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DEATH CHESS por Toko-chan

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Notas del capitulo:

¡Buenos días! La segunda parte está aquí... y la venganza de Kira también.

XIII. J'adoube


Parte II


 


Durante la mañana, Light fue llamando a distintas inmobiliarias que tenían en disponibilidad apartamentos en el barrio de Koto, lugar que siempre le había gustado y que, pese a estar a un rato del Cuartel de Investigaciones, no le pillaba en la otra punta de la ciudad. Cerca de las diez le saltó el recordatorio del entierro de Murata en el móvil. Titubeó un segundo, barajando si podría llegar a resultar en un obstáculo el que no hiciera acto de presencia. Finalmente, como no lo creyó importante y tenía cosas que hacer, no fue —el lugar del entierro ni siquiera le pillaba cerca—. Visitó un par de lugares colindantes a la famosa Tokyo Skytree, la torre más alta de toda Asia, pero ninguno le convenció y, además, las agencias le habían aclarado que no podían proceder a vendérselo ese mismo día. Light simplemente pensaba que eran unos ineptos.


El esperado golpe de suerte fue un precioso ático de uno de los muchos nuevos apartamentos edificadas junto al río Sumida. Aquel barrio de Tokyo ya de por sí se caracterizaba por haber sido formado a partir de decenas de islas artificiales construidas en la desembocadura del río Sumida, y que se unían entre ellas mediante canales y largos puentes. Desde el piso cuarenta y cinco de aquel edificio, el cual estaba en primera línea para el espectáculo fluvial, Light tenía una vista panorámica de la arrebatadora bahía de Tokyo, del puente Kiyosu y de la Skytree a lo lejos. Había barcos y cruceros surcando como cisnes las aguas del río bajo la plataforma; terrazas dispuestas por la costa artificial donde gente adinerada veía la repetitiva caída del sol día tras día mientras sorbían de sus exóticos cócteles. En primavera los cerezos que ornaban profusamente la bahía brotarían en ramos rosados y transformarían el espectáculo, bello en lo frío y enigmático de la noche, en todo un despliegue floral que convertiría el río Sumida en un jardín acuático. Light deslizó el dedo por el vidrio de los amplios ventanales del apartamento. Detrás de él, el agente inmobiliario aguardaba en silencio vestido en su esmoquin azul marino que parecía demasiado pequeño para su cuerpo orondo.


—La verdad es que es perfecto —dijo, volteando a ver cómo el hombre se recolocaba la corbata antes de asentir—. Como ya hemos comentado antes, necesito poder instalarme en el piso hoy mismo. Espero que no suponga ningún problema —fingió que le echaba un vistazo al reloj—. Se me ha hecho un poco tarde.


—Por supuesto, por supuesto, Sr. Yagami. ¿Qué le parece si nos sentamos y tratamos todo? —se apresuró el hombre mientras tomaba asiento en una de las sillas altas que, junto a la amplia encimera cuadrada, marcaba el límite de la cocina—. Bien, en principio no hay ningún problema en que se instale hoy mismo. Como comprenderá tener a punto el papeleo lleva unos días, pero si dejamos todo firmado y en orden, con la entrada correspondiente y demás, le puedo entregar la llave y usted se podrá instalar con toda tranquilidad.


Light le echó un vistazo al documento que le tendía el agente y asintió con un cabeceo vago. Eso era exactamente lo que necesitaba, movilizar todo con la mayor celeridad posible de forma que pudiera disponer del trono desde el que ejercer su reinado. Sonrió. Y aquel lugar, en las alturas, en los cielos, era el lugar que un Dios merecía.


Cuando terminó de arreglar todo el procedimiento de compra que estaba en su mano y después de comer en un bar de fideos, con la llave del apartamento en el bolsillo de su abrigo gris, pensó en dirigirse directamente al Cuartel General, pero, en un cambio de planes pese a que le había dicho a su padre que se verían el viernes en la comida de Navidad, decidió pasar primero por casa para saludar a su madre y a su hermana además de hacer acto de presencia con el resto de la familia. De todas formas, tenía que recoger algunas de sus pertenencias y prefería tenerlo todo listo cuanto antes.


—¡Light!


Fue su hermana la que abrió la puerta de casa y se lanzó a sus brazos con la mirada brillante de emoción. Light le devolvió el abrazo de forma concisa antes de apartarla con unas palmaditas en la espalda.


—Vamos. vamos, que no es para tanto. —Echó un vistazo fugaz a través del recibidor—. ¿Mamá ha salido a comprar o está por casa?


—Jo, ¡pero qué arisco eres, hermano! —bufó la adolescente apartándose y empezando a caminar hacia la cocina—. Así nadie te va a querer de novio nunca.


Light enarcó una ceja mientras la seguía e iba observando el hogar en el que se había criado. Los cuadros y espejos del recibidor, el pequeño jardín zen, nada había cambiado en aquellos meses.


—Hablando de novios. —Detuvo a Sayu justo cuando esta iba a abrir la puerta que daba al salón—. Me han contado por ahí que andas inventando historias sobre mí... ¿hay algo que deba saber al respecto?


La cara de su hermana fue mítica, mudó en tres colores distintos antes de controlar el rictus sorprendido que acechó su semblante. Llevaba la melena castaña suelta y comenzó a juguetear con uno de los mechones con patente nerviosismo; sus ojos marrones se desviaban de Light a un punto de la pared que debía ser de lo más interesante.


—N-no sé qué hablas, Light. Sabes que no hablo de ti con nadie ahora, por eso del caso Kira y todo, así que...


—¿Enserio? Juraba que Matsuda me había dicho algo acerca de Ryuuzaki...


Sayu soltó un improperio enfurruñado.


—¡Pero será chivato Matsuda...! ¡Anda que ya le vale! —Entonces reparó en la mirada severa de Light y alzó las manos en señal de paz, su boca insinuando una sonrisa torcida—. Eh... v-verás, Light... yo solo...


Un suspiro escapó de los labios de Light a la par que le dirigía a la joven una expresión de regañina sin opción a réplicas. La tonta de su hermana, a veces casi creía que podía hacerle la competencia a Misa si se lo proponía.


—Espero que no se vuelva a repetir. Puedes causarme serios problemas por una tontería como esta —dijo, asegurándose de sonar severo.


—P-pero...


—Nada. Es mi última palabra, Sayu —y como para dar énfasis a su intención conclusiva, le apretó suavemente el hombro y abrió la puerta del salón, donde enseguida se encontró con su padre, su madre y el tío Hiroaki.


Todos se mostraron realmente sorprendidos de verlo allí y los saludos se sucedieron de inmediato. Su madre le había abrazado con entusiasmo, conmocionada y con los ojos brillantes como dos perlas, y por supuesto su tío, que desconocía su situación de confinamiento hasta ese mismo día, se había ocupado de palmear a su hermana y decirle que «No seas tan melodramática, Sachiko. Que el chaval no se está marchando a la otra punta del mundo, solo a otra zona de Tokyo». Light había asentido con una leve sonrisa tirante en su rostro justo al momento de estrecharle la mano al hermano de su madre, que le devolvió el saludo con energía. La actitud de este, de hecho, le recordó un dato que había olvidado: lo mucho que su tío le había mimado cuando solo era un niño, incluso por encima de su mismo hijo. Sayu, que tras la leve reprimenda no había llegado a entrar al salón con él, probablemente se había encerrado en su habitación. En un vago hilo de pensamiento, Light se preguntó cómo habría crecido su primo Sascha, tanto él como la esposa de Hiroaki debían haber salido, pues no parecían andar cerca. Así se lo confirmó su padre cuando accedió a sentarse con ellos unos minutos en el salón.


—La tía Tiana quiso acercarse a Odaiba para comprar los regalos de Navidad y tu primo le ha acompañado para sacar unas cuantas fotos —explicó su padre, estaba con la ropa de estar por casa, lo cual indicaba que no llevaba mucho rato despierto—. Es una pena, tengo ganas de que os veáis.


Light asintió.


—No seas impaciente, papá, en la comida de Navidad nos veremos.


—Sí, claro.


—¡Ay, este chico que tengo por hijo! —exclamó Hiroaki mientras se inclinaba hacia delante apoyando los codos en las rodillas; sus ojos fijos en Light parecían querer compartir un secreto con él—. Siempre perdiendo el tiempo con eso de la fotografía en vez de dedicarse a estudiar un oficio o carrera de provecho. A ver si tú, Light, puedes ayudarme a meterlo en vereda porque la verdad es que uno ya no sabe qué hacer.


El universitario, sin embargo, no tuvo que esforzarse por hallar una respuesta, pues fue su propio padre el que intervino con un deje contrariado que, al menos bajo la perspectiva de Light, dejaba de relieve lo mucho que le molestaba el trato de Hiroaki para con Sascha. Gracias a eso, Light se pudo hacer un croquis mental de cómo era la situación en casa durante aquellos días; suponía que la madre de su primo era ligeramente más abierta con el tema que Hiroaki, de cualquier modo. Fotógrafo... En realidad, no le sorprendía, ¿por qué iba a hacerlo? La imagen de un Sascha de nueve años corriendo por las callejuelas de Nikko, gritando subido a la barandilla del puente rojo, los ojos grises y azulados deslumbrando como dos esferas de luz mientras contemplaba los paisajes enajenado; aquel Sascha, que se quedaba acuclillado durante largos minutos observando la forma en la que los insectos descansaban sobre los pétalos de una simple flor, era uno que Light podía imaginar siendo fotógrafo. Después de unos instantes más de tensa discusión entre los dos hombres mayores, una en la que él prefirió no meterse, fue su madre la que interrumpió trayendo consigo una bandeja con té que seguidamente les ofreció a todos los presentes, incluido Light que, por el contrario, se apresuró a ponerse en pie y declinar la oferta con cordialidad.


—No, está bien, mamá. No tengo mucho tiempo, voy a coger algunas de mis cosas, ropa sobretodo, que necesito llevar al apartamento. Luego me gustaría pasarme por el Cuartel de Investigaciones —A continuación volteó en dirección a su padre, que también se había levantado y lo miraba con seriedad—. Supongo que tú también te pasarás, papá.


El hombre asintió murmurando un «En un rato saldré hacia allí» meditabundo. Light supuso que su padre quería tener una charla a solas con él, una charla que, si sus deducciones no fallaban, iba a estar relacionada con su actitud de más temprano, la frialdad con la que no había mirado a ese idiota de L. Le hervía la sangre solo de pensar en él, pero era consciente de que tenía que empezar a actuar con un mínimo de normalidad, aunque fuera para llamar menos la atención. «Aún así» pensó mientras escuchaba de fondo las lisonjas de su tío hacia su persona alabándole por cuán responsable era. «Aún así me cobraré mi venganza, no importa si eso confirma las sospechas bajo la perspectiva de L». Total, resultaba evidente que el detective nunca iba a dejar de sospechar de él y lo importante, lo esencial en aquella partida de ajedrez que se había dispuesto entre ellos dos era que el detective no tuviera pruebas al respecto que lo inculparan. Y no las iba a conseguir. Nunca. Menos ahora que Light tenía el jaque mate definitivo, menos ahora que sabía su verdadero nombre.


Ufano por el desarrollo de los acontecimientos, a pesar de la humillación de haberse acostado con su enemigo, Light se inclinó en una reverencia sonriente hacia Hiroaki.


—Estás siendo demasiado amable conmigo, tío —dijo sumisamente—. No soy para nada tan bueno.


—¡Oh, tonterías! Encima humilde —bufó el hombre en un ademán ampuloso—. Soichiro, realmente debes sentirte afortunado por este hijo tuyo. Desde luego que tiene lo mejor de los Inoue, ¿no es verdad, Sachiko?


Las respuestas de sus padres fueron ambas difuminadas tras el muro que instaló la puerta al cerrarse tras su salida. En un silencio reflexivo sus pasos se encauzaron por la escalera ascendente de madera que llevaba al rellano de la segunda planta. El corredor se hallaba en penumbras y, aunque la puerta de la habitación de su hermana se encontraba cerrada a cal y canto, la música pop resonaba al otro lado de la pared con estridencia. Light no le dedicó más de un pensamiento a los berrinches infantiles de su consanguínea, tenía asuntos entre manos mucho más urgentes que los sentimientos heridos de cualquier persona. Realmente esperaba que la niña no volviese a incordiar con la idea de un amor clandestino entre él y L, se le revolvía el estómago de solo pensarlo y le abrumaban unas ganas acuciantes por golpear a su hermana; el odio cuyo destinatario original no era ella, entonces se ampliaba hasta alcanzarla también y Light se sentía dispuesto a cualquier cosa por erradicar toda aquella rabia fruto de la vejación que sentía por haber estado en aquellos términos con L, dispuesto a erradicar a cualquiera. Por supuesto, no era lo que quería ni mucho menos, solo una persona debía morir —sin contar criminales—. Con dicho pensamiento en mente, entró en su habitación sintiendo que la oscuridad de la atmósfera era consumida por una más grande y agresiva: la que devoraba su alma.


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Eran cerca de las seis de la tarde cuando Light se plantó en el vestíbulo del edificio en el que estaba montado el Cuartel General de Investigaciones. Fuera, la lluvia que había comenzado a caer en el tiempo que Light había tardado en disponer algunas de sus cosas en su nuevo apartamento, empezaba a arreciar ahora sobre los paraguas de los más precavidos a la vez que un viento torrencial agitaba las ramas desnudas de los árboles. El tráfico, de por sí horrible, se volvía completamente loco y desquiciado en los días lluviosos cuando los cláxones hendían el bullicio de forma intermitente como si fueran los focos de una discoteca. Light plegó su propio paraguas, que dejó en el paragüero de metal que se hallaba junto al helecho de la entrada, y avanzó por la alfombra sacudiéndose con una mano el cabello ligeramente húmedo.


Pulsó el interruptor para llamar al ascensor y trató de relajar el hormigueo que le recorría el cuerpo. Sabía que su padre ya estaría arriba con L y Watari, porque había subido a su habitación cuando Light estuvo mudando su ropa del armario a la mochila, que luego llevaría al apartamento. Le había querido informar de que ya se iba hacia el Cuartel General y preguntarle si necesitaba ayuda monetaria para el pago del apartamento. Ante esto último Light había aceptado una pequeña colaboración de su padre tras las muchas insistencias de este; aunque antes le hubo asegurado que tenía ahorros más que suficientes para ir tirando, nunca había sido una persona que derrochara el dinero, y que no hubiera trabajado últimamente no significaba que nunca lo hubiera hecho, por supuesto que tenía sus ahorros de trabajos a medio tiempo. «Además» había añadido al ver la expresión dubitativa de su padre, «Ahora voy a trabajar con Ryuuzaki al igual que todos vosotros, creo que tengo mi propio sustento. Y cuando todo acabe tampoco voy a tener ningún problema para encontrar trabajo, todo el mundo sabe que he trabajado con el famoso L, y eso, aunque no lo necesite realmente, amplia mi currículum». Aclarar ese punto no había sido todo lo que su padre había tenido la intención de aclarar, Light lo supo por la mirada en sus ojos, por el ceño fruncido y las patas de gallo más marcadas que de costumbre, pero tampoco le dio pie a que iniciara una conversación que, con total seguridad, alteraría su humor hasta límites insospechados. No era lo que necesitaba en aquel momento, no cuando los recuerdos estaban tan recientes en su cabeza. Los recuerdos y el odio.


Al salir del ascensor casi se dio de bruces en el pasillo con un desprevenido Matsuda que volvía del baño.


—¡Eh, Light! —saludó con una amplia sonrisa—. ¿Ya has podido descansar?


—Creo que necesitaré un tiempo para reponerme del todo —bromeó con ligereza antes de comenzar a caminar lentamente hacia la sala de investigaciones—. Lo bueno es que ya he encontrado piso.


Matsuda se detuvo y lo miró de hito en hito.


—¿Que ya has encontrado...? ¿Pero cómo lo has hecho? Ni siquiera ha dado tiempo a que tengan listos todos los papeles de compra y venta.


Light arqueó una ceja.


—Un buen mago nunca revela sus trucos.


Un suspiro escapó de la boca del ex policía, su rostro expresaba resignación a no recibir nada más que aquella sucinta respuesta.


—Por supuesto, aún quedan muchas cosas por mover —continuó Light—, pero al menos puedo ir instalándome, que es lo principal.


—Ya... Bueno, no hace falta decir que si necesitas ayuda con la mudanza solo tienes que pedirlo. —Se remangó la manga de la camisa blanca para sacar músculo—. Dejé de practicar béisbol cuando terminé la secundaria, ¡pero estoy seguro de que este brazo sigue estando en forma!


En un pensamiento fugaz, el universitario se preguntó cómo había conseguido aguantar al tonto de Matsuda tanto tiempo. Supuso que la respuesta era similar a la resultante cuando cambiaba el nombre del ex policía por el de Misa.


—Te lo agradezco. Aunque no creo que haga falta, no tengo tanta cosa que llevarme.


—Bueno —empezó el chico retomando la marcha por el pasillo tenuemente iluminado—, tu padre seguro que te querrá echar una mano y, sino, siempre tienes a Ryuuzaki. ¿Te imaginas? Mudanza express por helicóptero.


En el segundo consiguiente en el que Matsuda terminó la frase y soltó una breve carcajada, Light tuvo tiempo de hacer un llamado a la paciencia así como de decidir que el momento de poner en marcha su plan había llegado.


—Matsuda —pronunció el nombre con un deje desinteresado que desentonó sobremanera con el placer retorcido que el poder de la anticipación le empezaba a procurar por dentro, una rosa sin pétalos ni olor.


El aludido se giró a verlo cuando estaban a punto de alcanzar la puerta de destino. Una expresión de curiosidad inocua tiñendo sus ojos bonachones, expresión que pronto adquirió conatos de confusión y de un ligero nerviosismo bajo la intensa mirada de Light, que advirtió enseguida como el otro hombre empezaba a removerse con incomodidad mal disimulada. «Idiota» pensó Light «No puedes quitarte de la cabeza lo que sea que te dijo mi hermana acerca de mí y Ryuuzaki, ¿eh, Matsuda?». El hecho de que mostrara semejante grado de intranquilidad, excesiva incluso para él, por no hablar de las miradas de reojo, eran testimonio más que suficiente.


Observó sin prisas cómo el otro hombre se atusaba la corbata de forma innecesaria, desviando la vista hacia el suelo en un movimiento rotativo, para luego forzar un débil carraspeo antes de verse completamente superado por el tenso silencio. Light casi, casi esbozó una sonrisa cuando Matsuda habló.


—Dime, Light, qué... ¿qué pasa?


—Necesito que me hagas un pequeño favor.


Light, que ya se había preocupado de comprobar que las cámaras de seguridad del pasillo no le pillaran el movimiento de los labios en la posición en la que estaba. se inclinó entonces hacia Matsuda, cuyo rostro reflejaba ahora una abierta confusión, y dijo:


—Misa aún sigue en la última planta. Necesito hablar de unos temas con ella y... arreglar unos malentendidos. Como todos la buscarán en su habitación, estaré con ella en la habitación número 7 de este mismo piso, supongo que entiendes porqué te estoy diciendo esto.


—Pues...


Ladeó la cabeza en un ademán elocuente. Sus mechones castaños se agitaron con el gesto y Matsuda detuvo su pretensión de contestar, dando pie así a que Light terminara su explicación con un murmullo que habló de secretos y de complicidad.


—Sería conveniente que nadie activase las cámaras de ese cuarto por un rato, no quiero escandalizar a mi padre ni a ninguno de los demás a causa de mi reconciliación con Misa —y le guiñó un ojo a un boquiabierto Matsuda.


Cuando unos segundos después se alejó por el corredor rumbo a la planta que ocupaba la modelo, solo una persona ocupaba sus pensamientos. Una sola persona que navegaba a la deriva del mar de su mente. Solo una persona... Una única persona. L; Ryuuzaki; Elle. Era el destinatario de las carcajadas victoriosas que se alzaban refocilándose por la venganza de su alma.


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Sus compañeros charlaban de forma distendida cerca de la mesa central del Cuartel de Investigaciones; su conversación, sin embargo, era un rumor vago y difuso en la percepción de Matsuda. En cualquier otra situación sin duda se habría sentido aún un tanto intimidado debido a la nueva incorporación del equipo —aquel extraño ser que se hacía llamar Rem—, pero su mente vagaba muy lejos, demasiado lejos. O acaso no tanto. Se encontraba sentado en el brazo de uno de los sofás; las manos descansando sobre su regazo mientras sus ojos marrones y confusos contemplaban la espalda encorvada de Ryuuzaki unos metros adelante, acuclillado en una de las sillas de ruedas como de costumbre. Los huesos de la espalda le descollaban en el jersey blanco como si fueran dos fantasmas bajo el bosque nocturno que formaba su densa y alborotada cabellera azabache.


Matsuda no entendía nada. No lo entendía y, en esta ocasión, estaba seguro de que no era él el que estaba siendo cortito de mollera. Volvió la cabeza por enésima vez hacia la puerta por la que había entrado no hacía más de unos minutos atrás, donde Light le había dicho...


Sacudió la cabeza y con ello también sus cavilaciones. Una extraña ansiedad mezclada con sudor frío comenzaba a agobiarlo. Dejó escapar un tácito suspiro que tembló antes de salir de su cueva y volvió a enfocar su mirada en Ryuuzaki. No podía ser. Simplemente no podía ser que Light hubiera querido decir lo que creía que había querido decir. ¿Su reconciliación con Misa? ¿qué reconciliación con Misa? ¿acaso él y Ryuuzaki no...? Contempló como el detective alargaba un brazo en ese momento para coger un terrón de azúcar de un pequeño recipiente que Watari le había dispuesto sobre el escritorio. No había dicho ni una sola palabra desde que Matsuda había llegado; sino que, al igual que aquella madrugada, había estado sumido en un inusual mutismo en el que se confundían fácilmente ribetes de una pesadumbre escamada, una que él no hubiera notado si no fuera por lo que sabía. O lo que creía saber. Después de las palabras de Light ya no estaba seguro de nada, pero, incluso con ellas en mente, no era capaz de suprimir por completo aquella conversación que había tenido con Sayu, la hermana pequeña de Light, unos días atrás.


«¿Quién puede haber robado el corazón de mi hermano si siempre está con Ryuuzaki?» había dicho la chica. «Solo estoy siendo lógica. Es la única persona que ha estado lo suficientemente cerca de él.»


Y Matsuda había tenido y tenía que admitir que tenía sentido, ¡mucho más del que le gustaría! Se había sentido mortificado en un primer momento cuando la comprensión había azotado la ventana de su consciencia como un desastroso vendaval, inquieto y nervioso como si estuviera siendo cómplice de un crimen; especialmente en presencia de su jefe, el padre de Light, quien presumiblemente no sabía ni sospechaba nada. ¡Pero cómo lo iba a hacer, si era impensable! Precisamente Light, al que se le daban de lujo las mujeres, le iban los tíos. Es que había que joderse... Sin embargo, después de haberlos observado el lunes con disimulo, había visto que compartían miradas sucintas a cada momento, unas que no pudieron más que confirmar sus sospechas —la forma en la que Light le tocaba el antebrazo para enseñarle algo, o cómo Ryuuzaki le ofrecía un dulce a este para luego comérselo él con sonrisa bailoteando en sus labios—. Todo le había parecido revelador, pero también le había preocupado. No podía evitar sentirse dividido entre la empatía hacia su jefe si es que este llegaba a enterarse del asunto, y la que sentía hacia el propio Light, quien sin duda sufriría si su familia le daba la espalda de la misma manera que les sucedía a tantos otros jóvenes en su misma situación.


Ahora, Matsuda, ya no sentía aquella disyuntiva; porque el comportamiento de Light había dado un vuelco de ciento ochenta grados que parecía neutralizar la hipótesis de que entre él y Ryuuzaki había ocurrido algo. Ryuuzaki, que en ese momento sorbía de una taza de café para seguidamente hacer rodar la silla hasta quedar de cara a los demás.


—Bien, señores. Deberíamos avisar a Misa, se me hace raro que no haya montado bulla en todo el día —dijo, apático, interrumpiendo el parloteo de los otros tres.


Ryuuzaki, cuyas ojeras parecían más oscuras y profundas que nunca.


—Hace una hora o así he subido a verla y acababa de despertarse hacía poco, debía estar agotada por todo este tiempo —señaló Mogi.


Aizawa negó en un cabeceo antes de hablar.


—Cansada... Misa es la que menos cansada puede estar con todo esto.


Matsuda pudo notar el detrimento que acusaba en su compañero a raíz de todo el estrés fruto del caso Kira —el hombre le había dicho en un ocasión, además, que estaba teniendo problemas con su mujer por la gran cantidad de tiempo que pasaba trabajando—. Soichiro, que lucía mejor tras la absolución de su hijo, debió notarlo también porque puso una mano en el hombro de Aizawa en señal de apoyo.


—Light debería estar por llegar, me ha dicho que no tardaría.


—Es verdad, respecto a eso —dijo Ryuuzaki y Matsuda vio con horror como volteaba en su dirección—. ¿No te has cruzado con él, Matsuda? Me parece raro, ya que ha entrado por el vestíbulo solo un poco antes que tú.


—¿Qué? —Soichiro frunció el ceño—. Pero no ha venido aquí.


—Razón por la cual, Sr. Yagami, le estoy preguntando a Matsuda.


Sus grandes ojos negros no se apartaron del joven policía en ningún momento, provocando que este se removiera incómodo bajo la intensidad y la inteligencia desbordante de esa mirada.


—B-bueno... Light, eh... —Tanteó la posibilidad de mentir y decir que no, que no lo había visto, pero la desechó de inmediato. Lo acabarían pillando en cuanto Watari, que tarde o temprano se encargaba de revisar las cintas de grabación, se lo mencionara a Ryuuzaki—. Él ha dicho que tenía algo que hacer, que no tardaría mucho y... ¡que se trataba de arreglar unos asuntos!


—Pero si dices que ya estaba aquí... —empezó Soichiro.


—¡Es que no se acordaba! Se marchó pitando.


Era mejor no sacar a colación el nombre de Misa para nada. Un silencio se extendió entre los allí presentes mientras Matsuda se mordía el labio bajo la atenta mirada de todos. El sudor frío se incrementó.


Fue Ryuuzaki el que habló primero, con estudiada indiferencia.


—Bien... en cualquier caso, vamos a ir avisando a Misa. Watari, conecta con su habitación, por favor.


—Entendido.


—¡No!


Por si su patética explicación acerca del paradero de Light no había despertado suficientes sospechas, la exclamación ahogada que soltó terminó de hacer el trabajo. De pronto, se convirtió de nuevo en el centro de atención.


—¿No qué? —preguntó Aizawa— ¿no quieres que avisemos a Misa?


—E-es que... las chicas ya sabéis como son, si se ha despertado hace poco seguro que se está bañando y... sería un poco incómodo interrumpirla.


Desafortunadamente Ryuuzaki no compró esa justificación.


—¿Por qué no, Matsuda?


—Mi.... —Los ojos negros del detective se clavaron en él afilados como cuchillas—. Misa no... no está en su habitación. Ni siquiera en la última planta —dijo al fin.


—¿Qué quieres decir con que Misa no está en la última planta? —interrumpió Soichiro acercándose unos pasos—. ¿Dónde está entonces?


Matsuda trató de articular palabras que le sacaran del lío en el que se había metido, alguna de esas frases mágicas que Light tanto sabía emplear para resultar convincente. Solo que él no era Light y a penas fue capaz de balbucear incoherencias mientras agitaba las manos de un lado al otro en señal de paz. Sentía los nervios a flor de piel. Ryuuzaki, que lo continuaba observando con los ojos entornados y las manos de araña sobre las rodillas, habló de nuevo.


—Estoy seguro de que eres consciente del grave error penal que supone que hayas dejado salir de un edificio a una detenida como Misa —incidió captando la atención de todos—. Además, si es como supongo y Light es la persona que ha orquestado esta fuga...


—Pero, Ryuuzaki —interrumpió una vez más el padre de Light. Su rostro había palidecido notablemente—, creía que íbamos a liberar hoy mismo a Misa, y puesto que mi hijo ya está libre de sospechas no debería ser un gran problema.


—Eso no es del todo cierto, Sr. Yagami.


—¡Dios mío, Ryuuzaki! No han salido del edificio, Light quería hablar un momento con ella a solas para limar asperezas, ya sabes que durante estos últimos días no ha sido demasiado amable con Misa-Misa. Por eso han bajado a este piso, a la habitación número siete, para poder hablar tranquilos. ¡No... no pensé que fuera para tanto!


—Ya veo, habitación siete —murmuró Ryuuzaki de inmediato—. Watari, activa las cámaras. Y tienes razón, Matsuda, tanto tú como el Sr. Yagami, no es para tanto, ambos han dejado de ser sospechosos al fin y al cabo. —Se metió un pastelillo en la boca y removió con una cucharilla el cuarto café de la tarde—. A propósito, gracias por decirme donde están, vamos a avisarles de que vengan para aquí.


Entonces, con los ojos abiertos por el asombro, Matsuda se dio cuenta de su error. «Ahh... Mierda, mierda, mierda... Maldito Ryuuzaki, Light me va a matar». Mientras veía como el anciano conectaba la retransmisión, se limitó a implorar por no haber entendido las intenciones de Light correctamente. Sus rezos tuvieron una vida corta, sin embargo, de solo unos instantes antes de morir. Matsuda pensó entonces que recordaría aquel momento por siempre: el momento en el que el aire y el sonido pareció extinguirse durante un segundo eterno en la estancia; en el que las caras de todos, especialmente la de Soichiro, se desencajaron en una expresión de profunda conmoción; ese momento en el que una sola imagen les había vapuleado a todos con fuerza, aunque a unos más que a otros y por motivos muy dispares; el momento decisivo en el que la cucharilla que Ryuuzaki había estado sosteniendo se deslizó de entre sus dedos a cámara lenta para luego repiquetear sobre la superficie del escritorio.


Matsuda se levantó tambaleante y confuso justo cuando oía a su jefe soltar un juramento por lo bajo. Su jefe, el padre de Light, quién nunca maldecía, el mismo que en ese momento se había puesto rojo de indignación y, tal vez, vergüenza. También escuchó las exclamaciones de los otros dos así como sus farfullas de pasmo, pero en lo que realmente reparó, pese a ser lo menos llamativo en aquel bizarro cuadro, fue en los ojos de Ryuuzaki, abiertos de forma desorbitada. Tan solo tenía una visión de perfil de la expresión del detective, de su boca entreabierta y de sus miembros congelados, y, aun con esa limitada perspectiva, la impresión que se reflejó en aquel océano oscuro y normalmente insondable que eran sus ojos fue tan vasto, profundo y desolador, que Matsuda no tuvo la menor duda de que Sayu había estado en lo cierto.


Empero Matsuda no era consciente, como nadie que no fuera Light o el propio Ryuuzaki podía serlo, de cuán grande, abismal y mortífero era el dolor que el detective sintió al ver aparecer en la pantalla el video que estaba siendo captado por las cámaras de la habitación número siete. El video en el que se mostraba a Misa y Light desnudos sobre una cama de madera oscura; tumbados sobre las sábanas, ella con las piernas abiertas jadeando extasiada mientras Light la penetraba una y otra vez desde arriba de forma desenfrenada, apretando su cintura y sus senos abultados, repartiendo besos por los hombros, el cuello y la boca. Nadie supo, aunque Watari y Matsuda lo intuyeron, el ruido que hizo su corazón al resquebrajarse de arriba a abajo como si fuera un mero trozo de papel.


Paralelamente a ellos, en la habitación número siete, Light metió la lengua en la boca húmeda de la modelo, que lo recibió con un suspiro jadeante, y se hundió de nuevo con una fuerte estocada en aquella estrecha y lubricada cavidad, una estocada en la que dejó que fluyera toda su ira. La chica gimió su nombre y Light, ocultando el rostro en la sinuosa su cuello, esbozó una pérfida sonrisa de triunfo. Había una vibración rojiza y violenta en su mirada.


«J'adoube*, Elle Lawliet» pensó, desconocedor aún de que con ese movimiento algo había empezado a romperse también en su interior.

Notas finales:

*Frase proveniente del francés universalmente aceptada como la forma de decir de un jugador de ajedrez que va a tocar una pieza para colocarla apropiadamente en su casilla. (vendría a ser algo como "Te ajusto, Elle Lawliet" o "Te coloco,Elle Lawliet")


Bueno, algunos me odiarán por lo que acaba de hacer Light, pero espero que tras ese odio hayáis disfrutado el capítulo. Nos leemos en el próximo ;) 


¡Muchas gracias por leer y comentar!


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