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DEATH CHESS por Toko-chan

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Notas del capitulo:

Parece que ha sido un siglo desde la última vez que publiqué aquí, y probablemente lo ha sido. Siento mucho haber tardado tanto, además de la universidad (que me tiene LOCA) tengo varias historias en proceso aparte de esta (una de Flash y otra de Harry Potter), la próxima vez recordaré no empezar tantas... xD

 

De todas formas espero que aún haya gente que quiera continuar leyendo Death Chess, le tengo cariño a esta historia, y el próximo capítulo espero publicarlo con suerte dentro de 1 o 2 semanas a lo sumo. ¡De verdad!

 

Sin más dilación.... Espero que os guste el capítulo y que disfrutéis tanto o más de lo que disfrutan L y Light ;)

VI. Evidencia

 

Light hizo girar una vez más el bolígrafo entre sus dedos. Miró la pantalla. Torció un poco la silla en la que llevaba horas sentado y dejó el bolígrafo en el escritorio. No podía concentrarse, era un hecho, un hecho apocalíptico ciertamente; porque… ¿qué en el mundo podía provocar que un estudiante modelo como Light Yagami no pudiera concentrarse? Bueno, la respuesta era sencilla y, aunque le gustaría decir que tenía nombre y apellido, la realidad era que desconocía estos.

Suspiró un poco, casi con cuidado, no queriendo que los demás —Aizawa, Matsuda, Mogi, su padre y L, especialmente estos dos últimos— se percataran de su divagación. No lo podía evitar por más que quisiera. El tiempo pasaba, la luz de las lámparas permanecía estática y Watari se había deslizado en el cuartel general cargado con dulces tres veces exactas, una hora por cada plato de dulces nuevo que el detective L engullía sin apartar la vista de la pantalla de su PC; y si Light sabía de forma tan precisa y matemática estos datos era porque él, todo lo contrario al otro hombre, SÍ había logrado apartar la vista del ordenador y, de hecho, si fuera otra persona, alegaría que le habían lanzado un hechizo que le impedía dejar de prestar atención al excéntrico hombre de pelo de espantapájaros y ojos de búho; pálido como una página en blanco. Pero Light no era de esa clase de personas, por lo que poco podía hacer además de admitir la realidad.

¿Y la realidad era? La realidad era que no podía sacarse de la cabeza los acontecimientos del día anterior, ni de la madrugada. Que se había vuelto a acostar hirviendo de ira y que se había levantado somnoliento, perezoso y con la mente embotellada. Con cero ganas de pelear y solo unas pocas de reconciliarse. La realidad era que, tal y como le había echado en cara Ryuuzaki, él no tendría por qué haberle besado, que sintió el impulso y que lo hizo. ¡Que no le gustaban los hombres pero que había besado a uno, joder! Y que la estima que anidaba por el detective le tenían confuso y desganado, y tiraban de los filamentos de su conciencia provocando una cacería en la que no podía despegar sus ojos castaños del otro hombre.

En tan encomiable tarea estaba sumergido en ese momento, cuando Ryuuzaki  pronunció algo que sonó como su nombre. Light parpadeó.

—Perdona, no te estaba escuchando.

—Vaya, pensé que querías un trozo de mi flan puesto que no has dejado de mirarme desde hace exactamente… —alzó su teléfono móvil cogiéndolo con los dedos índice y pulgar—… cuatro minutos.

Ya, claro.

—Estaba pensando, Ryuuzaki. No mirándote.

El aludido detuvo la afanosa tarea de coger otra cucharada de flan y le echó un vistazo de reojo a Light que hizo a este enarcar una ceja, inquisitivo.

—Ah… pensando en el caso Kira y la Yotsuba, supongo. Tan eficaz como de costumbre, se nota que eres un estudiante modelo.

¿Quieres guerra, Ryuuzaki?

Light hubiera puesto los ojos en blanco, realmente lo hubiera hecho ante la actitud socarrona del detective, realzada por una de sus medias sonrisas excéntricas. Sonrisa alienígena, sonrisa de luna, de lugar desconocido, de misterio y un poco de travesura. Lo hubiera hecho si no se hubiera quedado pensando, con una pierna cruzada sobre la otra y expresión impertérrita, en el motivo por el cual había besado a ese hombre paliducho y de aspecto poco atractivo.

Sus ojos castaños lo recorrieron con disimulo, desde las sinuosas formas del cabello oscuro sobre la blanca piel, pasando por la extrema flaqueza, los huesos que se le marcaban como espinas en las manos y las muñecas, las caderas imposibles de apreciar en ese momento, hasta la imagen completa del detective, con sus manías y sus extrañas formas. Nada atractivo, cero atractivo. Una ola de calor se extendió por el cuerpo de Light haciéndole sentir confuso.

L debió notar la mirada porque, por fin, se zampó el último bocado de flan y volteó a verlo con sus grandes ojos negros. Se miraron, por unos segundos, la expresión del detective era insondable, profunda, como si quisiera leer los pensamientos de Light con ese gesto.

Light apartó la vista. El pecho le palpitaba con fuerza y tuvo que respirar hondo para sosegarlo. Mierda, pensó, tratando de evitar a cualquier costo volver a enfocar aquellos océanos nocturnos, jodidamierdamierdamierda. Él no se agitaba, no por alguien. Él no podía convertirse en un cliché de anime al que se le desbocaba el corazón por la mirada de otra persona, era inconcebible e irracional. No le pasaba con ninguna mujer por lo que mucho menos le iba a pasar con…

—Otra vez, esto se está poniendo feo.

Una voz inusualmente circunspecta a sus espaldas le retrajo de sus pensamientos y le hizo darse la vuelta, curioso, hacia Aizawa, que se hallaba sentado en una de las sillas negras del cuartel general y miraba la pantalla de su portátil personal con un pliegue de circunstancias instalado entre ambas cejas.

—Sí… —Su padre, de pie detrás de Aizawa, observó lo que debía ser una noticia con expresión sombría antes de suspirar. Un suspiro denso y cansado—. La policía debe estar en ello, pero maldita sea si no me pone de los nervios desconocer los detalles para poder ayudar.

Los otros tres veteranos estuvieron de acuerdo con sus palabras, especialmente Matsuda que exclamó que «Es terrible, la verdad, no puedo entender a esta gente sin escrúpulos que mata por matar» y recibió una inmediata reprimenda por parte de Aizawa —«Nunca hay una razón para matar, Matsuda»—, que en ese momento dejaba el portátil sobre la mesa de madera junto a los sofás. Por alguna razón, todos ellos con excepción de Mogi lanzaban miradas sesgadas a Ryuuzaki, con disimulo; su padre, de hecho, parecía tener palabras no pronunciadas como piedras de fuego en la boca incitándole a hablar.

Light tenía una ligera idea de qué podía tratarse, pero muy pocas ganas de sacar el tema a colación.

—Tú y los demás no deberíais haber dejado la policía, papá. —Hizo un gesto elocuente con la mano—. Ryuuzaki y yo podríamos habernos encargado del caso Kira.

—Light, no digas eso —intervino Aizawa con una media sonrisa—. Fue una dura decisión dejar la policía, si todos optamos por esta vía sería bueno que no nos hicieras sentir inútiles.

Light abrió la boca para contestar.

—Sí, todos damos lo mejor de nosotros, Light —se le adelantó Matsuda, cabeceando varias veces con entusiasmo. Luego, con una mueca, agregó—: aunque todos somos conscientes de nuestros límites al lado tuyo y de Ryuuzaki.

—Perdonad. No era mi intención insinuar que no os necesitáramos.

Aizawa esbozó una sonrisa y «Sabemos eso, Light». El chico suspiró interiormente al ver que su padre, aunque habiendo murmurado algún que otro comentario armonizando con los demás, seguía con los vistazos escuetos hacia la espalda de Ryuuzaki. Este, para variar, estaba entretenido añadiendo cubos de azúcar a su café recién adquirido. Los mechones de cabello negro le caían sobre la cara acariciándole el rostro y las mangas de la camiseta, demasiado holgadas para sus brazos de araña, corrían el peligro de mancharse al sobrevolar la taza humeante. Era una imagen pintoresca que hizo que a Light se le ablandaran las facciones y que el adjetivo «tierno» le fustigara de forma repentina, como un rayo no bienvenido.

Sacudió la cabeza con ahínco, notando como un agujero negro de ira, el mismo que le había prendido por la madrugada, comenzaba a desollarlo por dentro justo cuando el célebre detective se daba la vuelta hacia su padre tras darle un sorbo rápido a su café.

—Sr. Yagami, por una vez debo estar de acuerdo con su hijo y decirle que ninguno de ustedes debería haber renunciado a su trabajo por el caso Kira. Como ya sabéis, suelo trabajar solo. Además, ahora tengo la ayuda de su hijo —añadió esto último en voz baja y Light no pudo evitar estudiarlo con meticulosidad, tratando de descifrar sus pensamientos. Pero L continuó hablando, cabizbajo, mientras removía el líquido de su taza—: No obstante, he de reconocer que todos ustedes han servido de ayuda para el caso Kira. Incluso Matsuda.

—No hace falta que me pongas en una categoría aparte… —rezongó este por lo bajini.

Light creía que sí hacía falta.

—Ryuuzaki, quería… quería disculparme.

La cucharilla con la que estaba removiendo el café se detuvo, como congelada, y Ryuuzaki alzó la vista de nuevo ante las palabras de su padre. No fue el único. Light y también los otros miraron al que había sido su jefe en el departamento policial con asombro y desconcierto. Ryuuzaki solo lo miraba con parsimonia y sus ojos, esas grandes lunas oscuras, abiertas de la forma en que se abrían cuando sentía curiosidad. Después de un momento, el movimiento circular de su muñeca se volvió a iniciar y el apenas perceptible sonido del metal removiendo el café reverberó en el silencio; esta vez no apartó la vista de su padre.

—Si se refiere a su discriminación hacia el colectivo homosexual, que supongo que sí y que de eso se trata la noticia que estabais comentando, no tiene nada por lo que disculparse.

—¡Pero… !

—Usted es un buen hombre, Sr. Yagami. —Ladeó la cabeza, pensativo—. En realidad, todos vosotros lo sois. No tenéis que decirme que no os parecen bien todas esas muertes de chicos gays, ya lo sé.

Soichiro asintió con semblante severo, como si no quisiera que quedara ninguna duda sobre su posición, dando por finalizada la conversación con ese gesto. Aizawa, se fijó Light, se veía un tanto incómodo. «Probablemente albergue recuerdos de haber menospreciado al colectivo homosexual y ahora se siente mal.» pensó, lo cual no era nada de lo que sorprenderse en una sociedad tan retrógrada como la japonesa. Él mismo no estaba libre de toda culpa.

Tras eso todos volvieron a sus respectivos trabajos. Al menos eso pareció, pero…

—La genética es curiosa —empezó Ryuuzaki unos minutos más tarde, y al japonés ese comienzo no le transmitió buenas ondas—, su hijo también sintió la necesidad de dejar clara su posición tolerante frente a la homosexualidad ayer, por algún motivo. —Enfocó su mirada en Light, llevándose el pulgar a la boca y mordisqueándolo con infantil regodeo—. ¿No es así, Light?

El aludido notó numerosos pares de ojos fijos en él de forma repentina. Trató de sobreponerse.

—¿Qué puedo decir? Las personas sentimos la necesidad de defendernos cuando nos sentimos atacados, no creo que haya nada curioso en ello. A pesar de que entiendo que busques una explicación a cada acción mía con motivo de recrear un retrato psicológico meticuloso.

Oyó suspirar a su padre.

—Light…

Lo miró un segundo, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes, papá, con el tiempo uno puede hasta acostumbrarse a las constantes acusaciones de L.

—Te estás precipitando, Light. En este momento has sido tú el único en redirigir mi conversación al tema de Kira —dijo Ryuuzaki, moviendo los dedos de sus pies, parecía intranquilo aunque su tono era igual de neutral que siempre—. Pero ya que lo dices. Sí, tratar de exculparse es propio de Kira.

—¿Y lo contrario también lo sería, por algún casual?

—En efecto, ya lo sabes. Todo lo que hagas.

Light sintió la imperiosa necesidad de cerrar los ojos entonces, y así perder de vista el efecto desolador de los ojos negros de Ryuuzaki fijos en él mientras pronunciaba aquellas palabras. Escocían. En un lugar desconocido. Las acusaciones de Ryuuzaki. Escocían y, a la vez, le irritaban como nada. Le escocían aún más tras saber que el otro tenía sentimientos por él, porque a pesar de esos sentimientos no podía dejar de sospechar de su culpabilidad. Porque, después de todo, era él quien se estaba comiendo los sesos por lo ocurrido el día anterior mientras L parecía perfectamente capaz de actuar con normalidad.

—Uno diría que eres masoquista, Light, pareciera que te gusta que repita mi opinión sobre la identidad de Kira continuamente.

—¡Ryuuzaki!

—Oh, vamos, Ryuuzaki, te estás pasando con Light —dijo Matsuda blandamente.

Sentía que se ahogaba.

—¿De verdad? —Una nota de sorpresa en el tono de Ryuuzaki—. Bueno, todos hemos sido testigos de las habilidades embaucadoras de Light Yagami, no sé de qué os sorprendéis.

—¡Aún así… !

—Déjalo, Matsuda —interrumpió la voz de su padre. Light no veía nada, no quería abrir los ojos. Hubo un breve silencio y luego Soichiro continuó dirigiéndose al hombre pálido—: Siempre he aceptado tus métodos, Ryuuzaki, y sabes que todo lo que deseo, al igual que mi hijo, es que se resuelva el caso Kira para así probar su inocencia. No tengo dudas respecto a él, es mi hijo y sé que mi hijo no sería capaz nunca de ser ese asesino, ni ningún otro. Pero…

La voz de su padre cayó en picado, como una gaviota que pierde rumbo y su vuelo se ve mermado. Light tembló, agradecido por la fe de su padre; las manos le sudaban y podía escuchar su propio corazón martillear fuerte contra su caja torácica. Podía, incluso, escuchar la suave respiración de Ryuuzaki y sus pensamientos. También sus pensamientos.

—Pero —repitió su padre— entiendo que las personas de afuera no pueden tener esa confianza en mi hijo, ni siquiera tú que estás conviviendo con él más que nadie. Lo que sí me pregunto es si no podrías dejar vuestras rencillas a un lado por un tiempo y hacerlo todo más fácil. Por muy inteligentes que seáis, debo decir que os comportáis como críos el uno con el otro.

Las últimas palabras resonaron con fuerza en la estancia, fueron categóricas, con el tono decisivo de un adulto que sabe más de la vida. Light abrió los ojos, anonadado giró la cabeza para contemplar a su padre que tenía una mirada decidida en su rostro y los puños apretados a ambos lados del cuerpo. Los demás le miraban con igual sorpresa e, incluso, algo de admiración.

«Papá… ».

Tuvo que parpadear. No supo porqué.

Cuando unas cuerdas invisibles tironearon de él forzándolo para que fijase su vista en el detective, lo encontró muy interesado en las baldosas del suelo, con la cucharilla apenas colgando de sus dedos. Absolutamente sorprendido. No para menos.

Light tragó saliva y apartó la vista antes de que el otro le cazara observándole.

—Debemos estar atentos a la reunión de esta semana de la Yotsuba. No debemos perder tiempo.

E, inaudito en su comportamiento, Ryuuzaki optó por la vía de ignorar las palabras de su padre. Nadie añadió nada más sobre el tema. Light esquivó la mirada de su padre a consciencia. Todos los allí presentes se dieron cuenta, después de eso, y con distintos grados de preocupación e interés, de la extraña tensión que había entre ambos genios.

Como unos críos. Sí. Su padre tenía algo de razón después de todo.

 

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L estaba estresado. Era oficial, se lo podía admitir a sí mismo con una probabilidad de acierto del ciento veinte por ciento, siendo lógicos. Tener a Light Yagami alrededor, escrutándolo meticulosamente como si tratara de descifrar el más intrigante enigma no era algo a lo que estuviera acostumbrado —todavía estaba por decidir si era algo a lo que quisiera acostumbrarse— y, por el contrario, el universitario parecía haberse consagrado a dicha tarea en los últimos días. El cuartel general era el mismo lugar desabrido de siempre, con las puntuales acotaciones de Matsuda que conferían unos minutos de distensión para Light y los otros. No para él. Sin embargo, a pesar de ser la misma estancia fría e impersonal, L se percataba de que algo había cambiado en los últimos tres o cuatro días; en él, en Light, en todos.

Por un lado, estaba la repentina timidez de su “amigo encadenado”, o más que timidez, una especie de pseudotimidez capitaneada por sentimientos que él había creído descifrar en el semblante de Light como turbación y algo de incomodidad edulcorada con confusión. Sinceramente, ese comportamiento entre cohibido, peleón cuando el tema de Kira salía a flote, y de observador distante la mayor parte del tiempo estaba empezando a crispar sus normalmente relajados nervios. Light, el chico heterosexual en su totalidad, no solo le había besado, sino que no parecía capaz de dejar aparcado y olvidado ese acto tal y como habían acordado esa misma madrugada. Un problema; porque ser consciente de eso no facilitaba su parte a L, que prefería pasar página cuanto antes en esa etapa de su vida, en la que se enamoraba de alguien y ese alguien era un potencial sospechoso de homicidios masivos.

Por otro lado, estaba Soichiro Yagami y su discurso del otro día para nada esperado sobre lo que él consideraba y no consideraba infantil. L realmente debió haber dicho algo en aquel momento en lugar de quedarse mudo y noqueado, no por Soichiro en sí, sino por todo aquel tira y afloja con Light que ni él mismo terminaba de comprender. Dicho sea de paso que por primera vez estaba experimentando en carnes propias la dificultad de analizar hechos con perspectiva cuando uno mismo es el principal afectado. Por eso él nunca había sido partidario de implicarse en el caso ni con las personas del caso. Un error. Que le estaba costando caro. Para más índole, los demás se habían dado cuenta de la extraña forma en la que se había moldeado la tensión entre ellos dos, se habían percatado de que había habido un cambio aunque no supieran todo lo que envolvía a ese cambio, ni su nombre, ni las tonalidades o matices que le daban una imagen completa.

Todo estaba hecho un caos incluso antes de que llegaran las discrepancias sobre el modus operandi que emplearían contra los accionistas de la Yotsuba; antes también de que el móvil de Light vibrara por doceava vez en el día para disgusto de L.

—¡Pero qué dices, Ryuuzaki! ¡No podemos dejar que maten a más personas solo para probar que Kira está entre ellos!

Se puso tres cubos de azúcar. En la taza.

—Mi padre tiene razón. De acuerdo que eso podría llevarnos a detener a Kira pero no podemos dejar que sigan matando. ¡Debemos impedirlo! —Golpeó la superficie del escritorio con la palma de la mano provocando que uno de los cubos de azúcar que Ryuuzaki se iba a echar por enésima vez se le resbalara de los dedos.

—Es cierto —continuó el ex jefe de la policía japonesa—. Está claro que esta gente son unos asesinos. Podríamos encerrarlos con el testimonio de Matsuda y este video como prueba.

Parpadeó, la vista fija unos segundos en el cubo de azúcar que se le había caído, junto a la taza, unos centímetros a la derecha. En esa discusión llevaban los últimos cinco minutos, cinco minutos en los que Light había decidido aliarse con su padre terminalmente en contra de la idea de dejar morir a más personas, aplacando por un rato su turbación cada vez que se dirigía a Ryuuzaki —cabe decir que el nerviosismo de Light no era evidente, pero L no era una persona normal tampoco— . Si estaba actuando, su actuación estaba al nivel de la de un galardonado a Oscar.

—El problema es —empezó tras darle un pequeño sorbo a su café— que si les arrestamos en este punto… todo nuestro esfuerzo habrá sido en vano. Además, no hace mucho que Aiber se ha puesto en contacto con ellos como Erald Coil, un movimiento errado y solo conseguiremos que desconfíen de él. Por lo que os pido que no os precipiteis.

No había mirado a nadie cuando pronunció aquellas palabras. Como de costumbre. La disconformidad había resultado patente, sobretodo en los dos con sangre Yagami, y, no obstante, unos momentos más tarde había sido Light, en lugar de él, el que había dado con una solución perfecta al contactar con Namikawa Reiji, uno de los miembros de la Yotsuba presentándose como L, y establecer la situación de forma que no solo lograron retrasar las muertes de los próximos objetivos sino que también adquirieron un valioso informante desde la misma raíz del problema.

«Esta es una batalla contra Kira, ninguno de vosotros tenéis por qué veros implicados.» había dicho. «Si colaboras conmigo nadie que no sea Kira se verá arrestado, podréis seguir disfrutando de vuestra vida de lujos y riquezas. De otra forma, mandaré la grabación de vuestra reunión a la policía y todos saldremos perdiendo».

Había sido un movimiento espléndido de Light, es más, se le había ocurrido antes que a él mismo. Light le había tomado la delantera. Era impresionante. Por eso…

—Impresionante, Light. Puede que hasta seas mejor que yo.

Por eso le había ofrecido lo que le había ofrecido —si quería heredar el nombre de L en el caso de que él muriera—, por eso y porque si Light era Kira y estaba actuando nunca rechazaría una oportunidad como aquella —pero Light la había rechazado, molesto, alegando que mientras estuviesen encadenados el destino de ambos era uno solo: «Si tú mueres, Ryuuzaki, yo muero». Los ojos le habían brillado en aquel momento, aquellos ojos color ámbar que, de vez en cuando, relucían como soles; aquellos ojos abiertos y sinceros. Algo se había estrujado entonces en el pecho de L, cerca del corazón. Había movido los dedos de los pies sobre el terciopelo de la silla, intranquilo. El móvil de Light había vibrado con un nuevo mensaje.

Light, de pie, frente a él e ignorando el aparato, había apartado la mirada y musitado:

—No debes decir ese tipo de cosas.

A veces, Light era una persona realmente difícil de leer incluso para el mejor detective del mundo. En un momento quería mantener distancia, y al siguiente te soltaba toda una bomba de sinceridad que, inevitablemente, pillaba a uno en cueros.

La atmósfera se había enrarecido lo suficiente para entonces como para que L sintiera la necesidad de echar unas miradas de soslayo al resto de personas allí presentes. Todos se encontraban expectantes y medio sorprendidos por el ofrecimiento de L, a la vez que contemplativos en cuanto a cómo se desarrollaban los acontecimientos.

Había sido entonces, de súbito, cuando la comprensión había alcanzado al universitario. Primero abriéndose paso hasta sus ojos, que se ensancharon un instante con sorpresa antes de estrecharse con furia; luego ya no pudo seguir viendo su expresión, pues está quedó parapetada tras una cortina de pelo castaño cuando Light dejó caer la barbilla, pero si vio sus brazos y sus manos, su cuerpo y el temblor que le recorrió de arriba a abajo como un repentino chorro de agua.

—Ryuuzaki —dijo, casi masticó las palabras—. Me tendrás que disculpar, pero voy a decir lo que estás pensando delante de todos. —Tomó una bocanada de aire—. Crees que si soy Kira hay dos posibilidades. O bien que estuviera haciendo teatro tratando de ocultar mi verdadera identidad, o bien que el poder de Kira hubiera pasado a otra persona y yo no fuera consciente de haber sido Kira. Tiene que ser una de las dos, no hay otra posibilidad para ti. —Hubo una leve fisura en el hilo de su voz al decir lo último pero continuó tras una breve pausa—. Si soy Kira y realmente estoy actuando no te podrías permitir quitarme las esposas, aunque de hecho si ahora Kira fuera otra persona tampoco ibas a quitármelas, pues tu absurda teoría es que yo soy el Kira original y que tarde o temprano ese poder va a volver a mí.

Todos escuchaban la diatriba del joven japonés con estupor, así como un pequeño ápice de incredulidad. Matsuda soltó un apenas audible «Pero eso no tiene sentido, ¿que clase de poder…?», mientras los demás se hallaban con los ceños fruncidos en distintos grados. La sala estaba en silencio a excepción de la voz de Light, que reverberaba con ira contenida por todas las paredes y los suelos, derramándose como ponzoña líquida. Watari estaba erguido junto a la puerta, tal cual sombra. L, con las piernas recogidas en la silla, solo ladeó la cabeza unos milímetros.

—En otras palabras, no crees que alguien me controlase, sino que estoy esperando a que se despejen las sospechas que recaen sobre mí para recuperar mi poder. Estás pensando: «En cuanto Light le quite el puesto a L volverá a ser Kira.», ¿a que sí?

L no le miró de inmediato, demasiado aturdido debido a la destreza con la que Light había dado con cada detalle de su pensamiento. Después de una breve pausa, contestó:

—Has acertado.

—… de esa forma podría manejar a la policía a mi antojo. Sería invencible, y yo sería capaz de hacerlo.

—Correcto —murmuró con ligereza al mismo tiempo que apreciaba como los músculos de la mandíbula del otro se contraían con virulencia.

—Es más, crees que lo haría. Que estaría dispuesto a hacerlo.

Definir con exactitud aquel instante, el periodo de tiempo entre la última palabra de Light y su siguiente aseveración fue de lo más complicado que L hubiera hecho nunca. Lo único que sabía es que le había faltado la agudeza, o tal vez la indiferencia necesaria, para retrucar con una contestación digna de él y, cuando se había dado cuenta, el silencio había sido roto de nuevo. No por Soichiro, Mogi, Matsuda o Aizawa que contemplaban el intercambio con desasosiego. Sino por Light.

—Además está el hecho de que tienes miedo. También estás pensando en eso, ¿verdad? —Las palabras le despertaron—. Del terror que sientes ante la posibilidad de que sea Kira. —Le abofetearon—. Porque estás seguro de ello y eso te mortifica. —Le hicieron casi cabrearse y se hubiera cabreado, probablemente, si no fuera L—. Adelante, admite eso también y…

—Lo admito —dijo para sorpresa de todos—. Lo admito, Light. Tengo miedo de que seas Kira.

Matsuda parpadeo una, dos, tres veces.

—Bueno, la idea en sí es terrorífica pero creí que tú, Ryuuzaki, no…

—No tengo miedo por la posibilidad de morir, Matsuda.

—¿No?

—¿Entonces por qué es? —intervino Aizawa.

—Bueno. —Se relamió los labios y clavó sus ojos en Light, desde abajo, retándole con la mirada a sabiendas de que a este no le haría ninguna gracia que revelara el intercambio de besos que habían compartido—. Eso es porque…

Unas manos se extendieron de forma repentina y le tomaron por los hombros. Manos grandes. Se calló, completamente tomado por sorpresa, cuando la persona se agachó frente a él y un rostro apuesto y de facciones orientales entró en su campo visual. Nariz pequeña, labios carnosos. Entró con la fuerza de un meteorito, justo de la misma manera que Light Yagami había entrado en su vida. Mirada inteligente, sincera, comprensiva. Las palabras llegaron solo unos segundos después, medio desnudas y medio desesperadas, con una pizca de frustración y otro tanto de dolor bien disimulado.

—No sigas con eso —susurró con firmeza. El agarre que le mantenía sujeto se apretó como si fueran un par de tenazas; dedos hundiéndose entre sus huesudos hombros—. Dime la verdad, si realmente piensas que yo sería capaz de traicionarte de esa forma; dime si realmente crees que en el caso hipotético de que yo fuera Kira y hubiera perdido recuerdos y poderes podría llegar a convertirme en ese asesino de nuevo, si podría olvidar todo lo que es importante para mi en este mismo instante, Ryuuzaki.

Un golpe de sinceridad de Light. Silencio. Le aturdían. Silencio. Sobre todo cuando implicaban cuán importante consideraba este su amistad.

—Crees.. —Las manos de Light temblaron. L era incapaz de apartar la mirada, incapaz de romper la conexión que lo unía con esas lunas doradas en las que podía apreciar una súplica y una vulnerabilidad que nunca antes creía haber apreciado—. ¿Crees que podría olvidar todo eso tan fácilmente, que no tengo sentimientos?

«Sí, los tienes, pero Kira también» quiso decir empero las palabras murieron en algún punto entre su corazón y su boca.

—¡¡Mírame a los ojos ahora y dime que de verdad me crees capaz de semejante atrocidad!! —exigió.

Otro silencio se hizo con el poder. Fue uno distinto esta vez, más pequeño y concentrado, uno que era de L y de Light, y también de la respiración ligeramente entrecortada de este último. De su angustia.

Los mecanismos de defensa de L se pusieron en marcha en cuestión de milésimas de segundo y entonces la razón solo tuvo una respuesta:

—Sí, lo creo.

Después solo supo que el puño de Light estaba en su cara y su pie estaba en la cara de Light; Matsuda y el resto tratando de detenerlos, como de costumbre; y un nuevo mensaje llegaba a la bandeja de entrada del móvil de Light, nada sorprendente si se tenía en cuenta que el universitario había estado manteniendo el contacto con Takada desde la madrugada del beso y el piano.

 

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Matsuda se sacó las llaves de su Mercedes GLE coupe azul del bolsillo de su chaqueta y pulsó el interruptor de apertura. Luego se dirigió al lado del conductor mientras su jefe, Soichiro Yagami, abría la puerta del asiento de copiloto. Aquella mañana había tenido la suerte de encontrar un sitio en una calle colindante a la derecha de las oficinas que L había instalado para el Cuartel General, justo cuando había llegado otro coche le cedía amablemente el lugar. En ese momento, después de salir de otra dura y fatigosa jornada laboral, la cúpula celeste había sido cubierta por una capa azul marino que a su vez traía jirones de nubes que se desperdigaban en todas direcciones. No había luna ni estrellas. Por supuesto, Matsuda no había duda a la hora de ofrecer al Sr. Yagami acercarle a su casa, donde le esperaban su hija y su esposa. Matsuda era un joven inseguro y algo despistado, entre muchos otros defectos, pero si poseía una virtud era la lealtad; el Sr. Yagami había sido un jefe de primera con él, por lo que nunca dejaría de considerarlo como tal.

El tráfico era un desastre a aquella hora y en aquella zona de la ciudad. Matsuda subió dos grados la calefacción del coche y suspiró cuando tuvo que frenar en un semáforo.

—Siento que tengas que dar vueltas con este tráfico por mi —se disculpó el hombre mientras miraba por la ventanilla—.

—¡Oh, no tiene que disculparse, hombre, que no me importa! —restó importancia Matsuda y luego soltó una pequeña risa. La luz del semáforo se llenó de verde esmeralda. Arrancó—. ¿Sabe cuando tendrá arreglado el coche, jefe? Si lo necesita mañana puedo venirlo a buscar para ir al Cuartel General.

—No hace falta, puedo coger el transporte público. —Se removió en el asiento estirando un poco del cinturón para colocarlo de forma que no le incomodara. Después de un momento, agregó—: Aunque te estaría inmensamente agradecido si pudieras dejarme al salir del Cuartel en el taller del Sr. Miyamoto para que pueda recoger el coche. Me lo tienen que confirmar pero en principio me dijeron que lo tendrían para entonces.

Matsuda asintió en un cabeceo entusiasta sin apartar los ojos de la carretera, contento de poder prestarle una mano a su jefe.

—No hay problema, jefe. No tengo planes de todas formas, ni prisa para llegar a casa como usted bien sabe —rio de forma juvenil y algo torpe. Soichiro se encontró pensando, no por primera vez, que era realmente un buen chaval.

Se quedaron en un relajado mutismo por los próximos veinte minutos. Los cláxones impacientes de los coches hendiendo las bulliciosas avenidas que iban atravesando, el maremágnum de viandantes caminaban de forma ordenada por las aceras, todos hacía la izquierda o todos hacía la derecha dependiendo del lado —por supuesto, siempre había el típico irrespetuoso que se metía en dirección contraria—. En la radio se escuchaba Kimi wa inai ka de Toshi, con su voz raspada y emotiva. Los dedos de Matsuda seguían el ritmo de la canción sobre el frío volante cuando su acompañante rompió el silencio de forma repentina.

—Hoy no tendría que haber presionado a Ryuuzaki para hacerlo a mi manera. Debido a eso, ahora ha decidido continuar con el caso solo.

—No creo que deba preocuparse por eso, jefe —dijo mientras giraba por una bifurcación. Había estado antes en la casa de los Yagami por lo que sabía bien cómo llegar—. Ryuuzaki solo estaba teniendo un berrinche, seguro que mañana le hacemos cambiar de opinión. Usted solo hizo lo que tenía que hacer, quiero decir, puede que sea un gran detective pero L es bastante cruel a veces.

El Sr. Yagami se pasó la mano por la cara y suspiró entre sus dedos antes de dejar caer el brazo a un lado.

—No. Entiendo que priorice la resolución de la investigación, si por un error volvemos a perder la pista de Kira mucha más gente va a morir. Y sería nuestra culpa —finalizó con una expresión severa en sus duras facciones.

De reojo, Matsuda pudo ver las cansadas arrugas que hacían mella en el hombre no solo por la edad, sino también por el estrés y la presión de un millar de vidas. El peso de una larga carrera en el mundo de la persecución del crimen sumado a la pesadumbre que venía con las acusaciones hacia su hijo. Guardó silencio sin saber qué responder.

—Sin embargo… —dudó, vaciló. Finalmente, volteó hacia él e inquirió—: ¿No has notado una sensación extraña últimamente entre mi hijo y Ryuuzaki?

—¿Hm? ¿Qué quiere decir? Yo los veo como siempre, peleando como el perro y el gato cada dos por tres, ¡hay que ver!

El hombre frunció el ceño tratando de dar con una explicación a esa sensación que lo había empezado a abordar no hacía mucho.

—La verdad, Matsuda, no sabría que decirte. Pero al mirarlos a veces me da la impresión de que algo ha cambiado entre ellos, como si se hicieran… no sé, daño mutuamente a propósito. —Hizo una pausa—. ¿Parece ridículo?

El encogimiento de hombros por parte de Matsuda le hizo bajar la cabeza, meditabundo, a leguas preocupado por su hijo. Matsuda le lanzó una mirada sesgada primero, pero cuando el coche frente a ellos se detuvo de nuevo por la apabullante caravana se giró hacia el asiento de copiloto para contestarle.

—A ver, ahora que lo dice, me ha parecido extrañamente íntimo antes, cuando Light le ha reprochado a Ryuuzaki su constante falta de confianza en él —recordó—. El mismo Ryuuzaki parecía algo afectado, ¡ah, y ni siquiera contestó el otro día cuando usted les reprendió por comportarse como unos niños! Eso sí es extraño en él, jefe, suele decir lo que piensa sin cortarse el tío.

—¿Crees que se han hecho amigos de verdad? Uno creería que sí, pero es difícil de decir tratándose de Ryuuzaki. Mi hijo parece considerarlo un amigo, pero…

Sacudió la cabeza y un suspiro escapó de sus labios. Entonces una mano se posó en su hombro en un gesto reconfortante. Luego, el coche se puso en marcha de nuevo.

—No se preocupe, jefe. Estoy seguro de que Ryuuzaki también estima a Light, solo que… —dudó—. Bueno, yo que sé. Es cabezón, ya lo ha visto y está empeñado en que su hijo es Kira. ¡El mismo admitió que tenía miedo de que Light fuese Kira, y no por temor a morir! Está claro que valora su amistad con Light.

Tras un instante en el que nadie se aventuró a decir una palabra más, Soichiro confesó:

—Eso es lo que me preocupa, Matsuda.

—¿Qué…?

—Que el mejor detective del mundo esté tan seguro de la culpabilidad de mi hijo hasta el punto en que, incluso siendo amigos, sea incapaz de confiar en él.

Matsuda abrió la boca para replicar. Ninguno sonido fue emitido. El tema quedó muerto para el resto de camino.

Cinco minutos después cuando llegaron al barrio donde vivían los Yagami, Matsuda se detuvo junto al portal de la hogareña edificación de dos plantes. Soichiro se bajó y, agradeciéndole por haberle llevado, se despidieron hasta el día siguiente. Con una vaga preocupación, el joven de cabello oscuro hasta los hombros lo contempló alejarse por el retrovisor, hombros caídos y paso lánguido. Dejó escapar un largo suspiro antes de alejarse carretera arriba.

 

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El pasillo que conectaba el ascensor con el laberinto de habitaciones que había sido suministrado a Misa en la última planta del edificio no había parecido tan largo la vez pasada. Ni trepidante. Las paredes no eran metálicas en aquel piso, sino que estaban revestidas por paneles de mármol de distintos tonos de marrón, desde chocolate hasta un suave color arena, y la única luz que se filtraba en aquel momento, mientras caminaba unos pasos detrás de Ryuuzaki, era el suave resplandor de la luna que se derramaba por la ventana cuadrada del final del pasillo, junto al elevador al que se dirigían.

Light no sabía cómo se sentía exactamente. Era difícil de decir incluso para él mismo. Notaba un ardor en la boca del estómago, así como el palpitar de una de las venas de su cuello, y sentía la necesidad de masajearse el hombro, de relamer sus labios. Tal vez estaba cabreado. Tal vez le había cabreado Misa por batir los récords mundiales a la persona con menos sesera.

—Ryuuzaki, no me parece correcto lo que has hecho —expresó por segunda vez desde que habían cruzado la puerta donde se encontraba la modelo. Por segunda vez fue ignorado.

Tal vez lo que le cabreaba era la actitud del detective, el cual se creía tan listo como para hacerle una encerrona a Light, a él, aprovechándose de la tonta de Misa de forma que esta quisiera ayudar en la investigación  —en contra de todo el buen juicio de Light— y que, además, instigara a Light con sus insoportables pucheros para que fuera del equipo «L y Misa», en lugar de tomar el lado de su padre que es con el que estaba de acuerdo.

Se apartó el flequillo de la cara y la cadena tintineó con el gesto. Ryuuzaki se detuvo frente al ascensor y pulsó el interruptor, que se iluminó en un pentágono zafiro.

—Eso es jugar sucio y lo sabes —repitió apoyando el codo en la pared, a la altura de la cabeza y dirigiendo una mirada penetrante hacia el otro hombre—. Jugar así con los sentimientos de Misa es…

—Tú mismo la has escuchado, quiere ayudarte… porque te ama más de lo que adora a Kira —dijo, y una sonrisa extraña que Light no supo interpretar surcó sus facciones—. Deberías respetar las decisiones de otros, Light.

—Ya, bueno —resopló—. Sabes bien que no es legal que manipules esas decisiones con juegos mentales; no sé cómo esperas que Misa pueda contradecirte con las pocas neuronas que tiene.

Los ojos negros le enfocaron un momento antes de volver su atención al suelo, donde jugueteaba con los pies descalzos, uno sobre el otro.

—Sí, bueno. Esa era la idea.

Tal vez lo que le cabreaba era la normalidad con la que L había actuado los pasados días, como si no recordase que le gustaba Light; aún peor, como si no recordase que había sido besado por este.

—¡Precisamente! —exclamó, indignado—. No puedes hacer eso con las personas, Ryuuzaki. Y tampoco puedes obligarme a colaborar con tus planes cuando sabes que estoy en contra de que mueran más personas. Esta vez creo que mi padre tiene razón, no importa cuánto…

—Yo no he sido el que te ha pedido que te unas a nuestro lado, ha sido Misa —puntualizó.

Light vio como entornaba los párpados con aburrimiento, lo cual solo le irritó más. Aquel no había sido un buen día, este se había estropeado en el momento en el que Ryuuzaki  había dejado en claro cuán vivas y fervorosas continuaban siendo sus sospechas sobre su persona, cuando se habían golpeado a puño abierto antes de que los demás los detuvieran. Era como si se hubiera levantado aquella mañana subiéndose a una montaña rusa —de buen humor o, por lo menos, con el optimismo de descifrar su propio comportamiento al besar a Ryuuzaki días atrás— pero con el transcurso de las horas la peligrosa atracción iba cogiendo más y más altura al mismo tiempo que un mosqueo había ido tomando forma en su interior, paulatinamente, sin que apenas se percatara de cómo iba creciendo de forma exponencial —casi siempre por alguna acción del otro chico, que para más índole era el principal culpable de todo—.

Se escuchó un agudo ding dong y las puertas metálicas del ascensor se abrieron de par en par. Ryuuzaki se subió primero; las manos en los bolsillos y el cuerpo encorvado hacia delante. Hasta las estúpidas particularidades de L lo molestaban, ¿por qué mierdas no podía ser como cualquier otro ser humano? El muy jodido. Light lo siguió tratando de contener la rabia. Llegaron al rellano de la quinta planta en silencio. Después de las discrepancias entre L y su padre, se habían instalado ahí, en una pequeña estancia rectangular con poco más aparte de una mesa, televisiones desperdigadas por una pared, dos sofás, unas cuantas sillas y alguna que otra maceta en las esquinas. De todas formas, por la hora que era ya no debía quedar nadie más que Watari en el Cuartel General.

¡Ale-jop!

Vio con semblante impertérrito como Ryuuzaki se apoltronaba con un salto brusco en una de las sillas de ruedas, que se deslizó casi un metro debido a la colisión. Sobre la mesa alta situada en un lateral de la pequeña sala se hallaba una sucesión de distintos postres que Watari le había dejado a Ryuuzaki antes de que fueran a hablar con Misa. Solo dos habían sido comidos. Light no quería saber cuantos quedaban, que serían los que L se comería, como tampoco quería fijarse en el hecho de que la primera elección de Ryuuzaki era la tartaleta de fresas y crema pastelera. El postre favorito de Ryuuzaki. Las fresas y todo lo que tuviera que ver con ellas. Light no quería prestar atención a aquellas cosas. Algo ardió en su interior, repentina y bruscamente, sacudió la cabeza y avanzó unos pasos hacia el otro hombre que ya había alzado la tartaleta con sus dedos y la dirigía hacia su boca.

La infantil expresión de deleite del pálido hombre murió en cuestión de segundos. La tartaleta de fresas salió disparada y, como a cámara lenta, Ryuuzaki la vio chafarse contra el suelo y quedar reducida a un masa deforme y viscosa. Una mano le había sacudido el brazo y ahora le atenazaba la muñeca con la que había estado sosteniendo el postre solo un momento atrás.

Ahora en el suelo. Su postre.

Sus ojos viraron con pausa hacia el culpable de la pérdida de su preciado manjar. Los ojos castaños le devolvieron la mirada de forma amenazante a los negros durantes unos segundos en los que la tensión pudo haberse cortado con un cuchillo.

—Eso no ha estado nada bien, Light —fue L el primero en hablar.

Light chasqueó la lengua. Tenía el ceño fruncido y la mirada crispada.

—Tu actitud es lo que no está bien.

L lo contempló largamente.

—No creo que haya nada en mi actitud que pueda considerarse mezquino, la verdad. Misa está dispuesta a ponerse en peligro para ayudarte y, capturar a Kira —si tú no eres Kira—, supone indudablemente una gran ayuda para ti. Por lo que —añadió tras una pausa— no la he instigado a nada que ella no desee.

La iluminación de la sala era brillante y blanca y permitía a ambos una amplia visión del otro, de cada centímetro de expresión, cada poro de la piel. Light estaba de pie y muy cerca, a una distancia que podía perfectamente calificarse como comprometedora. Su agarre alrededor de la muñeca de L quemaba, chamuscaba la piel desnuda como una arandela de acero al rojo vivo. L se removió con inquietud; el movimiento hizo que la cadena de las esposas, que unía las otras dos manos, se agitara.

Light lo estudiaba enmudecido; sus fosas nasales abriéndose y cerrándose al ritmo de la respiración iracunda que le llenaba los pulmones de oxígeno.

—Te estás comportando extraño, Light.

—Tú te estás comportando extraño, Ryuuzaki, dada la situación.

—Debe ser mi error entonces, pero creí que habíamos llegado a la conclusión de que no valía la pena perder el tiempo en esto —con la mano libre hizo un gesto vago señalándolos a ellos—. Dijiste que querías ser mi amigo y yo, a pesar de mis reservas por lo que bien sabes, acepté.

—No me parece humano que alguien aparque a un lado sus propios sentimientos de esa forma.

Hubo un instante, extraño, en el que el detective pareció quedarse congelado, como si no supiera que alegar a continuación. Luego, sin embargo, entrecerró los ojos con lo que Light interpretó como irritación.

—Estás sobrevalorando mi atracción hacia ti —dijo en un tono monótono—. Y eso empieza a cansarme porque ya te lo he repetido en más de tres ocasiones, lo cual es molesto porque no eres ningún imbécil precisamente.

En un arranque de furia, Ligh le sacudió el brazo con brusquedad, provocando que un rictus de dolor sombreara las facciones occidentales de L. Los ojos castaños eran dos piedras flamígeras.

—¿¡Y qué hay de mi, Ryuuzaki?! ¡Dime!

—Creo que no te comprendo, Light. Pero te diré lo que parece.

—¿Qué parece? —siseó.

El detective calló por un breve espacio de tiempo en el que sondeó las profundidades del semblante del otro chico. Light estaba alterado, muy alterado, demasiado alterado aún si en ningún momento dejaba de intentar mantener las emociones a raya.

—Parece que te ha molestado de sobremanera lo que te dije acerca de que no quiero nada contigo —empezó con aparente distendimiento—. Esto me puede llevar a dos opciones perfectamente naturales, ambas propias de Kira, por si te le preguntas —notó como el brazo que le apresaba la muñeca temblaba ante la mención del asesino, pero él continuó hablando sin inmutarse—: Por un lado, pienso que es posible que tu orgullo se haya visto afectado debido a lo que tú consideras un desaire de mi parte, al fin y al cabo, no todos los días desechan de esa forma al chico perfecto, probablemente nunca lo han hecho, pero como sabrás yo no soy muy normal.

Sonrisa alienígena. Light puso los ojos en blanco con fastidio, se le estaba empezando a saturar el brazo por mantenerlo en tensión y en la misma postura tanto tiempo. Con rudeza, dejó libre la escuálida muñeca del otro hombre y se irguió tratando de respirar sosegadamente, de calmarse antes de preguntar:

—¿Y la otra opción cuál crees que es?

Fue entonces cuando las orbes negras cual millar de noches le taladraron la mirada, el cuerpo y el alma a Light Yagami.

—Que a pesar de ser yo un hombre, y no el prototipo de hombre perfecto y atractivo que tú mismo eres, no te soy indiferente.

El silencio que aconteció a continuación fue uno de los más extraños que el universitario había experimentado en toda su existencia. Fue como si el silencio en sí fuera una presencia en aquella habitación, una presencia que se había materializado de repente y que era ineludible. El silencio era un ángel dictador y sus amplias alas blancas amparaban todos los rincones visibles. A Light se le revolvieron los pensamientos con la saliva y, cuando tragó, no supo qué era lo que estaba tragando. Sentía un zumbido cerca de los oídos, calor en el cuerpo, sudor en la piel. Un rítmico sonido empezó a resonar en el ángel enmudecido, tardó unos segundos en percatarse de que era el pálpito de su propio corazón.

Light se tambaleó hacia atrás, casi pisando la masa de dulce del suelo, y se llevó una mano a la cara con gesto derrotado y abatido mientras se apoyaba con la otra en la mesa que había junto a ellos. Una cortina de hebras castañas velaban la expresión de su rostro. Su voz tembló como aterida de frío.

—¿Q-qué dices, Ryuuzaki?

Este fue a contestar algo en su línea, descarnadamente sincero, pero vaciló en el último momento.

—En realidad… —Se llevó el pulgar a la boca y musitó—: No pienso eso, Light. Solo era un opción. En parte es lógico que un ataque de hormonas pueda llevar a confusiones, especialmente cuando hemos estado conviviendo juntos todo este tiempo, sin ninguna chica joven aparte de Misa. Es mas, te lo dije después de que me besaras, que no te comieras la cabeza por algo que no tiene importancia. Eres heterosexual y yo soy L, no tengo tiempo para cosas como las relaciones humanas, mucho menos las románticas.

—Pero sí tiene importancia…

El susurro apenas audible del japonés, que aún no le miraba, le tomó desprevenido.

—Es solo un beso. Solo tiene la importancia que tú quieras darle.

—El problema no es el beso, Ryuuzaki —dijo después de un instante de pausa; por fin, alzó la cabeza para enfocar su vista en el otro hombre—. El problema es el motivo que dio pie a que ese beso sucediera, a que yo te besara por propia iniciativa.

—Te he dado una explicación perfectamente lógica para ello, Light, las hormonas sumadas a lazos efectivos sumados a convivencia diaria hacen milagros.

Pero Light negó en un suave cabeceo.

—Sabes bien que no es tan sencillo, no me des explicaciones que le darías a Matsuda, resulta ofensivo.

—Una explicación para Matsuda no la elaboraría tanto —puntualizó.

Es posible que fuera el tono indiferente con el que pronunció aquella burla, con tal naturalidad, como si estuviera hablando del tiempo en lugar de estar soltando una pequeña broma entre ellos, lo que hizo que a Light se le escapara una pequeña sonrisa.

L ladeó la cabeza, ocultando su propia sonrisa.

—Aunque he de admitir que Matsuda es perseverante, siempre lo utilizamos como cabeza de turco pero nunca se rinde en intentar demostrar que estamos equivocados.

Light lo miró, lo miró de verdad. Entonces se dio cuenta de que la tensión había desaparecido; no solo la que había llenado la habitación de electricidad durante toda la conversación, sino la que se había ido entretejiendo en su interior a lo largo de todo el día, incluso de los pasados tres días, desde que había cometido aquel acto temerario e insensato. No quedaba nada de ello. Ni rabia ni impaciencia ni esa pérfida sensación de caos inminente que le había anegado.

En aquel momento contemplaba a Ryuuzaki, contemplaba su figura delgada y articulaciones de araña, su piel cadavérica, los ángulos de los pómulos y de la mandíbula en su rostro, sus ojos como dos agujeros negros en el tiempo y el desorden enredado de su pelo, que le hacía parecer un león de la noche. Light contemplaba todo lo que estaba a la vista pero veía mucho más. Veía aquellas pequeñas cosas, los pequeños detalles de la personalidad extravagante de L, que se habían hecho un hueco en su corazón, un hueco en el que solo su familia había tenido cabida hasta aquel momento. El tiempo parecía haberse detenido para él. Las imágenes, los recuerdos se deslizaban tras sus párpados. Cómo L lo irritaba, cómo lo divertía después; cuán insufrible normalmente era y cuán encantador podía ser, hasta el punto de enviarle un mensaje al móvil cuando estaban a centímetros de distancia.

El recuerdo le arrancó un sonrisa de afectuoso hastío tan física que Ryuuzaki le lanzó una mirada curiosa.

—Te has quedado callado, Light. Pareces más calmado.

El aludido enarcó una ceja con escepticismo.

—No juegues con fuego, Ryuuzaki, mientras el caso siga sin resolverse nunca voy a estar completamente calmado —dijo, pero lo cierto es que sí estaba mucho más relajado, tenía la extraña sensación de haber recuperado la identidad que había perdido en los últimos días.

—Imagino. —La mirada de Light estaba llena de una determinación que L no supo interpretar. Se removió, incómodo, bajo esa mirada—. Entonces, podemos volver al tema de que me has tirado mi tartaleta de fresas…

—No —cortó—. Estábamos hablando de que no soy Matsuda.

—Salta a la vista.

—… y sobre los motivos que me llevaron a besarte; no soy una persona que huya de las cosas que no comprendo (aunque hay pocas cosas que no entienda), los enigmas son mi principal entretenimiento como bien sabes, es algo que tenemos en común.

—No te sigo, Light.

—Si me sigues —refutó—. Ryuuzaki, ¿me sigues verdad?

Por supuesto que lo seguía, pero ni así estuvo preparado cuando los labios cálidos del japonés atraparon los suyos en un perfecto equilibrio de precipitación y timidez, de abandono y seguridad. Las bocas encajaron juntas como dos mitades de un mismo ser en el momento en el que el detective dejó a un lado sus reticencias y se entregó al beso. Light tiró de la cadena obligando al otro a ponerse en pie mientras le partía la boca con la lengua y deslizaba esta en su interior. La sucesión de besos se volvió un frenesí descarriado. Las manos de Light tiraban de los pliegues del jersey blanco con brusquedad al mismo tiempo que apretaba el cuerpo de L contra el suyo propio. La habitación ardía, la habitación era un infierno de gemidos y pequeños lamentos y los dos muchachos eran la dinamita que hacía explosionar todo.

Ryuuzaki empujó a Light hacia atrás de forma que este quedara apoyado contra el borde de la mesa. Le mordió; le lamió. El labio, la mandíbula; en la zona donde se unían el cuello y la oreja. Un entrecortado jadeó brotó de sus labios cuando algo húmedo y caliente se adentró en su oído, haciendo que su cuerpo temblara y que un delicioso cosquilleo se desatara entre sus piernas.

—Ahh… Dios —gimió cuando L hizo un movimiento especialmente placentero con su lengua, continuando la afanosa tarea más abajo, cerca de la nuez de adán, en un punto que hizo que el japonés se deshiciera en colores.

Tembló y L sintió aquel temblor, que solo lo incitó a lamer y succionar más fuerte por esa zona del cuello que parecía ser la debilidad de Light. Este, por su parte, no dejaba de apretar y desgarrar su espalda, a través de la tela, con desesperación. Sus cuerpos estaban en constante contacto, restregándose el uno contra el otro con desenfreno, sin pausa. Había fuego corriendo por las venas de ambos, abrasándoles las entrañas ante los ruidos que salían de la boca del otro con cada nuevo tocamiento. Era desconocido, inesperado y fantástico. Light sabía que estaba duro, pero sintió que se moría cuando una protuberancia bajo los pantalones de Ryuuzaki se frotó contra la propia. Tenía saliva por todo el cuello y el culo de Ryuuzaki entre sus manos.

Todo era una locura. Le apretó las nalgas, el tejano era rugoso. Demasiado rápido. Ryuuzaki succionó un poco más, ahí, sí, justo ahí, en el cuello. Demasiado caliente. Su mano se aventuró bajo la tela blanca, acariciando la piel suave y pálida del otro hombre, que suspiró de forma entrecortada al sentir el roce.

La puerta se abrió entonces, y ambos se apartaron sobresaltados ante el estrépito chasquido de una bandeja al caerse de las manos de un patidifuso Watari, que se quedó congelado cual estátua al presenciar la escena. Ryuuzaki fue el primero en apartarse y, aunque su rostro no expresaba demasiado, Light pudo decir que se sentía mortificado.

—Wa-Watari, ¿qué…?

L, el mejor detective del mundo, balbuceó.

—Disculpad la intromisión repentina —se sobrepuso el anciano,  agachándose para recoger la bandeja y los restos de las dos tazas de cerámica que se habían caído con ella—. En un momento limpiaré este desastre.

Había todo un charco de lo que parecía café a los pies de un estoico Watari. Light tuvo que hacer un esfuerzo monumental por acompasar la respiración y por controlar el fuerte bamboleo de su corazón. Watari les había visto. Enrollándose. Me he enrollado con Ryuuzaki, tuvo que tomar una gran bocanada de aire para asimilar la idea y, cuando lo hizo, tuvo que admitirse que no era tan horrible. Se mordió el labio mientras observaba a Watari limpiar el suelo con un pañuelo que había extraído de uno de los bolsillos de su americana negra. El hombre aparentaba total tranquilidad, como si allí no hubiera pasado nada en particular. Sin embargo, Light había sido capaz de apreciar el modo en el que sus ojos se habían agrandado con estupefacción, un segundo, antes de ocultarse tras el comedimiento de una impecable profesionalidad.

A su lado, Ryuuzaki se mordisqueaba el dedo pulgar esperando por que Watari terminara de limpiar el charco de café. La otra mano, la que estaba ligada a la de Light, la había hundido en el bolsillo. Alguien que no lo conociera hubiera dicho que su rostro era un mural falto de emoción, pero Light era capaz de discernir la nerviosa expectativa en las pupilas negras. Pupilas que se giraron hacia él un momento.

Se miraron. Un segundo eterno. Desviaron la vista a la vez. La cara y el cuello de Light ardían con una extraña vergüenza que nunca antes había experimentado. Watari se irguió en ese momento, arrugó el pañuelo mojado y lo cerró en su palma antes de dirigirse al detective.

—Ha llegado la notificación que estábamos esperando.

Solo fue una frase y, al parecer, fue todo lo que Ryuuzaki necesitó para recomponerse por completo de la embarazosa situación. Intercambió una mirada de circunstancias con Watari que espoleó la curiosidad del japonés. Entonces, Ryuuzaki volteó hacia él.

Pareció carraspear un instante, empero cuando habló sonó tan apático como de costumbre.

—Light, tengo un importante y urgente asunto que atender con Watari, ¿sería un problema que te quedases en una de las celdas por un rato? No llevará mucho tiempo, pero no puedo dejarte sin vigilancia y todos los demás se han ido ya a sus casas.

—¿A una celda? —murmuró, perplejo. Ningún motivo nunca había hecho que Ryuuzaki se quitara las esposas y lo dejara aparte, por lo que aquello debía ser algo que Light realmente no podía escuchar. La moneda, recordó, tiene que tratarse de la moneda que Watari le entregó a Ryuuzaki el otro día, él estuvo muy sorprendido y taciturno al recibirla—. Por supuesto. —Lanzó una rauda mirada sesgada al anciano—. Por supuesto, no hay problema.

—Gracias, Light.

Meditabundo, observó como el detective se rascaba una pierna con el pie descalzo, su mirada esquiva y las ropas holgadas que vestía le hacían parecer un adolescente. Aquella madrugada en la sala del piano, se había prometido no presionar al otro hombre con el tema de la moneda, pero la tarea se volvía más complicada cada vez que aparecía un nuevo y jugoso dato que anotar a sus cavilaciones. Dio un último vistazo hacia el pecho de Ryuuzaki, donde la moneda colgaba de una fina cadena tras la tela del jersey, oculta de la vista de curiosos, su significado también oculto.

Watari hizo una reverencia y ambos lo siguieron en silencio hasta la zona de celdas. Caminaron por el estrecho pasillo sin mirarse unos a otros hasta detenerse en una de las últimas, donde el anciano extrajo una llave gruesa y metálica de sus bolsillos —a veces Light se preguntaba donde exactamente guardaba todo lo que iba a necesitar— y la hundió en el cerrojo, que se abrió con un click. Observó como Ryuuzaki se deshacía de la esposa en su muñeca y la cerraba entorno a la suya. En unos instantes estuvo tras los crueles barrotes de la celda, más lejos de Ryuuzaki de lo que había estado en mucho tiempo.

Se miraron un momento en silencio.

—Si necesitas algo solo tienes que pulsar el interruptor rojo de la pared.

Asintió. Ya lo sabía.

—Entonces, hasta luego, Light —vaciló, pareció que iba a agregar algo más pero terminó por no hacerlo, se dio la vuelta y se alejó por el corredor.

Watari le había dedicado un suave cabeceo de despedida y una extraña mirada antes de irse. Light juraba que había discernido la suspicacia en aquella mirada, y podía decir que el hombre no le tenía en muy alta estima y que no le había gustado lo que había visto. No le preocupaba, sin embargo, que el anciano fuera a decir algo de lo que había presenciado a nadie más, que era el peor escenario que Light podía imaginar; por lo que en ese sentido se encontraba tranquilo. Aún así, había algo que le molestaba, un pequeño nudo que se había instalado en él desde que Ryuuzaki le había pedido que se quedara en la celda.

Se dejó caer en la estrecha cama y un suspiro largo y disperso brotó de sus labios. Las paredes parecían demasiado pequeñas y claustrofóbicas de nuevo, a pesar de saber que iba a salir en cuestión de horas, tal vez de minutos. Cerró los ojos, boca arriba.

En ese instante, resultaba un poco doloroso pensar en Ryuuzaki. Después de todo, ¿sería capaz de lograr que el otro confiara en él algún día? A veces creía que no.

Kira era el culpable de todo. De la desconfianza de L. Todo era gracias a Kira. Que él hubiese llegado a conocer a L. Y Light no sabía cómo sentirse al respecto.

Notas finales:

En el próximo capítulo los sentimientos de ambos continuarán desarrollándose y se irán volviendo más cercanos... ¿que más cosas pasarán entre ellos? ¿recuperará Light los recuerdos? ¿Qué pasa con Misa? ¿Y Watari? 

 

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