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Fuego en Sicilia por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Disfruten .

Capítulo 11

   Bajo el sol de Palermo.

 

   Con la piel apergaminada por el sudor, luego de haber corrido hasta la terraza de la cabaña principal, guiado por André, quien había regresado con los demás, Shante se vio por fin frente a frente con Bruno. Los ojos miel del Alpha lo miraban fijamente, acariciándolo con ellos, jugando con un silencio que hablaba más que mil palabras.

   —¿Es cierto lo que me dijo André? ¿Es cierto? —preguntó el omega, con un tonito desesperado.

   Bruno asintió con la cabeza, sus ojos seguían hablando por él; diciendo todo lo que no podía contar de momento.

   —¿Cuándo? —volvió a hablar Shante, reproche en cada letra.

   —Lo más pronto posible.  

   —¿Por qué? —inquirió de nuevo el omega, acercándose un par de pasos —¡¿Por qué?! —repitió en tono más bajo, casi sollozante—. ¿Era todo mentira acaso? ¡¿Todo esto fue una broma para ti?! ¡Mi primo está muerto, ¿sabes?! ¡Muerto!

  Un silencio más profundo que el mar cayó sobre ellos. Bruno quería decirle tanto a Shante, explicarle cada cosa, punto por punto, pero simplemente no podía. No sentía que Shante estuviera preparado para tantas verdades, verdades demasiado oscuras para su corazón puro.

   —Te recuerdo que tú renunciaste a mi primero, Shante. Te lo recuerdo bien — fue lo que dijo entonces, caminando hasta una silla reclinable de la terraza. Shante lo siguió, sentándose a su lado en otra silla. Bruno se llevó las manos a la cabeza y suspiró, lo que diría no era fácil, pero tenía que decir algo, por lo menos algo para comenzar.  

   —Hace un par de años, lastimé gravemente a un hombre, Shante —dejó escapar por fin, sin mirar a su acompañante a los ojos—. Fue en defensa propia, pero lo herí seriamente —explicó con calma—. Sus amigos buscan venganza y la obtendrán si me quedó en Palermo. ¿Lo entiendes ahora? Debo alejarme de aquí rápido; quizá para siempre.

  Al escuchar aquello, el cuerpo de Shante se puso rígido como las rocas del acantilado que se veía a lo lejos. Sus ojos negros se abrieron todo lo que daban y su boca tembló sin conseguir articular palabra.

   —Shante… —se intentó acercar Bruno, pero el omega se apartó, poniéndose de pie, alejándose varios metros—. Shante por favor, no me tengas miedo —suplicó el Alpha—. No lo soportaré.

   —¡Heriste  a un hombre! —sollozó Shante, aterrorizado—. ¡¿Lo mataste?!

   —¡No! —negó Bruno, esta vez, mirándolo a los ojos a pesar de la mentira—. Sólo le disparé pero quedó lisiado de una pierna.  Esa es la verdad, mi pequeño. ¿Me puedes entender ahora? Esto es muy serio.

   —No… no puedo. ¡No puedo!

   Shante negaba con la cabeza, pero pese a ello, no volvió a alejarse  cuando Bruno se acercó, tomándolo por la cintura, demandando un beso que recibió la más apasionada respuesta. Shante estaba muy afectado por aquella confesión, pero ahora comprendía la urgencia de Bruno. Ahora necesitaba conocer los hechos, necesitaba saberlo todo a detalle.

   —Tu cuerpo no está de acuerdo con tus palabras —sonrió Bruno al termino del beso. Shante suspiró.

   —No es mi cuerpo el que decidirá —contestó.

   —¿Estás seguro? —volvió a sonreír Bruno.

   —No —aceptó Shante volviendo a llorar—, pero deberás contármelo todo, Bruno —exigió, separándose un poco—. Escucharé todo sin alterarme, pero me lo tendrás que decir todo; quiero escuchar cada uno de los detalles; hasta el mínimo.

   Bruno asintió. Tomando a Shante de una mano lo llevó dentro de la cabaña, lo sentó en un sofá y sirvió un trago para ambos. Sabía que Shante no bebía casi,  pero sabía también que en un momento así no rechazaría un poco de alcohol; ambos lo necesitaban.

   —Y bien… —empezó Shante, aceptando la bebida.

   —Me metí en algunos problemas hace algunos años —confesó Bruno.  

   —¿Qué problemas? —presionó Shante.

   —Problemas, Shante. Por favor, no me preguntes más de eso.

   —Entonces empezamos mal, Bruno —se exaltó el omega, intentando ponerse de pie.

   —No, por favor —lo detuvo Bruno, asintiendo con la cabeza—. Está bien, te contaré —aceptó, quedando de nuevo frente a Shante—, pero,  por favor, escucha con atención.

   Bruno sabía que tendría que maquillar perfectamente cada cosa que dijera a Shante. Pensaba contarle toda la verdad algún día, pero por el momento sólo podía darle verdades a medias. La verdad era demasiado escabrosa para que su inocente niño pudiera asimilarla en una sola mañana. Cuando estuvieran lejos de allí, seguros y juntos, con una nueva vida construida, entonces le diría detalle a detalle toda la verdad, le abriría su alma por completo. Por el momento era mejor ocultar las partes más oscuras; esas, que ni siquiera André conocía.

   —Hace unos años, mi padre y yo nos involucramos con unos inversionistas italianos que necesitaban que desviáramos unos dineros a unas cuentas extranjeras —comenzó Bruno.

   —¿Blanquear dinero? —interrumpió Shante, alzando una ceja.

   —Sí, así es. Y se que está mal —explicó el siciliano de inmediato—. Pero parecía algo limpio a primera impresión. Mi padre aceptó y yo, como su mano derecha, me vi involucrado. Luego de un tiempo, cuando descubrimos el asunto, nos hicimos a un lado y devolvimos el dinero. Por un tiempo todo pareció haber quedado en paz, pero un día…

   —¿Un día…?

   —Un día, uno de los inversionistas de aquel negocio se encontró conmigo en una fiesta —suspiró Bruno—, estaba ebrio y creyó que me estaba metiendo con su omega. Empezó a gritar que mi padre y yo le habíamos robado y nos fuimos a los golpes. Dos semanas después mandó a un matón a mi casa y digamos que, yo fui más rápido.

   —¡Por Shiva! —Shante se aterró por completo, llevándose las manos a la boca. Era horrible lo que estaba oyendo. Bruno continuó.  

   —Ahora han aparecido unos amigos de ese sicario y me rastrearon —informó con cansancio en la voz—, me amenazaron con matarme si no les entrego una buena suma de dinero.

   —¡Por todos los cielos! ¿Y por qué no pagas? —jadeó Shante, con tono suplicante.  

   —Porque ese sería sólo el inicio de una larga cadena de chantajes —explicó Bruno—. Si saben que me pueden sacar dinero, lo seguirán haciendo sin parar. Debo poner tierra de por medio con esa gente.

   Shanté negó con la cabeza.

   —Pero no es justo. ¡Es tu vida! ¡Vas a perder todo!

   —No voy a perder nada, mi pequeño —le tranquilizó Bruno, sonriendo ligeramente—. Sólo iniciaré de nuevo en otra parte. Es hasta entretenido si lo veo por el lado positivo —anotó—. Lo único que me retiene aquí eres tú.

   —¿Y André? —susurró bajito el omega

   —André siempre sabrá donde estoy —sonrió Bruno.

   —¿André sabe de esto?

   —Lo sabe. Tanto él como Braulio saben todo —contestó Bruno, produciendo, de nuevo, una punzada de celos en Shante.

   —¿Cuánto tiempo tienes para quedarte? —inquirió el susodicho, con un deje de irritación.

   —Unos meses. Si logro engañarlos como lo he hecho hasta ahora, quizás aguante hasta que termine el año escolar. Shante, quiero que vengas conmigo. Juro que te apoyaré en tus estudios y te ayudaré en todo.

   —Bruno…

   —Shante, por favor. Te necesito —suplicó el Alpha.

   —¿A dónde irás? —inquirió el omega.

   Bruno negó con la cabeza.

   —No lo he decidido del todo, pero posiblemente sea a Noruega. Tengo personas allá que pueden ayudarme… ayudarnos, si aceptas venir conmigo.

   —Bruno…

   —No tienes que contestarme nada ahora, sé que te he sorprendido —lo calmó Bruno, cortando la distancia entre ellos—. Piénsalo bien, procesa toda esta información bien, y luego me respondes —dijo acariciándole una mejilla—, sólo ten en cuenta que será nuestra única oportunidad de ser felices. Sabes que aunque no estuviera en este lio, de todas formas no habría otra solución para nosotros. Huir lejos es la única opción que tenemos para estar juntos. Lo sabes.

   Shante asintió con los ojos llenos de lágrimas. De un solo movimiento se acercó a Bruno, tomando los labios del Alpha con un nuevo beso. Ambos cuerpos cayeron sobre el sofá, dispensándose suaves caricias. Bruno dejó los húmedos labios, desplazándose hasta el cuello del omega, quien jadeó sobre el acolchado mueble, anhelante y dispuesto. Los besos y las caricias se volvieron cada vez más intimas, dejándolos pronto, sudorosos y calientes. Pronto las ropas comenzaron a estorbar, quedando descartadas en el suelo. Bruno rozó su miembro contra el de Shante, produciendo un respingo de puro placer en el omega; sus bocas volvieron a encontrarse, sin intención de separarse hasta que los fogosos amantes sintieron de nuevo la necesidad de aire.

   —Quiero tomarte por completo esta vez —susurró Bruno contra el oído de Shante, frotándose contra él.

   —Yo también… pero… —dudó el omega.

   —Necesito saberte mío, tenerte por completo —insistió el Alpha.

   —Yo también —jadeó Shante, asintiendo suavemente.

   —Mi amor.

   Atontado de felicidad, Bruno no perdió tiempo, tomando de nuevo esos labios rojos y húmedos que le respondían tan atentamente. Se imaginó cómo sería tenerlos alrededor de su verga y tembló de placer. Pronto, cuando su niño fuera suyo, podría enseñarle muchas cosas y disfrutar con el de todos los recursos del sexo. Por el momento tendría que ir con calma, descubriendo de a poco cómo era ese cuerpo, sus puntos cumbres y la forma de complacerlo.

   Por el momento parecía que los pezones eran una de esas zonas, pues con sólo rozarlos se habían puesto duros y erectos, deliciosos para ser acariciados con su lengua, lo cual hizo sin dudar.

   Shante arqueó su cuerpo y gimió más alto. El calor en su cuerpo era casi tan fuerte como el del celo, aunque sin nublarle tanto la mente. Estaba perfectamente consiente de que iba a cometer una locura, entregándose de esa forma, era consciente de ellos, pero increíblemente, no le importaba. Sentía que hacía lo correcto, con la persona correcta. Bruno era su pareja destinada, con el único que debía compartir aquello.

   Cuando Bruno alejó la boca de sus pezones, instalándose más abajo, Shante giró su rostro, observando el maravilloso paisaje de Palermo. Desde aquellas paredes acristaladas, desde esa cabaña magnifica se podía observar el hermoso esplendor de la ciudad.

   Entonces, de repente, justo en el momento en que Bruno tomaba su miembro en su boca, regalándole el chispazo de placer más fuerte que hubiera sentido antes, Shante recordó que fue allí mismo, en ese mismo lugar, donde Bruno y André habían perdido la virginidad. Como si le hubiese caído un rayo, el calor de su piel se desvaneció; el fuego en su cuerpo se sofocó del todo, y como remplazo, sólo quedó una extraña sensación de malestar y un horrible sentimiento de suciedad en su ser.  

   —¡Detente! —se exaltó, apartando a Bruno de un empujón.

   —¿Qué pasa? —se asustó Bruno, incorporándose—. ¿Sucedió algo malo? ¿Te lastimé?

   —¿Fue aquí, verdad? —fue lo que respondió Shante, respirando entrecortado—. Fue aquí donde André y tú estuvieron juntos, ¿no es cierto?

   —Shante… yo…

   —¡Aquí no! —gritó el omega, poniéndose de pie en busca de sus ropas.

   —Shante, es una tontería.

   —¡Para mi no lo es! —se ofendió más el hindú—. ¡No voy a perder mi virginidad en el mismo lugar donde te tiraste a tu primo!

   —Shante, por favor.

   —¡Suéltame, Bruno! —se apartó cuando el susodicho intentó atraparlo—. No haré nada contigo en este lugar.

   —¡No podemos vernos en ningún otro sitio! —contraatacó el Alpha.

   —Pues tendremos que encontrar la forma, porque aquí no volveré a hacer nada.

   Bruno suspiró. Al parecer el asunto de André aun no era tema superado por su omega. Con cuidado se acercó, sentándose desnudo en el sofá, mirando a Shante con cara de cordero degollado.

   —¿Estás enojado conmigo? —preguntó suavecito.

   Shante negó con la cabeza, terminando de vestirse.

   —Que sea en otro lugar, por favor —suplicó, sentándose junto a Bruno después—. Sólo no quiero que sea aquí. Por favor.

   Bruno sonrió. Definitivamente su pareja era un celoso de cuidado. Sonriendo respondió al abrazo de su chico, besándolo suavemente en la cabeza.

   —Será donde tú quieras —le sonrió, dándole un corto beso en los labios—. Además, quiero que sea especial y perfecto para ti.  

   —Yo también quiero que sea perfecto —susurró el omega, sonrojándose—. Ahora será mejor que regrese. Pronto vendrán a recogerme.

   —¿Vendrás mañana? —preguntó Bruno, antes de dejarlo ir. Shante asintió.

   —Tendré que venir tres veces a la semana a partir de ahora. André está eufórico con este show y se pondrá peor.

   — ¡Oh, eso ni lo dudes! —se carcajeó el Alpha—. Aunque mejor para mí —le guiñó el ojo, dándole un último beso—. Así podre verte más seguido.

   —Las próximas veces seguro vendrá Gau.

   —Pues ya encontraremos la forma de distraerlo.

   Shante sonrió, despidiéndose de Bruno. No había querido rechazarlo de esa forma pero no pudo evitarlo. El asunto de André era algo que no dejaba de escocerle. Sonrió. No había problema, por lo menos ya sabía lo que quería y esta vez no iba a detenerse. Amaba a Bruno con todo su ser y no iba a dejarlo ir; no podía. Sabía que le estaba fallando a toda su familia, a la familia de Harsha, al mismo Harsha, pero no podía evitarlo. Los sentimientos que había desarrollado por Bruno eran más fuertes que él mismo y no quería ni podía luchar más contra ellos. Tocó sus labios, sintiéndolos hinchados y punzantes, llenos aún de los besos de Bruno. Había sido un infierno haber estado todas esas semanas sin ellos, sin Bruno; sin su voz y su calor.

   Con el alma enfebrecida llegó nuevamente al sitio donde se hallaban los demás. André, que estaba allí, dando instrucciones, lo miró de soslayo y sonrió. Shante le sonrió de vuelta. Estaba feliz.

 

 

   Una vez de vuelta en casa, Shante contó a todos los detalles del baile. La familia estaba feliz con la canción escogida por los muchachos, y se sentían emocionados. Gau también contó sobre todo lo que había conocido ese día, haciendo énfasis en las iglesias que eran verdaderas obras de arte, en especial la catedral y la capilla Palatina. Aún le quedaban un montón de cosas por conocer, pero tiempo era lo que tenía de sobra para eso. Era como si estuviera tomando un año sabático y estaba encantado.

   —¿Ya vas a dormir? —preguntó Gau, tocando bajito en la puerta de la habitación de su hermano.

   —Aún no, revisaba unas cosas en la laptop —sonrió Shante, haciéndole un gesto para que pasara.

   Gau se sentó en la cama y miró a su hermano con dulzura. Pronto sería todo un graduado; un estudiante universitario. Era increíble cómo pasaba el tiempo, pensó, un poco aturdido. No podía contarle que estaba estudiando seriamente a posibles candidatos a marido, pero lo que sí podía, era imaginarlo lindo y puro el día de su boda.

   —Vas a verte hermoso —susurró, acariciándole una mejilla.

   —¿Cuándo? —rió Shante.

   —El día del baile —esquivó Gau—, el día del baile.

   Se dieron las buenas noches y Gau salió hacia su recamara. Shante suspiró y se acomodó en su cama. Estaba revisando esos archivos que Bruno y Braulio le habían pasado.

   —Con qué entonces sí era esto —comentó bajito, comprobando que era cierto lo que Bruno había dicho sobre las cuentas en el extranjero. Esa era una información que había logrado descencriptar desde hacía un tiempo, llamándole poderosamente la atención, y que ahora cobraba sentido. —Debería hacer copias de esto —dijo para sí, comenzando a descargar los archivos a varios cd que traía. Aun quedaba mucha información por descencriptar, pero para eso iba a necesitar unos softwares especiales que todavía no había podido conseguir. No sabía por qué estaba guardando todo ese montón de información que no le pertenecía, más aún comprobando que en efecto, Bruno le había dicho la verdad; sin embargo, algo le decía que asegurara esos archivos, que hiciera copias.

   Y ese presentimiento se hizo mayor cuando, dos horas más tardes, recibió un mensaje de Braulio diciéndole que pasaría en media hora por la memoria USB donde se había llevado la información, el día que se conoció con Bruno, pues la necesitaba con urgencia y los archivos originales se habían dañado por completo.  

 

   —¿La tienes? ¿La conseguiste?

   Braulio le enseñó a Bruno la memoria USB. Con un gesto de triunfo, el beta la puso en manos del Alpha, echándose sobre el sofá de la sala de Bruno.

   —¿Sabes si hizo copias? —preguntó Bruno.

   —Eso nos lo dirá nuestro nuevo experto en sistemas —señaló Braulio—. Recuerda que le pusimos a los archivos un código para saber cuándo han sido descargados o  cuándo se ha hecho copias de ellos. Por el momento, Shante sólo me dijo que logró descifrar la parte de los archivos que hablan de las cuentas.

   —Y esa parte ya se la conté hoy frente a frente. Así que eso sólo hará más creíble lo que le dije.

   —Exacto —asintió Braulio—. Si hubiera llegado más lejos, habría descubierto que esos “inversionistas italianos” no eran otra cosa más que mafiosos de la Cosa Nostra. Y habría sabido también, que el hombre que dejaste “lisiado”, realmente está a siete metros bajo tierra.

   —Braulio… —advirtió el Alpha con la mirada.

   —Ya se… ya se —chasqueó la lengua el susodicho—. Se lo contarás todo cuando estén lejos de aquí.  

   —Lo haré…

   Braulio miró a Bruno y luego suspiró, yendo por un trago. Realmente esperaba que todo saliera bien y que cuando Shante se enterara de todo, no fuera demasiado tarde.

 

 

   Los ensayos iban a pedir de boca. Gau había ido con Shante las ultimas veces, ganándose de inmediato la atención de los gemelos Paccini, quienes poco a poco se iban acercando cada vez más a él, tanteando el terreno.

   André estaba feliz de tenerlo cerca. Le había enseñado todo el lugar, paseándolo por todos los rincones, distrayéndolo cada vez que podía para que por pequeños ratos, Shante se viera con Bruno, logrando planear su fuga.

   —¿Te gusta? —preguntó el omega una de aquellas mañanas, enseñándole a Gau una de las mejores vistas del lugar.

   —Es casi mágico —jadeó el Alpha, sobrecogido ante la belleza del panorama—. ¿Vienes aquí a menudo?

   —Cada vez que puedo —se encogió de hombros André—. Eres bienvenido de venir  cuando desees —invitó con un deje seductor.

   —¿En serio? —jugueteó también Gau, sin saber muy bien por qué.

   —Por supuesto —respondió el siciliano acercando su cuerpo. Las manos de ambos se rozaron y sus cuerpos quedaron muy cerca, rozándose también.

   —¡Ey, chicos! —los llamó de repente Carlo, uno de los gemelos, interrumpiéndolos—. Vamos a meternos a la piscina, vengan. ¿Por cierto, han visto a Shante? —preguntó con toda la intensión, pues ya sabía que estaba con Bruno, en la cabaña principal.

   André se tensó, tomando su celular para enviarle un mensaje a Shante.

   “Ven rápido”.

   Shante regresó a los pocos minutos, asegurando que estaba en el baño. Gau y los demás siguieron disfrutando la tarde, mientras André reparaba bien en los gemelos Paccini. Tenía un presentimiento. Y no uno bueno.

 

 

   —Es justo como te dije —le dijo Carlo a su hermano—. Parece que Bruno y Shante se están viendo aquí, mientras André distrae a Gau.

   —Que conveniente —manifestó Gian—, ¿cómo lo tomará Gau cuando se entere?

   —Supongo que nada bien —sonrió el otro—. Y mucho menos si se entera que André lo está seduciendo para distraerlo.

   —¿Somos buenos niños y le abrimos los ojos? —preguntó el gemelo mayor con tonito angelical.

   —Sí —dijo su hermano—, seamos buenos niños.

 

 

   André decidió pasar el fin de semana en la cabaña. Por tres días suspendió los ensayos y decidió que entraría en celo. Ya no podía soportar más y los supresores le habían comenzado a producir muchas nauseas y taquicardias. Abriendo la puerta del espejo del baño, tomó las pastas restantes y las tiró a la basura, sintiendo de repente el fuerte calor inundándolo como mil flamas.

   —¡Oh, Dios! —gimió, sosteniéndose en la pared. Dolía como mil infiernos, mil veces más que en sus anteriores celos solitarios. Se sintió desfallecer, gritando muy fuerte; llorando. No iba a soportarlo solo; era imposible.

 

 

   En casa de Harsha se preparaban todos para asistir a un paseo familiar a cargo de la familia de Nanda. Como ese fin de semana no habría ensayos, Shante y Gau también decidieron unirse. Ya tenían todo el equipaje en los tres autos que usarían, acomodando a los niños en sus respectivos asientos y asegurando puertas y ventanas.

   Gau estaba terminando de arreglar su pequeño equipaje cuando un dolor intenso lo recorrió por completo. Era una opresión en el pecho tan fuerte, que no le permitía ni respirar. Tanteando la pared se desplazó hacia la cama y se sentó, respirando a bocanadas. Shante llegó en ese momento y lo vio en ese estado, corriendo hacia él de inmediato.

   —Gau, baguan kelie. ¿Qué tienes?

   —No es nada —mintió el Alpha, reincorporándose—. Es sólo un dolor. Creo que es eso que llaman osteocondritis. Ya sabes, cuando se inflaman las costillas.

   —¿Quieres que te lleve al doctor?

   —No, ¿cómo crees? —restó importancia Gau—. Ya se me pasó. Vayan saliendo, pediré algo a la farmacia.

   —¿Estás seguro? —Shante no lucía nada convencido.

   —Qué sí —lo despeinó Gau, sonriendo a pesar del inmenso dolor—. Baja ya y dile a nuestros primos que yo los seguiré en un taxi.

   —Yo te esperaré —insistió Shante.

   —De eso nada —se interpuso el Alpha—, no les causes molestias por algo tan insignificante. Qué vergüenza. Ve con ellos y diles que yo los seguiré al rato, que tuve que hacer una vuelta y que llegaré más tarde.

   —¿Me dirás si no te siente bien? —preguntó Shante antes de dar media vuelta.

   —Palabra —sonrió Gau dándole un beso en la cabeza.

   De esta forma, la familia entera partió, mientras Gau tomaba un taxi con otro rumbo. Su mente era un abismo de confusión, donde sólo había un lugar en mente. Pensó que se estaba volviendo loco pero finalmente divisó el sitio al que había llegado, sin podérselo creer del todo. El lugar estaba casi a oscuras y sólo quedaban allí, los hombres de seguridad.

   —Soy Gaurav Zarebi —se identificó, bajando el vidrio del taxi.

   —El señorito André lo está esperando —dijo uno de los guardias, señalándole el camino hacia la cabaña principal.

   Gau no sabía qué estaba pasando, pero no tenía ganas de averiguarlo en ese momento. Cuando bajó del auto y pagó la carrera, sus pies lo condujeron hacía la puerta de ese lugar casi de manera automática. Los escalones hasta la entrada principal se le hicieron eternos, aunque por suerte, la puerta estaba abierta.

   Al entrar, el calor lo golpeó como si estuviese dentro de una fogata y un olor deliciosamente agradable lo hizo cuestionar su realidad. André entró a la sala desde la terraza; estaba completamente desnudo. Gau jadeó al verlo. Si con ropa ya era precioso, sin ellas era como un espejismo. Los cabellos rojos caían sobre su piel blanquísima como cerezas sobre vainilla. Su piel estaba tersa y perlada de sudor, las carnes eran firmes, lampiñas  y esbeltas. Los ojos azules tenía la fuerza de mil mares en tormenta.

   —Te estaba esperando —dijo el omega, parándose frente a él.

   Gau lo acarició con su mirada, palmo a palmo. El olor era mil veces más penetrante a esa distancia, también el calor. Su ropa se pegaba a su piel, también sudorosa: se la quitó.

   Los cuerpos desnudos cayeron sobre la madera del suelo, el calor de ambos se volvió un solo, envolviéndolos.

 

 

   Continuará…

 

  

 

 

  

 

      

  

     

   

Notas finales:

Proximo capítulo: Sexo salvaje.


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