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El Sacrificio por Whitekaat

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Notas del fanfic:

Fic realizado para el evento What if... del foro Saint Seiya Yaoi

Notas del capitulo:

Dedicatoria: a los que le comienza a gustar la pareja 

Escena:En la serie clásica cuando Aioria aparece en el templo del patriarca tras la pelea con Shaka.

Comentarios adicionales: me siento avergonzado por terminar escribiendo esto para el evento, pero bueno no fue mi culpa, casi se escribió solo.

PD: no es violación como tal... pero digamos que para allá va la cosa.

  EL SACRIFICIO



El brillo rosáceo cubría sus ojos despojándolos de todo brillo, sus manos yacían a los costados de su cuerpo, inmóviles, estáticas, sin intención de moverse; su cuerpo apenas respondía a la simple necesidad de respirar y deglutir saliva, sus cabellos habían dejado estar cubiertos por aquel negro ébano, eran azules, cada una de las fibras era de un azul intenso. 

Aioria se levantó de los escombros pesadamente había sido atacado y lanzado contra los pilares por el mismo patriarca y una intensa molestia se posaban en sus hombros, cuello y rodillas,  lo último que recordaba era su batalla con Shaka y que luego de aquello apareció dentro del salón del sumo sacerdote.

Vio al hombre de la mascara azul quedar inmóvil al medio del cuarto, su cabeza dolía y poco entendía de lo que sucedía, estaba en el templo de virgo hasta que una fuerza lo transportó  a aquel lugar, fue empujado con una arrolladora fuerza contra la pared de piedra y luego de aquello sólo escuchó un grito desesperado seguido una luz que iluminó el salón y de paso lo cegó. Caminó con sigilo, a paso lento y estando en guardia en todo momento, el ambiente era extraño, el templo del patriarca guardaba secretos que él nunca se atrevió a indagar, la atmosfera del lugar era pesada como si ella siempre estuviese cargada de una energía negativa, pero algo como eso debía ser imposible, sobre todo para un lugar en el cual el sumo sacerdote descansaba.

***º***

Ares nuevamente tenía el control de él y para su mala suerte el caballero de Leo deseaba interponerse en los planes de aquella oscuridad que albergaba su corazón, sintió miedo al saber lo que Ares quería para el joven castaño, temió que él mismo lograra su cometido, porque el cruel patriarca no quería al león interfiriendo, metiendo su nariz en sus asuntos, su maldad quería fuera a Aioria de leo, al igual como quiso fuera al caballero de sagitario.

Pero Saga no podía permitirlo, no otra vez, no podía destruir más a aquella familia, lo que estaba a punto de hacer era un sacrificio, pero era algo que debió hacer hace mucho tiempo, no iba dejar que acabaran con Aioria, se lo debía a Aioros, se lo debía a sí mismo, se lo debía al menor por mostrarle que siempre va a existir alguien se opondrá a la obscuridad y enfrentará al mal costara lo que costara, el gemelo pensó que quizás admiraba al león, pero se sorprendió al pensar que quizás era más que eso, algo que había crecido en el desde el momento que le entregó su armadura dorada, lo envió a su primera misión, las veces que lo mandó a llamar para conversar sólo para ganarse su confianza, ahora descubría que no era confianza lo que él quería de Aioria de Leo, si no que otra cosa que tal ves nunca pudiese obtener.

De su mano salió aquella luz dorada, la cual atravesó su frente, era casi una especie de suicidio si lo pensaba, su libre albedrío fue sellado por sus mismos poderes, la técnica “Satán Imperial” acabó con su libertad sumiéndolo en la eternidad de una prisión la cual ni él y ni Ares podrían escapar.

***º***


— ¿Patriarca Arles, se encuentra usted bien? —nada, el  hombre no respondía a su cercanía, es más incluso parecía en un trance, lo llamó una, dos e incluso una tercera vez y este seguía sin responder a sus llamados, algo fuera de lo común ocurría, se preguntó como sería el rostro del patriarca, aquella mascara azul que lo cubría nunca le había permitido observar su rostro y probablemente nadie en el santuario lo había logrado.

Aioria se detuvo a observar cada detalle en el hombre, la ornamenta roja que cubría su cabeza y las hombreras que llevaban el mismo color, de las cuales se desprendían aquella pesada capa de tela que cubría por completo el cuerpo que se encontraba bajo de esta, escondiéndolo de los demás, el castaño por un momento se preguntó si es que el sumo sacerdote tenía algo que esconder del mundo y la intriga se apoderaba aun más de él. Quería conocer los secretos que guardaban el pesado traje del hombre a al cabeza del santuario, conocer la verdad con sus propias manos.

Quitó los collares que adornaban su imagen, despojó al hombre del pesados y enrojecido metal que adornaban su pecho, hombros y cabeza y Aioria en ese momento descubrió que existía algo mucho más grande de lo que se imaginaba, su memoria no podía ser tan frágil, recordaba muy bien de que color solía tener el cabello del hombre que se encontraba aun inmóvil, eran grises, nadie lo podía engañar, grises como el color de las cenizas, grises como el color de la piedra pero estos no tenían aquel peculiar color de la vejez y la sabiduría, no, el color era azul, azul añil como el color de cuando el cielo está a punto de oscurecerse.

Ahora que la capa no existía podía apreciar la figura que se escondía bajo aquel color blanco, un tipo de cuerpo más bien esbelto, que era cubierto por una túnica azul que parecía ser demasiado grande para el que lo usaba, nacía desde el cuello y terminaba hasta arrastrar el suelo, el castaño se fijo en algo peculiar del sumo sacerdote, sus manos, ese pálido tono de piel que contrastaba contra el obscuro color del ropaje, la tomó entre sus manos ya sabiendo que esto nada provocaría en la persona que se encontraba a su costado, el dueño de toda su momentánea atención, por que así estaba Aioria, intrigado, sorprendido y totalmente atento a todo lo que el patriarca le pudiera mostrar, a todo lo que le revelaba con el simple hecho de no moverse.

No era solamente pálida, no, era grande, suave, tersa y delicada, poco a poco la imagen del patriarca Ares se comenzaba distorsionar en su mente, la imagen de un hombre adulto mayor, de cabello canoso, rostro arrugado, fragilidad física, sonrisa seria y muchas veces despiadada se desmoronaba poco a poco con cada cosa nueva que descubría, pero había algo más que necesitaba ver, ya no sólo se encontraba interesado, por la verdad, ahora estaba ansioso e incluso excitado por la situación, necesitaba saber  si la piel bajo aquella tela azulada se asemejaba a la de sus manos y lo necesitaba con suma urgencia.

Así lo hizo movido por su deseo y la lujuria que ahora había descubierto en él, despojó el hombre de la ropa que lo cubría dejándolo sólo en ropa interior, el castaño mordió su labio inferior al ver lo que se escondía bajo el lino y el algodón, palpó el abdomen sin recato, los costados de su tronco, pasó su manos por los glúteos del otro estrujándolos con fuerza, su boca se dirigió hasta el blanco cuello y lo mordió esperando oír un quejido que nunca llegó. Restregó su entrepierna abultada contra el muslo del otro, Aioria se debatía entre lo correcto y su incipiente deseo el cual le ganaba por mucho a su moral en aquellos momentos, necesitaba más del cuerpo del sumo sacerdote, pero derepente recordó algo que por alguna razón había pasado por alto, aun no conocía el rostro a quien le pertenecía el desenfreno sexual que había provocado en él.

La mascara azul era lo último objeto que quedaba, el último secreto que faltaba por descubrir, su manos temblaban entre una mezcla de ardor  y deseo, quitó la mascara para sorprenderse por lo que había bajo ella, entendía porqué el cabello azul, la piel blanca y entendía porqué el patriarca siempre se escondía, siempre había sido Saga, aquel que cambió las reglas del santuario, aquel que llamó a su hermano un traicionero, todas y cada una de ellas había sido el hombre que se encontraba frente a él, llenándolo de ira y excitación.

Humillaría su cuerpo, lo vulneraría, lo magullaría y quebraría en mil pedazos si era necesario, haría con el cuerpo de Saga de géminis lo que a su mente se le ocurriera, lo que a su cuerpo se le antojara, descargaría su odio y su deseo entre los glúteos y boca de géminis que era lo que más deseaba en esos momentos.

Aioria ya conocía el secreto del templo del patriarca, que dentro de sus paredes se escondía un mentiroso, un traicionero y un muñeco sin voluntad con el cual podría jugar.

 

 
Notas finales:

No me odie :'3


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