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Cigarra por HarukaChan

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Notas del fanfic:

*Es un one shot, solo tiene un capítulo.

 

*Los personajes son creados por mí.

 

*Discúlpenme por algún error que se me haya colado, escribir desde una tablet no es muy cómodo xD pero es lo que la uni me ha dejado.

 

*Espero que les guste.

    El invierno estaba en su mejor punto, los árboles eran mecidos, arrullados por la fría brisa que se paseaba por todos los terrenosi del viñedo. No había nada que escuchar entre la siembra, pues todos los trabajadores estaban de descanso ese fin de semana.  Uno que otro aullido se escuchaba desde dentro de la casa, eran los sonidos de los  perros guardianes que se comunicaban entre ellos. Sus pelajes gruesos y oscuros eran sombras que se movían entre los arbustos, entre las ramas y hojas del lugar.

    Samuel Kambell un hombre de cabello canoso y facciones amables se encontraba sentado en la terraza de su hogar, desde donde vigilaba sus terrenos con suma atención. Disfrutaba de la llegada del invierno, pero en esos momentos solo podía sentir tristeza ante la cercanía innegable del verano.  Su preocupación giraba en torno a su sobrino, que a pesar de la tranquilidad aparente estaba pasando por un muy mal momento. –El invierno que viene estoy seguro que la cosecha no va a resultar... –murmuró con pesadez. Pero cuando vio dos siluetas caminar fuera de la casa, totalmente abrigadas, sonrió con un poco de levedad. Era evidente que se trataban de Matt y Az, el último solía llevar al menor a pasear casi todos los días.

 

Entre las líneas de árboles de uva, dos siluetas avanzaban, tomadas de las manos y acariciadas por el frío viento. Sus bufandas bailaban entre la brisa, al igual que las hojas del viñedo y los pelajes de enormes caninos que ahora seguían a la pareja con perfiles atentos. El cobertizo donde los caballos esperaban se hizo ver pronto, y el azabache apresuró su paso, seguido de la silueta de menor tamaño. Unas risas suaves se escucharon resonar entre las paredes de gruesa manera del granero.

–Matt ¿Montarás a Brillo? –preguntó Azrael con una sonrisa tranquila. Sabía lo mucho que a Matt le gustaba Brillo, un caballo palomino cuya crin y cola brillaban cada vez que corría por los verdes pastizales de la hacienda.  El menor asintió, y él prosiguió a ensillar al animal, acomodó las riendas, sin necesidad de ponerle freno o mentonera, Brillo era demasiado manso, por lo que consideraba un maltrato ponerle demasiadas cosas en torno a su cabeza.

El chico de orbes verdosos no tardó en acercarse al caballo y acariciarle la cabeza. Posó sus manos en la región de las mejillas del animal, lo acarició con suavidad y pegó su frente a la frente del equino, que había bajado la cabeza para facilitarle el contacto. –Ya te extrañaba, Brillo –murmuró el menor con voz suave, fina. El animal se movió con lentitud, reaccionando ante la voz del pelimiel. Cuando volteó sus orbes hacia donde estaba Az, el mayor ya había ensillado a Luna, una yegua azabache con una marca en forma de luna creciente en su frente.

–Te ayudaré a subir ¿Listo? –preguntó el ojiazul con tranquilidad. Se había acercado al pelimiel con tranquilidad, y no tardó en tomarlo de la mano para ayudarlo a subir a la silla. Siempre había pensado que Matías era muy ligero, aunque debía tomar en cuenta lo bajo que era y a su vez lo delgado que se encontraba.  Ya había pasado casi un mes desde la llegada del menor. Lo consideraba un muy buen amigo, pero su corazón le había estado pidiendo mucho más que eso.

Cuando estuvo sobre el lomo de Brillo, le dedicó una sonrisa al azabache. –Muchas gracias, Az –declaró con voz suave, recibiendo un “por nada”. Tomó con suavidad la rienda, y al notar que el contrario también se encontraba sobre su yegua. Movió sus caderas, provocando que el caballo empezará a moverse hacia al frente. –¿Iremos allí? –preguntó Matt con una sonrisa serena.

–Sí, pero no hay prisa, así que no vayas a adelantarte demasiado ¿Bien? Recuerda que la última vez tu tensión subió mucho. –anunció el ojiazul con voz tranquila, aunque gruesa, ya que era su tono natural. Movió sus caderas para hacer que Luna siguiera al palomino, posicionándose al otro lado de Matt. Ambos caballos se movían a una velocidad de trote. Y al salir del granero, nuevamente la brisa acarició sus rostros. El invierno le gustaba en demasía.

Los orbes verdosos del menor se fijaron en el rostro de Az, le gustaba mucho el tono pálido de azul que esos orbes expresivos le mostraban. –Iré despacio –declaró, sin apartar la mirada. No importaba cuánto tiempo pasara, no podía dejar de disfrutar del mayor. Le gustaba la forma en la que lo trataba, le gustaba aún más porque sabía que no era por lástima. Él estaba bien, se sentía sano, y no quería que nadie lo mirara como si necesitara de la lástima ajena. –Az ¿Cuánto falta para que llegué el verano? –preguntó el menor.

–¿Para el verano? Poco, tal vez una o dos semanas. El invierno pasa demasiado pronto en este lugar ¿No crees?... –sonrió con tranquilidad, viendo al menor de reojo. Ciertamente el ojiverde era muy lindo, parecía demasiado frágil y por ello a veces tenía miedo de romperlo o lastimarlo.  –¿Por qué la pregunta? –las manos del azabache se encontraban sujetas en torno a la rienda, aunque los guantes le ayudaban bastante a no sentir el frío invernal.

–Porque cuando llegué el verano tendré que irme... Sólo estoy de paso por aquí –“Sólo estoy de paso por esta vida” pensó para sí el joven pelimiel. Aunque sus padres no se lo hubiesen dicho, él lo sabía. Sabía sobre el diagnóstico que anunciaba un tumor maligno en su cerebro, pero su decisión había sido absoluta: “No tomaré el tratamiento. No tiene caso alargar mi existencia. El tiempo que viva quiero que sea feliz, no quiero el sufrimiento que supone esa “cura” que tan solo alargara la tortura” esas habían sido sus palabras hacia el médico. El único que había tenido agallas para decirle que se estaba muriendo.

–Oh... ¿Te vas? Pensé que te quedarías más tiempo –murmuró el azabache con aires pensativos. Eso no le daba mucho tiempo, al contrario, parecía que no tenía mucho tiempo para tomar decisiones. Luego de que Matt abandonara la hacienda, posiblemente nunca más lo vería, así que debía aclarar sus sentimientos de una vez por todas para asegurarse de tomar las decisiones correctas antes de perderlo  para siempre.

–No, no puedo. Sólo tengo hasta el comienzo del verano –anunció el menor con una sonrisa. Pensar en que todo por fin terminaría de alguna manera lo aliviaba. No es que quisiera morir, pero ya había tenido suficiente de su frágil salud, de las sombras que lo rodeaban, tentándolo. Hasta ahora la única luz que había podido diferenciar era ese chico mayor: Azrael, quien le sonreía y lo trataba como un igual. Por ello no podía decirle que estaba condenado a una vida de cigarra.

–Comprendo... –el ojiazul se quedó pensativo el resto del camino y cuando se detuvo frente al árbol que adornaba la colina más alta del viñedo, suspiró. No tardó en bajarse para ayudar al pelimiel a bajar. Dejó a ambos caballos libres, y estos no tardaron en empezar a comer de la nutritiva grama que adornaba el suelo de todo el terreno.

–Así que divirtámonos mientras podamos ¿Sí? –el menor le dedicó una radiante sonrisa al azabache mientras lo tomaba de la mano. Matías sabía que le gustaba Azrael, no tenía ninguna razón para negarlo. Después de todo era obvio, no podía quitarle los ojos de encima, no podía dejar de pensar en aquella radiante sonrisa que iluminaba el estrecho túnel que constituía su vida.

–Sí –le dedicó una tranquila sonrisa al más bajo, y no tardó en sentarse con la espalda recargada en el grueso tronco del árbol. Matt se recostó con la cabeza en el regazo del ojiazul, provocando que Az sonriera. Le empezó a acariciar el cabello con suavidad, dedicándole la atención que a su parecer se merecía. –Matías, te quiero. Lo sabes... ¿No? –murmuró con voz tranquila, manteniendo una sonrisa relajada. Despreocupada.

–Lo sé... –afirmó el pelimiel mientras cerraba sus orbes. Sus mejillas inmediatamente se tiñeron con una tonalidad carmín pálido. Escuchar aquello lo hacía inmensamente feliz. Se llevó la diestra al pecho y respiró profundamente. “Si tan solo este túnel se extendiera un poco más...” pero sabía que el final era inevitable. Era egoísta querer que Azrael lo acompañara durante sus últimos momentos, pero no iba a morir con arrepentimientos... Así que sería egoísta, lo sería para poder partir feliz. –Yo te quiero a ti... Pero seguramente eso también lo sabías...

–Sí, lo sabía... –murmuró el mayor con tranquilidad. Bajó su mirada para poder rozar su nariz con la ajena. Le besó los labios con suavidad, ternura, degustando con total felicidad aquel esperado momento. Había estado deseado aquello desde el momento en que el menor había pasado frente a sus orbes. El sentirse correspondido era definitivamente lo que más le gustaba. –Hasta que llegué el verano... Voy a hacerte muy feliz –anunció el ojiazul.

–Sé que lo harás... Hasta que llegué el verano seamos muy felices... –la sensación de los labios ajenos sobre los suyos, le había causado un estremecimiento interno. Una sensación placentera de felicidad lo había hecho anhelar otro beso, y otro más. A él no le importaba si la persona que le gustaba era otro chico, ante sus ojos era lo de menos. Pues en el corazón nadie mandaba, así que no entendía porque debía preocuparle lo que los demás pensaran de cómo manejaba su vida.

–Por cierto... ¿Cómo te has sentido? Papá dijo que desde que llegaste a la hacienda tu salud ha mejorado enormemente, pero aun así siempre te ves muy pálido. Así que me preocupo por ello. –en realidad no esperaba que su relación con el menor cambiara demasiado, ya se habían hecho muy amigos desde la llegada de Matías, y sabía que no debía hacer que experimentara emociones demasiado fuertes o podría sufrir una recaída. A pesar de saber eso, aún no sabía con certeza a qué se estaba enfrentando el menor.

–Me he sentido bien... Es inevitable, nací prematuro y desde muy pequeño siempre he  tenido una salud delicada. Mi médico dice que es un milagro que esté vivo, pero tío Samuel tiene razón. Desde que llegué aquí me he sentido mucho mejor, creo que el aire fresco me ha hecho bien –anunció el pelimiel con una sonrisa alegre. Su vida no era más que un túnel, un túnel oscuro cuyo suelo era el mismo abismo. Su optimismo hasta ahora le había dado la fuerza para volar sobre ese infierno, pero sus alas habían empezado a romperse. El final parecía no tener otra salida.

–Sí, mi papá me lo contó... Pero es bueno que no te desanimes –en realidad siempre que volteaba a ver al menor, este estaba sonriendo. Parecía estar todo el tiempo feliz, alegre, siempre dedicándole a todos y a todo una sonrisa de comprensión. A veces se preguntaba si no estaría llevando una carga demasiado pesada en sus hombros. –Deberíamos regresar, está empezando a hacer más frío, y creo que escuché que habría chocolate caliente para cuando volviésemos –declaró con tranquilidad el ojiazul.

–Quiero chocolate caliente –anunció el ojiverde mientras se incorporaba y abrazaba al más alto del cuello. Con lentitud buscó los labios del mayor, besándolo con suavidad aunque torpemente. Sintió los fuertes brazos ajenos rodearle la cintura, lo que le causó una sensación de seguridad inigualable. “Es un radiante luz la que él tiene” pensó con nostalgia. Envidiaba la fortaleza con la que brillaba el más alto, siempre parecía estar lleno de vida. Tenía un futuro lleno de fuerza, cosa de la que él mismo carecía. Pero eso estaba bien, porque él podía vivir felizmente mientras sus seres queridos tuviesen futuro.

Az correspondió el beso del menor, y no tardó en abrazarlo de la cintura. Quería sentirlo más suyo que nunca en esos momentos. Nunca había pensado en declararse al sobrino de la persona que le dio todo, pero no podía controlar sus sentimientos, no podía reprimirlos por miedo a lo que los demás pensaran. Quería ayudar a Matt, quería compartir su fortaleza con el menor, y así verlo sonreír hasta el día en que tuviese que regresar a su hogar. Suspiró lentamente mientras separaba sus labios de los ajenos, y le plantó otro suave beso.  –Regresemos...

–Muy bien... Regresemos –murmuró Matt con una pequeña sonrisa. Estaba conforme con lo rápido que habían pasado las cosas. Después de todo lo que menos le quedaba era tiempo. Debía hacer que el mayor sonriera y fuese feliz mientras estuviese a su lado. Tampoco quería que Azrael tuviese arrepentimientos. Se incorporó con suavidad, y ayudó al azabache con lentitud.

El ojiazul silbó con fuerza, provocando que Luna y Brillo se acercaran hacia donde ellos estaban. Ayudó a que el menor subiera al caballo y después subió él a su yegua. Le acarició la crin con lentitud y cuando Matías avanzó, él lo siguió a un paso igual.  El frío y suave viento provocaba que las colas de los caballos ondearan  mientras avanzaban.  

 

Los terrenos verdes del viñedo se veían más hermosos que nunca según Samuel, quien observaba desde su terraza las siluetas de dos equinos con sus jinetes regresar hacia el granero. Esa preciosa vista de dos animales imponentes corriendo, le traía muchos recuerdos de su juventud. Cuando aquel lugar le pertenecía a sus padres y no a él. –Cada día, me vuelvo más viejo. Pero este lugar parece verse más joven cada vez. Aunque eso puede deberse a ellos... –sus orbes de color verde pálido estaban fijos en las dos siluetas sobre los caballos. Porque estaba seguro de que entre esos dos jóvenes había sentimientos fuertes. Él era un anciano cuya experiencia no le mentía ante lo que ante sus orbes se mostraba. –Es verdaderamente una lástima que mi querido sobrino no tenga futuro... –Samuel adoraba a su sobrino, que siempre estaba alegre. Le recordaba a él hace mucho tiempo atrás. Pero ahora le tocaba a él escoger si decirle la verdad a su hijo sobre el pelimiel... Sabía que Azrael era fuerte, y que podría superarlo con tiempo, pero le parecía un poco egoísta por parte de Matt no comentarle nada. Suspiró con lentitud. –Es su vida, será mejor que él mismo encuentre el momento indicado para decírselo. Mientras, será mejor que me mantenga al margen y recé porque el poco tiempo que le queda sea feliz. –a pesar de todo, él tenía mucha fe en que su sobrino podría soportar un poco más de lo que los médicos esperaban. Con sus orbes cansados pudo vislumbras como ambos jóvenes caminaban tomados de la mano hacia el interior de la mansión.

 

La enorme mansión en medio del viñedo era imponente, con paredes gruesas de madera y tres ventanas en cada piso; el marco era de una madera más oscura que la de las paredes. Esa casa había estado en pie desde hace muchos años, había empezado como una pequeña cabaña, pero con el tiempo y el éxito del lugar, se había convertido en lo que era hoy: una imponente mansión. Los enormes pinos que la rodeaban también la habían acompañado durante su crecimiento, observando desde sus lugares cómo el lugar se expandía, crecía, dando origen a nuevos paisajes.

Matías se introdujo al lugar tomado de la mano de Azrael, quien le sonreía con total sinceridad. Las paredes tapizadas de color caramelo daban un toque acogedor al recibidor de la casa. Los muebles rústicos de madera no hacían que perdiera la elegancia que todo lo demás mostraba. La chimenea de ladrillos estaba encendida y el fuego danzaba con vitalidad. El candelabro de tres capas iluminaba tenuemente la habitación, regalándole un toque misterioso. Ambos jóvenes entregaron sus abrigos, guantes y gorros a una a de las sirvientas que esperaba ansiosamente el regreso de los jóvenes “amos”. Matías no tardó en ir hacia el sofá más cercano a la chimenea y subirse, abrazando sus propias rodillas.

–Ya nos traerán el chocolate caliente –anunció el joven Az, antes de acercarse hacia donde se encontraba el pelimiel. Se sentó a su lado para acariciarle el cabello con suavidad. Matt no tardó en recargarse al costado del azabache, y este de inmediato le rodeó los hombros con uno de sus brazos. La verdad era inevitable, obvia. Quería estar cerca del ojiverde, quería verlo sonreír y estar a su lado. Eso era lo que había estado pensando desde que Matías llego a su vida.

–Está bien, esperaré... –murmuró el  menor con una pequeña sonrisa. Se acurrucó con lentitud en el costado del mayor, cerrando los ojos. Sólo quería sentir esa tranquilidad por un rato más. Esperaba que rogarle a Dios diera sus frutos en esa ocasión. “Quiero vivir más tiempo” deseó mentalmente el de los tenues orbes verdes. Aunque ¿A quién quería engañar? Rezar nunca le había dado frutos, y no esperaba que en esos momentos los diera. Iba a disfrutar de la hermosa luz que Azrael había llevado a su vida, la seguiría disfrutando como hasta ahora lo había hecho: Con una sonrisa.

–No te queda de otra –comentó el ojiazul con serenidad y una sonrisa burlona. Suspiró con suavidad mientras abrazaba un poco más al menor en su costado. ¿Por qué tenía esa sensación de ser necesitado? No lo entendía del todo bien, pero mostraría su más radiante  sonrisa al menor. Desde la llegada del ojimiel él había estado al pendiente de llevarlo a diferentes lugares y de mostrarle cosas nuevas. Después de todo su padre le había comentado que cuando Matías era niño tenía prohibido salir.

El ojiverde infló sus mejillas en forma de puchero, y ocultó la mirada en el costado ajeno. No podía pensar en cosas malas cuando se encontraba en el viñedo, sentía que su libertad se había triplicado desde su llegada. Por fin había podido extender sus alas por completo y hacer muchas cosas que había deseado. A veces el aviso de una muerte próxima habría las oportunidades que con tanto anhelo habías esperado. –Quiero malvaviscos. Pediste el chocolate con muchos  ¿Verdad?

El pelinegro asintió suavemente ante la pregunta del más bajo. –Sí, sabía que lo querrías con muchos. Así que le dije a Marry que le pusiera el doble de malvaviscos al tuyo. –aclaró mientras se acomodaba en el mueble. Estiró su diestra y tomó el mentón ajeno para elevarlo y besarle los labios con lentitud. Fue correspondido, así que por inercia aumentó la intensidad del beso. Atrayendo el cuerpo ajeno hacia el suyo. Lo quería, de eso no había duda. Pero la presencia de inquietud en su propio interior lo exaltó un poco. Estaba preocupado, sumamente preocupado aunque sin una razón obvia.

–Quiero que mañana vayamos al pueblo ¿Está bien? Escuché de los trabajadores que hay una tienda que sirve deliciosos postres. Quiero probarlos –anunció el joven con una pequeña y ansiosa sonrisa. Le gustaban mucho los dulces, a pesar de que no debía comerlos en demasía. Pero ya no importaba, iba a disfrutar al máximo cada segundo de sus últimas semanas de vida. Haría cosas indebidas, haría cosas prohibidas, y luego moriría sin ningún arrepentimiento. Después de todo quería irse de ese mundo con la más hermosa sonrisa que pudiese mostrar.

–Está bien, hablaré con mi padre y nos iremos mañana temprano para que no nos alcance la noche de regreso. –Con lentitud empezó a juguetear con los mechones color miel del cabello ajeno. La sirvienta dejó ambas tazas de chocolate caliente sobre la mesa frente a ellos, y el mayor no tardó en pasarle la que tenía más malvaviscos al ojiverde. Quedándose él con la que tenía menos. Le dio una probada, y dejó escapar un suspiro de calma, realmente podía acostumbrarse a eso de tener al más bajo con él.

–Me gusta la idea –murmuró el ojiverde mientras tomaba con serenidad la taza y empezaba a beber el chocolate, comiendo de vez en vez uno que otro malvavisco que se atravesaba entre sus labios. Bostezó con lentitud, no estaba acostumbrado a estar tanto tiempo despierto, lo normal era que ya a esa hora estuviese plácidamente dormido. Alejado de todos y todos en el mundo de los sueños. –Quiero ver muchas cosas mañana en el pueblo... –murmuró mientras se acomodaba mejor en el sofá.

–Parece que alguien ya está cansado –se burló el mayor, antes de acariciarle el cabello con ternura. Pronto tanto él como el menor habían acabado sus tazas, y no tardó en pedirle a Marry que acompañara a Matt hasta su habitación. –Descansa, yo iré a hablar con mi padre ¿Bien? –ante la positiva del pelimiel, lo besó en los labios para sorpresa tanto del más bajo como de la chica.

–Hasta mañana... –murmuró sonrojado mientras se retiraba junto a la chica de cabellos oscuros. Marry había sido sirvienta de la familia desde hacía muchísimo tiempo, y a pesar de que era muda se le daba muy bien el escuchar, entender y ejecutar.

Azrael se adelantó hacia el estudio de su padre. Tocó la puerta y ante el permiso, entró con serenidad, cerrando la puerta tras él. Se dirigió hacia la silla vacía a un lado de la de su padre. –Papá, Matt quiere ir mañana al pueblo... ¿Nos das permiso para ir? Me haré responsable por cualquier cosa que ocurra... Llevaré todas sus medicinas y también tendré mucho cuidado con lo que toca o a lo que se acerca –en su voz se denotaba el nerviosismo. Después de todo iba a quedar a cargo de la vida de otro ser humano.

Samuel soltó una risa gruesa, profunda. Sí que había criado bien a ese chico. –No te pongas tan nervioso, Az... Claro que pueden ir, estoy seguro que mientras esté contigo nada malo va a pasarle... Y si algo ocurriera no tienes que sentirte responsable. Estoy seguro que Matías está más que feliz en estos momentos... Siempre ha tenido que mantenerse encerrado, así que salir como lo hace contigo debe ser la cosa más feliz que haya experimentado en mucho tiempo. –con lentitud se acercó al azabache y le acarició la cabeza. –Las personas deberían ser felices con la vida que se les ha dado, incluso cuando esa vida es comparable con la de una cigarra.

Aquella comparación con una cigarra lo sacó de onda, pero estaba sumamente feliz de la confianza que su padre le estaba demostrando. En realidad no era para menos. Sentir que podía hacer feliz al menor con cosas como esa, lo hacía sentirse realizado. –Lo sé, papá. Yo estoy vivo, y tengo que aprovechar esa vida para hacer realidad mis sueños. Porque si no tuviese un papel que cumplir en este mundo, aquel día, seguramente habría muerto –murmuró con voz suave. –Voy a hacer que Matt se divierta mucho mañana.

–Pero estás vivo, y eso es lo que importa. Por eso aprovecha la vida que se te ha dado  para hacer cosas memorables –anunció el amable hombre con una sonrisa relajada. Podía estar tranquilo sabiendo que su sobrino se divertiría como nunca durante su estancia en el viñedo. Esperaba que esa felicidad lo llevase a dejar este mundo con una radiante sonrisa y no con la sombría expresión con la que lo había visto la primera vez, hacía unos años atrás. –diviértanse.

–Sí, gracias papá. –anunció el joven de cabellos azabache con una sonrisa tranquila. Ahora podía irse a dormir mucho más tranquilo, sabiendo que tenía permiso para llevarse al menor al pueblo. Se levantó con tranquilidad para besarle la frente a su padre, como él solía hacerlo cuando Az estaba pequeño. Le dedicó un “hasta mañana” y salió de la habitación. Empezaría a pensar a dónde llevar al más bajo. Había muchos lugares bonitos en el pueblo que seguramente le gustarían.

 

El pelinegro dejó de dar vueltas por la mansión desde temprano, por lo que mientras todos dormían el silencio reinaba en la propiedad. A excepción de un cuarto: el de Matt. El pelimiel estaba teniendo fuertes dolores de cabeza, pero nada dijo, ni a nadie llamó. Sencillamente tomó  sus medicinas y cerró los ojos.

Más pronto que nunca la luz del sol se filtró por las enormes ventanas de la casa en el centro del viñedo. El desayuno transcurrió con total normalidad, Az y Matt hablaban animadamente sobre su viaje al pueblo. Marry había preparado un bolso con las medicinas del menor, y Samuel les hablaba sobre algunos lugares que debían visitar. Después de una hora, los chicos ya se encontraban de camino al pueblo, y no tardaron más de 45 minutos en llegar. Las personas caminaban en torno a la fuente de la plaza, miraban los puestos o simplemente hablaban entre sí, disfrutando del buen tiempo que estaba haciendo aquel día. El ojiverde se mostraba encantado con todo.

–¡Es enorme! ¡Mira allí! –señaló el exaltado pelimiel hacia una cafetería de aspecto llamativo. Paredes blancas con líneas verticales rosadas y un cartel en forma de pastel. –Vamos, Az... Quiero probar un montón de dulces –anunció el exigente ojiverde y tomó del brazo al mayor para halarlo hacia la tienda. Había pasado la noche bastante mal, pero no iba a demostrarle ningún rastro de malestar al ojiazul. Lo único que quería mostrarle era su más radiante sonrisa, como hasta ahora el pelinegro se la había mostrado.

–Bien, Bien. Tranquilo, ya vamos –dijo el mayor, conteniendo una risa que buscaba brotar. No podía creer la adorable cara que le estaba mostrando el pelimiel en esos  momentos, seguía siendo un niño. Un alma inocente cuya infancia había sido sumamente limitada, por lo que entendía a la perfección que ante tan poca cosa se emocionara de esa manera. Estaba en todo su derecho de hacerlo. Cuando entraron al lugar suspiró, todo era tan rosado y blanco que le recordaba a la casa de muñecas de una niña.

Sus orbes verdosos se iluminaron rápidamente de emoción al ver tantas cosas lindas juntas, se sentía enormemente feliz. Sentía como si volar por el cielo ya no fuese algo imposible, al contrario, parecía tan real como si justo en esos momentos su alma por fin descansara después de tanto tiempo en la oscuridad. Una infantil risa escapó de los labios del ojiverde, quien seguía totalmente atontado con todos los brillos y colores que podía apreciar en ese lugar.

Azrael no podía quitarle la vista de encima al menor, que parecía aislado del terrenal mundo en esos momentos. Inevitablemente una felicidad enorme lo invadió. Él estaba causando que el peli miel fuese feliz, por lo que él mismo sentía que  todo era perfecto. Tomó la mano del pelimiel antes de guiarlo hacia el mostrador. Ese joven de orbes esmeraldas era suyo, únicamente suyo y no tenía más intenciones que ser el causante de su felicidad por mucho tiempo más. Veía un futuro para ellos en la lejanía, pero algo en su interior estaba inquieto, como si ese deseo no fuese algo que estuviese a  su alcance.

Matt no tardó en dejarse llevar por el azabache que se mantenía a su lado. Dentro de aquella felicidad pasajera un dolor intenso aparecía, el sentimiento de culpa por estar arrastrando a ese maravilloso chico a sus últimos momentos. Pero quería ser egoísta durante el poco tiempo que le quedaba de vida, aunque fuese poco lo anhelaba. Sonrió al ver la hermosa variedad de postres, que por su aspecto casi daba dolor comerlos, pero él lo había pensado “casi”. —Quiero de este, y este... Este otro también se ve delicioso y ese también. Y para acompañar un café con leche —anunció el menor rápidamente, viendo de reojo al ojiazul.

El mayor de ambos chicos mantuvo su sonrisa tranquila, sin molestarle que el menor pidiese todo lo que se le antojaba. Eso le hacía feliz que no se contuviera en nada. —Me da un capuchino también. —anunció el pelinegro después que el menor terminó de pedir lo suyo. Estaba sinceramente muy feliz de poder observar esa radiante sonrisa. “Como si fuese el sol...” No tardó en indicarle al menor que fuesen a sentarse, y así lo hicieron. Az  no podía dejar de verlo. —¿Qué te ha parecido hasta ahora nuestro paseo?... Aunque este lugar es simplemente el comienzo —señaló el ojiazul con serenidad.

Matt movía los pies impacientemente, quería probar todos esos deliciosos dulces que había decidido consumir. Su consumo de dulce siempre había estado regulado por lo que poder romper esos tabúes lo hacía sentir aún más libre que antes. Como si después de mucho tiempo preso pudiese extender esas adormiladas alas. ¿Por qué tenía que sentirse tan feliz al borde de la muerte? Era algo que nunca lograría entender, pero definitivamente no era malo. —Me ha parecido maravilloso, quiero ver muchas cosas más, para recordar este lugar eternamente —expresó el pelimiel con una sonrisa totalmente alegre. Quería sonreír durante todo el tiempo que le quedaba.

Az no pudo evitar sonreír con tranquilidad cuando el ojiverde le mostró su felicidad, eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. Aunque por alguna razón no se sentía conforme, había algo en las acciones/palabras del contrario que lo hacían dudar. Como si en todo aquello algo no estuviese bien, algo no encajaba pero no podía decir qué era. Por lo tanto no se arriesgaría a lanzar teorías excéntricas. —Me alegro mucho entonces, me sentiría sumamente mal si no estuviese haciendo las cosas bien para ti...

 

Pronto la mesera pasó, dejando sobre la mesas los postres y el café de ambos jóvenes. El azabache mantuvo una sonrisa serena y se dedicó a observar al menor que comía gustosamente los dulces. Azrael disfrutaba enormemente de ver al pelimiel comer los postres como si nunca hubiese probado uno en su vida. Hacia que sintiera ganas de verlo eternamente, porque Matt era un ángel, uno que había llegado a su vida para hacerlo feliz con su sola presencia.

El de los orbes esmeraldas no tardó en devorar todos los postres que había pedido y sonreía con felicidad mientras observaba al mayor degustar su café. —Estuvo delicioso... Muchas gracias por traerme, Az —anunció el más bajo, dejándole ver un precioso sonrojo adornando sus mejillas. De verdad estaba disfrutando ese momento y quería que durará para siempre. Pero era demasiado pedir, ese momento al igual que su vida no sería más que un recuerdo pasajero.

Cuando el mayor terminó de beber el café, se levantó y se dispuso a pagar con tranquilidad todo. No tardaron ambos en salir del lugar y dirigirse hacia la plaza mientras veían a los ciudadanos en sus actividades diarias. El marcado como siempre estaba muy lleno, las personas conversaban, compraban, hablaban animadamente de su día a día. Matt pensaba que los envidiaba, porque estaban viviendo su presente sabiendo que les quedaba un futuro por vivir, a diferencia de él... Él pequeño pelimiel sabía lo que le deparaba, solo que no sabía cuándo llegaría el final.

—Está haciendo un clima fantástico para dar un paseo a caballo ¿No lo crees así, Az? —el menor había estirado su mano para tomar la del azabache con suavidad. No le molestaba que las personas los vieran, todos sabían quién era el ojiazul, y por ende también sabían sobre la visita del ojiverde por esos lares. Tras pasar por la puerta eterna de morfeo esperaba soñar con aquel día siempre, eternamente... Miraba de reojo al más alto, admirando su firmeza, su fuerza... Lo amaba, estaba seguro de ello, incluso antes de conocerlo.

—Cuando regresemos ya será tarde... Mañana saldremos a dar una vuelta ¿Te parece? —Azrael quería cumplir todos los caprichos de su adorado pelimiel, por lo que si este pedía algo, él buscaría la forma de dárselo. Observó a una pareja tomadas de las manos cerca de ellos, la mujer se encontraba en estado de embarazo y él no pudo evitar sentirse atraído ante la idea de caminar con Matt de esa forma, incluso si era tomados de la mano con un niño... La posibilidad de adoptar era viable. Se burló de sí mismo al encontrarse viendo tan allá en el futuro.

—Sí, me parece bien —aseguró el menor de ambos jóvenes con una sonrisa. Realmente le gustaba la idea de montar a caballo nuevamente, pero en esos momentos no estaba seguro de si habría un “mañana” para él. Dado su salud de la noche anterior y sus molestias actuales, parecía que su enfermedad estaba decidida a acabar con él lo antes posible. “¿Por qué no pude conocerle antes? ¿Por qué tuvo que ser en mi lecho de muerte?” Se preguntaba mentalmente... Sin obtener ninguna respuesta. Era una cigarra, destinada a morir ese verano.

—Perfecto, entonces... —su sonrisa estaba totalmente tranquila, en realidad no demostraba ninguna preocupación. El azabache estaba tranquilo, sabiendo que Matías estaba allí con él. Podía protegerlo, eso pensaba. Dichoso pensaba ser, al ignorar el triste y cruel destino de su ojiverde. Esas esmeraldas que tanto le gustaban era algo que quería ver brillar durante mucho tiempo. Caminó con serenidad hasta una fuente y miró al peli miel que se soltó de su mano para sentarse en la orilla del brote de agua. —Con cuidado.

—Sí, tranquilo Az... —suspiró suavemente y se sujetó con lentitud el pecho. Le dolía, le molestaba, y por esa misma razón su mente le pedía a gritos escapar, alejarse del ojiazul lo más rápido posible. No quería que lo viese, mucho menos si su momento había llegado. “Dios, dame fuerza para no morir frente a él...” Rogó el menor para sí y volteó a verlo. —¿Podemos regresar a casa? No me siento bien.... —declaró el menor con voz suave.

—Claro que sí, regresemos ahora mismo... —anunció el pelinegro sin ninguna duda. Si el menor no se estaba sintiendo del todo bien, lo mejor era regresar y que este guardara el debido reposo.

 

Entre tanto el tío Samuel observaba como el sol se filtraba a través de las nubes y bañaba sus plantas con la luz del ocaso.. Suspiró lentamente y se recargó en su sillón mientras admiraba con nostalgia el hermoso paisaje. —El verano llegó antes de lo esperado este año... Muchas de las plantas jóvenes no soportaran el calor, al igual que tú, mi querido sobrino... Dichoso Azrael que no conoce tu destino, pero me preocupa su dolor... —con lentitud acarició el lomo de un viejo libro. —Tal vez hoy sea el último día de tu suplicio, tierna cigarra.... Alguien llorará en tu nombre... Alguien sufrirá por ti y serás añorado como nunca... Es por eso que estoy seguro de que podrás descansar en paz, sin dejar ningún remordimiento en esta vida —declaró aquel viejo hombre para sí. Amaba a su sobrino, pero sabía que desde niño su esperanza de vida era corta, y vivió con miedo a verlo morir... Ahora su experiencia le señalaba que tras la eterna puerta de morfeo, no habría más que tranquilidad. —Sí tan sólo pudiese darte de mi vida. Yo ya he vivido suficiente, pero tú has vivido poco y si contamos tu encierro, mucho menos todavía. Dios eres muy injusto con los vivos. —señaló el anciano hombre con voz cansada. No debería ser de esa forma. Los niños no deberían morir con tanta rapidez. —Espero que no lo dejes llorar nunca más, si tantas ganas tienes de llevarlo contigo... Espero que no sea para dejarlo en el mismo infierno que le diste como vida. —Su cansada vista notó como la carroza llegaba antes, suspirando. No era una buena señal. Eso significaba el final del invierno.

 

Matías bajó con ayuda del azabache y se dirigió hacia el interior de la mansión siendo seguido por la mirada nerviosa de Azrael, pero al entrar en su cuarto, cerró la puerta tras de sí, dejando al contrario fuera. Sintió un fuerte dolor en el pecho y no pudo evitar toser, dándose cuenta de que había sangre. “Estoy muriendo. Tanto que había llorado por este momento y ahora no quiero irme” pensó el joven pelimiel. —A... Az... Lo siento... Creo que debo descansar... Ve a dormir... —pidió el ojiverde, recostando la espalda a la pared.

–Espera, déjame ayudarte, Matt... Puedo serte de utilidad en estos momentos —anunció el mayor, sabiendo que la salud del pequeño ojiverde era delicada. Pero en esos momentos pensaba en que el comportamiento de su pareja era egoísta... ¿Por qué le impedía estar a su lado cuando sufría? Su mente no quería aceptar la verdad que era tan clara como el agua más pura de una fuente. Aquello era inevitable... El gritó del menor pidiéndole que se fuera, lo hizo sentirse aún más frustrado, pero obedeció.

 

El menor de ambos se retiró hacia su cama, dejándose caer con las manos sobre su pecho. —Az... No sabes cuán egoísta he sido al quererte para mí... Al verte siempre y sin perderme nada de lo que hicieras... Pero eso ya no importa, porque mi amor no será más que algo pasajero para ti... Así como el lamento de las cigarras que poco a poco se apagan ante la llegada del verano. El verano se adelantó y todo lo que me queda es dejarme llevar por él —un suspiro doloroso escapó de los labios entreabiertos del pelimiel y una lágrima solitaria rodó por su mejilla al cerrar los ojos.

La muertes había llegado tranquilamente hacia él, lo tomó en sus brazos y lo arrulló, llevándoselo hacia el reino eterno de Morfeo que ya lo esperaba con todas sus puertas abiertas.  El descanso que por tanto tiempo había buscado, ahora llegaba de una manera demasiado triste para él. Por primera vez el intangible chico se preguntaba: “¿Por qué no pude morir antes de arrastrar a Azrael al dolor con el que yo siempre había vivido?”

 

Aquel joven de cabellos azabaches había tenido muchos problemas para conciliar el sueño, había tenido demasiadas preguntas acerca de lo que sentía. Él sabía lo que pasaba con Matt y aún así su cerebro fue ciego, sordo y mudo ante la idea de decirle adiós, ante la idea de aceptar que tuviese que irse y no volver nunca más a su lado.

—Azrael despierta —susurró la suave y débil voz del ojiverde. Que hizo que Azrael se sentará, lo observó con inmensa ternura y se sentó en la orilla de la cama con toda la intención de abrazarlo. —Tengo que irme Az... Quiero que sepas que te amo, que estos meses han sido los más felices de mi vida.. Pero ¿Sabes? No quiero que sufras por mí... Porque hiciste que mi tiempo final valiera por todo el sufrimiento de mi vida... —el menor no podía soltarlo, no quería irse pero la luz lo esperaba.

—Aunque digas algo así, pedirme que no sufra es algo egoísta... Desde que te conozco eres muy egoísta... Porque no me lo dijiste y sufriste en silencio sin decirle a nadie. No estabas solo, Matías, no lo estabas —sus brazos abrazaron con fuerza al menor, que parecía tan cálido en esos momentos que hasta le daba dolor... Porque nunca había visto esa tranquilidad antes en él, era como si toda su carga hubiese desaparecido.

—Lo sé, quería protegerte de esto... Pero fue muy tonto de mi parte —una risa amarga se liberó de sus labios mientras se acurrucaba en aquel lugar tan confortable. Estaba realmente feliz de poder despedirse de él, pero el dolor de separarse era enorme. —Y voy a pedirte otra cosa muy egoísta. Tienes que vivir Az, vive por ti y vive por mí, sé que mientras te pueda ver sonreír todo habrá valido la pena.

—Sí, eres muy egoísta —su abrazo se hizo aún más fuerte en torno al cuerpo del pelimiel. Sabia que nunca más podría abrazarlo de esa manera y mucho menos acariciarle el cabello.... Tampoco lo vería cabalgar y mostrar esa radiante sonrisa de libertad que tanto adoraba. —Sé libre de la vida, querido mío... —sintió como poco a poco el contrario se desvanecía y su mundo se derrumbó por primera vez en mucho tiempo.

 

Azrael se levantó de golpe y miró hacia la ventana, el amanecer se filtraba apenas por la ventana. De sus orbes resbalaron un par de lágrimas, era inevitable...  Aquel sueño había sido el último adiós de Matías, sabía que aunque corriese a su cuarto, él no despertaría nunca. Se levantó y caminó hacia la ventana, retiró las cortinas entreabiertas y fijó su mirada en el basto terreno de la finca. Casi podía ver al castaño cabalgando en el lomo de Brillo.

El sol brillaba con intensidad, un claro signo del verano que había llegado antes de tiempo...



Durante las semanas siguientes tanto Azrael como Samuel lamentaron la pérdida del pequeño pelimiel. Lamentaron también la repentina muerte de Brillo, pero la tristeza fue calmada con la noticia de que Luna estaba en estado. Una vida había acabado y otra se preparaba para comenzar. Era irónico, muy irónico en realidad.

El anciano Samuel sonrió con lentitud mientras observaba suS terrenos, sintiendo como el tiempo pasaba sin detenerse a mirar a los caídos. —Ahora que eres libre, mi pequeño... Ya no eres una cigarra, te convertiste en un ave, que nunca será enjaulada por nada ni nadie. Tuya nadie podrá opacas tu existencia de nuevo.

—Padre... No creo que él quisiera verte así. —el ojiazul subió la mirada con una leve sonrisa. La silueta de un ave surcando el cielo lo hizo inevitablemente asociarlo con lo que su experimentado padre decía. —Hay que continuar viviendo. Porque seguimos aquí, porque el hecho de que no hayamos muerto todavía significa que debemos vivir —anunció el joven Azrael.

 

Una vida corta como la de una cigarra, un deseo de libertad comparable con el de un ave, una esperanza que ya no existía desde el primer momento.

La vida continuará, recordando a los caídos durante mucho tiempo. Porque esa es la manera en la que el azabache podría vivir.

 

Un viento invernal

Acercándose está

Trae con él

A el ocaso también.

 

Una sonrisa efímera

Una luz pasajera

Un ocaso repentino

Mi vida era.

 

Un día te conocí

La luz encontré

Más eso sería

Pasajero también.

 

Risas lejanas

Puedo escuchar

Es mi presente

Que alejándose está.

 

Las alas que tenía

Rotas están

El cielo hermoso

Ya no puedo surcar.

 

El abismo profundo

Se extiende bajo mis pies

Y solo puedo

Verme caer.

 

Tu silueta veo

Alejándose está

Extiendo mi mano

Pero no te puedo alcanzar.

 

El túnel se extiende

La luz está al final

Tal vez no es la salida

Pero tranquilidad traerá.

 

Una vida corta

Como la de una cigarra

Eso era todo

Lo que me quedaba

Tú no lo sabías

Ignorante eras

De esta pesada carga

Que rompió mis alas.

 

La felicidad pasajera

Fue más que suficiente

Para llenar

A esta pobre existencia.

 

Entre todas mis sombras

Apareciste tú

Una cegadora luz

Que me tranquilizó.

 

El adiós ha llegado

Triste no estoy

La luz que me mostraste

La llevaré junto a mí.

 

Mi vida corta

Como la de una cigarra

Estuvo llena de sombras

Y luces pasajeras.

 

En este corto túnel

Existió una luz

Tenía una hermosa sonrisa

Al igual que tú.

 

Incluso después que muera

No quiero verte llorar

Pues mi corta existencia

No te puede opacar.

Este es el deseo

De una impotente cigarra

Que amó con su corta vida

La luz de una radiante lámpara.

 

“Vive y sonríe

Vive y ríe

Vive y sé feliz

Vive

Por ti y por mí”  

Notas finales:

*Espero con ansias sus reviews~ 

 

 


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