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Fuego en Sicilia por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Conociendo un poco más la vida de los personajes.

   Capítulo 2

   Maya

 

   —“Chico hindú” —dijo Gau irritado—.  Así te llamó, Shante. “Chico hindú”, como si eso fuera un insulto.

   —Definitivamente haces honor a tu nombre, Gaurav —señaló Harsha sin poder ocultar la risa—. Eres orgulloso de tu casta y de tu nombre. No puedo creer que el gran André Iandoli finalmente haya sido humillado por un Alpha. Debe estar ardiendo de furia.  ¡Are baguandi!

   —Ese firanghi no tenía ningún derecho a tratarnos así. Estábamos ajenos en esa casa. Cuando en la India llegan personas ajenas a nuestras casas, los tratamos como si fueran los dioses entrando.

   —Pero André tenía razón, hermano —suspiró finalmente Shante—. Tengo que reconocer que esta vez él tenía razón. Yo tuve mucha falta de juicio al entrar en esa casa en este estado. No debí hacerlo. Ese pobre Alpha enloqueció al olerme.

   —¿Perdón…? —Gau se incorporó en el asiento del auto y miró a su hermano con atención—. ¿Tus lámparas del juicio se han apagado todas o yo estoy oyendo mal? Shante, soy un Alpha también. ¡Podemos controlarnos! Existen Alphas renunciantes, figúrate.

   —¡Otra vez, Gau, no estamos en la India! Aquí los Alphas toman lo que quieren sin pensar en que estén dañando su kharma ni nada de eso. 

   —Pues para eso estoy yo aquí —replicó Gau comenzando a impacientarse—. Para evitar que te tomen a ti. Aunque si quieres te pongo en los brazos de ese Italiano, me devuelvo a casa, nuestros baldis se lanzan a un pozo y asunto arreglado —remató cruzándose de brazos.

   Shante agachó la cabeza e hizo un mohín. La idea de echarse en esos brazos era tan tentadora que le daba vértigo. La atracción había sido bilateral aunque el pánico lo hubiera hecho reaccionar cómo lo hizo. Qué lo arrojaran a un pozo si mentía. La mirada de ese Alpha cuando intentó hacerse con él le había asustado y excitado a la vez. El calor del celo empezaba a doler mucho y posiblemente eso era lo que estaba nublando su juicio, sin embargo, Shante sabía que aquello no era del todo debido a sus feromonas. Había sentido algo más profundo en aquella conexión, algo que no sabía cómo describir.

   Silencioso se encogió en su asiento y puso su cabeza sobre las piernas de su hermano, como el pequeño tigresito que era. Pensar en pasar sus días de calor con ese hombre era sencillamente imposible; la sola idea era impensable. Hasta que no consiguiera un novio de su casta como había hecho Harsha, sus celos tendrían que ser solitarios y dolorosos.

   —Perdóname, hermanito —dijo finalmente, ronroneando ante la suave caricia de su hermano—. Gracias por salvarme y pelear por mí. Cuando te cases, tu esposo tendrá que tratarte como si fueras Krishna encarnado o no lo perdonaré. Además, amé ver al insoportable de André rojo de ira.

   —¡Achá! —exclamó Harsha.

 

 

   La casa de sus primos era hermosa. Gau se postró a los pies del patriarca nada más llegar y luego saludó a todos los demás presentes. Eran una familia numerosa y bella. Harsha tenía dos hermanos mayores, ambos betas y un Alpha de siete años que obviamente aún no representaba ningún peligro para un omega en celo. Los hermanos mayores estaban casados y vivían con sus esposas muy cerca de allí y, por supuesto, había muchos niños pequeños también. Los hermanos de Harsha tenían dos niños cada uno y esperaban que pronto la familia aumentara con el cuarto embarazo del mamagui de Harsha y el segundo embarazo de la esposa del hijo mayor.  

   —Has traído felicidad a esta casa, Gaurav —lo bendijo el mayor de la familia—. Qué los dioses te sonrían siempre.

   —Shucria —respondió el recién llegado repartiendo los obsequios.

   Shante se retiró a su habitación luego de la cena y Harsha junto a los omegas de la casa lo encerraron y le dejaron completamente solo. El primer celo de un omega no era algo lindo de ver ni de oír. Eran muy raros los casos de un omega encontrando compañía desde el primer celo y por supuesto, ninguno de los casos provenía de familias respetables. Harsha enseñó a Gau su habitación y le enseñó una foto de su prometido. Sus ojos brillaban al mirarlo, era obvio que estaba muy enamorado aunque por pudor no debía decir ni siquiera que le gustaba hasta que no estuviera casado con él.

   —Nos casaremos en unos meses —anunció todo colorado—. Se llama Nanda, y es un vaishia como mi baldi. Te lo presentaré muy pronto. Ahora te dejo. Que tengas buena noche.

   —Are, Harsha. Buenas noches para ti también.

   Gau encendió una vela en el altar de Lord Ganesha y esperó la hora apropiada para telefonear a casa. No pensaba contarles a sus padres sobre lo ocurrido en casa de ese siciliano, pero sí tenía que ponerlos al corriente sobre su primera impresión respecto a Italia. El comportamiento de los omegas occidentales era muy diferente al que solían mostrar en oriente. Allá jamás podrían ir por la calle arrastrando el Sari como si nada, sin la menor vigilancia, y muchos menos andar medio desnudos en el Ganges.

   —Are baguandi —suspiró echándose en el lecho. Los omegas occidentales eran definitivamente muy peculiares, en especial ese firangui pelirrojo que había conocido aquella tarde. Lo había visto primeo a lo lejos desde el bar y su presencia era tan fuerte que de inmediato  llamó su atención. La forma de fumar recostado en aquella silla, sus movimientos pausados, ese aire de melancolía y soledad. Gau no era un hombre que se dejara seducir sólo por la belleza; en la India sobraban omegas bellos, así que no era eso. Ese tal André Iandoli emanaba algo especial, algo que lo mantenía anclado a su mente aún a sabiendas que lo más probable era que no lo volviera a ver nunca más. Odió cuando lo escuchó hablarle a su hermano de aquella forma y tratarlos como si fueran unos dalits, odió no poder tomarlo entre sus brazos y darle un beso profundo y húmedo en vez de arrojarlo en aquella piscina. ¡Rayos! Se regañó a sí mismo. No había ido a ese país para dañar su Kharma por unos ojos bonitos. Estaba allí para cuidar de Shante y eso haría. Esos ojos bonitos que pusieran a soñar a otros. Esa Laksmi que desvelara a otros más, no a él.

 

 

   Era difícil. Peor de lo que había leído, visto o le habían contado. El calor era tan fuerte que hasta el roce de las sábanas era estimulante. Las propias manos no bastaban, las almohadas no eran suficientes. Ansiaba otra piel, otras manos, otro cuerpo. Las horas pasan lento para el que sufre, había escuchado mil veces. Y era verdad. Sentir esa desesperación era terrible y ni siquiera el sueño era un alivio. El sueño era peor aún. Allí los cuerpos se desvanecían cuando intentaba echarse en ellos y ese hombre, ese siciliano de ojos miel, se esfumaba apenas abría los ojos y la sensación de sus besos y sus caricias se volvía etérea, distante.

   Chillar no servía de nada. Nadie se exaltaba ni se turbaba por los lamentos de un omega en celo. Era normal. Cuando Harsha había empezado a tener celos, él mismo le había escuchado chillando y siempre pasaba de largo, sabiendo que era algo normal y que en unos días pasaría.

   Pero no era lo mismo verlo en otros que vivirlo en carne propia. El deseo de huir y tirarse en los brazos del primer Alpha que oliera, lo consumía. La necesidad de ser poseído hasta la inconsciencia era aterradora. Ni más ni menos. Aterradora. Si llegaran en ese momento mil Alphas con afán de poseerlo, se dejaría tomar por todos ellos. El pensamiento racional se había rendido ante el más puro instinto, ante la más primitiva pasión: el deseo.

 

 

 

   Bruno estaba más calmado pero aún lucía intranquilo e inquieto. Y estaba intranquilo por más de una cosa. Estaba seguro que había olido a su pareja destinada; nunca ningún celo lo había desquiciado tanto, enceguecido a ese nivel. Había amenazado a Braulio, quien era como su hermano, había pensado en dañarlo si no se hacía a un lado y de verdad habría cumplido su promesa. Por otro lado estaba el asunto de su computadora. Ese chico  pudo acceder a ella sin ningún problema, descubrió las claves de acceso en menos de quince minutos y logró descargar la información en una memoria que se llevó consigo para, según él, “Terminar el trabajo en su casa”. ¡Rayos! ¿Qué iba a hacer ahora? Su omega se iba a dar cuenta de su pasado en la mafia siciliana y si tenía suerte lo único que haría sería alejarse de él sin contarle nada a nadie. Braulio ya no sólo quería el silencio de Shante, ahora él deseaba poder hablarle, acercarse al él, convencerlo de ser suyo y venir con él.

   ¿Cuántos Alphas podían contar con la fortuna de encontrar a sus parejas destinadas? Muy pocas, un golpe de suerte. Y él lo había tenido. Si había alguna clase de dios detrás de aquello que le dijeran cuál era para convertirse de inmediato y hacerse fiel. No lo podía creer; ese chico era la antítesis de todo lo que siempre había admirado en un omega. Era desgarbado, cuatro ojos y un completo nerd. Ni en sus días de consumidor de hachís soñó jamás que terminaría loco por alguien así.

   —Tengo que encontrarlo —dijo para sí mismo marcando el número de su primo André. Se enteró por boca de Braulio que ellos eran compañeros de clases pero que al parecer no llevaban una buena relación. Pues bien, eso iba a tener que cambiar. Su primo se convertiría en el mejor amigo de ese joven o él dejaba de llamarse Bruno Racchelli.

 

 

   A Fabián ya le había bajado la fiebre. Podía haber pescado un resfriado en la piscina o podía ser por culpa de su más reciente vacuna. Cualquiera que fuera la causa había dejado a su pobre bebé irritable y quejumbroso. No era que no se hubiera enfermado antes, pero le partía el corazón cada vez que su pequeñito lloraba.

   —¿Vas a salir, mamá?  —preguntó André a su madre al verla bajar las escaleras con uno de los vestidos que había traído de su último viaje a Milán.

   —¿Qué no lo ves? Obvio sí —respondió la mujer—. Hoy es la cena de compromiso de la hija de mi mejor amiga y ni muerta faltaría a esa reunión. Dicen que la chica se comprometió con un jeque Árabe. ¿Puedes creerlo? Ella sí que supo. Tú en cambio andas perdiendo el tiempo con puros babosos en vez de conseguir algo de servicio. Franccesco Castriglione no ha dejado de llamarte  y ahora sales con el cuento de que vas a pasar tu próximo celo sólo.

   —Mejor que pasarlo con Franccesco Castriglione, mamá. ¿Acaso no oíste lo que la prensa rosa dijo de él? El ultimo omega con el que estuvo terminó en coma por tres días y cuando despertó le conto a todos la clase de “gustos” sexuales que tiene ese depravado.

   —Ese”depravado” como tú lo llamas es muy rico, querido. Es obvio que ese asunto no fue para tanto. Ese omega no era tonto y exageró todo para obtener mucho dinero. Eso fue lo que realmente pasó. Pensé que eras más inteligente, queridito. Pero veo que sólo heredaste mi belleza.

   Con una mirada de furia, André se paró del sillón donde estaba sentado y sin despedirse de su madre su fue a su habitación. Desde allí vio cómo el chofer abría la puerta del coche para que la señora Iandoli entrara. Cuando el carro partió, André escuchó el sonido de su celular y vio que se trataba de su primo Bruno. ¡Qué raro! Bruno no solía llamarlo los viernes y menos a esas horas. Tenía que ser algo importante, eso seguro. Descolgó.

   —¿Bruno?

   —¿Qué dice mi querubín?

   André esbozó una sonrisa, su primito siempre tan halagador. Sabía que sólo le decía aquello de cariño, pero era bonito oírlo de alguien que para variar no quería llevarlo a la cama.

   —Dime, cielo. Soy todo oídos —dijo entonces echándose sobre su cama mientras encendía la tele. Las noticias estaban en el canal que tenía seleccionado pero realmente no estaba viendo nada, solo la encendió para sentirse acompañado.

   —¿Estás en casa? —volvió a hablar Bruno esta vez con tono de sorpresa—. ¿Qué haces un viernes en casa? Eso no es para nada… tú.

   —Fabián está enfermo, mi padre aún no regresa de Marruecos  y mi madre salió a una cena.

   —¿Es grave? Ayer parecía muy sano.

   —No, no es grave. Sólo tenía un poco de fiebre pero ya bajó. No te preocupes, estará bien.

   —Pareces más su madre que mi tía —resopló Bruno al otro lado de la línea—. Sólo te falta amamantarlo.

   —Y lo haría si hiciera falta —dijo el omega—. Pero no fue por eso que me llamaste, ¿verdad?

   —No, por supuesto que no.

   Bruno calló por un par de instantes. La televisión anunció una notica de última hora. Al parecer, una explosión acababa de sacudir la zona oriental de Palermo. Un atentado a todas luces, que todavía no se había atribuido a nadie.

   —¿Y entonces…? —habló André comenzando a impacientarse.

   —Se trata de ese chico, primo; del tal Shante.

   —Sí, ¿qué pasa con él? Si es por lo que sucedió en tu casa, descuida, yo…

   —No, no es eso.

   —¿Entonces que es?

  —Creo que… no, no creo. Estoy seguro, André. Shante es mi pareja destinada.  

   —Uh… espera… yo… ¡¿Qué?!

 

  

   La peor semana de su vida llegó a su fin. Shante quiso llorar de dicha cuando su cuerpo se enfrió, su mente comenzó a recordar de nuevo cómo se calculaba un trinomio cuadrado perfecto y la corteza cerebral le puso otra vez el pie a su sistema límbico. Era una suerte que en los de su especie el celo fuera trimestral. No imaginaba tener que sufrir aquello cada mes como en el caso de los omegas leones o panteras.

   Sí tuviera pareja la cosa sería distinta. Vivir el celo en pareja debía ser sumamente ardiente, delicioso. Había omegas que se pasaban toda la vida sin pareja y hasta se volvían religiosos y hacían votos de castidad. Esos omegas eran unos santos.

   André Iandoli pasó junto a él y se sentó a su lado en la hilera de filas del salón. Lucía cansado y más frio de lo usual, sin embargo, ese día no parecía tener intensiones de dirigirle ningún comentario hiriente sobre su atuendo o sobre su modo de ser. ¿Sería por lo que pasó en la casa de su primo? ¿Pero de qué hablaba? Obviamente era por eso. Realmente André era un omega hermoso, un sueño. ¿Por qué tenía que ser tan odioso? Se preguntó qué sentían los Alphas cuando lo veían. Había escuchado por allí que incluso hubo un omega que le propuso pasar una noche a su lado. ¿Habría aceptado? André era tan liberal que posiblemente hubiera dicho que sí. Ya lo había visto darle besos en la boca a alguno de sus mejores amigos omegas, así que no era algo tan improbable que se hubiese acostado con uno. Y lo de su hermanito. ¿Sería cierto también que en realidad era su hijo?

   —¡Ey, Shante, te estoy hablando! —justamente la voz de André lo sacó de sus pensamientos. Shante sonrió ligeramente y se acomodó sus lentes. Perdía toda su seguridad cada vez que estaba delante de ese omega. Toda.

   —No te oí, disculpa. ¿Qué decías?

   —Decía que mi primo te quiere volver a ver. Está muy apenado por lo que pasó aquella tarde. Me pidió que le pasara tu número, pero sabes que no lo tengo. ¿Se lo puedo dar?

   —¿Mi… mi nu… mi número? —Shante se quedó de una pieza ante esa requisición. Ni en los momentos más absurdos de su celo pensó que ese hombre lo querría volver a ver. Pensaba que la reacción de ese Alpha se debía solo al olor que había despedido aquel día a causa del celo, pues ya todos sabían que el olor del primer celo siempre era el más difícil de soportar para los Alphas.

   —Si no te interesa no tienes que darme nada. Le diré a mi primo que lo averigüé él mismo.

   —No, no, espera. Te lo daré.

   Shante tomó una hoja y anotó el número. No sabía qué rayos estaba haciendo pero no lo podía evitar. Quizás el celo había apagado las lámparas de su juicio y le había congelado el cerebro. Sí, definitivamente era eso.

   —Por cierto —volvió a hablar André guardando bien el papelito con el número—. Este sábado mi madre dará una fiesta en casa. El tema será Grecia antigua. Tienes que ir vestido conforme al tema. Si no tienes nada, avísame. Te conseguiré algo.

   —E…es… está bien.

   El profesor inició la clase. Shante y André miraron hacia el frente. ¿Que estaba sucediendo allí?, se preguntó el chico hindú. Andrea Iandoli estaba siendo lindo con él, y no sólo eso, lo estaba invitando a una de sus fiestas. ¡A un fiesta de los Iandoli!  ¡A esas fiestas que tenían fama en todo Palermo! Tomó aire para tranquilizarse. Casi brinca del susto cuando André le extendió la tarjeta de invitación. Era verdad entonces. ¡Lo estaba invitando!

   —Necesito que me confirmes dos días antes si asistirás o no —dijo el omega—. Ah, y casi lo olvido —sonrió con un batir de pestañas—. Lleva a tu hermano también.

  

 

   Continuará…

Notas finales:

Sobre el título del capítulo, ya había explicado antes lo que significa la palabra Maya para los hindús: Ilusión, algo meramente pasajero.

Los renunciantes son personas que por deseo propio renuncian a todos los placeres del mundo para alcanzar más rápido el paraíso y así librarse de una vez por todas de la rueda del samsara.

El nombre de Gaurav significa “Orgullo”, por eso el comentario que le hace Harsha a Gau sobre “hacer honor a su nombre”

Are: sí.

Are baguandi: ¡Oh, Dios!

Achá: es una expresión de júbilo o satisfacción.

Los demás términos están en el glosario del primer capitulo. 


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