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Satán Imperial por Whitekaat

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Notas del fanfic:

Esta escena no es fiel a la del anime lo sé, pero no sabía como hacerla funcionar siendole fiel a la serie espero me perdonen por ese detallito u.u

Notas del capitulo:

Bueno traigo otro one-shoot para fomentar la pareja(?),mientras sigo ideando el temario para mi otra historia, y no podía avanzar si no escribía esto antes, en un principio iba tener lemon, pero aun no me siento mentalmente preparado para hacer la idea que tengo en mente, quizas lo haga en otro one-shoot *probablemente si lo hará*

bueno eso saludos y espero les guste bye bye.

SATÁN IMPERIAL

 

Era la técnica preferida del patriarca, la favorita de Arles pero no obstante no de Saga, porque Saga no era Arles y Arles no era Saga formaban parte de un todo pero nunca se mezclaban, sólo convivían entre ambos sabiendo la existencia del otro, uno como parasito aprovechándose de un huésped, un parasito que en este caso no sólo hace daño al hospedero si no que también a todos los demás que caían bajo la cruel mano del patriarca del santuario.

 

En esta extraña comunidad interna la cual llevaba el caballero dorado de Géminis y patriarca del santuario de Atenea a pesar de que no se mezclaban ambos sabían todo el uno del otro, sueños, pensamientos, ideas, gustos y aquella maldad que en Arles estaba más que a flor de piel. En un principio luchaban por el poderío de la conciencia pero con el tiempo se fueron turnando ya que ni Arles ni Saga podían conseguir un poder absoluto.

 

Mientras Saga estaba presente lloraba y rogaba perdón por sus pecados, intentaba aplacar la obscuridad que su otro yo había creado, pero si no podía  ni si quiera  controlar su vida y conciencia no se sentía capacitado aun para una lucha interna y una redención, y mientras que Arles estaba presente era más y más Arles cada vez que aparecía, Saga sabía un obscuro secreto él y Arles sabía un obscuro secreto de Saga ya que corazón y cerebro eran el mismo  toda información se guardaba en un solo lugar al cual ambos tenían un acceso libre y sin restricción alguna.

 

***º***

 

Aioria era impetuoso, valeroso, justo, valiente y devoto, pero no devoto a él, una máxima autoridad. Cuestionó el que su hermano fuese un traidor y probablemente aun lo hacía, al hablar dejaba entrever dudas en las palabras que él mismo proclamaba, era incluso capaz de mirarlo sin respeto alguno en muchas ocasiones, pero lo que más odiaba de Aioria era el que fuese capaz de llevar la contraría de sus palabras y debatiera sus ordenes.

 

Eso era lo que odiaba Arles con todo su interior, pero eso era lo que a Saga le encantaba, ver aquellas chispas emanar de los ojos del otro lo hacía feliz, con cada mirada de odio, con cada reclamo, duda, exclamación y ese fascinante desplante al no rebajarse frente a otro colocaban a Aioria de Leo como un ángel, un salvador, el único ser capaz de acabar con aquel dolor interno que Saga sentía.

 

Arles sabía como Saga miraba a ese “mocoso” y al mismo tiempo sabía que sentimientos estaba desarrollando el otro antes de que él mismo supiera, admiración, esperanza, amistad, empatía, cariño y amor, porque de eso si estaba seguro el patriarca, su otra parte se había enamorado de su único enemigo en el santuario, aquello lo asqueaba, lo molestaba y muchas veces enfurecía ya que le recordaban a aquellos mismos sentimientos que Arles estuvo a punto de sentir por el caballero que él mismo mandó a matar.

 

Aioros era un obstáculo para él, pero al mismo tiempo quería que fuese aquel enemigo eterno, aquel enemigo que siempre estaría ahí, para destruirlo una y otra vez, para aumentar su ego, para quebrarlo, para reducirlo a cenizas y al otro día volver a jugar al mismo juego, pero no fue así, no titubeó en pedir su cabeza, no titubeó en destruir su reputación en el santuario, porque así era el odio de Arles por el caballero de Sagitario un odio en el cual muchas veces se colaban tonos de amor.

 

***º***

 

Ahora aquel dorado venía reclamando, exigiendo explicaciones, dudando de su palabra “la verdadera Atenea no está en Grecia, está en Japón”, aquel sujeto quería echar abajo años de trabajo, destruir todo lo que había planeado y pensaba planear, pero el patriarca era un hueso duro de roer y el castaño como hermano de Aioros debería entender que la palabra del patriarca es la ley, y todo aquel que desobedecía tenía dos opciones, desaparecer o perder su voluntad.

 

El patriarca se relamió los labios, desaparecer a un dorado sería muy engorroso, pero tener un muñeco que hiciera todo lo que le ordenara le parecía no sólo más interesante sino que mucho más agradable.

 

Aquella luz salió de su dedo atravesando la cabeza del león en cuestión de segundos su mirada había perdido brillo y pasaba a ser de un tono rojizo, permanecía en la misma posición y eso le dio a entender que su técnica favorita había resultado, tenía a un león hecho un gatito, tenía a un poderoso guerrero que haría lo que le ordenara, pero que a la  vez estuviese conciente de todas las fechorías que se le mandarían a cumplir.

 

El castigo perfecto.

 

Arles sentía el descontento de saga reclamando por salir, deseando separarse de él, acabar con su existencia de parasito y toda aquella ola de emociones de su otro le causaba risa y hasta en cierto punto lástima.

 

Pero el patriarca no contaba con la determinación del gemelo de salir a flote, con la determinación de controlar su cuerpo, el patriarca se retorció de dolor contra el suelo, sintió como todo su interior era desgarrado, como taladraban su cabeza, como su garganta de agrietaba a pesar de que todo seguía intacto y como el gris de sus cabellos se teñían de un añil puro.

 

Saga estaba molesto, molesto y herido.

 

Retomó el control de su cuerpo a duras penas, el también sentía aquel dolor que él mismo se había provocado, se removió en el suelo, jadeando, gritando, mientras que de sus azulados ojos caían gotas de agua salada.

 

Se despojó de todo lo que el patriarca significaba, la mascara, la túnica dejando ver a aquel frágil e inestable hombre llorando sobre un hombro dorado, llamándolo, gritándole que no se dejara vencer, que él debía ser su salvador, que el le traería la felicidad que tanto anhelaba.

 

Pero solo los sonidos de su voz retumbaban sobre las paredes del templo, Aioria no decía nada, no se movía, era lo que Arles siempre quiso del caballero de la quinta casa un maniquí sin vida, un hombre sin voluntad incapaz de reclamarle algo a su autoridad y a su patriarcado.

 

— Perdóname— Saga con sus ojos enrojecidos, con hilos de lágrimas cayendo por su blanca piel pedía un perdón que no sería correspondido. El geminiano colocó sus manos en las mejillas, sintió la anatomía y la forma del rostro del otro, los huesos de pómulos y mandíbula marcados, el rasposo roce una barba que comenzaba a crecer, el intenso calor que aun emanaba el cuerpo de Aioria y todo aquello lo sedujo, lo sedujo aun más de lo que ya estaba, unió sus labios con los del otro, le entregó su corazón al otro en un solo beso.

 

Pero Aioria no abandonó su trance, Aioria no salió del letargo, no se liberó del poder del patriarca y con ello Saga perdió toda la esperanza que le había brindado la presencia del caballero de Leo.

 

Fin.


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