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Inmortalidad de Marfil por Toko-chan

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches fans del yaoi y el BL! Os traigo el segundo fragmento de este relato en un espero bienvenido adelanto >.<

Vi que el primer capítulo no fue demasiado recibido, me pregunto si no os gusta :( Ni un solo comentario hiela un poco mi corazón...

Ojalá esta parte sea más de vuestro agrado y así saber si continuar la historia. 

¡Nos leemos!

PD: Si alguien prefiere Wattpad también podéis encontrar la historia allí, entre otras: https://www.wattpad.com/user/NatsunoLawliet. Y en mi página web podéis chafardear y descargar en PDF alguna cosilla como La danza de las mariposas (fanfic Drarry). :3

Segunda parte: Lobos y el retorno de la constelación de Orión

Un mes más tarde…

El grupo de caza de aquella jornada estaba dispuesto y preparado para partir. Normalmente, había un día a la semana en el que se aventuraban más allá de los confines que frecuentaban. Lo nombraban: El día de la recolección. En el cual, como el mismo nombre indicaba, incrementaban sus víveres de almacén. No sería la primera vez que un repentino temporal les privaba de más de una jornada de caza, a veces hasta un mes completo, con lo que debían tener provisiones.

Zillah se acomodó el morral de cuero negro, impasible, mientras la cuadrilla conformada por doce personas, él inclusive, iniciaba su paso. Ya estaba completamente recuperado de la última vez, al menos en lo que a lo superficial se refería. Por dentro era otro cantar. Sin Sirio era otro cantar. Le echaba de menos, muchísimo, demasiado. Se sentía asfixiado y sabía que nunca jamás se iba a recuperar del golpe que suponía haber perdido a su mejor amigo. Su otra mitad en aquella tierra infértil. No trataba de aparentar lo contrario frente a nadie, guardaba silencio y se mostraba apático. Quizás sería mejor fingir, se dijo en un primer momento, pero no tardó en desecharlo por la imposibilidad de llevarlo a cabo. No tenía fuerzas. Ni para fingir.

Serpentearon durante horas altas hileras de troncos gráciles como alfileres, saltando de lado a lado, de branca en branca, el ruido de las botas hundiéndose en la nieve apenas violaba el silencio natural acolchado por el pobre sotobosque. Sus sentidos iban despiertos por inercia, como los de todos sus compañeros, atentos a cualquier cambio a su alrededor, ruido o movimiento, que les pusiera bajo alerta.

La primera oportunidad llegó cerca del mediodía y vino en forma de ciervos. Zillah, que prefería los trabajos limpios y certeros, tensó la cuerda de su arco y cada flecha que lanzó alcanzó un blanco que cayó con estrépito sobre la esponjoso y helada superfície.

r13;¡Vaya! Eso sí que es una gran hazaña r13;aduló una de las mujeres de la cuadrilla; las dos Wakizashi o espadas cortas que manejaba incrustadas en las costillas de dos ciervosr13;. No has fallado ni uno, muchos de tus mayores pactarían con las divinidades por semejante manejo.

Zillah la ignoró. El tono entusiasta de la mujer le crispaba los nervios, el mundo no debería seguir girando como cuando él aún estaba entre ellos.

r13;Déjalo, mujer r13;intervino Paul, un hombre de mediana edad que parecía haber estado observandor13;, que el muchacho lo está pasando mal, necesita espacio.

Espacio. Mientras se alejaba Zillah pensó que si lo que necesitaba fuera algo tan sencillo como espacio no habría ningún problema. Unos últimos cuchicheos de los adultos le fueron audibles y <<Oh vamos, lo que necesita es que lo animen. Alguien muere cada tanto, está en nuestra sangre, somos guerreros>> decía la mujer a lo que Paul respondió <<Esos dos estaban muy unidos, siempre ellos, Zillah y Sirio. Bien sabido era por todos>>. Fue el último comentario desdeñoso de ella, el que le hizo apretar los puños y tensar la mandíbula: <<Demasiado unidos diría yo>>.

Y fue incontables horas después, con el sol decayendo en el horizonte cuando sucedió.

Zillah fue el primero en darse cuenta, luego unos aullidos fueron el primer aviso. Rápidas sombras correteando al amparo de las sinuosas sombras de los árboles, el segundo. De pronto todo el grupo se transformó en un hervidero caótico de gritos y advertencias <<¡Lobos, son los lobos!>>, <<¡Hay muchos!>>; Embestidas de un lado, cuchilladas, afiladas y letales espadas siendo blandidas.

Cambió su arco por una espada de largo alcance justo cuando una de las bestias se le echaba encima, y la atravesó por el estómago. A penas le dio tiempo a reaccionar antes de tener otro par de afilados caninos pendientes de él. El tamaño de los animales, que casi les doblaban el tamaño, resultaba sobrecogedor, aunque no para el alma indomable de Zillah. Tampoco lo hubiera sido para Sirio. Juntos eran alborotadores y hubieran disfrutado con ello. Garras, colmillos, frenesí. Locura. Se libró de los dos lobos con certeros movimientos para seguidamente saltar sobre otro que amenazaba a un compañero y clavarle la espada entre lo que debían ser los omóplatos.

El otro chico, de brillantes ojos marrones y armadura granate, se lo agradeció:

r13;Gracias, se nos ha echado encima una manada entera r13;dijor13;. ¡Y pedazo manada!

Zillah echó una mirada a la guerrillera que se llevaba a cabo. Cadáveres de lobos yacían por la nieve ahora manchada de carmín y, sin embargo, estos solo hacían que multiplicarse.

r13;¡Joder…! r13;blasfemó el chico tras tener que agacharse para esquivar el salto de uno de sus atacantesr13;. Uh… este es peligroso.

<<Como si no lo fueran todos>>.

Sin variar un ápice su semblante taciturno, Zillah se puso en guardia, frente a frente con el lobo, grande y robusto. De un suave pelaje que hacía aguas de negro y blanco. Con un gruñido animal, la bestia se abalanzó contra él. El guerrero bien pudo haber agradecido a sus tan adiestrados como naturales reflejos, de no ser por la agudeza de estos hubiera sido degollado ahí mismo por la mortífera dentadura. Pero Zillah esquivó el golpe fatal  y el lobo cayó sobre él, lo derribó y rodaron hundiéndose en el frío invernal. Forcejearon a manos y garras desnudas, su espada desperdigada en algún punto de la colina, mientras la distancia con el resto del grupo se hacía más y más notoria hasta que ambos cuerpos se estamparon estrepitosamente contra un recio tronco, que frenó su caída. Llevado por la adrenalina, Zillah ignoró un concentrado dolor sobre la pelvis, uno que identificado como un cruento zarpazo, y se puso en pie de un salto, alejándose del lobo. A unos metros de ellos, recortando la senda por la que habían rodado, se hallaba el abismo de un acantilado rocoso por el que no quiso imaginarse caer, y, al otro lado del acantilado, la montaña continuaba. Ilimitada.

El lobo rugió y lo miró. Sintiendo todas sus articulaciones en tensión, Zillah le devolvió la mirada, confuso. Los ojos negros del lobo parecían dos enormes agujeros negros, desconocidos y familiares al mismo tiempo. Una chispa de inteligencia, inusual en las bestias que moraban las inhóspitas cordilleras, destelló por un momento en las hondas pupilas.

Su corazón se agitó. Su boca se abrió y se cerró. Se acercó varios pasos sin dar crédito ante la atolondrada idea que comenzaba a tomar forma en su consciencia. El lobo rugió de nuevo y Zillah reculó hacia atrás.

r13;Eres tú. r13;Probó a salvar un paso entre él y el animal, pero este enseñó los dientes en muda advertencia hasta que se le vislumbraron las rojas encías. Bárbaro, sanguinario. Con movimientos que no supusieran una amenaza, alzó las manos por encima de su cabeza en señal de pazr13;. No quiero hacerte daño, yo nunca… hazme una seña, algo, lo que sea, sé que eres tú r13;susurró Zillah, un nudo en la gargante ante la falta de respuesta racionalr13;. Lo siento, nunca quise que esto pasara. ¿Que ha…? No importa, ven, buscaremos una forma...

Realmente se había vuelto loco. Eso diría su yo cuerdo y reflexivo. Mas ese yo había sido relegado a un segundo plano en el momento en el que una intuición, una conexión diferente, especial, algo mucho más astral y fuera de todo raciocinio le dijo que ahí, frente a él, estaba Sirio. Su amigo.

r13;Sirio r13;saboreó el nombre antes de fruncir el ceño ante el nuevo gruñido de la ¿bestia? ¿cómo había ocurrido aquello? Tenía que saber, tenían que hablar, ¿cómo iban a hablar? ¿qué diablos había pasado después de que él perdiese la consciencia aquella noche de luna llena?r13;. Sirio r13;repitió.

De súbito las orejas del lobo se irguieron, firmes, en guardia, ya no lo miraba a él; Zillah decidió tomar su ejemplo y entonces lo oyó. Luego lo vio. Una avalancha atronadora de enormes bolas de pelo pasaron por su lado veloces como un rayo, sin reparar en él, incluso tuvo que apartarse con tal de evitar ser arrollado. “Sirio” aulló, y corrió tras ellos. Zillah lo vio alejarse y sintió como un pánico le acometió por dentro: se alejaba, se estaba alejando, la única pista, la única luz en la fúnebre pesadilla en la que se había convertido su vida. Se alejaba de él. Lo llamó pero su inconfundible pelaje ya era un conjunto indistinto entre los demás cuando saltaron, con asombrosa gracia y destreza inhumana, al otro lado del acantilado para perderse en lóbrega floresta en cuestión de segundos. Abandonando a Zillah y a su agitado corazón en un puño de hierro.

 

Así como los días de caza habían sido declarados por antonomasia en la etapa menguante y creciente de la luna desde tiempos ancestrales, había un día en la que ningún guerrero debía aventurarse fuera de las protecciones del poblado. Especialmente de noche. Era el día en que la luna se alzaba en todo su apogeo, redonda, inmaculada como un rosa de marfil. Por eso siempre había un día al mes en el que el pueblo era más bullicioso que ningún otro, más gente, nada de trabajo. Las vacaciones de la tierra de nadie.

Sentado en una banca, sumido en en una maraña de intrincados pensamientos, Zillah se dedicaba a afilar una navaja dorada ataviado con gruesas capas de ropa. La gente iba paseando y saludando y él les devolvía el saludo distraído. Debían de ser pasadas las tres de la tarde cuando sintió como alguien tomaba asiento a su lado.

r13;¿Inmerso en haceres laborales el día sabático?

Zillah se encogió de hombros e hizo girar el arma frente a él, comprobando haberla dejado en perfecto estado. Los haces luminosos del astro cercenaron el reflejo de un rostro desmadejado en el encarnizado metal; de unos ojos, antaño fogosos, hoy extintos de luz. Se devolvió la mirada por una milésima de tiempo. Luego se giró hacia su padre, que a su vez le miraba.

r13;¿Hay algún motivo por el que hayas decidido sentarte aquí conmigo? r13;preguntó.

Su progenitor chasqueó la lengua.

r13;Estás de muy malos humos últimamente. Siempre he intentado ser un padre cercano y no creo que deba haber un motivo para que un padre se siente a charlar con su hijo de vez en cuando.

r13;Pero lo hay r13;apuntó Zillah.

Se quedaron en silencio unos segundos en el que se limitaron a ver el transitar apacible de algunos camaradas. Finalmente, el hombre mayor suspiró.

r13;Tienes que dejarlo ir, Zillah.

r13;Como no r13;espetó, airado, sintiendo hervir la creciente furia que había estado mitigando hacia el adultor13;. Has estado poniéndome mala cara los últimos... dos meses, siendo benévolo.

r13;Yo también he perdido amigos, sé lo que se siente r13;trató de dialogar el hombrer13;. Pero no puedes simplemente hundirte. Ya no eres un crío.

r13;¿Nunca te ha dejado de molestar eso, verdad? ¿Te has parado a pensar en cuán nulo me hace sentir?

Su padre pareció aturdido por un momento.

r13;No comprendo r13;atinó a decir.

r13;Mi comportamiento. Desde que hice mi paso a adulto de nuestra sociedad he sentido tu mirada clavada en la nuca a cada segundo, reprochándome mi comportamiento.

r13;Nunca he dejado de estar orgulloso de ti, Zillah. Eres un gran guerrero.

El joven sacudió la cabeza y su blanca y larga cabellera flotó en el aire como un tupida toga invernal.

r13;Mi amistad con Sirio. Nunca te has mostrado ufano ante ella, ¿siquiera has puesto de tu sudor con tal de tolerarla?

r13;No tengo ni he tenido ningún problema con que tengas amigos. Mucho menos si hablamos del esplendoroso Sirio, es el único que no supone un bache en tu progreso r13;señaló su padre, armándose de pacienciar13; Lo único que me ha inquietado es que, en efecto, no os despegáis el uno del otro...

r13;Ya no tendrás esa preocupación r13;cortó, inmisericorde.

Algo se retorció en la expresión de Zillah. Un dolor tácito, demasiado palpable como para ser pasado por alto, plasmado en la sequedad de su respuesta que hizo a su padre recapacitar.

r13;Lo siento, no quería decir eso.

r13;Tú nunca quieres decir nada, padre.

¿Que importancia guardaba si había o no había querido decir lo que había dicho? Como si no supiera de sobras por donde iban los tiros de su progenitor. Cabizbajo, entretenido en la textura visiblemente esponjosa de la nieve perfilando sus pies, Zillah se regodeó en su desgracia recordando lo acontecido el día anterior. El misterioso lobo.

r13;Es hora de asentar cabeza, hijo r13;dictaminó, voz firme, voz que solo sonsacó una mordaz carcajada de la boca del más joven. Contrariado, el hombre advirtiór13;: Lo digo muy en serio, Zillah. Sabes las normas.

El aludido negó reiterada y pausadamente con la cabeza. Sonrisa burlona enmarcando sus afiladas facciones. Ya tardaba demasiado en llegar la charla. Con una resolución digna de los de su clase, se puso en pie dispuesto a darle la espalda a su padre y a abandonar aquella inadmisible encerrona.

r13;Olvídalo.

r13;Zillah.

r13;Olvidalo. Déjame. Vista tu verdadera preocupación... puedo ver lo que te importa la muerte de uno de tus camaradas.

No vio como un rictus furioso asomaba en el semblante antes pacífico de aquel que le concedió la vida, no obstante, el tono torvo con el que este pronunció la última frase fue lo suficientemente ilustrador.

r13;No se que es lo que se te pasa por ese infantil cerebro del que tanto haces gala. Me trae sin cuidado, pero el matrimonio es sagrado entre nuestra gente, y mi hijo no será la excepción. Ya has jugado suficiente, Zillah, es hora de que te conviertas en un hombre.

Suficiente. Ya había escuchado suficiente, que no jugado, y tenía cero ganas de prolongar aquella conversación que no llevaba a buen puerto, por lo que, con hombros tensos y pasos decididos, puso rumbo a cualquier sitio fuera de la vista de su padre. Aunque no contara con el desparpajo del que había hecho gala Sirio, Zillah era un gato libre. Un felino juguetón y transgresor. Aprisionar su voluntad no era la mejor de las ideas y todos sabían eso. Sin embargo, se notaba agitado, asustado y no pudo más que pensar, no sin cierto regocijo, en cómo su padre pondría el grito en el cielo si tuviera consciencia de los tórridos deseos que habían invadido sus sueños en el último año. Su amigo como co-protagonista.

 

El resto del día siguió más o menos el mismo patrón, un ir y venir de gente que nuestro héroe trató de sortear por todos los medios. A la hora de víspera de la cena, no obstante, tuvo que ceder y juntarse con el resto de la tribu en un pequeño cerco en el centro de pueblo que hacía su función de plaza. Básicamente era el lugar donde se reunían para las ocasiones especiales: grandes comidas, celebraciones, asambleas, matrimonios, etc. Intercambió algunas palabras con su hermana Aina y con algunos de sus compatriotas. Acabó con el estómago lleno gracias a su madre y a sus ademanes sobreprotectores, un sin fín de cogerle de la cara, mencionar lo delgado que estaba y embutirlo de alimentos. Vio a su padre pero como si no.

r13;No, mirad, esas tres r13;Zillah enarboló un dedo y señaló al cielo ennegrecido tratando de que los dos críos sentados juntos a él identificaran a lo que se referíar13; De izquierda a derecha, son Alnitak, Alnilam y Mintaka. A quienes las conocen como el Cinturón de Orión, mientras que otros las nombran Las Tres Marias.

r13;Wow… Genial.

r13;Sí, ¡pero están muy lejos!

Ambos niños, de unos siete u ocho años, rebosaban asombro y una cándida curiosidad propia de la infancia que consiguió derretir a Zillah. Por eso, cuando se le habían acercado pidiendo que les hablara de las constelaciones, como solían hacer de vez en cuando, no se pudo negar. Estaban sentados en un largo muro de piedra, a un lado del cerco. Karel y Alexis botaban sobre sus traseros emocionados, pateando el aire con sus cortas piernas de delante hacia atrás.

Una sonrisa nostálgica se apoderó de su expresión al recordar como Sirio se lo pasaba en grande molestando a los dos chiquillos. Sirio y sus <<Malditos mocosos, ¡pero mira que son pesados, no nos dejarán en paz!>>, sus collejas y pleitos, sus quejas. Sus <<Odio a los críos>> que escondían un irremplazable cariño e inmenso corazón. Él nunca lo había dicho, pero los quería, y Karel y Alexis lo apreciaban también.

La pequeña mano sacudiendo su hombro le retrajo de sus cavilaciones al tiempo que acababa de hacerse una coleta alta para luego mirar a Karel, de pelo rubio y revoltoso y el más tranquilo de los dos.

r13;¿Y esa roja de ahí abajo? r13;preguntó en niño, animador13;. Ahí, entre las otras azules.

r13;Esa roja es el centro de la espada de Orión.

r13;¿La espada de Orión? r13;exclamaron Karel y Alexis al unísono.

Zillah asintió.

r13;La roja y las otras azules que se alinean en vertical son la espada de Orión. Ese es el significado de Orión, Orión era un cazador muy importante, el que fundó nuestra tribu y aquella r13;indicó el conjunto de estrellasr13; era su poderosa espada.

Se entretuvo poniéndoles al día de alguna que otra leyenda más a los menores, llevado por la morriña de un sentimiento, una vivencia que le pertenecía a él y a Sirio. Alrededor de ellos el banquete continuaba, pero la música era la de consumación de una fiesta ya por terminar, y en la plaza antes abarrotada por todos los individuos de la tribu, ahora se respiraba una corriente de amplitud y flojedad. Apartó la mirada de donde su hermana Aina se deshacía en coqueteos con un chaval de su edad y se encontró con la figura de una mujer adulta, acercándose hacia él con andares varoniles. Conforme se acercó, y el destello de las estrellas dispersó la oscuridad que ensombrecia su rostro, pudo constatar que tal y como había pensado no era otra sino Petra, la madre de Sirio.

La mujer portaba una tirante sonrisa en los labios, una que no le llegaba a los ojos, y el pelo azabache lo llevaba recogido en un moño mal hecho. Los ropajes raídos de piel de búfalo caían sobre su cuerpo ancho y fibrado creando dobleces sobre el pecho, en las curvas de las caderas y las hendiduras de las articulaciones.

r13;Zillah… r13;llamó con un tono asombrosamente grave para una mujerr13;. ¿Te interrumpo?

Algo sorprendido, se apresuró a desmentir.

r13;Para nada. r13;Y agregó hacia los niñosr13;: Alexis, Karel, seguimos otro día. Tengo que hablar con la Señora Petra.

r13;¡Vaya rollo!

Alexis se quejó, para variar. Para variar también, fue Karel el que, pese a las protestas de su igual, lo arrastró lejos de ellos tras un cortés <<Nos vemos, Zillah>>.

r13;Son buenos chicos. Me recuerdan vagamente a vosotros dos cuando aún no levantábais demasiados palmos del suelo r13;comentó Petra viéndolos marchar junto a sus padres. Él se limitó a contemplarlos un segundo, pensativo. Luego cabeceó en mudo asentimiento antes de ofrecerle asiento, a lo cual ella no se negór13;. Perdona, no he podido evitar darme cuenta… ¿les hablabas acerca de las constelaciones?

Zillah alzó los ojos al cielo.

r13;Les explicaba el mito de Orión, Escorpio y alguno más. Nosotros… r13;Vacilór13;. Sirio y yo solíamos hacerlo de vez en cuando, nos sentábamos en algún rincón del poblado con los dos críos, a veces se sumaba Kaili, mal tercio para Alexis y Karel, y les contábamos diversas leyendas, mitos o simples fábulas.

r13;Cuesta de imaginaros a los dos. Aunque a él le encantaban los niños.

r13;Adoraba molestarlos r13;puntualizó Zillah, sonrienter13;. Pero si, digamos que le agradaban bastante.

El silencio que se estableció entre ellos no fue incómodo ni tenso, tampoco apacible o agradable. Fue simple silencio. Un vacío espacio-temporal en el que ninguno creyó apropiado añadir nada, más allá de reunirse con sus propios pensamientos. No obstante, como todos los silencios, llegó un momento en el que se rompió.

r13;Supongo que ya lo sabrás, no puedo imaginarme a mi hijo sin habértelo comentado y jactado en el proceso r13;dijo Petrar13;. Su nombre, Sirio, proviene de una constelación.

r13;Si no me lo mencionó cien veces no lo hizo ninguna.

r13;¿Te mostró cual era?

Los recuerdos de aquella noche hacía tres años le golpearon con la fuerza de un cañón, tan vívido, que casi creyó apreciar el olor a hierba mojada y rocío de aquella noche de inusual verano en las, por lo general, nevadas cordilleras. Retuvo un estúpido suspiro, que rebotó entre las paredes de su paladar con encanto, y le mostró la constelación en lo alto del firmamento.

r13;Justo allí, bajo esas más brillantes de la derecha, está la constelación de Canis Mayor, una de las estrellas de la cúspide es la de Sirio. Determina el punto del pecho del perro. r13;Fue a añadir algo más pero calló al ver a Petra sonreír orgullosa.

r13;Un perro bravío y echado al frente.

Zillah notó el quiebre en la voz de la madre, pero, condescendiente, disimuló. A cambio, aseguró:

r13;Uno indomable.

No hablaron mucho más allá de ese peculiar intercambio de palabras. La conversación se centró en Sirio y ambos, tanto él como Petra, pudieron encontrar en el otro el consuelo de una balsa que es partícipe y conocedor del mismo dolor. No hubieron lágrimas ni pañuelos que las recogieran, solo frases dichas en susurros, silencios contundentes y, al despedirse poco antes de medianoche, un abierto <<Gracias>> de Petra que aguó los ojos de Zillah. La idea de referirse al suceso del día de la recolección vadeó las aguas revueltas de su mente, una esperanza que sabía que la mujer ansiaba con igual o más intensidad que él mismo. Pero no fue capaz. No cuando cualquier claridad resultaba tan efímera. Un lobo… ¿y que más? Solo hubiese conseguido llevar a la mujer a la histeria.

Debido a la cercana hora de plenitud de la luna y oscuridad en apogeo, en escasos minutos la gente se hubo adentrado en sus respectivas barracas de piedra y dejado atrás el soplido de una brisa glacial. Ni un alma por los alrededores. Zillah, consciente de que era el último en llegar a su hogar, caminó con sutileza procurando no llamar la atención de su familia. El silencio ya era ruidoso de por sí.

Una vez en su habitación se despojó de sus abrigos, ese día no era el habitual atuendo de cuero reforzado, y se quedó con una fina camisa de piel y pantalones largos lo bastante anchos y cómodos como para no quitarle el sueño. Otras cosas si se lo quitaban. Por ejemplo el aullido cavernoso que agujereó la noche como un colosal alfiler eléctrico y que le hizo enderezarse sobre la cama, como movido por un resorte, cuando ya alcanzaba el tercer sueño

Adormilado, Zillah se acercó a la pequeña ventana rectangular de su habitación. Daba a las afueras del poblado, por eso había esperado vislumbrar algo, pero la oscuridad era demasiado densa pese al despliegue luminoso de la luna. No podía ver más allá de unos pocos metros, no con el baño nocturno derramado por doquier. Esperó acodado junto al alféizar, nervioso, por otro aullido. Pero este no llegó.

Lobo. Aullido. Luna. Luna llena.

Abrió los ojos y si fuera otra persona no lo hubiera hecho. Pero como era Zillah, y Zillah sobrevolaba los reinados de la curiosidad, el gamberrismo y se catapultaba en el de la temeridad, no se lo pensó dos veces cuando salió de un salto al exterior; solo procurando abrigo y arco.

El frío caló en sus huesos con un dolor punzante a pesar del abrigo, y es que en las telas de la ropa de reposo no encontraba una distinguible cobija. Sigiloso como una sombra y con una visión nocturna bien entrenada, se deslizó a través de la penumbra mientras combatía el peso de sus fatigados párpados por el repentino despertar. La mirada de la luna perfilaba una senda refulgente sobre la nieve que atravesaba los muros del pueblo y se perdía más allá, en algún punto inconcreto de los altos abetos del bosque. Se dejó guiar por la luz, en un estado intermedio entre la consciencia y la inconsciencia difícil de catalogar.

Un nuevo aullido aguijoneó la noche. Apresuró los pasos hasta la linde del sotobosque, sintiendo que sus fornidas piernas desfallecerían en cualquier momento producto de la ansiedad. Otra vez se escuchó, ¿de donde venía?

Escudriñó el bosque sin decidirse a si adentrarse o no sería una buena idea. Sentía todo su cuerpo entumecido. Puso un esfuerzo extra por sosegar su desbocado corazón con pretensión de agudizar sus sentidos. Cerró los ojos y escuchó.

Se oía un sonido, algo no muy lejano. Pero por primera vez en ese rato, dudó de que fuesen aullidos en realidad. El primero lo había sido, de eso estaba seguro. ¿Y los demás?

Una voz. Era una voz.

r13;¡Zillah!

El repentino grito le alcanzó con el sobresalto del sol en días de lluvia, pegó un respingo momentáneo antes de enarbolar arco y flechas, y apuntar hacia las lujuriosas copas de los árboles más cercanos, de donde le había parecido que proviniera el llamado. Enarboló el arma, la tira tensada tal cual cuerda de arpa, preparada para disparar, mientras sus pupilas rotaban por cada rincón posible con una rapidez animal. Las sombras nocturnas jugaban deslizándose entre ramas y troncos, fundiéndose con ellos de forma que resultaba prácticamente imposible avistar a alguien que se parapetara detrás. Su pie izquierdo, flexionado, avanzó ligeramente sobre la nieve espumosa.

El ruido de algo pesado hundiéndose quebró la quietud y Zillah a penas tuvo tiempo de girarse y desviar la flecha que sus dedos, por inercia lanzaron sin vacilación. La afilada punta voló con un destello marfil a través de la noche y pasó a menos de un centímetro de distancia del semblante templado que, oculto por claroscuros, lo observaba. Su figura, recortada contra el marco de salvaje penumbra, se apreció apaciblemente relajada contra el grueso tronco de roble que crecía a sus espaldas.

Zillah, con un punzante dolor en el codo a raíz del raudo giro para desviar su tirada y con el corazón palpitando a mil bajo el tórax, intuyó una caída de pelo negro, azabache como la misma noche que los amparaba, enmarcando la pálida piel de un rostro de rasgos distinguidos y marcados pómulos.

r13;Casi te atravieso r13;dijo; la saliva en su boca se sentía como granito al pronunciar cada palabra.

Una sonrisa torcida, impregnada en socarronería se dibujó en el rostro de la misteriosa figura cuando está avanzó unos pasos, acercándose.

r13;Ha pasado un tiempo, Zillah. Tu precisión con el arco se mantiene intacta.

Un hilo inapreciable rasgaba la blanca mejilla en un rastro carmesí, pero Zillah no reparó en ello, sino en los ojos que como orbes abismales le taladraron el alma.

Solo atinó a susurrar:

r13;Sirio.

 
Notas finales:

:O:O:O:O:O!! Se ha quedado en el encuentro de nuestros dos protagonistas. ¿Que pasará ahora? ¿Está Sirio bien? ¿Es un hombre lobo? XDD 

Todo en la próxima entrega.

:D


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