Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

DEATH CHESS por Toko-chan

[Reviews - 35]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Nuevo capítulo! No apto para estómagos sensibles XD Espero que os guste, el fanfic ya va bastante avanzado ^^ 

X. El legado de Sophie

 

Una sensación extraña que le hizo creer que estaba flotando en la nada le dio una sacudida. Sus párpados se entreabrieron apenas consciente de que estaba siendo arrastrado. El estómago le dio un vuelco ante un olor especialmente sofocante y picante y tuvo que contener las arcadas mientras los colores giraban en un torbellino a su alrededor, como un tío vivo enloquecido. Al mismo tiempo, un dolor lacerante le palpitaba en la cabeza con una vibración rojiza, frenética y constante. Escuchó una risa macabra que cacareó impregnándole de un pánico truculento e insano. Su cuerpo, todas sus articulaciones crujieron al golpear el suelo como una muñeca rota. Vanamente se consoló diciéndose que si las notaba crujir era porque todavía se encontraban en donde les correspondía. Entonces luchó contra la inercia de volver a desmayarse cuando el tirón de la inconsciencia le arremetió como un maremoto embravecido. No, no podía, tenía que hacer algo, avisar a Watari, a su padre...

«Ryuuzaki», el pensamiento le llegó con una urgencia desmedida que le instó a redoblar sus esfuerzos por ubicarse y ponerse en pie.

A través de un resplandor violeta y oscuro le pareció ver otro bulto tendido junto a él, trató de alargar el brazo en su dirección pero la pesadez y la contundencia de aquel hedor nauseabundo le hicieron desfallecer en cuestión de segundos. Incapaz de seguir batallando, su cabeza golpeó la madera del suelo con un ruido sordo.

 

0.o.o.0.O.0.o.o.0

 

La próxima vez que Light abrió los ojos el mareo había cedido parte del terreno a su denuedo por espabilarse. Tuvo que parpadear varias veces, la cabeza le dolía horrores. Sabía que le tenían que haber golpeado con una barra de hierro como mínimo, pero el fétido olor que se concentraba en sus fosas nasales apenas le permitía pensar con claridad. Con nuevas arcadas se arrastró por el suelo como una lagartija y lo echó todo en una esquina; medio apoyado en una pared de madera ajada por el tiempo, repleta de grietas provocadas por la putrefacción de alguna sustancia corrosiva, Light salivó un poco más dejando que ese fluido se mezclara con el vómito cuyo olor por poco le hace devolver otra vez más. Asqueado y con la mente nublada, ignorante del tiempo que había pasado ajeno al mundo, aún necesitó un par de minutos para poder al fin fijar su turbación mental y distinguir las formas estoicas de su alrededor, así como para incorporar el torso levemente ayudándose del tabique. Desde los suelos, oteó con minuciosidad la reducida, lóbrega y claustrofóbica estancia en la que se encontraba. En una exhalación difusa, la parca y vaporosa luminosidad a duras penas penetraba las sombras más allá de ciertos cuadros que despuntaban con fluorescencia a lo largo de las paredes. Todo lo que había era una pequeña cama estrecha, de esas que suelen tener en las prisiones, en una esquina y una misteriosa pantalla colgada de la pared de enfrente. No había ventanas, aunque sí una puerta cerrada probablemente bien asegurada, y estaba solo. Desnudo y solo. Completamente solo. De la cadena que lo había unido a Ryuuzaki solo quedaba la mitad, colgando como un pellejo muerto del arete metálico de su muñeca. Como si la hubieran partido en dos de un hachazo.

«No... no, no, no» se dijo frenético mirando en todas direcciones. Aunque borrosa, tenía la imagen de Ryuuzaki cayendo a su lado fresca en su memoria. Los dos habían sido atrapados como un par de niñatos estúpidos por no tomar las precauciones necesarias, por haber seguido temerariamente a Murata, quien presumiblemente también había sido secuestrado. ¿Pero por quién? A Light se le empezaba a moldear una vaga idea cuyas implicaciones no resultaban especialmente alentadoras. Con desesperación, trató de ponerse en pie, empero la brusquedad del gesto le produjo un súbito mareo que le hizo tambalearse hasta la cama, donde se mantuvo inclinado y con la respiración entrecortada durante unos instantes eternos. Pánico. Ansiedad. Oscuridad. Un pavor acérrimo, uno que le hacía creer en la posibilidad de ser comprimido hasta la muerte por aquellas paredes, que le hacía ver todo bañado en ira escarlata, le corroía por dentro, junto al estómago, por su entera anatomía, que tembló un instante en un intento por mantener esa rabia y ese miedo a raya. Tenía que relajarse, poner en orden sus pensamientos y analizar la situación con frialdad. Light no creía que hubiera pasado mucho tiempo inconsciente, por lo que la prioridad era salir de aquel cuartucho de mala muerte y encontrar a Ryuuzaki. Antes de que fuera demasiado tarde.

Con el cuerpo ardiendo a pesar de estar despojado en plena temporada invernal, a menos de una semana de Navidad, se percató de que aquella pobre luminosidad que hacía retroceder, aunque reluctantemente, a la penumbra reinante provenía de unos apliques de luz bien dispuestos sobre las paredes y el techo. Los cilindros desprendían un fulgor violáceo que parecía flotar como humo en la atmósfera. Una vez recuperada parte de la serenidad perdida, Light pudo indagar en su memoria de forma que reconoció automáticamente la naturaleza de aquella luz: luz ultravioleta o luz negra, como también la llamaban.

Se hundió los dedos en la sien, tratando de alejar los pinchazos de dolor que le sacudían de forma intermitente, para después tambalearse un poco hasta ponerse en pie sintiendo que sus piernas ya le sostenían con un mínimo ápice de dignidad. Entonces pudo prestar verdadera atención a las formas diseminadas a lo largo y ancho de las enjutas paredes, formas multicolores, macabras y de variopintas tonalidades fluorescentes, lienzos amorfos en relieve que parecían querer recrear famosas esculturas mediante extremidades, miembros y órganos humanos, y que transformaban aquel calabozo en una pequeña galería de arte siniestro, repulsivo. Light apartó la mirada de una figura especialmente perturbadora en la que aparecían unos muy reales y vacuos ojos. Por supuesto, la luz ultravioleta servía para realzar ciertas tonalidades sobre otras creando aquel sorprendente efecto, por lo que aquella exigua, y a la vez sofocante, iluminación tenía un motivo de peso. En parte daba gracias al calor que esta irradiaba y que le procuraba un medio para no pillar una neumonía.

«Aunque una neumonía es el menor de mis problemas.» pensó, lúgubre, mientras daba un par de pasos alrededor de la habitación, ojeando todo a la par que hacía funcionar su cerebro a marchas forzadas. «Tengo que salir y encontrar a Ryuuzaki.»

Paseó la mirada por la cama y por la superficie de madera en busca de su ropa. Ni sus prendas ni las de Ryuuzaki estaban a la vista, aunque sí distinguió dos teléfonos móviles tirados junto a una de las patas de la piltra. No obstante, cuando se abalanzó sobre ellos con el ansia devorándole las entrañas comprobó con desazón que estaban rotos.

Mierda masculló aplastando en el acto uno de los móviles con sus manos. Luego lo lanzó tal cual desecho.

Aparte de los móviles, sus carteras y una bolsa de chocolates, no había nada más. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones de oxígeno; el hedor que impregnaba el aire le provocó un ataque de tos. Se llevó la mano al pecho, consumido por fuertes estertores. Cuando unos segundos más tarde alzó la vista, con los ojos castaños enrojecidos y acuosos a causa del ardor, un resplandor iridiscente en una esquina de la alcoba, cerca de la pantalla suspendida en la pared frontal, captó su interés. Era algo pequeño, por lo que Light necesitó recortar distancias para apreciar su naturaleza.

¿Qué narices...? imprecó cuando sus dedos cogieron el objeto redondo que emitía aquel débil fulgor.

Light se percató, anonadado, de que se trataba del medallón de Ryuuzaki, el que siempre llevaba al cuello, el que era un arcón de evocaciones a un pasado perdido, a una amiga fallecida. La superficie broncínea de la moneda azteca no debería reaccionar bajo la luz ultravioleta y, sin embargo, ahí estaba. Con los dedos, el universitario sobrevoló el medallón por la cara en la que habían sido talladas las letras que representaban a Ryuuzaki y los demás. El contacto fue casi una caricia tímida, como si creyera que aquellos flamantes trazos que habían emergido arrastrados por la luminosidad de los apliques de luz negra pudieran diluirse a la más mínima invasión, con la facilidad con la que lo hace una gota de lluvia recogida por una hoja.

Tragó saliva. Sabía con total certeza, pese a no haber tenido la ocasión de estudiar el medallón prolijamente, que aquella cuidada caligrafía que descollaba en un resplandor fluorescente no había estado ahí con anterioridad. O, mejor dicho, no había sido visible para los ojos humanos. A Light no le resultaba desconocida la existencia de la tinta invisible para luz UV, pero eso no mermaba el asombro que sentía en aquel momento. ¿Sería conocedor Ryuuzaki de aquel mensaje oculto? ¿acaso lo habría transcrito él mismo? Con un nudo en el cuello que amenazaba con cortarle la respiración, sus ojos vagaron sobre aquellas líneas malditas, escritas en perpendicular a las letras en mayúscula que habían sido grabadas.

«Alexander Drew, Beyond Birthday, Elle Lawliet, Sophie Monshadow...»

Su corazón palideció al leer el tercer nombre. Su boca se entreabrió, demudado su rostro por la sorpresa. La moneda se le resbaló de las manos repentinamente sudadas. El impacto de la caída hizo un extraño eco que reverberó en sus oídos como una onda expansiva que le inundó las venas y el cerebro de un desasosiego nervioso.

«Los nombres... de todos ellos. Elle Lawliet...» Se agachó tembloroso a recoger la moneda y fijó su mirada en aquella incierta revelación. «Joder, acabo de descubrir el verdadero nombre de Ryuuzaki. Esto no puede ser cosa de él».

Sophie, así se llamaba la propietaria original de aquel medallón. Era más que probable que hubiera sido ella la que había sentido el impulso de dejar constancia de sus nombres completos y, desde luego, había tomado asaces precauciones para que estos no fueran leídos con facilidad. Al fin y al cabo, aquella tinta únicamente revelaba sus secretos bajo la influencia del fogoso centelleo de la luz negra; de hecho, Light ni siquiera creía que Ryuuzaki fuera consciente del tamaño desacierto que residía en aquel medallón, un desacierto que, si realmente recayera sobre él la culpabilidad que tanto le achacaban, la vida de Ryuuzaki estaría a su merced.

Tras darle una última ojeada incrédula al metálico, se colgó la cadena del cuello dejando que la pieza reposara entre sus clavículas. El contacto helado le provocó un escalofrío. Su corazón todavía vibraba encabritado como un átomo cuando decidió que era hora de salir de aquel cuartucho. «La puerta es de madera y parece antigua», meditó tomándose del mentón, «por lo que si tengo suerte y está cerrada solo con llave, sin cerrojos ni pestillos de por medio, debería resultar relativamente sencillo abrirla haciendo uso de una tarjeta de crédito». Antes le había parecido divisar su cartera por los suelos.

En efecto, la localizó aprisa tirada sobre el roído suelo de madera, cerca de una de las paredes oscuras y salpicada de restos de su vómito. La cogió sin remilgos y buscó entre el revuelo de papeles el objeto que se tranfiguraría en su billete de huida. El peso de la cadena colgando de su muñeca era un macabro recuerdo de que Ryuuzaki no estaba con él, un recuerdo que le fustigaba con la fuerza de un meteorito, y al mismo tiempo, con el dolor mordaz de una cuchilla. A pesar del bochorno que fluctuaba en la contenida atmósfera fruto de la luz nociva que se derramaba por los apliques, Light empezó a sentir los miembros helados. La mezcla de olores, a putrefacción, a cerrado y otro tanto que evocaba cuartos de hospital y agua oxigenada, parecía ir adquiriendo intensidad con el transcurrir de los minutos colmando el aire estancado de una perturbadora ponzoña.

Light se irguió con premura en cuanto encontró la susodicha tarjeta, pero la rapidez del movimiento obnubiló su visión por un instante. Maldijo para sus adentros y, justo cuando iba a abalanzarse en dirección a la puerta, artefacto en mano, un chasquido se escuchó al otro lado de la habitación.

Light se detuvo en seco y viró la cabeza. En la pantalla que había permanecido apagada hasta entonces, se mostraba ahora con nitidez la imagen de una silla de hierro sobre cuya superficie yacía un cuerpo inmóvil, cabizbajo y con un velo negro echado sobre la cara y el pelo. Tenía las manos atadas a la espalda mientras que unos grilletes le apresaban los tobillos a sendas patas delanteras de la silla. Aunque no se le veía el rostro, estaba completamente desnudo y Light se quedó lívido ante un cuerpo demasiado conocido.

Veo que ya te has despertado. Magnífico dijo una voz aguda pero sin duda varonil a través de la pantalla. No me gustaría dar rienda suelta a la creatividad sobre mi nuevo material sin presentarme. O, solo espera un momento, estoy seguro de que deseas contemplar con tus propios ojos el espléndido trabajo que he hecho con vuestro amiguito.

La cámara ondeó por la estancia hasta que se fijó en un nuevo plano. Un lienzo alargado en relieve, parecido a los que habían en el cuartucho al que Light había sido designado, reposaba apoyado contra la pared; vagamente, Light advirtió que no había ni una sola ventana en aquel lugar tampoco. Sobresaliendo de la pintura, sobre un fondo boscoso en el que descollaba una rosa negra y abierta, un corazón ocupaba el plano central por encima de la flor y dos manos cercenadas, pegadas al lienzo por las muñecas, parecían querer recoger el órgano. En la parte superior del cuadro, un rostro agónico parecía emerger de este como si quisiera escapar del plano; las facciones estiradas y ligeramente deformadas aún mantenían las distinguidas facciones de antaño.

Ken murata, un bello espécimen aclaró extasiada aquella voz depravada, aunque innecesariamente.

Las cuencas de los ojos de Light ya se habían abierto de forma desmesurada, las finas venas se le habían hinchado con un horror truculento, desmedido. Entonces, el estómago se le revolvió y Light vomitó a pesar de no tener nada que verter, vomitó inclinado hacia un lado, descompuesto por semejante atrocidad; vomitó con temblores crueles y espasmos enfermizos que le callejearon por el cuerpo sacudiéndole las entrañas. Cuando volvió a levantar la cabeza, aun con espumarajos de bilis y sangre alrededor de la boca y un hilo de saliva balanceándose precariamente de entre sus labios, la imagen de la pantalla volvía a ser la inicial. Aquel cuerpo pálido tan parecido al de Ryuuzaki...

El hombre habló de nuevo.

Increíble, ¿verdad? Aunque ya debes haber visto todo el repertorio de la habitación en la que estás. Ah... suspiró con deleite. No te preocupes, tu hora también llegará. La hora en la que tu sucia existencia ascienda para convertirse en arte divino.

No... El murmullo fue interrumpido por nuevas arcadas incitadas por el pestilente hedor cuyo origen hórrido no le era más una incógnita.

¿No? Bueno, por supuesto, no estoy seguro de si formáis parte de esa sucia perversión de la humanidad, pero sé que vuestro colega Murata lo era y algo me dice que vosotros también. Lo estuve siguiendo unas semanas, ¿a que no lo sabías? Frecuentaba esos repugnantes antros para gente como ellos, ¡agh! Se escucharon unos repiqueteos, como si estuviera manejando algún tipo de herramienta. Pero eso cambiará pronto, ¡yo os salvaré de vuestra corrupción! Yo... del diablo que os agracia con belleza a cambio de blasfemar contra el Señor, ¡el sagrado Señor!

El hombre se empezó a reír de forma estridente. Light podría haber saltado con mil réplicas, podría haber encontrado toda una retahíla de puntos que rebatir en aquella cuestión, pero en ese momento ni pudo ni creyó que fuera de utilidad alguna. Sus pupilas, como pepitas, no podían apartar la mirada de la pantalla, del sujeto de la silla. Podía ser alguien con un cuerpo parecido, en Japón habían muchos chicos delgados y paliduchos, con pezones rosados, pelvis marcada, hirsuto pelo negro alrededor del pene... Le temblaron las manos y su peor pesadilla se hizo realidad cuando el hombre, aún entre risas, despojó al prisionero del velo que le ocultaba rostro y cabello.

Desde los cuadros, el demente amasijo de extremidades, vísceras y cuerpos retratados con pésimo gusto parecieron burlarse de él. Sus carcajadas ilusorias pero estridentes abofetearon al japonés hasta hacerle caer de rodillas.

Ver a Ryuuzaki en manos de aquel demente, quieto e indefenso como si no quedaran retazos de vida en él, fue peor de lo que había imaginado. Un odio puro hirvió en su interior y deseó que Kira matara a aquel insecto inmundo si se atrevía a rozar siquiera un pelo de la cabeza de Ryuuzaki. De lo contrario, lo mataría él mismo.

 

0.o.o.0.O.0.o.o.0

 

No debía haber pasado ni una hora desde que se habían acostado él y su mujer, acaso dos, cuando la melodía predeterminada que tenía como tono de llamada en su móvil le sacudió el sueño rudamente. Habían estado entablando conversación con el hermano de Sachiko y su mujer rusa; en el caso de Soichiro, aunque ya se habían puesto al día la noche anterior, como este venía con el tiempo atravesado del Cuartel de Investigaciones tampoco habían tenido tiempo de hablar largo y tendido. Por supuesto, tanto ellos como Sascha, el que era su sobrino, habían sido informados de que Light se encontraba bastante ausente a raíz de su reciente independencia a un apartamento cuya ubicación, al norte de la ciudad, no favorecía las visitas asiduas.

¿Pero vendrá a comer para las fiestas, no? había dejado caer Tiana, mientras se cruzaba de piernas en el sofá y bebía un sorbo de su copa. Sus ojos habían virado hacia Sachiko. Tú hermano y yo estamos deseando ver cuánto ha crecido el pequeño y eximio Light, querida. Además, seguro que se lleva bien con Sascha, él también estará deseando ver a su primo después de casi ocho años.

Sascha había hecho un gesto poco comprometido, sus ojos claros y fríos como témpanos de hielo habían emitido un destello burlón antes de, con una angelical sonrisa, pronunciar:

Aunque no promete ser una gran compañía con toda su perfección y sus aburridos objetivos laborales y académicos.

Había dejado patitiesos tanto a Soichiro como a su mujer, pero aun así la reprimenda escueta de su padre le había parecido a Soichiro extremadamente seca para un padre y un hijo de buena relación. La conversación se había extendido hasta las diez de la noche a lo sumo, pero había ayudado a reconocerse todos mejor después de tanto tiempo. Sayu, la única que se había ido a la cama después de estar viendo fotos con su primo, fue la única ausenta aparte de su primogénito.

Soichiro se medio incorporó en la cama todavía confuso y, en medio de un bostezo y con los párpados pesando como elefantes, encendió la lámpara triangular que reposaba en la mesita de noche. Su mujer también se había despertado y lo miraba con el ceño fruncido y la mirada ida, como si su mente aún no hubiera vuelto del mundo de los sueños.

Soichiro cogió el móvil. Una arruga hizo un pliegue en su entrecejo al ver el remitente.

¿Qué ocurre, cariño? ¿Quién te está llamando a estas horas?

Espera un momento, tengo que atender esta llamada. Tras levantarse y ponerse las zapatillas, se inclinó sobre su esposa y le besó castamente la mejilla. No te preocupes, sigue durmiendo.

Sachiko le miró un último instante con inquietud, pero luego se tumbó y cerró los ojos. Soichiro descolgó el teléfono mientras salía al pasillo de su casa, y de ahí al comedor, para poder hablar con absoluta libertad, sin temor a despertar a nadie. Un sentimiento de turbación y profundo horror se instaló en su pecho a medida que escuchaba.

 

0.o.o.0.O.0.o.o.0

 

Contempla, ¿no crees que es una delicia? Sintió el tocamiento de unos dedos ásperos deslizándose por su pecho. Pero podría ser mucho más hermoso, ¿verdad? Podría ser de una belleza celestial en lugar de por gracia del caído. Podría ser una obra de arte hecha para nuestra divinidad en lugar de permanecer como una infección de aquel que traicionó a Nuestro Señor. Sintió como unos labios burdos e igual de ásperos besaban su cuello. Después de un segundo se separaron. ¿Te das cuenta? ¡Ese es el influjo pecaminoso de Lucifer, ese que me lleva a adorar la belleza de estos cuerpos masculinos en lugar de los de una bella dama! ¡El mismo poder satánico que los corrompe a ellos! No... se quejó bajando la voz. Que nos aleja de Nuestro Señor... yo no... No lo permitiré, seguiré el camino de la pureza, acabaré con las llamas del mal y su putrefacto sahumerio del pecado.

La perorata desquiciada que estaba escupiendo aquella asquerosa voz se silenció entonces. Los párpados de Ryuuzaki aletearon con dificultad. Se sentía cansado y somnoliento. Una frialdad extrema, como si estuviera metido en una nevera, le perforaba la piel de todo el cuerpo. Pronto notó que estaba completamente desnudo y, como si fuera el murmullo de un lejano oleaje, escuchó otra voz, distinta y más agradable, gritar angustiosamente entre súplicas y lamentos que le quebraban las palabras.

«Light» pensó. Pero el universitario nunca soltaría aquellos sonidos histéricos propios de una persona de alto nerviosismo sometida a un episodio extremo. Light era una persona serena, nunca se pondría de esa forma, no con aquellos chillidos de gorrino.

Por favor, por favor, te lo suplico, ¡haré lo que desees, lo que desees de verdad! Pero no le hagas daño, por favor sollozó de nuevo. ¡Por favor!

La persona que había hablado al principio chasqueó la lengua con disgusto.

¿Daño? Haceros daño no es mi cometido, ¡esto es un acto altruista! ¡Un acto de profunda consideración hacia el resto de la humanidad, hacia el reino del Dios! Al nombrar a su Señor el tono se le agudizó de forma que recordó a un violín roto. Luego el hombre inspiró tan profundamente que Ryuzaki pudo apreciar el sonido. Sus párpados volvieron a aletear y consiguió entreabrir los ojos a tiempo de enfocar el perfil de un borroso sujeto a unos metros de él, junto a una mesa. Mientras se afanaba en mezclar una masa espesa el hombre continuó hablando: Algunos creen que la homosexualidad es una enfermedad, pero yo sé que no. ¡Aunque mucho menos es algo normal! No, eso tampoco... Esta perversión es una semilla del caído, si se les deja campar a sus anchas por el mundo no harán más que diseminar el mal entre los demás. Vio vagamente como el hombre cerraba los ojos con afectación, su mano huesuda contra la superficie del escritorio en el que trabajaba. Yo también fui infectado, pero mi voluntad es más fuerte.

¡Lo entiendo, de verdad, te ayudaré en tu cometido! Solo... por favor, déjalo libre a él.

No entiendes nada espetó, como nadie. Uno es suficiente para que el mal se extienda como la peste.

¡Por favor, por favor, a él no!

El rostro del hombre se crispó.

¿Es que no puedes estarte calladito? ¿quién hubiera pensado que ibas a montar todo este escándalo, eh? Quiero que veas el fabuloso método de liberación, pero si sigues gritando como si te estuvieran torturando me vas a obligar a silenciar los altavoces.

Fue entonces que Ryuuzaki pudo enfocar lo suficiente su vista como para darse cuenta de todo lo que le rodeaba: del cuarto sin ventanas, con focos de luz blanca y deslumbrante; de la mesa abarrotada de numerosos utensilios ubicada frente a él, donde se hallaba el hombre enfundado en una bata blanca y gafas de media luna tras las cuales asomaban unos ojos rasgados pero saltones como los de una rana; de la pantalla, también, que los vinculaba con Light, un destrozado Light que lloraba a lágrima viva y parecía a punto de tener un ataque de ansiedad; pero, sobretodo, se fijó en los rastros de tierra húmeda por el suelo, especialmente cerca de una escalera ascendente que terminaba en una puerta baja, casi cuadrada.

A pesar de la lentitud de sus neuronas, que parecían ralentizadas con algún tipo de sedante fuerte, Ryuuzaki tuvo claras cuatro cosas al terminar su improvisada inspección. Primero, que habían sido atrapados por el secuestrador de Ken Murata que no era otro que el asesino en serie de jóvenes homosexuales. Segundo, que el tipo en cuestión daba todo el aspecto de un científico japonés demente y obsesionado con la religión, que se dedicaba a proclamar la salvación, en lo que con salvación se refiere a heteronormativa, mientras se tomaba las molestias de abusar sexualmente de sus víctimas antes de 'salvarlos«el arquetipo perfecto de la heterosexualidad, sin duda». El tercer punto que no se le había pasado por alto era que estaba en un sótano, de ahí las escaleras, la falta de ventanas y la tierra esparcida por la entrada. Y, por último, que Light estaba tramando algo, no había otra explicación para aquel comportamiento histriónico tan impropio de él.

.Vaya, vaya... veo que has abierto los ojos, ¿estás cómodo? Ryuuzaki sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral cuando aquel hombre cuarentón se le acercó y le manoseó los muslos; sus ojos saltones, ávidos de deseo, le bebieron con la mirada. Sin duda, nadie lo diría de ti. Eres exótico en la medida que es exótico lo desconocido, caucásico además. Pero tienes algo... gimió roncamente y, para horror de Ryuuzaki, se llevó la mano a su paquete.

El sedante sin duda hacía su efecto, porque se veía incapaz de retorcerse, de aunque sea tratar de apartarse del toque de aquel hombre sin escrúpulos cuya mano le acarició el pecho lampiño y le pellizcó los pezones mientras con la otra continuaba masajeándose el miembro por encima de los pantalones. Un desprecio con conatos de terror empezó a aguijonearle la garganta como si fuera lluvia invertida. Los grilletes en sus tobillos fueron más reales, de repente, desgarrándole la piel de esa zona si intentaba mover las piernas. Las cuerdas que apresaban sus brazos detrás del respaldo de la silla eran como anacondas cortándole la circulación.

El hombre le tomó del mentón y le acarició la mejilla con brusquedad.

Tu mirada perdida y oscura es como fuego del infierno... Ah, me hace arder...

Aquella boca húmeda y asquerosa se abalanzó sobre la suya. Oyó las súplicas ahogadas de Light desde el otro lado de la pantalla. Quiso gritar, morderle la lengua, quiso permanecer estoico e impasible, no mostrar debilidad. Pero la droga que le había suministrado le impedía hacer ni una cosa ni la otra. Era poco más que un muñeco, un muñeco con consciencia.

Entonces sonó el estruendo de un cuerpo colapsando. El hombre se apartó de él y se giró. En su confusión, Ryuuzaki tuvo una vaga idea del causante.

Un rictus de desprecio deformó las ya de por sí grotescas y hundidas facciones del individuo cuando masculló:

Tu amante se ha desmayado, la juventud de hoy en día es tan endeble... suspiró apenado y apagó la transmisión con la otra sala. Ahora no sirve de nada tener su imagen desfallecida perturbando nuestro trabajo.

Cuando volvió a girarse hacia él, con expresión extasiada, Ryuuzaki solo pudo albergar la esperanza de que el plan de Light funcionara, y rápido; de lo contrario más le valía que su medida de seguridad para emergencias lo hiciera. Como había dicho Light en su momento, no estaban a cinco minutos de Tokyo. Cerró los ojos, demacrado. Las manos y la boca de aquel ser mancillando su cuerpo, su persona de aquella manera, era la cosa más horrenda que había sentido nunca.

 

0.o.o.0.O.0.o.o.0

 

En cuanto el psicópata cortó la videoconferencia, tal y como Light había estado esperando al ponerse a gimotear y a suplicar piedad exageradamente para luego fingir un desmayo, se precipitó hacia la puerta recogiendo la tarjeta de crédito que había dejado caer al suelo durante su actuación. La imagen de aquel chiflado toqueteando a Ryuuzaki de forma obscena le ponía enfermo. No obstante, el alivio que había sentido al ver asomar sus profundos orbes negros, al comprobar que estaba sedado y no muerto, era inmensurable.

Pese a la ansiedad y a la urgencia que le revoloteaban por dentro como pájaros espantados, fue todo serenidad cuando con una mano deslizó la tarjeta entre el marco de la puerta y el lado biselado del pestillo al tiempo que giraba la manija hacia sí mismo. Después de dos intentos el pestillo hizo un chasquido y Light supo que lo había logrado y la facilidad con la que lo había hecho no dejaba de ser una prueba de que en los planes del asesino no estaba el secuestrar a más de un rehén a la vez; su cárcel había sido improvisada. Cuidadosamente, de forma que no apartara sin querer la tarjeta del punto en el que el pestillo encajaba con el agujero, abrió la puerta. Una oleada de frío invernal le embistió en el acto. Light tembló, encogiéndose un poco sobre sí mismo, pero no vaciló. No tenía tiempo.

Tras echar una rápida mirada evaluativa al oscuro corredor, se adentró hacia el lado derecho, el único que no finalizaba en una pared. Sus piernas se resintieron cuando empezó a deslizarse con rapidez entre las distintas salas, una cocina maltrecha y un baño con poco más que un retrete y una ducha oxidada. La casa no era muy grande y no tardó en inspeccionarla al completo, pero como había sospechado no había ni un alma viviente. «Solo montones y montones de esos estrambóticos cuadros» pensó, lúgubre. No obstante, restos de comida instantánea reciente y ropa tirada aquí y allá delataban que aquella era la vivienda de alguien. En su carrera había atrapado una manta roída que yacía extendida sobre un sofá viejo y destartalado, por lo que el repentino frío que le había asediado al salir de la habitación atemperada por la luz ultravioleta había sido mínimamente atendido.

Pero Light todavía tiritaba, y aunque sus labios ateridos por el frío y los pies descalzos tenían parte de la culpa, no eran el motivo principal. Echó una ojeada al exterior, la oscuridad de la madrugada no le permitía ver nada. El motivo principal era aquel miedo, un miedo atroz por lo que le pudiera pasar a Ryuuzaki, por lo que le podían estar haciendo en ese mismo instante, y que le oprimía el pecho como si su corazón fuese de goma. Sintió que se ahogaba en un océano de ansiedad, pero trató de tranquilizarse. No. No todo había sido una actuación para que aquel psicópata apagara la videoconferencia. Había habido parte de verdad, una verdad que le asustaba, una verdad en forma de voz que parecía susurrarle una profunda y secreta letanía. Una letanía que desconocía y que no quería conocer, una que quedaba opacada por el miedo a perder a Ryuuzaki. «A Elle» le corrigió una voz en su cabeza, empero se la sacudió de encima como si fuera una mosca.

«¿Donde? ¿donde pueden estar?»

Light había buscado un teléfono por la casa pero no había ninguno.

«Piensa, joder, piensa.»

Aunque había sido solo un momento en el que la cámara había vagado en un raudo vistazo por el cuartucho, le había parecido ver unos peldaños que subían hacia alguna parte... Abrió los ojos impresionado por cuán lento de pensamiento le estaba volviendo la preocupación.

Una bodega subterránea, ¡seré imbécil! exclamó mientras salía disparado hacia la puerta principal. Tiene que haber una trampilla o algo por el estilo, y dudo que esté muy lejos.

De súbito, justo cuando su mano arrancaba de un tirón la puerta de su reposo, un estallido ensordecedor detonó en un lugar no muy lejano del exterior. Light se notó palidecer mientras se lanzaba de pleno a la boca del invierno, y el resplandor de la explosión, como un faro en la penumbra infinita de la noche, le mostró la dirección que tenía que seguir.

Notas finales:

¡Oh! Sabremos el origen de esa explosión en el próximo capítulo, ¡gracias a los que se molestan en comentar! :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).