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DEATH CHESS por Toko-chan

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Notas del capitulo:

¡Y el último update por hoy! Disfrutadlo ;D

VIII. Misa

 

«Los pensamientos te llevan a tus propósitos,

tus propósitos a tus acciones, tus acciones a tus hábitos,

tus hábitos a tu carácter y tu carácter determina tu destino.»

Tyron Edwards  

El espectáculo de luces en el firmamento era de una digna admiración. Había toda una miríada de incipientes estrellas blancas dispersas a lo largo y ancho, y al mismo tiempo el cielo estaba salpicado por acuarelas rojizas, naranjas y rosadas que poco a poco iban diluyéndose en favor de tonos azules, tonos de la noche. En pocos lugares y pocas veces se podía contemplar un crepúsculo estrellado, por lo que era un espectáculo digno de admirar. El reflejo plateado del cuarto menguante a duras penas rielaba sobre la superficie ondulante del mar, manchada aquí y allá por retazos de escarcha que acusaban la época invernal.

Era una vista maravillosa de un atardecer poco común de un día cualquiera de Diciembre. La cala en la que estaban era un pedazo de su pasado mientras que Ryuuzaki, acuclillado sobre una piedra a un metro escaso de él, lo era de su presente. Un presente que ni con la más ávida imaginación habría sido capaz de pronosticar. Dejó caer los párpados y respiró hondo, el aire húmedo, a arena, sal y vegetación le despejó las fosas nasales. Cuando unos instantes después abrió los ojos se encontró con la mirada sólida de Ryuuzaki.

—¿Por qué me miras? —preguntó incómodo—. ¿Quieres irte ya?

El otro hombre cabeceó en una ligera negativa. Tenía el cabello mojado al igual que el propio Light, porque al llegar habían tenido una escaramuza amistosa y ambos habían terminado chapoteando en las olas de agua que lamían la arena de la orilla, entre los salientes de rocas.

—Estaba pensando en ese libro que me dijiste hace tres días. Lo he estado ojeando y, qué quieres que te diga, Light, no pienso que ese sujeto guarde ninguna clase de parecido conmigo. —Light emitió un ronquido de risa que hizo a Ryuuzaki ladear la cabeza en su dirección—. ¿Qué es lo que te resulta tan divertido?

—Solo lo mucho que te cuesta admitir que has ido corriendo a leer el libro que te recomendé. En cualquier caso, yo sí creo que el Maestro Elodin te da un aire, aunque sea por lo extravagante que es —dijo y le lanzó una mirada de suficiencia.

Ryuuzaki era de rápida reacción y en menos de lo que dura un parpadeo había alargado el brazo hacia la calmosa marea para salpicarle agua en la cara. Light se apartó un poco, protegiéndose inútilmente con las manos mientras soltaba una risa.

—Payaso, no me mojes más que a este paso no nos vamos a secar nunca.

—Bueno, me gusta tenerte mojado —dijo con una de sus incansables sonrisas alienígenas que podían significar mil cosas—. Por lo tanto —prosiguió—, voy a empezar a hablar del nombre de las cosas, del nombre del agua, del nombre del viento. No es algo que yo haga con regularidad, pero ya que insistes en mi parecido con Elodin.

—Es inteligente, como tú. No sé porqué te molesta que te diga que me recuerda a ti. —medio inquirió Light después de apartarse algunos mechones de pelo mojado de la cara. Cada vez lo tenía más largo, ya iba siendo hora de darle un corte.

—Kvothe, el protagonista, también es inteligente. En realidad, ahora que lo pienso... —se llevó un dedo pulgar a la boca y lo chupó y Light lo maldijo interiormente por cómo el muy desgraciado hacía que se le acumulara la sangre en cierta zona de su anatomía al verlo hacer eso—. Sí, puede que él se parezca un poco a ti.

—¿Kvothe? —a penas pudo decir; su vista clavada en el dedo humedecido por la boca de Ryuuzaki.

Este asintió.

—Admito que la novela pese a ser de fantasía, un género que no me gusta demasiado, tiene una historia y algunos personajes interesantes. Aunque los personajes femeninos dejan bastante que desear. —Se quedó pensativo unos segundos. El canto melodioso de los grillos se unió al suave ronroneo de las olas desde el pequeño espacio boscoso que había que atravesar para llegar a aquella pequeña y recóndita cala—. Solo tengo una excepción: Auri.

A Light le sorprendió eso.

—¿Te gusta ese personaje? —inquirió mientras se arrebujaba en su abrigo invernal. No hacía viento, pero sí frío—. Creo que es un poco disparatado.

—Puede. Me recuerda a alguien.

Tal vez fue debido a la entonación que le dio a sus palabras, tal vez tuvo más que ver con una intuición, fuera como fuere Light tuvo la certeza de que ese alguien estaba relacionado con la incógnita del extraño medallón. Ahora se había dado cuenta, tras tener la oportunidad de verlo un poco más de cerca —aunque solo de refilón, pues Ryuuzaki no se lo dejaba ni oler— de que no se trataba de una moneda inglesa como había pensado en un principio, sino de alguna clase de medallón antiguo, posiblemente originaria de una tribu inca o azteca, o puede que de cultura egipcia o maya. Dos días atrás le había parecido apreciar el relieve de una deidad en su superficie cobriza mientras masturbaba a Ryuuzaki contra los azulejos del lavabo.

Habían pasado unos días desde el incidente que llevó a Ryuuzaki a abandonar su vigilancia personalizada durante todo un día —y una noche— en el que Light se había quedado a cargo de su padre, Aizawa y compañía. Hablando en plata, había sido una verdadera putada. Pero no iba a lloriquear por haber tenido que esperar un día más para comerse a Ryuuzaki a besos, para hacerle lo indecible; sobretodo porque la espera hubo valido la pena cuando a la noche de su regreso se enredaron por primera vez durante horas el uno en el otro, no llegó a haber penetración, no se ponían de acuerdo y ninguno de los dos había querido ceder hasta ahora, pero por primera vez Light podía dar fe de que había una buena razón para las ojeras de Ryuuzaki.

Sexo y caso Kira aparte, su relación indudablemente había mejorado durante aquellos días. Eran capaces de bromear con mayor libertad. Dichas bromas, además, no estaban cargadas de pullas malintencionadas ni de acusaciones, no por regla general —aunque Light pensaba que Ryuuzaki podía meterse algunos comentarios referentes a Kira por el culo a veces, pero por lo demás todo bien—. Sin embargo, no habían hecho alusión al pasado de L en ningún momento y, a su vez, el tema del medallón continuaba siendo tabú.

Light se relamió los labios, tanteando el terreno —la expresión del otro— mentalmente antes de hablar.

—¿La persona que te envió ese medallón se parece a Auri de algún modo?

Ryuuzaki, que se había quedado con la vista perdida en la lejanía del horizonte, giró la cabeza hacia él con un movimiento brusco que casi le dolió verlo. Light se mantuvo firme bajo la mirada suspicaz de los ojos negros, la luz decreciente de un casi muerto atardecer creaba sombras en sus pupilas. Recogió una de las piernas que había estado balanceando y se sentó con las piernas cruzadas sobre la superficie rocosa, inclinando su cuerpo hacia Ryuuzaki.

—Puede ser.

Lo sucinto de su respuesta irritó al universitario. He aquí el por qué era mejor no tentar esos temas.

—Está bien, no importa. No tienes que decirme nada —exteriorizó, pero no pudo evitar sonar tenso. Se forzó a recordar que la resolución del caso Kira estaba a la vuelta de la esquina ahora que el plan con Misa había salido redondo, y después... «No tengo ni la más jodida idea de lo que pasará después.» pensó, mosqueado.

—Era una amiga. —El murmullo de Ryuuki llegó unos minutos más tarde siendo apenas un hilo de voz que sorprendió a Light gratamente—. Era una amiga peculiar. Hablaba de una forma parecida al personaje de Patrick Rothfuss.

Por unos momentos, Light se hallaba demasiado anonadado como para responder, pero se rehizo poco después cazando la oportunidad al vuelo.

—Ya veo. —No le había pasado por alto que Ryuuzaki había hablado en pasado—. Debiste pasar buenos momentos con ella entonces, no me imagino hablando con alguien como Auri. Su conversación me volvería loco.

—Oh, pobre Yagami, por primera vez se ve superado por algo. Nunca pensé que llegaría el día en el que me admitirías ser incapaz de seguir el hilo de una conversación —chinchó, dejando olvidado ese aura sombría que le había envuelto durante los últimos minutos.

Entonces el universitario contestó algo mordaz haciendo alusión a que podía seguir cualquier conversación que fuera mínimamente lógica y razonable, pero por dentro, una parte de él, estaba idiotamente conmovida porque Ryuuzaki le hubiese dado un pequeño fragmento de un pasado que guardaba con tanto recelo. Correcto, en aquellos lares andaba, conmoviéndose como un idiota. La pequeña discusión se prolongó de forma amena durante un tiempo. Luego fue Light el primero en cambiar de roca para situarse junto a Ryuuzaki y abordar su boca dulce e incitadora, que le recibió con un ansia sorda.

Se estuvieron besando hasta que las últimas pinceladas arreboladas desaparecieron tras el manto nocturno. Los gemidos de ellos se alzaron entonces, como una serenata ofrecida al viento y a ellos mismos. Durante la última semana habían hecho más cosas de las que habían compartido en meses. Sin descuidar en ningún momento el caso Kira, por supuesto, habían hecho una pequeña excursión nocturna al Monte Fuji en sábado, incluso a unas aguas termales en las que —tras mucha insistencia por parte de Light y con la promesa de no separarse más de un metro— Ryuuzaki había cedido a quitarse las cadenas. Las miradas que de lo contrario hubieran recibido de los otros clientes del onsen hubieran sido míticas. También habían perdido varias horas del domingo pasado en el cuarto del piano, Light no sabía tocar tanto como Ryuuzaki, pero se defendía honorablemente y habían discutido las obras de distintos músicos clásicos. Una noche que los otros miembros del Cuartel habían salido cerca de las siete de la tarde, ellos habían hecho una rápida escapada en tren a Utsunomiya para que Ryuuzaki probase los que Light consideraba los mejores gyozas de todos los alrededores. En la medida de lo posible, con el poco tiempo del que disponían y la necesidad de ser discretos, habían hecho varias cosas, mayoritariamente sugerencias de Light —si por el detective fuera se pasaría todos los días encerrados y comiendo dulces o resolviendo acertijos—, pero el lugar que más habían frecuentado había sido sin duda el lugar en el que estaban en aquel momento. Iban por la noche, cuando ya no quedaba trabajo por hacer y podían pasar desapercibidos.

Light dejó escapar un bostezo, como si el simple hecho de pensar en todas las horas de sueño perdidas le estuviera cobrando factura.

—¿Te importa si nos vamos pronto hoy? Estoy verdaderamente fatigado. —dijo mientras se ponía en pie sobre la roca vigilando de no resbalar por error—. Si seguimos a este ritmo tendré que empezar a chutarme azúcar como haces tú, porque si no me veo cayendo en redondo un día de estos.

—No me chuto azúcar —aclaró el otro con voz monótona mientras lo imitaba levantándose—. Y no pienso compartir mis postres contigo, pero si tienes que desmayarte en algún momento tengo algunas sugerencias...

El universitario le dio un empujón flojo con el hombro.

—Estoy seguro de que sí —replicó.

—Grandes sugerencias. Muy divertidas.

—No me cabe duda.

—¿Puedo mencionarte algunas? —preguntó mientras se calzaba de un salto las deportivas ajadas que siempre utilizaba. Light estornudó. Tenía la nariz helada y probablemente roja como una cerilla encendida.

—Temo no ser merecedor de semejante honor —ironizó arqueando una fina ceja castaña.

Una sonrisa bailoteó en los labios del detective mientras empezaba a caminar hacia el sendero boscoso, el único medio de acceso a aquel rincón de arena y mar, y contestaba un «Oh, no debes preocuparte por eso, un genio como tú merece eso y más.» con un tono socarrón que le hubiera incordiado si no hubiera ido acompañado de una prometedora invitación: «Podemos discutir ese más en la cama». A pesar del cansancio, no le pareció una mala idea.

En efecto, no era la primera vez en esos días que decidían pasar un rato en la pequeña cala, rodeados de altos peñascos y desfiladeros; mar, arena y bosque. No era la primera vez y, mientras sus pasos se perdían entre la espesura, Light se encontró deseando con fuerza que no fuera la última.

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Misa tiró de la cadena del retrete y el ruido del chorro de agua hizo todavía más patente el silencio que reinaba en la planta. La planta en la que Ryuuzaki le había confinado. Ryuuzaki, que era L, el sujeto encargado de atrapar a Kira. Sé subió la ropa interior y dejó que el camisón de seda negro le cayera hasta la altura de los muslos, solo lo justo como para provocar sin enseñar demasiado. Luego se acercó al lavamanos ovalado de mármol blanco, echó un poco de jabón en sus manos y accionó la válvula de agua.

Se encontraba en el baño de la suite privada que Ryuuzaki le estaba costeando mientras no se resolvía el caso. Solo aquella estancia debía tener unos diez metros cuadrados distribuidos en una superficie circular. Había una alfombra de piel color tierra que ejercía de punto central bajo una lámpara curvilínea, colgada del techo en un entresijo de luces; en relación a esto se encontraban diseminadas: una ducha y una bañera, ambas de hidromasaje y de generosas proporciones, el retrete, una vitrina de cristal con variopintos potingues a un lado de la puerta, y, a la derecha, la amplia extensión del lavamanos coronado por un espejo rectangular de marco dorado. Toda la estancia estaba construida con los más distinguidos materiales, siendo todo un juego de vidrio, mármol, azulejos de cerámica marrón y dorada, y preciosas cenefas bañadas en oro que retrataban escenas rudimentarias de periodos pasados. Era toda una planta de lujos para ella. No había tenido queja hasta entonces. Ahora, no obstante, la situación había dado un giro de ciento ochenta grados.

Se secó las manos con la toalla blanca que pendía del colgador, las uñas de porcelana rojas que se había hecho el día anterior destacaron como rosas sobre nieve. Se agachó junto a la encimera elíptica del lavamanos. Había un hueco rectangular que se hundía para adentro como si fuera una cueva de azulejos, alargó la mano y de dentro cogió una toalla más grande y unas zapatillas de pelo de estar por casa. Puso el tapón a la amplia bañera para que se fuese llenando de agua caliente. Sabía que un buen baño era lo único que podía ayudarla a aliviar el tumulto de emociones que alojaba en su interior.

Después de reunir una bolsa de pétalos aromáticos y de ajustar la rueda que regulaba la intensidad de la luz del baño, se desvistió y recogió su larga melena rubia en un moño. La cadena de plata fina la dejó sobre la superficie de mármol.

Una vez estuvo sumergida en el cálido abrazo del agua salpicada de pétalos y el sahumerio floral inundaba la habitación, dejó a sus pensamientos vagar con libertad.

Había pasado ya una semana y pico desde que había realizado con éxito la misión de infiltración en la Yotsuba, una semana desde que un monstruo la había abordado en el baño de la empresa para revelarle cosas que escapaban a su comprensión. En un primer momento quiso gritar creyendo que aquel ser había ido a asesinarla, pero luego había dicho que se llamaba Rem. ¡El monstruo! ¡Tenía nombre! Misa apenas había podido asimilarlo en aquel momento, pero después de una semana para asimilar toda la mezcolanza de información se sentía mucho más entera.

Y decidida.

Soltó un largo suspiro mientras hundía la parte superior del cuerpo en el agua hasta cubrirse el cuello. Estiró las piernas, blancas como la porcelana china, y las apoyó sobre el borde de la bañera.

«Light es Kira. Y tú, Misa, eres el segundo Kira. El motivo por el cual ninguno de los dos lo recordáis es un plan que Light Yagami elaboró para quitarse de las sospechas de L de encima» había dicho Rem, quién se había definido como un Dios de la Muerte. «Confía solo en Light, en nadie más.».

—Light... —murmuró encantada.

Por supuesto que confiaba en Light, siempre lo había hecho, era su amor, la persona de la que estaba enamorada. Pero de algún modo ahora el hecho de confiar en él, de amarlo, traía consigo un sentimiento correcto, como si todo estuviera en su lugar porque Light era Kira. Y ella no era otra que el segundo Kira. Aún no recordaba cómo había sucedido o cuándo. Sin embargo, Rem le había asegurado que recordaría en el momento adecuado y entonces... Entonces ella y Light serían imparables.

Un sentimiento cálido y apacible le inundó el pecho. Una sonrisa brotó de sus labios. Se relajó largo y tendido durante la próxima hora. Luego se secó, recogió los pétalos que tiró en la basura metálica ubicada tras un panel de bambú que hacía de separador, y dejó que el agua fluyera hacia el desagüe.

Mientras el pelo chorreaba sobre el albornoz, se calzó las zapatillas y se deslizó dando brincos por la puerta que daba directamente a la que era su habitación. Las dimensiones eran desorbitantes, siendo el mobiliario más destacado una lujosa cama con doseles cianes, un bonito tocador, el guardarropas del fondo y un sofá de tres plazas que a Misa le recordaba a los que había visto en películas victorianas de Occidente. Cogió el secador y lo accionó. El golpe de aire caliente le hizo suspirar de satisfacción mientras contemplaba la ciudad de Tokio desde los amplios ventanales del edificio. Unas vistas magníficas a una altura que podría producir vértigo tranquilamente. Su rostro no delataba ninguna emoción.

—Es el destino —dijo e inmediatamente supo que era verdad.

Light era su adorado Kira y ella tenía una misión que cumplir para poder serle de utilidad, para demostrarle la fuerza de su amor. Entonces, cuando Light recuperara sus recuerdos, se daría cuenta de que estaban hechos el uno por el otro y dejaría de decir que ellos no eran novios. Pegó un grito agudo, emocionado y saltó sobre la cama, sin importarle la marca que su cabello, aún húmedo, dejaba sobre el edredón.

—Se me ocurren mil regalos para hacerle cuando al fin podamos celebrar nuestro amor por todo lo alto. ¡Es que Light es tan genial! —Se apretó el pecho notando el suave bamboleo de su corazón ante la simple mención del chico de sus sueños. Sabía que podría morir de amor en cualquier momento y estaba preparada para ello.

Pero no. Tenía que centrarse. Lo primero era sacar una prueba contra Higuchi, ese cretino baboso cuya identidad había descubierto gracias a Rem. ¿Cómo se atrevía a usurpar el nombre de su querido Light? No lo permitiría. Y era algo que solo ella podía hacer.

Lo sentía por Ryuuzaki. Ahora que habían empezado a hacerse todos amigos... Sería maravilloso que no estuviera obsesionado con atrapar a Kira, pero mientras lo estuviera Misa sabía bien en dónde residía su lealtad.

«A lo mejor entre Light y yo podemos convencerle de que Kira no es un asesino, él no lo entiende, pero tiene que haber una forma de que lo comprenda, que lo que Kira hace es juzgar a los que se lo merecen.»

Sus ojos resplandecieron marrones sin las lentillas. Vio los rostros sonrientes de sus padres, unos padres que le fueron arrebatados demasiado pronto.

«Sí, lo que Kira hace es justicia.»

Porque no podía aceptarse un mundo que permitía que le arrebataran a sus seres más queridos, un mundo que concediera la muerte de inocentes a los que no les había llegado su hora. Un mundo en el que ver morir a sus padres fuera justo.

Y si Ryuuzaki era incapaz de verlo significaba que no conocía la amplia perspectiva de Light en absoluto.

Light, Kira, era un visionario.

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—Es verdad, casi se me olvida. —dijo su padre, que se estaba enfundando el abrigo—. Light, hijo, esta mañana me ha dicho tu madre que para fin de año vendrán tus tíos y tu primo a pasar unos días. No hemos tenido la voluntad como para intentar persuadirles de que se cojan una habitación, no sería de buen gusto y tu madre no se quedaría tranquila, así que se quedaran en casa.

Light miró a su padre a mitad de un estiramiento de brazos y piernas.

—¿Pero de quienes estamos hablando? —preguntó, porque no era tan raro que vieran a la hermana de su padre y su familia a lo largo del año, pero no solían quedarse días, al fin y al cabo residían a menos de dos horas en coche—. ¿No me digas que vienen los de Rusia?

El asentimiento de su padre le sorprendió de sobremanera.

—Hace siglos que no los veo. La última vez que vinieron a Japón fue cuando yo tenía once años. —Sus padres habían ido a verlos en una ocasión tres años atrás, pero él había estado ocupado estudiando y no le había apetecido mucho. Se restregó una mano por el pelo—. Vaya forma de recibirlos, encadenado a otro hombre y bajo sospecha de asesinato... Espero tener como regalo de Navidad la resolución del caso Kira.

—Dudo que Santa Claus esté de servicio —se metió Ryuuzaki sin siquiera mirarlos. Estaba entretenido escogiendo postre del carrito que había traído Watari—. El año pasado pedí un oso de diez metros de azúcar y no me lo trajo.

—Espera, ¿tenéis familia en Rusia? Light, jefe, no tenía ni idea.

Light dejó de mirar al detective con exasperación y se giró para contestar a Matsuda, el cual se había detenido con la chaqueta puesta y el maletín negro en las manos al oír las palabras de su padre. Era el único lo suficientemente maruja como para quedarse a manejar información. Aizawa y Mogi, por otro lado, se despidieron antes de salir por la puerta.

—Él es hermano de mi madre, pero no hay mucha relación —dijo Light cuando los otros dos se hubieron marchado.

—Bueno, la distancia no hace mucho por mejorar ese aspecto —intervino su padre indulgente. Entonces se puso más serio; mirando a Light, añadió—: La verdad, preferiría haber aclarado todo este asunto para entonces. Obviamente no podemos revelarles la verdad, pero tener que dar una excusa absurda para cubrir tu ausencia... en fin, no me gusta demasiado.

—Sinceramente, yo preferiría haber resuelto el caso a día de hoy —volvió a interrumpir Ryuuzaki indolente—. ¡Pero qué se le va a hacer!

—Ryuuzaki, cállate.

El aludido, que se había acercado a ellos por fin con una berlina de azúcar recién horneada, enfocó sus ojos negros en él con fingida conmoción.

—¿Qué pasa? ¿no opinas lo mismo, Light? Pues es una pena.

—No voy a decirte lo que opino —contestó desabrido, aunque las esquinas de sus labios tenían el asomo de una sonrisa.

—¿Quieres un bocado de mi berlina? —Continuó sin darle tiempo a responder—: Mejor, porque no te iba a dar de todas formas —y le dio un gran mordisco a la pasta.

En ese momento, Light tuvo que recordarse que había demasiada gente en la misma habitación que ellos como para robarle la estúpida berlina a Ryuuzaki en un gesto infantil, para luego molestarlo durante minutos con la amenaza de tirarle todos los dulces si no cumplía sus deseos —y a Light se le ocurrían unas cuantas cosas no aptas para menores que el otro hombre podía hacer por él—. Por suerte, todavía le duraba la impresión que le había causado la inminente estadía de sus familiares en Japón.

Alzó la cabeza hacia su progenitor y vio que los estaba mirando a Ryuuzaki y a él con una sonrisa en la cara. El cansancio en su rostro no estaba tan presente como en las últimas semanas, desde que habían tenido oportunidad para hablar de padre a hijo.

—Me tranquiliza ver que os estáis entendiendo mejor últimamente —dijo.

—Sí que es verdad lo que dice, jefe. —coincidió Matsuda—. Ya nos se respira esa tensión deprimente de antes.

Oh, joder. Le echó un raudo vistazo de soslayo a Ryuuzaki. Este aceptaba las palabras de su padre con un asentimiento de cabeza. Light volvió a mirar a su padre.

—Ya sabes que no tienes por qué preocuparte, papá. Anda, iros que ya que es tarde. Sobre los tíos y eso, podéis dejarles caer que me he independizado pero que aun no tengo el piso adecuado para las visitas.

—Sí, ya lo había pensado. Pero si no te ven en las comidas familiares de los días festivos...

—Pensaremos en algo —interrumpió Light poniéndole una mano en el hombro en un suave apretón.

Intercambiaron algunas palabras más antes de que los dos ex-policías se marcharan. Su padre parecía haber quedado conforme con que buscarían una solución para aquel pequeño contratiempo familiar; por supuesto, Light sabía que a Ryuuzaki poco le importaban las etiquetas de familia, bajo ningún concepto iba a permitir que nada se interpusiera en el caso que tenía entre manos. Pero Light tenía la esperanza, ahora que la investigación parecía ir a buen puerto, de tener el caso cerrado para cuando llegara el momento, y sino, a las malas, buscaría la forma de llegar a un acuerdo con Ryuuzaki para poder ir a alguna de las reuniones familiares. Todavía escuchó la voz de Matsuda al otro lado de la pared preguntándole a su padre el motivo que había llevado a su cuñado a irse a vivir a Rusia; la respuesta de su padre fue ahogada por las puertas del ascensor.

Llegaron a la habitación que compartían unos minutos más tarde, después de haberle dado las buenas noches al anciano. Este se había alejado por el lado contrario del pasillo arrastrando el carro de dulces después de dirigirle a Light una vistazo indescifrable. Si no fuera tan observador, Light lo hubiera achacado a su imaginación. Pero, en comparación con las miradas fulminantes que el anciano le había dedicado después de pillarlos a Ryuuzaki y a él con las manos en la masa, las ojeadas de la última semana tenían un carácter mucho más analítico, uno que prefería sin lugar a dudas.

—Me he dado cuenta de que has tenido una charla con Watari —comentó mientras se quitaba la camisa del día y la dejaba pulcramente en un colgador, donde había depositado antes los pantalones—. Parece más calmado en lo que respecta a mí.

Ryuuzaki le echó un vistazo inquisitivo por el rabillo del ojo. Al igual que él, solo había llegado a ponerse los parcos pantalones del pijama y ahora se peleaba con las mangas de la parte superior. Light no evitó el impulso de apreciar aquella ligera desnudez, la forma en la que se acentuaba la extrema blancura de su piel al contraste con la tela oscura del pantalón; o cómo los huesos de la pelvis asomaban por el borde de la goma, y el vello, prácticamente inexistente, ascendía en una fina línea hasta morir en el ombligo.

Tragó saliva. La gruesa tela del jersey del pijama oculto todo centímetro de piel. Cuando volvió a levantar la vista dos lunas oscuras y conocidas le observaban, parecían ver a través de él.

—¿Puedo saber qué es lo que le has dicho para que se lo tome con más filosofía?

—Bueno, nada en especial en realidad. Se habrá acostumbrado a ver por las cámaras como me asaltas en las esquinas de los pasillos cuando estamos solos.

Light enarcó una ceja poco impresionado.

—Ni siquiera voy a perder tiempo aclarando este punto. Ambos sabemos bien quién asalta a quién. —Las esposas descansaban sobre la cama. Cerró la suya alrededor de su muñeca con cotidianidad y le tendió la otra a Ryuuzaki—. En lugar de eso, es evidente que Watari te tiene afecto, no se si hago bien al suponer que el vínculo que tenéis es más que el que se forma entre jefe y empleado. Un protector seguramente.

Los labios del detective formaron un atisbo de sonrisa mientras se aseguraba de que el cerrojo de las esposas estuviera en plenas condiciones.

—Es una forma como cualquier otra de plantear una pregunta —dijo después de un breve silencio—. Pero no tientes a tu suerte con mi pasado.

Light chasqueó la lengua mentalmente frustrado. Poco le duró la frustración, no obstante, cuando se vio repentinamente estirado del brazo y lanzado de espaldas contra el colchón.

—En lugar de eso —parafraseó Ryuuzaki cerniéndose sobre él. Al hablar, su boca le hizo cosquillas a Light en la oreja—: ¿Por qué no me das mi regalo de Navidad por adelantado, eh, Light?

—No sabía que íbamos a compartir regalos por Navidad —dijo arqueando una ceja.

Ryuuzaki se encogió de hombros. Su lengua, húmeda y caliente, al deslizarse por su oreja con movimientos circulares, provocó que el cuerpo de Light ardiera con un estremecimiento que envió oleadas de placer hasta su miembro. La mano de Ryuuzaki lo tomó entonces, abultado y rígido contra la tela del pijama, mientras continuaba besándole el cuello con una estúpida parsimonia. Light se mordió el labio conteniendo un gemido.

—Tengo una idea bastante clara de lo que voy a pedir este año —dijo Ryuuzaki en voz baja—. Puede que Santa Claus no me cumpla mis deseos, por eso estaba pensando en pedírtelo directamente a ti?

—¿Me vas a pedir matrimonio? —preguntó en un hilo de voz no exento de cierto tono guasón.

La mano grande de Ryuuzaki por fin superó el obstáculo de los pantalones y los calzoncillos y envolvió con dedos de pianista la totalidad de su pene, que empezó a bombear sin prisas.

—Estoy seguro de que sabes a qué me refiero —dijo, abriéndole la boca con la lengua al tiempo que Light dejaba escapar un ronco lamento y, ávido de deseo, besaba duramente la boca de Ryuuzaki, enredando sus lenguas. Mordía, salivaba y enloquecía. Se separaron después de unos segundos, ambos con las respiraciones entrecortadas—. Whoa, Light, ese ha sido un buen comienzo. ¿Significa que vas a cumplir mis deseos?

A modo de respuesta, Light se empujó levemente contra el colchón para tomar impulso y hacer rodar al otro hombre hasta que este quedó tendido debajo de él, con una expresión desconcertada rielando en sus facciones occidentales. Light esbozó una media sonrisa de superioridad.

—Me parece a mí que no. A no ser —ronroneó bajando la voz—, que quieras ser el que deje a un lado su virilidad.

Ryuuzaki cerró los ojos disfrutando de las caricias que Light había empezado a brindar sobre su miembro. Las manos eran como tenazas del infierno, milagrosamente peligrosas. Le hacían sentirse cada vez más caldeado, tan mareado que creía que podía terminar solo con ese lento vaivén.

—Creía que alguien tan inteligente como tú entendería las connotaciones de la penetración homosexual.

Nada más acabar de hablar entornó los párpados. El rostro terso, perfecto de Light apareció a pocos centímetros del propio. Ryuuzaki se perdió un momento en la contemplación de su amplia mandíbula y las curvas de los altos pómulos; en la mirada intensa, de extrema concentración, de sus ojos rasgados bañados en oro.

Un lamento brotó de sus labios cuando un dedo rozó la punta de su miembro y esparció el presemen que había empezado a salir en movimientos circulares.

—La entiendo perfectamente.

Ryuuzaki esgrimió una mano con la que se sostuvo de la espalda de Light, fuertemente.

—Permíteme dudarlo —objetó a duras penas—. Ser penetrado no significa ser menos hombre. Algunos hombres de parejas heterosexuales también se dejan penetrar por los dedos de sus mujeres.

Aquello le dejó alelado por un instante en el que detuvo el bamboleo de su mano sobre la carne caliente del detective, que emitió un ruido quejumbroso.

—Vamos, Light, ¿no me digas que no sabías eso?

—Algo había escuchado, sí, pero déjame decirte que nunca permitiría que ninguna mujer, ni nadie, profanara ese orificio en mí.

Pese a la excitación, Ryuuzaki no pudo evitar poner los ojos en blanco en un gesto de circunstancias.

—Eres la última persona del mundo de la que me había esperado esa estrechez de mente.

Light, que lo vio desde arriba con las mejillas arreboladas y las pupilas dilatadas, se encontró embelesado con ello, como se quedaba arrobado por las cosas más tontas que a uno se le puedan imaginar; la forma en la que se abrían los orificios de su nariz o cómo entreabría la boca en busca del oxígeno perdido; la forma de sus cejas, el atisbo de inteligencia en sus ojos, o incluso la forma en la que su mata de pelo negro se alborotaba más y más a cada caricia que Light le proporcionaba.

—Bueno —retomó la conversación. Había apoyado un codo en la almohada e iniciado inconscientemente una cadena de balanceos contra la pelvis de Ryuuzaki, con la mano libre dibujaba pequeños círculos en la cadera de Ryuuzaki, junto al oblicuo—. Es una cuestión de orgullo. Sé que no tiene nada de malo dejarse penetrar, pero para un defecto que tengo, déjalo ser. Si tú no tienes ningún tipo de problema no veo el por qué no puedes ocupar tú ese lugar. Después de todo, me tienes como quieres, encadenado a ti como un perro faldero —La cadena, enredada como una serpiente en la cama, tintineó como dándole la razón cuando Light movió un poco el brazo con el que sostenía su peso; añadió—: No te cuesta nada cumplir por una vez mi humilde deseo.

Había sido un largo día de trabajo en el que casi no había levantado el culo de la silla con el objetivo de dar con el mejor método para lidiar con Kira de ahora en adelante; ahora que tenían la oportunidad de tentar a Kira con la supuesta información de Misa sobre L, el final parecía más cercano que nunca. Light estaba cansado, sobre todo porque la noche anterior estuvieron retozando en la habitación durante horas a su vuelta de la playa. Daba gracias si había dormido cuatro horas. Empero fue empezar a hablar de penetrar a Ryuuzaki, por primera vez, y cualquier atisbo de cansancio se evaporó al instante.

Tal vez fue por eso que la decepción se acrecentó ante el rotundo «no» que Ryuuzaki le contestó a continuación.

—¿Por qué no?

«Es porque soy Kira. Kira. Kira siempre está en medio de nosotros dos». Pronto se percató de la índole de sus pensamientos. Enmudeció. «Jesús, Light. Light, cálmate joder.». ¿Que diablos le sucedía? No tenía que importarle tanto.

—Lo siento, Light, en mí caso no es por una cuestión de dignidad, ni de orgullo. Se trata de algo mucho más pragmático —continuó el detective, que parecía no haberse dado cuenta de su repentina turbación—. Pero te la ha visto, de hecho —alargó una mano y envolvió con esta el pene de Light. El niversitario pegó un brinco, sobresaltado—. La tengo ahora entre mis manos y esta no es la medida de un japonés. ¿Estás seguro que no tienes antepasados negros? Tal vez algún bisabuelo que en lugar de irse a Rusia haya emigrado a África, puede que el color se perdiera en la genética, pero definitivamente no lo hizo el tamaño.

Se hizo el silencio. La mirada perpleja de Light se encontró con la impertérrita del detective. Absurdamente alelado, no pudo creer que Ryuuzaki acabara de pronunciar aquella disertación con semejante cara de póker.

Light no lo aguantó. Se echó a reír con ganas. Se dejó caer a un lado de Ryuuzaki y la risa le vibró en la boca, por el pecho, por todo el cuerpo. Fue una risa libre, distendida, de pura alegría, que reverberó durante varios minutos en la estancia y que, cuando hubo recuperado el aliento por fin, se transformó en una mirada rebosante de ternura y única y exclusivamente para Ryuuzaki. Solo él tenía la habilidad de hacerle reír así.

—Ya se lo preguntaré a mi padre —contestó después; en su boca permanecía el fantasma de una sonrisa que aún no había muerto del todo.

Ryuuzaki tenía una semblante indescifrable que despertó la curiosidad de Light.

—Eh, ¿qué pasa?

La respuesta no llegó enseguida. Empero fue sincera cuando lo hizo.

—La verdad es que no me esperaba que arrancaras a reír de esa forma.

Light sabía leer entre líneas: —«Nunca te había visto reír de esa forma»—. Apartó la vista, incómodo, y se encogió de hombros. No estaba dispuesto a dar mucho más allá de eso.

El silencio se prolongó durante unos minutos.

—En cualquier caso, deduzco de que esta discusión es como el círculo de Ouroboros. Creo que podemos aprovechar el tiempo de una forma más rentable.

Light lo vio darse la vuelta para levantarse sobre los brazos y las rodillas. A continuación, gateó sobre el edredón hasta situarse entre sus piernas. La excitación se había consumido en gran medida a causa del ataque de risa, pero la visión de Ryuuzaki sacándole la polla de los pantalones no tardó en hacer un efecto rebote.

Un murmullo apreciativo brotó de la boca del detective.

—Parece que la pillo con ganas.

—Pues no le hagas esperar demasiado —gruñó Light, espoleado ante la nueva expectativa.

Ryuuzaki no se andaba con chiquitas y, tras dedicarle una media sonrisa que pudo significar cualquier cosa, hundió la cabeza entre las piernas de Light.

La cavidad caliente apresó su miembro y mandó oleadas de placer por todo su cuerpo. Fue incapaz de contener el ronco jadeo que le subió por la garganta. Unos minutos más tarde estaba respirando desaforadamente. Las piernas le temblaban. La sangre le hervía como magma bajo la piel y las manos hacía rato que se habían enredado en el cabello de Ryuuzaki, instándole con impaciencia a que continuara aquella delirante felación. Estaba sudando. La calefacción sobraba en momentos como aquel, ya podía estar sucediéndose la próxima Era glacial en el exterior.

Ryuuzaki siguió chupando, succionando, envolviendo la punta con la lengua, masajeando los testículos con afanoso deleite. Parecía que no había nacido para otra cosa. Cuando Light eyaculó todo su cuerpo se tensó un segundo antes de que el líquido caliente llenara la boca del detective, que tragó un poco pero se levantó en seguida corriendo hacia el baño para escupir el resto en el lavamanos. La cadena se tensó al máximo forzando al universitario a acercarse al borde de la cama; el brazo extendido hacia el aseo.

Permaneció unos segundos más con los ojos cerrados, tratando de recuperar el aliento. El corazón le martilleaba con fuerza contra el pecho.

—Maldito seas, Ryuuzaki —le dijo cuando lo vio aparecer por el quicio de la puerta del baño. Se había quitado el jersey del pijama y le miraba con deseo y una tienda de campaña entre las piernas. Light se relamió, medio incorporándose— Ven, toca solucionar tu problema —y tiró de la cadena para atraer al otro hombre.

Light cumplió sus palabras y Ryuuzaki se deshizo en gemidos en sus manos. Más tarde, uno de ellos estaba demasiado cansado como para resistir un segundo más en vela. Sus párpados no tardaron en caer tal cual presas del más poderoso somnífero.

El otro, por el contrario, permaneció acuclillado contra el cabezal de la cama, con un libro en las manos y los engranajes de su mente muy lejos esas páginas, analizando todo cuanto podía.

Porque, sencillamente, no podía darse el lujo de seguir cayendo.

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Misa frunció el ceño de forma imperceptible mientras el Porsche 911 franqueaba las concurridas calles urbanas. Había guirnaldas en los escaparates, muérdagos colgando del dintel de los portales y luces navideñas que parpadeaban como colonias de luciérnagas en balcones, árboles y farolas. Resultaba obvio que la Navidad se encontraba a la vuelta de la esquina.

«Kyosuke Higuchi. Desde el principio ha sido el más sobón y el que más ha insistido en quedar a solas conmigo. ¿Y este tío es Kira? Me dan ganas de vomitar.»

El empresario puso una mano sobre la marcha y manejó el volante, tapizado de piel lustrada, con la otra.

—¿Te apetece ir a cenar a algún sitio? —preguntó con falsa cordialidad. A Misa se le erizaba el vello del cuerpo con solo pensar en lo que ese sucio marrano esperaba conseguir de ella.

—Ugh, espero que no esté pensando en llevarme a ninguno de esos sitios raros. —A continuación añadió con ligereza—: Pero bueno, estoy tranquila, no pasa nada. Al fin y al cabo, si alguien intenta sobrepasarse conmigo me lo puedo cargar cuando me dé la gana. Es una ventaja sin duda.

Una carcajada escapó de la boca de Higuchi. Misa continuó mirando al frente sin inmutarse. Pararon en un semáforo. Lo había analizado minuciosamente y había llegado a la conclusión de que aquella era la forma idónea de ayudar a su querido Light. Él seguro que pensaría que estaba siendo una imprudente delatándose como cebo por voluntad propia, pero tenía un as en la manga: Rem. No conocía mucho al Shinigami, pero tenía la intuición de que la ayudaría si ese cerdo de Higuchi se comportaba como un cerdo baboso.

El rojo se hizo verde.

—Pero que ocurrencias tienes, pequeña. —El motor arrancó con facilidad, como si volara—. ¿Cómo te vas a cargar a nadie?

—Pues hablo en serio. Porque resulta que yo... soy el segundo Kira.

Echó un vistazo con el rabillo del ojo para ver la reacción del empresario. Se había puesto pálido, sin duda tenía problemas para discernir si se estaba echando un bulo o si, por el contrario, decía la verdad.

—Vamos, Misa, no hace falta que me sueltes cosas de ese tipo para intentar intimidarme —dijo al fin—. Puedo no parecerlo, pero aquí donde me ves soy todo un caballero.

Seguro...

—Pues es verdad. Soy el segundo Kira y no me importaría demostrárselo al auténtico Kira. De hecho, sí, solo pienso demostrárselo al propio Kira.

—¿Solo a Kira? ¿qué quieres decir con eso?

Bien, estaba picando el anzuelo. No disponía de mucho tiempo. Le había dado el cambiazo a Mogi para poder acudir a esa cita con Higuchi sin alertar a Light y a los otros, no podía ser de otra forma, pero al mismo tiempo ese movimiento le limitaba.

Misa apartó la vista del salpicadero. Su rostro adoptó una fría sonrisa cuando posó sus ojos azules sobre el hombre, que en ese momento se desviaba por una bifurcación de la carretera Nacional franqueada por una hilera de setos bien cuidados. Las ruedas se deslizaban con facilidad sobre el asfalto.

—Pues simplemente que mi sueño es casarme con él. r13;Luego bajó la voz dotándola de un cariz arrullador—. Además, estoy segura de que me necesita.

Pasaron un centro comercial, unos grandes almacenes y el Parque Ueno. Sonó un claxon a tres manzanas. Frente a las puertaventanas de Starbucks un Santa Claus tañía tres cascabeles de mano delante de unos niños. Misa aguardó con el corazón latiendo fuertemente contra la caja torácica.

Su espera se vio recompensada unos segundos más tarde.

—¡Pues vale! ¡Yo soy Kira, cásate conmigo!

«No me lo puedo creer. ¡Pero qué tío más cazurro...!» pensó mientras abría los ojos y la boca exageradamente fingiendo su mejor cara de sorpresa.

—¿¡Sí o qué!? —chilló. Higuchi tenía que creerla maravillada, extasiada con su sola presencia. El hombre volvió a asentir con un murmullo dubitativo, pero Misa lo cogió al vuelo. Enseguida estuvo dándole la tabarra, tirando de la manga de su cazadora insistentemente—. ¡Ay, Dios mío, hazme una demostración! Venga, porfa, ¡porfa!

—Eso es imposible —desalentó Higuchi—. No puedo matar a alguien porque sí, es demasiado comprometido, ¿no te parece?

Aquella hipócrita reticencia a matar sin motivos hubiera representado un grave obstáculo si Misa no hubiera pensado en ello con anticipación; habría pecado de ilusa si hubiera pensado que Higuchi delataría su delicada posición sin antes asegurarse completamente de la veracidad de sus palabras. Aquello era algo que hacía por Light, algo en lo que no podía fallar. El Porsche 911 había sido estacionado de forma imprudente en un lateral, al otro lado de la ventana, los vehículos eran formas borrosas que pasaba como cohetes hasta empequeñecer en la lejanía. Cuando Higuchi le pidió que fuera ella la que matara a alguien para probar que decía la verdad, Misa tuvo que fingir hacer justo eso; matar a un hombre seleccionado por Higuchi —el infeliz fue una sanguijuela del gobierno que no le quitaría ni una pizca de sueño—, mientras era Rem, desde los asientos traseros, quién lo hacía por ella. Por supuesto, Higuchi nunca sabría esto. Cuando finalmente se convenció de que estaba hablando con el segundo Kira lo demás fluyó con toda naturalidad.

La lechosa luna despuntaba etérea sobre los altos edificios cuando la chica se apeó del coche a unas manzanas del Cuartel General de Investigaciones y, ufana ante la prueba de incalculable valor archivada en la memoria de su teléfono móvil, emprendió su camino de regreso. Un mariposeo agradable y excitado le recorría el cuerpo. Lo había logrado, había logrado hacerlo por Light y no podía esperar a ver el orgullo salpicando sus facciones cuando este se diera cuenta de todo lo que estaba dispuesta a hacer por él.

Algo helado y pequeño se posó en la punta de su nariz. Misa parpadeó y lo cogió con un dedo: era un copo de nieve. Al levantar la mirada al cielo contempló un millar de bolitas esponjosas planeando por el aire hasta el suelo, como si las nubes se deshicieran en dientes de león tallados en cristal. Un grito emocionado escapó de su boca, sonrió hacia una familia que hacía cola para entrar a un restaurante de mantelería floreada y se había girado hacia ella al escucharla.

—Me encanta la nieve —explicó con una breve reverencia mientras se cerraba bien su abrigo—. ¡Que pasen unas buenas fiestas! Buenas noches.

Se alejó tras un intercambio de felicitaciones navideñas pisando sobre los adoquines del suelo empedrado. Tuvo que detenerse en dos semáforos, pero luego hizo el resto del camino en grandes zancadas rebosantes de energía. Atravesó una pequeña galería donde se veían decenas de variopintos escaparates, todos encendidos con luz propia. Las tiendas pronto cerrarían pero mientras no fuera así había gente de sobra con la que cosechar ganancias. En el momento en el que descendió un angosto escalón y sus tacones repiquetearon sobre los adoquines callejeros, la actividad de la galería se vio enmudecida por el persistente tráfico de Tokyo.

Sacó el móvil del bolso y continuó caminando. Además de las llamadas perdidas de Mogi, tenía dos de Light también. La felicidad aleteó en su interior. Entonces algo o alguien que Misa no vio con el tiempo suficiente como para reaccionar se cruzó en su camino. La colisión fue inminente. Su bolso salió disparado de su mano y aterrizó a unos metros suyos, sobre el suelo adoquinado. El golpe además la hizo tambalearse sobre sus tacones de forma que, si no hubiese sido por la mano que se cerró a tiempo alrededor de su antebrazo obligándola a mantener el equilibrio, ella también se hubiera estampado sobre la superficie helada.

—¡Maldita sea! —masculló soltándose del agarre sin molestarse en mirar a su agresor. Una mujer recogió el bolso que se le había caído y se lo tendió—. Muchas gracias, señora. Disculpe.

Una persona le dijo algo en otra lengua que no entendió. Fue entonces cuando giró sobre sus tacones con una mueca enfurruñada. Frente a ella se encontraba el causante de su bochornoso tropiezo, un chico extranjero que debía rondar los veinte años.

—Oye, guapo, a ver si miras por donde vas.

El chico se mantuvo en silencio mientras la observaba con ojos inescrutables, eran muy claros, tan claros que conferían una sensación de frialdad a su mirada. Se levantó un leve vendaval y los finos cabellos del individuo fluctuaron en el aire como hebras de oro blanco. Misa tuvo que cerrar los párpados un segundo cuando un copo de nieve se le metió en un ojo. Cuando volvió a abrirlos el chico aún no se había movido un ápice y seguía mirándola imperturbable.

—¿Qué se supone que estás mirando? ¿no hay chicas así de guapas en tú país? —preguntó a mala sangre, sabiendo que el chico no podía entenderla en japonés.

—La verdad es que no sabría decirte —respondió este para su desconcierto, en un japonés correcto si bien salpicado de un acento leve que no identificó—. Primero necesitaría saber la de cosas que te has hecho. Está fuera de dudas que llevas lentillas y también el pelo tintado. Me cuesta diferenciar las pestañas postizas pero de todas formas no marcaría la diferencia con la cantidad de maquillaje que llevas encima. Además —hizo una pausa mientras la escrutaba con ojos afilados—, me pregunto si los pechos son naturales, parecen demasiado para una japonesa.

Misa notó como se ponía colorada.

—¿¡Pero quién te crees que eres?! ¡Sin vergüenza! —chilló indignada—. Pues solo para que te enteres, aunque no te mereces ninguna explicación, son totalmente naturales. —Esbozó una sonrisa de suficiencia—. Aunque no es que algún día vayas a tener la suerte de comprobarlo por ti mismo.

El chico se cruzó de brazos meditabundo. Murmuró un suave «Entiendo» y sus labios tironearon en una fría sonrisa.

—Es una pena entonces, haría un buen trabajo con ellas.

A penas tuvo tiempo de protegerse con los brazos del golpetazo que Misa le atizó con el bolso a la vez que prorrumpía en gritos.

—¡Eres un cerdo, asqueroso, pervertido!

—¡No...! Espera, creo que lo has malinterpretado —trató de decir el chico retrocediendo—. Es debido a mi profesión, me dedico a...

—¡No me interesa a qué se dedique un viejo verde como tú!

El extranjero parpadeó, perplejo. Con un movimiento detuvo por fin el ataque histérico de la chica.

—¿Me has llamado viejo verde?

—Por supuesto. Y no me importaría empezar a gritarlo a los cuatro vientos para que se enteren en toda la calle.

Los transeúntes que iban y venían por la avenida voltearon a verlos con curiosidad, pero no se detuvieron. El chico se ruborizó un poco. Sin embargo, Misa había empezado a alejarse para entonces y no alcanzó a notarlo. Debidamente satisfecha por haber defendido su integridad, recorrió los últimos metros de su camino pisando el suelo con pies de hierro, como si este fuera el culpable de aquel desagradable encontronazo. ¿Cómo se había atrevido el muy imbécil a... decir aquellas barbaridades? «Profesión, ya, claro» pensó mordaz. 

Cuando franqueó las puertas dobles acristaladas de la entrada del edificio de Ryuuzaki con un enfado importante palpitando en la sien, tenía la nariz roja y aterida por el frío. Era consciente, no obstante, de que el carmín que encendía sus mejillas tenía otros motivos de ser. Solo el regocijo que albergaba por haber cumplido su propósito rebajó el mal humor que se gestaba en su interior, hasta un punto en el que fue capaz de subirse al ascensor con una maravillosa perspectiva en mente.  

Light iba a ver que ella era capaz conseguir cosas que ni el mejor detective del mundo podía: la confesión de Kyosuke Higuchi.

 

Notas finales:

¡Fin.... del capítulo! Bien, será mejor que disfrutéis bien de esta calma entre nuestros dos protagonistas, porque no durará para siempre... De hecho, no durará mucho*sonrisa malvada*.

En cuanto a Misa, decir que no la quería poner como la "mala" y ya está. Quería profundizar un poco en su personaje, ya que no creo que sea adecuado ficharla como una villana solo porqu esté enamorada de Light y nosotros lo queramos con Ryuuzaki XDDD

Cuidaros y besos.

PD: Agradeceré vuestras opiniones ;)


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