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Después de él por Eiri_Shuichi

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Notas del capitulo:

Bueno, segundo capítulo y segundo mes desde que mi amigo e fue, sin embargo, lo que más me impresionó ultimamente fue la muerte de un señor al que solo vi un par de veces; era el esposo de una compañera del trabajo y estuvieron juntos durante cuarenta y siete años (mucho más de lo que hemos vivido la mayoría que estamos en la página).

La verdad es que no puedo imaginar todo lo que la viuda está pasando, y si bien mucho de esta historia es sobre la perdida de la pareja, la fucción y la realidad son cosas distintas.

De algo estoy segura y es que tal vez ni ella ni yo, ni nadie en el mundo dejaremos de llorar por aquellos que han fallecido, pero sobre todo, no los vamos a dejar de querer.

Despertó en medio de la noche con dolor de cabeza, el cuerpo dolorido y un sabor extrañamente desagradable en la boca; síntomas indiscutibles de la resaca.

Faltaba más o menos una hora antes de que saliera el sol, por lo que se removió entre las sábanas de su cama luchando por recobrar el espacio que le pertenecía pero Rocco insistía en arrebatarle.

Estiró los músculos para cobrar la consciencia sin prisas, mirando el cielo aún oscuro desde la ventana, sintiendo el aire fresco del otoño que iniciaba, analizando la situación actual de su vida.

Francisco se había mudado a su departamento hacía dos meses quedándose con lo que antes era un cuarto de visitas; se había vuelto aún más controlador y ciertamente su departamento parecía menos caótico que antes, pero salvo esos detalles todo se mantenía en su curso normal.

Salió del cuarto y descubrió el desastre en la sala, donde un huracán parecía haber hecho estragos. No importaban los esfuerzos del moreno, no siempre podía poner orden.

La noche anterior era algo que se había repetido en los últimos meses; finalmente y tras resistirse, terminó cediendo a la insistencia de su amigo por salir, beber un poco y tratar de hacer vida social, salvo porque siempre terminaban siendo solo ellos dos en el departamento bebiendo desde vodka hasta tequila y no estaba seguro cuanto soportaría su cuerpo, pues en las mañanas todos los años parecían caerle de golpe y hasta con algunos extra, o tal vez fuera la falta de costumbre.

Comenzó levantando latas y algunas botellas de cerveza del piso y algunas otras de la mesa de centro, puso todo en la cesta de basura esforzándose por no hacer mucho ruido. Desecho también bolsas varias, sin recordar de qué eran la mayoría o de dónde habían salido, pues en casi todas las ocasiones eran Francisco quien en medio de la noche salía a buscar lo que pudiera para comer, regresando con toda la chatarra que podía cargar solo pero que de algún modo desaparecía la misma noche.

Fue a la cocina a buscar lo necesario para limpiar e inició así su ardua tarea con parsimonia, medio dormido, medio exhausto y también deprimido.

El otoño siempre le había gustado; el frío, las noches que se alargaban, la luna resplandeciente, los largos paseos que daba al lado de alguien que ya no estaba vivo. Sentía que el corazón se le paralizaba y después latía como loco para terminar una vez más en un estado de absoluta quietud; el miedo lo asfixiaba, junto con la nostalgia y la frustración.

—Maldita sea...

—No hace falta que digas esas cosas tan temprano— la voz del pelinegro sonó perezosa mientras se acercaba —de haber sabido que te molestaba tanto limpiar habría puesto el despertador para hacerlo yo mismo

—Descuida, estaba pensando tonterías y lo dije sin intensión

—¿Otra vez ese asunto?

—Ya sabes que no sé pensar en otra cosa; estoy considerando seriamente buscar a un especialista

—¿Crees que eso te ayude?

—No tengo idea, pero tal vez, sería bueno intentarlo

—A mí me parece que estás demasiado cuerdo para buscar a un psicólogo; lo que tienes es mal de amores, eso no se quita con terapia

—Tú no confías en ellos y por eso dices esas cosas

—Lo digo porque no te va a servir de nada Rica; te va a pedir que hables una y otra vez sobre el asunto y va a esperar hasta que tú solo consigas superarlo

—Algún beneficio debe haber en ello

—Si quieres hablar de él puedes hacerlo conmigo, sabes que me gusta ayudarte

—Lo mejor es que no siga hablándote de él, solo te estoy robando tiempo

—¡Pero soy yo quien te lo pide!— gritó irritado, con la mirada fija y la respiración acelerada —siempre te pido que hables de él, porque sé que te importa y que eso te hace feliz y ningún médico va a entenderlo nunca

—Lo estás tomando a personal

—Es imposible razonar contigo

El portazo le hizo saber que su amigo estaba molesto, suficiente como para querer evitarlo. El tema tarde o temprano tenía que terminar así, con tanto tiempo dando vueltas al asunto iba a hartarlo en cualquier momento por mucho que se esforzaba y no podía seguir dependiendo de él como lo hacía.

Se aproximó a la puerta recargando la frente sobre la madera, deslizando las yemas de los dedos sobre ella lentamente, buscando las palabras que pudieran transmitirle su gratitud, el arrepentimiento, todo lo que necesitaba expresarle.

—Oye, lo siento mucho, no quería molestarte; debes estar cansado de convivir conmigo estando así. Sé que soy un tonto, necio y... bueno, tantas cosas absurdas, no dejo de aferrarme a un muerto como cualquier loco y tú eres el único que ha estado a mi lado sin deberla ni temerla. No te mereces un amigo que te use como yo lo hago, en el fondo de verdad quiero que seas feliz y siento como si fuera mi culpa que estés estancado, pero no tienes que preocuparte por mí, te aseguro que voy a buscar un doctor que me ayude

La puerta se abrió muy despacio, dándole tiempo para alejarse evitando caer. Francisco estaba al otro lado, con el rostro sereno mirándolo sin parpadear hasta que estiró los brazos y atrajo de golpe al castaño, lo acomodó junto a su torso y respiró el aroma de su cabello mezclado con el alcohol de la noche anterior.

—¿Cómo puedes creer que me molesta escucharte?; si es de los pocos placeres que me permites tener contigo. Me duele verte triste todo el tiempo, pero cuando hablas de él te ves feliz, aunque sea solo de recordar, aunque termines llorando y te duela, todavía se nota el amor que le tienes y con eso me convenzo de que todavía es posible que vuelvas a estar bien algún día

Sonrió sutilmente, sintiendo la gratitud, el cariño y hasta la culpa luchando en su interior. Le conmovía profundamente la sinceridad de Francisco, su mirada ambarina que se mostraba transparente, sin rastro de malicia, y él en cambio no era capaz de darle nada a cambio, ni siquiera un espacio digno en su corazón.

Tranquilamente siguieron la tarea de poner orden en el apartamento, él todavía somnoliento a diferencia de su amigo, quien parecía tan vivaz como de costumbre. Tardaron aproximadamente treinta minutos en dejar el lugar limpio, todo lo contrario a ellos, que habían quedado bañados en polvo.

—¿Qué te parece si tomas una ducha, después yo y vamos a comer algo a la calle? — propuso el moreno sonriendo coquetamente, consiguiendo que Ricardo soltara una carcajada.

—Eres demasiado perezoso para cocinar o esperar a que yo lo haga

—Acabamos de limpiar el departamento, ¿por qué querría seguir trabajando?; es domingo y quiero relajarme

—Entonces voy al baño

El caucásico abrió la llave de la regadera sintiendo el chorro de agua fría caer sobre su piel para desprender la suciedad de la que se había impregnado hasta que se sintió satisfecho con el resultado; cogió la toalla acomodándola en su cintura y después abrió la puerta, con tal mala suerte que al primer paso tropezó sin darse cuenta con algo que no identificó hasta después, cuando estaba contorsionado en piso, boca arriba y semidesnudo.

—¿Pero qué demonios?... ¡Francisco, qué haces echado en la puerta del baño! — pocas eran las veces en que se molestaba de esa manera con el pelinegro, pero la vergüenza que sentía era tanta que prefirió tratar de disimularla, tanteando en el piso buscando la toalla para cubrirse la entrepierna.

—Solo estaba buscando mi cartera, se me cayó cuando iba saliendo del cuarto

La voz del más alto sonaba dolorida, seguramente por el golpe recibido durante la caída, pues Ricardo prácticamente le había pasado encima, además de que se esforzaba en no abrir los ojos, temeroso de la ira de Ricardo.

—Una persona sensata hace eso en su habitación o en la sala, no en medio del pasillo donde puede matar a alguien

—Fue un accidente y no te pasó nada, ¿o sí?

De pronto temió que algo realmente malo le hubiera ocurrido y abrió los ojos abalanzándose hacia él para comprobar que no tuviera no un moretón pero temiendo lo peor, hasta que cayó en cuenta de que Ricardo no llevaba ropa encima, entonces se sonrojó y empezó a moverse nerviosamente para ponerse en pie y ayudar a su amigo.

—Solo ve a ducharte, por favor

El castaño se llevó las manos a la cara, tratando de rescatar lo que quedaba de su dignidad, sin atreverse a ver a su amigo, muriendo de pena ante la idea de que lo observara en tal estado. Solo una persona en el mundo lo había visto desnudo, era demasiado pudoroso para dejar pasar la situación sin arder de pena y no se atrevió a moverse hasta escuchar como Francisco cerraba la puerta del baño.

Se levantó, cogió la toalla del suelo y volvió a acomodarla a la altura de su cadera, suspirando de resignación, porque aquel gesto de pronto le parecía inútil. Tan pronto como pudo entró a su cuarto para comenzar a vestirse, con ganas de usar todo su guardarropa en una sola puesta para ver si así podía olvidar lo ocurrido.

Armándose de valor dejó la seguridad de su recámara. El pelinegro lo esperaba pacientemente en el sofá de la sala y le mostró una amable sonrisa en cuanto lo vio, por lo que se prometió no darle más importancia al asunto. No quería que un accidente les arruinara la tarde y mucho menos la amistad.

Una vez fuera del departamento anduvieron a pie un largo rato, conversando de toda clase de trivialidades, dejando que un tema los llevara a otros sin darse cuenta como, hasta que llegaron a una cafetería sencilla que solían frecuentar y en la que afortunadamente encontraron una mesa para dos personas al lado del gran ventanal que daba a la calle, donde se podía ver un parque.

Una mujer joven se había acercado a ellos para tomar su pedido y unos minutos después volvía para dejar frente a ellos un té verde helado y un frappé. A esas alturas Ricardo ya se sentía tranquilo e internamente le causaba gracia el terror que había vivido sin una verdadera razón, pues en el fondo sabía que Francisco era en quien más podía confiar; esa idea, tan simple como parecía, le brindaba una tranquilidad reconfortante, como si la ligera posibilidad de retomar una vida normal pareciera de pronto menos remota, para nada imposible, aunque no lo externara pues no estaba listo para tratar ese tema tan delicado más allá de los límites de su cabeza.

Estaba tan distraído que apenas y se percató de la situación que se presentaba ante sus ojos.

Lo primero que lo sacó de su introspección fue el rostro amable de Francisco mirando a través de la ventana, aparentemente saludando a alguien. Lo segundo fue descubrir que afuera, caminando en el parque se encontraba un joven de piel apiñonada, rostro cuadrado y cuerpo atlético que devolvía la sonrisa con un entusiasmo sospechoso. La tercera cosa que llamó su atención y la que comenzó a alarmarlo fue darse cuenta que aquel extraño no dudaba ni un segundo para dirigirse al café donde estaban, más específicamente a su mesa y como comenzaba a abrazar a su amigo.

—Rica, te presento a Diego; él y yo solíamos trabajar juntos pero renunció hace un par de meses. Diego, él es Ricardo, mi mejor amigo

Diego lo observó con tal amabilidad y encanto que su saludo fue la gota que derramó el vaso en los pensamientos de Ricardo. Tenía el cabello castaño corto, una nariz ligeramente ancha, ojos verdes grandes, cejas pobladas que lo hacían lucir masculino y juvenil, pero principalmente una sonrisa encantadora.

Por si sus aparentes virtudes físicas no fueran suficientes, la mesera no tardó en llevarles una tercera silla, por lo que el atractivo moreno se acomodó al lado de Francisco hablando animadamente, inclinándose sutilmente hacia él y sin quitarle la mirada de encima.

El caucásico se limitó a ser amable, sintiéndose excluido de la situación en la que aquel individuo, hasta entonces desconocido para él, había tomando las riendas de la conversación.

Se permitió pensar silenciosamente en la frustración que lo invadía, pues en el tiempo que llevaban de conocerse Francisco jamás había mencionado a Diego; hasta entonces no tenía idea de su existencia y de pronto llegaba a invadir su espacio, el tiempo que compartían, arrebatándole la atención de su amigo.

El tiempo  le parecían eternos, pero conforme veía de reojo la pantalla de su celular descubría que apenas y transcurrían los minutos, cada uno más lento que el anterior, al menos para él. Diego no dejaba de reír al punto de provocarle dolor de cabeza, pero lo peor era descubrir a su amigo "desplegar su encanto" con demasiada facilidad, y lo conocía suficiente para saber que era consciente de lo que ocurría. Verlos coquetear le daba asco, no por homofobia, sino por algo que no quería decir, ni siquiera pensar.

Cuando por fin el desagradable inmiscuido parecía dar señales de irse y por ende el caucásico comenzaba a estar aliviado, vio con asombro como intercambiaba números con Francisco y entonces la poca calma que le quedaba se esfumó, dejando en su lugar una ira de la que no se creía capaz.

El regreso al departamento fue silencioso e incómodo. El más alto había notado lo distante de Ricardo, pero no se atrevía a preguntarle nada, limitándose a esconder las manos en los bolsillos de los jeans gastados que llevaba. Por su parte el castaño iba de brazos cruzados en una actitud infantil que tenía de toda la vida y que asemejaba demasiado a un ridículo berrinche para alguien de veintiocho años, acompañado de respiraciones profundas que dilataban sus pulmones dolorosamente hasta que dejaba escapar el aire con solo un poco de la ira que sentí.

Subieron los escalones uno a uno por cuatro pisos y después por el pasillo hasta el fondo, donde la puerta del departamento resplandecía con su textura de madera rojiza.  Al instante de entrar Ricardo se dirigió a su cuarto como una bala antes de que el otro pudiera pronunciar palabra, encerrándose y dejándose caer sentado al suelo contra la pared, con las piernas encogidas y rodeadas por sus delgados brazos.

Miró la pared que tenía enfrente, repleta de viejos retratos donde "él" estaba a su lado, sonriente, feliz y honesto, llenándole el cuerpo de escalofríos ligerísimos, como pequeñas perturbaciones en los cimientos de su cuerpo. Podía recordar con gran nitidez los catorce años que habían pasado hombro a hombro, en una amistad incondicional que finalmente se transformó en amor y que en ningún momento lo había confundido tanto como si situación con el pelinegro. Intentaba comparar el día con la noche buscando un punto en común que le sirviera de guía, mas solo se encontraba a sí mismo como un egoísta que proclamaba su deseo por ver a Francisco feliz, pero aterrado de perder su atención, en base a la cual giraba ahora su pequeño universo de autocompasión.

Recapituló detalle a detalle el encuentro en la cafetería, la deslumbrante figura de Diego volcando sus atenciones en el pelinegro, quien parecía más que conforme de recibirlas e incluso alimentando las esperanzas del castaño.

Despertó de sus cavilaciones cuando escuchó a su amigo llamando a la puerta lentamente, sin atreverse a entrar.

—Rica, ¿estás bien? — hablaba cuidadosamente, temeroso de reavivar la furia de la que creía capaz al castaño —de verdad lamento lo de esta mañana, no pensé que te hubiera molestado tanto y estaba casi seguro de que lo habías olvidado cuando salimos pero perdón, no volveré a hacer algo tan inconsciente... por favor, no te hice caer intencionalmente

Se puso en pie y giró la perilla, moviendo ligeramente la tabla, asomando apenas la mirada por un rabillo para ver a su amigo tratando de entender a lo que se refería, hasta que consiguió recordar el incidente del baño.

—¿Te refieres a cuando estabas en el piso?

—Sí, ¿te lastimaste y por eso estás tan enojado?

—No, estoy bien...

—¿Entonces es porque te vi desnudo?

—Sí, eso me está disgustando— mintió, incluso a él le parecía absurdo pero no iba a tener una mejor forma de evadir lo que en realidad lo tenía trastornado.

—Fue un accidente, de verdad. ¿Podrías olvidarlo?

—Solo necesito un poco de tiempo a solas

—Claro, lo entiendo. Voy a salir un rato con Diego, volveré en la noche. Si necesitas algo llámame

Escuchó sus pasos alejándose hasta que finalmente abandonó el departamento. Quiso llorar y algunas lágrimas se escaparon de sus ojos hasta que decidió rendirse y sin darse cuenta se convirtió en una criatura sollozante sobre las sábanas de su cama, dejando que las ideas del presente se confundieran con las pasadas, siendo incapaz de separar sus penas.

Moría de celos, lo sabía, y esa consciencia lo disgustaba mucho más consigo mismo por dejarse afectar por algo tan insignificante, con Francisco por no darse cuenta de cuánto lo perturbaba y hasta con Diego, por arrebatarle algo que realmente no le pertenecía.

Las horas transcurrieron como siglos en los que no sabía cómo poner orden al caos reinante en su mente y solo una opción le parecía realmente viable: iba a mentir, a ser el hipócrita más embustero que pudiera, se superaría y jamás permitiría que Francisco supiera la verdad sobre aquella tarde ni de la rabia que lo corroía de imaginarlo con Diego y el miedo paralizante de que pudiera olvidarlo o hartarse de él, porque le importaba, porque quería a Francisco quien era ahora su mejor amigo, porque le debía mucho y era tanta su gratitud que no podía hacer nada más, salvo aprender a vivir sin él de a poco.

Se puso de pie, dirigiendo sus temblorosos pasos hacia el closet, abrió una de las puertas corredizas, entonces se puso en puntillas y estiró los brazos para coger una pesado cofre de madera, no medía ni medio metro de ancho pero estaba hecha de madera sólida. La depositó cuidadosamente en el piso para sentarse junto a ella, abrió la tapa escuchando las bisagras rechinar ligeramente como signo inequívoco de las dos décadas en las que le había pertenecido; lo primero que vio fue un pequeño álbum; era bastante pequeño y sencillo, pero en él guardaba las fotos más importantes de su vida, era ahí donde Ricardo y «él» solían colocar sus fotos como parejas, aquellas que protegían celosamente de cualquiera, pues sin importar el amo que se tenían, el tiempo estaba en su contra y siempre lo habían sabido.

Si tan solo Andrea no hubiera sido tan pequeña, si su madre no hubiera sido tan frágil después del divorcio, si «él» no hubiera tenido que ser responsable de tantas cosas más allá de su control, tal vez entonces hubieran formado una relación abierta, sin miedo a la reacción de aquellos que los rodeaban. Pero el destino cruel no solo los separaba entonces obligándolos a la clandestinidad, sino que ahora cualquier futuro juntos había desaparecido.

Se mordió el labio inferior conforme pasaba lentamente las páginas, una a una, contemplando con infinita añoranza aquellos momentos de indescriptible felicidad, imaginando cual dichosa podría haber sido su vida juntos, pero entonces tenía que obligarse a recordar que no valía la pena pensar en algo inexistente.

Tardó mucho en percatarse de lo oscura que estaba el cuarto, apenas cuando le fue casi imposible distinguir las figuras en las fotografías giró el rostro hacia la ventana y descubrió el cielo se había transformado y que no brillaba más el sol. Cerró de golpe el álbum, lo colocó de nuevo en el cofre para después devolverlo a su sitio original.

Se limpió las lágrimas del rostro con el dorso de la mano, descubriendo de pronto un repentino ardor en los ojos. Respiró hondo hasta normalizar el ritmo y se recordó mentalmente que debía actuar con normalidad en cuanto viera a Francisco; bajo ningún concepto podía permitir que se percatara de lo que había estado haciendo y mucho menos las extrañas ideas con las que se había quebrado la cabeza toda la tarde.

Cuando salió del cuarto descubrió a su amigo tendido en el sofá de tres piezas, aparentemente dormido, con la televisión encendida pero casi sin volumen. Se le acercó sigilosamente, comprobando que no estuviera consciente, aunque tampoco parecía del todo tranquilo.

Aproximó su mano hacia el hombro del pelinegro, lo tocó suavemente para despertarlo y al conseguirlo vio sus ojos ámbar, pequeños y serenos que por un instante le robaron el aliento. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para sonreír, esperando que no se percatara de los estragos del llanto en su rostro o en su voz, deseando ser capaz de mentirle y, con suficiente suerte, hasta de engañarse solo.

—Hola... — la voz de Francisco apenas era perceptible por el adormecimiento, del que obviamente todavía no se libraba por completo —no sé en qué momento me quedé dormido

—Me imaginé eso, pero si estas cansado debiste ir a tu cuarto

—Estaba preocupado por ti

—¿Por qué tenías que preocuparte por mí?

—Estabas molesto y hasta te encerraste en tu cuarto, no sabía si te sentías mal o algo

—Entonces lo normal habría sido llamar a la puerta

—Tenía miedo de hacerte enojar aún más

El caucásico sintió como si el corazón se le estrujase, acorralado entre la culpa y el enternecimiento ante aquella idea tan simple e inocente. Él era el único capaz de preocuparse a tal grado por sus sentimientos, por lo que la gratitud que le tenía no podía medirse.

—Solo a ti se te ocurren esas ideas

—¿Tú crees?; Rocco también estaba triste sin verte, apenas y quiso salir hoy

—Disculpa, creo que perdí la noción del tiempo

—¿Ya no estás enfadado?

—No, ya no; solo fue un susto inicial... necesitaba asimilarlo

—Me alegro, salir no es tan divertido sin ti— el comentario incluía cierto grado cómico, como si el moreno quisiera asegurarse de que no quedaba rastro del disgusto, sin sospechar cual era la verdadera causa del incidente.

—¿Salir con Diego no fue tan divertido?, no sé si sentirme honrado o preocuparme por tu cabeza

—De hecho es bastante agradable; creo que te agradaría, tienen bastantes gustos en común

—Sí, claro, seguro que es una persona muy interesante

—¿No te simpatizó?

—No, no es eso— evitó apenas morderse el labio y girar los ojos para no dejar en evidencia que mentía, que apenas toleraba escuchar su nombre y por nada del mundo quería estar cerca del susodicho —sabes que soy un poco antisocial y la idea de tratar gente nueva me incomoda

—Por eso mismo creo que deberías salir con nosotros, te daría la oportunidad de estar con alguien nuevo... apenas y tienes amigos

—No sabía que eso te pareciera algo malo

—Bueno, eso ayuda a que pases más tiempo conmigo, pero tengo miedo de que te aísles más del mundo . No es saludable que pases todo el tiempo encerrado y aunque me duela admitirlo, Rocco y yo no somos suficiente compañía

—¡Eso es totalmente falso!, si estoy aquí en mi tiempo libre es porque eso me hace feliz, aquí me siento tranquilo y ya me haces "salir al mundo" más de lo que habría elegido, así que no entiendo a que viene todo esto

—¿Quieres escuchar por una vez lo que te digo sin tomarlo a mal?

—¿Y exactamente que estoy tomando a mal?

—¡Solo quiero que estés bien!

—Me siento perfectamente, no necesito conocer amigos tuyos

—Escucha, sé que no quieres aceptarlo pero no puedes pasar así el resto de tu vida, y no se trata de que te olvides de él, es que necesitas apoyo, no es justo que estés lidiando solo con todo lo que pasó y siento que mi ayuda no es suficiente. Tengo miedo de que un día colapses

—Estás pensando cosas innecesarias

—Al menos inténtalo, no tiene nada de malo que trates de conocer a Diego

—Francisco, te agradezco la buena intención y que te preocupes por mí, pero no quiero tratar con gente nueva, al menos por ahora, y espero que sepas respetar mi decisión

No quería discutir, no más, porque sabía que estaba a punto de decir cosas hirientes que en verdad no sentía, solo por la necesidad de zafarse del asunto, aunque una pizca de su consciencia gritara que su amigo tenía razón. Lo cierto era que la idea de relacionarse con personas le aterraba de un modo paralizante, pues tarde o temprano las preguntas sobre su pasado saldrían a flote y no se sentía suficientemente fuerte para afrontar eso una y otra vez. Incluso con su amigo había resultado difícil, demasiado doloroso, de tal forma que solo poco a poco podía ir revelando pequeños episodios de aquella vida a la que tuvo que renunciar intempestivamente, esa que era la sombra constante de en su existencia.

Evitó la mirada ambarina, se llevó una mano a la cabeza para revolver su cabello nerviosamente y finalmente decidió encerrarse de nueva cuenta en su cuarto. No supo si su compañero había dicho algo, tampoco era importante, solo tenía que enfocarse en algo y el trabajo era su mejor opción.

Encendió la laptop de carcasa negra que estaba en el escritorio junto a la cama, esperó pacientemente para abrir su correo y descargó el último documento que le habían enviado. Le esperaba una larga jornada, suficiente para distraer su mente.

Comenzó a traducir el contrato y no se detuvo hasta los ojos le ardían más de lo que podía soportar, al punto de apenas poder mantenerlos abiertos un par de segundos antes de parpadear. Dirigió la vista a la esquina inferior de la pantalla para descubrir que eran las dos de la mañana pasadas y aún le quedaba una tercera parte del archivo por hacer.

Liberó parte de su peso en el respaldo de la silla tratando de relajar sus músculos, moviendo las manos y los dedos para evitar que se le entumecieran, pues desde que su amigo se había mudado trabajaba menos de lo usual. Pensó entonces en su trabajo, como había comenzado, cuando solía ir a una oficina y convivía con gente, cuando todo de algún modo era más normal.

Abrió el cajón del escritorio, escarbó entre los papeles y extrajo las gotas humectantes que rápidamente se echó en cada ojo, cerrándolos, relajándose y sintiendo que la irritación iba pasando.

En cuento se sintió mejor salió del cuarto silenciosamente, esperando para acostumbrarse a la oscuridad reinante en la estancia; entonces se trasladó por esta para llegar a la cocina donde pudo encender la luz sin temor de despertar a Francisco. Echó un vistazo al refrigerador buscando algo que cenar para mitigar las punzadas de dolor en su estómago hasta rendirse; cogió entonces la leche, después sacó una caja de cereal de la alacena y lo preparó, comiendo cada cucharada con aburrimiento, sin demasiadas ganas de comer pese al hambre.

—Si lo prefieres puedo prepararte algo

Ricardo casi se atragantó al escuchar la voz de Francisco, entre adormilada y serena rompiendo el silencio y tomándolo por sorpresa.

—Creí que estabas dormido, perdón si te desperté

—No hay problema, en realidad no consigo dormir

—Ahora que lo pienso bien, es sábado, ¿no deberías estar en la calle?

—Generalmente sí pero discutí con mi mejor amigo y me quedé sin ganas de salir

—Ah, ya veo— había sentido la indirecta, tan fuerte como una pedrada que daba justo en sus remordimientos —supongo que quieres estar solo

—No, en realidad quiero hablar contigo; ¿qué pasó hoy Ricardo?

—No sé de qué hablas

—Primero discutimos porque no quieres hablar de «él», después te enfureces conmigo por hacer que te cayeras y lo entiendo, fui un tonto, pero cuando creí que se te había pasado llegamos al departamento y prácticamente estás hecho una furia, sin mencionar lo mal que te tomaste mi sugerencia de que salieras con Diego y conmigo

—Fue un mal día, eso es todo

—Un mal día es cuando las cosas te salen terribles sin que puedas hacer nada, lo que estuvo mal hoy fue tu actitud

—No tenía idea de que mi actitud fuera un problema para ti

—Lo es cuando actúas como un idiota y no como eres en verdad

—Pues sorpresa, esto es parte de como soy

—¿Sabes qué?, creo que algo te pasa, no sé qué es lo que has tenido todo el día en la cabeza pero obviamente eso hace que te comportes raro y si no te decides a hablar sobre esas cosas me es imposible ayudarte

—No te he pedido tu ayuda— tan pronto pronunció las palabras su mente comenzó a trabajar aceleradamente para buscar una escapatoria de esa situación, pero estaba exhausto físico y mentalmente, harto de pasar el día entero tratando de evadir las preguntas tenaces del pelinegro

—Tampoco la has rechazado

—Pues debí hacerlo

—¿Ahora me vas a decir que no quieres que me preocupe por ti?

—Digo que estás cruzando límites, me tratas como si fuera un niño

—Te trato como un ermitaño que es en lo que te estás convirtiendo

—¡Ya basta!

—¡Vamos a tratar este asunto aunque no quieras!

—¡Por qué insistes en esta discusión!

—¡Porque te quiero y estoy como loco intentando ayudarte a retomar tu vida!

Antes de que se diera cuenta Francisco había acortado la distancia entre ellos para cogerlo por los hombros y acercar su rostro peligrosamente.

Notas finales:

Por este capítulo solo me resta decir que Ricardo y Francisco me dan muchos problemas; son increiblemente difíciles de controlar. Espero, de todo corazón, algún avance de estos dos para la tercera parte.


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