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Fuego en Sicilia por Sherezade2

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Capítulo 14  

 Tibio amor

 

   Los sonidos electrónicos inundaban los oídos de André. Los sintetizadores, las pistas interminables de notas imposibles le concedían la sensación de poder volar. Había sido una excelente idea llevar a Gau hasta esa disco de terraza abierta, aireada e iluminada por la noche siciliana.

   Se sentía más tranquilo desde que había salido de casa. No soportaba estar ni un minuto más en aquel lugar, consumido por la frustración y la soledad de una familia que no existía; de una vida de apariencia y ruina.

   La nota eufórica de una melodía trance le hizo elevar sus manos y saltar feliz. Sí, estaba ebrio. ¿Y qué? Su madre estaba ebria todo el día; todos los días. Dejarse llevar de vez en cuando no le haría daño a nadie. Por lo menos a nadie que le importara.

    —¡Quiero volar, Gau! —exclamó, sosteniéndose del susodicho—. ¿Quiero volar y quiero que vueles conmigo? ¿Te atreverías?

   Una sonrisa atravesó el rostro del Alpha. Ver André en ese estado era algo que despertaba en él una molesta y a la vez desmedida ternura que a pesar de querer evitar, era imposible hacerlo.

   Quería besar esas mejillas sonrojadas por el alcohol, tomar ese cuerpecito menudo y esconderlo para siempre entre sus brazos. Quería cerrar los ojos y volar con él. Quería hacer eso. Quería hacerlo para siempre.

   Sacudió la cabeza. ¿Qué estaba pensando? Ese mocoso y su desordenado temperamento no podían contagiarle. Era claro que ese niño tenía una vida terrible y arrítmica. Una vida marcada por un mundo donde no tenía reglas ni límites, un mundo donde no había padres que sembraran sentimientos profundos, raíces.

   Una parte suya comprendió en ese momento la frivolidad de ese omega, su egoísmo y su desprecio por la tradición. No tenía unas bases de vida sólida; nadie se las había enseñado. Para ese chico la vida sólo sería tomar lo que pudiera sin pensar en nada más; vivir el día a día entre risas y vanidades, un gran espejismo lleno de superficialidad.

   —¿Sabes que pasó hoy, Gau? —preguntó de repente André, pasando otro trago. Gau negó con la cabeza; sus ojos recorrieron al omega por completo. El suéter de André resbaló por su hombro dejándolo descubierto, delicioso.

   —Todo el mundo se enteró de cómo murió realmente mi padre —respondió el susodicho, acercándose a su amante—. Mi padre murió apedreado por una turba enardecida en una calle de Marruecos. Lo mataron por andar de exhibicionista con una mujer casada. ¡Así murió el gran magnate Iandoli! ¡Cómo un criminal!

   Gau se estremeció cuando vio unas lágrimas correr por las mejillas de André. El omega no dejaba de moverse al ritmo de la música mientras sus ojos se llenaban de más y más lágrimas.

   —Lo más triste es que estoy seguro de que murió feliz, ¿sabes? —continuó diciendo luego de un momento, acercándose a su acompañante para que la música no ahogara su voz—, mi padre amaba a esa mujerzuela más que a nada en este mundo. Y no lo culpo.

   La mano de Gau se cerró sobre la mejilla de André. No entendía por qué, pero la necesidad de tocarlo se hizo tan fuerte que no se pudo controlar. Otro chico ebrio los tropezó, pero Gau lo apartó, protegiendo a André contra su cuerpo y el parapeto de la terraza.

   Quedaron sobre el borde, con el inmenso paisaje siciliano de fondo. André se acurrucó sobre Gau, escondiendo la cara contra el cuello del Alpha. Gau lo abrazó con gentileza, apartando la bebida de su mano. Con cuidado alzó el rostro pequeño con su mano diestra, mirándolo a los ojos.

   El beso fue tierno y lento. André abrió la boca y Gau delineó sus labios con su lengua, penetrando suavemente la dulce cavidad. Un gemido habló por André y entonces la caricia se profundizó. Gau sintió una tibieza extraña en su pecho y André dejó caer otra lágrima sobre las manos que tenían entrelazadas.

   Cuando el beso se rompió, ambos estaban sonrosados y sin aliento. La música al rededor era como una densa neblina que los hacía invisibles a los demás. Ocultos al mundo exterior.

   —¿Si pudieras reencarnar en algo, en qué sería?  —preguntó de repente Gau, sin saber muy bien por qué.

   —En un pájaro —sonrió André, extendiendo sus brazos, danzando al ritmo de la música—. Un pájaro para poder volar.

   La primera carcajada que André le escuchó a Gau salió en ese momento de su boca. De un movimiento, y para gran sorpresa de todos, el Alpha tomó al omega de la cintura y comenzó a dar vueltas con él. La música se hizo más rápida y fuerte. André reía a todo pulmón mientras giraba y giraba al son de la música. El mundo entero pareció girar a su alrededor; el dolor se volvió lejano, ausente.

   —Vuela, vuela muy alto —dijo Gau, sosteniendo a André en lo alto, con la brisa nocturna golpeándolos en la cara. Cuando se marearon cayeron al piso y se besaron de nuevo. Rieron a carcajadas mientras más besos iban y venían. En una de esas, André se puso serio y colocando una mano sobre el pecho de Gau palpó su corazón. Gau sintió ese latido que casi parte su pecho y se estremeció. ¿Qué rayos era eso?

   —Ven —pidió André, tomándolo de la mano—. Quiero enseñarte un lugar.

 

 

   Shante aprovechó un descuido de sus primos y bajó a la puerta trasera de la casa a esperar a Nanda. El Alpha llegó a los pocos minutos, usando el vehículo de su padre. Su auto estaba en el taller y tardaría unas cuantas semanas en salir de allí. No podría tardarse si no quería que su padre lo riñera.

   —¿A dónde quieres ir?  —inquirió, acomodando el cinturón de seguridad de Shante.

   —A donde sea —masculló éste—. A donde sea.

   Llegaron a un pequeño restaurante de pizza en las afueras de Palermo. El lugar estaba un tanto vació, pero era ideal para la privacidad que ambos querían obtener. Shante aún no podía creer lo que estaba haciendo, así que pasó bastante rato con la mirada gacha, degustando la pizza vegetariana que tenía frente a él. Nanda lo miraba entre curioso y divertido. También podía meterse en problemas si las familias de cualquiera de los dos descubrían que se estaban viendo a solas a esas horas de la noche, pero la verdad, no le importaba mucho. La adrenalina de estar haciendo algo prohibido con el que ya veía como su futuro esposo, le parecía muy emocionante. Esa sensación de estar pasando los límites, de estar rompiendo las reglas.

   —¿Y entonces… qué fue lo que sucedió?

   La pregunta tomó por sorpresa a Shante. El omega se puso más rojo de lo que ya estaba y sin mediar palabra tomó su vaso de limonada y bebió a grandes sorbos. Al terminar, un gran bigote de espuma decoraba su labio superior. Nanda sonrió y estiró su mano para limpiarlo. Shante se estremeció y se quedó quieto. Un estremecimiento recorrió su columna vertebral. ¿Qué era lo que estaba sintiendo?

   —Yo… lo siento… Puedes meterte en problemas por estar haciendo esto.

   Un movimiento de la mano de Nanda restó importancia al asunto. Shante se sentía tan bien al lado de Nanda que en serio no quería que la noche terminara. No quería meter a su amigo en problemas, pero tampoco tenía ganas de regresar a casa. Sabía que Gau había salido. Lo había visto tomar el auto de su primo y tomar rumbo desconocido. No sabía a donde había ido y aunque la curiosidad lo carcomía, cierto era que le convenía. Fuere lo que fuere que tuviera a su hermano alejado, le daba más tiempo para despejarse fuera de casa sin tener que preocuparse de dar explicaciones al llegar. Además, pasar tiempo con Nanda siempre lo confortaba mucho.

   —Nanda… cuando estuvimos en la India me contaste que te sentías como dividido en dos, me contaste que no sabías si eras hindú o italiano.; que a veces no sabías si eras un mezcla de los dos o algo completamente nuevo. ¿Aún te sientes así?

   Nanda asintió.

   —Me siento así, Shante. Me siento así cada día de mi vida.

   —Nanda, no puedo seguir mintiendo más. No puedo ser el omega que mi familia quiere que sea. No quiero volver a la India a casarme con un desconocido; no quiero que mis padres me obliguen a retornar a un mundo que ya no conozco. No quiero renunciar a mis sueños por una familia obligada, por un sueño que no es el mío. Nanda, ¿piensas igual que yo? Crees que nuestras familias podrían perdonar que pensemos distintos, que sintamos diferente.

   —Shante…

   —No me malentiendas —continuó Shante, tomando las manos de su acompañante en un repentino arrebato de confianza—. Quiero encontrar a mi Alpha predestinado… de ése del que tanto hablan las leyendas occidentales. Quiero sentir la emoción de encontrarme con mi alma gemela; la correcta, la indicada. Quiero vivir una vida donde yo sea el arquitecto y no una simple ficha. ¿Quieres eso mismo también, Nanda? ¿Quieres amar a alguien con todo tu corazón, perseguir un sueño que has cultivado desde niño y vivir una vida elegida por ti y sólo por ti? ¿Quieres levantarte cada día sin el sentimiento de haber vivido en vano, sin la amarga sensación de no haber luchado y dejado que otros ordenaran qué hacer, cómo vivir? ¿Sientes eso mismo, Nanda? ¿Lo sientes también?

   El apasionado discurso de Shante terminó cuando el omega se fijó en el rostro serio del Alpha. Shante respingó y trató de soltar las manos que aguantaba. ¿Qué pasaba? ¿Acaso había malinterpretado las palabras de Nanda en la India y su amigo realmente era tan conservador como los demás? ¿Había hablado más de lo decoroso y lo permitido y Nanda estaba escandalizado?

   —Shante… —Nanda evitó que Shante apartara las manos, tomándolas más fuerte entre las suyas—. A veces en la vida, no siempre podemos decidirlo todo. Sería genial poder controlar cada uno de los eventos que nos rodean, pero es imposible. Me encanta tu corazón apasionado, pero temo por él. Los corazones apasionados suelen sufrir mucho; los serenos y comedidos son más estables, más aburridos también… pero más estables. No te digo que dejes de luchar por tus sueños. ¡Hazlo! ¡Nunca dejes de hacerlo! Pero ten cuidado en cada paso que das; piensa en cada acción que lleves a cabo porque cada acto trae consigo una consecuencia. Si resbalas y tropiezas, puedes levantarte. Pero si extravías el camino, quizás nunca vuelvas a hallar la vereda.

   —Nanda…

   Shante se quedó un momento en silencio, meditando. Por un rato, el par de chicos conversó sobre temas más superfluos, diluyendo la tensión. Al cabo de un tiempo,  Nanda pagó la cuenta y llevó a Shante por un caminito de piedra que llevaba a un parque de patos. A esa hora no había patos por allí, pero en el estanque, la luna se reflejaba en todo su esplendor.

   —Me encanta venir aquí algunas veces cuando me siento intranquilo. Es un lugar muy lindo.

   —Lo es —asintió Shante—. Me siento más tranquilo con sólo verlo.

   —Puedo traerte todas las veces que quieras —ofreció el Alpha, tomándolo de la mano para girarlo hacia él—. Puedo llevarte a donde quieras cuando me lo pidas.

   Shante giró y se encontró con los hipnóticos ojos del otro hindú. La brisa fresca de la noche meció sus cabellos negros, echándolos sobre su frente.

   —Tan hermoso —halagó Nanda, retirándolos lentamente. Shante se crispó  pero no evitó la caricia; sus ojos se agrandaban a medida que el rostro del Alpha se acercaba más al suyo y los labios tibios y húmedos cubrían su trémula boca. El beso los sorprendió a ambos, pero ninguno de los dos pudo separarse.

   Los brazos de Nanda se encontraron en la cintura de Shante, apresándola. El omega gimió bajito, separando sus labios, entregado al beso. Un tibio calor se apoderó de su pecho, asombrándolo. ¡Estaba besando a Nanda! ¡Estaba besando al prometido de Harsha y se sentía increíble! La humedad de la otra boca lo hacía querer por más y más, perdiéndolo en un frenesí de cálida pasión.

   Reaccionó cuando la lengua del Alpha se enredó con la suya, haciéndolo separarse al instante para su pesar. Se sentía inquieto y aturdido por la sensación de vacío que sentía en ese momento, pero tenía que terminar con eso. ¡Estaba mal, muy mal! ¡No tenía porqué sentirse así! ¡Nanda era el ex prometido de Harsha y Bruno era su novio! ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué clase de naga era?

   —Lo siento… Shante, por favor, perdóname —se excusó de inmediato Nanda, azorado.

   —Llévame a casa —susurró Shante, dándole la espalda, escondiendo a toda prisa su violento sonrojo.

   —No volverá a pasar —prometió Nanda, pasando por su lado—. Te juro que no volverá a pasar.

   Shante asintió y siguió al otro hombre, subieron al auto y permanecieron en silencio. Durante todo el camino no se dirigieron palabra alguna; tensos como nadie. Al llegar a casa, Shante se despidió con parquedad y abandonó el auto sin mirar atrás. Nanda arrancó el vehículo y se alejó a toda prisa. El sonido de las llantas ahogó por un momento el profundo silencio de la noche.

   Una hora más tarde, el teléfono de Shante vibró. Era Nanda insistiendo en hablarle.

   Shante contestó a la tercera llamada. No podía soportar más la tensión.

   —Shante… Shante, te amo… —escuchó al otro lado de la línea—. ¿Shante, me estás escuchando? Te amo y quiero casarme contigo. Shante… ¿Shante?

   Bloqueado por la angustia y el dolor en su pecho, Shante colgó. ¿Qué rayos estaba pasando? ¡Quería volver estar entre esos brazos y besar esos labios de inmediato! ¡Era todo en lo que podía pensar! La tibia calidez en su pecho se acentuó al recordar aquel momento en el parque. ¡Estaba loco! ¡Completamente loco!

 

 

   El lugar estaba abandonado pero aún quedaban rastros de lo que había sido. André correteaba por el sitio como un niño pequeño. Sus mejillas rojas por el licor hacían más encantadora su alegre sonrisa de ángel.

   —Era un parque de atracciones, pero lo tumbaron para construir un centro comercial —ilustró, tomando Gau de la mano para llevarlo con él—. Mi padre me traía de niño. La pasábamos tan bien. Primero montaba en todas las atracciones y luego me llevaba a comer helados. Era realmente divertido.

   Gau miró los juegos mecánicos que aún seguían en pie. Había un carrusel, una noria, un brinca brinca y un gusanito. Las motos estaban desarmadas a un lado del parque, al igual que las lanchas y los carros chocones. La maleza había crecido entre las estructuras de metal, produciendo un ambiente sombrío. La noche parecía más fría en aquel lugar, un sitio olvidado por los años.

   —¿Crees que aún sirva alguno de los que están armados? —inquirió André en ese momento, corriendo hacia el carrusel— ¡Vamos a ver! —animó a su acompañante, arrastrándolo con él. Gau intentó detenerlo pero fue inútil. Lo siguiente que vio fue a André buscando los botones de control del aparato, poniéndolo a funcionar.

   —Increíble —susurró Gau, viendo las luces y la música encenderse. Los caballos de metal comenzaron a girar sobre la plataforma rodante y por un momento fue como si todo el sitio se iluminara. André dio varios brinquitos y se le saltaron las lágrimas. Dio un respingo cuando Gau lo tomó en brazos y lo colocó sobre un caballo, limpiándole las lágrimas.

   —Vuelve a jugar como cuando eras niño —le sonrió, soltando su mano—, vuelve a recordar cuando eras tan feliz.

   —Soy feliz… contigo —sonrió André, sosteniéndose de la barra de metal a su lado—. Soy muy feliz contigo.

   Gau le devolvió el gesto y lo vio cabalgar en silencio. André se sostuvo con ambas manos de la barra y dejó su cuerpo caer hacia atrás, con el viento ondeando sus cabellos. No estaba volando, pero casi. La sensación de libertad; la intensidad del recuerdo, la alegría de estar de nuevo allí eran suficientes.

   Cuando la música cesó y el juego paró, Gau fue por André y lo descubrió sonriendo, hipnotizado con la luna menguante. Fue una escena que quedaría grabada en su mente por años… por muchos años.

   —Está muy hermosa esta noche —jadeó el siciliano, alzando la mano como si quisiera agarrarla.

   —Dicen que algunas cosas son más bellas cuando están a punto de morir —asintió Gau, tomando a André por la cintura.

   —Tú no estás apunto de morir… —replicó éste—, y eres más bello que la luna.

   Gau se echó a reír ante el halago. Por lo general eran los Alphas los que los recitaban, y no lo contrario. André aprovechó el momento para robar un beso del hombre y luego huir como un ladrón.

   —¡Beso robado! —exclamó risueño, echándose a correr. Gau lo persiguió por varios metros, capturándolo por fin en la jaula del brinca brinca. André forcejeó y ambos cayeron sobre los colchones, rebotando entre movimiento y movimientos. Sus miradas se cruzaron y ambos jóvenes se miraron directo a los ojos. André, debajo de Gau, alzó su mano y acarició el mentón áspero y varonil. Gau besó la suave manita y luego buscó esos labios que se abrían deseosos.

   —Deberíamos regresar —susurró, entre beso y beso, profundizando cada vez más sus movimientos.

   —Deberíamos —convino André, dejándose tocar bajo la ropa.

   El ambiente se caldeó, y esa extraña tibieza que habían sentido antes, volvió a asentarse entre ellos. Gau alzó la remera de André besando los rosados pezones que se endurecieron ante su contacto. André gimió y desabrochó la camisa y los pantalones de Gau dejándolo semidesnudo. Con fortaleza acariciaron sus miembros, cada uno el del otro y se corrieron casi al mismo tiempo.

   Cuando el primer orgasmo se hubo reposado, Gau fue más lejos, sacando los zapatos, los shorts y los bombachos de André, dejándolo desnudo de cintura para abajo. Eran un desastre de gemidos y fluidos; una orgía de besos y caricias desenfrenadas.

   —Métemela —suplicó André, mordisqueando el mentón del Alpha—. Fóllame duro.

   —Sí, bebé —complació Gau, maniobrando el cuerpecito menudo a su antojo hasta sentir su duro miembro cobijado por ese pasaje de calor.

   —Me vuelves loco —sollozó André, moviendo su pelvis para mayor contacto—. Me vuelves loco, mi amor.

   —Y tú a mí precioso… Y tú a mí.

   Lo hicieron dos veces. Una vez allí, sobre los colchones inflables de la atracción infantil, y luego sobre la corteza de un árbol viejo y gigante que se escondía en medio de la maleza.

   —Eres mío… sólo mío —gruñó Gau, sosteniendo al omega sólo con sus brazos. André gemía fuerte mientras las embestidas lo aprisionaban más y más contra el árbol. Sus manos se aferraban a la corteza áspera, dejándole sentir todo el salvajismo del acto. Su rostro era una máscara de frenesí y gozo; una belleza digna de ser retratada.

   —Muérdeme —pidió André en una de esas—. Muérdeme y márcame como tuyo —casi le suplicó—; quiero ser tuyo para siempre. Quiero que no haya más nadie después de ti.

   Gau cesó el ritmo de sus embestidas y miró el cuello de su amante. La idea era tan tentadora que su bestia interior clamaba por descender sus colmillos y clavarlos en ese cuello de porcelana. Gau sabía que morder a André sería algo terrible. Su conciencia quedaba casi noqueada cada vez que estaba al lado de ese chico, pero no lo suficiente como para llegar a hacer algo tan definitivo y posiblemente irreversible.

   —No así —negó entonces, besando el cuello que tan efusivamente se le ofrecía—. Quiero tomarte en un verdadero ritual. Quiero que sea bello e inolvidable. Así no.

  —Entonces, apresúrate y córrete en mí —lo acució el omega—. Que sea tu semilla la que me marque esta noche. Quiero sentir que me llenas por completo. Necesito sentirlo.

   Y fue complacido. Gau se corrió dentro de él con un pujido y un gruñido intenso. André lo apresó entre sus muslos por algunos segundos antes de dejarlo salir de su cuerpo y dejarse colocar de nuevo sobre el suelo. Se mantuvieron sobre el césped por un rato más, acariciándose suavemente mientras hablaban de varias cosas. Una de esas fue Fabián, el hermano de André. Un tema que llevaba días carcomiendo a Gau.

   —André… ¿De dónde surgió ese rumor de que ese niño es tu hijo? —preguntó sin tapujos, acariciando la suave mejilla del omega.

André suspiró. Allí estaba de nuevo la pregunta.

   —Fue un rumor que inventaron en el instituto, una tontería. No quiero sonar engreído pero muchos compañeros me tienen envidia y me molestan constantemente. El rumor de Fabián fue la gota que derramó el vaso.

   —¿Quieres mucho a ese niño, verdad? —sonrió Gau, completamente relajado con la respuesta.

   —Lo amo más que a mi vida —se enterneció André, pensando en él—. Es lo más puro y lindo que tengo. Prácticamente, es lo único dulce y bueno que queda de mi familia. Lo único que todavía no se corrompe.

   —¿Y tu madre? ¿Qué hay de tu madre?

   —Mi madre nunca ha sido una madre —masculló André—. La amo a mi modo, pero no la soporto. No nos entendemos. Es como si viviéramos en dos mundos que parecen iguales pero son totalmente opuestos.

   —Eso es tan triste —comentó Gau, sin tono de reproche, sólo de empatía—. Las madres y los mamaguis son el camino hacia los dioses, son el conducto por el que venimos a este mundo. Y nuestros hijos… ellos son la mano que nos guía a la otra vida;  los que nos abren las puertas al paraíso.

   —Es tan bonito como piensan ustedes… —suspiró André, oyéndole hablar—. Pero yo ni siquiera sé si existe otra vida. Y ni siquiera sé si quiero vivirla. Sólo quiero crear un pequeño mundo donde mi hermanito pueda ser feliz… donde no lo toque el sufrimiento.

   Gau asintió. Comprendía perfectamente. Eso era justamente lo que él quería para Shante. Librarlo de los peligros y el extravío de occidente. André quizás no lo comprendiera, pero en el fondo ambos buscaban lo mismo: la felicidad de sus hermanos. Al costo que fuere.

   En esas estaban cuando el sonido de una sirena llamó la atención de ambos. De un movimiento se pusieron de pie y se apresuraron a vestirse. André miró su reloj de pulsera y dio un respingo. Estaba más sobrio en ese momento y por lo tanto, el cansancio del día cayó por completo sobre él.

   —Es más de media noche, debo volver a casa —dijo, colocándose su ropa a toda prisa.

   —Te llevaré —anunció Gau, vistiéndose también.

   —Pasemos por una farmacia antes… necesito un anticonceptivo de emergencia. Desde mi celo no había vuelto a tener sexo con nadie.

   —¿Sabes cómo usarlos? ¿Quiere decir que los has usado antes? —preguntó Gau, esta vez sí con voz de censura.

   —¿Celoso? —le guiñó un ojo André, tomándolo de la mano para caminar juntos hacia el auto—. Sí, los he tomado antes. Pocas veces, pero sí los he usado. No planeaba acostarme contigo esta noche, así que no tenía preservativos conmigo. ¿Te molesta mi experiencia?

   Gau asintió con la cabeza, aunque se sintió tonto por hacerlo. No tenía nada que reclamar, pero su lado dominante le impedía aceptar que ese omega hubiese estado antes en otros brazos, que hubiese conocido otras pieles, otros alientos.

   —A partir de ahora, sólo serás mío —gruñó, sorprendido por esos sentimientos que le embargaban. Su mente racional le decía que sólo era para mantener el teatro, pero su instinto animal le decía lo contrario. No podía seguir siendo dominado por su bestia. ¡Tenía un prometido y esa aventura que estaba viviendo no iba a durar! ¿Por qué entonces estaba portándose como un Alpha emparejado? ¿Por qué estaba metiéndose tan bien en el papel de novio celoso y posesivo como para olvidar que todo eso era solo una farsa para mantener protegido a su hermano?

   —¿Gau? —lo llamó André, desde las puertas del auto, sacándolo de sus cavilaciones—. ¿Pasa algo?

   —No pasa nada —afirmó Gau, abriéndole la puerta del copiloto—. No pasa absolutamente nada.

   André asintió y entró al auto. Una vez en casa, tomó su píldora y se acostó en el lecho. Todo estaba en calma y en silencio, absolutamente tranquilo. De repente, el sonido de su teléfono lo alertó. Era Gau llamándolo a esa hora, como nunca antes.

   —¿Ya te sientes mejor? —inquirió la profunda voz del Alpha al otro lado de la línea.

   André se hizo un ovillo en la cama, dando vueltas como un cachorrito ante su dueño.

   —Sí —respondió bajito—. ¿Tú llegaste bien?

    —Llegué perfecto —respondió Gau, devolviéndole un jadeo—. Pero necesitaba escuchar tu voz.

   André casi grita histérico, el corazón le brincaba en el pecho.

   —Yo también necesitaba oírla, necesito oírla todo el tiempo.

   —Are baba —rió Gau del otro lado—. Eres una Laksmi muy caprichosa —le dijo con un suspiro.

   —¿Me cuentas una historia de la India, mi amor? —pidió André, de repente, tomando una bola de cristal que tenía en su mesa de noche, mirando los destellos multicolores que salían de ella cuando la agitaba.

   Escuchó la risita de Gau al otro lado de la línea. Era un sonido bello.

   —En ese caso no te vayas a quedar dormido… —advirtió el Alpha luego de unos instantes, aceptando el pedido—, será una larga historia.

 

 

   Gau y André siguieron viéndose seguido esa semana. Lo hacían en secreto, de forma clandestina, pero así les había llegado a gustar. André tanteaba a veces el terreno, preguntando a Gau sobre Shante y la posibilidad de que su familia aceptara que tuviera un relación con un occidental. En eso momentos el ambiente se tensaba entre ellos y André cambiaba el tema, esperando por una mejor oportunidad para seguir labrando el camino.

   Estaba seguro de que Gau tarde o temprano entendería. No podían seguir todo el tiempo actuando como unos prófugos y cuando finalmente su relación saliera a la luz, entonces Gau no podría oponerse a que Shante también se viera con Bruno. Y faltaba poco para eso, estaba seguro. Gau estaba temeroso y aún no estaba preparado para desafiar sus costumbres, pero iba por buen camino. No tenía duda.

   —¿Nos vemos mañana otra vez? —preguntó André, dándole un tierno beso de despedida junto a la piscina de su casa.

   —Mañana tendré una reunión importante con unos amigos de mi padre —respondió Gau, acariciando los labios del omega—. Intentaré sacar un tiempo, pero no te prometo nada.

   —En ese caso, esperaré tu llamada —susurró André contra sus labios, dejándolo ir con pesar—. Te quiero, amor.

    Gau le dio un beso en la nariz y se metió en su auto. Su celular vibró varias veces en su bolsillo antes de que encontrara un semáforo en rojo para poder conectar el alta voz. La llamada lo tomó por sorpresa a pesar de que estaba esperándola; el corazón pareció llegarle hasta la garganta. La respuesta a la pregunta que se estaba haciendo durante todos esos días, finalmente estaba allí, a pocos segundos de distancia.

   —¿Baldi?                                                                                                            

   —Gau, tu mamagui y yo hemos hablado con tus primos —dijo la gruesa voz del Alpha desde la distancia—. Ya hemos tomado una decisión sobre la propuesta del joven Nanda y su familia. Hemos aceptado. Tan pronto como resuelva unos asuntos acá viajaré con tu mamagui a darle la noticia a Shante. Ni Nanda ni tú deben decirle ni una sola palabra al respecto; esa labor me ocupa sólo a mí. ¿Entendido?

   —Sí, baldi.

   —Tú también debes prepararte. La boda de Shante no puede realizarse antes que la tuya. Apenas dejemos concretado el compromiso de tu hermano regresarás conmigo a la India para que conozcas a tu prometido. Tu mamagui se quedará junto a Shante en nuestra ausencia. Serán dos bodas maravillosas que nos traerán grandes satisfacciones. Ya consultamos los astros y nos son favorables. Vigila bien a tu hermano estás semanas, Gau. No podemos permitir que nada fuera de lo previsto estropee nuestros planes. Shante es muy impulsivo y si se entera de algo puede intentar oponerse a su destino. Es muy voluntarioso y rebelde.

   —Comprendo, baldi. Se hará todo como usted dice.

   —En ese caso, te dejo por ahora, hijo. Que Shiva te bendiga y cuídate. Nos vemos pronto.

   Colgando la llamada, Gau respiró a grandes bocanadas, intentando recuperar el aliento que había perdido. Su boda… su boda y la de su hermano estaban a las puertas del horno y en su corazón sólo había un sentimiento de agobio y desazón.

   ¿Por qué? ¿Por qué si era algo que ya tenía muy bien sabido? ¿Por qué si era lo correcto y lo que había soñado por años? ¿Por qué entonces? ¿Por qué ahora se sentía así?

   Tan molesto… tan triste…

   Un bello rostro envuelto en cabellos rojos apareció en su mente.

   Sí, era por él. ¿Cómo era posible? ¿En qué momento había sucedido?

   La causa de su zozobra era él… André Iandoli.

 

   Continuará…

 

 

Notas finales:

Hola. Seguimos con buen ritmo. Espero que me dure XDDD. Les traigo un nuevo cap, espero que les guste. A partir de ahora vendrá el final de la primera parte de esta historia. Creo que dos o tres caps son todo lo que nos separan de ese momento. Presten mucha atención y traten de sufrir mucho conmigo. Nahhh, mentira. Sufran sólo un poquito XDDD.

   Besotes y gracias por seguir acompañándome. De veras, me hacen muy pero muy feliz.

   Karina, gracias por tu apoyo.                       

   Dudas, opiniones, ya saben donde dejarlas. Nos vemos. 


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