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DEATH CHESS por Toko-chan

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Notas del capitulo:

¡Y hoy toca actualización! La primera parte del capítulo 13, actualmente estoy terminando el 14 así que casi estamos al día xD Cuando eso suceda será un capítulo por semana, porque no puedo escribir más rápido. 

En cualquier caso y, como muchos debéis suponer, con el final del capítulo "Resurreción" terminó una etapa y, en este, empieza otra. Aún nos quedan unos cuantos capítulos hasta el final, así que espero que disfrutéis cada uno de ellos. ¡Muchas gracias por leer y comentar! ^^

XIII. J'adoube*

«Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo,

no sea que te chamusques a ti mismo»

William Shakespeare

 

—La persona cuyo nombre sea escrito en este cuaderno... morirá.

Las palabras de Aizawa cayeron como un balde de agua fría sobre el Cuartel General al completo, uno que les hizo comprender al fin la magnitud del poder de Kira. El hombre de cabello afro tenía el cuaderno de muerte entre sus manos y estaba de pie junto a la mesa central que se ubicaba a unos pasos de los sofás, todos sus compañeros estaban ahí, rodeando la mesa alumbrada por focos y repleta de papeles y documentos referentes al caso Kira con sendas expresiones tirantes. Soichiro estaba ahí, con el cuerpo en tensión mientras estudiaban aquel extraño artefacto que parecía germinado entre las tierras yermas del mismísimo infierno, y casi pudo escuchar a todos tragar saliva ante la mención de dicha capacidad de matar. Las únicas excepciones, como siempre, eran Ryuuzaki y su hijo que, aunque atentos y partícipes de la conversación, se mantenían empotrados en las sillas frente a sus respectivos ordenadores, de espaldas a los demás, aislados incluso entre ellos mismos. Soichiro se sintió desconcertado por aquella repentina distancia entre Light y Ryuuzaki, sobretodo porque últimamente parecían bastante cercanos, pero lo dejó pasar cuando Aizawa continuó con la lectura de las instrucciones.

—Este cuaderno no tendrá efecto si el propietario no tiene en mente el rostro de la persona a la que quiere matar mientras escribe el nombre. De este modo, otras personas con el mismo nombre y apellido no se verán afectadas. —Hizo una pausa y continuó con la siguiente—. El propietario del cuaderno dispone de cuarenta segundos del tiempo del mundo humano tras haber escrito el nombre para especificar las causas de la muerte, si estas no son especificadas la persona perecerá de un ataque al corazón. Después de escribir la causa de la muerte, se otorgan seis minutos y cuarenta segundos adicionales para detallar las circunstancias exactas de la misma. Por lo visto, hay más instrucciones en la parte de atrás —dijo mientras deslizaba las hojas. Antes de seguir, alzó la vista un momento reparando en la postura incómoda de Mogi y Matsuda y, pasando por encima del silencioso Shinigami, encontró los ojos de Soichiro, que asintió, instándole a leerlas. Aizawa volvió a enfocarse en las letras de trazo rocambolesco, escritas en tinta blanca sobre la contraportada oscura—. Si se intenta destruir el cuaderno rompiéndolo, quemándolo o de cualquier otro modo, cualquiera que lo haya tocado morirá.

El primero en reaccionar fue Matsuda, al cual Soichiro vio pegar un brinco y soltar una exclamación estrangulada.

—Mierda, no tendría que haber tocado el cuaderno, pero me perdieron las ganas de ver al Shinigami ese.

Se había llevado una mano a la cabeza como si sufriera un grave desconsuelo, y Soichiro lo vio lanzarle miradas de reojo al Dios de la muerte, que no había dicho una palabra en todo rato. No cabía duda de que imponía —no podría olvidar el susto que le había dado en un inicio—, pero para entonces, tras haber vuelto al edificio y estar envueltos en aquel análisis atemporal del cuaderno, todos se habían acostumbrado un poco. O todos menos Matsuda, en todo caso.

—Si no lo hubieras tocado serias el único que no se enteraría de nada —reprendió girando hacia el chico—. ¿Qué? ¿te parecería bien eso?

Matsuda sacudió la mano con desgana.

—No... desde luego, jefe... si yo lo que quiero es participar como el que más.

No se le veía muy convencido, pero Soichiro no le dio demasiada importancia, no era como si no conocieran al joven y, cuando realmente se le necesitaba, no dudaba en entregarse a fondo. Lo había demostrado a penas unas horas antes, cuando se había plantado a hablar tras el biombo. Soichiro suspiró interiormente mientras veía a su hijo teclear algo en el ordenador, ni él ni Ryuuzaki habían dicho mucho en aquel rato, después de que Higuchi falleciera de pronto de un ataque al corazón cuando estaban por meterlo en el coche que lo llevaría a la comisaría. Tal vez no debería asombrarle el hermético silencio en el que se habían sumido, al fin y al cabo, la muerte súbita del hombre era un suceso que había roto todos los esquemas que se habían hecho respecto a lo que podía o no pasar. Uno que les había vapuleado como el guantazo de un titán y que, para más índole, era el responsable de que llevasen desde entonces —tras haber desatado a una somnolienta Misa que fue depositada caballerosamente en la cama por Light— analizando la funcionalidad del cuaderno de muerte y repensando la investigación. Volviendo a empezar. Soichiro pensaba que lo peor de todo era, con diferencia, que el mismo Ryuuzaki parecía completamente desalentado y perdido, aun más que la última vez que entró en depresión al verse quebrada su teoría de que Light era Kira, hacía unos meses.

Eran cerca de las tres de la mañana del día 22 de diciembre, el nuevo día que había empezado con un siniestro despertar. Pero eso era algo que ni él ni nadie sabía todavía con certeza.

Aizawa continuó leyendo.

—Y luego hay esta última regla: el que escriba un nombre en este cuaderno debe seguir haciéndolo y, por lo tanto, seguir matando dentro de un plazo de trece días; de lo contrario, pasado dicho plazo perecerá. —Abrió los ojos sorprendido—. Eso significa que...

—¡Sí, es verdad! —gritó Matsuda emocionado a la par que golpeaba la mesa con entusiasmo—. ¡Ryuuzaki, esto prueba que Light y Misa-Misa son inocentes!

Un suspiro multitudinario resonó en la sala. Aizawa asintió y, en una mímesis de los demás, volteó hacia el detective, quien permaneció quieto y de espaldas, sentado en su asiento como una gárgola encogida sobre sí misma.

—Es cierto, si Light o Misa hubieran utilizado el cuaderno de muerte ambos habrían fallecido a día de hoy, después de pasar más de un mes encerrados y en una vigilancia constante e ininterrumpida.

—¡Qué alegría! ¿verdad, jefe?

La voz de Matsuda y el consiguiente asentimiento de Soichiro fueron el preludio de un silencio expectante que bañó la estancia, expandiéndose por el espacio como si fuera el aroma de un bosque silvestre mientras todos aguardaban una respuesta por parte de Ryuuzaki. Una respuesta que no llegó de inmediato. El hombre parecía inmerso en sus cavilaciones y jugueteaba con el envase del flan que se había comido hacía un rato. Light, para sorpresa de Soichiro, tampoco dijo nada ni realizó movimiento alguno; habiendo presenciado antes las disputas de su hijo con Ryuuzaki por el tema de su inocencia, uno diría que Light al menos se dignaría a mirar al otro hombre, al que era su amigo, impaciente por recibir una contestación que aliviase el peso que había estado llevando al ser constantemente acusado. Pero Light no se movió ni un pelo, casi parecía que no estuviera prestando atención. Soichiro frunció el ceño con la vista fija en la espalda recta de su hijo. No entendía que podía pasarle ahora a Light, no era capaz de dilucidar las ideas y pensamientos que surcaban las aguas de su mente. Igual que no entendía el motivo por el que tanto él como Ryuuzaki se mostraban tan taciturnos el uno con el otro.

«¿Habrá pasado algo entre ellos durante el arresto? ¿se habrán peleado por algo?»

Sus actitudes resultaban inauditas sin una explicación, especialmente la de su hijo.

—Oye, Rem —susurró al fin el detective—. ¿Es cierto? ¿son inocentes?

—¡Ryuuzaki! ¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Matsuda acercándose a él para obligarlo a que se diera la vuelta y mirarlo de frente—. No seas así, claro que son inocentes, ¿aún lo dudas? Además, ¡tú más que nadie deberías alegrarte!

Soichiro, Aizawa y Mogi observaron el arrebato del joven ex policía con el desconcierto plasmado en sus miradas mientras que Ryuuzaki, que había parpadeado ante aquel exabrupto para después aguantar el contacto visual del otro chico con aplomo, volvió a hablar:

—Será mejor que me sueltes, Matsuda.

—¿Eh? —El aludido pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer y se puso colorado como un tomate al tiempo que soltaba el hombro de Ryuuzaki—. Pero es que... —balbuceó.

A Soichiro le pareció sospechosa su insistencia.

—No te metas donde no te llaman —cortó el detective—. Ahora, Rem, ¿podrías contestar a mi pregunta?

—Sí, tanto Light como Misa son inocentes —contestó el Shinigami.

—¿Hay más personas con cuadernos de muerte?

—Puede que sí y puede que no —dijo tras una breve pausa.

Ryuuzaki cogió un terrón de azúcar y lo elevó frente a su cara.

—Vamos a ver, en el supuesto de que los hubiera, ¿todos los cuadernos se rigen por las mismas reglas?

—En efecto, son iguales, en nuestro mundo hay infinidad de libretas, pero las normas son siempre las mismas; como la de pasársela a un humano.

Matsuda se había quedado a un lado del detective, con los brazos caídos a ambos costados del cuerpo y un reflejo en sus ojos que oscilaba en algún punto entre la tozudez y la contrariedad. Por eso, fue Aizawa el que se adelantó entonces alegando que tanto Light como Misa habían quedado ya libres de sospechas. «¿Acaso no es hora de dejar de vigilarlos?» había dicho y, finalmente, Soichiro pudo presenciar con un creciente alivio como el excéntrico hombre asentía con desaliento. Eso no le importó, sin embargo, pues en lo único en lo que podía pensar era en que la pesadilla había terminado por fin: su hijo era inocente. Una marea se extendió por sus articulaciones y por todo su cuerpo, llenándolo de una sensación de bienestar que pareció quitar un entumecimiento que había estado acorchando su cuerpo desde hacía meses. Tuvo que apoyar una mano en la superficie de la mesa para no desplomarse del alivio. No podía esperar por el momento de dar la noticia en casa.

En su lugar, se dirigió hacia su hijo.

—Light.

Pero fue interrumpido por Ryuuzaki; su vista de vuelta a la pantalla.

—Como ya sabes, Light, siento todas las molestias que esto os ha ocasionado a ti y a Misa —dijo, pareció que iba a agregar algo más pero terminó por cerrar la boca de nuevo.

—Sí, en cualquier caso ahora solo falta quitarnos las esposas —habló su hijo por primera vez haciendo un ademán hacia la cadena, que tintineó en el aire—. De todas formas, si es posible me gustaría continuar ayudando con la investigación.

—¿Estás seguro, Light? —preguntó Soichiro.

—Sí, está claro que el caso no está resuelto. Además, me gustaría aprovechar esta oportunidad para independizarme realmente. Buscaré un apartamento que esté bien donde pueda ir a vivir.

Soichiro se vio tomado por sorpresa, pero no puso pegas

—De hecho —continuó Light poniéndose en pie—, ahora quiero ir a despejarme un rato, ya casi serán las cuatro de la mañana por lo que no creo que vaya a dormir ya hasta esta noche. Durante el día aprovecharé para ir a ver algunos sitios.

—Tu madre...

—La llamaré en un rato, papá. La comidad de Navidad es en dos días, así que ya nos veremos entonces —se le adelantó, sin mirarle a los ojos.

—Bueno, si así lo quieres, está bien.

Él prefería que su hijo fuera a ver a su madre y hermana en ese mismo momento, pero suponía que no pasaba nada por dejar que Light se despejara antes un poco. El universitario se había dado la vuelta hacia Ryuuzaki, aun esperando una respuesta de este en cuanto a si podía continuar siendo parte del caso Kira. Curiosamente, no se acercó tanto para hablarle como hacía otras veces en las últimas semanas.

Después de un momento, Ryuuzaki contestó en un susurro impersonal.

—Por supuesto, no hay ningún problema.

Su hijo asintió en el momento que Watari aparecía con la llave de las esposas y, con un chasquido metálico, libró a ambos de las cadenas. Mogi y Aizawa se habían puesto a conversar acerca de varios distritos de Tokyo en los que habían edificaciones nuevas en los que Light podría vivir. Soichiro guardó silencio mientras contemplaba a su hijo ponerse el abrigo. Matsuda, también, estaba extrañamente callado mientras se dedicaba a mirar de un genio al otro; su rostro fruncido con incomprensión como hubiera algo que no le cuadrara. Soichiro apenas tuvo tiempo de preguntarse qué podía ser eso antes de que Aizawa mencionara a Misa.

—Yo creo que es mejor dejarla dormir, no hace falta que se vaya de inmediato, ¿no?

—Sí, Light tiene razón —intervino Matsuda—. Mañana por la tarde... o sea hoy —Frunció el ceño—. Lo que sea, ya nos despediremos de ella luego.

Todos asintieron conformes y cansados, impacientes por tocar la piltra de sus respectivos hogares.

—Me marcho, entonces —anunció su hijo caminando hacia la salida—. Nos vemos luego.

Soichiro fue consciente de cuando el semblante desconcertado de Matsuda se intensificó al ver a Light marchándose sin cruzar una sola mirada o palabra con el detective, quien, dicho sea de paso, sí había dado la vuelta a la silla para entonces y tenía los grandes orbes negros clavados en la espalda de su hijo, al otro lado de la sala.

—¡Light...! —llamó. El aludido se detuvo con una mano en el interruptor pero no se giró—. N-no importa.

Si a alguien le pareció extraño el titubeo de una persona como Ryuuzaki, nadie dijo nada. Tampoco del que Light se fuera sin más, ni del modo en el que el detective entornó la mirada ante esto.

De todos modos, tampoco nadie se dio cuenta de la tensión que había imperado en el cuerpo de Light durante todo aquel rato, la forma con la que tuvo que morderse la lengua y mantenerse imperturbable y natural mientras la rabia se había desatado en su interior, virulenta y terrible. Nadie se dio cuenta de las arrugas del odio bajo sus ojos, ni de las sombras que los oscurecieron. Nadie se dio cuenta de la rigidez de sus manos, ni del grito iracundo que le ardía en la garganta pugnando por ser liberado. Nadie se dio cuenta, por tanto, de que Kira había vuelto viéndose estampado contra un muro de rabia sin precedentes.

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Lacrimosa de Mozart (n.A: Sí, recomiendo escucharla xD https://www.youtube.com/watch?v=k1-TrAvp_xs) se reproducía en bucle por el aparato de música que reposaba sobre el cabriolé, anexo a la estantería de un lateral de la piltra, desde hacía horas. Un bucle frenético y descarriado que se materializada en las emociones de Light Yagami.

Ese hijo de puta de L. Lanzó el almohadón contra la otra punta de la habitación del hotel en el que se había instalado al salir del Cuartel General; su único pensamiento: estar a solas para poder dejar de fingir y de contener la ira. Con las luces apagadas, las cortinas echadas impedían el paso de la tenue luz del amanecer mientras que él, una vez más, pagaba con otro infeliz objeto el amargor de la cólera que le asfixiaba. ¿Cómo? ¿¡Cómo mierdas había ocurrido aquello!? Aquel cabronazo... Se dejó caer arrodillado sobre el amplio colchón de edredones blancos, tenía la mandíbula tan apretada que los dientes le rechinaban con el ruido de un cuchillo sesgando un jarrón de porcelana; su cara contrita en un rictus descompuesto, roja de ira mientras arañaba con sus manos el cubrecamas queriendo desgarrarlo. ¿Cómo se le podía haber ido todo de las manos de esa manera?

—¡Me cago en la puta! —rugió poniéndose en pie y acercándose a la ventana.

Apartó apenas un ápice la cortina vaporosa y entrevió, por el hueco, los altos edificios erguidos como estacas inmensas en aquella ciudad yerma y marchita. «Podrida». Tomó una honda bocanada de aire, sintiendo como este le ardía en le pecho y alimentaba su rabia contenida igual que si fuera combustible. Aquella ciudad, Tokyo, como todas las demás de aquel mundo corrupto no era más que un cementerio de ilusiones. Un destello rojizo vibró en su mirada y la línea de la boca, torcida hacia abajo en disgusto, se contrajo. Los recuerdos habían vuelto, por supuesto, él había sabido que en cuanto perdiera la memoria su impulso sería querer atrapar a Kira, se conocía bien y, en efecto, todo había salido tal y como lo había planeado. Excepto una cosa. Su puño se comprimió con rabia contra el marco de la ventana. Le palpitó la vena del cuello. Desde que había recuperado los recuerdos al tocar el cuaderno de muerte el odio le había consumido como un veneno pérfido que había ennegrecido la sangre de sus continentes de vida, una ponzoña repleta de besos y declaraciones estúpidas, de caricias que le hacían hervir por dentro y querer gritar hasta desgarrarse la garganta como si así pudiera erradicar todo lo que había sucedido entre ese mamonazo de L y él.

En ningún mundo, dimensión ni tiempo hubiera podido pronosticar aquello: un ultraje imperdonable para el Dios del nuevo mundo. Y aun así...

Las respiraciones rápidas se alteraron hasta convertirse en flojas carcajadas que le retumbaron en la caja torácica. «Sí...» pensó, cabizbajo, apoyado contra el puño cerrado contra el marco. «Aún así, ha ganado, L. Al final has sido tú el que ha cometido el más grave error». Sonrió con la boca. Elle Lawliet, el verdadero nombre de Ryuuzaki, aquel que le haría ganar la partida sobre el tablero. El cuerpo entero se le estremeció en pequeñas carcajadas rotas, carcajadas oscuras que destilaron un ruido similar al del cristal haciéndose añicos mientras se daba la vuelta y sentaba en la cama con las piernas cruzadas. Levantó la muñeca en la que llevaba el reloj, tiró del resorte cuatro veces en intervalos de un segundo y la superficie escondida del aparato emergió hacia afuera, dejando a la vista el pequeño trozo de papel en el que antes, todavía en el helicóptero y haciendo uso de su propia sangre, había escrito el nombre de Higuchi. Un trozo de la Death Note que había dejado guardado a conciencia en aquel reloj antes de borrar sus propios recuerdos. Había planeado todo al milímetro y, gracias a eso, cuando disimuladamente se había hecho un pequeño pinchazo en el dorso de la mano haciendo uso del finísimo punzón del reloj y había prescrito la muerte de Higuchi, también había recuperado la posesión del cuaderno —de lo contrario, en cuanto hubiera soltado el cuaderno sus recuerdos se habrían evaporado de nuevo como el humo—. Y después de ver qué tan bajo había caído sin ellos, acostándose y mucho más con L, era algo que iba a permitir.

Un suspiro que pudo ser una risa o un sollozo escapó de su boca. «Si le doy la vuelta al trozo de papel», pensó mientras lo hacía. «Puedo escribir tu nombre, L. Y entonces, de una vez por todas, todo habrá acabado para ti. Será un jaque mate»

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Ryuuzaki se había marchado a su habitación en cuanto Light se había ido arguyendo una necesidad por despejarse que al detective poco le convencía. Los demás se había ido entonces también, cada uno con sus respectivas familias y, aunque Watari se le había acercado en silencio con una sombría mirada, Ryuuzaki no había querido iniciar conversaciones que les llevarían a ningún lugar, a ninguno que él quisiera divisar en cualquier caso. Por tal razón estaba en esos momentos en aquella habitación sin luz, en la que junto a Light había vivido un sinfín de situaciones. Parecía mentira, como un simple conjunto de cuatro paredes podía convertirse en un mundo aparte bajo las circunstancias propicias, un mundo que hablaba de miradas, besos y caricias, coloreado con dolor, resentimiento y, sobretodo, azaleas entre rocas.

Se hallaba acuclillado en un lado de la cama, había permanecido ahí largos minutos que parecían no avanzar bajo su percepción mientras que, en un cruel contrapunto, los primeros rayos de sol surcaban el cielo al otro lado de la ventana. No sabía qué hora era, pero tampoco le interesaba. Las ropas de Light aún ocupaban el colgador del otro lado de la cama, sus zapatos estaban bien dispuestos en el zapatero, y el libro de ese tal Ihara Saikaku yacía inerte sobre la mesa de noche. La cama, sin embargo, era un hueco vacío sin la presencia del otro chico a la que tanto se había habituado.

Algo, de nuevo, había cambiado. Ryuuzaki lo notaba, lo había notado desde el principio, porque era imposible no advertir la vasta transformación que había sufrido el comportamiento de Light desde que habían atrapado a Higuchi. Podía pensar que se había cabreado por algún motivo, pero... «Es demasiado extraño». Light tenía una forma de cabrearse muy particular, a diferencia de la fría cólera inmediata de Ryuuzaki, el japonés llenaba su boca de reclamos, acusaciones y una frustración que le costaba acallar. Light necesitaba hacer las paces, aun si estaba enfadado, y, en los pocos casos en los que el cabreo era tan hondo y lacerante que se fundía con dolor, como había pasado cuando antes de ser secuestrados Ryuuzaki le había vuelto a acusar de ser Kira, entonces, en esos casos, simplemente se le notaba. Empero en esta ocasión, sin embargo, quitando el hecho de que Ryuuzaki no creía haber hecho nada que pudiera ofender al castaño de esa forma, no había indicio alguno de un enfado, solo una fría, helada indiferencia. Y dolía, dolía pero, más que nada, despertaba las sospechas que habían ido mitigando durante ese tiempo.

—¿Qué es lo que puede hacerte actuar así, Light? Yéndote sin dirigirme la mirada cuando antes estabas deseando que llegara el momento en el que te quitara las esposas, en el que confiara en ti —preguntó a la nada. No se había molestado en ponerse el pijama, sino que se había sentado sobre la cama con sus viejos tejanos y el jersey blanco desgastado. Había quitado la calefacción porque la calidez le recordaba el agradable cosquilleo del cuerpo de Light junto al suyo, pero incluso el frío traía malos recuerdos. De una playa, de besos bajo las estrellas—. ¿Por qué justo ahora actúas acorde a Kira?

Realmente no quería darlo por sentado, pero pese a la falta de pruebas el presentimiento de que Kira, el original, era Light crecía con fuerza. La muerte de Higuchi por un paro cardíaco, de repente, no tenía sentido alguno tampoco. ¿Tal vez el hombre, después de todo, no había sido más que una marioneta del Kira genuino? Tenía que pensar, tenía que poner en orden sus ideas, tenía que encontrar un pista, un mínimo indicio que le diera sentido a todo eso.

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Se detuvo con la punta del bolígrafo marcando un punto de tinta negra sobre el papel. No. Dejó el bolígrafo que había cogido del escritorio sobre la mesa de noche y ocultó el pedazo de la Death Note de nuevo en el reloj. Era demasiado fácil, demasiado pronto, demasiado. Cerró los ojos y un nítido recuerdo acudió a su mente.

«—Estábamos hablando sobre los motivos que me llevaron a besarte; no soy una persona que huya de las cosas que no comprendo, tengo cierta debilidad por los enigmas como bien sabes.

—No te sigo, Light.

—Si me sigues —había refutado—. Si me sigues, Ryuuzaki.

Los labios cálidos del japonés habían atrapado entonces los del otro hombre en un perfecto equilibrio de precipitación y timidez, de abandono y seguridad.»

Apretó los puños con fuerza, casi clavándose las uñas en las palmas de las manos. Era detestable, lo que había llegado a hacer, la humillación a la que se había visto sometido. «Vamos a hacerlo, Ryuuzaki, quiero hacerlo. No me importa ser yo el que ceda». Un sabor a bilis le ascendió como lluvia inversa por la faringe provocando que el grito iracundo que se había instalado con esos recuerdos en la garganta hirviera en un odio visceral. Sí, matarlo era más de lo que merecía. Esta vez tenía todo a su favor, todo bajo control; con las reglas falsas que había hecho que Ryuk escribiera en la contraportada del cuaderno de muerte las sospechas que el imbécil de Ryuuzaki tenía sobre él se habían vuelto infundadas, y más que eso, habían sido completamente contrarrestadas. Al fin y al cabo, según la última regla que había escrito, si Misa y él fueran Kira tendrían que haber muerto tras los trece días de confinamiento en los que no habían tenido oportunidad de usar el cuaderno. El simple hecho de que continuaran vivos era prueba irrefutable de su inocencia, aquel había sido un movimiento espléndido que L no podía ni soñar con realizar; y con la primera regla, por otro lado, se aseguraba de que no destruyeran el cuaderno. Dos pájaros de un tiro. Todo a su favor, el nombre de L, su vida, estaba a su merced. Aprovecharía eso para hacerle pagar cada una de sus afrentas y, solo entonces, lo erradicaría del mapa para siempre. Un brillo belicoso encharcó su mirada y los labios le tironearon en una sonrisa entreabierta. El nuevo día había dado comienzo, la fría luz invernal ya iluminaba la ciudad de Tokyo cuando Light se puso en pie y se echó la chaqueta por encima, tenía que ir buscar su nuevo apartamento. Uno que le brindaría la intimidad idónea para ejercer como el Dios del nuevo mundo.

«Quiénes dictan las normas son considerados Dioses en este y en cualquier otro mundo. Elle, te doblegarás ante las que yo mismo he creado y pagarás por haberte rebelado contra el Dios del nuevo mundo con el dolor, la vergüenza y, finalmente, con la vida.»

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«Cerveza Floris Flaise, Belga. —Light se había sentado a su lado, enarbolando su mano mientras hablaba—. El dueño del local es un experto en el terreno de las cervezas. Tuve una breve charla con él con el fin de consentir a cierto individuo peculiar. —Y le había mirado con sus ojos de oro anegados en diversión—. Es una cerveza afrutada y bastante suave, aromatizada con frambuesa y zumo de fresa para macerar, me la ha recomendado absolutamente. No puedes ir a tomar algo y no tomar nada, Ryuuzaki.»

—Elle, son las siete, el desayuno está listo.

Los repiqueteos en la puerta acompañados del llamado de Watari le devolvieron a la realidad. Se había dejado caer hacia atrás, de espaldas y con la vista perdida en el techo; el cabello negro revuelto sobre su cara y sobre la almohada semejaba un matojo de algas enredadas.

—Ya voy.

Se irguió en ese momento y caminó descalzo para abrir la puerta, al otro lado el anciano vestía su atuendo habitual y lo miraba por encima de sus gafas con una tácita preocupación. No obstante, Elle no le permitió siquiera pensar en hablar.

—Ni una sola palabra, Quillsh dijo. Vamos.

El anciano asintió después de un segundo y lo siguió.

Notas finales:

¡En pocos días la segunda parte! Si veo muchos comentarios tal vez la publique más pronto que tarde ;P


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