

Después de eso, todo ocurrió muy rápido.

 

 

—¡Maldición, otra! —gritó Yokozawa.

 

 

—Sólo respira y empuja Takafumi, no te rindas ahora, estamos muy cerca. —Le animaba Masamune metido entre sus piernas.

 

 

—Falta poco mi amor, sopórtalo un poco más. —Le pidió Zen con dulzura, mientras frotaba el vientre de Takafumi cariñosamente.

 

 

 Takafumi ahogó un sollozo, asintiendo obedientemente. La sensación era demoledora, todo su cuerpo estaba tenso, dolorido, sudado. Sus ojos se abrieron bruscamente cuando la siguiente contracción lo llenó con saña.

 

 

 —¡Ahhhhhh!

 

 

Empujó duro, gritando con todo el aire de sus pulmones.

 

 —¡Eso es, ya está casi aquí, sigue empujando, está coronando! —Lo conminó Masamune alegremente.

 

 

— ¡Entonces sácalo, maldita sea! —gritó Yokozawa, retorciéndose mientras empujaba con la poca fuerza que le quedaba.

 

 

Masamune soltó una alegre carcajada que solo se vio opacada por el llanto estridente del bebé que acababa de llegar al mundo.

 

Ritsu, que había permanecido en silencio y grabando todo aquello, rió feliz.

 

 

 

— ¡Lo sabía, es una niña!

 

 

 

  Yokozawa no podía creer que por fin había nacido y la recibió en sus brazos toda húmeda y llena de sangre, pero ni aun así dejó de pensar que era lo más hermoso que había visto.

 

 

—Te amo. —Le dijo Zen besando su frente y luego besó la de su hija, mirándola con amor.

 

 

Ninguno podía creer aquel milagro.

 

 

 

Mucho más tarde, con la dulce muñeca durmiendo en una pequeña cunita a lado de sus papis, Zen y Yokozawa conversaban bajito para no despertar a su hermoso ángel.

 

 

—Nunca pensé que estuviera enferma —murmuró Yokozowa sintiéndose un poco culpable de cómo terminaron las cosas entre ellos.

 

 

Zen lo besó despacio intuyendo sus pensamientos.

 

 

—No te sientas culpable mi amor, tanto ella como yo fuimos muy culpables de todo lo que pasó.

 

Yokozawa suspiró recostándose en el pecho de Zen. Ya había decidido dejar todo aquello atrás, ¿para qué lamentarse de lo que ya había pasado? Ella estaba muerta y con ella se había ido todo su rencor. Después de todo lo que le había relatado Zen, supo que ella también había sufrido, arrepentida y lamentablemente sintiendo que Zen jamás la correspondería.

 

 

—¿Cómo es ella? —preguntó imaginando a la pequeña Hiyori.

 

—Hermosa. —Le respondió Zen dándole un largo y dulce beso— Y te va a amar, ya verás. Ella, la pequeña Noa, tú y yo, vamos a ser muy felices.

 

 

Regresar a Japón no fue tan difícil como pensó. Sí le dolió dejar a sus amigos en Londres, pero ellos prometieron visitarlo. Además Zen tenía su vida en Tokio y él debía estar donde su esposo estaba.

 

 

 

Sí, se habían casado unos días antes de volver a Japón. Una ceremonia sencilla y muy romántica. Hiyori había viajado para conocer a Yokozawa y a su pequeña hermanita, el flechazo había sido instantáneo, no había servido de nada preocuparse, aquel amor estaba destinado a ser perfecto.

 

 

 

Una mañana, Yokozawa dejó a sus hijas con Zen pues el viaje que tenía que hacer, debía hacerlo solo.

 

 

Sobre la tumba de impecable mármol colocó un ramo de flores de Sakura.

 

 

 

—Sé que te gustaban —murmuró, llorando libremente.

 

 

Se sentó sobre la verde grama y miró el firmamento que reverberaba en un azul intenso. Era un día para la reconciliación, un día para perdonar y seguir adelante.

 

 

—Creo que mi enojo contigo solo duró un momento —susurró acariciando la blanca lápida— Te amaba, a pesar de todo yo te amaba, fuiste mi amiga, mi hermana, mi luz en muchos momentos de oscuridad. No necesitabas mi perdón Sakura, hacía mucho que te había perdonado. Siento que tu vida preciosa se extinguiera y siento, no sabes cuánto, el no haber podido despedirme, pero Hiyori es una parte de ti y te juro que le daré todo el amor que tú le hubieses dado.

 

Yokozawa miró la lápida unos segundos, elevando una pequeña plegaria. Depositó un beso en sus dedos y acarició el blanco mármol, el último beso, el último adiós.

 

 

—Adiós mi pequeña flor. En nombre de ese amor, el amor que le profesaste a él, el amor que yo le profeso, añado mi promesa a la que le hiciste jurar a él. Te prometo que seremos felices.

 

Cuando caminó alejándose de aquel lugar, el viento se arremolinó acariciando los pétalos suaves de las sakuras que adornaban la blanca tumba.

 

 

Una alma se alegró ese día de conseguir su camino después del perdón y otra emprendió el camino de regreso al hogar donde los seres que amaba le esperaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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