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Después de él por Eiri_Shuichi

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Notas del capitulo:

¡Se acabó!, esta extravagante catarcis finalmente termina y, bueno, no revive a los muertos, pero de algún modo creo que sirve.

Mucho de la demora, que no le ha quitado el sueño a nadie, es que se me ocurrió hacer otra historia breve que al final me demoró, se me cruzaron las ideas y hasta ahora cada una se acaba, como debe de ser.

No me queda más que afirmar a mi amigo, donde sea que esté ahora, que siempre lo voy a querer y espero que su vida haya sido feliz. A lo mejor y con suerte aprendí algo de él.

VI

 

Pasar de la soltería a un relación no debía ser complicado, o al menor Ricardo no recordaba que lo hubiera sido con «él» y por ende no iba a serlo con Francisco. En teoría.

Cuando pensaba las cosas fríamente, sin tratar de ser optimista, aquello tenía tanto sentido como suponer que en verdad "un clavo sacaba a otro clavo" de la manera más literal y hasta donde le indicaba su lógica, lo único que se podía conseguir con esa dinámica era empeorar las cosas.

Era feliz al lado de Francisco, lo amaba y las cosas iban bien, pero existía un "algo" que retorcía todo en su cabeza hasta volverlo maligno, o de menos incorrecto.

Había vuelto a su antiguo trabajo de oficina con la ayuda de Héctor, quien a menudo estaba al pendiente de que no se sintiera perturbado por el radical cambio, al punto de ser excesivamente sobre protector y no podía quejarse, porque en el fondo estaba infinitamente agradecido y sentía que ese apoyo le era indispensable. Readaptarse le parecía aún más aterrador que empezar de cero pese al ambiente tranquilo que reinaba los pasillos de aquel edificio, las charlas amenas que entablaban sus compañeros y la dinámica que mantenía su mente ocupada, porque cuando recordaba que estaba fuera del terreno seguro de su departamento, rodeado de aquellos desconocidos, un miedo que rayaba en la fobia le estremecía.

Se estaba volviendo loco.

En más de una ocasión consideró seriamente buscar ayuda profesional, pero no se sentía listo para contarle su larga historia a un completo extraño solo para que le dijera que lo que necesitaba era afrontar sus límites. No, lo que el necesitaba era el apoyo de Francisco y Héctor, los únicos en quienes confiaba en ese momento.

Pero esas preocupaciones quedaban en segundo plano cada vez que volvía a casa y esperaba a la llegada de su pareja e iniciaba su rutina doméstica; era entonces cuando la sensación de estar dividido se acrecentaba dificultándole hasta sonreír, porque los recuerdos de esa relación finalizada tan abruptamente lo acosaba incansable y no podía poner pies ni cabeza a la situación.

Todo se resumía a un profundo y terrible sentimiento de culpa, porque mientras la persona a quien había jurado amar no era más que cenizas, él había encontrado a alguien más con quien compartía su vida.

—¿Te sientes bien?

La voz de Francisco rompió de súbito el trance hipnótico de sus pensamientos y al mirar sus ojos ámbar repletos de preocupación Ricardo se sintió insignificante, limitándose a sonreír y asentir con la cabeza.

—¿Qué fue lo que te dije?

—Francamente no tengo idea...

—Cada vez estás con la cabeza más en las nubes, ¿en serio te sientes bien?; si algo te preocupa puedes decírmelo

Ricardo no era tonto, sabía perfectamente la duda que invadía al más alto y tenía que ver con "su romance", porque temía la mayor parte del tiempo que se arrepintiera y con sobrada razón. Aquello solo empeoraba las cosas porque el sentimiento de culpa se extendía también hacia Francisco, que tenía la mala suerte de fijarse en alguien que claramente se iba desmoronando.

—Solo estoy cansado, no termino de acostumbrarme al ritmo de trabajo; no es lo mismo ser independiente que levantarse temprano e ir a una oficina

—Creí que Héctor te estaba apoyando

—Si no fuera por él no habría resistido a la primera semana. La verdad es que nunca me encantó la idea de estar rodeado de gente y en estos últimos años me volví ermitaño, todo parece nuevo y difícil

Se consolaba pensando que no le mentía del todo, porque definitivamente lo que decía era cierto, solo se limitaba a omitir los otros detalles que atosigaban su mente con la esperanza de que el pelinegro se diera por bien servido con su respuesta. Sin embargo siempre estaba la sospecha acompañada por el incómodo silencio de suficientes segundos para romperle el corazón, pero que justo antes de que rompiera a llorar finalizaba Francisco con algún gesto amable.

Se puso de pie abandonando el sillón donde llevaba tres cuartos de hora tratando de leer un libro de Stephen King antes de que Francisco apareciera diciendo algo que no podía escuchar. Un gran alivio lo invadió cuando se percató de que este iba directamente al refrigerador para sacar un par de cervezas frías, con las botellas de cristal bañadas en una humedad característica y sin grandes ceremonias comenzaron a beber. No era un hábito entre ellos, pero en ocasiones, cuando el más alto no parecía saber cómo terminar con una situación tensa recurría a una cerveza y el castaño estaba agradecido, porque eso era sinónimo de que la paz estaba a la vuelta de la esquina.

Retomó la lectura acomodándose esta vez al lado de su amigo en otro sillón escuchando como él tecleaba en la laptop con celeridad, haciendo algo que Ricardo no entendía, pero tampoco le disgustaba. Antes de que se diera cuenta ambos estaban absortos en sus propias cosas mientras disfrutaban de saber que el otro estaba a su lado, justo la clase de cosas que le permitían al más bajo pensar que las cosas estarían del todo bien, en algún momento.

—Rica, quiero preguntarte algo— la voz pausada de Francisco irrumpía el ambiente y a cambio obtuvo un sonido abstracto de su compañero que le daba a entender que lo escuchaba —¿no crees que es hora de que hables con tu familia?

Ricardo creyó escuchar algo quebrarse en su cabeza y temió que fuera la poca cordura que le quedaba. Daba la espalda a Francisco apoyándose ligeramente entre él y el respaldo del mueble, y sin cambiar de posición comenzó a temblar, el libro se le escurrió entre los dedos y contuvo el aliento por un instante. "Pánico" no alcanzaba a describir lo que sentir; no había palabras suficientes.

—Sé que te asusta, pero ya han sido muchos años...

—¿Quieres que les diga que estoy contigo? — cuestionó en un todo amargo

—No, lo que quiero es que les digas lo que pasó con «él»

—Eso no tiene importancia, se terminó

—No se ha terminado y lo sabes; tienes miedo hasta de visitar a tus padres, no has hablado con ellos ni una vez desde que te conozco y...

—No voy a hacerlo

—¿Por qué?

—No lo entenderían

—¿No entenderán que eras pareja de tu mejor amigo de la infancia o que te gustan los hombres?

—Solo cambiemos de tema

—Tienes que hacer esto Ricardo

—¿Por qué tendría que hacerlo?, él está muerto y no se gana nada diciéndoles lo que pasó

—Y por eso crees que es mejor esconderte de ellos hasta que te mueras

—¡Deja de meterte en cosas que no te incumben!

Saltó del sofá furibundo en dirección a su cuarto azotando la puerta para refugiarse de la mirada recriminatoria de Francisco.

Quería golpear las paredes y tirar todo por la ventana para desahogarse, pero la poca sensatez que le quedaba le decía que aquello solo empeoraría las cosas. Nunca imaginó que el pelinegro pudiera sacar ese tema en particular, incluso estaba seguro de haber sido suficientemente cuidadoso para que jamás supiera a ciencia cierta lo ocurrido con su familia, porque le resultaba indescriptiblemente doloroso, pues suponía enfrentar no solo a sus padres y esparcir tanto dolor le angustiaba.

Pasar de la soltería a un relación no debía ser complicado. Pero lo era.

Se quedó encerrado, ignorando al mundo entero más allá de su habitación, aguantando las ganas de buscar a Francisco, abrazarlo y fingir que nada había sucedido. Estaba mal acostumbrándose muy rápido a pasar cada momento a su lado, con las ventajas que incluía el ser pareja y no solo amigos, aunque la mayor parte del tiempo sentía que su relación apenas si tenía ligeras diferencias.

No estaba listo para procesar las circunstancias que se presentaban ante él y era demasiado cobarde para reconocerlo.

Sin más remedio pasó la noche cavilando, pensando en sus padres, en la familia de «él», en cómo los años se iban acumulando y más que nada en lo que podía suceder si hacía lo que Francisco le sugería.

Despertó en algún momento entre las tres y las cuatro de la mañana, sorprendido por la oscuridad tan profunda que parecía devorarlo, provocándole un escalofrío atroz. Encendió la lámpara de piso junto a su cama mientras se desperezaba, forzando los ojos para enfocar, hilando las ideas en su cabeza; evidentemente se había quedado dormido sin notarlo y era incapaz de ver a Rocco porque la puerta tenía seguro y no había forma de que Francisco lo dejara entrar. Tuvo la extraña sensación de que el can era una especie de hijo a quien él descuidaba, víctima de esos trastornos que a menudo le nublaban la mente.

Salió a la sala y se guió entre las sombras por las borrosas siluetas que lo rodeaban, pisando con sumo cuidado para no caer accidentalmente sobre el pobre animal que quizá yacía tendido sobre el piso profundamente dormido.  Llegó hasta la cocina donde pudo encender la luz sin miedo a perturbar a nadie. Cogió un vaso de plástico de la gaveta, lo llenó de agua y de tres sorbos bebió el líquido apaciguando un poco la terrible sed que sentía, pero entonces sintió un dolor en el estómago causado por el ayuno y sin mucho ánimo rebuscó hasta encontrar un tazón, los cereales que muy de vez en cuando comía y un cartón de leche sin abrir.

Comenzó a comer tranquilamente, escuchando los levísimos ruidos que reinaban; los escasos carros que cruzando la calle a toda velocidad, el recorrido de algún vecino que al igual que él se escabullía por la noche en su departamento, el choque de la cuchara metálica sobre el tazón y la agitación casi inaudible del refrigerador funcionando. Estaba solo.

Años atrás aquel universo nocturno le hubiera resultado indiferente, pero ahora todo parecía distinto, principalmente él. Había rentado ese departamento para compartirlo con alguien que al poco tiempo había muerto, y entonces mil ideas le cruzaron por la mente, varias de ellas volviendo como un incómodo recuerdo.

Existían cosas que no le contaba a Francisco y no quería hacerlo nunca, aunque eran pocas. Quizá la peor era una noche muy parecida a esa, poco tiempo después de que «él» falleciera, cuando todo carecía de sentido y más que tristeza lo agobiaba una profunda depresión; resultaba demasiado fácil tener ideas absurdas cuando uno se sentía tan mal y él no era la excepción. Todo se reducía a una ventana abierta, justo la que daba a la calle principal, suficientemente grande para salir por ella con un poco de esfuerzo. Solo tenía que acercar algún mueble que le diera altura, un pequeño impacto y la física haría el resto, porque existían fuerzas en la naturaleza que no podían frenarse. La altura no era mucha, apenas unos tres pisos, pero estaba seguro que si tenía suerte podía caer de la manera correcta y entonces su cerebro se desconectaría del cuerpo, dejaría de respirar; el resto era un misterio.

Se ruborizó de vergüenza por pensar aquellas cosas, incluso si era solo un recuerdo de algo inconcluso, de eso que no había llegado a hacer y de lo que en el fondo no se creía capaz. Y sin embargo la idea existía, en un punto no tan lejano de su pasado.

Dejó la cuchara caer en el tazón sin importar que la leche salpicara ni el sonido que producía el choque, era irrelevante.

—Voy a necesitar que me ayudes con esto

Pronunció aquellas palabras como una plegaria, aunque jamás había sido un hombre de fe, con la esperanza diminuta, apenas existente, de que su mensaje pudiera llegar a «él» y que, con suficiente suerte, sirviera de algo.

El tiempo se congeló erizándole la piel, mientras imaginaba que su pasado, como un cruel fantasma lo asechaba mientras se repetía una y otra vez "todo está en tu cabeza".

Dejó el cereal restante ya sin apetito, colocó el tazón en el fregadero mientras abría la llave para diluir la mezcla grumosa hasta finalmente decidirse a lavar el traste. No prestó más atención al ruido, convencido que ni Francisco ni nadie se le aproximaría, tomándose con calma la labor de enjabonar y enjuagar, sintiendo la presión del agua sobre sus manos. Cuando terminó se secó con un viejo trapo azul que tenía siempre en la cocina para ocasiones como aquella, dejándolo después con desinterés para salir de la cocina y entonces le pareció que la estancia estaba aún más oscura. Sin muchas ganas encendió la luz para evitar sufrir un accidente a esas horas, posando la mirada en cada uno de los muebles y, principalmente, en la única foto que habían dejado en la sala, donde «él» le acompañaba sonriente, el verano justo antes de ir a la universidad.

—Ni siquiera me he atrevido a pronunciar tu nombre, ¿cómo podría hacer frente a todo lo demás?

No hubo respuesta.

 

 

—¿Quieres que te prepare algo de desayunar?

Negó con la cabeza, absorto en los papeles que sostenía en las manos, leyendo atentamente palabra por palabra para asegurarse de que todo tuviera coherencia. No importaba cuanta experiencia tuviera, ni la seguridad en sus aptitudes, de algún modo los proyectos grandes siempre lo ponían nervioso y ese no era le excepción.

—Llevas dos días con eso, no creo que vayas a encontrarle nada nuevo

—Si hay algún error sería un enorme problema y Héctor me mataría

—Si hubiera algún error dudo que alguien se diera cuenta

—Es un contrato demasiado importante para correr el riesgo

Ricardo giró la vista y se encontró con la mirada ambarina y repleta de amor observándolo, mientras una sonrisa franca cruzaba sutil el rostro de Francisco delatando cuanto disfrutaba del simple hecho de estar a su lado, haciendo que le diera un vuelco el corazón.

—Tengo que irme al trabajo

—Claro, te veo en la tarde

—Deberíamos salir, comer fuera, tomar unas cervezas...

—¿Es una propuesta?

—Definitivamente, cuento con que llegues a buena hora, nada de quedarse en la oficina

—Es un trato

Se besaron. No había lascivia, sino ternura, un contacto sutil de compromiso.

Entonces vio a Francisco marcharse. Escuchó como cerraba la puerta tras de sí con más cuidado que ninguna persona que hubiera conocido jamás; uno de los tantos detalles que lo caracterizaban.

Pasaron casi treinta minutos cuando por fin se sintió satisfecho con la traducción del contrato, envió por correo una copia a Héctor y cogió las llaves para salir del departamento, mientras una sensación incómoda se instalaba en su pecho hasta el punto de volverse dolorosa.

Las horas transcurrían sin que aquello sin nombre lo abandonara, presionando hasta casi hacerlo llorar, con los nervios de punta, incapaz de estar tranquilo. Empeoraba todo el hecho de que Francisco no respondía el teléfono sin importar las veces que llamara y que se iban acumulando. Tenía miedo de siquiera pensar, porque su imaginación se desataba con las ideas más terribles.

Hasta que su propio celular sonó.

—¿Bueno?

—¿Ricardo?, habla Sara, la amiga de Francisco— la voz al otro lado de la línea era familiar, pero sonaba preocupada y solo conseguía asustarlo más —no sé cómo decir esto...

—¿Le pasó algo?

—Lamento mucho decirte esto pero— Sara pausó, obviamente derramando lágrimas que le dificultaban pronunciar las palabras —hubo un accidente y Francisco está en el hospital

Si el miedo de toda una vida podía sentirse en un solo instante, si podía volverse algo sólido y destrozar la mente, el corazón y el espíritu de un hombre, era la segunda vez que Ricardo lo sentía; era como un escalofrío absoluto en cada milímetro de su piel precediendo al golpe en el torso, justo a la altura del corazón, su voz disolviéndose y de pronto, sin comprender cómo, temblaba incontrolablemente, perdiendo todo control sobre su cuerpo.

El tiempo se volvió ridículamente lento, como si pudiera estirarse en sí mismo hasta ser infinito. Las personas a su alrededor, alarmadas de verlo caer al suelo como si fuese a desmayarse corrían cual coloridas y borrosas figuras a su alrededor y sus voces, apenas ecos lejanos, carecían de sentido.

Con mucho esfuerzo distinguió a su viejo compañero, a Héctor, con las facciones aterradas de mirarlo y solo pudo pensar que estaba agradecido con él. Mientras tanto el mundo entero se desquebrajaba.

Gritó como una bestia exigiendo que le devolvieran su celular cuya localización desconocía; no podía recordar si se había deslizado de sus manos, si lo había aventado o alguien lo tenía, pero estaba seguro de necesitarlo, porque en él estaba almacenado el número de Sara y solo ella podía decirle dónde estaba internado Francisco.

 

 

Dos días habían transcurrido y Ricardo, como un cuerpo vacío, permanecía inmóvil en su cama, con Rocco a sus pies observándolo y sollozando ocasionalmente.

En ese lapso había comido poco y dormido aún menos, dedicando la mayor parte de su tiempo a llorar, gritar y golpear paredes. Solo la certeza de que el can lo necesitaba para sobrevivir le permitía mantener la cordura pero temía que en cualquier momento no fuera suficiente.

Aquella tarde había corrido frenético hasta ser detenido por Héctor que buscando tranquilizarlo lo tomaba por los hombros para después llevarlo él mismo en su auto hasta el hospital y sin embargo todo era inútil, porque no podía ver a Francisco sin ser un familiar directo y ante los ojos del mundo eran apenas amigos.

Intentó razonar y rogar, sobornar y convencer, pero nada fue suficiente. Entonces no quedó más que derrumbarse entre las paredes de su departamento, al asecho de la locura que rondaba conquistando lentamente todo lo que antes le pertenecía.

Lo poco que sabía sobre el estado de su pareja era lo que Sara le informaba, que si bien tampoco podía visitarlo en persona, conocía al hermano mayor de Francisco y mantenía contacto. Él en cambio era una especie de sombre irrelevante.

Salió de la cama muy lentamente debido a la rigidez de su cuerpo, se colocó los primeros zapatos que encontró y con la ropa desarreglada colocó el gancho metálico de la correa en el collar de Rocco, que no mostraba su entusiasmo habitual por salir.

El recorrido por el parque fue pausado, con cada paso requiriendo un esfuerzo inconmensurable, hasta que el castaño se dio por vencido y se sentó en una de las bancas, son su compañero echado tranquilamente en el piso.

—Hola, no esperaba encontrarte

Al principio Ricardo no reconoció la voz e incluso le constó algunos segundos identificar el rostro cuadrado de nariz recta y los grandes ojos verdes de Diego que aparecía repentinamente irrumpiendo la lúgubre calma en que se encontraba.

—¿Cómo estás?

—Creo que es bastante obvio— respondió irónico pero sin malicia, con el sarcasmo que ya era inherente a él

—Sara me dijo que no has podido ver a Francisco; debe ser terrible

—Solo pueden visitarlo los parientes directos

—Eres su novio, deberían dejarte pasar

—¿Cómo lo sabes? — cuestionó asombrado, tratando de adivinar lo que fuera que lo delatara

—Era obvio; la noche de la fiesta no dejaba de buscarte como loco y tú lo veías como si tuvieras catorce años

—No creí que se notara tanto

—No estaba seguro, pero después él se veía más feliz y no tuve más que sumar dos y dos— Diego lo miraba tranquilamente con sus inmensos ojos verdes que repentinamente parecían capaces de ver más allá de la fachada simple con que se sentía envuelto dejándolo expuesto y necesitando con desesperación que el mundo supiera, tal y como él, lo que pasaba realmente —no sé por qué no habló con nadie sobre el asunto, especialmente con su familia, él nunca ha parecido del tipo que se esconde

—Fue mi culpa, no quería que hablara con nadie sobre nuestra relación

—Bueno, en ese caso creo que ya notaste lo mala que fue tu idea; de todas formas me parece raro que si viven juntos no puedas preguntarle a su familia, puedes decir que son amigos

Ricardo no se atrevió a responder presa de una culpa que su interlocutor desconocía, de la que provenía de saber que no merecía acercarse a la familia de Francisco, o al menos eso sentía en cuanto recordaba que evitaba incluso a la suya y al final, todo iba cayendo por su propio peso. Entonces comenzó a llorar procurando sofocar los gemidos, disimulando el derrumbe emocional por el que pasaba hasta que, sin esperarlo, sintió que Diego le abrazaba tranquilizador, en un contacto que apenas le transmitía su presencia y sobre todo una profunda compasión.

Dejó que el tiempo pasara esforzándose en aliviar un poco de todo el dolor, de la frustración al menos, esperando que su mente se aclarara y en todo momento él estaba ahí acompañándolo tal y como lo haría un buen amigo, incluso cuando lo había despreciado tanto.

Finalmente se separaron y Ricardo volvió al departamento con Rocco que mostraba también signos de nostalgia por la prolongada ausencia de Francisco. Cogió las llaves de nuevo, inseguro, y salió convencido de que la hora no era un factor demasiado importante para lo que pensaba hacer y se dirigió hacia la parada del autobus armándose de valor inhalando y exhalando profundamente para aplacar los nervios. El camino que tomaba alrededor de dos horas lo sentía aún más lento y de a poco, conforme iba reconociendo las viejas calles, le parecía que era demasiado pronto.

Bajó una cuadra antes convenciéndose de que había suelo bajo sus pies, temeroso de fallar desde el primer paso, imaginando en cuantas formas todo podía salir increíblemente mal e incluso peor, pero de pronto se vio frente a la verja blanca que mostraba el transcurso de los años y buscó entre sus llaves con la esperanza de que aún sirviera; introdujo la más pequeña en la cerradura, la que no usaba desde hacía mucho tiempo y entró.

Llamó a la puerta como lo hacía de niño y vio que quien le abría no era otra que la menuda mujer de rostro alargado y nariz fina, y sus cabellos tenían ahora mechas claras y todo, en general, era como haber dado un salto generacional en apenas un parpadeo.

—Francisco... ¡hijo has venido! — gritó entusiasmada su madre mientras lloraba de felicidad halándolo por el brazo para que entrara a la sala que había conocido a la perfección y en la que encontró a su padre, tal y como lo recordaba, más alto, esbelto y con pequeños ojos grises que lo miraban con asombro —¡mira quien ha venido!

—Hola papá

—No te esperábamos...

—¡Y qué importa!; hace tanto que no venías, pero tu padre siempre me decía que estabas bien, que no tenía que preocuparme, y que mala suerte la mía el nunca estar cuando llamabas

—Cuando llamaba— pronunció inseguro observando a su progenitor, seguro de que se estaba perdiendo de algo importante

—Sí, cuando hablabas por teléfono y solo estaba yo porque tu mamá salía

Tragó amargo, pensando por primera vez en todo el dolor que había provocado sin darse cuenta, avergonzado al descubrir que durante casi tres años su padre, sin cruzar palabra, se había encargado de encubrir su terrible falta para que alguien más no terminara con el corazón destrozado.

—Han pasado años, ¿por qué no viniste ni una vez?

—Liz ya déjalo, te dije que estaba muy ocupado con el trabajo

—Aún así, debió venir o darnos su dirección o teléfono o algo...

—Deja al pobre antes de que lo agobies...

—Perdón, sé que debía haber venido pero no... no podía— pronunció con dificultad

—¿Es por lo de tu amigo?; desde que él murió no regresaste y supuse que era porque te entristecía pero no imaginé que te tomaría tanto superarlo— decía su madre, claramente ansiosa por respuestas —pero ya no importa, porque al fin te veo

—Yo tengo algo que decirles y probablemente no les guste— se atrevió a decir con gran pesar, seguro de que sus peores pesadillas no lo habían preparado para la dosis de realidad que le esperaba —es verdad que no he venido desde que mi amigo murió pero eso es porque... él y yo... no sé cómo explicarlo

—Él y tú eran pareja— soltó de pronto su padre con total seriedad como si de una bomba se tratase y así parecía por la cara de asombro de su madre que de inmediato había quedado estupefacta

—¿Él y tú?... ¿cómo, cuándo?, no es posible

—Liz era muy obvio; llevaban años juntos cuando Francisco se mudó

—No, no él nos hubiera dicho...

—Es verdad; lo siento mamá pero es verdad todo lo que dice

—¿Y por qué nunca dijiste nada?

—Porque él tenía mucho miedo de que su madre y su hermana lo supieran y... le prometí guardar el secreto

—Pero nos mentiste... los dos me mintieron, y te fuiste sin dar una razón, ¡por qué me mintieron!

—Él ya te dio su razón Liz, y yo no tenía derecho a decirte algo si tu hijo no estaba listo

—De verdad lo siento tanto, quisiera jamás haberles mentido pero cuando por fin íbamos a decir todo él... lo siento tanto— le era imposible no llorar, mantenerse inmutable ante el doloroso asombro de su madre y la aparente serenidad de su padre que, sin que él hubiese dicho nada, había estado enterado de todo, protegiéndolo y cuidando de él sin que se diera cuenta —hice todo mal pero ya no puedo y les pido que me perdonen

—Si hubiera sabido... hijo si me hubieras dicho... cuando él murió y nosotros creíamos que... — su madre, incapaz de completar una oración, parecía recordar años y años en los que la revelación encajaba cambiando su perspectiva de casi todo —nunca consideré la posibilidad de que fueras gay, pero te hubiera apoyado, no tenías que irte

—Fui muy, muy, muy tonto, por eso les pido perdón

Su madre, aún en el proceso de asimilar la noticia, lo abrazó amorosa, con fuerza, temiendo que pudiera huir nuevamente ante la menor duda y su padre, todavía viéndolo a unos pasos, le demostró al unirse lo mucho que había ansiado verlo de regreso.

 

 

Era domingo y ya había vuelto del paseo matinal de Rocco cuando escuchó que la puerta del departamento se abría y prestando más atención distinguió la voz de Francisco que era acompañado por otro hombre.

Esperó inmóvil en la sala con lo segundos convirtiéndose en una eternidad hasta que lo distinguió; alto y con hombros anchos, el rostro cuadrado de facciones finas, la nariz ligeramente aguileña, los ojos ámbar infantiles pequeños, cabello oscuro, la piel morena clara, la boca ancha, labios delgados y manos amplias de uñas cuadradas, acompañado por un individuo que si bien se le asemejaba era claramente mayor.

—No voy a seguir discutiendo esto, me quedo aquí y fin de la discusión— alegaba Francisco aparentemente harto —así que puedes volver a tu casa a encargarte de tu familia

—Eres un terco, puedes venir a mi casa o volver con nuestros padres, no estás en condiciones de vivir solo

—Y ya te dije mil veces que no vivo solo

—Un compañero al que apenas y ves no es la clase de compañía que necesitas en este momento, estuviste hospitalizado y...

—Y me dieron de alta, además de que soy un adulto independiente así que deja de insistir Alex

—Insisto en que deberías...

—Alexander; fin de la discusión— sentenció Francisco con la mirada llena de determinación, dejando en claro que otra protesta solo significaría una discusión

—Vendré a vete a diario y si necesitas algo solo tienes que llamarme

—Puedes visitarme cuando quieras y voy a estar tan bien como siempre

—Viviendo con un tipo que se queda parado viéndonos discutir... — mencionó sarcástico el mayor, viendo con ligero desdén a Ricardo que, confundido por la escena, estaba quieto y sin decir palaba en la estancia

—Un tipo que no conoce entra a su departamento reclamando, ¿qué esperabas?

—Hola... soy Ricardo, el compañero de Francisco

—Sí, ya me di cuenta...

—¡Alexander!, si no eres capaz de ser amable entonces haz favor de no regresar jamás

—Me preocupo por ti, no tiene nada de malo

—Claro que sí, estás insultando a mi no... — Francisco cerró los ojos y controló sus palabras, con el enfado rebasando todos sus límites —no importa, solo haz favor de dejarnos solos

—Novios— soltó Ricardo impresionando a los hermanos —lo que Francisco quería decir es que soy su novio

—¿Es verdad eso? — exigió saber el mayor a su hermano, con ojos ámbar llenos de autoridad —¿eres novio de un sujeto que ni siquiera intentó saber cómo estabas?

—¡Eso no es cierto!; hablé con Sara cada día para preguntar por ti y fui al hospital pero no me permitían verte y no tenía idea de cómo explicar a tu familia...

—Esas son puras patrañas

—Alexander, cállate, por una vez en tu vida— las palabras del pelinegro eran incluso más duras que las de su mayor —Ricardo efectivamente es mi pareja y si no lo sabías es porque todavía no habíamos decidido cuándo decirles, pero habiendo quedado todo claro, puedes estar seguro de que hay alguien ocupándose de mí

—¿Y qué hay de todos estos días?

—Eso es algo que tengo que hablar con él, no contigo

Aún disgustado Alexander cruzó la puerta, y si bien Francisco tenía muy claro que quedaba mucho que discutir, especialmente después de que su hermano diera a conocer la noticia, solo pudo mirar a Ricardo, tan estático que asemejaba a una estatua y sonrió, porque le había escuchado pronunciar lo que hasta entonces parecía demasiado imposible.

—Acabas de decirle a mi hermano que somos novios

—Lo sé...

—Y ahora toda mi familia lo va a saber

—Seguramente...

—Supongo que sería mejor si fuera y te presentara, ya sabes, algo más o menos oficial...

—Deberíamos considerarlo

—¿Qué tanto?

—Mucho, algo pronto sería ideal

—No querías que nadie lo supiera y ni hablar de conocer a mi familia

—No quería pero es algo importante

—¿Y qué vas a hacer respecto a tus padres?

—Bueno, ellos de hecho esperan conocerte desde hace unos días que fui a verlos y les expliqué que mi compañero de piso es en realidad mi pareja; les conté varias cosas

—¿En serio fuiste y le dijiste a tus padres todo?, ¿sin drama ni traumas ni nada?

—Fue dramático, creí que mi madre se traumaría lo que de hecho no pasó... y también fue muy, muy difícil, pero tenía que hacerlo

—No puedo creerlo— reía el pelinegro, como si sintiera que todo debía ser broma —no puedo creer que lo hicieras

—Tenía qué, no quiero que esto vuelva a suceder nunca más. Perdí a mi primer pareja sin que nadie tuviera idea de lo que pasaba entre nosotros y cuando vi que me estaba sucediendo lo mismo contigo...

—¿Estabas asustado?

—Mucho, no sabía cuándo te iba a ver de nuevo y lo decidí

Estaba consciente de que sus palabras parecían bastante simples y que muy improbablemente alguien conseguiría comprender todo lo que realmente significaban, el camino largo y sinuoso que había atravesado para llegar a ese punto simple en que intentaba decirle a Francisco que finalmente era sincero como si eso ocurriese todos los días de forma natural. Pero él entendería, el sabría sin duda que esos años habían estado cargados de demasiado dolor, de arrepentimiento, de amor que subsistía de un recuerdo a medias dejándolo incompleto, abandonando lo que desde un principio debía haber sido su sustento y no era culpa de  «él» donde fuera que estuviera, porque en vida los obstáculos habían parecido infranqueables y la vida había sido demasiado corta para que pudiera intentarlo mientras que él, quedándose del lado de los vivos, no había sabido afrontar la situación. Y era verdad que le quedaban muchas cosas dentro por desahogar, así como que ese amor de años y años no iba a olvidarlo porque alguien llegara a su vida, sin importar lo maravilloso que fuera.

Probablemente era todo eso lo que le permitía amar a Francisco y no solo quererlo, que él, sin necesidad de grandes explicaciones, lo comprendía todo a la perfección, lo aceptaba y con cariño incondicional le aseguraba, en cada una de sus acciones, que estaría a su lado.

—Te amo

Ricardo cerró los ojos recordando la primera vez que el pelinegro había dicho esas palabras, la confusión de aquel instante comparada con la claridad del presente y sonrió.


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