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DEATH CHESS por Toko-chan

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Notas del capitulo:

Buenas noches, por fin, he de decir, ¡por fin! Traigo el quinto capítulo de Death Chess, espero que no os hayáis aburrido de esperar. Estoy bastante ocupada últimamente pero dudo que os interese mi vida xD En todo caso, el capítulo de nuevo derivó en algo más, hay algunas conversaciones importantes y, aunque en extensión quedó más largo de lo que predije, en cuanto a sucesos quedó algo por pasar que supongo que sucederá en el siguiente capítulo. Nos vamos acercando a la mitad del largo trayecto...


*redobles**redobles**redobles*


Por cierto ahora mismo estoy leyendo Fuego y Acero, novela de Hedeleine, muy buena, me ponen un poco nerviosos los protagonistas por la época en la que viven y sus mentalidades tan diferentes de la mía, pero perfectamente ambientado todo no puedo dejar de alabar el talento de esta mujer.

V. Interludio diplomático

 

—¿Te has vuelto loco? —había preguntado, sintiendo una inesperada ola de calor ascender por el cuello y las mejillas.

—Puede ser. Porque yo sí quiero.

Decir que aquella declaración le había causado el vértigo de un centenar de montañas rusas, era sobrevolar la culminación de los epítomes. Sus reflejos ni siquiera atuvieron a razones cuando DEBERÍA haberse apartado. Ryuuzaki fue rápido, sí. En un visto y no visto, aquellos labios delgados se apoderaron de los suyos entreabiertos a raíz de la profunda sorpresa que lo embargaba. Pero entonces, justo en ese momento, ahora, YA. ¿Porque su sistema nervioso no acataba los mandatos de su cerebro?

Abrió los ojos aún más, si es que era posible, al ser amarrado por la nuca siendo obligado a pegarse más al detective. El beso no recordaba a ninguno que hubiese dado o recibido antes, era rudo, poderoso y no falto de cierta torpeza edulcorada con desesperación. Como la cinta desgastada de una película, una retahíla de imágenes se fueron sucediendo tras sus párpados. Miradas. Caso. Cadenas. Más miradas. L. Un por lo general, impasible L, inesperadamente turbado y nervioso. Con solo un gesto tan simple como un beso todo parecía encajar a la perfección, haciendo que las piezas descarriadas marcaran su camino, mitigando así el caos en el que se había convertido la cabeza de Light a causa del famoso detective.

Con resultados poco fructíferos, trató de hacer uso de la fuerza para empujar al hombre hacia atrás, mas a penas logró romper el contacto unos segundos antes de que aquel acto en contra de su voluntad le fuera impuesto de nuevo.

Apretó los puños. La palpitante furia relegada a un rincón a beneficio de una sana conversación con Ryuuzaki, cobraba fuerza en cuestión de segundos y Light comenzaba a olvidar los motivos, antes convincentes, por los que había decidido aplacarla. El punto de no retorno llegó entonces. Cuando la lengua que se mentalizó para catalogar como asquerosa se abrió paso a través de su boca, Light la mordió, con toda la mala leche que encontró, provocando que el dueño gimiera sorprendido antes de retroceder a trompicones. Cayó sobre su trasero con un nuevo gemido lastimero —que poco importó a Light— y se palpó con los dedos la dolorida lengua.

Tras mantener precariamente el equilibrio al casi ser arrastrado por las esposas, el universitario se agachó junto al mar y se enjugó la boca con los mínimos aspavientos que su condición iracunda le permitió. Luego se secó con la manga de la chaqueta mientras echaba una mirada de soslayo a Ryuuzaki, quien ya se había puesto de pie; tenía las manos guardadas en los bolsillos y el rostro oculto por los largos mechones de pelo.

Light deseaba proferir insultos, exabruptos y censuras a diestro y siniestro. Por eso se sintió encolerizar cuando algo le mantuvo la boca cerrada, algún resquicio de escrúpulos; o acaso el ver a Ryuuzaki, cabizbajo, luciendo semejante vulnerabilidad, y el hecho de que resultaba demasiado chocante al relacionarlo con la imagen preconcebida de él.

Tampoco le dio tiempo a seguir debatiéndose sobre si decir algo o no, porque el otro hombre, con las deportivas calzadas, había comenzado a caminar de vuelta. Por lo que, restregándose la cara con una mano y sintiéndose mucho más fatigado que en los últimos días, lo siguió.

Fue una vuelta taciturna, en la cual predominó un aura de distanciamiento que Light agradeció. No supo cuánto tardaron, pero debió de ser bastante porque Watari, que solía rondar por el edificio hasta altas horas de la noche, no se encontraba por ningún sitio. Tampoco es que se hubiera molestado en buscarlo.

En la habitación, le abrumó una zozobra de lo más estúpida al darse cuenta de que debía desnudarse enfrente del otro hombre.

Ryuuzaki ni siquiera le miró cuando, de espaldas, susurró:

—No tienes porque sentirte apurado. Te aseguro que no voy a mirar.

Light se frenó a tiempo de soltar alguna barbaridad. Con los ojos cerrados, trató de hacer un llamamiento a la calma un segundo. Luego se dispuso a desvestirse, contorsionandose de la forma más compleja, asegurándose continuamente de que el detective cumpliera su promesa. Aprovechó su posición ventajosas y oteó al otro en un libre escrutinio. El ordinario jersey blanco era un cúmulo de arrugas más notorio de lo habitual, bajo el cual, debido a puntuales jirones de humedad, se podía apreciar el contorno de la huesuda espalda, cayendo hacia adentro por los laterales en una sinuosa curva que conformaba una, aunque no muy pronunciada a la vista, sugerente cadera. Sus pupilas descendieron más abajo, donde su antigua inspección perdía su nombre, y alzó la vista de nuevo, apremiado.

Carraspeó.

—Las esposas.

Ryuuzaki extrajo la llave que llevaba colgada en su cuello y demostró su gran habilidad con las manos cuando, prácticamente a ciegas, logró acertar en la hendidura del candado. Light vio como las esposa se le retiraba casi a cámara lenta antes de mirar de soslayo a L, quien se mantenía de cara a la ventana.

Con una diversión mezquina y ligeramente masoquista, Light no pudo evitar la tentación mientras acababa de desprenderse de sus ropas.

—Si yo fuera Kira tal y como tú vaticinas, no estarías en una buena situación en estos momentos.

—Ya te dije que todo estaba controlado.

El tono monótono con el que el detective respondió fue tan suave que si Light no lo conociera hubiera jurado que casi, casi rozó lo sumiso. Su ceño se comprimió y sintió que podría hacer crujir sus articulaciones ante la tensión a la que sus emociones las estaban sometiendo.

L se removió en ese momento, doblando la pierna como una cigüeña de forma que le permitiera rascarse la pierna con el pie.

Aunque no dijo nada, el gesto impacientó al japonés que con celeridad terminó de abotonarse la camisa del pijama con apabullante desacierto —al segundo intento casi creía ver las motas de sudor en sus manos cuando encasquetó el último botón— y, sin más ceremonias, se metió en los de algodón prácticamente de un salto.

—¡Estoy…! —dijo, al borde del aliento.

—De acuerdo.

El detective procedió a hacer lo propio, cambiándose de ropa. —Costumbre que había adoptado desde que empezaran a dormir en la misma cama por órdenes estrictas de Light—. Light, que por ninguna razón, sintió el impulso de estrangular a L al verlo desnudarse con semejante naturalidad, y sentir él, por el contrario, un bochorno que le obligó a apartar la mirada.

Una vez tumbado en la cama, esposas selladas, hundidas sus cavilaciones contra la almohada, el universitario sintió un punzante desasosiego. Necesitó tomar aire a bocajarro un par de veces, resignado y a sabiendas de que no pasaba desapercibido para Ryuuzaki, pero inevitable dado el conglomerado de conmoción e ira cercenando sus venas. Ryuuzaki no dijo nada de todas formas, y él se durmió horas después, tras tratar de purgar su mente de los sucesos recién acaecidos y de la agradable sensación de un beso que debió haber aborrecido. El intento fue en vano, y el mundo onírico con afán se consagró para que no lo olvidara.

 

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—¡No os lo vais a creer! —Un periódico deshojado fue agitado por encima de la cabeza del recién llegado que, en un suspiro, lo estampó contra la pequeña mesa del Cuartel de investigaciones—. ¡La gente cada días está más loca, menudas sectas andan sueltas por ahí! —Negó con la cabeza— A veces me pregunto por qué perseguimos a Kira exactamente.

Una fuerte palmada le sacudió el hombro y Aizawa se encontraba tras él, sonriendo levemente.

—Matsuda, buenos días. ¿Despertaron tus raíces intelectuales? —picó.

—Creo que haría falta más de una noche para que eso sucediera —desestimó el joven policía, riéndose y provocando una risa en el otro también.

—En eso estamos de acuerdo.

Soichiro Yagami se acercó en ese momento, le dio los buenos días y se hizo con el periódico eficazmente antes de preguntar:

—¿Que motivo te ha causado tanto revuelo de buena mañana?

—No se si buena pero no veas la que se armó ayer… —Su mirada, que vagabundeaba por la sala con desinterés, fue la primera en reparar en ellos—. ¡Light, Ryuuzaki! ¿Que tal la noche? ¿eh? —Parpadeó al tiempo que su ceño se comprimía en una arruga confusa—. ¡Tío, Light! En Ryuuzaki es normal, pero hoy tú luces unas ojeras que casi le hacen competencia.

Sí, Matsuda fue el primero en percatarse. Y para desgracia del universitario, el muy botarate, a parte de no poder mantenerse calladito, se había levantado observador aquella de por sí horrenda mañana. Todas las miradas recayeron sobre él. La de su padre, en particular, prendió en él un pánico descerebrado que no tardó en erradicar con una honda inspiración.

—Light, hijo, ¿que ha pasado? —Su boca se comprimió en una mueca—. ¿Trasnochaste? No es esto lo que imaginé cuando mencionaste que llegaríais tarde —dijo, echando un escueto vistazo al detective.

Insólito en los últimos años, se vio apurado en presencia de su progenitor. Instó a su cabeza a correr a marchas forzadas.

—En realidad… —comenzó. Sin embargo, Matsuda, gozando del momento, lo interceptó enarbolando un dedo y una sonrisa cómplice.

—¡Lo sabía! ¿Salisteis de chicas, verdad? Es normal, jefe, es que Light pasa todo el tiempo encerrado con Ryuuzaki, aquí. Tiene que tener sus necesidades. —Encendió la cafetera con desenvoltura—. Y al parecer Ryuuzaki ha desistido de tener algo con Misa-Misa y ha ampliado horizontes —bromeó.

—¡Matsuda! —reprendió el jefe Yagami antes de voltear hacia su hijo con expresión contrita—. ¿Light?

El aludido, pretendiendo revisar unos documentos, había dado la espalda a la absurda diatriba del joven ex-policía con el fin de ocultar la protuberancia de una palpitante vena en su sien. Lo último que necesitaba era al idiota de Matsuda enervando a niveles astronómicos su lacerante mal humor, o a su padre hurgando donde no le concernía.

—Buenos días, Watari —saludó Ryuuzaki, diluyendo la tensión durante un momento— ¿Nos traes información relevante?

Light oteó sobre su hombro y vio al anciano hombre negar lentamente. Luego, le tendió a Ryuuzaki una moneda raída del color del bronce oxidado debido al paso de los años. Desde donde se hallaba, no pudo apreciar el grabado pero, aguzando la vista, le recordó vagamente a una antigua guinea anglosajona. En desuso desde el 1971.

Con subterráneo estupor, reparó en los ojos agrandados de Ryuuzaki en un inusual rictus de espanto y conmoción. Tal era su extrema expresividad, la opacidad de su mirada, la trémula agitación que acució su labio inferior, la habitual palidez de su cara rozando el linde de un millón de cadáveres; que Light se sintió pequeño e insignificante. ¿Que podría ponerlo así? ¿En ese estado de muda sorpresa y terror? ¿Que en todo el mundo, siendo que ni el suceso del día anterior lo había remolcado a ese estado?

Ryuuzaki se dio la vuelta sobre sus pies y fue por la momentánea debilidad en la mirada azabache, por el fugaz, contrariado desconcierto, que Light se dio cuenta de que en algún momento su brazo se había alzado por propia voluntad en dirección al otro hombre, como queriendo… ¿queriendo qué? Ofuscado, retiró su extremidad y la ocultó tras su espalda infantilmente. La fortificación de hielo se construyó entonces, quedando sellada bajo su custodia la vulnerabilidad que durante un instante había estado allí, rielando en los pozos oscuros que eran los ojos de Ryuuzaki.

Le vio guardar la misteriosa moneda en un bolsillo a la vez que hacía una seña a Watari, antes de que este, tras una protocolaria inclinación, se escabullera por la puerta. Le vio recuperar el habla y tratar de eludir la escena recién presenciada.

—Perdonad la interrupción. Señor Yagami, no haga caso a Matsuda —dijo en su línea mientras se acuclilló en la silla de ruedas más cercana—, ya sabe que habla majaderías por lo general.  

—¡Hey! —se quejó Matsuda.

—Evidentemente, a su hijo y a mi nos une el caso Kira como principal propósito, le aseguro, Sr. Yagami, que no tiene motivos para preocuparse por temas que atañan a una relación de amigos, pues no es el caso.

Habló en un tono frío y despiadado, haciendo que las palabras recayeran sobre el universitario como una pedrada de plomo que se retorció en sus entrañas con un regusto amargo. <<No me importa>>, trató de convencerse, mas no era tan iluso. No cuando su esfuerzo de las últimas semanas había sido destinado a conseguir dicha amistad, aquella que Ryuuzaki acababa de negar, el mismo Ryuuzaki que hacía tan solo unas horas había admitido considerarlo su primer amigo.

Infantil. Como un niño. El estúpido detective se quejaba de que Light era caprichoso e infantil, pero él no se quedaba corto.

—Bueno… —Vaciló Soichiro para después enfocar su mirada dura en su hijo—. ¿Donde estuvisteis entonces?

Se pasó una mano por el pelo, en aparente distendimiento.

—No quisiera ofenderte, papá. Como ha dicho Ryuuzaki no se trata de amistad —se aseguró de remarcar, no sin cierto retintín—, pero son cosas que solo nos pertañen a nosotros dos. Espero que lo entiendas.

Se aguantaron la mirada unos segundos. Padre e hijo. Como hacía tiempo que no hacían. Finalmente el hombre más mayor desistió con un suspiro.

—Está bien. Sois mayorcitos para hacer lo que queráis.

—De hecho, yo ni siquiera soy su hijo —puntualizó Ryuuzaki.

Light alzó en su dirección una ceja con frialdad, pero el otro no lo miraba. No miraba a nadie, ni siquiera a su padre que en ese momento asentía, expresión seria enmarcando sus duras y cansadas facciones. Parecía que todos iban a iniciar con sus tareas del día, por lo que, dejando aparcado la intriga por el tema de la moneda y el desconcertante abatimiento en L al recibirla, Light recordó que Matsuda estaba hablando de una noticia cuando entraron al cuartel de investigaciones.

Sin poder pasarlo por alto, preguntó:

—¿Matsuda?

—¿Si? Dime, Light.

—¿Cuál era aquella noticia tan increíble de la que hablabas?

—Es cierto, al final no nos dijiste nada —apoyó Aizawa a la par que se sentaba en una de las sillas de ruedas con unos informes en la mano pero la atención, como todos los allí presentes, fija en el joven policía—. ¿Que era?

Matsuda emitió un suspiro sentido y su mirada adquirió un sombreado entre apenado e indignado.

—Vaya… Ya veo —murmuró Soichiro.

Light volteó hacia su padre para encontrarlo con el periódico en mano y las cejas muy juntas mientras se afanaba en hacer una lectura diagonal a la noticia que ocupaba la parte inferior de una página. Una curiosidad que le hizo olvidar por un momento su irritación para con Ryuuzaki le hizo acercarse a su padre.

—Hubo un asesinato ayer —señaló Matsuda, enarbolando la palma abierta hacia el periódico—. Un chaval homo… bueno, un chico gay, ya sabéis. Al parecer lo relacionan con otros dos asesinatos recientes que coinciden en eso precisamente.

Light le dirigió una rauda mirada a Ryuuzaki, quien apenas se había dado la vuelta olvidando su ordenador para prestarles atención. Por un momento se preguntó cómo le afectaría eso al detective ahora que se había, de algún modo, percatado de sus nuevas tendencias sexuales.

La voz de Mogi, quien casi nunca hablaba, les sorprendió.

—¿Un asesino en masa de jóvenes homosexuales?

Soichiro se aclaró la garganta. Habló con un tono estrangulado.

—Eso no es todo. —Inspiró—. Abusa de ellos antes de matarlos.

Al levantar la cabeza de la noticia, el universitario vio como Aizawa abría los ojos desmesuradamente hasta que las cuencas que los amparaban parecieron demasiado pequeñas como para sostenerlos.

—Es horrible —sentenció el hombre.

Fue como si un ángel desollara la estancia de lado a lado. Un chirriante silencio se hizo patente. Light inspiró de una forma que le permitió ser dolorosamente consciente del oxígeno que infló sus pulmones, poco a poco, con parsimonia, como veneno. Las páginas del periódico crujieron bajo los dedos crispados del Sr. Yagami y las vistas de los allí presentes yacían cabizbajas, sumidas en sus respectivos mundos interiores.

—Esto, señoras y señores, es lo que pasa cuando el analfabetismo y la vileza sin escrúpulos logran convivir en una misma persona. —Todos sin excepción se giraron hacia Ryuuzaki que se había levantado de la silla de ruedas y bloqueado la pantalla de su ordenador. Indiferente, se pasó las manos por la camiseta blanca, aplastandola como si quisiera hacer desaparecer las arrugas—. No deberíais sentiros tan heridos. Ninguno de vosotros, —Los señaló uno por uno mientras sus ojos negros les perforaban como cuchilladas—, puedo presumir de nunca haber discriminado a esa gente que ahora está siendo asesinada. De hecho, sí, estoy seguro de que hasta los habéis insultado más o menos comedidamente. Incluso usted, Sr. Yagami.

—¡Ryuuzaki, eso no es…! —fue a protestar el hombro luciendo apurado.

—No me lo puede negar, ¿o sí? —increpó—. Ninguno de vosotros puede. —Hizo un breve silencio en el que nadie en absoluto se atrevió a decir nada, demasiado sorprendidos o atacados como para anidar el coraje necesario como para rebatir las palabras de Ryuuzaki, quien no los miró al añadir—: Seguid con lo vuestro, por favor. Tengo un asunto que atender. Light, lo siento, tu como siempre tendrás que venir conmigo. —Las cadenas tintinearon como dándole la razón—. Si me disculpáis.

 

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A través de la puerta del baño se escurría un halo de luz impersonal que creaba formas inciertas en el suelo de la habitación. El sonido del agua cayendo con un chorro desacompasado repiqueteaba entre las baldosas cianes que se sentían demasiado pequeñas en ese momento. Estando solo con un desnudo Ryuuzaki. Poco importaba que estuviera de espaldas y que aquello lo hubiesen hecho decenas de veces. La incomodidad le abrasaba en la boca del estómago como un correteo de insectos y le incendiaba mejillas y cabeza provocándole un persistente dolor de cabeza.

Miró sus manos, largas y masculinas. La cadena se tensó un poco. Volvió a relajarse, su ceño fruncido con contrariedad. Habían salido de la sala de investigaciones haría, a lo sumo, una media hora. Media hora que el otro hombre llevaba regándose bajo una torrencial ducha. Light empezaba a impacientarse.

Como si sus cavilaciones fuesen emitidas por altavoces, el grifo se cerró de pronto con un sonido de desgaste. Vio por el espejo, sin pretenderlo, la maraña de pelo negro velada tras la cortina sacudiéndose de un lado a otro permitiendo a las gotas salir disparadas como misiles. Misiles que él creía tener incrustados desde el día anterior.

La mampara se abrió.

Notó los dos ojos negros clavados en la nuca. Tragó saliva sin saber qué hacer con ella.

—Light.

Su corazón cabalgó como un caballo descarriado, casi creyó que se le saldría del pecho. Se relamió los labios, nervioso.

—¿Que?

Por el espejo una turbadora imagen le fue devuelta. Ryuuzaki, desnudo de cintura para arriba, pálido, fibrada musculatura; las costillas se marcaban tanto que parecían capaces de horadar lo que simulaba una fina piel, y el cuello ascendía escuálido coronado por un rostro demacrado, pero claramente joven, un rostro de labios finos, nariz prominente y dos negros agujeros en el tiempo que justo en ese momento le observaban con aire ausente.

—Verás… —Se rascó el codo desnudo, desviando la mirada—. Creo que te incomodé ayer. No voy a decir que no fue mi intención, porque en parte lo fue. Pero…

Light se sintió de súbito mareado.

—Ryuuzaki —Se agarró la frente. Frotó con el pulgar entre las cejas, tratando de serenarse—. Ryuuzaki —repitió—, en realidad creo que podemos hablar de lo que sea cuando estés en razonables condiciones.

—Oh —Los ojos negros se contemplaron en un parpadeo—. Está bien, Light. Nunca soy consciente de lo que te pone nervioso.

—No es que me ponga… —Agitó la mano resoplando con un ruido disconforme— No importa. Espabila, no tenemos todo el día.

En menos de cinco minutos el hombre se había vestido, y a ambos les sobró el tiempo para sentarse cada uno en su respectivo lado de la cama. Sin miradas encontradas, sin aventurarse a pronunciar palabras. Solo con el tic nervioso de Light en su pierna izquierda, yacente a lo largo del colchón.

Ojos enormes como dos lunas le contemplaron de soslayo antes de entreabrir los labios con parsimonia.

—No sería de mi agrado comenzar una discusión ahora.

Light no dijo nada. En realidad, ni siquiera deberían estar en esa habitación. Habían dejado a todos tirados con la investigación sin explicación alguna, aunque con seguridad Ryuuzaki pensaría que su forma de retirarse había sido más que suficiente. Se retiró hacia atrás contra la almohada elevada, posicionándose de forma que no tuviera que preocuparse por el creciente chisporroteo que le recorría la espalda. Se negaba a admitir que se debía a una morboso expectativa.

Apretó los puños.

—¿Light?

—No me hace feliz lo que sucedió, Ryuuzaki.

—¿Te refieres al beso?

Sacudió la cabeza, exasperado.

—No, el beso no. Los asesinatos. A las personas homosexuales —expresó Light.

La boca del detective formó un círculo perfecto que denotaba una palpable sorpresa. Sus párpados se abrieron y cerraron en menos de un segundo.

—¿Quieres decir que te gustó el beso?

—¡No! —profirió en lo que pareció un gruñido; los ojos castaños y rasgados estaban extremadamente abiertos, como dos grandes pelotas de tenis. Un temblor le perfiló el vello de las manos y el cuello, y los pulmones se le encaramaron como enredaderas por la tráquea ascendente—. Por Dios, no. Te aseguro que esa no es la situación.

—Ya veo —murmuró el detective con tono aséptico mientras se entretenía en una pelusa que moraba sobre las sábanas—. Lo que quieres demostrar entonces, Light, es que no eres la clase de persona que he insultado antes. Tratas de hacerme creer que tú no discriminas por tendencias sexuales.

—No te equivoques. —Clavó una dura mirada en él, una mirada de piedras incandescentes al rojo vivo—. No pretendo demostrarte nada, ya tengo suficiente con demostrarte que yo no soy Kira. —Sus dientes castañearon un segundo al decirlo—. Solo te lo explico porque no quisiera que mi actitud de ayer te llevase a tergiversar las cosas. La educación que me ha sido inculcada tiene un gran peso en mi, como en cualquier individuo, no obstante creo que subestimas mi inteligencia si crees que no puedo vislumbrar el sentido común tras los muros de los prejuicios y los convencionalismos.

Había estado con sendas cejas enarcadas durante gran parte de la diatriba del universitario, las mantuvo así después, cuando este terminó con determinación y el silencio se extendió como la incertidumbre en noches neblinosas por un breve espacio de tiempo. Breve espacio que a Light se le antojó eterno.

—Un discurso bonito y propio de ti.

—Nunca dejarás de decir esas cosas. Será propio de mi pero bien sabes que es real. Eso es lo que te llama la atención, por eso te gusto —declaró, categórico.

Aunque no lo demostró, una agradable complacencia le inundó los sentidos cuando vio como los párpados del otro se entrecerraban con un aparente aburrimiento que tan solo era la máscara de un berrinche poco habitual. Preparándose para el ataque que provendría del pálido hombre, le tomó en un descuido lo que dijo a continuación.

—Lo que yo pretendía cuando comencé esta conversación era disculparme, Light. Por haberte besado e incomodado con ello. En efecto hay una conexión entre nosotros.  Yo la siento, por mucho que me intente convencer de lo contrario, y tú la sientes como bien me dejaste claro ayer —dijo y la vista, antes perdida en algún punto de la sencilla pared, se enzarzó con la suya al proseguir—. Pero eso no significa que sintamos la conexión del mismo modo, no se cómo derivó en algo más para mi. Lo que sí sé es que no hay motivo para que te sientas apurado en mi presencia, diferente o acosado, pues por mi parte yo no deseo nada contigo.

Light sintió como una leña desconocida prendía fuego en su interior con virulencia, una mezcolanza irracional de variopintas tonalidades fustigando su, para entonces, desestabilizado sistema nervioso. Demasiadas emociones en un corto plazo de tiempo. Su dedos se empuñaron, las uñas casi perforando las palmas de las manos, cuello, hombros se comprimieron, y los orificios de la nariz se ensancharon al tomar aire.

—Kira —escupió con asco—. No deseas nada conmigo porque me crees Kira.

Se sentía con la ira pululando bajo su piel, entre sus venas. Para más fiesta, Ryuuzaki se encogió de hombros, indiferente.

—Eso, y que no soy una persona hecha para estar con alguien. Pero principalmente, si, es por eso.

Light se relamió, pasando la lengua de un lado a otro. No sabía qué hacer con ella, era una molestia.

—Te gusto por lo que me dista de Kira —articuló sintiendo que le costaba horrores aplacar la furia.

—En parte —admitió Ryuuzaki, luego suspiró y su voz adquirió un matiz más sensible, más humano, extremadamente inusual en él—. Light, ayúdame a descubrir qué pasó. Es extraño. Tu también lo pensarías si estuvieras en mi posición. Antes de encerrarte eras otra persona, puede que los demás no lo notasen tanto, pero eras diferente. Más calculador, más frío, más racional, más hipócrita. —La mano con dedos de araña hizo su camino hacia su boca, mordió la uña del pulgar antes de continuar—. Eras tú pero… era una versión corrompida de ti. Ahora que he conocido, o creo conocer, otra parte de Light Yagami, no puedo pensar que seáis la misma persona. Tú eras Kira, Light, de eso no me cabe la menor duda, hay demasiadas coincidencias, demasiada intuición que me grita la veracidad de este hecho una y otra vez. Lo… lo entenderías si hubiese sido a la inversa.

Había dejado caer la cabeza haciendo que las hebras de pelo azabache taparan su expresión como una cortina de sombras sinuosas. Desde donde se hallaba el japonés, le dio la acongojada impresión de que la figura a su lado se encogía sobre sí misma, como un edificio o una ciudad perdiéndose en la lejanía. Un sabor metálico le acosó la boca y se percató de que se estaba mordiendo el labio inferior con tanta fiereza que lo había hecho sangrar. Lo palpó con los dedos y contempló la burbuja escarlata que los impregnó.

—Bien. No tiene cabida darle más vueltas ahora.

El torbellino de contradicción en su percepción de todo resultaba sobrecogedor, los pensamientos se hilvanaban y deshilvanaban a placer y él no tenía la mínima idea de la forma en la que debería estar sintiéndose. Furioso. Sí. Se sentía furioso. Por varios motivos. Empero había algo más que no sabría nombrar. Diría que se encontraba vagamente sorprendido por haber aceptado tan bien el hecho de que Ryuuzaki, L, el hombre al que se veía en la obligación de estar encadenado, se viera atraído por otros hombres, y no solo por otros hombres. Sino por ÉL. No obstante, tenía que ser lógico, remediar su reacción ignorante y de total mendrugo y analfabeto del día anterior.

Se tragó un suspiro justo cuando el afamado detective tomó la palabra de nuevo.

—Entonces si no es un inconveniente para ti, sigamos esforzándonos por resolver el caso. —Dirigió la mano hacia la gaveta inferior de la mesa de noche que se alzaba en su lado de la cama, extrajo una cadena que destello con un reflejo dorado. De la cadena colgaba un rectangular encaje en forma de pinza, lo entreabrió y, con gran meticulosidad, ajustó la misteriosa moneda que sacó de su bolsillo. Luego, antes de girarse hacia Light, la ocultó por debajo de su ropa, pendiendo del cuello—. Nos hemos entretenido demasiado, pero espero que haya valido la pena.

Light no dijo nada, ni gesticuló de modo que el otro hombre pudiera interpretar una respuesta a su comentario. Alzó la vista, momentos atrás perdida en el punto donde la circular moneda se ocultaba tras la tela, junto al pecho del detective, e indagó en los inexorables pozos oscuros. Quiso preguntar, saber, entender el significado de aquel, en apariencia, fútil objeto. Pero no encontró el valor para hacerlo, no en ese instante, no cuando la mirada de Ryuuzaki auguraba una frialdad indecible y pregonaba ser una tumba en cuanto a al tema. El universitario lo entendió y aceptó, al menos por ahora, permanecer al margen de ese acontecimiento que, pondría la mano en el fuego por ello, traía consigo sombras del desconocido pasado del detective.

 

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Un gustillo denso, viejo, de bilis condensada, le inundó la boca, desde la lengua hasta todos los rincones del paladar, al despertar de madrugada cuando la luna aún se alzaba reinante de un mundo sumido en tinieblas. Se removió bajo las mantas, incómodo y adormilado, y uno de sus brazos inesperadamente ligero vagabundeó por la cama hasta posarse sobre su estómago. El bostezo murió a medio camino. Parpadeó y al girarse hacia un lado constató que Ryuuzaki no estaba junto a él. Ni tumbado ni acuclillado ni de ninguna de las maneras. Se irguió sobre su brazo para poder contemplar como el otro, hasta ahora sometido a las cadenas, se alzaba libre ante sus asombrados ojos.

—¿Qué significa esto? —susurró para sí mismo. Después miró hacia los rincones cóncavos de la amplia y solitaria estancia, preguntándose si había cámaras y, con eso en mente, Ryuuzaki se había confiado temporalmente. Echó también un vistazo en el cuarto de aseo para cerciorarse que no se equivocaba. Lo había dejado solo en una habitación. Aún así, llamó—: ¿Ryuuzaki? ¿Estás ahí?

Nada. ¿Sería aquella una especie de prueba? No le parecía descabellado teniendo en cuenta que de quien estaban hablando era de L. Si ese era el caso lo más sensato sería irse a dormir de nuevo, ignorando el hecho de su independencia.  Pero es que si ese era el caso, a Light no le salía de los cojones seguirle la corriente al imbécil de L. Con eso en mente se levantó, se envolvió con una bata tupida y abrió la puerta que daba al largo corredor.

Naturalmente, el pasillo se encontraba desierto mientras era engullido por las lenguas filosas de la penumbra en un jugueteo infantil. Las lámparas del techo, tachonadas de blanco, creaban un relieve de formas lúgubres que no hicieron mella en los pasos firmes del universitario. Caminó con parsimonia, repiqueteando las zapatillas sobre el mármol pulido, fisgoneando de vez en cuando de reojo por si daba con Ryuuzaki o con algo fuera de lugar. Recorrió todo el piso sin hallarlo.

En el rellano de la planta superior, casi por inercia, el primer lugar que visitó fue la sala de audiovisuales, donde el gran proyector se apreciaba gracias a una cortina de luz que caía desde la ventana. Pero ni rastro del otro hombre. Suspiró de forma inaudible. ¿Donde demonios se había metido? Le iba a costar lo suyo dar con él si tenía recorrer todo el edificio, más aún porque ni siquiera lo conocía en su integridad. Aburrido, pero completamente despejado, se envolvió aún más en el batín; le castañeaban los dientes de frío.

Cuando anduvo hacia el ascensor, pulsó el botón helado al tacto, y se internó en él, meditó un instante el número de piso más idóneo. No tenía ni idea, así que fue por puro azar que oprimió con el índice la penúltima planta de la colosal edificación y el interruptor pentagonal se iluminó en un contorno azulado. El elevador parecía burlarse de él a través de la parsimoniosa lentitud con la que ascendía. Sin saber el porqué, ante las puertas abiertas y el sonido de llegada, Light sintió un remolino de nervios por debajo de toda la palpable exasperación. No fue hasta que hubo dado unos pasos fuera del elevador que lo escuchó. Una melodía.

Puso el oído tratando de identificar de dónde provenía el sonido, claramente de un piano, que reverberaba en un tenue discurrir de notas a través de los pasillos de aquel rellano que nunca había pisado. Tomando la primera de la izquierda, atravesó decenas de galerías, todas muy iguales y mucho más estrechas que en el resto de plantas, pensando que aquel lugar era inusual incluso para la lustrosa edificación. El volumen de la música, que identificó como la Sonata Claro de Luna de Beethoven, se iba acrecentando en los oídos del universitario destilando tristeza y crudeza conforme se iba aproximando a su objetivo. Una robusta puerta entreabierta al fondo del corredor por la que se filtraba un chorro de luz antigua, luz de vela, luz de soledad. Nada más alcanzar el pomo con la mano y hacerse un hueco entre la apertura para mirar al interior, se quedó enmudecido tal cual estátua. Hipnotizado por la imagen que se desplegaba ante él.

La estancia no era muy grande, todo lo contrario. Las paredes cubiertas de ornamentadas cenefas delimitaban un espacio de reducidas dimensiones donde solo había lugar para una amplia estantería de madera repleta de diversos y variopintos volúmenes, un escritorio con una silla empotrada, y un refinado piano de cola color madera oscuro, bajo el cual se extendía una moqueta de tonalidades granates, doradas y verde musgo que cubría casi toda la habitación. Había lámparas de aceite, pero estaban apagadas, siendo las velas desparramadas sobre el escaso mobiliario la única fuente de luz. Y ahí, junto al piano, estaba Ryuuzaki deslizando los dedos sobre las teclas con una ternura infinita, inusitada.

Light, que en algún momento se había alzado sobre la punta de sus pies, perdió el equilibrio y dio un breve golpe a la puerta que puso sobre alerta al detective, quien paró de tocar y se giró, alarmado. Se miraron unos largos segundos, sin aventurarse a decir nada.

—¿Qué haces aquí?

Ryuuzaki fue el primero en hablar, en menos que un susurro.

—Habías desaparecido y mi esposa no estaba en su sitio, comencé a echarla de menos —dijo, esforzándose por alejar la mirada de Ryuuzaki, quien entrecerró los ojos, y escudriñar aquella dispar habitación, que por su aire clasicista y antiguo poco tenía que ver con el resto del edificio—. No sabía que tocabas el piano.

—Pues ya ves que si… —Pulsó dos teclas del piano, que retumbaron como un martillo en la quietud. Luego señaló hacia el escritorio y dijo—: Ahí tienes las cadenas, ahora mismo nos las ponemos, no quiero que te sientas mal por no sentirte atado a mi.

Light frunció el entrecejo.

—No es común que tengas estos descuidos.

—No ha sido un descuido, te he dejado solo y ha sido en plenas facultades —aclaró.

De pie, se cruzó de brazos y cambió el peso de un pie a otro sin dejar ahora de mirar a su contraparte.

—No me estabas vigilando.

—No.

—Así que no era una prueba para evaluar mi comportamiento —capturó su mirada azabache donde la llama de las velas reverberó por un momento.

El detective se tomó su tiempo para responder, tiempo que Light aprovechó para poner en orden sus sentimientos, sus emociones y todos los sucesos que estaban llevando su vida a un despeñadero sin retorno.

—No tiene nada que ver contigo, Light. Creí que no te ibas a despertar, solo me a ausentar una hora o dos a lo sumo, cometí un error —habló lento, paulatinamente, desviando los ojos de vez en cuando hacia cualquier lugar que no fuera él—. Podemos volver ahora.

Pero había algo que estaba molestando al japonés desde aquella mañana, o, para ser más precisos desde la noche anterior, algo que en ese momento le hizo olvidar cualquier desacuerdo con el hombre escuálido y recordar el amigo que creyó tener, aquel con el que decidió compartir su más preciado lugar. Aquel con el que quiso establecer un vínculo de confianza que, por una cosa u otra, nunca se había dado la oportunidad de tener con nadie más. Pero que con él tenía sentido, pues se entendían.

Dio dos pasos hacia él, que se irguió en el taburete notándose a leguas la tensión que le produjo aquel mísero acercamiento.

—¿Qué te ocurre, Ryuuzaki? —preguntó.

—No me ocurre nada que no sepas.

—Esa canción se escuchaba triste, y nostálgica. No creo que se deba a mi —su tono fue firme y destilaba una seriedad demasiado abrumadora para el detective que se levantó de sopetón y fue hacia las esposas.

Su brazo fue tomado con gentileza pero sin vacilación alguna. Light lo obligó a mirarle, Ryuuzaki así lo hizo y sin amedrentarse murmuró:

—No es de tu incumbencia.

—Lo es.

—No, no lo es. Y por varios motivos además. Uno, porque en el caso de que seas Kira, cuanta más distancia y menos sepamos el uno del otro más probabilidades de que yo salga ileso del esclarecimiento de la investigación. Dos, porque aún considerando la ínfima posibilidad de que no seas Kira, no tenemos una relación como puedes tener con un amigo o un familiar que nos una hasta el punto de revelar nuestros asuntos personales. Y tres, porque aunque fueras mi amigo o familiar, soy una persona reservada, Light —terminó sin inmutarse, tanto su semblante como su voz al hablar fueron asépticos y categóricos.

Los ojos ambarinos que simulaban orbes de oro líquido a la luz flamígera de las velas lo escudriñaron un momento.

—¿Tiene que ver con esa moneda, verdad? La que te dio Watari esta mañana. ¿Que significa? —Apenas fue perceptible, pero captó como las cuencas de los ojos de Ryuuzaki engrandecieron en un tic involuntario reflejo de que había dado en el clavo—. Ryuuzaki, porfavor…

—Te he dicho que no te incumbe. ¿Has olvidado la conversación de antes?

Light negó en un cabeceo y le soltó el brazo cuando el otro lo sacudió en clara pretensión de liberarse del agarre. Intentó ser diplomático.

—Lo que hablamos antes no tiene nada que ver con esto. Antes hablábamos de…

—De yo sintiéndome atraído por ti —interrumpió—. Si, Light, y también de que no puedo confiar en ti, te expuse mis razones. Si sigues tratando de hurgar en mi persona no harás sino recaer más sospechas sobre ti. —En unos pasos estuvo junto a la plana superficie del escritorio y cogió las esposas, su figura encorvada como era habitual en su persona.

La atmósfera en aquella habitación era curiosa y singular, le recordaba a Light a un pintoresco cuadro bohemio, o al olor agradable de la comida recién horneada. Destilaba un aire hogareño y distante al mismo tiempo. Testarudo como solo él y pocos más podían serlo, se deslizó a través del espacio hasta que cogió él mismo, por su propia mano, la esposa que le pertocaba.

Ryuuzaki levantó la vista y sus miradas se enzarzaron en una danza de voluntades.

—Me pediste que te ayudara —dijo Light, en un murmullo.

—No voy a contarte nada —refutó en cambio, el detective.

El iris negro de sus ojos, bordeando como festones las también negras pupilas, creaba lo que semejaba un océano inmenso sumido en la noche más oscura que nadie se pueda imaginar, sin vestigios de luna ni estrellas que iluminaran la marea embravecida en la que se había convertido para entonces, sacudido por un sin fin de emociones. Light contempló embelesado el océano turbio, compungido, contrariado. Abrió la boca y la cerró, y sintió el movimiento de aquellos ojos negros al perderse un instante en su boca antes de volver enfocarlo.

—Esperaré el tiempo que sea propicio para que me cuentes lo que sea que quieras contarme —empezó. A ciegas cerró una de las esposas sobre la muñeca de Ryuuzaki, la piel de los dedos se le erizó cuando rozó la piel de la muñeca sin querer—. Te lo dije y lo repetiré las veces que sean necesarias: quiero ser tu amigo y siempre consigo lo que quiero. Pero no se trata de un simple reto, no se trata de eso.

Al ladear la cabeza los cabellos negros se agitaron a un lado como una cascada. Ryuuzaki lo escrutó con lo que parecía genuina curiosidad que no terminaba de aparcar el recelo que le profesaba para entonces.

—Pensaba que esa determinación se había visto reducida después de mi trágica acción —increpó, provocando una risa extraña en Light.

—Yo también lo pensé —admitió. Sacudió la cabeza y resolvió—. Pero no quiero ser el tipo de persona que discrimina a un amigo por algo tan anodino como lo es su sexualidad.

Con un gesto ligero, se encargó él mismo de atar su propio brazo por la esposa restante, quedando así ambos encadenados el uno al otro, como venía siendo en los últimos tiempos. Sintiéndose extraño, un creciente vahído turbio agitándose en la boca de su esófago, había volteado hacia la estantería con tal de distraerse y acompasar el galope encabritado de su corazón por medio de los títulos exóticos de los gruesos libros. Al girarse de vuelta se topó con los labios del detective curvados hacia arriba en una sonrisa alienígena, de esas suyas. Se conmovió estúpidamente ante la percepción distorsionada de hacer demasiado tiempo desde la última que había visto.

—Muy bien, Light. Tu ganas esta batalla, sigamos por donde nos quedamos obviando mi desliz de anoche. Pero en cuanto a porcentajes, debes saber que…

A Light le pareció que en el exterior las nubes del cielo se deshacían en una llovizna suave, ligera y cargada de electricidad. Sabía que Ryuuzaki estaba hablando, comentando algo acerca de Kira y comentando porque cada una de sus acciones solo hacían que espolvorear sus sospechas en relación a él. Eso era bueno, pensó Light. Su perorata iba acompañada de una respiración y un tono distendido y monocorde al que, por cuestión de tiempo, se había visto obligado a acostumbrarse, y que le pronosticaba que todo había vuelto a la normalidad. Pero al japonés lo que menos le importaba ahora mismo era Kira.

Un carraspeo involuntario fue emitido y el detective guardó silencio para dirigirle una inquisitiva mirada de perfil. Light tuvo que frenar el impulso de removerse incómodo. Se arrebujó aún más en su cálida bata, una que pese a ampararlo del frío invernal, no le cobijaba de otro frío notablemente más afilado y pérfido.

Quiso decir algo empero sólo fue capaz de articular un incongruente balbuceo.

Fantástico, sus neuronas habían muerto. Ahora entendía cómo debían sentirse Misa o Matsuda.

—¿Light? Me das miedo, tienes una mirada inquietante —su índice lo señaló, haciendo énfasis a sus palabras— ¿Estás bien? —Dudó un segundo más, antes de salvar unos centímetros entre ellos e insistir— ¿Light?

Light… Light se sentía como un niño pequeño perdido en medio de pandemónium de muchedumbre inquieta, sin rostros, un rebaño de ovejas. Perdido, muy perdido, más perdido a cada choque de aquella cálida respiración contra las murallas de su defensa personal e íntima. Su ángulo de visión captó un conjunto de negro, blanco y labios rojos. Recordó el beso de la noche anterior entre en una bocanada de aire y un bamboleo dentro de su pecho.

El ojo de la luna, el piano y la diminuta alcoba fueron los únicos testigos de la repentina inclinación que forzó sobre sus miembros hasta que su boca encajó con la de un anonadado Ryuuzaki. Sus manos le tomaron del rostro pálido mientras se hacía un hueco entre los labios sonrosados, que no se hicieron de rogar. En el anterior beso no se había percatado a raíz de la sorpresa y la repugnancia que se había esforzado en sentir, pero ahora podía notar el distinguido sabor dulzón que desprendían los suaves labios del detective. Profanó su boca sin darle tregua, enredó la lengua con su igual, apretó el agarre sobre su rostro, acercándose, pegando ambos cuerpos al tiempo que sentía un trémulo tirón en su pelo cuando las manos del otro hombre se enredaron en él, desaforadamente.

Su corazón, y no solo su corazón, todo su cuerpo desde la punta de los pies hasta las raíces de su cabello castaño repiqueteaba como un arrítmico martillo con la fuerza de un cañón a propulsión. Se le iba a salir algo del pecho como siguiera así. Con un jadeo puso distancia justo al sentir un tirón conocido en su ingle que le perturbó de sobremanera.

Respiró agitado, de pie, frente a un también agitado Ryuuzaki que le devolvía la mirada oscurecida y en quien la maraña de pelo negro lucía ahora más desmelenada que de costumbre.

—Lo siento —se apresuró a decir Light. Se recriminó al momento por su estupidez— Esto no… Quiero decir, Ryuuzaki, en serio, no se que me ha poseído pero…

El aludido se relamió el labio inferior donde una tirilla de sangre se escurría con un brillo escarlata. Light calló. ¿Le había mordido? ¿Y porque su ingle volvía a palpitar ante ese gesto?

Cuando por fin Ryuuzaki dejó de mirarle y se dio la vuelta para comenzar a caminar hacia la salida de la habitación, hacia el corredor, a Light le temblaba cada poro de su anatomía y tenía la cara ardiendo como si tuviera un incendio alimentándose por sus mejillas y frente. ¿Qué demonios había hecho? ¿Tan confuso estaba? ¿Desde cuando estaba confuso, más bien?

No fue hasta que subieron al ascensor que una brecha hendió el borrascoso silencio que se había instaurado.

—Sonata Claro de Luna de Beethoven, supongo que la conoces, ¿no? —inquirió —. Es la melodía que tocaba.

—Si… —Light parpadeó, perplejo.

Llegaron a la planta donde residía su habitación, el sonido de engranajes del ascensor al detenerse no provocó movimiento alguno en los dos jóvenes, que se mantuvieron inmóviles, uno junto al otro, contemplando el desolado pasillo al otro lado de las puertas abiertas del ascensor.

—Uno siempre tiene potestad sobre sus propias decisiones, Light, pero no tiene razón de ser comerse la cabeza por algo que no te concierne solo a ti —dijo L, taciturno.

Todavía algo sobrepasado por sus propias acciones, Light no se achantó.

—Explícate.

Le pareció percibir un suave suspiro a su lado antes de recibir la respuesta.

—Recuerda lo que te dije. —Tenía los ojos negros bien abiertos, perdidos en un punto indefinido. Se rascó el pómulo antes de continuar—. Pese a todo, yo no quiero nada contigo, lo dije en serio, no era simple resignación a nunca conseguir que lo mío fuera recíproco.

Si le hubieran clavado una puñalada en el estómago, estaba seguro de que hubiera sido menos mortífera que aquella estocada que el detective le acertó en su crecido orgullo.

—Creo que ha habido un malentendido. —Se sobrepuso—. Lo de antes no ha sido…

—Por supuesto, Light —interrumpió pulsando el interruptor de abrir las puertas del elevador que ya se habían cerrado. Salió con paso pausado, las manos enfundadas en sendos bolsillos—. No era mi intención insinuar que tal vez esa renombrada conexión que dices sentir conmigo te lleve a acrecentar el sentimiento de amistad y transformarlo en algo más solo por el hecho —hizo una pausa— de que no te sientas tan cómodo ni comprendido por nadie más que conmigo. No, en absoluto. Tampoco pretendo inmiscuirme en tus aficiones por besar a tus amigos que sabes que se sienten atraídos por ti y que, además, son hombres, por los cuales por supuesto que tú no sientes el más mínimo deseo. —Movió los hombros arriba y abajo, su tono rezumando irónica diversión—. Disculpa mi desfachatez, Light, nunca quise hacer alusión a algo así.

Light, quien había apretado los puños en algún punto de la diatriba del detective, le siguió el paso y chasqueó la lengua con brusquedad, tragándose las palabras que se agolpaban en su garganta como la muchedumbre en un concierto, en sapiencia de que el otro tenía razón y de que solo se dejaría más en ridículo si continuaba rebatiendo lo evidente.

¿Pero qué era lo evidente? Él no… él no podía estar sintiendo cosas por otro hombre.

 

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Sayu tomó el grueso manga de su estante, uno que rezaba Koi suru Boukun en el dorso de las plegables páginas, y se apoltronó en la mullida cama de cobertores violetas y turquesas tratando de concentrarse en la lectura. Iba por una de las escenas más candentes desde que había iniciado aquel volumen de tomos de la autora Hinako Takanaga. Y sin embargo no lograba acabar de concentrarse en uno de sus más preciados hobbies. Seguía rememorando la conversación de su padre y su madre minutos atrás en la cocina, mientras cenaban, repasando cada detalle, cada palabra.

De una forma u otra salió a colación el tema de un reciente altercado que mantenía correlación con otros no muy lejanos en el tiempo, todos asesinatos a muchachos de entre dieciséis y veinticinco años en los que coincidía su condición homosexual. Entonces lo habían comentado en el cuartel de investigaciones, según su padre, y de un momento a otro el tal L se había levantado, resollado en contra de todos por su hipocresía al sentirse apenados, y salido de la sala con Light a sus espaldas sin otro remedio que seguirle.

Dejó caer la mano con la que sostenía el tomo junto a la almohada. Sobre ella el techo de tono salmón era presidido por una bonita lámpara de forma cónica. Se mantuvo así por un rato, dándole vueltas al tema y a lo extraña de una reacción así por parte del famoso detective —no lo opinaba solo ella, su padre también aunque no lo hubiera puesto en manifiesto de forma evidente—. Aquello no olía bien… o mejor dicho, olía extremadamente bien.

Una sonrisa gigantesca surcó su rostro al tiempo que se ladeaba sobre la cama, apoyada en un brazo.

—Al final va a ser verdad y todo… —Un risita infantil y emocionada escapó de sus vírgenes labios—. Tendré que mantener un ojo puesto en ellos, aunque sea a través del tonto de mi padre.

Rodó los ojos. El tonto de su padre y de todos los demás, que no se daban cuenta de nada.

En un último pensamiento, recordó las palabras que su hermano le hubo susurrado aquella tarde que había conocido al detective y habían tomado té todos juntos.

<<Sayu, él es un persona importante para mi, se que no te cae muy bien pero haz un esfuerzo. No es tan malo como parece>>.

Volvió a rodar los ojos, exasperada. ¿Quién iba a pensar que hasta el brillante de su hermano podía ser tan idiota? Eso, o la había tomado a ella por idiota.

 
Notas finales:

¿Que ha pasado? Light se está volviendo completamente loco... No, en serio, no es eso, pero se está viendo atiborrado por sentimientos que no sabe a manejar igual que L, con la diferencia que chocan más con sus creencias que con la mente abierta de el detective. Light, como L, nunca se ha enamorado a pesar de sus eficientes dones sociales.  Ya veremos como continúa la cosa... Como he dicho antes diría que estamos más o menos a mitad de trayecto, auguro que este fanfic tendrá un aprox. de 12 capítulos como mucho, aunque estas cosas nunca son seguras.


¡Espero vuestras opiniones, como sabéis son importantes para mi! Por cierto, para los que quieran descargarse alguna de mis otras historias, ya sea el original Sol y Luna o mi fanfic de Harry Potter, les invito a pasar a mi página personal recién creada:


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Un abrazo muy fuerte y gracias a todos los que os tomáis la molestia de leer y, especialmente, de comentar. :)


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